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Revelación especial.

Si Dios se ha revelado, tenemos que preguntarnos de qué


manera lo hizo. En teología sistemática, hablamos de que Él se
ha revelado de dos formas: por medio de una revelación especial
en su Palabra, y por medio de una revelación general al alcance
de todo el mundo.

¿Cómo entender bíblicamente estas dos formas de revelación y


la importancia de ellas?

Entendiendo la revelación general


La revelación general universal es esa revelación de sí mismo
que Dios le ha dado a todos los hombres. De allí viene el
adjetivo “general”. Dios se ha revelado de esta manera en la
naturaleza:

“Los cielos proclaman la gloria de Dios,


Y el firmamento anuncia la obra de Sus manos.
Un día transmite el mensaje al otro día,
Y una noche a la otra noche revela sabiduría.
No hay mensaje, no hay palabras;
No se oye su voz.
Pero por toda la tierra salió su voz,
Y hasta los confines del mundo sus palabras.
En ellos Dios puso una tienda para el sol…”, Salmo 19:1-4.
Los cielos, la creación misma, proclaman la gloria de Dios. Esa
gloria es la reflexión de sí mismo, de su carácter. Cuando yo veo
los cielos, ellos me dan una idea de la sabiduría, grandeza, y
majestad de Dios.
Algunos se han preguntado: si este planeta es el único donde
existe la vida humana, ¿para qué Dios creó un universo tan
inmenso, con millones de galaxias y millones de astros? Creo
que la respuesta a esa pregunta no es compleja: si Dios creó el
universo para que le refleje a Él, y Dios es infinito, ¿qué tipo de
universo tendría que crear Dios para que lo refleje a Él? La
respuesta sería un universo que se aproxime al concepto de lo
infinito. Un universo inmenso, con millones y millones de astros
que, como la ciencia ha probado, continúa expandiéndose.

El universo y todo lo creado proclama la magnitud de Dios. Si


Él hubiese creado la tierra solamente, y allí crea al hombre y
nada más, teniendo el poder de crear un universo de 200
millones de galaxias, esa tierra tal vez no nos daría a nosotros
una idea de su sabiduría, grandeza, y magnitud. Nos hablaría de
un dios muy pequeño capaz de crear solo la tierra. Eso no fue lo
que Dios hizo, de manera que ciertamente los cielos proclaman
su gloria.

No hay excusas ante Dios


Cuando llegamos al Nuevo Testamento, en Romanos se nos
habla nuevamente que Dios se ha revelado al hombre en la
creación, pero también en su conciencia. Esta revelación es tan
clara, según Pablo, que el hombre no tiene excusa para decir que
no existe Dios.

Para Dios, el ateo niega la existencia de algo que él sabe que


existe. Esto es similar a lo que he visto en medicina con algunos
pacientes diabéticos. Tú les explicas que son diabéticos, les das
la dieta para su diabetes, y entonces la próxima vez que ellos
vienen a la consulta, tú hablas con ellos, les explicas que tienen
el azucar alta y le recuerdas la diabetes, y ellos te responden:
“yo no tengo diabetes, doctor”. Cuando un paciente hace eso,
está negando algo que él sabe que tiene. Algo similar ocurre con
el ateo en el plano espiritual:

“Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda


impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia
restringen la verdad. Pero lo que se conoce acerca de Dios es
evidente dentro de ellos, pues Dios se lo hizo evidente. Porque
desde la creación del mundo, Sus atributos invisibles, Su eterno
poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo
entendidos por medio de lo creado, de manera que ellos no
tienen excusa. Pues aunque conocían a Dios, no Lo honraron
como a Dios ni Le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en
sus razonamientos y su necio corazón fue
entenebrecido”, Romanos 1:18-21.
El capítulo 2 de Romanos continúa hablando de esta revelación
que todos los hombres conocen. El hombre sabe en su corazón,
en su conciencia, que hay un Dios.

“Porque cuando los Gentiles, que no tienen la Ley, cumplen por


instinto los dictados de la Ley, ellos, no teniendo la Ley, son una
ley para sí mismos. Porque muestran la obra de la Ley escrita en
sus corazones, su conciencia dando testimonio, y sus
pensamientos acusándolos unas veces y otras
defendiéndolos”, Romanos 2:14-15.
El gentil sin la ley de Dios en sus manos tiene otra ley: la que
Dios escribió en su conciencia. Esa conciencia sabe que existe el
bien y el mal. En ocasiones, la conciencia lo defiende, y en otras
le acusa. Esa ley moral en el corazón le dice que hay un Dios
dador de esa ley.

La función de la revelación general


La función de toda revelación de Dios es, en esencia, proclamar
su gloria. Él no ha hecho nada que no tenga el propósito de
proclamar su gloria, y qué bueno que sea así, porque la gloria de
Dios es todo lo que Él es. Si todo lo que Dios hace es para
proclamar su gloria, eso implica que cada vez que Él hace algo,
me está revelando algo acerca de Él. Mientras más me revela,
mejor le conozco; y mientras mejor le conozco, mejor me
relaciono con Él. Mientras más me relaciono con Él, mejores y
más grandes son sus bendiciones.

Pero en segundo lugar, Dios se ha revelado a sí mismo para


llamar al hombre:

“De uno solo, Dios hizo todas las naciones del mundo para que
habitaran sobre toda la superficie de la tierra, habiendo
determinado sus tiempos y las fronteras de los lugares donde
viven, para que buscaran a Dios, y de alguna manera, palpando,
lo hallen, aunque Él no está lejos de ninguno de nosotros.
Porque en Él vivimos, nos movemos y existimos, así como
algunos de los poetas de ustedes han dicho: ‘Porque también
nosotros somos linaje Suyo’. Siendo, pues, linaje de Dios, no
debemos pensar que la Naturaleza Divina sea semejante a oro,
plata o piedra, esculpidos por el arte y el pensamiento
humano”, Hechos 17:26-29.
El propósito por el que Dios hizo las naciones, determinó sus
límites, y determinó sus condiciones, es para ver si esas naciones
eventualmente, habiendo disfrutado de su bendición, terminarían
buscándole. La revelación general nos llama a adorar a Dios.

Necesitamos la revelación especial


para salvación
Por otro lado, la revelación especial de Dios, como su nombre lo
insinúa, es esa revelación de sí mismo que Él ha hecho a algunas
personas, no a todas. Todas las cosas por las cuales Dios se ha
revelado a una persona o un grupo de personas, que otras no
tuvieron, constituyen medios de revelación especial.

La persona de Jesús es revelación especial, porque no todos le


conocen, ni todos le vieron. Aún hoy no todos tienen una Biblia
que les hable de Jesús. Las visiones y sueños que tuvieron
personas en la Biblia fueron revelaciones especiales, al igual que
los mensajes por medio de ángeles y las teofanías (como la zarza
ardiente que presenció Moisés en Éxodo 3).

La revelación máxima es la persona de Cristo precisamente


porque en Él se completa la revelación de Dios (He. 1:1-3).
Entonces, la revelación general de Dios es suficiente para que el
hombre sepa que Él existe, pero no es suficiente para salvación.
Yo necesito la revelación especial de Dios para salvación, y esa
revelación es Cristo por medio de su Palabra.

Un ejemplo de la necesidad del


evangelio
Podemos decir que un hombre de la jungla puede llegar a la
conclusión por sí solo, sin que nadie le predique, de que existe
un Dios. Pero él no se puede salvar con eso. Él necesita a Cristo
para ser salvo. Romanos 1 establece que ese hombre (como
nosotros) cambió la gloria de Dios por lo creado; terminó
adorando a la criatura en vez de adorar al Creador.

Esa es la razón de su condenación. El hombre de la jungla que


nunca oyó de Cristo, él no se condena porque nunca oyó de
Jesús, sino que se condena porque él cambió el conocimiento
general que tenía de Dios y terminó adorando a la creación.
Ahora, si él se fuese a salvar, sería únicamente por Cristo. Ese
hombre necesita el evangelio.

Quizás esta ilustración pueda servir: yo voy en un avión, la


puerta se abre, y decido lanzarme del avión y acabo con mi vida.
Yo me morí porque me lancé desde el avión. Ahora resulta que
alguien también se lanzó, pero lo hizo con un paracaídas. Yo no
me morí por la ausencia del paracaídas, sino porque me lancé
del avión. Si no me hubiese lanzado, yo estaría vivo. Por otro
lado, el que se salvó, fue porque tomó el paracaídas.

De manera similar, las personas no son condenadas por no


conocer a Cristo, sino por haberse rebelado contra la revelación
general de Dios. Y las personas que son salvas, lo son solo por
la fe en Jesús, esa revelación especial. Cuando el hombre que
nunca ha oído del evangelio se vaya a salvar, tiene que ser por
medio de Jesucristo porque Él es el único camino al Padre (Jn.
14:6).

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