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Hans J.

Eysenck
Decadencia y Caída del Imperio Freudiano

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Prólogo

Este es un libro sobre Sigmund Freud y el psicoanálisis. Hay muchos libros de esos, y el lector
puede justamente exigir saber por qué a él o a ella se le pide que pague su buen dinero para
comprar uno nuevo, y gaste un tiempo precioso leyéndolo. La respuesta es muy simple. La
mayoría de los libros sobre este tema han sido escritos por psicoanalistas, o, por lo menos, por
seguidores del movimiento freudiano; son, por lo tanto, acríticos, hacen caso omiso de teorías
alternativas, y han sido escritos más como armas para una guerra de propaganda que como
evaluaciones objetivas del psicoanálisis. Hay, por supuesto, excepciones a esta regla, y
algunas de las más notables de ellas se mencionan en la bibliografía al final de este libro.
Nuevos libros importan-tes corno los de Sulloway, Ellenberger, Thorntorn, Rillaer, Roazen,
Frornkin, Timpanaro, Gruenbaum, Kline y otros, son densos y altamente técnicos; son de un
gran valor para el profesional estudioso, pero no pueden ser recomendados a los lectores no
profesionales que traten de saber qué ha descubierto la investigación moderna sobre la verdad
o la falsedad de las doctrinas freudianas. Pero en beneficio de los lectores que deseen
comprobar por sí mismos, me he referido en el texto a los principales autores históricos que se
han ocupado cuidadosamente de la evidencia y han hecho cumplido detalle de lo que
efectivamente sucedió, con referencia especial a acontecimientos fácticos, así como a
publicaciones y a otras pruebas disponibles.

Este libro, pues, se basa inevitablemente en los conocimientos de las personas antes
mencionadas, y en los muchos otros cuyos trabajos han sido consultados. No obstante,
constituye algo especial al reunir material que cubre una amplia gama de asuntos dentro del
campo general del psicoanálisis: la interpretación de los sueños, la psicopatología de la vida
diaria, los efectos de la psicoterapia psicoanalítica, la psico-historia y la antropología
freudianas, el estudio experimental de los conceptos freudianos, y muchos más. He tratado de
hacerlo de una manera no técnica, para hacer el libro accesible a los lectores que tengan sólo
un conocimiento somero del psicoanálisis freudiano y no posean unos fundamentos
profesionales de psicología o antropología.

Hubiera sido más fácil escribir un libro cinco veces mayor y lleno de argot técnico, pero he
comprobado que era una experiencia saludable tratar de reducir esta riqueza de material a los
confines de un libro corto y no técnico. El esfuerzo requerido para llevarlo a cabo ha liberado a
mi mente de muchos prejuicios, y estoy agradecido a los muchos expertos cuyas obras he

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consultado, por haberme ayudado a aclarar enigmas y paradojas que me habían creado
numerosas dificultades antaño.

He dado muchas conferencias sobre los diversos temas contemplados en este libro, y todos
han sido invariablemente presentadas como «polémicas». Paralelamente, no dudo de que los
críticos llamarán a este libro «polémico», pero es un tipo de evaluación con el que no puedo
estar de acuerdo. He tratado de trabajar con hechos constatados, y añadir tan pocos
comentarios e interpretaciones como me ha sido posible. Las conclusiones pueden ser
«polémicas» por no concordar con aserciones previas que fueron hechas sin el beneficio de la
investigación más reciente, pero ello no las convierte en litigiosas. Simplemente significa que
nuestro conocimiento ha progresado, que nuestra comprensión ha avanzado, y que
recientemente han sido descubiertos hechos que arrojan una luz nueva sobre Freud y el
psicoanálisis.

Una buena parte de esta nueva evidencia es altamente crítica a propósito de afirmaciones
hechas por Freud y sus seguidores, y, tal como sugiere el título de este libro, el resultado
inevitable ha sido una decadencia de la influencia de la teoría freudiana, y de la estima en que
se tenía al psicoanálisis. Que tal decadencia se ha producido puede ser difícilmente puesto en
duda por quienquiera que esté familiarizado con el presente clima de opinión entre los
psiquiatras (doctores cualificados y especializados en el estudio médico de los desordenes
mentales) y los psicólogos (graduados en el estudio científico de la conducta humana), así
como entre los filósofos, antropólogos e historiadores, en los Estados Unidos y en el Reino
Unido. Esta desilusión no ha avanzado tanto, hasta el momento, en Sudamérica, Francia y
unos pocos países más, que continúan firmemente apegados a conceptos y teorías pasados
de moda. No obstante, incluso ahí están empezado a aparecer las dudas, y gradualmente irán
siguiendo a Norteamérica e Inglaterra.

Al ocuparme de la obra de Freud, lo he hecho exclusivamente desde el punto de vista


científico. A muchos, esto les podrá parecer demasiado estricto. Tal vez afirmen que la
contribución de Freud ha sido más a la hermenéutica -la interpretación y significado de los
sucesos mentales- que el estudio científico de la conducta humana. Otros insistirán en la
importancia social y literaria de la obra de Freud, o le considerarán un profeta e innovador, un
hombre que cambió nuestras costumbres sexuales y sociales y que, como Moisés, nos condujo
a un nuevo mundo.

Puede decirse que Freud encaje, tal vez, en todos estos diferentes papeles, pero yo no estoy
cualificado para ocuparme de ello. Para juzgar la importancia de los profetas, los innovadores,
o las figuras literarias, se requiere un profundo conocimiento de la Historia, la Sociología o la
Literatura y la Crítica Literaria. Yo no puedo pretender poseerlo, y por consiguiente no voy a
tratar de tales aspectos de las aportaciones de Freud.

Tengo, no obstante, algo que decir sobre la objeción de que Freud debería ser considerado no
como un científico de la especie ordinaria sino más bien como el originador y figura principal
del movimiento hermenéutico. Tal argumento hubiera sido rechazado de plano por el mismo
Freud, quien dijo lo siguiente:
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Desde el punto de vista de la ciencia debemos necesariamente hacer uso de nuestros poderes
críticos en ese sentido, y no tener reparos en rechazar y negar. Es inadmisible declarar que la
ciencia es un campo de la actividad intelectual humana, y que la religión y la filosofía son otros
campos por lo menos tan valiosos, y que la ciencia no tiene que interferir en las otras dos, y
que todas tienen igual derecho a reclamar ser consideradas como verdaderas, y que cada uno
es libre de escoger de dónde extraerá sus convicciones y en qué situará sus creencias. Tal
actitud es considerada particularmente respetable, tolerante, liberal y exenta de estrechos
prejuicios. Desafortunadamente, esto no es defendible: conlleva todas las cualidades
perniciosas de una WeItanschauung anticientífica, y en la práctica viene a ser la misma cosa.
El hecho desnudo es que la verdad no puede ser tolerante y no puede admitir compromisos o
limitaciones; que la investigación científica considera como propio todo el campo de la actividad
humana, y debe adoptar una actitud crítica y sin compromisos hacia cualquier otro poder que
trata de usurpar una parte de sus dominios.

No puedo por menos que estar de acuerdo con estos sentimientos. Muestran, igual que otros
muchos párrafos escritos por Freud, que él se proponía ser un científico en el sentido
tradicional; sus seguidores que ahora desean de la importancia de la ciencia y reivindican para
él un lugar situado entre la filosofía y la religión, le hacen un flaco favor. Freud, como Marx, a
menudo se lamentó de la falta de comprensión mostrada por sus seguidores y, otra vez como
Marx, que aseguraba que él «no era marxista», afirmó que él «no era freudiano». Freud habría
considerado estas tentativas de negarle la consideración de científico y derivarle hacia el cul-
de-sac hermenéutico, como una traición. Yo he preferido juzgar a Freud por sus propios
criterios confesados, y ocuparme de su trabajo como una contribución a la ciencia.

Al hacerlo así, quiero dejar un punto bien claro. Al ocuparme en juzgar a Freud como un
científico, y al psicoanálisis como una contribución a la ciencia, ni siento ningún deseo de
denigrar al arte, la religión ni ninguna otra de las formas de la experiencia humana. Siempre he
considerado el arte como algo de la máxima importancia, y no puedo imaginar una vida sin
poesía, música, teatro o pintura. Paralelamente, reconozco que para muchos la religión es de
suma importancia, y mucho más relevante para sus vidas que la ciencia o el arte. Pero
reconocer esto no es decir que la ciencia es lo mismo que el arte y la religión; las tres tienen
sus funciones en la vida, y nada se gana fingiendo que no hay diferencias entre ellas.

La verdad que el poeta escribe no es la verdad que el científico reconoce, y la identificación


poética de la verdad con la belleza está, en esencia, desprovista de significado. Puede haber
muchas conexiones entre esta verdad poética y la hermenéutica, pero para el científico la
verdad es la aserción de generalizaciones demostrables de validez universal, sujetas a pruebas
y experimentos. Esto queda muy lejos de la verdad poética, o la verdad de la música, la pintura
y el teatro. De la primera es de la que se ocupaba Freud, y es por tales criterios por los que él
debe ser juzgado.

Permítaseme ilustrar la diferencia entre la verdad poética y la verdad científica. Cuando Keats
escribe sobre el Ruiseñor, Tennyson sobre el Aguila, Poe sobre el Cuervo, no están intentando
duplicar el trabajo del zoólogo. En cada caso el poeta se ocupa de «la emoción recordada en
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tranquilidad»; es decir, de una reacción personal, emocional, ante ciertas experiencias.
Introspectivamente, sin duda, esas experiencias son reflejadas verdaderamente, pero esta es
una verdad individual, no universal; una verdad poética, no científica.

Esta distinción es aplicable a una creencia, compartida por muchos, de que los escritores
saben más acerca de la naturaleza humana que los psicólogos, y que Shakespeare, Goethe o
Proust eran mejores psicólogos de Wundt, Watson o Skinner. De nuevo tropezamos aquí con
la división entre verdad individual y verdad universal. Cuando Elizabeth Barrett Browning nos
dice que «la tristeza sin esperanza es desapasionada», ¿es ello conciliable con la experiencia
del psiquiatra sobre pacientes depresivos?. Cuando Shakespeare dice que la bebida «provoca
y desmotiva» la lascivia -provoca el deseo pero impide su realización-, ¿es esto, de hecho,
cierto?. El psicólogo haría preguntas embarazosas, por ejemplo: ¿esto es así en función de la
cantidad de alcohol consumida, o del tipo de alcohol, o su concentración, o acaso es debido a
la mezcla de las bebidas?», etcétera. O llevaría a cabo experimentos para demostrar que una
bebida placebo (no alcohólica), consumida en condiciones en que el sujeto cree que ha bebido
alcohol, tiene prácticamente el mismo efecto que el alcohol en sí mismo, alternativamente,
podría demostrar que los efectos del alcohol dependen mucho de las circunstancias sociales:
¿fue consumido en una tertulia, o por un bebedor solitario?. Podría demostrar que los
extrovertidos y los introvertidos reaccionan de ma-nera completamente diferente ante la bebida.
Las palabras de Shakespeare contienen una verdad, pero sólo una verdad parcial.

¿En qué sentido podemos decir que Otelo es el protagonista universal de la persona celosa,
Falstaff del timador, o Romeo del amante?. Todos ellos son individuos que contienen su verdad
individual, pero es una verdad que no generaliza. Una vez leído esté libro, preguntaros a
vosotros mismos a quién iríais a pedir consejo si tuvierais que tratar con un niño difícil, o con un
enurético, o con un lavador de manos obsesivo-compulsivo... ¿a Shakesperare, Goethe,
Proust, o al conductista que prácticamente garantizaría la curación en unos pocos meses?.
Hacer la pregunta equivale a responderla. Esta clase de problemas prácticos no son asuntos
del poeta, de la misma manera que la descripción poética de las emociones o el bosquejo de
un carácter individual notable no son asuntos del psicólogo. Los creyentes en la hermenéutica
tratan, en vano, de colmar esta brecha, pero la brecha existe.

Para el científico, dos visiones de la verdad son particularmente importantes. La primera de


ellas es el criticismo informado y constructivo. Nada es más valioso para el científico
practicante que ver sus teorías y puntos de vista debatidos y criticados por sus pares. Si las
críticas son infundadas, sabe que sus teorías sobrevivirán. Si están bien fundamentadas,
entonces sabe que deberá cambiar sus teorías, o incluso abandonarlas. La crítica es la sangre
vital de la ciencia, pero el psicoanalista, y en particular el mismo Freud, se han opuesto
siempre a cualquier forma de crítica. La reacción más corriente ha consistido en acusar al
crítico de « resistencias » psicodinámicas, procedentes de complejos de Edipo no resueltos y
de otras causas similares; pero esto no es una buena réplica. Sean cuales fueren los motivos
del crítico, los puntos que él suscita deben ser juzgados en términos de su relevancia fáctica y
de su consistencia lógica. El uso del argumentum ad hominem como réplica a la crítica es el
último recurso de los que no pueden responder con hechos a las críticas, y no es tomado en
serio en los debates científicos.
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Recíprocamente, la misma arma ha sido usada para criticar al mismo Freud. Así, algunos
críticos han sugerido que el psicoanálisis es una especie de teoría esencialmente judía y que al
elaborarlo Freud lo extrajo de su origen y educación judíos. No puedo juzgar si este argumento
es verdadero o no, pero es esencialmente irrelevante. Las teorías de Freud deben ser
comprobadas mediante la observación y el experimento, y su verdad o falsedad determinada
objetivamente; su trasfondo judío no influencia esta comprobación en absoluto. Históricamente
y biográficamente el trasfondo de Freud puede tener su interés, pero desde el punto de vista de
la verdad, no lo tiene. El caso puede ser diferente en lo que se refiere a la enfermedad
neurótica del mismo Freud, y su trasfondo en sus relaciones con su padre y su madre. Es cierto
que él basó su teoría del conflicto de Edipo en sus propias experiencias infantiles, y esto es
importante y relevante para enjuiciar su teoría. Como voy a demostrar, la contribución de Freud
está ligada a su personalidad de una manera especial, y esta relación requiere ser discutida,
aun cuando en última instancia la verdad de sus teorías no dependa de sus orígenes.

El mismo argumento se aplica a recientes publicaciones que sugieren que Freud alteró
conscientemente sus teorías, no porque fueran falsas, sino porque podían provocar hostilidad.
Este es el meollo del libro de J. M. Masson, titulado «Freud: El ataque a la Verdad». Masson
tuvo acceso a los archivos de Freud y basándose en la correspondencia de éste con Fliess
arguyó que Freud, conscientemente, suprimió lo que le constaba era cierto sobre las
agresiones sexuales a los niños, falseando deliberadamente sus propios documentos clínicos y
los testimonios de sus pacientes, inventando, en cambio, las nociones de las "fantasías
sexuales” traumáticas y los impulsos edípicos. Según Masson, Freud inició así su «inclinación
al abandono del mundo real que... se encuentra en la raíz de la actual esterilidad del
psicoanálisis y de la psiquiatría en todo el mundo».

Masson puede tener razón, pero ciertamente el argumento no es lo bastante fuerte para
demostrar este punto, y en cualquier caso los motivos de Freud no tienen realmente nada que
ver con la verdad o falsedad de sus teorías. La teoría original de la « seducción » no es más
verdadera que la última teoría de la «fantasía». Ambas deben ser juzgadas en términos de
hechos conocidos, estudios empíricos y experimentos, no en términos hipotéticos por parte de
Freud.

La segunda gran arma en el argumentarium del hombre de ciencia es la presentación de


hipótesis alternativas. Es en verdad muy raro que la ciencia se enfrente a una situación en la
que haya una explicación obvia a un fenómeno dado; generalmente hay varias explicaciones
posibles, y el experimentador debe designar pruebas empíricas para decidir entre ellas. Los
experimentos cruciales pueden ser raros en la historia de la ciencia, pero la permanente
tentativa de decidir entre teorías alternativas es un elemento esencial en el progreso científico.
Aquí, también, los psicoanalistas y particularmente el mismo Freud, han sido siempre hostiles y
negativos en su actitud. En vez de agradecer las hipótesis alternativas, tales como las
asociadas con Pavlov y las doctrinas de los reflejos condicionados, simplemente han rehusado
reconocer la existencia de tales hipótesis, sin discutirlas nunca seriamente ni presentar pruebas
que permitieran decidir qué teoría pudiera explicar mejor los hechos. A pesar de la limitada
extensión de este libro he tratado de indicar, cuando lo he considerado relevante, la existencia
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de teorías alternativas a la freudiana, aduciendo pruebas que puedan sugerir qué teoría sería
más adecuada en relación a los hechos establecidos. No obstante, la continua hostilidad de los
freudianos a toda clase de crítica, por bien documentada que estuviere, y a la formación y
existencia de teorías alternativas, por bien fundadas que fueren, no habla demasiado bien del
espíritu científico de Freud y sus seguidores. Para cualquier juicio sobre el psicoanálisis como
disciplina científica, estos puntos deben constituir una fuerte prueba contra su aceptación.

Hay un argumento contra el status científico del psicoanálisis, aducido a menudo por filósofos
de la ciencia como Karl Popper, que creo se equivoca y no debería ser tomado en serio.
Popper proponía distinguir entre ciencia y pseudo-ciencia en términos de su criterio de
«falseabilidad»; en otras palabras, la ciencia es definida en términos de su capacidad para
formular hipótesis compro-bables que pueden ser falsificadas por los experimentos o la
observación. Popper cita como ejemplos de pseudociencias el psicoanálisis, el marxismo y la
astrología, y argumenta que ninguna de ellas ha podido presentar hipótesis comprobables.
Hay, ciertamente, muchas dificultades en presentar buenas pruebas de las teorías en cuestión,
pero no son mayores que las que se podrían usar para encontrar experimentos que
demostraran la exactitud de la teoría de la relatividad de Einstein. Nadie que esté familiarizado
con el psi-coanálisis, el marxismo o la astrología puede poner en duda de que los tres hacen
aserciones y predicciones que pueden ser experimentalmente comprobadas, y yo demostraré,
en posteriores capítulos que, por lo que se refiere al psicoanálisis, por lo menos, la objeción de
Popper no sirve. También demostraré que cuando las teorías freudianas son sometidas a tests
experimentales o de observación, los resultados no las corroboran; no pasan el examen.
Claramente, pues, esas teorías son falseables, y si tal fuera, en verdad, el crite-rio adecuado
para discernir entre una ciencia y una pseudociencia, entonces el psicoanálisis,
indudablemente, debiera ser considerado una ciencia. Modernos filósofos de la ciencia, como
Adolf Gruenbaum, han aludido a la irrelevancia del criterio de Popper con respecto al
psicoanálisis, y han sugerido que las insuficiencias lógicas de la teoría de Freud y su
incapacidad para generar el respaldo de los hechos, son razones mucho más convincentes
para considerar el psicoanálisis como una pseudo-ciencia más que como una ciencia.

Las críticas hechas a Freud se extienden, por supuesto, y en términos aún más severos, a sus
muchos discípulos, como Jung y Adler, que se separaron de él y se «instalaron» por su cuenta.
La mayoría de ellos, de hecho, abandonó la pretensión freudiana del rigor científico y el
determinismo y se acogió, como Jung, a un franco misticismo. En este libro, empero, me he
concentrado principalmente en Freud y sus enseñanzas.

Una advertencia debe formularse a este respecto. Se ha dicho, a veces, que las teorías
freudianas no requieren pruebas científicas de la clase ordinaria, porque encuentran su
corroboración «en el sofá». Como Gruenbaum ha demostrado, este argumento es inaceptable,
para los que lo propugnan permanece insoluble el problema de decidir entre muy diferentes
teorías, todas las cuales pretenden ser corroboradas de ese modo. ¿Cómo, sin experimentos
adecuadamente controlados, podríamos escoger entre las diversas teorías «dinámicas» que se
nos ofrecen?. ¿Debemos, acaso, fiarnos de una especie de subasta holandesa, o de una
elección tipo «bufete» de lo que a nosotros nos guste?. Esto constituiría el abandono completo
de toda la ciencia, y la simple existencia de tantas teorías diferentes hace aún más importante
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hallar métodos de comprobación de la verdad de las mismas de acuerdo con criterios
propiamente científicos.

¿Cuál es, esencialmente el contenido de la contribución de Freud?. Para decirlo en pocas


palabras, se admite en general que el psicoanálisis presenta tres aspectos. En primer lugar, es
una teoría general de la psicología. Pretende ocuparse de cuestiones de motivación,
personalidad, desarrollo infantil, memoria y otros aspectos importantes de la conducta humana.
Se sostiene a menudo (y no sin buenas razones para ello) que el psicoanálisis se ocupa de
asuntos que son importantes e interesantes, pero de una manera no científica, mientras que la
psicología académica trata de manera científica materias que la mayoría de la gente considera
esotéricas y desprovistas de interés. Esto no es completamente cierto; la psicología académica
también estudia la personalidad, las motivaciones, la memoria y otros temas similares, pero
indudablemente lo hace de una manera menos «interesante» que Freud.

En segundo lugar, el psicoanálisis es un método de terapéutica y tratamiento. En verdad, así es


como se originó, cuando Freud colaboró con un amigo, Josef Bretier, para curar a una paciente
supuestamente histérica, Anna O. Como veremos después, Anna O no era, de hecho, un
paciente psiquiátrico; sufría una grave enfermedad física, y la supuesta «cura» no fue tal cura
en absoluto. No obstante, es como sistema de terapéutica y tratamiento como el psicoanálisis
se ha dado tan ampliamente a conocer, y como este sistema depende muchísimo de la teoría
general de la psicología abrazada por los seguidores de Freud, el éxito o el fracaso de este
método de tratamiento es extremadamente importante, tanto desde un punto de vista teórico
como práctico.

En tercer lugar, el psicoanálisis debe ser considerado como un método de encuesta e


investigación. El mismo Freud, en un principio entusiasta sobre las posibilidades de sus
métodos de tratamiento, se fue volviendo más y más escéptico, y finalmente consideró que él
sería recordado más como el iniciador de un método de investigación de los procesos mentales
que como un gran terapeuta, Este método de investigación es el de la libre asociación, en el
que se empieza por una palabra, o un concepto, o una escena, que puede proceder de un
sueño, o de un determinado lapsus de la lengua o la pluma, o de cualquier otra fuente. El
paciente o sujeto empieza, así, con una cadena de asociaciones que, según Freud, conducen
invariablemente a áreas de interés e incumbencia, y frecuentemente a un material inconsciente
vital para la comprensión de la motivación del sujeto, y crucial para la inauguración de un
método de terapia apropiado. En realidad, como veremos el método fue iniciado por Sir Francis
Galton, que reconoció sus poderes mucho antes que Freud; ciertamente, el método tiene algo
de positivo pero es tremendamente débil el punto de vista científico, por razones que serán
expuestas después.

La psicología presentada por Freud ha sido a menudo comparada a un sistema hidráulico,


conduciendo energía de una a otra parte de la psique, como la hidráulica distribuye el agua.
Esta analogía más bien victoriana es seguida sin desmayo por Freud, aunque ciertamente no
esté de acuerdo con lo que sabemos acerca del modo de operar de la mente humana. Freud
creía que cuando una idea es susceptible de provocar la excitación del sistema nervioso más
allá de lo tolerable, esa energía es redistribuida de manera que los elementos amenazantes no
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pueden entrar en la conciencia, y permanecen en lo inconsciente. Esta energía puede ser
sexual o auto-preservativa (en la primera versión), o pueden adoptar, ya una forma amable, ya
una forma agresiva o destructiva (en la segunda versión). El inconsciente en cuestión es una
construcción mental altamente especulativa de Freud, no en el sentido de que esta teoría lo
originó -al contrario, procesos inconscientes han sido reconocidos por filósofos y psicólogos
desde hace más de dos mil años (mencionaremos muchos de tales precursores después)- sino
a causa de la peculiar versión del inconsciente que propone Freud. Él le atribuye poderes y
tendencias que posteriormente la investigación ha sido incapaz de detectar, y por supuesto su
propia teoría ha cambiado mucho en el transcurso de los años, de una manera tan compleja
que sería difícil llegar a un acuerdo sobre la naturaleza precisa del inconsciente de Freud.

Todo el sistema psíquico trata de preservar su equilibrio ante esta distribución de energía, y
ante las amenazas generadas desde dentro y desde fuera, defendiéndose de diversas
maneras. Tales defensas han llegado a ser ampliamente conocidas, y sus nombres son casi
autoexplicativos. Son «sublimación», «proyección», «regresión», «racionalización», etc. Freud
creía que esas defensas eran utilizadas no sólo por los neuróticos o psicóticos ante
acontecimientos traumatizantes que el ego era incapaz de soportar, sino también por personas
normales cuando se enfrentaban con dificultades emocionales. Para ello, una estructura interna
se desarrolla mientras el niño crece, constituida por el id (la fuente biológica de energía), el ego
(la parte del sistema que lo relaciona con la realidad) y el super-ego (la parte que comprende la
consciencia y el autocontrol).

La psicología freudiana también propone ciertas etapas que el niño atraviesa en su desarrollo
hacia la madurez; de ello hablaremos con detalle más adelante. Ellas son todas «sexuales» por
naturaleza (el vocablo es puesto entre comillas porque Freud a menudo lo usa con un
significado que es mucho más amplio de lo que es costumbre en el lenguaje ordinario) y se
relacionan sucesivamente con la boca, el ano y los genitales. Si tal desarrollo no se efectúa de
una manera adecuada, entonces el adulto exhibirá una conducta neurótica o psicótica; esto es
particularmente probable que suceda cuando las defensas que se utilizaron en la temprana
juventud para contener peligrosos elementos psíquicos se rompen.

Un rasgo particular del desarrollo del joven muchacho es que se enamora de su madre, y
desea dormir con ella; el padre es contemplado como un enemigo; un enemigo poderoso que
puede frustrar e incluso castrar al niño. Este es el famoso complejo de Edipo, sobre el cual
tendremos mucho que decir más adelante. Según Freud, la futura salud mental del niño
depende de la manera con que afronta esta situación.

La terapia freudiana se dedica a hacer salir a la superficie material reprimido e inconsciente


para convertirlo en consciente. El terapeuta, usando el método de la libre asociación, desarrolla
una relación especial con el paciente, conocida como transferencia, que, en esencia, implica un
apego del paciente hacia el analista, que será empleado para efectuar la curación; en cierto
modo se parece a los lazos entre el niño y el padre. Que esto conduzca realmente a una
curación es, por supuesto, una cuestión crucial de la que deberemos ocuparnos más adelante;
ahora existe prácticamente la unánime creencia entre los expertos de que el psicoanálisis no
produce, de hecho, tales curaciones.
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Tales son los elementos básicos del psicoanálisis, super-simplificados, pero que, no obstante,
delinean el campo de acción que este libro trata de abarcar. La mayoría de lectores ya estarán
familiarizados con muchos aspectos de la teoría, así como con diversos detalles relevantes que
se irán dando en varios capítulos de este libro. No voy a referirme, excepto en casos muy
ocasionales, a los numerosos discípulos que se rebelaron contra Freud y crearon sus propias
teorías. Uno de los más prominentes, naturalmente, fue Jung, pero la lista de otras figuras,
ligeramente menos conocidas, como Melanie Klein, Wilhelm Stekel, Alfred Adler y muchos
otros, es demasiado-larga para ser citada aquí. Su existencia (¡se ha calculado que en Nueva
York, en este momento, hay, aproximadamente, cien diferentes escuelas de psicoanálisis,
todas enzarzadas en una guerra encarnizada!) subraya la principal debilidad del credo
freudiano; ser enteramente subjetivo en su método de prueba, no poder aconsejar ninguna
manera de decidir entre teorías alternativas. En todo caso, este libro se ocupa de la teoría
freudiana, no de sus discípulos rebeldes, y se concentrará en la propia contribución de Freud.

Capítulo Primero
FREUD, EL HOMBRE

La duda no es un estado agradable, sino, ciertamente, absurdo.


Voltaire

Este libro trata del psicoanálisis, la teoría psicológica creada por Sigmund Freud hace casi un
siglo. El creyó que ponía los cimientos para una ciencia de la psicología, y también pretendió
haber creado un método para el tratamiento de pacientes mentalmente enfermos que era el
único que podía proporcionarles una curación permanente. Este libro considera el status actual
de las teorías de Freud, en general, y evalúa sus pretensiones referentes al rango científico de
tales teorías, y el valor de sus métodos terapeúticos, en particular. Para ello, debemos empezar
con un capítulo sobre Freud, el hombre: esa extraña, contradictoria y un tanto misteriosa
personalidad tras la teoría y la práctica del psicoanálisis.

Por muchos motivos esto sorprenderá a los hombres de ciencia, considerándolo un extraño
principio para un libro de esta clase. Al discutir la mecánica de los quanta no empezamos,
normalmente, con una descripción de la personalidad de Planck; ni tampoco, por lo general,
nos ocupamos de las vidas de Newton y Einstein al hablar de la teoría de la relatividad. Pero en
el caso de Freud es imposible lograr una visión exacta de la obra de su vida sin ocuparnos del
hombre en sí mismo. Después de todo, una gran parte de su teoría se deriva de sus propios
análisis de su personalidad neurótica; su examen de la interpretación de los sueños se basa, a
menudo, en análisis de sus propios sueños, y sus ideas sobre el tratamiento se derivan
extensamente de sus intentos de psicoanalizarse a sí mismo y curar sus propias neurosis. El
mismo Freud, según se ha dicho, es el único hombre que ha sido capaz de imprimir sus
propias neurosis en el mundo, y remodelar a la Humanidad según su propia imagen. Esto es
ciertamente una hazaña; que ello merezca ser considerado algo científico es otra cuestión, de
la que nos ocuparemos en los capítulos sucesivos.

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Ciertamente, para muchos científicos el psicoanálisis es más una obra de arte que una obra de
ciencia. En el arte, la visión del artista es de una importancia total; es subjetivo y, al revés de la
ciencia, no es acumulativo. Nuestra ciencia es netamente superior a la de Newton, pero
nuestro teatro es enormemente inferior al de Shakespeare e incluso al de los antiguos griegos.
Nuestra poesía puede difícilmente compararse con la de Milton, Wordsworth o Shelley, pero en
cambio nuestras matemáticas son bastamente superiores a las de Gauss o de cualquiera de
los viejos gigantes.

Así como el poeta y el dramaturgo plasmaban sus pensamientos buceando en sus propias
vías, también Freud arrancó percepciones de sus propias experiencias, sus trastornos
emocionales y sus reacciones neuróticas. El psicoanálisis como una forma de arte puede ser
aceptable; el psicoanálisis como una ciencia ha evocado siempre las protestas de los
científicos y los filósofos de la ciencia.

El mismo Freud, por supuesto, conocía bien este hecho, y proclamaba que él no era un
científico, sino un conquistador (1). El conflicto estaba profundamente arraigado en su mente, y
a menudo expresó opiniones contradictorias sobre el nivel científico del psicoanálisis y de su
obra en general. De esas dudas nos ocuparemos más adelante; aquí nos limitaremos a
observar que en muchos aspectos importantes, e incluso fundamentales, el psicoanálisis se
desvía de los principios de la ciencia ortodoxa. «Tanto peor para la ciencia ortodoxa », han
exclamado muchos. «¿ Qué hay de tan sagrado en la ciencia para rechazar los maravillosos
descubrimientos del sabio y del profeta?». Tal actitud, en efecto, es adoptada a menudo por los
mismos psicoanalistas, deseosos de interpretar el término «ciencia» para poder incluir en él al
psicoanálisis. El mismo Freud no hubiera estado de acuerdo en ello. El quería que el
psicoanálisis fuera aceptado como una ciencia en el sentido ortodoxo, y hubiera considerado
tales esfuerzos como reinterpretaciones no autorizadas de sus puntos de vista. Tal manera de
contemplar la obra de su vida es incompatible con sus propias ideas. Para él, el psicoanálisis
era una ciencia, o no era nada. Volveremos a esta cuestión en el último capítulo; limitémonos a
consignar aquí que en este libro investigaremos la pretensión del psicoanálisis de ser una
ciencia, empleando el término en su sentido ortodoxo, es decir, como Naturwissenschaft, y no
como Geisteswissenschaft.

Freud nació el 6 de mayo de 1856, en la pequeña ciudad de Freiberg, en Austria, a unas ciento
cincuenta millas al nordeste de Viena, en territorio actualmente cedido a Checoslovaquia. Su
madre era la tercera esposa de un comerciante en paños, y él era el primer hijo de su madre,
pero su padre había tenido dos hijos mayores en su primer matrimonio. Su madre era veinte
años más joven que su marido, y tuvo siete hijos más, ninguno de los cuales pudo compararse
a Sigmund que fue siempre su «indiscutible mimado». Esta preferencia materna hizo creer a
Freud que su posterior confianza en sí mismo ante la hostilidad de los demás se debió al hecho
de ser el favorito de su madre. La familia era judía, aunque no ortodoxa.

Cuando Freud tenía cuatro años de edad, el negocio de su padre empezó a ir mal, y la familia
finalmente se estableció en Viena, donde Freud asistió al colegio Sperl Gymnasium; allí fue un
buen alumno siendo el primero de la clase durante siete años. Destacó particularmente en
idiomas, aprendiendo latín y griego y siendo capaz de leer con facilidad en inglés y francés;
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más tarde estudiaría español e italiano. Sus mayores aficiones eran la literatura y la filosofía,
pero finalmente decidió estudiar medicina, y a los diecisiete anos ingresó en la Universidad de
Viena. Se graduó después de ocho años de estudios, habiéndose ocupado también,
superficialmente, de química y zoología, y finalmente se estableció para ocuparse de
investigación en el laboratorio fisiológico de Ernst Brbecke donde estudió durante seis años,
publicando diversos folletos de naturaleza técnica. Obligado a trabajar para vivir, se licenció por
fin y, en 1882, ingresó en el Hospital General de Viena donde, en calidad de ayudante médico,
prosiguió sus investigaciones y publicó alguna cosa sobre la anatomía del cerebro. De hecho,
su interés por la neurología continuó hasta la edad de cuarenta y un años, publicando
monografías sobre la afasia y la apatía cerebral en los niños.

A la edad de veintinueve años fue nombrado Privatdozent (profesor) en Neuropatología;


también se le concedió una beca viajera que le permitió estudiar durante cinco meses con
Charcot en París. Charcot era famoso por sus estudios sobre la hipnosis, y fue debido a su
relación con él como Freud se interesó más por las materias psicológicas que por las
fisiológicas. A su regreso de París contrajo matrimonio y se inició en la práctica privada de la
medicina, buscando obtener fama como científico mediante el estudio de la conducta neurótica
de sus pacientes, y tratando de elaborar una teoría que tuviera en cuenta los desórdenes
neuróticos, y que le permitiera así efectuar las curaciones que habían sido buscadas en vano
por muchos de sus predecesores. Era extremadamente ambicioso; cuando aún era un
estudiante escribió a su prometida acerca de sus «futuros biógrafos«. Una temprana tentativa
de ganar la fama le llevó a investigar los usos potenciales de la cocaína; estaba
particularmente interesado en su capacidad para reducir el dolor y proporcionar una alegría
duradera. Descubrió que la droga le ayudaba a superar épocas periódicas de depresión y
apatía que frecuentemente interferían su trabajo y parecían abrumarle. No se apercibió de las
propiedades adictivas de la droga e, indiscriminadamente, aconsejó su uso a familiares y
amigos y también, en un folleto que escribió sobre sus propiedades, a todo el mundo. La
cocaína debía desempeñar un papel vital en su desarrollo, como veremos más adelante.

Siguiendo a Charcot, Freud utilizó la hipnosis en sus pacientes privados, pero no quedó
satisfecho con ella. En cambio, se fue interesando en un nuevo método de tratamiento que
había sido inventado por su amigo Josef Breuer, que había desarrollado la «terapéutica
parlante», una nueva técnica para el tratamiento de la histeria, uno de los mayores desórdenes
neuróticos de la época. En esa enfermedad, las parálisis y otros percances físicos aparecen sin
ninguna base orgánica aparente; este desorden parece estar muy ligado a la cultura, pues ha
desaparecido casi por completo en los tiempos modernos (cuando uno de mis estudiantes de
filosofía quiso investigar la capacidad de los histéricos de formar reflejos condicionados, no
pudo, durante, un período de años, encontrar más que un número muy limitado de pacientes
que mostraran siquiera signos rudimentarios de ese desorden clásico). Breuer tenía una
paciente llamada Bertha Pappenheim, una joven de buena familia y con talento, cuyo caso fue
luego homologado bajo el pseudónimo de «Anna O. ». Freud la relajó bajo los efectos de la
hipnosis y la animó a que hablara sobre cualquier cosa que se le ocurriera, la aparente fuente
de todas las «terapias parlantes ». Después de mucho tiempo la muchacha tuvo una fuerte
reacción emocional al relatar un doloroso incidente que ella había aparentemente reprimido en
su subconsciente; a consecuencia de esta catarsis (2), sus síntomas desaparecieron. (Como
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después veremos, este relato, publicado conjuntamente por Freud y Breuer en «Estudios sobre
la Histeria», estaba profundamente equivocado. La muchacha sufría una grave enfermedad
física, y no, en absoluto, una neurosis, y no fue en modo alguno «curada» por el método de la
catarsis que se le administró. Los hechos, como en muchos otros casos publicados por Freud,
eran muy diferentes de lo que él dijo).

En cualquier caso, la mujer de Breuer se sintió celosa de la atracción que sobrevino entre
Breuer y Bertha, de manera que Breuer interrumpió el tratamiento, llevando a su mujer a
Venecia para una segunda luna de miel. Freud, no obstante, continuó trabajando con este
método, sustituyendo la hipnosis con la técnica de la libre asociación, es decir, tomando como
punto de partida acontecimientos de los sueños de sus pacientes, y estimulándoles a que
dijeran lo primero que acudiera a sus mentes al pensar en cosas particulares de los sueños.
Este método de la libre asociación había sido elaborado por Sir Francis Galton, el célebre
polígrafo inglés y uno de los fundadores de la Escuela de Psicología de Londres. Galton, como
Jung cuarenta años más tarde, redactó una lista de cien palabras e hizo que sus clientes,
después de oír cada una de ellas, dijeran la primera palabra que les viniera a la mente,
anotando el tiempo empleado en sus reacciones. Quedó muy impresionado por el significado
de esas asociaciones. Tal como él dijo:

Exponen los fundamentos de los pensamientos de un hombre con curiosa precisión, y exhiben
su anatomía mental con más viveza y verdad de lo que él se atrevería, probablemente, a decir
en público... tal vez la impresión más fuerte que me causaron estos experimentos se refiere a
la multiplicidad del trabajo hecho por la mente en un estado de semi inconsciencia y la razón
válida que dan para creer en la existencia de estratos aún más profundos de operaciones
mentales, profundamente sumergidas bajo el nivel de la conciencia, que deben ser
responsables de tales fenómenos que no podrían, de otro modo, ser explicados.

He aquí otra cita de Galton, referente a sus experimentos con asociaciones de palabras:

...(los resultados) me dieron una visión interesante e inesperada del número de operaciones de
la mente y de las oscuras profundidades en que se desarrollaron, de todo lo cual a penas me
había dado cuenta antes. La impresión general que me han causado es la que muchos de
nosotros habremos sentido cuando nuestra casa se halla en reparaciones, y por primera vez
nos damos cuenta del complejo sistema de cloacas, y tubos de agua y gas, calderas, hilos de
timbre y demás, y que de todo ello depende nuestra comodidad, pero que generalmente no
podemos ver, y cuya existencia, mientras todo funciona bien, nunca nos ha preocupado.

C. T. Blacker, que fue Secretario General de la Sociedad Eugenésica y escribió un libro sobre
Galton, comentó: «Creo que es un hecho notable que Galton, un hombre tímido, que tenía
serias inhibiciones acerca de las materias sexuales, pudiera llegar a una conclusión de este
tipo mediante la aplicación a sí mismo de un sistema de investigación que él mismo había
inventado. Su realización atestigua su candor y su fuerza de voluntad. Pues él superó en sí
mismo las resistencias cuya anulación es precisamente tarea del analista». En palabras del
propio Galton, la tarea que él se impuso a sí mismo era «una labor sumamente repugnante y
laboriosa, y sólo mediante un vigoroso autocontrol pude llegar a los resultados que yo mismo
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había programado». Los trabajos posteriores de Jung y Freud ciertamente amplificaron las
conclusiones de Galton, pero, en realidad, no se distanciaron de ellas en ningún punto
relevante.

Galton publicó sus observaciones en «Cerebro», y como Sigmund Freud se suscribió a esa
revista, es casi seguro que debía estar familiarizado con los trabajos de Galton. No obstante, él
nunca se refirió a la obra de Galton ni tampoco reconoció que éste tuviera prioridad en la
sugerencia de la existencia de los procesos mentales inconscientes. Esto era típico de Freud,
que era muy circunspecto en reconocer las contribuciones hechas por sus predecesores, por
muy directamente que se relacionaran con su propio trabajo. Más adelante encontraremos
muchos otros ejemplos a este respecto.

Acosado por muchos síntomas neuróticos, Freud llevó a cabo un prolongado auto-análisis;
esto, junto con sus experiencias con los pacientes, le condujo a prestar atención a los
acontecimientos de la infancia, y a poner un énfasis particular en la importancia de los primeros
desarrollos sexuales en la formación de las neurosis y en el desarrollo de la personalidad.
Freud analizó sus propios sueños y comprobó los detalles fundamentales con su madre; creyó
haber encontrado residuos de emociones reprimidos de su primera infancia, tanto de
sentimientos destructivos y hostiles hacia su padre como de intenso afecto hacia su madre. Así
nació el complejo de Edipo.

En 1900 publicó su primera obra importante sobre el psicoanálisis, «La Interpretación de los
Sueños». Continuó publicando, atrajo una banda de seguidores devotos que luego se
convirtieron en la Sociedad Psicoanalítica de Viena, y alcanzó el rango de profesor. Presidió a
sus seguidores de una manera muy dictatorial, excluyendo a todos los que no estaban de
acuerdo en todo con él hasta el más mínimo detalle. El más famoso de los «exiliados» fue
probablemente C. G. Jung. El mismo Freud era vagamente consciente de esta tendencia suya
cuando, en 1911, escribió lo siguiente en una de sus cartas: «Siempre ha sido uno de mis
principios el ser tolerante y no ejercer la autoridad, pero en la práctica esto no siempre resulta
tan fácil. Es como los coches y los peatones. Cuando empecé a conducir en coche me irrité
tanto por la falta de cuidado de los peatones como antes, cuando era peatón, me indignaba por
la imprudencia de los conductores ». Desde entonces el psicoanálisis ha continuado siendo un
culto, hostil a todos los forasteros, rehusando totalmente cualquier tipo de críticas, por bien
fundadas que estuvieren e insistiendo en ritos iniciáticos que requerían varios años de análisis
previo llevado a cabo por miembros del círculo.

No tendría mucho sentido relatar aquí otros acontecimientos de la vida de Freud. Los que se
refieren a puntos discutidos en posteriores capítulos serán descritos en los lugares apropiados.
Hay muchas biografías a disposición del público pero por desgracia la mayoría, si no la
totalidad, están escritas por hagiógrafos; adoradores del héroe que no pueden ver nada malo
en su líder, y para los cuales cualquier forma de crítica es un sacrilegio. Incluso los hechos
objetivos son a menudo mal interpretados y mal presentados, y poco crédito puede concederse
a esos escritos.

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Algo parecido ¡ay!, puede decirse acerca de los escritos del mismo Freud. No era lo que podría
llamarse un testimonio veraz; ya hemos observado que le costaba mucho reconocer la
prioridad en los demás, por muy obvia que tal prioridad resultara para el historiador. Estaba
dispuesto a crear una mitología centrada en sí mismo y en sus logros; se contemplaba a sí
mismo como el viejo héroe, batallando contra un entorno hostil, y emergiendo finalmente como
vencedor a pesar de la persecución padecida. Ayudado por sus seguidores consiguió
impresionar al mundo con su descripción totalmente falsa de sí mismo y de sus batallas, pero
cualquiera que esté familiarizado con las circunstancias históricas observará la diferencia entre
la versión de los hechos dada por Freud y los hechos en sí mismos. Al leer e interpretar los
escritos de Freud y de sus seguidores, será útil seguir ciertas reglas. Mencionaremos tales
reglas acto seguido, y también daremos ejemplos para ilustrar la necesidad de las mismas.

La primera regla, y es una muy importante para quien desee comprender lo que hay de verdad
en el psicoanálisis y en Freud, es la siguiente: No creáis nada de lo que leáis sobre Freud o el
psicoanálisis, especialmente cuando ha sido escrito por Freud o por otros psicoanalistas, sin
cotejarlo con la evidencia pertinente. En otras palabras, lo que se asegura es a menudo
incorrecto, e incluso puede ser lo contrario de lo que realmente ocurrió. Consideremos por un
momento lo que Sulloway ha llamado «el mito del héroe en el movimiento psicoanalítico ».
Observa que «pocas figuras científicas, si es que hay alguna, están tan veladas por la leyenda
como Freud ». Tal como él afirma, el relato tradicional de las proezas de Freud ha adquirido
sus proporciones mitológicas a expensas del contexto histórico. De hecho, considera tal
divorcio entre lo que realmente sucedió como un requisito previo para los buenos mitos, que
invariablemente tratan de negar a la historia. Virtualmente, todas las principales leyendas y los
falsos conceptos de la erudición freudiana han surgido de la tendencia a crear el «mito del
héroe».

Los lectores pueden preguntarse por qué deberían creer a Sulloway (o incluso a quien esto
escribe) más que a Freud. En última instancia la respuesta debe ser, por supuesto, que el
lector debe remitirse a los datos originales. Afortunadamente esto es mucho más fácil cuando
historiadores del movimiento freudiano, como Sulloway, aportaron los documentos pertinentes.
Si algo dicho en estas páginas parece improbable, el lector tiene la opción de remitirse a las
fuentes originales sobre las que yo he basado mi demostración. Ahora nos estamos ocupando
del mito del héroe, y la documentación requerida se da en su totalidad en el libro de Sulloway.

Hay dos facetas que caracterizan el mito del héroe en la historia psicoanalítica. La primera es
el énfasis sobre el aislamiento intelectual de Freud durante sus años cruciales de
descubrimientos, y la exageración de la hostil recepción que se dio a sus teorías por parte de
un público no preparado para tales revelaciones. La segunda es el énfasis sobre la «absoluta
originalidad» de Freud como hombre de ciencia, abonando en su cuenta descubrimientos
hechos realmente por sus predecesores, contemporáneos y seguidores. Como dice Sulloway:

Tales mitos sobre Freud, el héroe psicoanalítico, están lejos de ser únicamente un subproducto
casual de su altamente carismática personalidad o de acontecimientos de su vida. Tampoco
son tales mitos azarosas distorsiones de hechos biográficos. Más bien, toda la historia de la
vida de Freud tiende a ser un modelo arquetípico compartido por casi todos los mitos del héroe,
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y su biografía ha sido a menudo remodelada para hacerla encajar en tal modelo arquetípico
cuando sugestivos detalles biográficos lo han permitido.

¿Cuáles son las características principales del tradicional mito del héroe?. Esto corrientemente
implica un peligroso viaje que tiene tres motivos comunes: aislamiento, iniciación y retorno. La
llamada inicial a la aventura es a menudo precipitada por una circunstancia «fortuita»; en el
caso de Freud, el notable caso de Anna O. Puede producirse un rechazo temporal a la llamada
-Freud no volvió a ocuparse de ese sujeto durante seis años; en tal caso, su posterior iniciación
podría ser iniciada por una figura protectora- por ejemplo Charcot, que fue la causa de que
Freud retornara al sujeto. Luego, el héroe afronta una sucesión de pruebas difíciles; puede ser
desviado por mujeres que actúan como tentadoras, de manera que él cometa equivocaciones
(tal equivocación pudo ser la teoría freudiana de la seducción; por ejemplo, la noción de que los
niños que desarrollan neurosis habían sido siempre sexualmente seducidos, una teoría que le
impidió por algún tiempo descubrir la sexualidad infantil y el complejo de Edipo). En esa etapa,
un ayudante secreto acude en socorro del héroe (en el caso de Freud su amigo Fliess, que le
ayudó en el curso de su valiente auto-análisis).

La etapa siguiente del viaje del héroe es la más peligrosa, cuando afronta oscuras resistencias
internas, y revivifica poderes olvidados tiempo ha. Sulloway compara la historia del heroico
auto-análisis de Freud con los episodios igualmente heroicos de Eneas descendiendo al
Averno para enterarse de su destino, o del liderazgo de Moisés sobre los hebreos durante el
éxodo de Egipto. Un bien conocido psicoanalista, Kurt Eissler, ilustra la manera en que se ha
hecho este auto-análisis para que encaje con el modelo heroico:

El heroísmo -uno se inclina a describirlo así- que era necesario para llevar a cabo tal empresa
no ha sido aún suficientemente apreciado. Pero quienquiera que haya experimentado un
análisis personal sabrá cuán fuerte es el impulso de huir de la percepción clara hacia lo
inconsciente y lo reprimido... El auto-análisis de Freud ocupará un día un lugar preeminente en
la historia de las ideas, como el hecho de que ocurrió y continuará siendo, posiblemente para
siempre, un problema que es confuso para el psicólogo.

Después del aislamiento y de la iniciación, tenemos el retorno; el héroe arquetípico, después


de haber pasado su iniciación, emerge como una persona que posee el poder de dispensar
grandes beneficios a sus contemporáneos. No obstante, el camino del héroe no es fácil; debe
afrontar la oposición a su nueva visión por gentes que no pueden comprender su mensaje.
Finalmente, tras una larga lucha, el héroe es aceptado como un guru y recibe su adecuada
recompensa y fama.

Sulloway ha analizado con detalle la acogida que la contribución original de Freud recibió en
los periódicos científicos y la crítica en general. Ernest Jones, biógrafo oficial de Freud, nos
dice que los descubrimientos más creativos de aquél fueron «simplemente ignorados», que,
dieciocho meses después de su publicación «La Interpretación de los Sueños » no había sido
mencionada por ninguna revista científica, y que sólo cinco críticas de esta obra clásica
aparecieron más tarde, tres de ellas completamente desfavorables. Concluye que «raramente
un libro tan importante ha producido un eco tan escaso». Jones añade que mientras «La
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Interpretación de los Sueños» fue calificada de fantástica y ridícula, los «Tres ensayos sobre la
Teoría de la Sexualidad», en los cuales Freud cuestiona la inocencia sexual de la infancia,
fueron considerados sorprendentemente malvados. «Freud era un hombre con una mente
maligna y obscena... ese ataque a la prístina inocencia de la infancia era intolerable».

El mismo Freud, en su «Autobiografía», trató de dar una impresión parecida. «Durante más de
diez años posteriores a mi separación de Breuer no tuve seguidores. Estuve completamente
aislado. En Viena las gentes se apartaban de mí; en el extranjero nadie me hacía caso. Mi
«Interpretación de los Sueños», publicada en 1900, fue apenas mencionada en las revistas
técnicas ». Y nos confiesa: « Yo era uno de esos hombres que turban el sueño del mundo No
podía pretender gozar de objetividad y tolerancia».

Todo esto está en la línea del bello mito de la iniciación del héroe al comienzo de su viaje, pero
una mirada a los verdaderos hechos históricos mostrará que la recepción inicial de las teorías
de Freud fue muy diferente de esta apreciación original. La «Interpretación de los Sueños» fue
inicialmente analizada en, por lo menos, once revistas periódicas y publicaciones sobre estos
temas, incluyendo siete en el campo de la filosofía y teología, psicología, neuropsiquiatría,
investigación psíquica y antropología criminal. Esas críticas fueron presentaciones
individualizadas, no sólo noticias de rutina y, todas juntas representaban más de siete mil
quinientas palabras. Aparecieron aproximadamente un año después de su publicación, lo que
es probablemente más rápido de lo ordinario. Acerca del ensayo « Sobre los Sueños », se han
hallado diecinueve críticas, todas ellas aparecidas en periódicos médicos y psiquiátricos, con
un total de unas nueve mil quinientas palabras y a un intervalo-promedio de tiempo de ocho
meses. Tal como Bry y Rifkin, que llevaron, a cabo la investigación sobre las que se basan
estos hallazgos, hicieron notar:

«Resulta que los libros de Freud sobre los sueños fueron amplia y rápidamente comentados en
revistas conocidas, que incluían a las más importantes en sus respectivos campos. Además,
los editores de las biografías internacionales anuales en psicología y filosofía seleccionaron los
libros de Freud sobre los sueños para su inclusión... más o menos a finales de 1901; el aporte
de Freud fue propuesto a la atención de círculos generalmente informados sobre Medicina,
Psiquiatría y Psicología a escala internacional... Algunas de las críticas son profundamente
competentes, varias son escritas por autores de investigación capital sobre el tema, y todas
son respetuosas. El criticismo negativo sólo aparece después de una recesión sumaria del
contenido principal de los libros».

Así pues, los dos libros de Freud sobre los sueños fueron objeto, por lo menos, de treinta
comentarios separados totalizando unas diecisiete mil palabras; nótese el contraste entre los
hechos y lo que se ha dicho sobre este período por Freud, Jones y los biógrafos de Freud en
general. Tampoco sería cierto decir que todos estos comentarios fueron enteramente hostiles a
la nueva teoría de Freud sobre los sueños. El primero en aparecer describió su libro diciendo
que «haría época», y el psiquiatra Paul Naecke, que gozaba de reputación internacional en la
materia y había comentado muchos libros en el mundo médico de habla alemana dijo que «La
Interpretación de los Sueños» era «lo más profundo que el sueño de la psicología ha producido

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hasta ahora... en su totalidad la obra está forjada cono un todo unificado y está pensada en
profundidad con verdadero genio».

Es interesante la reseña escrita por el psicólogo William Stern, que Jones ha descrito, junto con
varios otros, como «casi tan devastadora como lo habría sido el silencio total». He aquí lo que
dijo realmente Stern:

Lo que me parece más válido de todo el empeño (del autor) en no confinarse en el tema de la
explicación de los sueños, en la esfera de la imaginación, el papel de las asociaciones, la
actividad de la fantasía y las relaciones somáticas, sino en aludir a los múltiples hilos, tan poco
conocidos, que llevan al mundo más nuclear de los afectos y que tal vez harán comprensible la
formación y selección del material de la imaginación. En otros aspectos, también, el libro
contiene muchos detalles de valor altamente estimulante, finas observaciones y puntos de vista
teóricos; pero por encima de todo (contiene) material extraordinariamente rico de sueños muy
exactamente relatados, que deberán ser bienvenidos para quien desee trabajar en este campo.

¿Devastador?. ¿Y qué decir de los «Tres ensayos sobre la Teoría de la Sexualidad»?.


También ella fue bien recibida por el mundo científico, y provocó por lo menos diez reseñas las
cuales, no sin críticas, ciertamente, aprobaron la contribución de Freud. Consideremos lo que
dije Paul Naecke:

El crítico no conoce ninguna otra obra que trate importantes problemas sexuales de una
manera tan breve, ingeniosa y brillante. Para el lector, e incluso para el experto, se abren
horizontes enteramente nuevos, y maestros y padres reciben nuevas doctrinas para
comprender la sexualidad de los niños... admitámoslo, el autor ciertamente generaliza
demasiado sus tesis... de la misma manera que cada uno ama especialmente a sus propios
hijos, también ama el autor sus teorías. Si no podemos seguirle en este y en otros muchos
casos, ello substrae muy poco del valor del conjunto... el lector sólo puede formar una idea
correcta de la enorme riqueza del contenido. POCAS PUBLICACIONES VALEN TANTO SU
DINERO COMO ÉSTA. (Enfatizado por Naecke).

Y otro bien conocido sexólogo concluyó que ninguna otra obra publicada en 1905 había
igualado la profundidad de Freud en el problema de la sexualidad humana.

Sulloway hace observar que es de un significado histórico particularmente importante que


«ningún comentarista criticó a Freud por su teoría sobre la vida sexual infantil, aun cuando
algunos, a este respecto, disintieran de algunas afirmaciones específicas sobre las zonas
erogenéticas bucales y anales». De hecho, como dijo Ellenberger: «Nada está más lejos de la
realidad que la creencia corriente de que Freud fue el primero en proponer nuevas teorías
sexuales en una época en que todo lo sexual era tabú. En Viena, donde Sacher-Masoch,
Krafft-Ebing y Weiningen eran ampliamente leídos, las ideas de Freud acerca del sexo
difícilmente podían ser consideradas chocantes por nadie».

Hay más evidencia que demuestra que lo que Freud y sus biógrafos dijeron acerca del
desarrollo del psicoanálisis y el destino personal del héroe contradecía los hechos tal como
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ocurrieron, pero los lectores interesados en esto deben referirse a Sulloway, Ellenberger y otros
autores mencionados en mi lista de referencias. Lo que se ha dicho debería ser suficiente para
demostrar que las afirmaciones hechas por Freud y sus seguidores no pueden ser tomadas
como hechos cabales. La intención obvia es el desarrollo de una mitología que presente a
Freud como el héroe tradicional, y no se permite que ningún hecho obstaculice a este mito. Y
esa mitología no se ha ocupado solamente de esos primeros tiempos, sino que se ha extendido
en muchas otras direcciones. Esto nos lleva a la segunda regla que debe seguir el lector
interesado en un relato veraz del psicoanálisis. No creer nada dicho por Freud y sus discípulos
sobre el éxito del tratamiento psicoanalítico. Como ejemplo, tomemos el caso de Anna O.
quien, según el mito, fue completamente curada de su histeria por Breuer, y cuya historia es
presentada como un caso clásico de histeria.

Anna era una muchacha de veintiún años cuando Breuer fue requerido para que la atendiera.
Había contraído una enfermedad mientras cuidaba a su padre enfermo, y en opinión de Breuer
el trauma emocional conectado con su enfermedad y eventual fallecimiento fue la causa que
precipitó sus síntomas. Breuer la trató con la nueva «terapia parlante», que sería adoptada más
tarde por Freud. Él y Freud aseguraron que los síntomas que afligían a Anna habían sido
«permanentemente eliminados» por el tratamiento catártico, pero las notas del caso se hallaron
recientemente en el Sanatorio Bellevue, en la ciudad suiza de Kreuzlingen. Las notas en
cuestión contenían la prueba definitiva de que los síntomas que Breuer aseguraba haber
eliminado continuaban presentes mucho tiempo después de que Breuer hubiera cesado de
ocuparse de ella. Los síntomas habían comenzado con una «tos histérica», pero pronto
empezaron a producirse contracciones musculares, parálisis, desmayos, anestesias,
peculiaridades de la visión y muy extrañas alteraciones del habla. Nada de esto fue curado por
Breuer, sino que continuó mucho tiempo después de que él hubiera dejado de tratarla.

Además, Anna no padecía histeria en absoluto, sino que estaba aquejada de una seria
enfermedad física, llamada «meningitis tuberculosa». Thornton relata enteramente la historia:

La enfermedad sufrida por el padre de Bertha (el verdadero nombre de Anna era Bertha
Pappenheim) era un absceso sub-pleurítico, una complicación común de la tuberculosis
pulmonar, entonces muy extendida en Viena. Ayudando en los cuidados al enfermo y pasando
muchas horas a la cabecera de su cama, Bertha estaba expuesta a la infección. Además, ya en
1881 su padre había sufrido una operación, probablemente incisión del absceso e inserción de
una sonda; esta intervención le fue practicada a domicilio por un cirujano vienés. El cambio de
ropas y la evacuación de las secreciones purulentas ciertamente originaría la diseminación de
los organismos infecciosos. La muerte del padre a pesar de todos los cuidados indicaría la
existencia de una virulenta corriente del organismo invasor.

El detallado relato de Thornton debería ser consultado y tenido en cuenta, así como el hecho
de que el tratamiento de Breuer fue totalmente ineficaz, sin relación alguna con la enfermedad
propiamente dicha, y basado en un diagnóstico erróneo. Así, todas las pretensiones de Freud y
sus discípulos sobre el caso parten de una concepción falsa, y además Thornton deja claro que
Freud conocía, al menos, alguno de estos hechos. Lo mismo puede decirse de sus seguidores;
de hecho fue Jung quien, antes que nadie, observó que el supuesto éxito del tratamiento no
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había sido un éxito en absoluto. Esta historia debería volvernos muy cautelosos antes de
aceptar los pretendidos éxitos curativos de Freud y sus discípulos. Encontraremos más
adelante otros ejemplos de esta tendencia a apuntarse éxitos donde realmente no existieron; el
caso del Hombre Lobo es un ejemplo obvio que será tratado con algún detalle en un posterior
capítulo. Otra vez nos topamos con el mito del héroe, superando obstáculos imposibles y
alcanzando el éxito; desgraciadamente, muchos de los éxitos en los casos de Freud eran
imaginarios. Los lectores interesados en los hechos deberían acudir a las cuidadosas
reconstrucciones históricas de escritores como Sulloway, Thornton, Ellenberger y otros que
desenterraron los detalles de estos casos; los hechos son completamente diferentes de las
historias contadas por Freud.

Una tercera regla general que debiera ser seguida por quien estudiara la contribución de Freud
es esta: No aceptar pretensiones de originalidad, sino examinar la obra de los predecesores de
Freud. Ya hemos hecho observar, en relación con el descubrimiento por Galton del método de
la libre asociación, que a Freud no le gustaba que sus «descubrimientos» ya hubieran sido
descubiertos antes por otros. De manera parecida, utilizó sin referencias los importantes
trabajos del psiquiatra francés Pierre Janet sobre la ansiedad; esta especie de anticipación,
también, ha sido ampliamente documentada por Ellenberger. Pero tal vez el ejemplo más claro
y obvio lo constituye la doctrina del inconsciente. Los apólogos de Freud lo presentan como si
éste hubiera sido el primero en penetrar en los negros abismos del inconsciente, el héroe
solitario enfrentándose a graves peligros en su búsqueda de la verdad. Desgraciadamente,
nada está más lejos de los hechos. Como ha demostrado Whyte en su libro «El Inconsciente
antes de Freud», éste tuvo centenares de predecesores que postularon la existencia de una
mente inconsciente, y escribieron sobre ello con abundancia de detalles. De hecho, hubiera
sido muy difícil encontrar algún psicólogo que no hubiera postulado alguna forma de
inconsciente en su tratamiento de la mente. Todos ellos discrepaban en la naturaleza precisa
de la mente inconsciente de la que hablaban, pero Freud, en su versión, se acercó mucho a la
de E. von Hartmann, cuya «Filosofía del Inconsciente», publicada en 1868, trataba de la
presentación de un relato de procesos mentales inconscientes. Como aclara Whythe:

Hacia 1870 el inconsciente no era un tópico reservado a los profesionales; ya estaba de moda
que hablaran de ello los que querían exhibir su cultura. El escritor alemán von Spielhagen, en
una novela escrita hacia 1890 describió el ambiente de un salón berlinés en los años 1870,
cuando dos temas dominaban la conversación: Wagner y von Hartmann, la música y la
Filosofía del inconsciente, Tristán y el instinto.

La «Filosofía del Inconsciente» es un voluminoso libro, de mil cien páginas en su traducción al


inglés; da una excelente visión de los predecesores de von Hartmann, incluyendo una
discusión sobre las ideas contenidas en los Vedas hindúes, y los escritores Leibniz, Hume,
Kant, Fichte, Hamann, Herder, Schelling, Schubert, Richter, Hegel, Schopenhauer, Herbart,
Fechner, Carus, Wundt y muchos otros. Como dice Whyte, «hacia 1870 Europa estaba madura
para abandonar la visión cartesiana del conocimiento, pero no preparada para aceptar que la
psicología tomara su relevo». Whyte afirma que Freud no había leído a von Hartmann, pero
esto es improbable, y en cualquier caso se sabe que había en su biblioteca un libro que
explicaba con todo detalle las ideas expresadas por von Hartmann.
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Unas cuantas citas de psiquiatras ortodoxos de Inglaterra podrán dar una idea de hasta qué
punto la importancia de lo inconsciente había sido aceptada mucho antes de que Freud
apareciera en escena. He aquí una cita de Laycock, publicada en 1860: « No hay un hecho
general tan bien corroborado por la experiencia de la Humanidad ni tan universalmente
aceptado como guía en los asuntos de la vida, como la vida y la acción del inconsciente». Y
Maudsley expresó la idea de la escuela inglesa de Psiquiatría en su «Fisiología y Patología de
la mente», publicada en 1867, con las siguientes palabras: «La parte más importante de la
acción mental, el proceso mental del que depende el pensamiento, es la actividad mental
inconsciente ». Podrían encontrarse muchos más ejemplos en los escritos de W. B. Carpenter,
J. C. Brodie y D. H. Tuke.

Una última cita bastará. Procede de Wilhelm Wundt, el padre de la psicología experimental, y
notable introinspeccionista, alguien difícil de imaginar como interesado en el inconsciente. He
aquí lo que dijo: «Nuestra mente está tan afortunadamente equipada que nos proporciona las
bases más importantes para nuestros pensamientos sin poseer el menor conocimiento sobre
su forma de elaboración. Sólo los resultados llegan a ser conscientes. Esta mente inconsciente
es para nosotros como un ser desconocido que crea y produce para nosotros, y finalmente nos
deja sus frutos maduros».

Es evidente que no puede discutirse el hecho de que muchos filósofos, psicólogos e incluso
fisiólogos profesionales postularon una mente inconsciente mucho antes que Freud, y la noción
de que él inventó «el inconsciente» es simplemente absurda. En relación con estas teorías del
inconsciente, el famoso psicólogo alemán H. Ebbinghaus, que fue el único en introducir el
estudio experimental de la memoria en este campo, se quejó: «Lo que es nuevo en estas
teorías no es verdad, y lo que es verdad no es nuevo ». Este es el epitafio perfecto, no sólo de
las teorías de Freud sobre el inconsciente, sino de toda su obra, y tendremos ocasión de volver
sobre ello muchas veces. La actividad inconsciente ciertamente existe, pero el inconsciente
freudiano popularizado como un drama de moralidad medieval por figuras mitológicas tales
como el ego, el id y el super-ego, el censor, Eros y Zánatos, e imbuidos por una variedad de
complejos, entre ellos los de Edipo y de Electra, es demasiado absurdo para marcar el status
científico.

Ocupémonos ahora de nuestra cuarta sugerencia a los lectores de Freud. Es esta: Ser
cautelosos en aceptar la supuesta evidencia sobre la pertinencia de las teorías freudianas; la
evidencia demuestra, a menudo, exactamente lo contrario. Más adelante encontraremos más
pruebas de apoyo de esta tesis, pero queremos adelantar un ejemplo para ilustrar lo que
queremos decir. Este ejemplo está tomado de la teoría freudiana de los sueños, según la cual
los sueños son siempre expresión de unos deseos; deseos relativos a represiones infantiles.
Como mostraremos en el capítulo dedicado a la interpretación de los sueños, Freud da en su
libro muchos ejemplos de la manera en que interpretaba los sueños, pero, sorprendentemente,
ninguno de ellos tiene nada que ver con represiones infantiles. Esto es ampliamente
reconocido por los mismos psicoanalistas. He aquí lo que dijo sobre el particular uno de los
más ardientes seguidores de Freud, Richard M. Jones, en «La Nueva Psicología del Sueño»:
«He llevado a cabo un análisis profundo de «La Interpretación de los Sueños» y puedo afirmar
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que no hay en ellos ni un solo ejemplo de cumplimiento del deseo que tenga nada que ver con
el criterio de referencia de un deseo infantil reprimido. Cada ejemplo propone un deseo, pero
cada deseo es, ya una reflexión totalmente consciente, ya un deseo reprimido de origen post-
infantil». Volveremos a este punto más adelante.

Tomemos un ejemplo de un bien conocido psicoanalista americano, para ilustrar las


dificultades que entraña la correcta interpretación de los sueños según la teoría freudiana. He
aquí el sueño: Una joven soñó que un hombre estaba intentando montar un caballo marrón
muy vivaracho. Hizo tres tentativas sin éxito; a la cuarta logró sentarse en la silla de montar y
empezó a cabalgar. En el simbolismo general de Freud, montar a caballo representa a menudo
el coito. Pero el analista basó su interpretación en la asociación del sujeto. El caballo
simbolizaba al soñador, cuya lengua materna era la inglesa; y en su infancia le habían dado un
apodo, la palabra francesa cheval, y su padre le había dicho que significaba «caballo». El
analista observó que su cliente era morena, menuda y vivaracha, como el caballo del sueño. El
hombre que intentaba montar el caballo era uno de los más íntimos amigos de la soñadora.
Ella admitió que al flirtear con él había llegado tan lejos, que en tres ocasiones él había
intentado aprovecharse de la situación, pero que siempre sus sentimientos morales se habían
impuesto en el último instante, y se había salvado. Las inhibiciones no son tan fuertes en los
sueños como en la vida; en su sueño ocurrió una cuarta tentativa que terminó con la realización
del deseo. En este caso, la interpretación de las asociaciones respalda la interpretación
simbólica del sueño.

Un psicoanalista francés, Roland Dalbiez, que escribió un libro muy bien conceptuado, «El
Método Psicoanalítico y la Doctrina de Freud», afirma que:

En toda la literatura del psicoanálisis que he podido examinar, no conozco un caso más
altamente ilustrativo... Si se rechaza la teoría psicoanalítica, se hace necesario afirmar que no
hay causalidad de ninguna clase entre la vida en sueño y la vida despierta, sino tan sólo
coincidencias fortuitas. Entre el apodo de cheval dado a la soñadora en su juventud y las tres
tentativas sin éxito llevadas a cabo por su amigo para seducirla, por una parte, y las tres
tentativas falladas hechas por ese hombre para montar al caballo en el sueño, por la otra, no
hay ningún lazo de dependencia: esto es precisamente lo que los que rehúsan aceptar la
interpretación psicoanalítica están obligados a mantener.

Muchos lectores de interpretaciones de sueños como este se han llegado a convencer de que
están de acuerdo con las teorías freudianas, pero ciertamente esto no es así. En la teoría
freudiana los deseos en cuestión son inconscientes, pero difícilmente puede pretenderse que
una mujer que está a punto de ser seducida tres veces es inconsciente acerca de sus deseos
de consumar el coito con el hombre en cuestión. Además, el deseo implicado no es un deseo
infantil, sino uno real y bien presente. En otras palabras, la interpretación del sueño no debe
nada a la teoría freudiana de la interpretación de los sueños, sino que más bien la contradice.
El deseo implicado en el sueño es perfectamente consciente y presente, y esto va totalmente
en contra de la hipótesis de Freud. Así nos encontramos ante la rara pero a menudo repetida
situación de que los hechos que se nos proponen como prueba de la exactitud de las teorías
freudianas sirven, de hecho, para invalidarlas.
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Tampoco es cierto decir que los críticos del psicoanálisis se verían forzados a negar todo lazo
de dependencia entre el sueño y la realidad. El simbolismo, tal como demostraremos en el
capítulo sobre los sueños, ha sido empleado durante miles de años, y a menudo usado en la
interpretación de los sueños. La interpretación del sueño basada en el sentido común y su
simbolismo parece ser mucho más correcta que la freudiana, que presupone inexistentes
deseos infantiles inconscientes. Más adelante nos ocuparemos de este problema con mayor
detalle; aquí el ejemplo ha sido citado meramente para ilustrar una estratagema
frecuentemente utilizada por Freud y sus seguidores para intoxicar al lector y hacerle creer que
un caso particular corrobora los puntos de vista de Freud, cuando en realidad los desmiente. La
interpretación de un sueño es aceptada porque tiene sentido basándose en el sentido común y
así se impide al lector que piense profundamente sobre la verdadera relevancia del sueño con
respecto a la teoría freudiana, que es mucho más compleja y retorcida que lo que una
interpretación rectilínea podría sugerir.

Ahora llegamos al último consejo propuesto a los lectores que deseen evaluar la teoría
psicoanalítica y la personalidad de su creador. Helo aquí: Al estudiar la historia de una vida, no
olvidarse de lo que es obvio. Ilustraremos la importancia de este consejo con referencia a la
historia de la vida de Freud, y trataremos de explicar la gran paradoja que nos presenta. Esta
paradoja es el súbito e inesperado cambio que ocurrió en Freud a principios de la década de
los años 1890. A finales de los años ochenta, Freud era un lector de la Universidad, un asesor
honorario del Instituto para las Enfermedades Infantiles, y director de su Departamento de
Neurología. Había ya publicado bastante sobre temas referentes a neurología y era un notable
neuroanatomista cuya capacidad técnica había sido reconocida. Estaba felizmente casado y
tenía una familia -que constantemente aumentaba- que mantener, y se dedicaba
lucrativamente a la práctica privada de la Medicina, especializado en enfermedades del sistema
nervioso. Era un miembro noconformista de la burguesía, un conservador y un ortodoxo. Todo
esto cambió bruscamente a principios de los años noventa.

Este cambio se aprecia muy claramente en su filosofía general; donde previamente había sido
extremadamente convencional y victoriano en sus actitudes ante el problema sexual, ahora
abogaba por el total abandono de toda moral sexual convencional. Su estilo de escribir cambió,
tal como se aprecia en sus publicaciones. Hasta el cambio, sus contribuciones científicas
habían sido lúcidas, concisas y conformes con el estado del conocimiento tal como existía en
aquella época, pero entonces su estilo se volvió extraordinariamente especulativo y teórico,
forzado e ingenioso.

Ernest Jones, el biógrafo oficial de Freud, también nos dice que durante este período
(aproximadamente entre 1892 y 1900) Freud experimentó un marcado cambio de personalidad
y sufrió de una «muy considerable psiconeurosis, caracterizada por cambios de humor desde
una profunda euforia hasta una tremenda depresión y estados crepusculares de consciencia».
Durante el mismo período desarrolló inexplicados síntomas de irregularidad cardíaca y
aceleración de los movimientos del corazón. Padeció un extraño mal llamado «neurosis de
reflejo nasal», y concibió un violento odio hacia su viejo amigo y colega Breuer, mientras al
mismo tiempo experimentaba una intensa admiración y devoción hacia otro amigo, Wilhelm
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Fliess. Y el cambio mayor que ocurrió fue que, cuanto más el impulso sexual se convertía en la
piedra angular de su teoría general, menos lo practicaba, de manera que al final del siglo había
terminado virtualmente de mantener relaciones sexuales con su mujer.

Otros síntomas de cambio de personalidad, que aparecieron hacia esa época fueron la
convicción mesiánica de una misión, la aceptación del mito del héroe (ya mencionado), y la
general tendencia dictatorial a gobernar a sus seguidores y expulsarles si expresaban la menor
o más ligera duda acerca de la verdad absoluta de sus teorías. Esto, también, difiere
totalmente de la conducta del primitivo Freud, que no mostraba ninguno de esos raros e
inaceptables rasgos de carácter.

Thornton, basándose en la correspondencia de Freud con Fliess, ha formulado una hipótesis


muy clara que explicaría todos esos súbitos cambios en términos de una adicción que Freud
desarrolló por la cocaína. Freud había trabajado con la cocaína, la había usado para combatir
sus frecuentes jaquecas, y había recomendado entusiásticamente su uso a todos los que
quisieran controlar sus estados mentales. Fliess había elaborado una teoría más bien absurda
acerca de la cocaína que, según él, era capaz de aliviar drásticamente los dolores de cabeza y
otros males mediante la aplicación nasal. Lo que sucede en realidad es que la aplicación de la
droga a las membranas mucosas, tales como las del interior de la nariz, resulta una absorción
extremadamente rápida, de manera que la droga se incorpora muy pronto a la corriente
sanguínea y llega al cerebro con rapidez y prácticamente sin alteración. No cabe duda sobre el
hecho de que Freud fue inducido por Fliess a usar cocaína con objeto de curar sus cefaleas y
mejorar su «neurosis de reflejo nasal». He aquí lo que dice Ernest Jones sobre ello: Luego,
como si hubiera alguna relación en su trato con un rinólogo, Freud sufrió mucho de una
infección nasal durante esos años. De hecho, ambos la padecieron (es decir, Freud y Fliess) y
un interés poco común fue tomado por ambas partes acerca del estado de las respectivas
narices, órganos que, después de todo, habían llamado en primer lugar la atención de Fliess en
los procesos sexuales. Fliess operó dos veces a Freud, probablemente por cauterización de los
huesos espirales; la segunda vez fue en el verano de 1895. La cocaína, en la que Fliess tenía
una gran fe, fue constantemente recetada.

Desafortunadamente, como es natural, este uso de la cocaína fijó un círculo vicioso causando
una verdadera patología nasal y empeorando lo que se suponía debía curar, como indica
Thornton, «tal patología es concomitante con el uso crónico regular de la cocaína. Necrosis de
las membranas, aparición de costras, ulceración y frecuentes hemorragias con las infecciones
resultantes, son las invariables secuelas de su uso... La infección de los tejidos ulcerados
produce serias infecciones sinoidales, que Freud padeció en la segunda parte de la década».
Esta, pues, era la razón del «interés poco común» por las respectivas narices que tanto divertía
a Jones en su relato sobre Freud y Fliess. «Ambos hombres habían empezado a sufrir los
efectos de la cocaína en el cerebro. De aquí procede la calidad progresivamente extraña de las
teorías de los dos conforme transcurría el tiempo».

Hay evidencia directa de esta teoría en los escritos del mismo Freud. Así en « La Interpretación
de los Sueños » menciona su preocupación por su propio estado de salud cuando escribe
sobre sus pacientes. He aquí lo que escribe: «Hacía un uso frecuente de la cocaína en esa
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época para aliviar ciertas dolorosas molestias nasales, y había oído unos días antes que una
de mis pacientes que había seguido mi ejemplo había contraído una extendida necrosis de la
membrana mucosa nasal». Thornton comenta: «El uso de la cocaína por Freud no tenía por
objeto únicamente el alivio de un ataque ocasional de migraña. Quedó cogido en la trampa de
un círculo vicioso de tomar cocaína para reducir dolores nasales que habían sido realmente
causados por la misma droga, los cuales aumentaban con mayor intensidad aun cuando sus
efectos desaparecían. El resultado fue el uso casi continuo de la cocaína».

¿Puede esto considerarse como un caso probado?. La evidencia es sumamente circunstancial,


pero cualquier lector del detallado y cuidadoso análisis de Thornton encontrará esa evidencia
realmente fuerte. Nuevas pruebas adicionales y concluyentes pueden hallarse en la
correspondencia de Freud con Fliess, pero la familia de Freud negó a Thornton y a otros
investigadores académicos la posibilidad de examinar ese material. Lo que está fuera de toda
duda es que los extraños cambios que experimentó Freud corresponden muy precisamente a
la clase de cambios, tanto físicos como psicológicos, que se han observado muchas veces en
pacientes que sufren adicción de cocaína. Es posible, pues, que estemos equivocados (como
Freud y Breuer lo estaban en el caso de Anna O.) al atribuir síntomas de conducta a causas
psicológicas y a neurosis; en ambos casos ha debido haber una causa física. Los médicos
ortodoxos a menudo omiten las enfermedades psicológicas y las atribuyen a causas físicas, los
psicoanalistas incurren en errores similares en la dirección opuesta. Sólo una investigación
detallada libre de nociones preconcebidas puede decirnos en cada caso concreto las
verdaderas causas del mal.

Hemos dicho ya lo suficiente sobre Freud el hombre, y sobre los peligros de tomar demasiado
en serio cualquier cosa que él y sus discípulos hayan dicho. El lector puede ahora sentirse
preocupado y desorientado en determinadas cuestiones. ¿Cómo es posible que Freud pudiera
ilustrar sus teorías sobre los sueños y el inconsciente en « La Interpretación de los Sueños »,
usando exclusivamente como ejemplos sueños que se apartaban completamente de su
teoría?. ¿Cómo puede ser que muchos de los críticos que él consideraba abiertamente hostiles
dejaran de ver lo obvio?. ¿Cómo es que psicoanalistas que ahora han observado ese defecto
todavía proclaman que « La Interpretación de los Sueños » es una obra genial?. Hay muchas
de estas preguntas que surgen del material aquí analizado; la principal respuesta deberá ser,
seguramente, que la teoría de Freud no es científica en el sentido ordinario de la expresión, y
que ha sido añadida como un elemento de propaganda, completamente aparte de los hechos
del caso, más que en términos de prueba de una teoría científica.

Este esfuerzo propagandístico ha adoptado una forma extraordinaria. Las críticas, por
fundadas que fueran, nunca fueron contestadas en términos científicos; los autores de las
mismas fueron acusados de ser hostiles al psicoanálisis; hostilidad producida por deseos
infantiles y sentimientos neuróticos reprimidos. Tal clase de argumentum ad hominem es
contrario a la Ciencia y no puede ser tomado en serio. Sean cuales fueren los motivos de un
crítico, el hombre de ciencia debe contestar a las partes racionales de la crítica. Esto no lo han
hecho nunca los psicoanalistas; tampoco han considerado hipótesis alternativas a la freudiana,
tal como documentaremos en sucesivos capítulos. Tales no son características de la Ciencia,
sino de la Religión y la Política. El héroe mitológico de Freud se aparta completamente del
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papel del hombre de ciencia serio y adopta el del profeta religioso o del líder político. Sólo,
pues, en tales términos podemos comprender los hechos analizados en este capítulo. Una
comprensión de Freud, el hombre, es necesaria antes de que podamos comprender el
psicoanálisis como movimiento. En todo arte, hay una estrecha relación entre el artista y la
obra que produjo. No así en la Ciencia. El cálculo diferencial hubiera sido inventado incluso sin
Newton, y de hecho Leibniz lo inventó al mismo tiempo, y de manera totalmente independiente.
La Ciencia es objetiva y ampliamente independiente de la personalidad; el Arte y el
psicoanálisis son subjetivos, e íntimamente relacionados con la personalidad del artista. Como
veremos detalladamente más adelante, el movimiento psicoanalítico no es científico en el
sentido ordinario de la palabra, y todas las rarezas mencionadas en este capítulo surgen de
este simple hecho.

Hans J. Eysenck: Decadencia y Caída del Imperio Freudiano


Hans J.Eysenck: Decadencia y Caída del Imperio Freudiano

CAPITULO SEGUNDO
EL PSICOANÁLISIS COMO MÉTODO DE TRATAMIENTO

El único patrón por el que puede regirse la verdad son sus resultados prácticos.
Mao-Tse-Tung

Para el lego, el psicoanálisis es conocido sobre todo como un método de tratamiento de


desórdenes mentales, neuróticos y posiblemente psicóticos. Ciertamente Freud elaboró la
teoría y métodos del psicoanálisis, en un principio, para tratar pacientes, y reclamó amplios
títulos para tales métodos. El primero de ellos era que el psicoanálisis curaría los desórdenes
de los enfermos mentales; el segundo que sólo el psicoanálisis era capaz de ello. Su teoría de
la neurosis y la psicosis esencialmente afirma que las quejas con las que el paciente se
presenta ante el psiquiatra o el psicólogo son meramente síntomas de otra enfermedad,
profunda y subyacente; a menos de qué esa enfermedad sea curada, no hay esperanza para el
paciente. Si tratamos de eliminar los síntomas, bien se presentarán de nuevo, bien tendremos
una sustitución de síntomas, por ejemplo, la emergencia de otro síntoma, tan molesto como el
original, o más aún. De ahí el desdén de Freud por lo que él llamó «curas sintomáticas», un
desdén compartido por sus modernos sucesores.

Freud creía que la «enfermedad«, que subyacía bajo los síntomas mostrados por el paciente
era debida a la represión de pensamientos y sentimientos que estaban en conflicto con la
moralidad y actitud consciente del mismo; los síntomas eran la erupción de esos pensamientos
y deseos reprimidos e inconscientes. La única manera de curar al paciente era darle
«percepción interior», mediante la interpretación de sus sueños y de sus lapsus linguae, de sus
fallos de memoria y sus actos inadecuados todo lo cual, habiendo sido causado por elementos
reprimidos, podía ser utilizado para llegar a su origen. Una vez conseguida esa «percepción», y
por ello Freud entendía no sólo acuerdo cognitivo con el terapeuta sino también aceptación del
nexo causal, los síntomas se desvanecerían y el paciente estaría curado. Sin tal percepción,
algún otro tratamiento podría tener éxito suprimiendo los síntomas por algún tiempo, pero la
enfermedad permanecería.
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Este modelo, tomado desde el punto de vista médico sobre la enfermedad, era muy atractivo
para los doctores. Están acostumbrados a oír -y a decir- que uno no debe tratar directamente la
fiebre, porque no es más que un síntoma. Lo que debe hacerse es atacar la enfermedad que
causa la fiebre, porque ésta desaparecerá una vez la enfermedad haya sido eliminada. Por
supuesto, incluso en medicina general la distinción entre enfermedad y síntoma no es siempre
clara: ¿una pierna rota es un síntoma, o una enfermedad?. Freud y sus seguidores nunca
dudaron sobre la aplicabilidad del modelo médico a los desarreglos mentales, pero, como
vamos a ver, su visión no es obviamente cierta, y se han propuesto puntos de vista
alternativos.

En años posteriores Freud se fue volviendo claramente pesimista sobre la posibilidad de usar
el psicoanálisis como método de tratamiento; poco antes de su muerte declaró que él sería
recordado como pionero de un nuevo método para investigar la actividad mental, más que
como un terapeuta, y, como veremos, muy graves dudas han ido surgiendo sobre la eficacia
del psicoanálisis como método de tratamiento. No obstante, la mayor parte de sus seguidores,
debiendo ganarse la vida como psicoterapeutas, han rehusado seguirle en sus conclusiones
pesimistas y todavía abogan por la eficacia del psicoanálisis como método curativo. Pocos
psicoanalistas aconsejarían hoy su utilización para el tratamiento de psicosis tales como la
esquizofrenia y la psicosis maníaco-depresiva. Aquí hay un acuerdo casi universal en que el
psicoanálisis tiene poco que ofrecer; donde más se insiste en la utilidad del psicoanálisis es en
relación con los desórdenes neuróticos, tales como los estados de ansiedad, desórdenes
fóbicos, neurosis obsesionales y compulsivas, histeria y demás. Está claro que los pacientes no
pasarían muchos años bajo tratamiento, pagando honorarios exorbitantes, a menos de estar
convencidos de que el psicoanálisis puede mejorar su estado o, de hecho, curar sus males.
Los psicoanalistas han animado siempre esas esperanzas y continúan pretendiendo tener éxito
en el tratamiento de los desórdenes neuróticos, una pretensión que nunca ha sido demostrada
como auténtica.

Esta es una acusación severa, y será objeto de este capítulo y del próximo discutir los hechos
con detalle y justificar nuestra conclusión. Antes de ello, empero, consideremos brevemente
por qué la cuestión es tan importante. Lo es por dos razones. En primer lugar, si fuera
realmente verdad el que el psicoanálisis como método de tratamiento no puede hacer lo que se
supone hace, entonces ciertamente el interés del público decaería considerablemente. Los
gobiernos dejarían de conceder recursos al tratamiento psicoanalítico y a la formación de
psicoanalistas. La consideración pública del psicoanalista como un «curandero» de éxito se
evaporaría, y sus puntos de vista sobre muchos otros temas serían, tal vez, recibidos con
menos entusiasmo una vez quedara claro que no podía tener éxito ni siquiera en su primera
obligación: curar a sus pacientes. Otra consecuencia importante consistiría en que
buscaríamos otros métodos de tratamiento y ya no nos veríamos obligados a relegar las
sedicentes «curas sintomáticas» al olvido, simplemente porque Freud defendió una teoría que
sugería que tales métodos no podían dar resultado. Estas consecuencias prácticas son
importantes, y considerando el gran número de pacientes que padecen desórdenes neuróticos
(aproximadamente una persona de cada seis presenta serios síntomas neuróticos y necesita
tratamiento) no puede negligirse el grado de infelicidad y miseria que sería eliminada mediante
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un tratamiento que tuviera éxito. Mantener falsas esperanzas y hacer gastar grandes sumas de
dinero en un tratamiento inútil, y perder el tiempo a los pacientes, a veces cuatro o más años
de visita diaria al psicoanalista, es algo que no puede ser tomado a la ligera.

Desde el punto de vista científico, hay otras consecuencias teóricas del fracaso del tratamiento
pisicoanalítico que son todavía más importantes. Según la teoría, el tratamiento debería tener
éxito; si el tratamiento no resulta, ello sugiere muy fuertemente que la teoría misma no es
correcta. Este argumento ha sido a menudo rechazado por los psicoanalistas, que creen que el
tratamiento es, hasta cierto punto, independiente de la teoría, y que la teoría puede ser
correcta, incluso a pesar de que la terapia no resulte. Lógicamente, eso es posible; puede
haber razones, desconocidas para Freud, que hagan fracasar su tratamiento, aun cuando la
teoría sea, de hecho, correcta. No obstante, tal contingencia no parece demasiado probable,
sobre todo porque tales obstáculos no han sido específicamente sugeridos por los
psicoanalistas, ni tampoco parecen haber llevado a cabo investigaciones para descubrir tales
obstáculos. Ciertamente, en un principio, Freud consideró el supuesto éxito de su terapia como
el más poderoso argumento en favor de su teoría. El fracaso de la terapia debiera, por
consiguiente, haberle alertado sobre posibles errores en teoría, pero no fue así.

En todo caso, aún más impresionante que el fracaso de la terapia freudiana es el éxito de los
métodos alternativos, que son analizados en el capítulo siguiente. Tales métodos se basan en
lo que Freud descalificó como «tratamiento sintomático» y, según su teoría debían fracasar o,
si tenían éxito a la corta, a la larga se encontrarían con una recaída en el síntoma o con alguna
especie de sustitución de síntoma. El hecho de que tales espantosas consecuencias no se
produzcan es, como mostraremos, un golpe verdaderamente mortal para toda la teoría
freudiana. Freud fue muy claro en su predicción de que basándose en su teoría tales
consecuencias se producirían: las consecuencias, de hecho, no se producen, y es, por
consiguiente, difícil no argumentar que la teoría era incorrecta. Este es uno de los pocos casos
en los que Freud hizo una predicción muy clara sobre la base de su teoría, y ciertamente tenía
razón al hacerlo: está claro que la teoría exige las consecuencias que él vaticinó, y el fracaso
de tales consecuencias, o el hecho de que no ocurrieran, debe dañar seriamente a la teoría.
Es, a veces, posible, salvar a una teoría de las consecuencias de una predicción errónea, bien
haciendo ligeros retoques en la misma, bien aludiendo a ciertos factores que fueron causa de
que la predicción fallara; nada de esto ha sido intentado por los freudianos, y es difícil ver cómo
hubiera podido efectuarse tal salvamento.

Yo afirmo, pues, que el estudio de los efectos de la psicoterapia psicoanalítica es de una


importancia capital en una evaluación de la obra de Freud. No es absolutamente concluyente;
la terapia puede no funcionar, aunque la teoría sea correcta. En lo que concierne a las
formulaciones teóricas, es precisa mucha cautela para no llegar a conclusiones prematuras y
posiblemente injustificadas. Desde el punto de vista práctico, no obstante, no puede haber
dudas sobre que si la terapia no funciona, entonces no es correcto que la gente continúe
siendo persuadida de que debe someterse a tratamiento, gastarse su dinero en ello y además
perder una considerable cantidad de tiempo.

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Es una característica curiosa del psicoanálisis que hasta hace relativamente poco tiempo, poco
se hizo para demostrar su efectividad. Ya desde el principio el mismo Freud se opuso a la
práctica médica corriente de instituir pruebas clínicas para aseverar la eficacia de un nuevo
método de terapéutica, y sus seguidores. han adoptado sumisamente el mismo proceder. Él
arguyó que las comparaciones estadísticas entre grupos de pacientes tratados con
psicoanálisis y otros tratados sin él darían resultados falsos, porque nunca ha habido dos
pacientes iguales. Esto es perfectamente cierto, pero también lo es cuando consideramos las
pruebas clínicas para demostrar la eficacia de un determinado específico. Esto no le ha
impedido el progreso de la Medicina mediante el uso de pruebas clínicas, y la mayor parte, si
no la totalidad de nuestros conocimientos en farmacología se basan en el hecho demostrable
de que las diferencias individuales irán siendo menos significativas si se observan grupos
suficientemente numerosos, y los efectos de los medicamentos. o de otro tratamiento,
aparecerán en un promedio. Si el psicoanálisis ayuda a algunos, a la mayoría, o a todos los
pacientes, en el grupo experimental, mientras que la ausencia de psicoanálisis deja a los
pacientes del grupo controlado sin mejora alguna, entonces ciertamente deberá aparecer un
gran promedio de éxito del grupo experimental sobre el grupo de control, como resultado de la
prueba.

Esto es lo que dijo realmente Freud:

Partidarios del análisis nos han aconsejado compensar una colección de fracasos mediante
una enumeración estadística de nuestros éxitos. Tampoco he hecho caso de tal sugerencia.
Argumento que las estadísticas no tendrían ningún valor si las unidades cotejadas no fueran
iguales y los casos que han sido tratados no fueran equivalentes en muchos aspectos.
Además, el período de tiempo que pudiera tenerse en cuenta sería corto para ser posible
juzgar sobre la permanencia de las curaciones; y en muchos casos sería imposible aseverar
resultado alguno. Habría personas que habrían guardado en secreto tanto su enfermedad
como su tratamiento, y cuya curación, en consecuencia, debería ser también mantenida en
secreto. La razón más fuerte contra ello, empero, radica en el reconocimiento del hecho de que
en asuntos de terapia, la humanidad es irracional en grado sumo, de manera que no se
vislumbra la posibilidad de influenciarla mediante argumentos razonables.

A esto puede responderse que la humanidad está muy bien dispuesta a prestar atención a
relatos bien documentados de terapia coronadas por el éxito; la gente puede ser irracional,
pero no tanto como para preferir teorías presentadas sin pruebas a teorías que llevan consigo
una corroboración experimental bien expuesta.

Si debiéramos tomar en serio el pesimismo de Freud, nos daríamos cuenta de que tal
pesimismo no debería limitarse al tratamiento psicoanalítico. El argumento se aplicaría
igualmente a cualquier forma de tratamiento psicológico, y también a los efectos de los
medicamentos en los desarreglos psicológicos o médicos. Esto, realmente, no es así, como la
historia de la psiquiatría claramente demuestra. Para los que están de acuerdo con Freud, la
única conclusión a la que se puede llegar es que el psicoanálisis es un tratamiento de valor no
demostrado (aún más, de valor indemostrable), y esto debiera impulsar a los analistas, en él
futuro, a dejar de ofrecerlo como una forma de terapia para desarreglos psicológicos, e incluso
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de insistir en que es el único tratamiento adecuado. Sólo auténticas pruebas clínicas, utilizando
un grupo de control no tratado y comparando sus progresos con los hechos por un grupo
experimental tratado con psicoanálisis, puede resolver los problemas de establecer una
efectividad.

Freud, en cambio, se apoyó en historias de casos individuales, sugiriendo que el hecho de una
mejora o una curación después de que el paciente se hubiera sometido al psicoanálisis debiera
ser una prueba suficiente para sus tesis.

Hay tres razones principales para no aceptar este argumento. En primer lugar, los pacientes
neuróticos y psicóticos tienen altibajos, esto es bien sabido; pueden mostrar aparentes
mejorías espontáneas por un período de semanas, meses e incluso años; luego pueden,
súbitamente, empeorar otra vez, sólo para renovar el ciclo, de nuevo, después de un cierto
tiempo. Lo más frecuente es que acudan al psiquiatra cuando se encuentran en un punto
particularmente bajo del ciclo, y mientras es posible que sus esfuerzos terapéuticos mejoren su
estado, también lo es que lo que suceda es que el paciente se encuentre en el punto de una
mejoría que hubiera ocurrido de todos modos, es decir, que iniciara la subida en el punto del
altibajo. Esto se conoce a veces con el nombre de fenómeno «Hola-Adiós»; el terapeuta dice
hola cuando el paciente acude a él con su problema, y dice adiós cuando ha mejorado;
pretender que la mejoría es debida a los esfuerzos del terapeuta es un típico argumento post
hoc ergopropter hoc, que carece de significación lógica. ¡Porque. el hecho B siga al hecho A no
puede argüirse que A ha sido la causa de B!. Necesitaría-nos una razón más fuerte que esta
para demostrar la eficacia de un método de terapia.

Esta es la razón por la cual necesitamos un grupo de control (sin tratamiento) para compararlo
con nuestro grupo experimental (con tratamiento). Todos nuestros pacientes pueden haber
mejorado, pero tal vez habrían mejorado en cualquier caso, incluso sin nuestro tratamiento.
Podemos comprobar esta posibilidad sólo disponiendo de un grupo de control de pacientes que
no reciben el tratamiento; si no experimentan mejoría y el grupo experimental sí, entonces
tendremos, por lo menos, razones para creer que nuestro tratamiento ha sido eficaz. Si el
grupo de control mejora tanto y tan rápidamente como el grupo experimental, entonces no
tenemos razón alguna para creer que nuestro tratamiento ha surtido efecto alguno. Como
veremos, tal parece ser el hecho por lo que concierne al psicoanálisis.

El segundo punto relevante, y a menudo negligido, es la necesidad de un seguimiento. El


fenómeno «Hola-Adiós» sugiere que el terapeuta debe dar de alta a un paciente que esté en el
punto álgido de un altibajo, cuando lo más probable es que se produzca un bajón; a menos que
sigamos las huellas de la mejoría del paciente durante un período de años, no es probable que
sepamos si nuestro tratamiento, ha tenido, de hecho, un efecto terapéutico a largo plazo. Es
posible, evidentemente, que haya acelerado algo la llegada del punto alto del altibajo, pero
entonces no hubiera impedido el siguiente bajón; en otras palabras, no se habría producido una
curación, Como veremos, en el caso del tratamiento del Hombre-Lobo por Freud, esta
posibilidad nunca pareció habérsele ocurrido, y él presentó como éxitos casos que habrían sido
claros fracasos. Los seguimientos son una necesidad absoluta para la evaluación de cualquier
clase de tratamiento.
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La tercera dificultad, que surge de la poco inteligente proposición de que un médico debe ser
quien decida en cada caso si el tratamiento ha sido un éxito o no, es que el médico tiene
poderosos motivos para declarar que su tratamiento ha sido un éxito. Él, igual que el paciente,
ha hecho tal inversión en el tratamiento que puede hacer que se persuada a sí mismo de mirar
los resultados con gafas de color de rosa. Un testimonio sin pruebas, aportado por el paciente
o el terapeuta no puede ser considerado como válido. Necesitaríamos algunos criterios
objetivos para que resultara razonablemente claro que una mejoría real, notable y significativa
se ha realizado en la condición del paciente. Esto no lo ofrecen nunca los psicoanalistas, que
se basan tenazmente en su propia evaluación de la supuesta mejoría de los pacientes. Tal
objetividad no es científicamente aceptable.

Una razón que aducen a veces los psicoanalistas para no llevar a cabo una prueba clínica, con
un grupo experimental y uno de control, y un seguimiento a largo plazo, es la dificultad de tal
realización. No hay duda de que ello implica dificultades, y de ellas nos vamos a ocupar; no
obstante, es necesario hacer, en este punto, una observación. En la Ciencia, cuando alguien
pretende haber realizado algo -haber inventado una nueva curación, por ejemplo- el cargo de la
prueba le incumbe a él. Ciertamente, es mucho más difícil para el hombre de ciencia demostrar
su teoría que inventarla; esa clase de dificultades son inherentes al proceso científico, y no
están confinadas al psicoanálisis. Una de las deducciones extraídas de la teoría heliocéntrica
de Copérnico fue que la paralaje astral sería perceptible, es decir, que las posiciones relativas
de las estrellas parecerían diferentes en diciembre que en junio, porque la Tierra se había
movido alrededor del Sol. Tal prueba era extremadamente difícil a causa de las inmensas
distancias implicadas; los cambios en los ángulos de observación eran tan pequeños que
pasaron doscientos cincuenta años antes de poder ser observados. Tal clase de dificultades es
corriente, y deben ser superadas antes de que una teoría sea aceptada. Los psicoanalistas
suelen burlarse de las tentativas de someter el tratamiento psicoanalítico a prueba médica,
mencionando estas dificultades; no obstante, mientras no se hagan pruebas coronadas por el
éxito, los psicoanalistas no tienen derecho a tener pretensión alguna. El hecho de que, hasta
ahora, hayan conseguido soslayar esta obligación da una triste impresión sobre su
responsabilidad como hombres de ciencia y como médicos.

¿Cuáles son los problemas que pueden impedir llevar a cabo una prueba clínica significativa?.
Para la mayor parte de la gente sería sencillo reunir un amplio grupo de pacientes, dividirlos al
azar en un grupo experimental y un grupo de control, administrar psicoanálisis al grupo
experimental, y no dar tratamiento alguno, o un tratamiento placebo (3) al grupo de control y
estudiar los efectos al cabo de unos cuantos años. De las dificultades que puedan surgir, la
más importante es, tal vez, la cuestión del criterio aceptado para la mejoría o la curación. El
paciente, por lo general, presenta ciertos síntomas claramente definidos; así, por ejemplo,
puede tener severas fobias, sufrir ataques de ansiedad, episodios depresivos, quejarse de
obsesiones o acciones compulsivas, o tener parálisis histérica de un miembro. Ciertamente
podemos medir el grado en que los síntomas han mejorado o han desaparecido tras la terapia,
y para la mayoría de la gente esto constituiría un efecto muy real y deseable del tratamiento. El
psicoanalista diría que esto no basta, y que tal vez no hemos conseguido erradicar la
«enfermedad» subyacente, sino únicamente los síntomas. Para muchos psicólogos, que tienen
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otras opiniones sobre la naturaleza de las neurosis, la abolición de los síntomas sería
ampliamente suficiente; no querrían nada más, mientras los síntomas no reaparecieran u otros
síntomas emergieran en su lugar.

En la naturaleza de las cosas, estas cuestiones no pueden ser resueltas sin enfrentarse con el
problema de la teoría del desorden neurótico subyacente, y hasta ahora no parece haberse
llegado a ningún punto de acuerdo. Lo que puede, tal vez decirse, para acercar en lo posible a
ambas partes, es que la abolición de los síntomas es una condición necesaria pero tal vez no
suficiente para una curación completa. La investigación se ha ocupado sobre todo de la
supresión de los síntomas como condición necesaria para una curación, dejando de lado la
posibilidad de que pueda quedar algún complejo subyacente. Mientras no se produzcan una
renovación de los síntomas, o una sustitución de los mismos, el debate, probablemente es,
sobre todo, académico, y de escaso interés práctico; es dudoso, además que sea de un gran
interés científico, porque en tal circunstancia no hay manera alguna de demostrar la existencia
de ese supuesto «complejo». Pero los psicoanalistas discreparán, y dejarán esta cuestión
particular sin resolver. El punto crucial es, de hecho, si el psicoanálisis consigue abolir los
«síntomas». Y la palabra es puesta entre comillas porque para muchos psicólogos la
manifestación de las neurosis no es realmente un síntoma de ninguna enfermedad subyacente;
tal como veremos, ¡el síntoma es la enfermedad!.

Si podemos, pues, superar la dificultad del criterio, lo que deberemos hacer a continuación es
considerar la realización de los grupos, el experimental y el de control. Los psicoanalistas
aseguran que su tratamiento sólo es adecuado para un pequeño porcentaje de pacientes
neuróticos; son muy cuidadosos en sus criterios de selección. Preferentemente, un paciente
debiera ser joven, bien educado, no demasiado seriamente enfermo, y razonablemente rico...
en otras palabras, los sujetos que son preferidos como pacientes son los que más se
beneficiarán del tratamiento. Es importante recordar siempre esto, pues desde el punto de vista
social el psicoanálisis sería ampliamente inútil como técnica terapéutica porque una gran
mayoría de la gente sería incapaz, según opinión de los propios psicoanalistas, de beneficiarse
de él. Ciertamente, muy pocos pacientes son tratados con psicoanálisis en la actualidad; la
mayor parte de los psicoanálisis que se hacen son análisis de ensayo, por analistas
practicantes en registros psiquiátricos y otros que aspiran llegar a ser psiquiatras o
psicoanalistas.

La seriedad del problema de la selección es subrayada por el hecho de que en un estudio


típico, el 64 por ciento de los pacientes sometidos a análisis ha recibido una educación
postgraduada (comparado con un 2 o un 3 por ciento, como máximo, de la población general),
el 72 por ciento ocupan empleos profesionales y académicos, y aproximadamente la mitad de
los casos están «agrupados en trabajos relacionados con la psiquiatría y el psicoanálisis».
Además, el muy elevado porcentaje de rechace de pacientes por los psicoanalistas se
compone del número desmesuradamente elevado de pacientes (aproximadamente la mitad)
que terminan su tratamiento prematuramente. Con razón o sin ella, los psicoanalistas parecen
creer que su método es adecuado para una pequeña fracción de los casos de desarreglo
psicológico, y los escogidos generalmente poseen los mejores recursos mentales y

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económicos para conseguir curarse. De manera que incluso si el psicoanalista fuera una fuente
importante de salud mental, sería menos alcanzable para los menos favorecidos.

Otra dificultad la constituye el grupo de control. Si se les niega el tratamiento, ¿no es probable
que busquen ayuda en cualquier otro sitio, ya acudiendo a un médico general o a un sacerdote,
ya discutiendo sus problemas con amigos o miembros de la familia, buscando, así, una especie
de terapia, aun cuando no de una clase médicamente reconocida?. La práctica de la confesión
usada en la Religión Católica tiene bien conocidas propiedades terapeúticas y es, ciertamente,
una especie de psicoterapia; ¿cómo podemos impedir a miembros de nuestro grupo de control
que utilicen tales facilidades, como muy posiblemente harán?.

Otro problema que puede surgir es el siguiente. El psicoanálisis puede tener éxito porque las
teorías de Freud son correctas; puede también salir bien por contener ciertos elementos, sin
ninguna relación con las teorías de Freud, que son benéficos para los pacientes neuróticos,
tales como una atención simpática por parte del analista, una oportunidad para el paciente de
discutir sus problemas, un buen consejo dado por el analista, etc. A esto lo llaman partes «no
específicas» de la psicoterapia; no específicas porque no se derivan de una teoría particular
sobre neurosis o tratamiento sino que son comunes a toda clase de tratamientos psiquiátricos y
no se reducen a un tipo particular de terapia. ¿Cómo podemos distinguir entre efectos
producidos por causas específicas y no específicas?. La respuesta parece ser: administrando
un tipo de tratamiento placebo a los miembros del grupo de control, es decir, dándoles una
clase de tratamiento relativamente inocuo, que prescinda de todas las partes teóricamente
relevantes e importantes del tratamiento derivadas de la teoría psicoanalítica. El tratamiento
placebo es considerado como absolutamente esencial en las pruebas clínicas de específicos,
porque una sustancia inocua administrada como un placebo en condiciones en que el paciente
espera algún efecto, da generalmente efectos muy fuertes, debido a la sugestionabilidad del
enfermo. De hecho, a veces los efectos del placebo son tan fuertes como los mismos efectos
de la medicina, sugiriendo que ésta no produce un efecto específico en la enfermedad en
cualquier caso.

Mucho de esto puede ser cierto en ensayos de tratamiento para psicoterapia y, por
consiguiente, un grupo de control placebo es realmente esencial si la prueba debe ser tomada
muy seriamente. Pero es difícil designar un tratamiento que cumpla las funciones del placebo
de no contener ninguna de las partes específicas del tratamiento experimental, pero que sea al
mismo tiempo aceptable como inocuo para los pacientes implicados. No es imposible idear
tales tratamientos placebo, pero obviamente precisan mucha reflexión y experiencia.

Hay muchas otras dificultades, pero sólo nos ocuparemos de la que es a menudo sugerida
como extremadamente importante por los psicoanalistas. El problema implicado es ético:
¿cómo podemos realmente justificar la ocultación de un tratamiento acertado a los pacientes
del grupo de control, por nuestra simple curiosidad científica?. Esta pregunta, naturalmente,
asume que el tratamiento va a tener éxito, cuando lo que realmente tratamos de hacer es
comprobar si lo tiene o no lo tiene. La suposición de que el tratamiento es acertado
simplemente porque ha sido muy usado no es poco común en Medicina. Hasta hace muy poco
la eficacia de las unidades de cuidados intensivos para ciertos propósitos era indiscutible, pero
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luego algunos críticos empezaron a poner en duda la utilidad del sistema y sugirieron que el
cuidado ordinario en el domicilio del paciente podía ser igual de eficaz. Las pruebas clínicas
tuvieron la feroz oposición de los partidarios del sistema de unidades de cuidados intensivos,
basándose en que negárselo a los pacientes del grupo de control pondría sus vidas en peligro.
Eventualmente, el experimento se hizo, y se descubrió que las unidades de cuidados intensivos
no eran ciertamente mejores, sino, más bien, ligeramente peores, por lo que se refiere a salvar
vidas, que el tratamiento ordinario en el domicilio del paciente. Una vez que un particular
método de tratamiento ha sido hallado eficaz por las pruebas clínicas, puede ser contrario a la
ética negárselo a los pacientes; mientras sea cuestionable si produce efecto alguno o incluso si
produce efectos negativos, es decir, que haga empeorar al enfermo, como se ha sugerido del
psicoanálisis, no puede haber ningún problema ético. De hecho, lo que puede decirse es que
es antiético NO someter un nuevo método de tratamiento a pruebas médicas adecuadas,
porque si no se hace así, ineficaces y posiblemente peligrosas clases de tratamiento pueden
ser infligidas a los enfermos. Además el uso generalizado de tales métodos puede impedir la
emergencia de nuevos y mejores métodos, y la puesta en marcha de investigaciones que
lleven al descubrimiento de tales métodos.

Antes de volver a una consideración de las pruebas clínicas que han sido llevadas a cabo en
años recientes para establecer los éxitos y fracasos relativos de la psicoterapia y el
psicoanálisis, será interesante ocuparnos de un típico caso histórico aducido por Freud en
apoyo de su pretensión de que el psicoanálisis es una técnica de éxito exclusivo para tratar a
pacientes mentales. Debe observarse, no obstante, que Freud informó, de hecho, sobre muy
pocos casos, y generalmente, sin dar suficientes detalles que permitieran llegar a conclusión
alguna sobre su éxito. Informaciones vitales son a menudo ocultadas, basándose en motivos
de confidencialidad, y no hay nunca un seguimiento que permita ver si el enfermo obtuvo, o no,
un beneficio duradero del análisis. La historia del Hombre Lobo es, aquí, de un interés
particular, porque es habitualmente citada como uno de los más notables éxitos de Freud, y él
mismo así lo creía. Sesenta años después de su tratamiento por Freud, el Hombre Lobo fue
interrogado durante un largo período de tiempo por un psicólogo y periodista austríaco, Karin
Obholzer, y el libro que resultó de esas entrevistas es de un interés absorbente para quien
desee juzgar por sí mismo las pretensiones de Freud. Debe recordarse que Freud publicó sólo
seis historias de casos extensos, y no analizó él mismo más que cuatro de los casos en
cuestión.

El Hombre Lobo derivó su nombre de un sueño extensamente analizado por Freud:

Soñé que era de noche y que estaba acostado en mi cama. Mi cama estaba instalada con las
patas hacia la ventana; enfrente de la ventana había una hilera de viejos nogales. Sé que era
invierno cuando tuve ese sueño, y era de noche. Subitámente la ventana se abrió por sí sola, y
me quedé horrorizado al ver unos cuantos lobos blancos que estaban sentados encima del
gran nogal enfrente de mi ventana. Había seis o siete de ellos. Los lobos eran completamente
blancos, y parecían más zorros o perros pastores, pues tenían largas colas como los zorros y
sus orejas enhiestas como los perros cuando escuchan algo atentamente. Atemorizado de ser
comido por los lobos, chillé y me desperté.

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El paciente tuvo ese sueño a la edad de cuatro años, y de él dedujo Freud la causa de su
neurosis. Según Freud, el sueño ha sido inspirado por una experiencia de la primera infancia,
que fue la base para los temores de castración del paciente; a la edad de dieciocho meses,
había caído enfermo de malaria y durmió en la alcoba de sus padres en vez de en la de su
nodriza, como de costumbre. Una tarde, «él contempló un coito a tergo, tres veces repetido»,
en el que pudo ver «los genitales de su madre así como el órgano de su padre». En la
interpretación que Freud hace del sueño en esta escena, los lobos blancos representan la ropa
interior de los padres.

Según Freud, esta escena originaria produjo un deterioro en las relaciones del paciente con su
padre. El se identificó con su madre, la mujer cuyo estado «castrado» observó a tan temprana
época de desarrollo. No obstante, el paciente reprimió sus inclinaciones homosexuales, y esta
compleja condición se manifestó con el mal funcionamiento de la zona anal. «El órgano con el
cual su identificación con las mujeres, su pasiva actitud homosexual. hacia los hombres podía
expresarse por sí mismo era la zona anal. Los desarreglos en el funcionamiento de esa zona
habían adquirido una significación de impulsos femeninos de ternura, y los retuvieron también
durante su posterior enfermedad». Se supuso también que esto era la causa de las largas y
continuadas «dificultades intestinales» del paciente, que impedían las evacuaciones
espontáneas durante períodos de meses, en ocasiones. Fueron relacionados por Freud con las
dificultades y problemas que el paciente tenía con el dinero:

En nuestro paciente, en ocasión de su posterior enfermedad, esas relaciones (con el dinero)


fueron perturbadas hasta un grado particularmente severo y tal factor no fue el menor de los
elementos en su falta de independencia y en su incapacidad para enfrentarse con la vida.
Había llegado a ser muy rico gracias a legados de su padre y su tío; era obvio que concedía
una gran importancia a ser considerado rico, y podía sentirse muy ofendido si era infravaluado
en ese respecto. Pero no tenía ni idea de cuánto poseía, ni cuáles eran sus gastos, ni de
cuánto dinero le quedaba.

El segundo problema que vio Freud fue la perturbada relación del Hombre Lobo con las
mujeres; el Hombre Lobo se sentía atraído por las criadas y se enamoraba obsesivamente
cuando veía a una mujer en cierta posición (la adoptada por su madre en la escena capital
antes descrita). En conjunto, Freud concluyó que el Hombre Lobo sufría de neurosis obsesiva,
y fue tratado por ese desarreglo así como por otros rasgos depresivos descritos en el libro de
Freud. Después de cuatro años de análisis, y de un re-análisis llevado a cabo algún tiempo
después a causa de un recrudecimiento de los síntomas, el Hombre Lobo fue dado de alta por
Freud como curado. Pero poco tiempo después sintió la necesidad de un nuevo análisis y fue
tratado por Ruth Mack Brunswick, durante cinco meses la primera vez, y luego, después de dos
años, irregularmente durante varios más. Para los psicoanalistas, el tratamiento y su resultado
están considerados como relevantes e impresionantes éxitos del psicoanálisis.

¿Qué tenía que decir el mismo Hombre Lobo sobre ello?.

Obholzer comienza la serie de conversaciones con el Hombre Lobo, citándole: «Usted sabe,
me siento tan mal, he tenido tan terribles depresiones últimamente... Usted pensará
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probablemente que el psicoanálisis no me hizo ningún bien». Esto no suena como un gran
éxito para la terapeútica adoptada, y leyendo el libro con detalle se ve muy claramente que en
efecto el tratamiento de Freud no hizo nada por la salud mental del enfermo o sus síntomas;
ambas continuaron con sus altibajos durante esos sesenta años, después de haber sido dado
por «curado» por Freud, como si no le hubiera tratado en absoluto. Este caso ilustra
perfectamente la necesidad de hacer un seguimiento a largo plazo: no se puede pretender el
éxito a menos que quede demostrado que los síntomas, no sólo han desaparecido, sino que
continúan ausentes después de un largo período de tiempo. Es bien sabido que Freud acusó a
los terapeutas que usaban otros métodos de tratamiento de provocar recaídas, y declaró que
su método era el único que, al eliminar los complejos subyacentes, no estaba sujeto a tales
recaídas. Pero el caso del que él se sentía particularmente orgulloso y citaba repetidamente
como ejemplo del valor terapeútico del psicoanálisis, fue gratificado con repetidas reapariciones
de los síntomas originales, con muy serias recaídas y, en general, con una continuación del
mal del que Freud declaró a su paciente como «curado».

En el caso de «Anna O. » otro gran éxito fue reivindicado por Freud y sus seguidores, pero
como ha hecho observar H. F. Ellenberger en su libro « El Descubrimiento del Incons-ciente»,
esto es una visión completamente errónea del asun-to. Jung, que conocía bien los hechos, ha
sido citado como manifestando que ese famoso caso, «del que tanto se ha hablado como
ejemplo de brillante éxito terapeútico, no fue, en realidad, nada de eso... No hubo curación en
absoluto en el sentido en que se presentó originariamente. «Ciertamen-te, como ya se ha dicho
antes, Anna O. no sufría de ninguna neurosis, sino de meningitis tuberculosa; la interpretación
de esa enfermedad muy real en términos psicológicos, y la pretensión de haberla curado es un
absurdo que ilustra la irresponsabilidad que puede llegar a cubrirse con el nombre de
psicoterapia. Thornton, en su libro «Freud y la Cocaína», dedica muchas páginas a este caso y
deja perfectamente cla-ro que Freud dio una versión completamente falsa de este asunto, y
que ocultó el hecho de que la chica no había sido curada por el método «catártico»... un hecho
que él conocía bien. Este simple hecho hace pensar; los historiales de casos, aun cuando
insuficientes para demostrar una teoría, pueden ilustrar la aplicación de un método de
tratamiento.

Pero cuando el autor, de manera completamente consciente engaña al lector sobre hechos
vitales del caso, tales como el resultado final, ¿cómo pueden tomarse en serio tales historiales
de casos?... y, sobre todo, ¿cómo puede créersele otra vez?.

El grado excesivo de especulación que Freud introdujo en la tarea de interpretar los sueños,
palabras y actos de los pacientes queda claramente revelado en su estudio de un magistrado
alemán, Daniel Paul Schreber. Esto tiene su interés, no sólo a causa de la fama que alcanzó al
sugerir la homosexualidad como rasgo causal en la paranoia, sino también porque muestra
cuán fácilmente Freud negligió sus propios preceptos. Para la comprensión de los síntomas y
enfermedades de los pacientes, precisaba el análisis detallado y la interpretación de los sueños
y otros hechos, en la línea de la libre asociación; no obstante, en este caso, ni siquiera llegó a
ver al enfermo y se basó exclusivamente en las memorias escritas por el mismo. Schreber, un
hombre de gran inteligencia y capacidad, pasó diez años en instituciones frenopáticas a
consecuencia de una grave enfermedad mental. Después de curarse publicó una larga
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narración de sus desvaríos, pero omitió datos sobre su familia, su infancia, y la historia de su
vida antes de su internamiento... todo lo que uno hubiera considerado como esencial desde el
punto de vista de una interpretación psicoanalítica. El mismo relato de la enfermedad no
mencionaba su desarrollo cronológico sino que se limitaba a mencionar la forma final que
adoptó. Más decepcionante aún es el hecho de que los editores censuraron la parte de los
escritos de Schreber que hubiera sido la más importante desde el punto de vista psicoanalítico.

No obstante, muchas ideas ilusorias permanecen en estos escritos. Así Schreber explica cómo
conversaba con el sol, los árboles y los pájaros; cómo le hablaba Dios en alemán antiguo;
cómo casi todos los órganos de su cuerpo habían sido cambiados; cómo iba a llegar el fin del
mundo, y cómo Dios le había escogido a él para salvar a la Humanidad. Freud se concentró en
dos ilusiones particulares que le parecieron fundamentales: la creencia de Schreber de que él
se hallaba en el proceso de ser cambiado de hombre a mujer, y su queja de haber sufrido
ataques homosexuales de parte del neurólogo Flechsig, que le había tratado en primer lugar.

Apoyándose en una base tan precaria, Freud asumió que una homosexualidad reprimida era la
causa de la enfermedad paranoica de Schreber y esto lo aplicó a todas las enfermedades
paranoicas, declarando que eran debidas a una homosexualidad reprimida. Según Freud, el
papel del objeto del amor homosexual que era la causa, fue interpretado primero por el padre
de Schreber, luego por Flechsig, y finalmente por Dios, o el sol. Freud sostuvo que los orígenes
de esta condición, se remontaban a un conflicto de Edipo en la infancia, en la cual Schreber,
por miedo a la castración, había sufrido una fijación de sumisión sexual a su padre. Este deseo
inconsciente fue ocultado por el adulto Schreber mediante una serie de mecanismos
psicoanalíticos de defensa. Esto trajo como consecuencia la conversión en lo opuesto: odio; y
luego en la proyección y desplazamiento del odio, lo que le llevó a la creencia de que los
demás le odiaban. Así tenemos una cadena de complejos de los que los psicoanalistas llaman
proyecciones. El paciente niega la frase «Le amo» y la sustituye por «No le amo», «Le odio»,
«Porque él me odia y me persigue».

Hay críticos que han hecho observar que la desviación sexual de Schreber, era transexualidad
más que homosexualidad y que su enfermedad mental era esquizofrenia, no paranoia. Lo que
me interesa en este caso, no es tanto un diagnóstico alternativo o una explicación de la
conducta y la enfermedad de Schreber, sino más bien hacer notar cómo Freud construía
grandiosos esquemas y teorías sobre bases fácticas tan pequeñas y poco fiables... ¿cómo
podían tomarse como hechos las vagas memorias de un esquizofrénico, enmendadas por un
editor que suprimió muchos hechos importantes, y no remitirse a las etapas de la enfermedad
que había precedido a la crisis?. Y aún más, ¿cómo podría comprobarse una teoría de clase
tan compleja?: Los hombres de ciencia tienen derecho a especular y a formular nuevas teorías,
pero en el caso de Freud la relación de los hechos con la especulación es irracionalmente
pequeña, y el caso de Schreber ilustra mejor que nada él abismo entre los hechos y la teoría.

Cuando se examinan de cerca los otros casos tratados por Freud no se presentan mejor, pero
no me ocuparé de detalles que son descritos en otros libros por competentes historiadores
médicos y psiquiátricos, tales como Thornton. No obstante, en el capítulo 4 examinaremos con
más detalle otro caso, el del pequeño Hans, que se supone haber establecido la práctica
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psicoanalítica de la terapia infantil. Por el momento, nos limitaremos a concluir que incluso si en
casos individuales pudiera establecerse el valor de un tratamiento determinado, los pocos
casos extensamente presentados por Freud deben ser considerados no como relevantes
éxitos, sino más bien como fracasos terapéuticos y probablemente diagnósticos. ¡Si esto es lo
mejor que se puede aducir en pro del tratamiento psicoanalítico, nos preguntamos qué diría un
observador experimental y crítico.

Hay una posibilidad, empero, que aún no hemos mencionado, pero que es muy pertinente para
una evaluación de la psicoterapia freudiana. Si la teoría fuera verdadera entonces parecería
deducirse que la percepción parcial o completa obtenida por el paciente sería inmediatamente
seguida por la desaparición de los síntomas, y ciertamente los psicoanalistas a menudo
aseguran que esto es así. El mismo Freud pronto se dio cuenta de que no existía tal
correspondencia. Había, ciertamente, una pequeña correlación entre la memoria (y
frecuentemente el empeoramiento) de la condición del enfermo y las sedicentes
«percepciones» provocadas por la terapia psicoanalítica. Freud no pareció preocuparse
demasiado por esto y trató de argüir que tal vez esta falta de relación no era demasiado
importante. No obstante, desde el punto de vista de la evaluación del proceso terapéutico,
suprime la última posibilidad por la cual el tratamiento del paciente individual podría demostrar
la eficacia de una teoría determinada mediante un tipo particular de tratamiento. Una
congruencia espectacular entre la percepción y la recuperación debe servir como sólida
indicación de lo correcto de una teoría; su ausencia casi completa debe arrojar serias dudas
sobre la misma.

Antes de ocuparnos, en el próximo capítulo de las pruebas clínicas que se han llevado a cabo
sobre la psicoterapia en general, y el psicoanálisis en particular, será útil comentar un
argumento que es aducido a menudo por los psicoanalistas para justificar sus procedimientos.
Ellos dicen que el método posiblemente no elimine los síntomas, pero permite al paciente vivir
más felizmente con sus síntomas. Además, aseguran que el análisis «le convierte en una
persona mejor», aunque en qué sentido es, de hecho, «mejor», se deja sin definir, y por
consiguiente es imposible evaluarlo. Estas pretensiones pueden referirse, o no, a cierta clase
de mejoría real del enfermo, pero tampoco hay de ello ninguna prueba seria; de hecho, no
existe evidencia de que los psicoanalistas hayan tratado de aducir pruebas experimentales o
circunstanciales que apoyen sus afirmaciones. Como en el caso de los síntomas, todo lo que
hay es una barrera de pretensiones no demostradas sobre las maravillas que el psicoanalista
puede realizar, pero ni una sola prueba de que realmente hace lo que pretende hacer.

Podría aducirse que si no hubiera alternativas para el psicoanálisis y la psicoterapia, el bien


que hace tendría más peso que el dinero y el tiempo empleado en él; incluso aunque el
enfermo no resulte curado pueden, con todo, derivarse algún consuelo y otros beneficios del
tratamiento. No obstante, hay métodos alternativos de tratamiento, mucho más cortos y
demostradamente más exitosos, que pueden ser usados para suprimir los síntomas y mejorar
las condiciones del paciente; de ellos hablaremos en los próximos capítulos. En estas
circunstancias, pues, los alegatos alternativos por parte de los psicoanalistas no son
aceptables; no consiguen salvar al psicoanálisis de la acusación de que es inefectivo.

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Un problema generalmente omitido por los psicoanalistas, pero que cada vez es más
importante, es que el psicoanálisis puede tener efectos negativos muy pronunciados; es decir,
que provocan en el enfermo un empeoramiento, más que una mejoría. Hans Strupp y sus
colegas, en un libro titulado «Psicoterapia para bien o para mal: el problema de los efectos
negativos » discute el problema en profundidad y revelan que hay considerable evidencia de
que el psicoanálisis puede producir efectos negativos y que la mayoría de analistas y
psicoterapeutas son muy conscientes de este hecho. Se sugiere que tal vez la aparente falta
de efectividad del psicoanálisis es debida al hecho de que produce fuertes efectos positivos,
pero también negativos, que se compensan entre sí. Si esto fuera cierto, no sería, en verdad,
un buen anuncio propagandístico para el psicoanálisis como método de tratamiento; muy pocos
pacientes estarían de acuerdo en tomar una píldora que pudiera hacerles sentirse mucho mejor
¡o mucho peor!. (Debe tenerse en cuenta que Strupp ha sido siempre un decidido abogado de
la psicoterapia y no puede ser considerado, en modo alguno, como un crítico hostil; para los
que creen que todo criticismo es sólo un asunto de resistencia psicológica a la verdad revelada,
este puede ser un importante punto de información).

¿Cómo es posible que un tratamiento ideado para suprimir temores y ansiedades y aliviar la
depresión y los complejos que se suponen subyacer tales síntomas, pueda, por el contrario,
hacer que los enfermos se sientan más ansiosos y deprimidos?. La respuesta es compleja,
pero probablemente se relaciona con la personalidad del terapeuta y sus modales. En el
siguiente capítulo hablaremos de una teoría alternativa a la freudiana, que demuestra que se
puedan curar pacientes neuróticos mediante ciertos métodos que tienden a la reducción directa
de la ansiedad, la tensión y las preocupaciones. Se ha demostrado empíricamente que un
terapeuta simpático, amistoso y optimista, dispuesto a ayudar y aconsejar al enfermo,
probablemente conseguirá reducir sus ansiedades y preparar, así, el camino para un
tratamiento coronado por el éxito. Tales pruebas demostrarán también que personalidades
diferentes y opuestas -crueles, obsesivas, pesimistas, faltas de interés o de calor- cuyo interés
se basa en la interpretación freudiana de los sueños y la conducta, más que aconsejar y ayudar
tienen muchas probabilidades de aumentar las ansiedades del paciente hasta límites
catastróficos. De modo que1a formación que reciben los psicoanalistas, y la clase de papel que
se les enseña a adoptar se oponen al éxito terapéutico y probablemente tendrán efectos
negativos en sus pacientes.

Los hechos sobre los efectos negativos del psicoanáli-sis están bien documentados, pero para
los lectores no técni-cos verdaderos casos de historiales serán más impresionan-tes y más
fáciles de leer. Dos libros se han escrito desde el punto de vista del paciente, describiendo la
conducta de los psicoanalistas y sus efectos sobre los pacientes. El primero de estos relatos,
titulado simplemente «Crisis», lo escribió un notable psicólogo experimental, Stuart Sutherland,
quien narra la historia de su crisis nerviosa y sus desastro-sas aventuras con varios
psicoanalistas. Sutherland es no sólo un experimentado y muy leído psicólogo, sino que
tam-bién escribe extremadamente bien; su detallada exposición de lo que le sucedió en esos
encuentros dará al lector que no

ha sido psicoanalizado una idea de los terribles efectos de la típica actitud psicoanalítica hacia
los enfermos que pueden ser llevados a extremos de ansiedad y depresión por sus
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preocupaciones neuróticas, que no son en absoluto aliviadas por la actitud fría e interpretativa
del terapeuta. El relato es horripilante, pero saludable; ilustra con brillantes detalles los rígidos
hechos científicos apuntados en los precedentes párrafos.

Otro interesante relato dedicado enteramente a encuentros con cinco psiquiatras es «Si las
Esperanzas fueran Engaños», por Catherine York, un pseudónimo que esconde la identidad de
una bien conocida actriz. El libro contiene la descripción verdadera de los esfuerzos de una
mujer para curarse de su enfermedad mental con la ayuda de la psiquiatría. Muestra la agonía
y la confusión experimentada por quien entra en el mundo del psicoanálisis con una ignorancia
casi total de sus implicaciones. El título del libro, por cierto, está tomado de un poema de Arthur
Hugh Clough; la cita completa es: «Si las esperanzas fueran engaños, los temores serían
embusteros ». El lector queda sorprendido por la semejanza de las experiencias de la señora
York y de Stuart Sutherland en sus encuentros con los psicoanalistas. Entre los factores
comunes se encuentran la aparente falta de simpatía por parte del analista, su frialdad, y su
ausencia de simples sentimientos humanos. No importa en este contexto si tales actitudes son
asumidas siguiendo reglas freudianas, o si son naturales; el efecto del psicoanálisis y de la
psicoterapia, no debiéramos nunca olvidar que el supuesto «tratamiento» puede, de hecho,
aumentar seriamente los sufrimientos del enfermo. Esto es una fría advertencia para quien ya
esté debilitado por las ansiedades y sentimientos depresivos que le inciten a ir al analista; las
esperanzas con que los pacientes entran en el estudio del analista son muy parecidos a los
engaños, pero sus temores no serán ciertamente embusteros. Que sea ético permitir a
practicantes de la Medicina infligir tales sufrimientos a enfermos desesperados es una cuestión
cuya respuesta dejaré al lector.

Los lectores que consideran la psicoterapia freudiana como un benigno, bienintencionado y


bondadoso tío que ayuda a sus pacientes en sus dificultades, calma sus temores y es
generalmente comprensivo, deberían considerar un caso particular relatado por el mismo
Freud, concretamente el de «Dora». La enferma, cuyo nombre real era Ida Bauer, era una
brillante y atractiva mujer que acudió a Freud a la edad de dieciocho años, por sufrir desmayos,
con convulsiones y delirios, catarros, pérdidas ocasionales de la voz, dificultades de
respiración, y una pierna a rastras. Los síntomas sugieren un síndrome orgánico, y, en efecto,
Dora había crecido junto a un padre tuberculoso que había contraído la sífilis antes de
engendrarla, y tanto el padre como la hija manifestaban virtualmente idénticas molestias
asmáticas. Freud se mostró de acuerdo con Dora cuando ella le pidió que tomara en
consideración la base sifilítica de sus problemas. El le explicó que cada neurosis encuentra una
«anuencia somática» en alguna condición subyacente, y afirmó que, según su experiencia
clínica la sífilis de un padre es, por lo regular, «un factor muy relevante en la etiología de la
contribución neuropática de los hijos». A pesar de tal presumible origen orgánico de sus
molestias, consideró a Dora como otra mujer sin voluntad, que exhibía «una conducta
intolerable» y un taedium vitae que probablemente no era del todo genuino. Sin un adecuado
examen, Freud diagnosticó que Dora era una neurótica tan pronto como le describió sus
síntomas, y el aspecto orgánico de la tos de Dora, según él, era sólo su «estrato más bajo»,
actuando como «el grano de arena alrededor del cual una ostra forma su perla». En
consecuencia, no se preocupó de los síntomas orgánicos o de las indicaciones de la enferma,
sino que procedió en la suposición de que la única esperanza de curación radicaba en
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deshacer las evasiones de la paciente. Según parece, Freud ni siquiera se molestó en someter
a Dora a un rutinario examen físico, sino que la sometió a una extraordinaria campaña de
hostigamiento mental.

Como observó Janet Malcolm en su libro sobre «El Psicoanálisis, la Profesión Imposible»,
«Freud trató a Dora como un adversario mortal. La acorraló a gritos, le puso trampas, la empujó
hasta los rincones del estudio, la bombardeó con sus interpretaciones, no le dio cuartel, fue tan
intratable, a su manera, como cualquier miembro del siniestro círculo familiar de la enferma, fue
demasiado lejos y finalmente la echó». (Dora huyó de los análisis a los tres meses). Como
ejemplo, consideraremos la reacción de Freud cuando Dora le dijo que recientemente había
sufrido un ataque de apendicitis. Él lo negó bruscamente y perentoriamente decidió que la
apendicitis había sido, en realidad, una preñez histérica que expresaba sus inconscientes
fantasías sexuales. Consideró que sus síntomas asmáticos estaban relacionados con la
idéntica condición de su padre, pero sólo en el sentido de que ella debió haberle oído jadear en
un acto de copulación. Sus toses, según Freud, no eran más que una tímida canción de amor
femenina. Como dice Frederick Crews en un ensayo sobre «El Sistema de Conocimiento de
Freud»: «En la sensual mente de Freud, las vaporosas especulaciones eróticas eran de mayor
interés diagnóstico que los signos manifiestos de enfermedad mayor». Y continúa diciendo:

En este novelesco caso, Freud, que adopta el papel del infalible detective Dupin, de Poe, es
tremendamente severo con Dora. Una de las quejas de la enferma, evidentemente justificada,
era que su galanteador padre estaba animando tácitamente al padre de su amante para que se
insinuase a ella... una situación en la que la parte menos culpable era ciertamente la
sorprendida y asustada muchacha. Pero Freud se empeñó en demostrar que los problemas de
Dora eran causados principalmente por su propia mente. Cuando se enteró, por ejemplo, de
que años atrás ella se había asqueado al ser sexualmente agredida por ese «hombre, todavía
joven y poseedor», él concluyó: «En esa escena... la conducta de esa muchacha de catorce
años ya fue entera y totalmente histérica. Yo consideraría una persona incuestionablemente
histérica aquella que ante una situación de excitación sexual experimenta sentimientos que
fueran preponderantemente o exclusivamente desagradables; y pensaría lo mismo tanto si esa
persona fuera capaz o no (sic) de presentar síntomas somáticos».

Freud estaba convencido de que las mujeres con problemas neuróticos eran casi ciertamente
masturbadoras, y que no se podía conseguir progreso alguno hasta que se había conseguido
una confesión en tal sentido. Aceptando como axiomática la ley de Fliess de que la enuresis
periódica es causada por la masturbación, obligó a Dora a admitir que en su infancia se había
hecho sus necesidades en la cama hasta pasados los diez años, y sugirió que su catarro,
también, «aludía primariamente a la masturbación», y asimismo sus molestias estomacales.

Otro ejemplo de la necesidad obsesiva de Freud de encontrar una explicación sexual para
cualquier motivación de la conducta ocurrió cuando él observó que su manía de arrastrar la
pierna debía indicar la preocupación de que su preñez imaginaria (imaginada sólo por Freud
bajo la enérgica protesta de Dora) era un «paso en falso». Muchos otros absurdos pueden
encontrarse en el relato del caso hecho por Freud, donde claramente atribuye a Dora
interpretaciones que concuerdan mejor con los complejos del propio Freud. Esos son sólo unos
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pocos ejemplos de la manera en que Freud trató a Dora. El lector puede imaginar cómo una tal
conducta por parte del analista afectaría a una chica emocionalmente inestable de dieciocho
años, creciendo en un extraño círculo familiar, sin ayuda por parte de su padre, y perseguida
por un hombre libidinoso y agresivo que era amigo de su padre. En vez de encontrar la
esperada ayuda y simpatía, halló un adversario hostil y testarudo cuya única finalidad parecía
ser humillarla y atribuirle motivos y conductas que le eran totalmente ajenos. Si esto es un
prototipo de la fórmula freudiana, entonces no puede sorprender que a menudo sólo sirva para
empeorar al enfermo, más que para mejorarle.

En conclusión, observamos que la existencia de teorías y métodos alternativos de tratamiento


es muy importante para una evaluación del psicoanálisis, tanto en cuanto a la teoría como al
método de tratamiento. En la Ciencia, una mala teoría es mejor incluso que una ausencia de
teoría. Se puede mejorar una mala teoría, pero si no se tiene ninguna teoría en absoluto, uno
está perdido en una ciénaga de hechos inconexos. Algo parecido ocurre con el tratamiento;
cualquier clase de tratamiento es probablemente mejor que ningún tratamiento en absoluto,
porque por lo menos crea una esperanza en el enfermo, le hace ver que se está haciendo algo
por él, y le hace creer en la posibilidad de una curación. Cuando tenemos teorías y
tratamientos alternativos, no obstante, disponemos de un método mucho más poderoso para la
evaluación de ambos. Una teoría puede ser cotejada con otra, y pueden llevarse a cabo
experimentos para ver cuál es corroborada por los resultados. De manera parecida, la
existencia de tratamientos alternativos posibilita comparar unos con otros, y ver hasta qué
punto uno es superior. Es por esta razón por lo que en los próximos capítulos estudiaremos
teorías alternativas a la freudiana, y examinaremos brevemente el tipo de tratamiento que
sugieren. En una evaluación del psicoanálisis, tales comparaciones son vitales. Aumentan
nuestro conocimiento y nos permiten formarnos un juicio más seguro sobre el valor del
psicoanálisis del que sería posible en ausencia de tales alternativas.

Hans J.Eysenck: Decadencia y Caída del Imperio Freudiano


Hans J.Eysenck: Decadencia y Caída del Imperio Freudiano

CAPITULO TERCERO
EL TRATAMIENTO PSICOANALÍTICO Y SUS ALTERNATIVAS

Si un hombre empieza con certezas,


terminará con dudas; pero si se contenta con
empezar con dudas, terminará con certezas.
Francis Bacon

Hasta 1950, las pretensiones de los psicoanalistas de ser capaces de tratar con éxito a los
pacientes neuróticos y ser, además, los únicos que podían efectuar curaciones permanentes,
fueron ampliamente aceptadas por psiquiatras y psicólogos. Habían algunas voces críticas
referentes a la teoría psicoanalítica en general, pero aún eran éstas bastante moderadas y
podría decirse que el psicoanálisis se hallaba en la corriente principal del pensamiento
psicológico, que concernía en general a la neurosis y a la psicología social. Esta posición
cambió cuando un número de críticos empezaron a ocuparse de la evidencia referente a la
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eficacia del psicoanálisis y la psicoterapia, y no pudieron encontrar ningún dato que refrendara
las pretensiones psicoanalíticas. Entre los que defendían la tesis de que los psico-analistas no
habían conseguido demostrar su caso estaban hombres como P. G. Denker, C. Landis, A.
Salter, J. Wilder y J. Zubin; tal vez el más preminente era Donald Hebb, que luego llegaría a ser
presidente de la Asociación Americana de Psicología. El crecimiento de este movimiento está
bien narrado por Alan Kazdin, en su libro «Historia de la Modificación de Conducta».

Kazdin resume un artículo que yo publiqué en 1952 como « la más influyente evaluación crítica
sobre la psicoterapia» y puede ser útil revisar los argumentos empleados en ese artículo.

Para empezar, me ocupé de la muy importante cuestión de qué sucede con los neuróticos que
no reciben ninguna clase de tratamiento psiquiátrico. La respuesta, -cosa bastante
sorprendente- es que, según parece, la neurosis es un desorden que se termina por sí solo; en
otras palabras, ¡los neuróticos tienden a mejorar sin tratamiento alguno!. Después de un
período de dos años, algo así como las dos terceras partes han mejorado tanto que se
consideran a sí mismos curados, o, por lo menos, muy mejorados. Esta es una cifra que es
muy importante recordar, porque establece una base para cualquier comparación; un
tratamiento digno de ese nombre debe superar tal cifra para poder ser considerado exitoso.
Esta tasa de mejoría se ha encontrado incluso en casos de seguros, por ejemplo cuando
personas que recibían dinero y dejarían de percibirlo cuando consideraran que se habían
recuperado... en otras palabras, ¡para ellos era un considerable incentivo retener sus síntomas
neuróticos!. Este proceso de recuperación sin terapia ha sido llamada «remisión espontánea»,
y se parece en su forma a los que sufren de un resfriado común; después de tres o cuatro días
el resfriado desaparecerá, hagan lo que hagan, o incluso aunque no hagan nada en absoluto.
Atribuir la curación al hecho de que se han tomado tabletas de vitamina C, o aspirinas, o
whisky, es un caso obvio de post hoc ergo propter hoc; no importa lo que se haya hecho en el
primero o en el segundo día, el resfriado cesará de molestar poco después, pero no
necesariamente a causa de cualquier tratamiento que se haya seguido. Claramente habría
desaparecido, en cualquier caso, y algo muy parecido sucede con las neurosis; en un gran
número de casos la neurosis remite espontáneamente al cabo de dos años. Tendremos que
examinar cuidadosamente lo que sucede durante estos dos años con objeto de descubrir si la
neurosis desaparece por sí misma, o si su desaparición es debida a algo que sucede a la
persona en el curso del período anterior a la remisión espontánea. Espontánea, en este
contexto, simplemente significa «sin el beneficio de la ayuda psiquiátrica»; no significa ningún
evento milagroso sin causa alguna.

Cuando comparé los éxitos reivindicados por psicoanalistas y psicoterapeutas con esta tasa de
éxitos, la respuesta resultó ser que no existía ninguna diferencia real; en otras palabras, los
enfermos que se sometieron al psicoanálisis o a la psicoterapia de tipo psicoanalítico, no
mejoraron más rápidamente que los que, sufriendo serias neurosis, no recibieron tratamiento
alguno. De un examen de diez mil casos concluí que no había evidencia alguna de la eficacia
del psicoanálisis. Es importante tener en cuenta el encuadre preciso de esta conclusión. No dije
que el psicoanálisis o la psicoterapia habían demostrado ser inútiles; esto hubiera sido ir mucho
más allá de la evidencia. Yo simplemente afirmé que los psicoanalistas y los psicoterapeutas
no habían demostrado su caso, concretamente que sus métodos de tratamiento eran mejores
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que ningún tratamiento en absoluto. Es difícil ver cómo esta conclusión podría ser
contrarrestada, porque las cifras eran muy claras, No obstante, un verdadero alud de
refutaciones apareció en los periódicos psicológicos y psiquiátricos en los años que siguieron a
mi artículo.

Los críticos observaron, con razón, que la calidad de la evidencia no era realmente muy buena.
Se disponía de poca información sobre los diagnósticos precisos de los pacientes implicados;
las condiciones de vida de los enfermos tratados y de los no tratados eran muy diferentes; los
criterios usados por los diversos redactores podían no haber sido idénticos; y había diferencias
de edad, status social y otros factores entre los grupos. En mi artículo, yo había, en efecto,
hecho notar la pobreza de la evidencia, y fue a causa de esas diversas debilidades por lo que
no saqué la conclusión de que los estudios citados por mí demostraban que el psicoanálisis
carecía de valor; esto hubiera sido interpretar con exceso la débil evidencia disponible. Pero
cuanto más sujeta a crítica parecía ser la evidencia, más sólida parecía mi conclusión: es decir,
que la evidencia no pudo demostrar el valor del psicoanálisis. Lógicamente, se necesita una
evidencia fuerte para probar el valor de un determinado tratamiento; si la única evidencia
disponible está sujeta a severa crítica, entonces está claro que no puede demostrar el valor del
tratamiento.

La mayoría, si no todos, los críticos me reprocharon haber sacado de tan débil evidencia que el
psicoanálisis había quedado invalidado como un método exitoso de tratamiento, Me quedé
bastante sorprendido ante tales críticas, porque había tenido mucho cuidado de no afirmar tal
cosa; escribí una respuesta haciendo observar que yo había sido citado fuera de contexto, pero
incluso hoy en día los críticos continúan saliendo con esa errónea interpretación de lo que yo
realmente dije. Esto no es, tal vez, sorprendente; para mucha gente el psicoanálisis es un
medio de vida, y cualquier criticismo despierta fuertes emociones que imposibilita que puedan
ver la lógica de un simple argumento, o leer cuidadosamente una crítica de sus amadas
creencias.

Los años que siguieron han visto un gran aumento en los estudios de los efectos de la
psicoterapia, muchos de ellos ampliamente superiores a los que me habían servido para mi
estudio original. En 1965 publiqué otro estudio, del que saqué ocho conclusiones que
reproduzco a continuación:

1.- Cuando grupos de control de neuróticos no tratados son comparados con grupos
experimentales de pacientes tratados con medios de la psicoterapia, ambos grupos se curan
aproximadamente igual.

2.- Cuando soldados que han sufrido una crisis neurótica y no han recibido psicoterapia son
comparados con soldados que han recibido psicoterapia; las posibilidades de ambos grupos
para volver al servicio activo son aproximadamente iguales.

3.- Cuando soldados neuróticos son separados del servicio, sus posibilidades de recobramiento
no están afectadas por el hecho de recibir o no recibir psicoterapia.

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4.- Los neuróticos civiles que son tratados con psicoterapia se recuperan o experimentan
mejoría hasta un nivel aproximadamente igual al de los neuróticos que no reciben psicoterapia.

5.- Los niños que sufren desórdenes emocionales y son tratados con psicoterapia se recuperan
o experimentan mejorías hasta niveles aproximadamente iguales a los de niños similares que
no reciben psicoterapia.

6.- Los pacientes neuróticos tratados con procedimientos psicoterapeúticos basados en teoría
ilustrada mejoran significativamente más de prisa que los pacientes tratados con psicoterapia
psicoanalítica o ecléctica, o no tratados con psicoterapia en absoluto.

7.- Los pacientes tratados con psicoterapia psicoanalítica no mejoran más de prisa que los
pacientes tratados con psicoterapia ecléctica y pueden mejorar menos rápidamente cuando se
tiene en cuenta la amplia proporción de pacientes que abandonan el tratamiento.

8.- Con la única excepción de los métodos psicoterapéuticos basados en la teoría ilustrada, los
resultados publicados sobre las investigaciones con neuróticos civiles y militares, con adultos y
con niños, sugieren que los efectos terapéuticos de la psicoterapia son pequeños o no-
existentes, y de ninguna manera demostrable aportan algo a los efectos no-específicos del
tratamiento médico rutinario, o a otros eventos que ocurren en la experiencia diaria del
paciente.

Dos puntos pueden destacarse en relación con estas conclusiones. El primero es que son
bastante sorprendentes. Los pacientes que se someten al psicoanálisis son casi siempre del
tipo clasificado como yavis (4) (jóvenes atractivas, con facilidad de palabra, inteligentes y con
éxito), y los tales tienden a tener una prognosis favorable con independencia del tratamiento.
Los criterios de selección adoptados por los psicoanalistas son causa de la exclusión de
clientes extremadamente perturbados (incluyendo desviados sexuales y alcohólicos), de
clientes que no requieren «terapia parlante», y de clientes a los cuales el asesor no
consideraría normalmente adecuados para la psicoterapia. Excluyendo así a los enfermos
neuróticos más difíciles y recalcitrantes y concentrándose en los que parecen más susceptibles
de poder mejorar en cualquier caso, los psicoanalistas parecen haber trucado los dados en su
favor; la imposibilidad de obtener mejores resultados que con la ausencia de tratamiento o con
las formas eclécticas de psicoterapia, donde prácticamente no se excluye a ningún enfermo,
parece sugerir, si acaso, que el psicoanálisis hace menos bien que la psicoterapia ecléctica o
que la ausencia de tratamiento.

Otro punto que debe tenerse presente es el gran nú-mero de pacientes tratados
psicoanalíticamente que abandonan el tratamiento antes de acabarlo. Esto ha sido causa de
algunas discusiones acerca de las estadísticas de curaciones tras el tratamiento psicoanalítico.
¿Deben contarse, el 50% o más de pacientes que abandonan el tratamiento sin haber
experimentado mejoría, como fracasos, o deben omi-tirse?. Mi propia opinión ha sido siempre
que deberían ser contados como fracasos. Un paciente va a ver al doctor para ser tratado y
curado; si se va sin ninguna mejoría notable, entonces está claro que el tratamiento ha sido un
fracaso. Este argumento queda fortalecido por la lógica peculiar usada a menudo por los
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psicoanalistas. Según sus creencias, hay tres grandes grupos de pacientes. El primer grupo es
el de los pacientes que son tratados con éxito y son curados. El segundo grupo es el de los
pacientes que todavía están en tratamiento, un tratamiento que puede hacer varios años que
dura, y de hecho puede durar otros tantos años más. Ahora, los psicoanalistas arguyen que el
tratamiento siempre tiene éxito, de manera que el segundo grupo no puede ser considerado
como un fracaso, simplemente deben continuar recibiendo tratamiento todo el tiempo que haga
falta -otros diez, o veinte, o treinta años- o hasta que mueren. Si abandonan el tratamiento y se
unen al tercer grupo entonces los psicoanalistas afirman que los pacientes se hubieran curado
si hubieran continuado, y por consiguiente no deben ser considerados como casos fracasados.
Pero con esa clase de argumento ningún pariente sería nunca un caso fracasado; o bien es
dado de alta como curado (y sabemos por el caso del Hombre Lobo lo que esto significa), o
continúa en tratamiento. Por definición, no puede haber fracasos y por consiguiente es
imposible refutar la hipótesis psicoanalítica de que el tratamiento siempre tiene éxito. El
argumento usado por los psicoanalistas se parece a una proposición de Galeno, un médico
griego que vivió en el siglo II, que escribió lo que sigue en pro de una determinada medicina:
«Todos los que beben este remedio se curarán en breve plazo, excepto aquellos a los cuales
no les ayude esta medicina, pues todos estos morirán y no encontrarán remedio en ninguna
otra medicina. Por lo tanto, es obvio que sólo falla en los casos incurables». Esto puede ser
una pobre caricatura del argumento aducido por los psicoanalistas, pero contiene la esencia de
lo que es sugerido por muchos de ellos en réplica a las críticas basadas en los casos
fracasados publicados.

Hay otra razón que puede inducir a que preguntemos por qué el psicoanalista obtiene tan
pobres resultados, y qué puede ayudar a explicarlo. Como ya hemos dicho, los psicoanalistas
tienden a seleccionar sus pacientes de manera que sólo los menos seriamente enfermos sean
aceptados para el tratamiento. Parecería, incluso, que muchos de los que acuden al
psicoanalista no están, de hecho, neuroticamente enfermos en absoluto. Para la mayoría de
ellos el psicoanálisis constituye lo que un crítico llamó una vez la «prostitución de la amistad».
En otras palabras, incapaces, a causa de defectos de personalidad y carácter, de ganar y
guardar amigos en los que poder confiar, pagan al psicoanalista para que cumpla esta función,
de la misma manera que los hombres compran sexo a las prostitutas porque son incapaces o
no desean pagar el precio necesario de afecto, amor y ternura que hacer falta para consolidar
una relación sexual sobre una base no comercial. Otros pacientes, particularmente en América,
tienden a visitar a los psicoanalistas porque es (o solía ser... ¡el hábito está desapareciendo!) lo
«que se lleva»; poder hablar de «mi psicoanalista» es ser alguien, y el paciente puede cenar
contando a su auditorio las «percepciones» obtenidas en su análisis. Esas gentes, no estando
enfermas, naturalmente no pueden ser curadas; la costumbre de confiarse en el psicoanalista
(como la costumbre de confiar en curas, astrólogos o magos) se autoperpetúa, y mientras el
dinero dure puede ser muy divertido. Pero todo esto no tiene nada que ver con serios
desarreglos mentales de la clase que estamos considerando. El psicoanalista como prostituto o
como hombre que nos entretiene y divierte tal vez no se ajuste al auto-importante concepto del
«curandero» desarrollado por Freud y sus sucesores, pero puede aplicársele a menudo.

Después del segundo sumario que publiqué en 1965, el número de artículos publicados sobre
el fenómeno de la efectividad de la psicoterapia aumentó dramáticamente, y una inmensa
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cantidad de material ha sido críticamente examinada por S. Rachman y T. Wilson en un
reciente libro titulado «Los efectos de la Terapéutica Psicológica». Citaré aquí solamente las
conclusiones a que ellos llegan, después de un cuidadoso análisis de la evidencia disponible:

El hecho de ocurrir remisiones espontáneas de desórdenes neuróticos proporcionó los


cimientos para la escéptica evaluación de Eysenck del caso de la psicoterapia. Su análi-sis de
los datos, admitidos como insuficientes en ese tiempo, condujeron a Eysenck a aceptar como
la más adecuada proporción la cifra de dos tercios de desórdenes neuróticos que remiten
espontánemente tras dos años de su aparición.

Nuestra revisión de la evidencia que se ha acumulado duran-te los últimos veinticinco años no
nos coloca en una posición para revisar la estimación original de Eysenck, pero sí esta-mos en
disposición de afinar su estimación para cada grupo de desórdenes neuróticos; la temprana
admisión de un pro-medio de remisiones espontáneas entre diferentes tipos de desorden es
cada vez más difícil de defender. Dada la amplia ocurrencia de remisiones espontáneas -y es
difícil ver cómo podrían ser negadas por más tiempo- las reivindicaciones hechas en pro del
valor específico de formas particulares de psicoterapia empiezan a parecer exageradas. Es
sorprenden-te comprobar cuán débil es la evidencia, aportada para corro-borar las inmensas
pretensiones sustentadas o implicadas por tales terapeutas analíticos. Las largas descripciones
de espectaculares mejorías obtenidas en casos particulares cu-yos análisis aparecen como
interminables. Más importante, con todo, es la ausencia de cualquier forma de evaluación
controlada de los efectos del psicoanálisis. No conocemos ningún estudio metodológico de esta
clase que haya tomado adecuadamente en cuenta los cambios espontáneos o, aún más, de la
contribución de las influencias terapeúticas no- específicas, tales como efectos placebo,
esperanza, etcétera. En vista de la ambición, alcance e influencia del psicoanálisis, debemos
sentirnos inclinados a recomendar a nuestros científicos colegas una actitud de continua
pacien-cia, debido al muy insuficiente progreso que se ha hecho tanto en el reconocimiento de
la necesidad de una estricta eva-luación científica como en el establecimiento de criterios sobre
resultados siquiera medianamente satisfactorios. Sos-pechamos, empero, que los grupos de
consumidores demostrarán ser mucho menos pacientes cuando finalmente lleven a cabo un
examen de la evidencia en la que se basan las afirmaciones sobre la efectividad psicoanalítica.

Parece ser que el cambio principal ha sido una mayor atención a los promedios de remisión
espontánea para los diferentes tipos de neuróticos, y es indiscutible que tales diferencias
existen. Por ejemplo, parece que los desórdenes obsesionales tienen un promedio de remisión
espontánea mucho más bajo que las condiciones de ansiedad, mientras los síntomas histéricos
ocupan un lugar intermedio. Rechman y Wilson observan: «Los futuros investigadores harán
bien en analizar los promedios de remisión espontánea de las diversas neurosis, desde dentro,
en vez de a través, de los grupos de diagnósticos. Si procedemos de este modo será posible
obtener estimaciones. más adecuadas de las posibilidades de ocurrencia de remisiones
espontáneas dentro de un particular grupo de desorden, y, ciertamente, de un grupo particular
de enfermos».

Antes de ocuparnos de los métodos alternativos de terapia, y en particular de las terapias


basadas en la teoría ilustrada ya mencionada en el sumario de resultados obtenidos en
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estudios sobre la efectividad de la terapia, será necesario considerar las opiniones de otros
psicólogos que han revisado la evidencia y han llegado a conclusiones diferentes de las de
Rachman y Wilson. Así, por ejemplo, A. E. Bergin propuso (en A. E. Bergin y S. L. Garfield,
eds., «Manual de Psicoterapia y Cambio de Conducta», 1971) que un promedio de remisión
espontánea del 30% es una aproximación más cercana a la verdad que mi estimación del 66%.
No obstante, como Rachman y Wilson observan en una larga crítica, la obra de Bergin contiene
rasgos muy curiosos que lo convierten en completamente inaceptable. En primer lugar, Bergin
promedia resultados de varios estudios nuevos, pero olvida incluir los estudios más antiguos en
los que se basaba mi propia estimación. Rachman y Wilson hacen observar que «los nuevos
datos... deberán haber sido considerados junto a, o al menos, a la luz de, la información
preexistente». Otra observación consiste en que Bergin obvió un número de estudios que eran
más útiles y pertinentes a la cuestión de la tasa de recobramiento espontáneo que los que, de
hecho, incluyó. Y para colmo, algunos de los estudios que Bergin usa para apoyar su
estimación del 30% no tienen nada que ver en absoluto con la remisión espontánea de los
desordenes neuróticos. Este punto puede ser ilustrado examinando uno o dos de los estudios
que usa. Así Bergin da una tasa de remisión espontánea del 0% para un estudio de D. Cappon,
pero un examen más severo proporciona un buen número de sorpresas. El primero es el título
del estudio: «Resultados de Psicoterapia». Cappon, de hecho, informa sobre un total de
doscientos un enfermos privados consecutivos que se sometieron a la terapia; dice que
algunos enfermos mejoraron y otros empeoraron, pero no da ninguna cifra para calcular la tasa
de remisión espontánea. La cifra de Bergin del 0% de tasa de remisión espontánea parece
extraída de la descripción introductoria de Cappon sobre sus pacientes, en la que dice que
«ellos tenían sus problemas, presentes o principales, de disfunción, desde quince años antes
del tratamiento, como promedio». Está claro que Cappon se ocupaba de unos pacientes que
nunca habían mostrado una remisión espontánea, y ciertamente si dos tercios de tales
pacientes hubieran mostrado esa remisión, un tercio no lo hizo; cualquier serie de cifras o datos
numéricos debe basarse en un muestreo al azar, no en uno que fue seleccionado como
habiendo mantenido síntomas neuróticos por un buen número de años. Hay otras objeciones.
Casi todos los pacientes de Cappon padecían otros desarreglos, aparte de los neuróticos; no
hay evidencia de que no habían sido tratados antes de acudir a Cappon; no podemos asumir
que los diagnósticos del comienzo del tratamiento correspondían con su condición en los años
precedentes al tratamiento; y así de lo demás. Este estudio es claramente irrelevante, como
relación a la cuestión de la frecuencia de la remisión espontánea.

Otro documento citado por Bergin y mencionado como dando una tasa de remisión espontánea
del 0% es uno de J. O'Connor, y una vez más el título parece más bien extraño: «Los efectos
de la Psicoterapia en el curso de la colitis ulcerosa». La colitis ulcerosa es ciertamente diferente
de la neurosis, y a partir de ahí la relevancia del estudio con la remisión en las neurosis es
discutible. Su hicieron diagnósticos a los pacientes, pero de los cincuenta y siete enfermos con
colitis que recibieron psicoterapia, y de los cincuenta y siete enfermos que no recibieron tal
tratamiento, sólo tres en cada grupo eran psiconeuróticos. Así, en el mejor de los casos, las
cifras involucradas, incluso si todo el estudio tuviera algo que ver con el problema de la
remisión espontánea sería tres contra tres, pero de hecho no puede obtenerse una tasa de
porcentaje de esos informes ya que todos los resultados están dados como formas de grupo;

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de ahí que los resultados para los tres neuróticos en el grupo sometido a tratamiento y los tres
neuróticos en el que no hubo tratamiento no pueden ser identificados.

Muchos otros estudios, completamente estrafalarios en su relación con el problema de la


remisión espontánea en la neurosis, son comentados por Bergin, mientras que otros tantos
estudios, mucho más relevantes, con mejor metodología y en números más elevados, son
omitidos. Se puede concluir con toda seguridad que la repetidamente ci-tada cifra del 30% que
Bergin da no se basa en una eviden-cia adecuada, y no debería ser tomada en consideración.
To-do lector que no esté convencido de que el sumario de Ber-gin es enteramente falaz y, de
hecho, irresponsable debería leer detalladamente las críticas hechas por Rachman y Wil-son.

Otra revisión de la evidencia que ha atraído mucha atención fue publicada por L. Luborsky (B.
Singer y L. Luborsky, « Estudios Comparativos en Psicoterapia: ¿es verdad que todos han
ganado y todos deben tener premios?», en «Archivos de Psiquiatría General», 1975, 32, 955-
1008), que afirmó haber encontrado bases para la opinión de que «todos han ganando y todos
deben tener premios»... el veredicto de Dodo en «Alicia en el País de las Maravillas». Como él
dice, «la mayor parte de los estudios comparativos de las diferentes formas de psicoterapia
encuentran insignificantes diferencias en las proporciones de enfermos que mejoraron al final
de su tratamiento». Por desgracia, la metodología y ejecución del examen de Luborsky, igual
que la cita, viene de «Alicia en el País de las Maravillas»; él llegó a esa conclusión incluyendo o
excluyendo arbitrariamente estudios de una manera altamente subjetiva. Aquí también, una
crítica detallada es hecha por Rachman y Wilson en su ya mencionado libro, y no sería
adecuado volver sobre ello en estas páginas. Realmente Luborsky, al final de su libro parece
contradecir lo que antes había dicho, concluyendo casi lo mismo que yo sobre la eficacia de la
terapia. El cita, al final de su crítica, a un hipotético «escéptico sobre la eficacia de toda forma
de psicoterapia», que dice: «Ya veis, no podéis demostrar que una clase de psicoterapia es
mejor que otra, o, a veces, incluso mejor que una muy reducida o sin grupos de psicoterapia.
Esto concuerda con la falta de evidencia de que la psicoterapia haga algún bien». Su réplica es
que «las diferencias no significativas entre tratamientos no se relacionan con la cuestión de sus
beneficios... un alto porcentaje de pacientes parecen beneficiarse de cualquiera de las
psicoterapias o de los procedimientos de control. ¡Esta es una extrañamente ambigua
conclusión de uno de los principales abogados de la psicoterapia!.

Debemos, también citar otro estudio titulado «Los Beneficios de la Psicoterapia», por Mary Lee
Smith, Gene V. Glass y Thomas I. Miller. Es un libro fascinante, que llega a conclusiones
extremadamente positivas por lo que se refiere a los efectos de la psicoterapia. He aquí lo que
dicen los autores al final de su libro: La Psicoterapia es benéfica, consistentemente , y, de
diversas maneras. Sus beneficios están a la par con otras intervenciones caras y ambiciosas,
tales como la enseñanza y la Medicina. Los beneficios de la psicoterapia no son permanentes,
pero algo queda. Y luego continúan:

La evidencia comprueba ampliamente la eficacia de la psicoterapia. Los periodistas pueden


continuar arrojando lodo sobre la psicoterapia profesional, pero cualquiera que respete y
comprenda cómo se lleva a cabo la investigación empírica y lo que significa debe reconocer
que la psicoterapia ha demostrado con creces su efectividad. Ciertamente, su eficacia ha
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quedado demostrada con casi monótona regularidad. Las racionalizaciones post hoc de los
críticos académicos de la literatura surgida de la psicoterapia (que alegan que los estudios,
todos ellos, no han sido adecuadamente controlados o comprobados) han sido casi
exhaustivos. No pueden proporcionar nuevas excusas sin sentirse embarazados, o sin
despertar sospechas sobre sus motivaciones.

Sus voces ya van in crescendo, y continúan:

La psicoterapia beneficia a personas de todas las edades, tan fiablemente como la escuela les
educa, o la medicina les cura, o los negocios les procuran beneficios. A veces busca el mismo
objetivo que la educación y la Medicina; cuando es así, la psicoterapia funciona notablemente
bien; tan bien, de hecho, que empieza a amenazar las barreras artificiales que la tradición ha
erigido entre las instituciones de mejoría y de curación. Sugerimos, nada menos, que los
psicoterapeutas tienen una legítima, aunque no exclusiva, pretensión, sustanciada por una
investigación controlada, a cierto papel en la sociedad, cuya responsabilidad consiste en
restaurar la salud de los enfermos, los alienados y los desafectados.

Continúan un buen rato con toda esta explosión de esperanza, para persuadir al no iniciado de
la bondad de su causa, pero un examen detallado de su labor parece conducir a la conclusión
opuesta.

Smith y sus colegas critican los anteriores sumarios de la evidencia, con sus conflictivas
conclusiones, por no haber hecho un repaso exhaustivo de toda la literatura sobre el particular;
consideran desaconsejable concentrarse en informes sobre buenas investigaciones y
prescindir de las malas, porque tal juicio es, hasta cierto punto, subjetivo. De ese modo,
recogen todos los informes sobre investigaciones disponibles sobre el resultado de la
psicoterapia, a condición de que tal informe incluya un grupo de control así como un grupo
experimental. Entonces comparan los resultados de estos dos grupos en una manera
cuantitativa y calculan un resultado de efecto de tamaño (ES) (5) que es de cero cuando no hay
diferencia entre los dos grupos. Si el resultado es positivo, entonces el grupo experimental lo
ha hecho mejor, y si es negativo, el grupo experimental se ha deteriorado al compararse con el
grupo de control. Llaman a esto «metaanálisis» e indican que los datos podrían también ser
falsos de varias maneras, por ejemplo, por el tipo de terapia, la longitud del tratamiento, la
duración del entrenamiento del terapeuta, etc. Finalmente, presentan sus hallazgos en una
tabla en la que se recogen los promedios de efecto de tamaño para dieciocho tipos diferentes
de tratamiento, así como el número de estudios en que se basó cada una de esas dieciocho
estadísticas.

Podría decirse mucho acerca de este método; no es muy corriente en una revisión de evidencia
científica tratar estudios buenos y malos por igual, dándoles igual valor. La mayoría de
científicos considerarían esto como anatema, y exluirían los estudios que hubieran sido
reconocidos como pobremente controlados, mal llevados a cabo y mal analizados. No
obstante, no tomemos en cuenta las muchas críticas que pueden hacerse de este método, y
concentrémonos en los hallazgos reales. La terapia psicodinámica acaba con un ES de 0-69;
esto, argumentan los autores, es un efecto muy fuerte, y apoya por completo su opinión de
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que, comparada con la ausencia de tratamiento, la terapia psicodinámica es extremadamente
útil. Citan muchos otros tratamientos que son igualmente efectivos o más; así, por ejemplo, la
desensibilización sistemática, un caso de terapia conductista del que hablaremos, tiene un ES
de 1-05, es decir, casi un 50% más alto que la terapia psicodinámica.

La última inscripción en la tabla, número 18, es denominada «tratamiento placebo». Como


anteriormente he explicado, el «tratamiento placebo» es un pseudotratamiento que no tiene
razón ni significado, y no tiene por objeto beneficiar al paciente; simplemente es instituido para
hacerle creer que está siendo tratado, cuando en realidad no está recibiendo ninguna clase de
tratamiento efectivo. Un tratamiento placebo es un control para efectos no-específicos, tal como
un paciente que visita a un terapeuta, creyendo que se está haciendo algo por él, y
posiblemente hablando al psiquiatra o al psicólogo. Por consiguiente, debe haber un control y
es interesante ver que su ES es 0-56, es decir, muy cercano al de la terapia psicodinámica. En
otras palabras, cuando se utiliza un grupo de control adecuado, o sea uno que recibe un
tratamiento placebo, entonces no se ve ninguna efectividad en absoluto en la terapia
psicodinámica. Hay evidencia para la desensibilización sistemática y en el informe Smith y sus
colegas descubren que las terapias conductistas son significativamente superiores a las
terapias parlantes en general, pero no insistiremos en este punto porque hay otras razones
para descalificar las conclusiones de este examen.

Es particularmente interesante que Smith y sus colegas hayan considerado el placebo como un
verdadero tratamiento, en vista de la definición que ellos adoptan de la psicoterapia. Esta
definición, anticipada por J. Meltzoff y M. Kornreich, se formula así:

La psicoterapia significa la aplicación informada y planificada de técnicas derivadas de


principios psicológicos establecidos, por personas cualificadas por su entrenamiento y
experiencia para comprender esos principios y aplicar esas técnicas con la intención de asistir
individuos para modificar características personales tales como sentimientos, valores, actitudes
y conductas que son juzgadas por el terapeuta como inadaptadas o defectuosas.

Dígase lo que se quiera sobre el tratamiento placebo, no es ciertamente una técnica derivada
de principios psicológicos establecidos, y no se aplica con la intención de asistir a individuos
para que modifiquen sus características personales. Es, también, interesante observar que
otros han llevado a cabo análisis de todos los estudios conocidos usando grupos de
psicoterapia y grupos de tratamiento placebo, y no han hallado diferencia en los resultados. De
aquí se deduce que cuando se utilizan controles apropiados, la evidencia sigue apoyando mi
conclusión original, y no está en modo alguno de acuerdo con la conclusión a que
erróneamente llegan Smith y sus colegas con sus propios datos.

Es curioso que el libro de Smith, Glass y Miller sea frecuentemente citado por los
psicoterapeutas como conclusiva evidencia de que sus métodos realmente funcionan, y haya
sido a menudo favorablemente comentado en revistas ortodoxas de psicología, sin ninguna
mención de su heterodoxa visión del tratamiento placebo. La razón es que la profesión de la
psicoterapia emplea más psicólogos, psicoanalistas y psiquiatras que cualquier otra disciplina
psicológica, y por consiguiente hay un inherente interés profesional en demostrar el valor de
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sus actividades. Quienquiera que lea este tipo de literatura debe tener esto bien presente; de
no hacerlo es difícil hallar un sentido en todas las contradictorias proposiciones que propugnan.

Hay otros interesantes hallazgos en el libro que contradicen llanamente las conclusiones
extraídas por los autores. Volviendo a la definición, observamos que la psicoterapia debiera
aplicarse «por personas cualificadas por el entrenamiento y la experiencia», y por consiguiente
cabría esperar que cuanto más prolongada fuera el entrenamiento del terapeuta, mejores
serían los resultados. Cuando este análisis fue hecho por Smith y sus colegas, no hallaron
ninguna evidencia que corroborara esta conclusión: el entrenamiento más superficial resultó
tan útil y efectivo para tratar desórdenes neuróticos como el más amplio y prolongado tipo de
entrenamiento psicoanalítico. Si esto es realmente así, entonces obviamente la psicoterapia no
es una habilidad que se puede aprender, sino algo que se adquiere después de una breve
introducción en su campo; esto es, aparentemente, tal útil y de tanto éxito terapéutico como el
más largo y extenso entrenamiento posible. Pocos psicoterapeutas estarían de acuerdo con
esta conclusión ni aceptarían sus corolarios relativos a la formación de futuros psicoterapeutas.
No obstante, sobre tal absurda base Smith y sus colegas fundamentan sus optimistas
conclusiones sobre la efectividad de la psicoterapia.

Uno imaginaría también que la duración de la psicoterapia desempeñaría un papel en su


efectividad, y que un tratamiento muy corto sería más afortunado que uno muy largo. Tal no es
la conclusión a que llegan Smith y sus colegas, para los cuales el factor tiempo no es
significativo; el más corto tipo de terapia, tal vez de una hora o dos de duración, era
exactamente tan exitoso como el más largo, que duraba varios años. Esto, otra vez,
difícilmente sería aceptado por psicoanalistas y otros psicoterapeutas, que ciertamente creer
que parte de su teoría exige larga investigación y tratamiento. Así, una vez más, las muy
optimistas conclusiones de Smith y sus colegas se oponen a creencias firmemente arraigadas
en los mismos psicoterapeutas. Tampoco debiera pensarse que los casos más difíciles reciben
el tratamiento más largo, lo que explicaría la comparativa falta de éxito de la terapia a largo
plazo. Como ya hemos hecho observar, el psicoanálisis es la forma de tratamiento
particularmente favorable a la aplicación a largo plazo, y no obstante ¡los psicoanalistas
seleccionan a sus pacientes entre las personas menos seriamente enfermas y con más
probabilidades de curarse rápidamente!.

Hay muchas otras cosas curiosas acerca de «Los Beneficios de la Psicoterapia», pero tal vez
ya se ha dicho bastante para convencer al lector de que las conclusiones sobre la efectividad
de la psicoterapia obtenidas por Smith, Glass y Miller no son corroboradas por sus propios
datos, incluso a pesar de que la psicoterapia y el psicoanálisis funcionan. Incluso hoy, treinta
años después del artículo en el que hice observar la falta de pruebas sobre su efectividad
terapéutica, y tras quinientas investigaciones extensivas, la conclusión debe continuar siendo
que no hay evidencia sustancial de que el psicoanálisis o la psicoterapia tengan ningún efecto
positivo en el curso de los desórdenes neuróticos, más allá y por encima de lo que pretendan
tratamientos placebo sin significado alguno. Con tratamiento y sin él, nos desprendemos de
nuestros resfriados, y con tratamiento o sin él, tendemos a desprendernos de nuestras
neurosis, aunque con menos rapidez y con menos seguridad. Incluso si, después de un
período de dos años, dos terceras partes de los enfermos han curado o han mejorado mucho,
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sin tratamiento, ello aún deja a una tercera parte sin mejorar, y de ahí la necesidad de terapias
más efectivas y rápidas; si pudiéramos tratar con éxito a los que, de otro modo, no mejoraron o
se recobraron del todo por remisión espontánea, y reducir el período de dos años de
sufrimientos que obtuvieran una remisión espontánea, esto sería de un considerable valor
social. ¿Existen, pues, teorías alternativas a la freudiana, y dan pie a tipos de terapia que
pueda demostrar ser objetivamente más objetiva que el psicoanálisis y la psicoterapia
freudianas?.

La respuesta a esta pregunta es, ciertamente, que sí. En mi libro «Tú y la Neurosis» ya me
ocupé de la prometedora terapia conductista y aquí trazaré un rápido bosquejo de la teoría y la
evidencia sobre su efectividad. Hay muchas diferencias de detalle dentro del campo de los
terapeutas conductistas, y aunque sería interesante ocuparse de ello, este no es el lugar
apropiado; este libro se ocupa de Freud, no de Páulov, que debe ser considerado el padre de
la terapia conductista. Fue Páulov, quien introdujo el concepto de condicionamiento y extinción,
y fue J. B. Watson, el padre del conductismo americano, quien demostró que esos conceptos
podían ser introducidos con éxito al ocuparse de los orígenes y el tratamiento de los
desórdenes neuróticos.

Tal vez debiéramos decir unas cuantas palabras acerca de los principios del condicionamiento.
La mayoría está familiarizada con el experimento definidor de Páulov, en el cual estableció en
primer lugar que no todos los perros salivarían al oír un timbre en el laboratorio, pero sí
salivarían cuando vieran comida. Lo que Páulov consiguió demostrar fue que si el timbre (el
llamado estímulo condicionado, o CS) sonaba un poco antes de que el alimento fuera mostrado
o dado a los perros (el estímulo incondicionado, o US), entonces, tras varias repeticiones de
tales CS y US, los perros sólo salivarían ante el CS. En otras palabras, el experimentador
tocaría el timbre y los perros salivarían. Esto es, en esencia, el fenómeno del condicionamiento,
y la gran contribución de Páulov fue no sólo haber descubierto y demostrado tal cosa en el
laboratorio, sino también haber expresado las leyes según las cuales procede el
condicionamiento. Estas cosas son demasiado complicadas para tratarlas aquí, pero debemos
referirnos por lo menos a una ley, concretamente la de la extinción.

Una vez hemos establecido una respuesta condicionada, tiende a persistir. Si deseamos
desembarazarnos de ella, debemos adoptar un método particular, llamado de la extinción. Este
consiste en presentar el CS muchas veces sin refuerzo, es decir, sin mostrar la comida.
Gradualmente, la salivación producida por el CS disminuirá, y finalmente se terminará del todo.
Así las dos propiedades fundamentales del estímulo condicionado son la adquisición y la
extinción, y sabemos mucho acerca de las leyes según las cuales la adquisición y la extinción
actúan. ¿Por qué es tan importante el condicionamiento para el estudioso de la conducta
neurótica?.

Antes de contestar a esta pregunta, consideremos brevemente la naturaleza del hombre. Está
universalmente admitido que el hombre es un animal bisocial. Está determinado en su
conducta en parte por impulsos biológicos inherentes a su modo de ser y derivados de causas
genéticas; estos determinantes biológicos inherentes a su modo de ser y derivados de causas
genéticas; estos determinantes biológicos de su conducta están firmemente englobados en su
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morfología, y han sido modelados al cabo de millones de años de progreso evolutivo.
Igualmente, es condicionado en su conducta, en parte, por factores sociales: conocimientos, la
formación de actitudes y modo de obrar a través de su relación con otros seres humanos, y
demás. Algunos psicólogos prefieren acentuar el factor biológico, otros el social, como
determinantes de la conducta, pero es importante recordar que el hombre es un animal
biosocial y que ambos grupos de factores son vitalmente importantes si debemos ocuparnos de
la conducta del hombre.

Todo comportamiento, por supuesto, está ampliamente mediatizado por el cerebro, y el cerebro
presenta una indiscutible evidencia de la historia evolutiva del hombre. Como se ha observado
a menudo, el hombre tiene un trino, o un cerebro de tres en uno. El más viejo de los tres, el
llamado cerebro de reptil, reposa en el tronco del cerebro, que forma un puente entre la misma
corteza y los numerosos nervios que entran y salen del cerebro. Encima está la psicocorteza, el
llamado cerebro viejo, que consiste principalmente en el sistema límbico y concierne a la
expresión de las emociones. Rodeándolo y arqueándose hacia arriba está la neocorteza, el
llamado nuevo cerebro; este es el que distingue al hombre de la mayoría de los demás
animales por su amplio desarrollo, y es el responsable del pensamiento, del habla, de la
solución de problemas y de todos los procesos cognitivos que diferencian el hombre de las
bestias. Ahora bien, las neurosis son esencialmente desarreglos de la paleocorteza o sistema
límbico; es característica de tales desarreglos que difícilmente pueden ser influenciados por
procesos originados en la neocorteza. Una mujer que tiene fobia a los gatos sabe
perfectamente bien en su neocorteza que sus actos son absurdos, porque no hay peligro
alguno en un gato; no obstante, el sentimiento está ahí, y no puede hacer nada contra ello. La
neocorteza y la paleocorteza no están completamente incomunicadas, pero hay relativamente
poca interacción entre ellas.

Ahora bien, el lenguaje de la psicocorteza es un condicionamiento pauloviano. Mucho antes de


que el hombre desarrollara su neocorteza, sus predecesores debieron aprender a evitar
lugares peligrosos donde existían posibilidades de ser atacados, o congregarse en otros
lugares donde se encontrara comida y agua, y demás. Los animales adquieren este
conocimiento a través de un proceso de condicionamiento pauloviano, y en el hombre, también,
se ha descubierto que las emociones pueden adquirirse de la misma manera. Tóquese un
timbre y luego dese a un sujeto humano una descarga eléctrica, y después de unas cuantas
repeticiones se observarán en él las mismas reacciones fisiológicas ante el timbre como las
que mostró originalmente ante la descarga. Las ansiedades y otros temores, en particular, son
fácilmente adquiridos por el hombre, y a partir de ahí, Páulov, y luego Watson formularon la
teoría de que los desórdenes neuróticos son esencialmente respuestas emocionales
condicionadas.

Un bien conocido experimento, llevado a cabo por Watson ilustra este punto. Condicionó a un
niño de once meses llamado Albert, al que le gustaba jugar con ratoncillos blancos, hasta
desarrollar en él una fobia contra los ratoncillos, haciendo un ruido detrás de la cabeza del
pequeño Albert para asustarle cada vez que el niño trataba de tocar a los ratoncillos. Después
de unas pocas repeticiones Albert mostró un considerable temor ante los ratoncillos, que
generalizó a otros animales peludos, incluso a caretas de Papá Noél, abrigos de pieles, etc.
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Este temor persistió durante un largo período de tiempo, y Watson dedujo que había
condicionado una fobia neurótica en el niño. También pensó que esta clase de temores, y otros
tipos de ansiedad, podían ser eliminados mediante procesos de extinción pauloviano. Mary
Cover Jones, una de sus discípulas, demostró que eso era cierto al tratar a un buen número de
niños que sufrían miedos y fobias neuróticas. Todo esto sucedía a principios de los años 1920,
y son tales teorías y estudios las que forman la base de la moderna teoría conductista.

Hay varias maneras en las cuales la terapia conductista puede ser usada, siendo las tres
principales la desensibilización, la inundación y el modelado. Explicaré brevemente qué
significan estos términos, empezando por la desensibilización. Como ejemplo, tomemos una
mujer que ha adquirido fobia hacia los gatos debido a algún acontecimiento traumático en su
vida pasada. El terapeuta conductista considera esto como una respuesta condicionada, y
busca un método para extinguirla. En la desensibilización, al paciente se le enseñarían, antes
que nada, métodos de relajación, por ejemplo, la distensión gradual en los diversos músculos
del cuerpo. La tensión es una de las características de los estados elevados de temor y
ansiedad, y este ejercicio de relajación pone las bases del proceso de extinción.

Así se construye una jerarquía de temores, en consulta con el paciente, empezando por el
aspecto que produce menos miedo del objeto o situación que lo provoca, hasta que el produce
más. Así, en el caso de la señora que tenía fobia a los gatos, un estímulo productor de un
pequeño temor puede ser un dibujo de un gatito que se le muestra desde una buena distancia;
un estímulo productor de mucho temor puede ser un gato grande y furioso sentado en su
regazo. Al paciente se le dice primero que se relaje por completo, y cuando se consigue un
grado de relajación, se le pide que se imagine uno de los estímulos productores de poco temor,
o bien se le enseña, desde lejos, la fotografía o el dibujo del gatito. La ansiedad así producida
no es lo bastante fuerte para vencer a la relajación, y de este modo se consigue una pequeña
cantidad de extinción.

Gradualmente, el terapeuta trabaja a través de la jerarquía, subiendo cada vez más, y cuando
ha alcanzado el punto más alto y ha extinguido por completo las reacciones de temor, el
paciente está efectivamente curado; él y ella ya no experimentarán temor ante objetos o
situaciones que previamente evocaron esa emoción. El método ha demostra-do funcionar
extremadamente bien, y es aplicable no sólo a simples fobias (que son relativamente raras)
sino también a estados de ansiedad mucho más complejos, depresión y otros síntomas
neuróticos. Aquí ha sido descrito solamente en su más simple y elemental esquema; hay,
naturalmente, muchas complejidades en el método que no han sido trata-das. La
desensibilización es, probablemente, el método más ampliamente aceptado en la terapia
conductista, y sin duda uno de los más exitosos.

El siguiente método, la inundación, es llamado así porque implica inundar al paciente con la
emoción relacionada con ansiedades, temores o fobias particulares. En un sentido es el
anverso de lo que para la desensibilización es el reverso, porque empieza en la cumbre más
bien que en el fondo de la jerarquía de temores. Este método, también, produce extinción, y
como comentaré un amplio ejemplo sobre su aplicación, no voy a decir nada más sobre ello por
ahora.
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El tercero de los métodos de terapia conductista más corrientemente usados es el modelado.
Aquí al paciente se le muestra cómo el terapeuta, o cualquier otro modelo, afronta la situación
o los objetos que causan temor al paciente. Así, si un niño tiene una fobia a los perros, se le
mostrará un amigo o un pariente acercándose a un perro de aspecto peligroso, acariciándole y
haciéndose amigo de él. Esto produce, gradualmente, la extinción, y después de un rato el niño
es capaz de acercarse él mismo al perro, o de superar su fobia de este modo.

Consideremos ahora un ejemplo relativamente extendido de la aplicación de la terapia


conductista, y una comparación entre ésta y el psicoanálisis. Entre la amplia literatura
disponible deberemos escoger un desarreglo particular, pero no deberá suponerse que por el
hecho de haber sido elegido como ejemplo, tal desarreglo es el único que puede ser tratado
con terapia conductista. Todos los diversos desarreglos calificados como «neuróticos» pueden
ser, y han sido, tratados con éxito por los métodos de la terapia conductista. Las razones por
las cuales el lavado de manos obsesivo-compulsivo ha sido seleccionado como ejemplo son
las que siguen. En primer lugar, este particular desarreglo tiene una solución muy clara y
mesurable, concretamente la cantidad de tiempo que pasa una persona lavándose, evitando la
contaminación y actuando, de otras maneras, de forma irracional como resultado de los rituales
de lavado que haya debido elaborar. Que la supresión de tales rituales deje tras sí algún otro
síntoma, mental o físico, más complejo, lo tendremos que decidir ahora.

La segunda razón de haber escogido este desarreglo concreto es que ha sido


excepcionalmente resistente a la remisión espontánea e igualmente resistente a todos los
esfuerzos de tratarlo por medio del psicoanálisis, la psicoterapia, los electrochocs, la
leucotomía y muchos otros métodos que se han probado. A todos los efectos prácticos puede
decirse que nada resulta, de manera que empezamos con una línea básica de éxito decero. El
doctor D. Malan, uno de los más conocidos psicoanalistas británicos, que es muy
frecuentemente comentado admitió en un libro reciente («LaPsicoterapia individual y la Ciencia
de la Psicodinámica», 1979) que nunca había visto un caso de lavado de manos obsesivo-
compulsivo tratado con éxito por medio del psico-análisis, y que creía que la terapia conductista
era el método bvio de tratamiento que debía usarse.

A primera vista un obsesivo lavado de manos y otros rituales de limpieza pueden parecer una
forma de desorden particularmente poco seria, pero en realidad tienen un efecto destructivo en
la capacidad de una persona para enfrentarse a la vida, conservar un empleo o mantener una
familia. Un hombre que sufra este desarreglo es incapaz de salir a trabajar, porque pasa
demasiado tiempo en sus rituales de limpieza, y tiene las mayores dificultades en llevar
cualquier tipo de vida familiar, por la misma razón. A consecuencia de sus rituales y su forzoso
aislamiento de la sociedad, el enfermo a menudo padece ansiedad, se deprime e incluso
desarrolla tendencias suicidas. El desarreglo es, pues, verdaderamente serio, y además se ha
demostrado hasta la fecha como completamente resistente al tratamiento, tanto
psicoterapeútico como físico.

Esta es otra razón por la cual este desorden ha sido escogido como un ejemplo de la aplicación
de la terapia conductista y de sus principios. Esta razón se relaciona con una objeción hecha a
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menudo a la terapia conductista, concretamente de que se basa en principios condicionantes
derivados principalmente de la experimentación con animales, y que las neurosis humanas son
demasiado complejas para seguir un modelo tan simple. Una razón para escoger la neurosis
obsesiva-compulsiva como ejemplo, es que existe un buen modelo animal del cual se ha
tomado el tratamiento; esto demostrará que la objeción no es realista. No podemos decidir a
priori qué nivel de complejidad debe alcanzar un tratamiento para tener éxito; sólo el estudio
empírico nos lo puede decir. Si el tratamiento es clara e inequívocamente coronado por el éxito,
entonces no cabe duda de que las objeciones teóricas deben perder su fuerza.

El paradigma experimental del cual se deriva el tratamiento es el siguiente. Un perro es


colocado en una habitación (o una caja grande) dividida en dos por en medio por una valla;
cada mitad del cuarto tiene un suelo hecho de barras de metal que pueden ser electrificadas
para dar un shock a las patas del perro. Además, el cuarto contiene una lámpara que da luz y
se apaga alternativamente; este es el estímulo condicionado; el shock eléctrico es el estímulo
incondicionado. El experimento procede cuando el estímulo condicionado se ilumina; diez
segundos más tarde al perro se le da un shock eléctrico, y él rápidamente salta la valla hacia el
lado seguro del cuarto. La luz se apaga y después de un rato se enciende de nuevo; diez
segundos más tarde, la parte previamente segura del cuarto es electrificada, y el perro salta
otra vez la valla, hasta la otra parte del cuarto. Pronto aprende a saltar en el momento en que
se produce el shock, y poco después salta cuando viene el estímulo condicionado, y antes de
que se de el shock eléctrico. El perro está, ahora, condicionado, y el experimentador quita la
conexión eléctrica de manera que el perro ya no vuelve a sufrir más shocks. No obstante,
continuará saltando con el estímulo condicionado una docena de veces, cien veces, incluso mil
veces; en otras palabras, ha adquirido un hábito obsesivo-compulsivo que es persistente y que
no desaparecerá por sí solo. La semejanza con el lavado de manos obsesivo-compulsivo del
paciente es obvia. El paciente se lava las manos con objeto de calmar la ansiedad relativa a la
contaminación; el perro salta para calmar la ansiedad relativa a la posibilidad de recibir un
electroshock. En realidad la contaminación no afectará al paciente, y el perro no recibirá un
electroshock; de ahí que ambos hábitos sean irreales e inadaptados. No obstante, son muy
fuertes y difíciles de erradicar. Ya hemos visto esto con los pacientes humanos; para los
perros, también, es difícil de desarraigar este hábito neurótico que se les ha creado. Por
ejemplo, un experimento que se ha probado consiste en volver a conectar la electricidad, y
electrificar, no la parte del cuarto en la cual se halla el perro, sino la parte a la cual salta para
buscar su seguridad. Esto, no obstante, no resulta; simplemente aumenta el nivel de ansiedad
del perro y le hace saltar más pronto y con más energía.

¿Cómo podemos, pues, curar al perro?. La respuesta es: mediante lo que los terapeutas
conductistas llaman «inundación con prevención de réplica». He aquí lo que se hace. La valla
de en medio del cuarto es levantada tan alto que el perro no pueda saltar por encima de ella.
Entonces se aplica el estímulo condicionado, y produce un considerable grado de ansiedad en
el perro. Ladra, corre alrededor de su parte del cuarto, trata de escalar las paredes, orina y
defeca, dando señales de extremado temor. Esta es la parte de « inundación » del
experimento; el perro está inundado por la emoción provocada por la aparición del estímulo
condicionado. En circunstancias normales saltaría por encima de la valla, o huiría, o evitaría, de
cualquier otra manera, el estímulo condicionado, pero esto es, ahora, imposible, debi-do al
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método de prevención de réplica, es decir, elevando tanto la valla que el perro no puede
saltarla.

Esta primera demostración de extremado pánico pronto da paso a una conducta menos
temerosa; gradualmente el perro se va calmando y después de una media hora,
aproximadamente, parece relajarse; en otras palabras, se ha desensibilizado ante la situación,
y se ha producido una cierta extinción. Si se repite el experimento un cierto número de veces,
el perro estará curado. Podrá bajarse otra vez la valla, y aunque se ponga de nuevo en marcha
el estímulo condicionado, ya no se molestará en saltar.

¿Cómo podemos adaptar este método al enfermo humano de lavado de manos obsesivo-
compulsivo?. La respuesta es muy simple. El terapeuta le explica exactamente al paciente lo
que va a hacer, y las razones para utilizar este particular método de tratamiento. El enfermo,
entonces, da su consentimiento para someterse a tal tratamiento: se le da el derecho a escoger
otra forma de tratamiento de su preferencia. Entonces es introducido en el cuarto de
tratamiento, que no contiene más que una mesa y dos sillas, una para el terapeuta, y otra para
el enfermo. Sobre la mesa hay una urna llena de polvo, arena y basura. El terapeuta sumerge
sus manos en esa basura y saca parte de ella fuera de la urna, y luego le dice al paciente que
haga exactamente lo mismo. El enfermo obedece, pero inmediatamente su ansiedad se excita,
y quiere irse y lavarse las manos. El terapeuta le dice que no haga esto, y que se quede
sentado, con sus manos llenas de basura. Esto produce la misma clase de «inundación» con
emoción, tal como le sucede al perro en el cuarto experimental, pero, igualmente, el miedo va
desapareciendo gradualmente, y después de una hora o dos el enfermo se sienta en su silla,
con expresión todavía infeliz, pero, sin embargo, con su miedo y su ansiedad notablemente
reducidos. Cuando no parece mostrar, ya, ninguna emoción en absoluto, el experimento se da
por terminado, y entonces se le permite irse y que se lave las manos. Este procedimiento se
repite un número de veces durante un período de dos o tres meses, a una cadencia de dos
repeticiones por semana, y, según la teoría, el enfermo debiera estar curado al final. ¿Es esto
verdad?.

S. Rachman y R. Hodgson, en su libro «Obsesiones y Compulsiones», dan una relación


detallada de sus experimentos con este método de tratamiento, y la respuesta es que entre el
85 y el 90 por ciento de los pacientes mejoran mucho, o se curan por completo. Además, el
seguimiento demuestra que no muestran síntoma alguno de recaída y que no hay evidencia
alguna de sustitución de síntomas. Por otra parte, su vida laboral y familiar continúan
mejorando una vez terminado el tratamiento, y el nivel general de ansiedad y depresión se
reduce. Según los relatos de los enfermos y de sus familias, el tratamiento es eminentemente
exitoso. Esto no es lo que Freud hubiera predicho, y en cuanto contradice sus pretenciosas
suposiciones sobre las consecuencias del «tratamiento puramente sintomático», el
experimento debe ser considerado como una prueba concluyente contra las teorías
psicoanalíticas.

Obviamente, un simple examen no basta para establecer la superioridad de la terapia


conductista. Los lectores encontrarán una amplia reseña de toda la literatura sobre el tema en
un libro de A. E. Kazdin y G. T. Wilson « Evaluación de la Terapia Conductista: Fuentes,
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Evidencia y Estrategia de Investigación». Ahora la evidencia es netamente convincente en el
sentido de que los métodos de la terapia conductista no sólo tienen más éxito que cualquier
otro tipo de psicoterapia, sino que también funcionan con mucha más rapidez; nunca se trata
de años, sino de meses, e incluso semanas, para que aparezca el éxito. La inexistencia de
recaídas y de sustituciones de síntomas en la terapia conductista, a pesar de las drásticas
predicciones hechas por Freud y los psicoanalistas, es uno de los argumentos más probatorios
contra la teoría psicoanalítica. ¡Cuán extraño que los que son incapaces de curar ni siquiera los
síntomas, acusen a los terapeutas conductistas de sólo curar síntomas!.

La teoría del condicionamiento y la extinción de las neurosis nos permite explicar muchos
hechos que, de otro modo, serían muy misteriosos. Es, aparentemente, cierto que la mayoría
de tipos de psicoterapia (de los cuales hay, ahora, centenares) son razonablemente exitosos,
es decir, que los pacientes mejoran. Esto sucede a parte de la particular teoría abogada por el
fundador del tipo de terapia en cuestión y ocurre igualmente en casos de remisión espontánea.
Tal vez lo que necesita explicación más que nada es la ocurrencia de la remisión espontánea;
una vez podemos explicar eso, podremos explicar el éxito de los diferentes medios de terapia
bajo esquemas similares. ¿Puede hacerse esto con el esquema de la teoría de la extinción?.

Consideremos lo que sucede realmente en los casos de la remisión espontánea. El paciente


lleva sus problemas a un sacerdote, a un maestro, un doctor, o amigos o parientes; en
cualquier caso, lo que hace es una imitación relativamente pálida del proceso de
desensibilización ya descrito. La persona con la que habla será, por lo general, compasiva,
amistosa y deseosa de ayudar; esto hace descender el nivel general de ansiedad, El paciente
se encontrará, así, en un estado de relajación, y tenderá a discutir sus problemas empezando
por los que le provocan menos ansiedad, y luego, poco a poco, siguiendo con los más serios.
Naturalmente, el proceso no puede tener tanto éxito como la terapia conductista, porque no se
lleva a cabo sistemáticamente, pero cuanto más se parezca a la desensibilización, más útil
será. Según este esquema, al parecer, puede explicarse el relativo éxito de la «remisión
espontánea», que en tal caso puede verse que no es «espontánea» en absoluto, sino que más
bien se debe a un proceso muy parecido al de la terapia conductista.

Exactamente la misma clase de cosa sucede cuando el paciente visita a un psicoterapeuta, de


cualquier escuela; también aquí tenernos un oyente compasivo y amistoso, deseoso de ayudar
y congeniar, y también al paciente contando su historia, quejándose de sus dificultades y, en
general, exponiendo sus ansiedades. Aquí, también, el proceso debiera tener menos éxito que
la desensibilización por no haber sido adecuadamente programado, pero por lo menos debiera
te-ner tanto éxito como los procedimientos de remisión espon-tánea. Si recordamos que Smith,
Glass y Miller mostraron que la duración del entrenamiento del terapeuta no marca

ninguna diferencia, podemos muy bien extrapolar este hallazgo para incluir entre los terapeutas
a los sacerdotes, maestros, doctores, amigos y parientes del enfermo, que no tuvieron una
formación sistemática, pero cuya mera presen-cia y deseos de escuchar debieran provocar el
proceso de de sensibilización. La formación o entrenamiento que los psico-terapeutas de las
diversas tendencias tuvieron estará acorde con la teoría particular que ellos siguen, y esto,
como he-mos visto, no tiene nada que ver con el éxito del tratamiento.
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Así, podríamos decir que la teoría de la extinción explica to-dos los fenómenos acontecidos, lo
que no es el caso con nin-guna otra teoría alternativa.

Una pregunta que se plantea a menudo es cómo es posible que tantos enfermos y tantos
terapeutas estén convencidos del valor del psicoanálisis como técnica curativa, cuando
objetivamente hay tan pocas pruebas en su favor. La respuesta probablemente reside en el
bien conocido experimento, llevado a cabo en primer lugar por B. F. Skinner, sobre los
orígenes de la superstición. Puso a un grupo de pichones en una jaula grande, y luego los dejo
allí toda la noche. A intervalos irregulares un mecanismo automático arrojaba dentro algunos
granos de maíz. Por la mañana Skinner observó que algunos pichones se conducían de una
manera muy anormal. Uno se paseaba por la jaula con la cabeza hacia arriba, otro daba
vueltas en círculo con una ala en el suelo, y un tercero estaba levantando constantemente su
cola. ¿Qué había sucedido?. La respuesta, en términos de condicionamiento, es esta: los
pichones se movían de diversas manera cuando el grano les era súbitamente echado dentro de
la jaula; inmediatamente se lo tragaban. Según la teoría del condicionamiento, el grano actuaba
como un refuerzo de lo que el pichón estaba haciendo en aquel momento. En este caso, un
pichón tenía la cabeza levantada, en aquel preciso instante, otro tenía una ala apoyada en el
suelo, y un tercero estaba levantando la cola. Los pichones probablemente repitieron estos
modos de conducirse una y otra vez, y la siguiente vez que los granos de maíz les fueron
arrojados en la jaula, tales hábitos particulares fueron nuevamente reforzados. Cuando, al
repetir los movimientos, los pichones se dieron cuenta de que se les volvía a echar maíz, se
quedaron convencidos de que esto sucedía a causa de sus movimientos. Así, una superstición
particular se desarrolló en esos pichones, y Skinner argumenta que la creencia de enfermos y
terapeutas sobre la eficacia de la psicoterapia descansa en una base similar. Como los
enfermos mejoran en cualquier caso, como queda demostrado por la prevalencia de la remisión
espontánea, atribuyen esta mejora al tratamiento, y lo mismo hace el terapeuta, aun cuando
realmente no haya ninguna relación entre los dos. Cuando tal estado de satisfacción es
alcanzado, el paciente es dado de alta como «curado»; el hecho de que a menudo empeore
más adelante ya no concierne al terapeuta, y no hace variar sus convicciones. Tales creencias
supersticiosas son muy difíciles de desarraigar; su persistencia sin fundamento y su
impenetrabilidad al razonamiento o a la experiencia indican su origen irracional. Una de las
paradojas de la psicología es que el psicoanálisis, que pretendió introducir ideas científicas y
racionales en el irracional y emocional campo del desorden mental, esté sujeto a esta
superstición condicionada. Que ellos hayan sido capaces de convencer a la gente normal de la
verdad de sus teorías y la eficacia de sus métodos de tratamiento es uno de los milagros de la
época.

Hans J.Eysenck: Decadencia y Caída del Imperio Freudiano


Hans J. Eysenck: Decadencia y Caída del Imperio Freudiano

CAPITULO CUARTO
FREUD Y EL DESARROLLO DEL NIÑO

Razonan teóricamente, sin demostración experimental,


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y el resultado son errores.
Michael Faraday

Habiéndonos ocupado de la efectividad de la terapia freudiana, debemos ahora volver a sus


teorías relativas al origen de los síntomas neuróticos. Según Freud, «sólo los impulsos de
deseos sexuales desde la infancia pueden proporcionar la fuerza motivadora de la formación
de síntomas psiconeuróticos». Según ello, es preciso ocuparse en este capítulo de la teoría de
Freud sobre el desarrollo del niño; esto nos dará también una oportunidad de ocuparnos del
grado hasta el cual las teorías freudianas pueden poseer un carácter genuinamente empírico, y
también de examinar la opinión de Karl Popper, que asegura que el psicoanálisis es una
pseudo-ciencia porque no hace predicciones falsificables. También tendremos oportunidad de
ocuparnos del caso del «pequeño Hans», que es generalmente considerado como el primer
psicoanálisis de niños, Y es homologado como uno de los grandes éxitos de Freud. Trataremos
de comprobar hasta qué punto esto es verdad, y si las teorías alternativas no podrían explicar
mejor los hechos de los síntomas neuróticos del pequeño Hans.

Es interesante empezar teniendo en cuenta el dicho de Popper referente a la falta de


falsificabilidad de las doctrinas freudianas. A primera vista parecería que Popper debe estar
equivocado. Hay deducciones que pueden, ciertamente, extraerse de la teoría de Freud, y las
tales pueden ser empíricamente falsificadas. Uno de esos ejemplos es su predicción de que el
tratamiento «orientado al síntoma» debiera ser siempre seguido por un retorno del síntoma o
por una sustitución de síntoma. Tal como hemos visto, esto no es así, y por lo tanto constituye
una refutación de un aspecto fundamental de la teoría freudiana. Pero ocuparse solamente de
la falsificabilidad es comprender mal a Popper. Popper también caracteriza como pseudo-
científicas «algunas teorías genuinamente comprobables que cuando se demuestra que son
falsas todavía son sostenidas por sus admiradores ». Lo que es característico de la obra
freudiana es algo a la vez más original, más peligroso y más difícil de refutar que una simple
infalsificabilidad. Frank Cioffi, en su ensayo sobre « Freud y la Idea de la Pseudo-Ciencia », ha
subrayado muy bien este punto. Menciona que hay un montón de peculiaridades de la teoría y
la práctica psicoanalítica que son aparentemente gratuitas y sin relación entre sí; que sugiere
que las tales pueden ser comprendidas como manifestaciones de un impulso simple,
concretamente la necesidad de evitar la refutación. Nombra un cierto número de tales
peculiaridades referentes a la aparente diversidad de las maneras por las cuales lo correcto de
las pretensiones psicoanalíticas es reivindicado -observaciones sobre la conducta de los niños,
investigaciones sobre los rasgos distintivos de la historia sexual, o infantil de los neuróticos, en
espera del resultado de las medidas profilácticas basadas en las conclusiones etiológicas de
Freud- y hace notar que todas ellas convergen en una sola que, en última instancia, demuestra
ser ilusoria, concretamente la interpretación. Este proceso de interpretación ha sido formulado
por el mismo Freud de diversas maneras, tales como «traslación de procesos inconscientes a
procesos conscientes», «llenar el vacío de la percepción consciente», «construir una serie de
eventos conscientes complementarios a los eventos mentales inconscientes», e «inferir las
fantasías inconscientes de los síntomas y entonces (permitir) al enfermo ser consciente de
ellos».

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Como observa Cioffi, «es característico de una pseudo-ciencia que las hipótesis que la
componen permanecen en relación asimétrica con las esperanzas que generan, permitiendo
que sirvan de guías y luego ser reivindicadas cuando hay éxito pero no desacreditadas cuando
hay fracaso». En otras palabras, una pseudo-ciencia quiere tener su pastel y comérselo
también; cuando las observaciones y experimentos son favorables, son aceptados como
pruebas, pero, cuando son desfavorables y parecen desmentir la hipótesis en cuestión,
entonces son rechazadas como irrelevantes. Cioffi utiliza la teoría de Freud sobre el desarrollo
de la infancia para ilustrar el fuerte deseo de Freud de evitar la refutación. El terreno ha sido
bien escogido, y, como veremos, hay mucho en apoyo de la opinión de Cioffi.

Es interesante observar que, según Popper, otro famoso pseudocientífico, Karl Marx, se basó
también, extensamente, en la interpretación, más que en la comprobación directa a través de
hechos observables. En su caso la hipótesis era que el proletariado estaba en la vanguardia
del proceso histórico, pero sus deseos y planes debían ser «correctamente» interpretados para
ser aceptables desde el punto de vista marxista, y ¿quién estaba mejor preparado para hacer
esas interpretaciones que la vanguardia marxista, constituida en el Partido Comunista?. El
hecho de que dichas interpretaciones guardaran muy poca relación con los deseos y las
opiniones expresadas por el proletariado no parece haber preocupado en absoluto a Marx o a
sus sucesores, del mismo modo que Freud tampoco se preocupó nunca por el hecho de que
sus interpretaciones fueran a menudo consideradas inaceptables por sus pacientes e
improbables por sus críticos. No hay un criterio último ante el cual puedan confrontarse los
valores reales de la interpretación si uno se fía más de esta que de hechos observables.

La teoría de Freud sobre el desarrollo de la infancia, es bien conocida, pero sus detalles deben
ser expuestos someramente. El niño tiene un deseo innato de tener relación sexual con su
madre, pero se siente amenazado en la ejecución de estos deseos por el padre, que parece
tener derechos de prioridad sobre la madre. El niño desarrolla ansiedades de castración al
darse cuenta de que su hermana no posee un pene, el maravilloso juguete que tanto significa
para él, y su miedo agravado le hace rendirse y «reprimir» todos esos deseos inconvenientes,
que viven, como el famoso Complejo de Edipo, en el subconsciente, promocionando toda
suerte de terribles síntomas neuróticos en la vida posterior. Este Complejo de Edipo asume el
papel central en las especulaciones freudianas, y luego veremos si hay, o no, alguna evidencia
empírica y observativa que lo corrobora. Hay otros matices en el relato freudiano pero
probablemente ya se ha dicho lo suficiente para dar al lector una idea de la clase de teoría que
Freud desarrollaba.

Estos relatos son bien sobrecogedores y ciertamente asustaron a los primeros lectores de
Freud. Son importantes a causa de su valor explicativo por lo que concierne a los orígenes de
las neurosis y la evidencia que proporcionan sobre la validez de los métodos psicoanalíticos.
Freud obviamente creyó que estas reconstrucciones eran características de la infancia en
general, y podrían ser confirmadas por la observación contemporánea de los niños, Como él
mismo dijo: «Puedo aludir con satisfacción al hecho de que la observación directa ha
confirmado plenamente las conclusiones extraídas por el psicoanálisis, aportando así una
buena evidencia para la credibilidad de este método de investigación». Mantuvo en muchas

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ocasiones que sus tesis referentes a la vida sexual del niño podían ser demostradas por la
observación sistemática de la conducta de los niños.

Así, en el caso de la historia del pequeño Hans, del cual volveremos a ocuparnos, se refiere a
la observación de los niños como «una prueba más directa y menos complicada de estas
teorías fundamentales ». También se refiere a la posibilidad de «observar al niño de cerca, en
primer lugar, en pleno frescor de la vida, los impulsos sexuales y las tendencias innatas que
excavamos tan laboriosamente en el adulto entre sus propios escombros». En otro lugar
sostiene que «se puede observar fácilmente» que las niñas pequeñitas consideran su clítoris
como un pene inferior, y sobre la fase edípica escribe: «En ese período de la vida esos
impulsos aún continúan inhibidos como deseos sexuales correctos. Esto puede confirmarse tan
fácilmente que sólo con los mayores esfuerzos es posible soslayarlo».

La más concisa confesión de que la observación profunda de los niños corrientes puede
corroborar las teorías psicoanalíticas se encuentra en esta declaración de Freud:

Al principio mis formulaciones referentes ala sexualidad infantil se basaban casi


exclusivamente en los resultados de los análisis en los adultos... Fue, pues, un gran triunfo
cuando fue posible, unos años más tarde, confirmar casi todas mis inferencias mediante la
observación directa y el análisis de los niños, un triunfo que perdió una parte de su magnitud
cuando fuimos dándonos cuenta gradualmente de que la naturaleza del descubrimiento era tal
que más bien deberíamos sentirnos avergonzados de haber tardado tanto en darnos cuenta.
Cuanto más llevábamos a cabo estas investigaciones sobre los niños, más evidentes
aparecían los hechos y lo más sorprendente eran los esfuerzos que se habían hecho para no
darse cuenta.

En otras palabras, la observación profunda basta para verificar las teorías freudianas, y uno
debe preocuparse en mirar a otro lugar para no darse cuenta de estos hechos.

¿Qué sucede realmente cuando un observador psicológico bien preparado, sobre todo cuando
está buscando pruebas que corroboren las teorías freudianas, estudia la conducta y «todos los
aspectos del desarrollo mental en la infancia hasta la edad de cuatro o cinco años», de sus
propios cinco hijos?. El Profesor C. W. Valentine, un bien conocido psicólogo y educador
británico, publicó sus observaciones en su libro «La Psicología de la Primera Infancia», en
1942. Además de los informes sobre sus propios hijos, recoge una serie de observaciones que
antiguos estudiantes y colegas hicieron sobre sus propios hijos, referentes a problemas
especiales. Discute todas estas aportaciones en relación con otras anotaciones diarias
publicadas sobre los tres, o cuatro primeros años de vida, por observadores dignos de fe; tal
como indica, más de una docena de esos valiosos informes estaban a su disposición. No
puede decirse que Valentine empezara como un crítico del psicoanálisis y hostil a Freud. Al
contrario, tal como aquí revela, Valentine era al principio simpatizante con las especulaciones
de Freud:

Debo decir que me sentí fuertemente atraído por el primero de sus (de Freud) escritos editados
en inglés. Me chocó el prejuicio desatado contra él meramente porque escribía con tal
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franqueza sobre materia de sexo; y finalmente publiqué un librito para divulgar sus principales
ideas y relacionarlas con la psicología general. Espero, pues, poder ser absuelto de prejuicio
contra sus opiniones.

Veamos ahora lo que tiene que decir Valentine sobre la relevancia de sus observaciones sobre
las teorías freudianas. Primero se ocupa de las ideas de Freud sobre las relaciones entre niños
de la misma familia, en particular sobre la hipotética rivalidad entre ellos. «Las siguientes
observaciones de mí mismo y de otros se oponen decididamente a las ideas expresadas por
Freud en lo que se refiere a la actitud de niños muy pequeños hacia hermanos y hermanas
más jóvenes». Freud había escrito: «Es incuestionable que el niño pequeño odia a sus rivales...
por supuesto, esto a menudo es suplantado por sentimientos más tiernos, o tal vez debiéramos
decir que es anulado por ello, pero el sentimiento de hostilidad parece ser el primero...
podemos observarlo más fácilmente en niños de dos años y medio a cuatro años de edad
cuando llega un nuevo bebé». Valentine hace observar que sus propias experiencias muestran
«al contrario de esos niños, la aparición, en primer lugar, de una ternura innata hacia el
hermano pequeño, mucho antes de que aparezca algo parecido a los celos; y todos los datos
recogidos son típicos de las reacciones de todos nuestros niños hacia nuestros hermanitos y
hermanitas. De hecho, muy pocas veces he notado mayor delicia que en los mayores al
enterarse de que iban a tener otro hermanito o hermanita... Otras pruebas... emanadas de
otros informes dignos de crédito sugieren que la mayoría de niños ni tienen celos en absoluto,
aunque tal vez, al cabo de algún tiempo, pueden aparecer algunos síntomas, muy leves».

Más decisivo por lo que se refiere a las tesis centrales de la especulación freudiana son las
observaciones de Valentine sobre el «supuesto complejo de Edipo». Tal como él dice:

Freud había dicho que después de los dos años de edad, los niños empezaban a sentirse
apasionadamente devotos hacia sus madres y a sentir celos de su padre, e incluso a odiarle,
revelando así un «complejo de Edipo». Las niñas, por otra parte, desarrollaban una nueva
devoción hacia el padre y consideraban a la madre como una rival... No he podido encontrar
ningún rastro de tal complejo de Edipo al observar a mis propios hijos. De hecho, se observa
que la mayor parte de las pruebas es completamente contraria, especialmente si tenemos en
cuenta el hecho de que la mayor parte de las niñas prefieren a su madre más, que los niños
después delos dos años de edad, cuando, según Freud, los niños debieran empezar a volverse
contra su padre y las niñas a sentirse atraídas por el mismo. Las relaciones de los hijos con los
padres son, exactamente, como cabía esperar en términos generales. En primer lugar, un
fuerte apego en los niños y las niñas hacia la madre... la nodriza y consoladora. Más tarde, una
atracción, después del segundo año, hacia el padre, que entonces entra en escena, el cual,
aún cuando pueda ser severo a veces, puede proporcionar excitantes ventajas. Pero esta
atracción hacia el padre, después de la edad de dos o tres años, aparece mucho más
claramente en los niños que en las niñas. La explicación radica en que incluso a tan tierna
edad los gustos e intereses de las niñas coinciden más con los de la madre que con los del
padre.

Al hablar de los supuestos impulsos sexuales de los niños, Valentine dice:

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El hecho de que un cierto número de neuróticos (o de personas que, atraídas por las ideas de
Freud o interesadas en sus propias anormalidades, se someten al psicoanálisis) evocan
impulsos sexuales de su primera infancia no es prueba, en absoluto, de que se pueda
generalizar; aparte del hecho, descubierto más tarde por Freud, de que en la mayoría de casos
la «memoria es ilusión» y la idea es, realmente, una «fantasía regresiva»... La evidencia que se
deduce de una observación directa, entre niños normales, de impulsos sexuales dirigidos hacia
los padres es completamente insostenible.

Valentine cita muchas otras observaciones directas hechas por bien conocidos psicólogos, y
describe los resulta-dos de un cuestionario que él sometió a dieciséis psicólogos y hombres de
ciencia:

Pormenorizando los resultados de este cuestionario hallamos que, desde todos los puntos de
vista -las preferencias hacia F o M (6) en diferentes edades, por niños o niñas, las razones por
cambios en preferencias, la influencia de la disciplina, las oportunidades de celos- todos ellos
dan una amplia explicación razonable de los hechos y no dan pábulo al supuesto complejo de
Edipo.

Valentine, finalmente concluye así:

Por lo que se refiere a la influencia del sexo durante la adolescencia y períodos sucesivos, la
experiencia es suficientemente convincente; que las ideas sobre la sexualidad infantil sean, en
realidad (a) sugeridas por el mismo psicoanálisis, como el mismo Freud sospechó en
ocasiones, o (b) entera o parcialmente interpretaciones del mismo paciente y/o exage-raciones
de sensaciones o impulsos relativamente leves, o (c)en gran parte ciertas pero sólo en unos
cuantos casos anor-males, no es éste el lugar para discutirlo. Pero el hecho de que los relatos
de los pacientes, que Freud aceptó en un principio como hechos, resultaron luego ser meras
fantasías, es muy significativo.

Su comentario final general « se refiere a la sugerencia, hecha por el psicoanálisis, de que los
que no creen en el complejo de Edipo y en la importancia suprema del sexo en la infancia,
rehúsan deliberadamente aceptar la verdad», y cita a Freud y a Glover a este respecto.
Valentine prosigue:

La réplica que quiero hacer ahora a esa acusación de prejuicio y renuncia a aceptar una verdad
desagradable es que el médico psicólogo que cree en la influencia del incons-ciente debería
ser muy circunspecto al usar tal argumento contra otros. Debiera contestarse, en verdad, que
una vez aceptada la realidad del complejo de Edipo, Freud y sus discípulos debían mantenerlo,
a pesar de las pruebas en contra, a causa de un deseo inconsciente de mantener su pro-pio
prestigio. Incluso podría sugerirse que los psicoanalistas médicos que consiguen pacientes que
van a pagar cien o dos-cientas sesiones es muy natural que se aferren a su propia creencia y a
la creencia de los demás en la verdad de sus ideas y en el valor de sus medidas terapéuticas.
No estoy di-ciendo que esta sea la causa de sus creencias. No creo que lo sea, por lo menos
generalmente ni principalmente. Sólo quiero decir que los creyentes en el complejo de Edipo
que acusan a los críticos de ciegos prejuicios y de motivos incons-cientes o desprovistos de
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valor dan un ejemplo de gentes que viven en muy frágiles torres de cristal y que proveen a sus
oponentes de muy sólidas piedras. Incluso le han dado un nombre técnico: «proyección».
Como dijo el mismo Freud: «La continuación polémica de un análisis no lleva, obviamente, a
ninguna parte». Es una lástima que Freud y sus seguidores no hayan aceptado esta sabia
observación.

El libro de Valentine fue publicado originalmente en 1942; desde entonces han aparecido
muchos más ensayos que apoyan fuertemente sus conclusiones. Mis propias observaciones,
menos sistemáticas que la suya pero, no obstante, agudizadas por un deseo de descubrir por
mí mismo cuán cierta era la aseveración de Freud de que sus hipótesis podían ser
comprobadas mediante una observación profunda de los niños muy jóvenes, no han podido
hallar prueba alguna ni del complejo de Edipo ni de tempranos deseos sexuales en mis cinco
hijos. Creo que podemos concluir que Freud se equivocaba cuando decía que estos hechos
«pueden ser confirmados tan fácilmente que sólo con los mayores esfuerzos es posible
soslayarlos». Es difícil encontrar pruebas que corroboren esta opinión, incluso en personas
que, como Valentine, estaban, desde un principio favorablemente dispuestas hacia las teorías
freudianas. ¿Cómo reacciona Freud ante tal refutación de sus más caras creencias?. Como
dice Cioffi: «A veces, cuando Freud se halla en presencia de críticas incomodas, olvida el
carácter tan fácilmente confirmable de sus reconstrucciones de la vida infantil e insiste en el
status esotérico, sólo accesible a los iniciados Así, dice Freud: «Nadie más que los doctores
que practican el psicoanálisis pueden tener acceso a este temor al conocimiento, ni posibilidad
de formarse un juicio que no está influenciado por sus propios rechaces y prejuicios. Si la
Humanidad hubiera sido capaz de aprender mediante la directa observación de los niños estos
tres ensayos («Tres ensayos sobre la Sexualidad») no hubieran sido escritos. Pero, como
replica muy razonablemente Cioffi: « Esta retirada a lo esotéricamente observable ante el
hecho de las pruebas incriminatorias es un rasgo general de los apologetas del Psicoanálisis».
Ciertamente, la aparente aprobación de Freud de la investigación directa, basándose en
hechos, de las conductas que él postula es, a menudo, curiosamente ambigua. Si las
reconstrucciones clínicas de las experiencias de la primera infancia son genuinas, y si los niños
habían sido amenazados de castración, seducidos, o visto a sus padres copulando, la exactitud
de esos recuerdos podría ser ciertamente comprobada directamente mediante investigaciones
adecuadas. Freud no está de acuerdo. «Puede ser tentador tomar el camino fácil de llenar los
vacíos de la memoria de un enfermo investigando con los miembros mayores de la familia; pero
debo desaconsejar esta técnica. Nunca gusta dar este tipo de información. Al mismo tiempo, la
confianza en él análisis se resquebraja y una especie de tribunal de apelación es instalado por
encima de él. Lo que puede recordarse saldrá a la luz, en cualquier caso, en el curso de
subsiguientes análisis». En otras palabras, la interpretación de dudosos significados de los
sueños y las conductas de la vida diaria es preferida como prueba a los informes emanados de
la observación directa de testigos reales, porque estos constituirían un «tribunal de apelación»
que Freud desea evitar. No debe haber fuente de pruebas externas con las cuales sus
interpretaciones puedan ser comprobadas.

Aún más curiosa es otra aseveración hecha por Freud en la que sugiere que el análisis de los
sueños es equivalente a recordar: «Me parece a mí absolutamente equivalente a recordar si la
memoria es reemplazada... por sueños, el análisis de los cuales invariablemente vuelve a
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conducir a la misma escena, y que reproducen cada porción de su contenido en una infatigable
variedad de nuevas formas... soñar es otra forma de recordar». Esta es una afirmación
verdaderamente sorprendente. La fantasiosa y completamente subjetiva interpretación del
complejo simbolismo de un sueño es seguramente muy diferente de un recuerdo firme por
parte de un paciente; lo que estamos buscando es alguna manera de comprobar la veracidad
de la interpretación. Freud asume que la interpretación del sueño es correcta, pero esto,
precisamente, es el punto que debe ser demostrado. Volveremos a esta cuestión, nuevamente,
en el capítulo de la interpretación de los sueños.

Freud hace otra intrigante afirmación en su intento de convencernos de la autenticidad de sus


reconstrucciones sobre la sexualidad infantil. Asevera que la veracidad de sus teorías es
demostrada por el hecho de que conducen a curas coronadas por el éxito, contradiciendo así,
inmediata mente, a muchos de sus seguidores que ahora desean negar el argumento de que si
la curación no se produce, es muy probable que la teoría sea falsa. Lo que dice Freud es lo
siguiente: « Empezando por el mecanismo de la curación, ahora ha llegado a ser posible
diseñar ideas completamente definidas sobre el origen de la enfermedad». Y en otro lugar
escribe que «sólo las experiencias de la infancia explican la susceptibilidad a traumas
posteriores» ya que «sólo descubriendo estas huellas de la memoria casi invariablemente
olvidadas y haciéndolas conscientes, alcanzaremos el poder de desprendernos de los síntomas
». Pero, como hemos visto en los precedentes capítulos, no hay ninguna prueba de que el
psicoanálisis, de hecho, nos dé «el poder de desprendernos de los síntomas»; de manera que
si tomamos el argumento de Freud en serio, concretamente el hecho de que una curación
garantiza lo correcto de sus teorías y reconstrucciones, entonces, ciertamente, nosotros
debemos ahora argüir que el hecho de que una curación no se produzca invalida su teoría y
sus reconstrucciones.

Como han observado muchos críticos, la teoría de Freud sobre el desorden neurótico infantil es
curiosamente ambivalente, expresando dos puntos de vista contradictorios. Por una parte
parece comprometerse con una precisa historia sexual infantil para los neuróticos, que la hace
vulnerable a la refutación, mientras por otra insiste en la universalidad de los rasgos patógenos
involucrados. Así, dice que «en la raíz de la formación de cada síntoma deben encontrarse
experiencias traumáticas de una vida sexual temprana». Esto parece ser bastante claro:
declara que hay una relación causal entre las experiencias traumáticas de la primera edad y el
posterior desarrollo de síntomas neuróticos. Pero Freud también dice que «la investigación de
la vida mental de las personas normales... llevó al inesperado descubrimiento de que su
historia infantil por lo que se refiere a materias sexuales ni era necesariamente diferente, en lo
esencial, de la del neurótico». Seguramente, si esto es así el hecho de que ocurrieran traumas
en la infancia de los neuróticos no puede darnos pie para creer en su relevancia causal, ¿no es
cierto?. Debe haber algo en la reacción del niño ante esos « traumas » que distingue a los
niños neuróticos de los normales, y Freud ciertamente afirma que «lo importante... era cómo
reaccionó ante esas experiencias; si respondió ante ellas con represión o no». ¿Es, pues, la
represión lo que diferencia a los niños neuróticos de los no neuróticos?. La respuesta, otra vez,
debe ser que no, pues no sólo «no hay ser humano que escape de tales experiencias
traumáticas », sino también «ninguna escapa de la represión que originan». Y, en otro lugar,
Freud dice: «Todo individuo ha pasado por esta fase pero la ha reprimido enérgicamente y
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conseguido olvidarla». De hecho, Freud nunca llega a una declaración definida sobre lo que
distingue exactamente la primera infancia del neurótico de la del adulto normal.

Cioffi expresa muy bien este sujeto cuando dice:

La explicación de estas equivocaciones, evasiones e inconsistencias es que Freud se


encuentra simultáneamente ante la presión de dos necesidades: parecer decir y no obstante
retenerse de decir qué acontecimientos infantiles ocasionan la predisposición a la neurosis.
Parecer decir, porque su descubrimiento del papel patógeno de la sexualidad en la vida infantil
de los neuróticos es la base ostensible para su convicción de que las neurosis son
manifestaciones del renacimiento de luchas sexuales infantiles y a partir de ahí, de la validez
del método por el cual esta etiología fue inferida; retenerse de decir, porque si sus pretensiones
etiológicas fueran demasiado explícitas y, por consiguiente, incurriera en el riesgo de la
refutación, ella no sólo desacreditaría su explicación de las neurosis sino, más
desastrosamente, el método por el cual se llegó a ella. Sólo formulando estas pretensiones
profilácticas y patógenas pueden justificarse sus preocupaciones y procedimientos, pero sólo
retirándolas pueden ser salvaguardadas».

Se verá que mientras Freud se basa enteramente en interpretaciones de sueños, errores de


dicción y acción, y otros datos nebulosos, éstos no aportan una evidencia irrefutable; su validez
depende de la suposición de que la teoría en que se basan ha sido demostrada más allá de la
duda. Pero está claro que tal prueba independiente no va a llegar, y a tal efecto podemos citar
al bien conocido psicoanalista moderno, Judd Marmor:

Dependiendo del punto de vista del analista, los pacientes de cada escuela parecen aportar
precisamente la clase de datos fenomenológicos que confirman las teoría; e interpretaciones
de su analista. Así, cada teoría tiende a ser autodemostrativa. Los freudianos deducen material
sobre el complejo de Edipo y la ansiedad por la castración, los seguidores de Jung sobre los
arquetipos, los de Rank sobre la ansiedad por la separación, los de Adler sobre los esfuerzos
masculinos y los sentimientos de inferioridad, los de Horney sobre imágenes idealizadas, los de
Sullivan sobre relaciones interpersonales molestas, etc. El hecho es que una transacción tan
compleja como la del proceso terapéutico psicoanalítico, el impacto del paciente y del
psicoterapeuta entre sí, y particularmente del segundo sobre el primero, es de una profundidad
poco común. Aquello por lo que el analista muestra interés, la clase de preguntas que hace, la
clase de datos que prefiere tener en cuenta o ignorar, y las interpretaciones que hace, ejercen
un impacto sutil pero significativo sobre el enfermo para que éste dé preferencia a sacar a
colación ciertos datos con preferencia a otros».

Cuando los mismos psicoanalistas de primer rango admiten tan fundamentales defectos en la
interpretación, ¿debe el crítico sustanciar el punto de que otros tipos de evidencia son
necesarios si debemos creer en las teorías especulativas de Freud, y concluir que sería mucho
mejor basarse en pruebas directamente observables, tales como las aportadas por Valentine y
muchos otros, en vez de rechazarlas en favor de perennes incertitudes de manipulación
interpretativa?. Para citar de nuevo a Cioffi:

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El examen de las interpretaciones de Freud demostrará que él procede típicamente por
empezar con cualquier cosa que concuerde con sus prejuicios teóricos que son la base de los
síntomas, y luego, trabajando con ellos y las explicaciones, construye unos lazos persuasivos
pero espúreos entre ellos. Esto es lo que le permite encontrar alusiones a los suspiros coitales
del padre en los ataques de disnea, relación en una tussis nervosa, desfloración en una
cefalea, orgasmos en una pérdida histérica de conciencia, dolores de parto en una apendicitis,
deseos de preñez en vómitos histéricos, temores de preñez en la anorexia, un parto en una
tendencia suicida, temores de castración en la práctica de reventarse granos, la teoría anal del
nacimiento en un estreñimiento histérico, alumbramiento en un caballo de carga cayéndose,
salidas nocturnas en orinarse en la cama, maternidad sin casamiento en una cojera,
culpabilidad en la práctica de seducir muchachas púberes en la obligación de esterilizar billetes
de banco antes de utilizarlos, etc.».

Una ciencia no puede basarse en interpretaciones subjetivas, y la idea freudiana del desarrollo
de la infancia, con sus supuesta base para el desarrollo de síntomas neuróticos, es
completamente inaceptable y puede ser desmentida por sólidos hechos. Esta conclusión es
reforzada por un examen del caso del pequeño Hans, la piedra angular de la teoría freudiana, y
el análisis que dio pábulo al psicoanálisis de la infancia.

Antes de volver al pequeño Hans y su enfermedad neurótica, puede ser interesante contrastar
los relatos de Freud relativos a dos niños de cuatro años, el pequeño Hans, que tenía casi
cinco años de edad, y el pequeño Herbert, unos meses más joven. Herbert es descrito como un
especímen de niño inteligentemente criado, «un chico espléndido... cuyos inteligentes padres
se abstuvieron de suprimir por la fuerza un aspecto del desarrollo del niño». Según parece, el
pequeño Herbert muestra «el más vivo interés en esa parte de su cuerpo que él llama su
hacedor de pipí » porque « como nunca le asustaron u oprimieron con un sentido de
culpabilidad, expresa con ingenuidad total lo que él piensa». Así, según Freud, el pequeño
Herbert, educado por padres psicoanalíticamente orientados, se convertirá probablemente en
una de las personalidades no-neuróticas de nuestro tiempo.

Contrástese esto con el desgraciado Hans que, según Freud, era « un parangón de todos los
vicios ». Antes de llegar a los cuatro años, su madre le había amenazado con la castración, y el
nacimiento posterior de una hermanita le enfrentó al gran enigma de de dónde procedían los
bebés, ya que «su padre le había contado la mentira de la cigüeña», lo que le hacía imposible
«enterarse de esas cosas». Así, en parte a causa de «la perplejidad en que le sumieron sus
teorías sexuales infantiles», sucumbió a una fobia animal un poco antes de su quinto
aniversario. Estaba claro, según la teoría de Freud, que el pequeño Hans estaba predestinado
por la educación que había recibido, a ser presa de desórdenes neuróticos en el curso de su
vida.

Pero, ¡esperen!; Jones, en su famosa biografía de Freud, nos dice que Hans y Herbert son el
mismo niño; el relato de Herbert habiendo sido escrito antes y el de Hans después de que el
niño hubiera contraído su fobia animal (pero no antes de los acontecimientos que Freud iba
luego a considerar patogénicos). De hecho, Freud incluso sugirió (como una idea a posteriori)
que Hans/Herbert sufrió más intensamente en el desarrollo de su fobia a causa de su
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«inteligente» educación. «Como fue criado sin ser intimidado y con tanta consideración como
poca coacción dentro de lo posible, su ansiedad osó manifestarse más agresivamente. En él no
había lugar para motivos tales como una mala conciencia o miedo al castigo que en otros niños
sin duda contribuyen a disminuir la ansiedad». Esta ambigüedad en la argumentación de Freud
imposibilita totalmente la comprobación de sus hipótesis.

Volviendo al caso del pequeño Hans, tenemos la suerte de disponer de un examen crítico y de
una interpretación alternativa por los profesores J. Wolpe y S. Rachman; he seguido su brillante
debate con cierto detalle porque ilustra elegantemente los elementos ilógicos en la teoría de
Freud, y la importancia y racionalidad de las hipótesis alternativas que proponen. Brevemente,
pues: el pequeño Hans era el hijo de un padre psicoanalíticamente inclinado que estaba en
estrecho contacto con Freud. A principios de enero de 1908 el padre escribió a Freud que
Hans, que entonces tenía cinco años, había desarrollado «un desarreglo nervioso». Los
síntomas que describía eran de temor a salir de casa, depresión al atardecer, y miedo a que un
caballo le mordiera en la calle. El padre de Hans sugirió que «el terreno fue preparado por
sobre-excitación sexual causada por la ternura de su madre» y el miedo al caballo «parece, en
cierta manera, estar relacionado con haberse sentido amenazado por un gran pene». El primer
síntoma apareció el 7 de enero cuando Hans era acompañado al parque, como de costumbre,
por su niñera. Empezó a llorar y dijo que quería «acariciarse» con su madre. En casa, al
preguntarle por qué no había querido llegar hasta el parque «se puso a llorar pero no quiso
decirlo». El siguiente día, después de protestas y lloros, salió con su madre. Al volver a casa,
Hans dijo después de muchas vacilaciones, tenía miedo de que un caballo me mordiera. Igual
que el día anterior, Hans tuvo miedo al atardecer y pidió ser «acariciado». También dijo: «Ya sé
que tendré que volver a salir de paseo mañana» y «el caballo entrará en la habitación». El
mismo día su madre le preguntó si se tocaba el pene con la mano. El respondió que sí, y el día
siguiente su madre le dijo que se abstuviera de hacerlo.

Al llegar a este punto los lectores pueden sorprenderse al comprobar que el subsiguiente
análisis de Freud no se basó en nada que él mismo hubiera descubierto, sino en algo que le
dijo el padre del pequeño Hans, que estaba en contacto con Freud a través de informes
escritos regulares. El padre tuvo varias conversaciones con Freud a propósito de la fobia del
pequeño Hans, pero en el curso del análisis ¡Freud sólo vio al muchachito una vez!. Esta es
una curiosa manera de llevar a cabo un tratamiento y de poner las bases para el análisis del
niño, aun cuando pocos analistas hayan encontrado extraño ese procedimiento.

En este punto Freud dio una interpretación de la conducta de Hans y se puso de acuerdo con
el padre del niño para que le dijera que su miedo a los caballos era absurdo, y que la verdad
era que tenía mucho afecto a su madre y quería que ella se lo llevara a la cama. La razón de
su miedo a los caballos se debía a que «él se había interesado tanto por sus penes». Freud
también sugirió que se le explicaran ciertas materias sexuales a Hans y se le dijera que las
hembras «no tenían penes».

Después de esto, hubo algunos altibajos pero, en conjunto, la fobia empeoró, y aún se
deterioró más la salud del niño una vez se le extrajeron las amígdalas.

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Cuando se recuperó de su enfermedad física, Hans tuvo muchas conversaciones con su padre
a propósito de la fobia. El padre sugirió que debía haber una relación entre la fobia y las
habituales masturbaciones del pequeño Hans, enfatizando el punto de que las muchachas y las
mujeres no tenían pene y tratando, en general, de adoctrinar al pequeño Hans con teorías
psicosexuales sobre el origen de su neurosis. Nos llevaría demasiado profundizar en todos los
detalles, pero, el 30 de marzo, el niño fue llevado a la consulta de Freud quien halló que Hans
continuaba sufriendo de una fobia contra los caballos, a pesar de toda la instrucción sexual que
se le había dado. Hans explicó que se hallaba especialmente preocupado «por lo que los
caballos llevan en frente de sus ojos y por el color negro alrededor de su boca». Freud
interpretó esto último como significando un bigote. «Le pregunté si quería decir un bigote»;
luego le dijo a Hans que estaba «atemorizado por su padre» precisamente porque éste «sentía
mucho afecto por su madre». Le hizo observar a Hans que su miedo a su padre no tenía
fundamento.

Un poco más tarde, Hans dijo a su padre que le daban mucho miedo los caballos con «una
cosa en su boca», que temía que los caballos se fueran a caer, y que lo que le daba más
miedo eran los autobuses de tiro caballar. Respondiendo a una pregunta de su padre, Hans
contó entonces un incidente que había presenciado. Los detalles fueron, luego, confirmados
por su madre. Según el padre, la ansiedad se desarrolló inmediatamente después de que el
pequeño Hans fuera testigo de un accidente de un autobús de tiro caballar, en el cual uno de
los caballos se cayó. Aparentemente, las «cosas negras alrededor de sus bocas » se referían a
los bozales que llevaban los caballos.

Durante todo este tiempo el padre estuvo tratando de imbuir ideas psicoanalíticas en el niñito,
haciendo sugerencias que Hans generalmente rechazaba, aunque a veces se mostraba de
acuerdo ante la presión del padre.

El pequeño Hans eventualmente sanó, tal como era de esperar, del relativamente ligero grado
de fobia que padeció. No hay prueba alguna de que las interpretaciones psicoanalíticas que se
le dieron le ayudaran en nada, y no hay relación entre las épocas en que mejoró y las épocas
en que pareció obtener la «percepción» de su condición.

¿Qué podemos decir de este caso (que debiera ser leído íntegramente, junto con la crítica de
Wolpe y Rachman, por todo el que se interese en la manera en que Freud llevaba sus
investigaciones)?.

En primer lugar, el material ha sido claramente seleccionado; se presta la máxima atención a


temas que pueden ser relacionados con la teoría psicoanalítica, mientras hay una tendencia a
ignorar otros hechos. El mismo Freud hizo notar que el padre y la madre se encontraban,
ambos, «entre mis más íntimos seguidores», y resulta claro que Hans fue constantemente
animado, directa e indirectamente, a decir cosas que se relacionaran con la doctrina
psicoanalítica.

En segundo lugar, está claro que el relato, del padre es altamente sospechoso, porque sus
interpretaciones de lo que dice el niño no están claramente justificadas por los hechos de la
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situación, o las palabras usadas por el pequeño Hans. Hay muchas distorsiones en el informe
del padre, y debe ser leído con suma cautela.

Además, el testimonio del mismo Hans es dudoso. Dijo numerosas mentiras en las últimas
semanas de su fobia, y dio muchos informes inconsistentes y ocasionalmente contradictorios.
Lo más importante de todo, además, es que muchas de las impresiones y sentimientos
atribuidos a Hans, pertenecen en realidad a su padre, que pone palabras en su boca. El mismo
Freud admite esto, pero trata de disculparlo. Y dice:

Es cierto que durante el análisis a Hans debieron decírsele muchas cosas que no podía decir él
mismo, que debieron sugerírsele pensamientos que hasta entonces no había dado señales de
poseer, y que su atención debió ser dirigida en el sentido en que su padre esperaba obtener
algún resultado. Esta disminuye el valor probatorio de los análisis, pero el procedimiento es el
mismo en cada caso, porque el psicoanálisis no es una investigación científica imparcial, sino
una medida terapéutica.

Así Freud parece estar de acuerdo con sus muchos críticos que dicen que «el psicoanálisis no
es una investigación científica imparcial» y esta idea lo penetra hasta tal grado que
posiblemente su valor probatorio quede reducido a cero.

La interpretación de Freud de la fobia de Hans es que los conflictos edípicos del niño forman la
base de la enfermedad. Dice:

Había tendencias en Hans que ya habían sido reprimidas, y para las cuales, hasta lo que
podemos decir, nunca habían podido encontrar expresión inhibitoria: sentimientos de hostilidad
y de celos contra su padre, e impulsos sádicos (premoniciones, en este caso, de copulación)
hacia su madre. Tales supresiones primitivas tal vez llegaron a crear la predisposición para su
subsiguiente enfermedad. Estas propensiones agresivas de Hans no encontraron salida, y tan
pronto como llegó un tiempo de privación e intensificada excitación sexual, trataron de salir al
exterior con redoblada fuerza. Fue entonces cuando la batalla que llamamos su «fobia» estalló.

Esta es la familiar teoría de Edipo, según la cual Hans deseaba reemplazar a su padre, al que
no podía dejar de odiar como a un rival, y luego completar el acto sexual tomando posesión de
su madre. Como confirmación, Freud se refiere a «otro acto sistemático acaecido como por
accidente», que implicaba «la confesión de que él hubiera deseado ver muerto a su padre»...
«Justo en el instante en que su padre estaba hablando de su muerte, Hans dejó caer al suelo
un caballo de juguete con el que estaba jugando... de hecho lo hizo adrede ». Freud pretende
que «Hans era realmente un pequeño Edipo que quería ver a su padre fuera de su camino,
suprimirle, de manera que él pudiera quedarse sólo con su guapa madre y dormir con ella». La
predisposición a la enfermedad aportada por el conflicto de Edipo es la que se supone que
puso la base para «la transformación de su deseo libidinoso en ansiedad».

¿Cuál es el eslabón entre todo esto y los caballos?. En su única entrevista con Hans, Freud le
dijo al niño que éste tenía miedo a su padre porque sentía celos y hostilidad contra él. Dice
Freud: «Al decirle esto interpreté parcialmente su temor de que los caballos se cayeran; el
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caballo debe ser su padre... al que él tenía buenas razones internas para temer». Freud dijo
que el miedo de Hans a los bozales delos caballos y a sus anteojos, se fundamentaba en los
bigotes y las gafas, había sido «directamente transpuesto de su padre a los caballos». Los
caballos «representaban a su padre». Freud interpretó el elemento agorafóbico (7) de la fobia
de Hans así:

Su fobia le imponía muchas restricciones en libertad de movimientos, y tal era su propósito...


después de todo, la fobia de Hans por los caballos era un obstáculo para que él saliera a la
calle, y podía servir como un medio de permitirle permanecer en casa con su amada madre. De
esta manera, pues, su afecto por su madre logró triunfalmente su objetivo.

En su crítica del caso, Wolpe y Raclírnan afirman categóricamente:

Nuestra convicción es que la visión de Freud en este caso no está corroborada por los datos,
tanto en particular como en conjunto. Los puntos principales que él considera como
demostrados son estos:

(1). Hans sentía un deseo sexual hacia su madre.

(2). Él odiaba y temía a su padre y deseaba matarle.

(3). Su excitación sexual y su deseo hacia su madre se transformaron en ansiedad.

(4). Su miedo a los caballos era un símbolo de su miedo a su padre.

(5). El propósito de la enfermedad era permanecer cerca de su madre.

(6). Y, finalmente, su fobia desapareció porque resolvió su complejo de Edipo.

Examinemos cada uno de estos puntos.

(1). Que Hans derivaba satisfacción de su madre y le complacía su compañía no vamos


siquiera a intentar negarlo. Pero en ninguna parte se observa prueba alguna de su deseo de
copular con ella. Las «premoniciones instintivas» son consideradas como un hecho evidente,
aún cuando no se da ninguna prueba de su existencia.

(2) No habiendo nunca expresado miedo ni odio hacia su padre, Freud le dijo a Hans que
experimentaba tales emociones. En ocasiones posteriores Hans negó la existencia de tales
sentimientos cuando su padre le interrogó sobre ello. Eventualmente respondió «sí» a una
aseveración de este tipo hecha por su padre. Esta simple afirmación obtenida después de una
presión considerable por parte de su padre y de Freud es aceptada como algo definitivo y todas
las negativas de Hans son ignoradas. El «acto sintomático» de derribar el caballo de juguete es
tomado como una prueba suplementaria de la hostilidad de Hans hacia su padre. Hay tres
suposiciones en la base de este «acto interpretado»: primero, que el caballo representa al

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padre de Hans; segundo, que el derribo del caballo no es accidental, y tercero que este acto
indica el deseo de la supresión de lo que el caballo simboliza, sea lo que fuere.

Hans negó repetidamente la relación entre el caballo y su padre. Aseguró que le daban miedo
los caballos. El misterioso color negro alrededor de la boca de los caballos y las cosas en sus
ojos se descubrió luego, por el padre, que eran los bozales y anteojeras de los caballos. Este
descubrimiento mina la sugerencia, hecha por Freud, de que se trataba de bigotes y gafas
transpuestos. No hay ni una sola prueba de que los caballos representaran al padre de Hans.
La suposición de que el derribo del caballo de juguete tenía un significado y que fue impulsado
por un motivo inconsciente es, como la mayoría de ejemplos similares, un punto discutible.

Como no hay riada que apoye las dos primeras suposiciones hechas por Freud al interpretar
este «acto sintomático», la tercera suposición (que ese acto indicaba el deseo de la muerte de
su padre) es insostenible; y debe ser reiterado que no hay evidencia independiente de que el
niño temiera u odiara a su padre.

(3). La tercera aseveración de Freud es que la excitación sexual de Hans y el deseo por su
madre se transformaron en ansiedad. Esta aseveración se basa en el aserto de que «las
consideraciones teóricas requieren que lo que hoy es el objeto de una fobia ha debido ser en el
pasado una fuente de un alto grado de placer». Ciertamente tal transformación no se deduce
de los actos presentados. Como se ha dicho anteriormente, no hay evidencia de que Hans
deseara sexualmente a su madre. Tampoco hay evidencia de cambio alguno en su actitud
hacia ella antes de la aparición de la fobia. Aun cuando es posible que, hasta cierto punto, los
caballos previamente fueran una fuente de placer, en general la opinión de que los objetos
fóbicos hayan sido fuente de placeres con anterioridad es ampliamente contradictoria por la
evidencia experimental.

(4). La aseveración de que la equino-fobia de Hans simbolizaba un temor a su padre ya ha sido


criticada. La supuesta relación entre el padre y el caballo es indemostrable y parece haber
surgido a causa de la extraña incapacidad del padre para darse cuenta de que por «el color
negro alrededor de la boca» Hans se refería a los bozales de los caballos.

(5). La cuarta aseveración es que el propósito de la fobia de Hans era permitirle estar cerca de
su madre. Aparte de la muy discutible opinión de que los desarreglos neuróticos ocurren con un
propósito, esta interpretación es errónea debido al hecho de que Hans experimentaba ansiedad
incluso cuando salía a pasear con su madre.

(6). Finalmente, se nos dice que la fobia desapareció a resultas de la solución de los conflictos
edípicos de Hans. Como hemos intentado demostrar, no hay evidencia adecuada de que Hans
tenía un complejo de Edipo. Además, la pretensión de que este supuesto complejo se
solucionó se basaba en una simple conversación entre Hans y su padre. Esta conversación es
un ejemplo flagrante de lo que el mismo Freud refiere como que a Hans se le debían de decir
muchas cosas que él no sabía expresar, que debieron sugerírsele pensamientos que hasta
entonces no había dado señales de poseer, y que su atención debió ser dirigida en el sentido
en que su padre esperaba obtener algún resultado.
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No hay, tampoco, prueba satisfactoria de que las «percepciones» que constantemente eran
presentadas a la atención del niño tuvieran valor terapéutico alguno. La referencia a los hechos
del caso muestra sólo ocasionales coincidencias entre interpretaciones y cambios en las
reacciones fóbicas del niño... De hecho, Freud basa sus conclusiones enteramente en
deducciones de su teoría. La posterior mejoría de Hans parece haber sido suave y gradual y no
afectada por las interpretaciones. En general, Freud infiere relaciones de una manera
científicamente inadmisible: si los esclarecimientos o interpretaciones dadas a Hans preceden
a mejorías de conducta, entonces son automáticamente aceptadas como válidas. Si no son
seguidas por mejorías se nos dice que el paciente no las ha aceptado, pero no que son
inválidas. Discutiendo sobre el fracaso de estos primeros esclarecimientos, Freud dice que en
cualquier caso el éxito terapéutico no es el objetivo primario del análisis (desviando así el fin y
contradiciendo su anterior afirmación de que el psicoanálisis es una medida terapéutica, no una
investigación científica). Freud no deja de pretender que una mejoría es debida a una
interpretación incluso cuando ésta sea errónea, por ejemplo, la interpretación del bigote.

¿Cómo, pues, debería interpretar el psicólogo moderno los orígenes de la fobia de Hans?. En
el último capítulo mencionamos los experimentos de Watson con el pequeño Albert, mostrando
cómo los temores fóbicos podían ser producidos en los niños pequeños mediante un simple
proceso de condicionamiento y podían durar mucho tiempo. Puede pues suponerse que el
incidente a que se refiere Freud como la simple causa excitatoria de la fobia fue, de hecho, la
causa de todo el problema, es decir, el momento en que ocurrió el accidente callejero y el
caballo cayó. Hans dice, textualmente: «No. Sólo la tuve (la fobia) entonces. Cuando el caballo
y el autobús cayeron, realmente, ¡me asusté mucho!. Entonces fue cuando pasó esto». El
padre dice: «Todo esto fue confirmado por mi esposa, así como el hecho de que la ansiedad
apareció inmediatamente después. «Además, el padre pudo informar sobre otros dos
incidentes desagradables que Hans tuvo con caballos, antes de la aparición de la fobia. Es
probable que tales incidentes hubieran sensibilizado a Hans con respecto a los caballos o, en
otras palabras, que ya hubiera sido parcialmente condicionado al temor a los caballos.

Wolpe y Rachman hacen las siguientes observaciones:

Así como el pequeño Albert, en la demostración clásica de Watson, reaccionó con ansiedad, no
sólo al estímulo condicionado original, una rata blanca, sino también a otros estímulos
similares, tales como objetos de piel, lana y demás, también Hans reaccionó ansiosamente
ante los caballos, autobuses de tracción caballar, carromatos y rasgos de caballos tales como
sus anteojeras y sus bozales. De hecho, mostró temor ante una amplia gama de estímulos
generalizados. El accidente que provocó la fobia involucraba a dos caballos tirando de un
autobús y Hans dijo que le daban más miedo los carromatos, carros o autobuses grandes que
los pequeños. Como cabría esperar, cuanto menos próximo se halla un estímulo fóbico del
incidente original, menos perturbador lo encontraba Hans. Más aún: el último aspecto de la
fobia en desaparecer fue el miedo de Hans a los carromatos y autobuses grandes. Existe una
amplia evidencia experimental en el sentido de que cuando las respuestas a estímulos
generalizados llegan a la extinción, las respuestas a otros estímulos disminuyen tanto menos
cuanto más se parecen a los estímulos condicionados originales.
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La curación de la fobia de Hans puede ser explicada con principios condicionales de diversas
maneras posibles, pero el verdadero mecanismo que operó no puede ser identificado, ya que el
padre del niño no se preocupó sobre qué clase de información podía ser de interés para
nosotros. Es bien sabido que, especialmente en los niños, muchas fobias decaen y
desaparecen después de unas cuantas semanas o meses. La razón parece ser que en el curso
ordinario de la vida estímulos fóbicos generalizados pueden evocar respuestas suficientemente
débiles para ser inhibidas por otras respuestas emocionales simultáneamente aparecidas en el
individuo. Tal vez este proceso fue una verdadera fuente de curación de Hans. Las
interpretaciones pudieron haber sido irrelevantes a incluso pudieran haber retrasado la
curación añadiendo nuevos stress y nuevos temores a los ya existentes. Pero ya que Hans no
parece haberse sentido muy preocupado por la interpretación, parece más probable que la
terapia realmente le ayudó, porque los estímulos fóbicos eran una y otra vez presentados al
niño en una variedad de contextos emocionales que posiblemente inhibieron la ansiedad y por
consiguiente disminuyeron su fuerza de hábito. La gradualidad de la curación de Hans está
acorde con una explicación de este tipo.

Debe ser más bien temerario intentar reinterpretar una fobia de un niño que fue tratado hace
setenta y cinco años. No obstante, los hechos encajan de manera notablemente nítida, y por lo
menos, aquí nos dan una teoría alternativa que, a mucha gente, le parecerá más plausible que
la original ideada por Freud. De cualquier modo, lo que claramente se precisa es un método de
prueba que decida entre esas interpretaciones alternativas, no tanto con referencia al pequeño
Hans, sino a casos que puedan surgir ahora y que puedan ser tratados con métodos con la
clase de teoría de Freud, o con la de Wolpe. Ya nos hemos ocupado de este tema en el último
capítulo, y por lo tanto sólo mencionaremos las conclusiones a que llegaron Wolpe y Rachman,
sobre la base de su examen del caso del pequeño Hans, a propósito de la validez que este
caso aporta a las teorías freudianas:

La conclusión principal que se deduce de nuestro examen del caso del pequeño Hans es que
no aporta nada que se parezca a una demostración directa de los teoremas psicoanalíticos.
Hemos rastrillado el relato de Freud en busca de evidencia que resultara aceptable ante el
tribunal de la ciencia, y no hemos encontrado ninguna... Freud creía que había obtenido en el
pequeño Hans una confirmación directa de sus teorías, pues habla, hacia el final, de los
complejos infantiles que fueron revelados tras la fobia de Hans». Parece claro que, aunque él
quería ser científico... Freud era sorprendentemente ingenuo a propósito de los requisitos de la
evidencia científica. Los complejos infantiles no fueron revelados (demostrados) tras la fobia de
Hans: fueron, simplemente, hipotetizados.

Es admirable que incontables psicoanalistas hayan rendido homenaje al caso del pequeño
Hans, sin sentirse ofendidos por sus evidentes imperfecciones. No vamos a intentar explicar
esto aquí, excepto para llamar la atención sobre una probable influencia mayor: una creencia
tácita entre los analistas de que Freud poseía una especie de percepción infalible que le
absolvía de la obligación de obedecer a las reglas aplicables a los hombres ordinarios. Por
ejemplo, Glover, hablando de otros analistas que se arrogan a sí mismos el derecho que Freud
reclamó de someter su obra a «un toque de revisión», dice: «Sin duda, cuando alguien del
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calibre de Freud aparece entre nosotros se le concederá libremente... este privilegio». Y, en
otro lugar: «Conceder tal privilegio a cualquiera es violar el espíritu de la ciencia».

Hemos discutido con algún detalle la teoría del desarrollo del niño propugnada por Freud, la
evidencia relacionada con ella, y el caso del pequeño Hans que él utilizó para presentar las
ideas del psicoanálisis infantil al mundo. El resultado de este examen es pobre. Reproduce una
ausencia completa de actitud científica en Freud, una ingenua fe en la interpretación de una
naturaleza altamente especulativa, un desinterés y una falta de respeto por los hechos
observables, una incapacidad para tener un cuenta teorías alternativas, y una creencia
mesiánica en su propia infalibilidad, junto con un desprecio hacia sus críticas. Esta no es una
mezcla adecuada para generar un conocimiento científico y, por cierto, incluso hoy, setenta y
cinco años después del caso del pequeño Hans, analizado por Freud, no estamos más cerca
de encontrar una evidencia aceptable en pro de las especulaciones de Freud sobre los
complejos de Edipo, los temores de castración y la primitiva sexualidad infantil. Estos términos
han penetrado la conciencia pública, y son ampliamente utilizados para sazonar escritos y
conversaciones de literatos y otras personas sin base científica, pero entre los psicólogos que
exigen una cierta clase de evidencia en soporte de las aseveraciones fácticas queda ya muy
poca fe en la validez de estos conceptos freudianos. Las razones de esta incredulidad han
quedado aclaradas en el curso de este capítulo, de manera que nos limitaremos a hacer
constar cuán notable es que esas especulaciones indemostradas hayan podido llegar a ser tan
ampliamente aceptadas por psiquiatras y psicoanalistas, que Freud consiguiera persuadir a
gentes muy inteligentes de la solidez de sus argumentos, y que sus métodos llegaran a ser tan
corrientemente usados y aplicados en el tratamiento de las neurosis y de otras enfermedades.
Será tarea de los historiadores de la ciencia explicar cómo llegó a suceder todo esto. Yo, por mi
parte, no tengo ninguna sugerencia que hacer sobre este hecho verdaderamente maravilloso.
Me parece que tiene más de una conversión religiosa que de una persuasión científica, que
está basado en la fe y en la credulidad más que en hechos y experimentos, y fundamentarse
más en la sugestión y en la propaganda que en la prueba y la comprobación. ¿Es que hay, de
hecho, alguna evidencia experimental en favor de la idea freudiana?. De este problema vamos
ahora a ocuparnos en los dos próximos capítulos.

Hans J. Eysenck: Decadencia y Caída del Imperio Freudiano


Hans J. Eysenck: Decadencia y Caída del Imperio Freudiano

CAPÍTULO QUINTO
LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS Y LA PSICOPATOLOGIA DE LA VIDA COTIDIANA

La historia nos advierte... de que el


sino habitual de las nuevas verdades
es empezar como herejías y terminar
como supersticiones
T. H. Huxley

En la mente del hombre de la calle, después del uso del psicoanálisis como método de
tratamiento, está la teoría freudiana de los sueños, y la estrechamente relacionada
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psicopatología de la vida cotidiana. El mismo Freud consi-deraba « La Interpretación de los
sueños » como su obra más importante, y enfáticamente afirmó que «la interpretación de los
sueños es la vía regia para el conocimiento del ele-mento inconsciente en nuestra vida
psíquica». El sueño era el modelo sobre el cual Freud construyó la teoría de las neurosis,
usando como intermediario el método de la libre asociación que había tomado de Sir Francis
Galton, y empe-zando por los elementos del sueño, o por errores accidenta-les, olvidos y
malentendidos o malas interpretaciones que ocurren en el estado subconsciente, acerca de
todo lo cual escribió más tarde en su «Psicopatología de la vida coti-diana». El creía que estas
asociaciones conducirían a las fuerzas motivadoras inconscientes que provocan el sueño o el
Fehlleistung (literalmente «realización defectuosa», es de-cir, la ejecución defectuosa de
actividades perfectamente ordinarias y habituales; en las traducciones inglesas el tér-mino
usual es «parapraxia»).

Freud establece una clara distinción entre el conteni-do aparente del sueño y su contenido
latente. Tal como dice:

El contenido del sueño... es expresado como si estuviera en una escritura criptográfica, cuyos
caracteres deben ser transpuestos individualmente en el lenguaje de los pensamientos
soñados. Si tratamos de leer estos, caracteres según su valor pictorial en vez de según su
relación simbólica, seremos fácilmente inducidos a error. Supongamos que tengo un
rompecabezas, un puzzle, delante de mí. Representa una casa con un bote sobre el tejado,
una letra del alfabeto, la figura de un hombre corriendo, cuya cabeza no existe... Podría
empezar a poner objeciones y declarar que el grabado que representa el rompecabezas
ilustrado es un absurdo, tanto en conjunto como en cada una de sus partes componentes. Un
bote no tiene nada que hacer en el tejado de una casa y un hombre sin cabeza no puede
correr. Además, el hombre es más grande que la casa; y el grabado pretende representar un
paisaje, las letras del alfabeto están fueran de lugar en él ya que tales objetos no ocurren en la
naturaleza. Pero, obviamente, sólo podremos formar un juicio adecuado del rompecabezas si
dejamos las críticas de lado, tales como las de la composición en totalidad y en sus partes, Y
en cambio, tratamos de reemplazar cada elemento separado por una sílaba o palabra que
puede ser representada por ese elemento de una manera u otra. Las palabras que son
alineadas juntas de este modo y no son absurdas sino que pueden formar una frase poética de
la mayor belleza y significación. Un sueño es un rompecabezas ilustrado de esa clase, y
nuestros predecesores en el campo de la interpretación de los sueños cometieron el error de
tratar al rompecabezas como una composición pictórica. Y como tal les pareció absurdo y sin
valor.

El verdadero sueño es producido por el «trabajo del sueño», que cambia el significado latente
en el sueño manifiesto. Esto produce la distorsión que es tan característica de los sueños, y
que Freud creía que era obra de un «censor» que trata de proteger al soñador de tener que
enfrentarse a los deseos infantiles inconscientes reprimidos que buscan su expresión en el
sueño, convirtiéndolos en ininteligibles mediante simbolismos y otras transformaciones.

Como ha hecho observar H. B. Gibson en su libro «Dormir, Soñar y Salud Mental« la teoría de
Freud sobre los sueños puede ser formulada en términos de cuatro proposiciones. La primera
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de ellas es que los sueños sirven para proteger el sueño. El mismo sueño fue concebido como
un estado de inconsciencia que necesitaba ser protegido contra los estímulos susceptibles de
despertar al durmiente; tales estímulos pueden proceder tanto de dentro como de fuera, por
ejemplo, ruidos, luces que se encienden, experimentar frío o calor, etc., o, en el caso de
proceder de dentro, memorias o impulsos psicológicos insatisfechos almacenados en la mente.
En esto, Freud no proponía nada nuevo; tales ideas, o muy parecidas, ya eran corrientes en el
siglo XIX, incluso antes de que él escribiera. Y mientras esas hipótesis (que él parecía
considerar axiomáticas) podían parecer muy plausibles al hombre de la calle, de hecho es muy
dudoso que los sueños realmente tengan lugar en un estado de inconsciencia, y también, como
veremos, que realmente protejan al sueño del soñador.

Llegamos ahora a la segunda proposición. Es una par-te esencial de la teoría general de


Freud, como lo fue de las teorías de muchos de sus predecesores, que la cultura hu-mana
impone numerosas restricciones a la expresión de im-pulsos sexuales y agresivos. Freud
propuso que el control de esos deseos reprimidos queda, en cierto modo debilitado durante el
sueño, y como en caso de aparecer de una manera desnuda y sin tapujos chocarían al soñador
en caso de estar despierto, varios mecanismos protectores distorsionan el chocante material
latente para convertir el manifiesto sueño en algo suficientemente inocuo para permitir burlar al
censor y permitir al soñador que siga durmiendo. Este censor es también responsable de
nuestras parapraxias y así es causa de la psicopatología de la vida cotidiana, que
examinaremos en la última parte de este capítulo. Según Freud, «la tarea de la formación del
sueño es, por encima de todo, superar la inhibición de la censura; y es precisamente esta tarea
la que se realiza por los desplazamientos de la energía psíquica dentro del material de los
pensamientos del sueño». Cada sueño, y cada elemento en cada sueño, representa para
Freud un deseo, pero no una clase de deseo ordinario, consciente, de cada día. Él dice que un
sueño «es un final de la realización (disfrazada) de un deseo (suprimido o reprimido)» y
mantiene, además, que esa represión procede de los primeros años de la infancia del que
sueña.

La tercera proposición afirma que el material de que los sueños están construidos consiste
mayormente de elementos que se recuerdan del día anterior, «residuos del día», como los
llama Freud. Tal como lo expresa, los sedicentes «residuos del día anterior» pueden actuar
como perturbadores del sueño y productores del sueño; son procesos del pensamiento del día
anterior que han retenido una catexis efectiva y hasta cierto punto se oponen a una baja
general de energía durante el sueño. Estos residuos son descubiertos yendo del sueño
manifiesto a los pensamientos del sueño latente... Tales residuos del día anterior, con todo, no
son un sueño en sí mismos: incluso les falta el constitutivo más esencial del sueño. Ellos solos
no pueden formar un sueno. Son, hablando estrictamente sólo el material psíquico que el
trabajo del sueño utiliza, sólo como sensoriales y somáticas, ya incidentales, ya producidos
bajo las condiciones experimentales y constituyen el material somático para el trabajo del
sueño. Atribuirles la parte principal en la formación del sueño es simplemente repetir con un
nuevo disfraz el error psicoanalítico según el cual los sueños sobre la hipótesis del dolor de
estómago o presión de la piel.

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Los residuos del día, para Freud, son simplemente los ladrillos utilizados para formar sueños,
los cuales están afectados por muy diversos asuntos. Estos múltiples acontecimientos,
superficiales y triviales que sucedieron durante el día, o que han sido recordados del pasado
por ser una cadena de asociaciones, aparecen en el contenido manifiesto del sueño, no porque
hayamos estado recientemente preocupados por ellos, sino porque sirven como una
conveniente pantalla de asuntos que realmente nos conciernen, y que Freud interpreta como
materiales sexuales y deseos eróticos. De hecho, dice que «los sueños que son
conspícuamente inocentes invariablemente personifican groseros deseos eróticos». Concede
que los deseos reprimidos pueden referirse al odio, la envidia y la agresión, pero considera el
impulso sexual como el más importante.

La cuarta proposición es que el sueño, según haya sido eventualmente narrado al analista, o
eventualmente recordado después de un lapso de tiempo por el soñador, ha sufrido una
«elaboración secundaria». Esto es indudablemente cierto; los sueños que se narran
inmediatamente después del despertar son sensiblemente diferentes de los recuerdos sobre
los mismos sueños un día o una semana después. La moderna investigación sobre el
conocimiento y la memoria ha demostrado conclusivamente que la memoria es un proceso
activo, no pasivo; cambia, distorsiona y adapta los materiales recordados de manera que
encajan mejor con esquemas preconcebidos. De ahí que los modernos (o incluso pre-
freudianos) investigadores de este tema insisten en que los sueños sean anotados
inmediatamente después del despertar: sólo de esta manera podremos minimizar la
importancia de la elaboración secundaria. Según Freud, es más fácil que ocurra la elaboración
secundaria cuando el censor «que nunca ha estado completamente dormido, siente que ha
sido sorprendido por el sueño ya admitido». En otras palabras, si el sueño que recordamos
todavía le parece chocante al censor, es cuidadosamente alterado por el pro-ceso de la
memoria de manera que sea menos chocante y más fácilmente accesible para nuestro super-
ego.

Debe tenerse en cuenta que Freud nunca pidió a sus pacientes que le contaran sus sueños
inmediatamente después de despertarse; tampoco él mismo siguió este sabio consejo. De ahí
que en los escritos de Freud nunca nos ocupamos de sueños como tales, sino más bien de
construcciones elaboradas por la memoria a partir del contenido del sueño, y cambiado del
verdadero sueño en forma que hace al primero prácticamente irreconocible. Una de las rarezas
de «La Interpretación de los Sueños» es que Freud se dio cuenta de esto, pero, no obstante,
dejó de atender a su propia percepción. Otra, que ya hemos mencionado en el primer capítulo,
es el hecho de que todos los sueños citados por Freud en su libro como ilustrativos y
demostrativos de sus teorías, de hecho hacen todo lo contrario; ninguno de ellos se basa en
deseos surgidos de la represión infantil, ¡de ahí que los ejemplos que escoge sirven para
desacreditar su propia teoría!.

El trabajo del sueño utiliza cuatro métodos principales de disfraz. Son la condensación, el
desplazamiento, la dramatización y la simbolización. La Condensación es un proceso basado
en el descubrimiento de que el contenido manifiesto del sueño es una abreviatura del contenido
latente. « El sueño es pobre, mezquino y lacónico, en comparación con la copiosidad de los
pensamientos del sueño». Como ejemplo, consideremos un sueño publicado e interpretado por
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E. Frink, un psicoanalista americano. Una mujer joven soñó que iba paseando por la Quinta
Avenida con una señora que era amiga suya. Se detuvo durante algún tiempo ante el
escaparate de una tienda para mirar unos sombreros. Parecía recordar que finalmente había
entrado y comprado un sombrero.

El análisis suministró los siguientes datos. La presencia de la amiga en el sueño recordó a la


soñadora que el día anterior había efectivamente paseado por la Quinta Avenida con la señora
en cuestión, aunque no había comprado un sombrero. Su marido había estado en cama,
enfermo, ese día, y a pesar de que ella sabía que no era nada serio, se había sentido
desazonada y no se había podido desprender de la idea de que su marido podía morir. Fue
entonces cuando su amiga la visitó, y su marido le sugirió que un paseo le iría bien. Luego ella
recordó que durante el paseo se había hablado de un hombre que ella había conocido antes de
su matrimonio y del que se había creído enamorada. Cuando se le preguntó por qué no se
había casado con él, la joven rió y dijo que el casamiento no se había decidido, añadiendo que
su posición financiera y social estaba tan por encima de la de ella que hubiera sido fantástico
soñar en ello.

A la joven se le pidieron asociaciones sobre la compra del sombrero en el sueño. Dijo que le
había gustado mucho un sombrero que vio en el escaparate de una tienda, y que le hubiera
agradado mucho comprarlo, pero que le era imposible debido a la pobreza de su marido.
Claramente el sueño satisfacía su deseo permitiéndole comprarse un sombrero. Pero además
la soñadora súbitamente recordó que en su sueño el sombrero que compró era un sombrero
negro, de hecho, un sombrero de luto.

La interpretación del analista es como sigue: el día antes del sueño, la paciente temió que su
marido fuera a morir. Soñó que compraba un sombrero de luto, y así colmó la fantasía de
muerte. En la vida real, lo que le impedía comprar un sombrero era la pobreza de su marido;
pero en su sueño podía comprar uno, lo que implicaba que tenía un marido rico. Estas
asociaciones nos conducen al hombre rico del que ella admitió estar enamorada, y a la
suposición de que si ella fuera su mujer, podría comprarse tantos sombreros como quisiera. El
analista concluyó con toda seguridad que la joven estaba harta de su esposo; que su temor a
ver morir a su marido era solamente un proceso de compensación, una reacción de defensa
contra su deseo real de que muriera; que a ella le gustaría casarse con el hombre de quien
estuvo enamorada, y tener bastante dinero para satisfacer todos sus caprichos. Es interesante
observar que cuando el analista hizo saber a la paciente la interpretación de su sueño, ella
admitió que era justificada, y añadió varios hechos que lo confirmaron. El más importante de
estos hechos era que después de su matrimonio se enteró de que el hombre de quien estuvo
enamorada, a su vez estaba también enamorado de ella. Esta revelación había, naturalmente,
reanimado sus sentimientos y lamentado su apresurado casamiento, creyendo que si hubiera
esperado un poco más de tiempo, hubiera sido mucho mejor para ella.

Este sueño ilustra el proceso de condensación. Un gran número de ideas diferentes es


condensado en un sueño muy corto y más bien falto de interés. En la literatura psicoanalítica
este sueño ha sido citado varias veces en favor de la posición de Freud, pero es difícil ver
cómo esto puede ser así. No contiene deseos infantiles reprimidos; al contrario, la mayoría de
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los deseos son, al parecer, completamente conscientes por lo que se refiere a la mujer. Ella es
perfectamente consciente del hecho de que todavía está enamorada del hombre con el que le
habría gustado casarse; es consciente del hecho de que lamenta su matrimonio, y también del
hecho de que es pobre y le gustaría ser rica. La asociación de palabras puede, en efecto,
ayudarnos a interpretar sueños, pero el significado de su sueño es enteramente diferente a la
clase de contenido latente que Freud postula en la teoría. Por consiguiente, la única conclusión
a que podemos llegar desde la interpretación psicoanalítica de este sueño es que la teoría de
Freud es falsa. Es interesante que esta no es la conclusión deducida por psicoanalistas
profesionales.

Desplazamiento es un proceso por el cual la carga afectiva es desligada de su objeto propio y


dirigida hacia un objeto accesorio; en otras palabras, la emoción que pertenece propiamente a
un objeto del sueño no se muestra en relación a ese objeto, sino a otro diferente He aquí un
ejemplo de un sueño manifestando desplazamiento. Una chica soñó que estaba en presencia
de alguien cuya identidad era muy vaga, pero ante el cual se sentía bajo una especie de
obligación; deseando darle las gracias, le regaló su peine. Para comprender esto, debe
saberse algo sobre las circunstancias de la paciente. Era una judía cuya mano había sido
pedida en matrimonio, un año antes, por un protestante. A pesar de que ella correspondía por
entero a sus sentimientos amorosos, la diferencia de religión había impedido el compromiso. El
día antes del sueño ella tuvo una violenta disputa con su madre, y cuando se metía en la cama
pensó que sería mejor, tanto para ella como para su familia, si se iba de casa. Antes de
dormirse estuvo pensando en los medios y maneras de ganarse la vida sin tener que fiarse de
la ayuda de sus padres.

Preguntada sobre las asociaciones de la palabra «peine», contestó que a veces, cuando
alguien iba a usar un cepillo o un peine perteneciente a otra persona, la gente decía: «No
hagas eso, vas a mezclar la raza». Esto sugiere que la persona del sueño cuya identidad
permanece vaga es el ex-pretendiente; al ofrecerle un peine, la paciente muestra su deseo de
«mezclar la raza», es decir, casarse con él y tener hijos suyos (8). En su sueño, el peine ha
desplazado al expretendiente, de una manera que parecería completamente ininteligible; se
convierte en el objeto emocional central a través del proceso de desplazamiento.

Debemos hacer notar otra vez que esta interpretación de un sueño, que parece perfectamente
plausible, no corrobora la hipótesis de Freud, sino que la desmiente directamente. Aquí no hay
deseos reprimidos, ni siquiera deseos infantiles; la paciente es perfectamente consciente de
sus sentimientos hacia su ex-pretendiente y de las razones para ello. Es difícil de comprender
por qué el censor objetaría a un sueño directo estableciendo estos hechos perfectamente
conscientes. De nuevo comprobamos que el método de Galton de la libre asociación es válido
para alcanzar una interpretación significativa de un sueño que aparentemente no tiene sentido,
pero esto es todo; cualquier teoría particularmente freudiana es claramente contradicha por la
interpretación del sueño.

Dramatización es un término utilizado por Freud para referirse al hecho de que en los sueños la
mayor parte es representada por imágenes visuales. El pensamiento conceptual es
reemplazado por una representación visual parecida a la del cine. Este proceso es tan obvio y
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bien conocido por el soñador que no vamos a desperdiciar tiempo narrando un sueño y su
análisis. No obstante, volveremos a este punto más adelante cuando nos ocupemos de la
teoría de Hall sobre el sueño, ya que este es un elemento crucial en ello. La dramatización es,
en cierto modo, similar a la simbolización, de cuyo mecanismo nos vamos a ocupar ahora.

De todos los mecanismos del sueño, el de la simbolización es probablemente el más conocido,


y el más íntimamente relacionado por muchos lectores al nombre de Freud. A menudo
hablamos de «simbolismo freudiano», significando el uso de símbolos para denotar objetos y
actividades sexuales. Esta debe ser la más conocida de las hipótesis de Freud, ¡pero
difícilmente puede decirse que sea muy original!. El simbolismo ha sido el juguete de los
intérpretes de sueños durante miles de años; podemos recordar la interpretación de José del
sueño del Faraón de las siete vacas gordas y las siete vacas flacas, en términos de su
simbolización de años de prosperidad y de años de hambre. En ningún otro lugar el absurdo de
conectar el nombre de Freud con supuestos nuevos descubrimientos es más obvio que en
relación con la interpretación sexual en términos simbólicos.

Así, mucha gente habla del simbolismo freudiano como si Freud hubiera de hecho descubierto
la idea de que los objetos afilados y puntiagudos pueden simbolizar los genitales masculinos, y
los objetos curvos y huecos los genitales femeninos. Los seguidores de Freud promocionan a
menudo esa impresión, pero este tipo de simbolismo ha sido bien conocido de escritores y
filósofos, poetas y psicólogos e incluso por el hombre de la calle, durante muchos miles de
años. En latín, por ejemplo, el órgano del sexo masculino era vulgarmente conocido como
mentula o verpa, pero esos términos eran considerados obscenos, y de ahí que se usaran muy
diversas metáforas, por cierto muy similares a las halladas en el griego antiguo. Como ha
observado J. N. Adams en su libro «El Vocabulario Sexual Latino», «no hay objetos más
comúnmente asociados con el pene que los instrumentos puntiagudos, y es evidente que las
metáforas de este tema romántico abundan en todos los idiomas». En latín, los términos
simbólicos para referirse al pene son, por ejemplo virga (vara), vectis (palanca), hasta (lanza),
rutabulum (espátula, atizador), terminus (límite), temo (estaca), vomer (arado), clavus (guardín,
como una metáfora náutica). Adams da muchos otros ejemplos y también observa que «la
serpiente se suponía que tenía una significación fálica para los latinohablantes», de manera
que ni siquiera aquí Freud añadió nada nuevo.

El término vulgar por los genitales femeninos, cunnus, está a la par con mentula y es raramente
usado excepto en graffiti y epigramas. No obstante, las metáforas abundan. Adams dice: « La
frecuencia (en latín y en otras lenguas) de la metáfora del bosque, jardín, prado, etc., aplicada
a las partes pudendas femeninas refleja en parte la apariencia externa del órgano, y en parte la
asociación sentida entre la fertilidad del campo y el de las hembras. La metáfora complementa
las metáforas verbales de sembrar y arar usadas en el papel de macho en el intercambio
sexual».

Nadie que esté familiarizado con el griego antiguo y la literatura romana, o con las obras y
textos medievales, puede tener duda alguna sobre la prevalencia del simbolismo sexual, o del
hecho de que era conocido prácticamente por todos. Imaginar por un momento que tal
simbolismo fue descubierto por Freud es tan absurdo como imaginar que su uso en los sueños
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fue descubierto por él; el uso del simbolismo en los sueños tiene una larga historia, que se
remonta hasta el origen del lenguaje escrito. No es el uso de los símbolos en los sueños lo que
es nuevo en la idea de Freud, sino el uso particular que hace de ellos, y la interpretación que
da del propósito del simbolismo. Aquí, como en todo, lo que es nuevo en sus teorías no es
verdadero, y lo que es verdadero en su teorías no es nuevo. Los símbolos son ciertamente
usados en los sueños, pero no son «freudianos» en ningún sentido del término.

Así, en breve, tenemos una información sobre la interpretación de los sueños por Freud. La
teoría en que se basa no es ciertamente tan original como él pretende; muchos escritores han
hecho relatos históricos sobre los numerosos filósofos y psicólogos que precedieron a Freud y
expresaron ideas notablemente parecidas a las que él sostuvo. El índice de «La Interpretación
de los Sueños» contiene una lista de unos ochenta libros, pero muchos de ellos no están
mencionados en el texto, e incluso cuando se los menciona Freud lo hace brevemente,
haciendo parca justicia a su importancia. Hay, en total, ciento treinta y cuatro libros y artículos
sobre sueños publicados antes de «La Interpretación de los Sueños» que Freud no mencionó
en el texto de ninguna de las ediciones de su libro, pero que, en todo caso, fueron citados en
las bibliografías de varias ediciones.

Hay muchas otras razones e inconsistencias en la relación de Freud; críticas eminentemente


razonables de las mismas han sido formuladas en el libro de Gibson sobre el sueño, al que ya
nos hemos referido. Aquí mencionáremos sólo algunas de ellas. Ya hemos hablado de la
primera, concretamente el error de Freud al negligir la importancia de la elaboración secundaria
y no hacer que sus pacientes narraran sus sueños por escrito inmediatamente después de
haberse despertado. Tales precauciones fueron tomadas por algunos de sus predecesores,
pero Freud no lo consideró un caso de integridad científica, y compendió su posición de la
siguiente manera:

En las obras científicas sobre los sueños, que a pesar de la repudiación de su interpretación de
los sueños han recibido un nuevo estímulo del psicoanálisis, repetidamente se detecta un
cuidado muy superfluo sobre la perfecta preservación del texto del sueño. Esto se cree
necesario con objeto de preservarlo de las distorsiones y añadidos acaecidos en las horas
inmediatamente posteriores al despertar. Incluso muchos psicoanalistas, al dar instrucciones al
paciente de que escriba sus sueños inmediatamente después de despertarse, no parecen
fiarse de manera suficientemente consistente en el conocimiento de las condiciones de la
realización del sueño. Esta directiva es superflua en el tratamiento; y los pacientes son felices
con poder hacer uso de ella para mostrar una pronta obediencia donde no puede ser de
ninguna utilidad.

Está claro que a Freud no sólo no le importaban las distorsiones que la memoria inflige al
sueño según se cuenta a los analistas, sino que más bien le gustaban. Un paciente que visitara
su consulta horas, o incluso días después de haber tenido un sueño particular, daría un relato
muy cambiado con respecto al original debido a la elaboración secundaria ocurrida durante ese
tiempo. Pero aún más importante, el paciente, después de haberse enterado de los principios
de los métodos de interpretación de Freud, consciente o inconscientemente remodelaría su
sueno para que encajara con la teoría freudiana. Ahora, la mayoría de los psicoanalistas
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admiten que los sueños de los pacientes son poderosamente influenciados por las teorías del
análisis; así, los pacientes freudianos sueñan en símbolos freudianos, los pacientes de los
discípulos de Jung en símbolos jungianos, etcétera. El paciente es entrenado y aprende qué
clase de sueños y símbolos le gustan al analista, y, consciente e inconscientemente, ayudado
por la elaboración secundaria, está dispuesto a acceder.

Esto difícilmente puede discutirse puesto que los mismos psicoanalistas han admitido
frecuentemente que los hechos son más o menos así. He aquí, como ejemplo, un párrafo de un
bien conocido psicoanalista americano, Judd Marmor; ya ha sido citado a otro respecto, pero
es tan relevante aquí que lo vuelvo a repetir. Escribiendo en 1962, he aquí lo que dijo:

Dependiendo del punto de vista del analista, los pacientes de cada escuela (psicoanalítica rival)
parecen aportar precisamente la clase de datos fenomenológicos que confirman las teorías e
interpretaciones de su analista. Así, cada teoría tiende a ser auto-validada. Los freudianos
deducen material sobre el complejo de Edipo y la ansiedad de la castración, los junguianos
sobre los arquetipos, los partidarios de Rank sobre la ansiedad de la separación, los de Adler
sobre los impulsos masculinos y los sentimientos de inferioridad, los de Horney sobre las
imágenes idealizadas, los de Sullivan sobre las relaciones interpersonales perturbadas, etc..

He aquí una admisión notable por un convencido y prominente psicoanalista, que realmente
indica la extremada subjetividad de interpretación, y la influencia de la sugestión en los sueños
y en la libre asociación de los pacientes.

Como hace observar Gibson, hay experimentadores que han comprobado el grado hasta el
cual los sueños recordados en el momento de despertarse han sido significativamente
alterados cuando se han contado más tarde a los psicoanalistas. Los pacientes eran
despertados durante la noche cuando las mediciones electrofisiológicas del REM (Movimiento
del Ojo Rápido) (9) indicaban que estaban soñando, y se les hacía contar sus sueños
inmediatamente. Los relatos de estos sueños eran más tarde comparados con los que los
pacientes daban a los psicoanalistas después, en el curso del día. Se comprobó que ciertos
sueños eran contados a los experimentadores durante la noche, pero no al psicoanalista;
inversamente, ciertos sueños eran «recordados» para el psicoanalista, pero guardaban muy
poca relación con lo que se había dicho al despertar. Las diferencias no eran casuales; los
sueños que los pacientes creían que iban a provocar una respuesta negativa del analista no le
eran contados. Por lo tanto, está claro que fuera lo que fuese lo que Freud hubiera estado
interpretando, no era los sueños de sus pacientes, sino elaboraciones, parcialmente
inconscientes, de los elementos de sus sueños que los pacientes creían que le iban a gustar a
él.

Freud sostenía la idea de que «el hecho de que los sueños sean distorsionados y mutilados por
la memoria es aceptado por nosotros, pero, en nuestra opinión, no constituye un obstáculo;
porque no es más que la última y manifiesta porción de la actividad distorsionadora que ha
estado operando desde el principio de la formación del sueño». Este punto es importante
porque se relaciona directamente con la teoría freudiana. Se supone que el censor disfraza un
sueño latente para impedir que el paciente se despierte, y evitarle avergonzarse, si tal es el
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caso; pero la actividad de la memoria que distorsiona el sueño no está sujeta a la misma
censura toda vez que ocurre cuando se está despierto. A partir de ahí, cualquier información
que pueda dar el sueño sobre las actividades del censor debe ser considerablemente
distorsionada por la elaboración secundaria, de manera que ¡no es posible comprobar la teoría
de Freud!.

El hecho de la elaboración secundaria patentiza un rasgo interesante de los sueños analizado


por Freud, que diferencia entre los sueños recopilados antes y después de haber escrito «La
Interpretación de los Sueños». El filósofo Wittgenstein observó en una ocasión que «Freud da
corrientemente lo que podríamos llamar una interpretación sexual. Pero es interesante
comprobar que entre todos los relatos de sueños que nos da, no hay ni un solo ejemplo de un
sueño directamente sexual. Y, no obstante, tales sueños son tan corrientes como la lluvia».
Gibson cita a muchos autores, tanto antiguos como recientes, que dicen que esto es
perfectamente cierto; y la mayor parte de los lectores podrían atestiguarlo. Uno de los más
conocidos recopiladores de sueños de la actualidad, Calvin Hall, escribe: «No faltan en nuestra
colección sueños en los que ocurren las cosas más desagradables y vergonzosas. Padres y
madres son asesinados por el que sueña. El que sueña fornica con miembros de su familia.
Viola, roba, tortura y destruye. Lleva a cabo toda clase de obscenidades y perversiones. A
menudo hace tales cosas sin remordimiento y con considerable gusto». Esto contrasta
enormemente con los sueños recopilados por Freud, que son, como observa Gibson, más bien
monótonos y relamidos. Claramente se ha llevado a cabo algún proceso de selección, y esto
no se debió al «censor» de Freud, sino más probablemente al rechazo consciente de sus
pacientes de la clase media vienesa a hablar de tan obscenas y pornográficas cosas. Pero si
soñamos directamente sobre todas estas cosas, que, según Freud, serían rechazadas por el
«censor», ¿cuál es pues la verdadera función de éste?. Y aún más, ¿hay, realmente, alguna
razón para suponer que ese censor existe realmente?.

Como dice Gibson:

Es obvio... porque Freud debía forzar a sus pacientes, de una u otra manera, a que los sueños
que le contaran fueran más bien monótonos y relamidos... si no lo fueran, hubiera sido claro
que no habían sido censurados en el proceso del trabajo del sueño, y la teoría quedaría
invalidada. No se sugiere que Freud deliberadamente indicaba a sus pacientes sobre lo que
debían decirle o no decirle; el proceso es más sutil que eso... Sugerir que el censor es parte del
inconsciente como hace Freud, y opera mientras el cerebro está profundamente dormido es
contrario a todos los hechos conocidos...

Es importante apreciar por qué los pacientes prefieren no decir a Freud todo sobre sus sueños,
sin barniz, y, en cam-bio, someterlos a una considerable elaboración secundaria previamente.
Ya hemos dicho antes que los sueños que invo-lucran crudas escenas de comportamiento
sexual, odio sin disfraz y lenguaje procaz necesitarían algún camuflaje en aras de la decencia,
y si los pacientes se los hubieran contado a Freud en la forma original estarían, de hecho,
desafiando a toda su teoría de los sueños y, por ende, discutiendo su com-petencia. Era mucho
más fácil mantener buenas relaciones con el analista envolviendo los sueños, por así decirlo, y
de-jando que él los desenvolviera. Así, si un paciente tenía un
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sueño crudo sobre «fornicar con una ramera», mediante la elaboración secundaria realizada
durante el día, le sería narrado a Freud como «pinchar un pastel de frutas con un palito», en su
salón de consulta... Este es un caso serio que ni Freud ni sus discípulos han conseguido
contestar nunca correctamente. Los pacientes aprenden pronto las reglas del juego y se
conducen apropiadamente, censurando conscien-temente los sueños que no fueron
censurados cuando ellos soñaban.

Hay otro punto que vale la pena mencionar. D. Foulkes, en su libro sobre los sueños de los
niños, menciona un cierto número de estudios de investigación en el sentido de que:

Los sueños clínicos tienen otra tendencia, producida por sus métodos de muestreo, Se ha
demostrado, tanto para los adultos... como para los adolescentes... que cuanto más perturbada
está una persona más perturbadores son sus sueños. Es decir, que no se puede generalizar
partiendo de los sueños de los pacientes clínicos a los de la población no seleccionada
(normal).

Y Gibson comenta:

Si hay verdaderamente un censor vigilando el material que se va a permitir exhibir en el


contenido manifiesto de los sueños, de la misma manera que la Asociación de Televidentes de
la Señora Whitehouse trata de controlar el contenido de los programas de Televisión, entonces
debe ser un censor muy inconsistente y realmente loco. Permite que se mezcle cierto material
que sería más adecuado para el peor programa de vídeos «verdes» junto a películas
adecuadas para la hora de los niños y mucho más que simplemente aburrido e inconsecuente.

Además, el censor permite que las cosas «verdes» aparezcan en los sueños de los menos
capaces de tolerar tal clase de material, es decir, ¡los neuróticos y otros pacientes mentalmente
enfermos!.

¿Hay realmente alguna evidencia de que necesitemos un censor para proteger nuestro
sueño?. De estudios hechos a gran escala sobre los sueños se deduce que la gente no se
despierta cuando tiene los sueños más gráficos, eróticos, obscenos y pornográficos, o cuando
el sueño contiene escenas de violencia tremenda e incontrolable. Si podemos soñar sin
despertarnos que estamos violando a nuestras madres y asesinando a nuestros padres,
entonces es que la utilidad del censor es muy cuestionable. Como Yocasta le dice a Edipo:
«Muchos jóvenes sueñan con dormir con sus madres». ¿Por qué preparar y elaborar un disfraz
en un sueño cuando no se hace en otro?.

Hasta ahora nos hemos ocupado de las contradicciones internas en la teoría de Freud y de
errores evidentemente obvios así como de malentendidos. Ahora podemos formular Una
simple pregunta: ¿cómo es posible tratar de demostrar tal teoría?. Una manera obvia sería
relacionarla con el tratamiento psicoanalítico, de manera que las interpretaciones de los sueños
dieran una respuesta al problema planteado por la neurosis del paciente, mientras, al mismo
tiempo, las percepciones así obtenidas librarían al paciente de los síntomas. Tal fue,
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ciertamente, la noción original de Freud, y si hubiera funcionado, podríamos decir que había
alguna evidencia, aun cuando estuviéramos muy lejos de una prueba científica a su favor. No
obstante, no es esto lo que sucedió, y Freud y sus seguidores debieron admitir que no sólo
había pacientes que muy frecuentemente no se curaban mediante las interpretaciones de sus
sueños, sino que, incluso si las «curaciones» ocurrían, no había relación de tiempo con las
«percepciones» obtenidas con la interpretación de sus sueños. Así, los resultados deben ser
considerados como prueba en contrario de las teorías de Freud.

¿Podríamos considerar la aceptación por parte del paciente de las interpretaciones freudianas
de sus sueños como una prueba?. La respuesta, ciertamente, debe ser que no. En primer
lugar, el paciente está en una posición difícil para discutir con el analista; ha gastado mucho
tiempo y dinero en el tratamiento, y si no se muestra de acuerdo con el analista, indicará
insatisfacción, o incluso deslealtad, y estará sugiriendo implícitamente que ha desperdiciado su
tiempo y su dinero. En segundo lugar, Freud tenía un truco muy astuto para enfrentarse a quien
no estaba de acuerdo con él. Si el paciente se contentaba con sus interpretaciones, entonces
Freud pretendía que su interpretación había sido, obviamente, correcta. Si el paciente está en
desacuerdo, Freud afirmaba que ello se debía a la «resistencia» psicoanalítica, que convierte a
la interpretación en inaceptable precisamente a causa de ser correcta; de ahí que el
desacuerdo también demuestra la validez de la teoría. Claramente, pues, no hay manera de
demostrar que la teoría no es correcta; un estado muy afortunado para una teoría científica,
pensaríamos nosotros. En realidad, lo contrario es verdad: si una teoría no puede ser
descalificada por un hecho observable, entonces, como Karl Popper ha hecho notar tantas
veces, no es una teoría científica en absoluto.

Naturalmente, hay métodos experimentales para investigar sueños que tienen más
probabilidades de conducirnos a teorías aceptables. Tomemos como ejemplo, el trabajo hecho
por Alexander Luria en la URSS a principios de los años 1920. Se ocupaba, como indica el
título de su libro, de «La Naturaleza de los Conflictos Humanos», y utilizaba el método de la
asociación de palabras en un contexto experimental. También aplicaba sus métodos al estudio
de los sueños. Aducía, muy razonablemente, que el método usual del análisis de los sueños,
ponía al carro delante del caballo. Aceptando por un momento la distinción entre el sueño
latente y el sueño manifiesto, Freud y otros intérpretes empezarían por el sueño manifiesto y
tratarían de llegar al significado del sueño latente. No obstante, ese significado es desconocido
por definición, y por consiguiente es imposible probar o no probar la validez de la
interpretación. Si queremos hacer un análisis propiamente científico, entonces debemos
empezar por un sueño latente conocido, y descubrir cómo es alterado hasta convertirse en un
sueño manifiesto.

Luria lo hizo así mediante un uso inteligente de la hipnosis. Hipnotizaba a sus pacientes, les
hacía vivir en su imaginación a través de un acontecimiento muy traumático, y luego les hacía
soñar sobre el mismo, pero olvidándolo todo sobre la hipnosis en lo que hacía referencia a su
mente consciente. Los sujetos convenientemente utilizados son perfectamente capaces de
seguir estas instrucciones, y Luria pudo recoger un número de sueños en su forma manifiesta
(mediante sus directivas) conociendo la naturaleza de los sueños latentes, es decir, el
contenido remodelado por el trabajo del sueño.
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Como joven estudiante quedé muy impresionado por el trabajo de Luria, que fue
desafortunadamente detenido por la estricta censura científica de la época de Stalin. Luria se
ocupó entonces del campo de la neuropsicología y ya nunca más volvió a ocuparse de sus
prometedores primeros experimentos en psicología. Traté de reproducir algunos de sus
experimentos y llegué exactamente a los mismos resultados a que llegó él y que describió en
su libro. Un ejemplo debe bastar. Las instrucciones dadas al sujeto, una joven estudiante, eran
las siguientes: «Vas a tener una experiencia muy desagradable. Ahora te voy a describir esa
experiencia, y tú la sentirás como si fuera real, con las emociones apropiadas. Cuando te
despiertes, vas a olvidarlo todo, pero cuando te vayas a dormir tendrás un sueño muy intenso
sobre esta experiencia. Tú te diriges a tu casa, por la noche, después de una reunión con tus
compañeras, y estás andando junto a una tumba. Oyes unos pasos detrás de ti y al darte la
vuelta ves a un hombre que te está siguiendo. Echas a correr pero él te alcanza, te arroja al
suelo, y te viola. Luego sale corriendo. Tú estás terriblemente afligida, te vas a tu casa y se lo
cuentas a tus padres».

El sueño subsiguiente generalmente sigue la línea de toda la historia en todos sus detalles,
pero la violación es casi siempre modificada por el uso del simbolismo. Así, el hombre que viola
a la muchacha será sustituido en el sueño por un hombre que lleva un cuchillo con el que
amenaza a la muchacha, o que lo usa para apuñalarla; alternativamente puede ser descrito
como alguien que violentamente le arrebata su bolso. Estos mecanismos simbólicos, ya
utilizados por los antiguos griegos y romanos, emergen muy claramente en los sueños, pero no
presentan ninguna evidencia en pro de los mecanismos freudianos de los deseos infantiles
reprimidos, ni de realización de un deseo de ninguna clase; ¡sería ir demasiado lejos imaginar
que la soñadora deseaba ser, efectivamente, violada!. Fue una desgracia que a Luria se le
impidiera continuar su obra, y que muy pocos psicólogos hayan parecido querer continuarla;
mucho se habría aprendido sobre la naturaleza de los sueños si esta línea de estudio hubiera
sido seguida.

Hemos visto que la teoría freudiana no es ni verdadera ni nueva, pero, ¿hay algo mejor para
reemplazarla?. Muchos trabajos recientes se han ocupado de estudios experimentales, tales
como las relaciones con el sueño REM (Movimiento del Ojo Rápido), y la tendencia a soñar
que se produce en conjunción con esta manera de dormir. Pero, por interesantes que sean
estos estudios experimentales, no nos dicen gran cosa sobre el significado del sueño. En mi
opinión, la mejor alternativa a la teoría freudiana, y muy superior a ella, es el trabajo de Calvin
S. Hall, el cual es descrito en su libro «El Significado de los sueños». Compiló muchos más
relatos de sueños que ningún otro estudioso del tema hasta entonces, y sus teorías basadas
en ese trabajo son prácticas y convincentes. No puede asegurarse que sean necesariamente
correctas; en ausencia de un estricto trabajo experimental, que es muy, difícil en este campo,
es imposible hacer tales afirmaciones. Pero la teoría explica la mayor parte, si no todos, los
rasgos principales de los sueños, y lo hace sin recurrir a entidades milagrosas y mitológicas
como los censores.

Hall hizo una útil contribución a la metodología de la interpretación de los sueños cuando
sugirió el análisis de una serie de sueños de una persona, más que el análisis de simples
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sueños. Tal como dice: « Uno ensaya varias combinaciones, encajando este sueño con aquel,
hasta que todos los sueños estén juntos y emerja un retrato significativo del que sueña. En este
método, que llamaremos el método de las series de sueños, la interpretación de un sueño es
una cacería de la realidad hasta que se comprueba con la interpretación de los otros sueños».
Hall da muchos ejemplos de cómo se facilita la interpretación disponiendo de varios sueños a
considerar, pero nos llevaría demasiado lejos seguirle por este camino.

La innovación principal de la teoría de Hall es su idea del simbolismo. Él cree que en los
sueños hay símbolos, y esos símbolos tienen una función necesaria, pero no es la función del
disfraz, tal como se pretende en la teoría de Freud; los símbolos de los sueños están ahí para
expresar algo, no para esconderlo. Soñar, tal como nos dice, es una forma de pensar, y pensar
consiste en la formulación de conceptos o ideas. Durante el sueño estos conceptos se vuelven
retratos, que son las personificaciones concretas de los pensamientos de soñador; dan
expresión visible a lo que es invisible, concretamente conceptos, ideas y pensamientos.

Continúa exponiendo que la verdadera referencia de cualquier símbolo de un sueño no es un


objeto o una actividad, sino siempre una idea en la mente del soñador. Nos da como ejemplo
las maneras posibles con que el pene puede ser simbolizado. Puede ser mediante un fusil o un
cuchillo; esto simbolizaría pensamientos sexuales agresivos. O la imagen puede ser un
destornillador, o una manguera de gasolina introducida en el depósito de carburante del coche;
esto simbolizaría una visión mecánica del acto sexual (¿atornillar?) (10). O el pene puede
igualmente ser simbolizado por una flor flexible, o un palo roto; esto ilustraría ideas de
im-potencia sexual.

Otro ejemplo que da es las muchas maneras en que uno puede soñar sobre la propia madre. Si
el soñador quiere expresar un sentimiento de que su madre es una persona nutricia, podría
soñar en una vaca; si ve a su madre como alguien remoto y autoritario, soñaría con ella como
en una reina. En otras palabras, el sueño no sólo simboliza la persona o la actividad dada (el
sustantivo en la frase) sino que añade una descripción (del adjetivo)... agresivo, nutricio, etc.
Los simbolismos se usan para facilitar, en un lenguaje claro y conciso, conceptos complejos y
abstrusos.

Citemos un ejemplo del libro de Hall. Nos habla de una joven que soñó que estaba en su
primer aniversario de boda, y ella y su marido iban a repetir la ceremonia. Al principio no podía
encontrar su vestido de novia, a pesar de una búsqueda a fondo. Por fin, cuando lo encontró,
estaba sucio y roto. Con lágrimas de pena en sus ojos, se llevó el vestido y se fue corriendo a
la iglesia, donde su marido le preguntó por qué se lo había llevado. Ella quedó confusa y
azarosa, y se sintió extraña y sola.

Hall sugiere que, en su sueño, el estado de su vestido de novia simbolizaba su concepto sobre
su matrimonio. Otros sueños corroboraron esta interpretación. Soñó en una chica recién
casada que estaba en trámites de divorcio, lo que sugería que la idea del divorcio estaba en su
propia mente. En otro sueño, ella tuvo dificultades en llegar al domicilio conyugal, perdiéndose
por el camino, tropezando en la acera, retrasándose ante un paso a nivel del tren y sin con
seguir llegar. Este sueño sugería que estaba tratando de encontrar rezones para no volver a
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casa con su marido. En otro sueño, el diamante en su anillo de compromiso faltaba, sugiriendo
la esperanza de que tal vez esto anularía su infeliz matrimonio. Finalmente, soñó en una amiga
que se casaba y recibía un montón de regalos de boda inútiles. Esto sugería que, en su mente,
el estado del matrimonio era como muchos trastos inútiles. «Ciertamente estos sueños indican
que la soñadora concibe su matrimonio como infeliz y corrobora la hipótesis de que un vestido
de novia desgarrado y sucio es una personificación concreta de esta idea».

La función de soñar, como sostiene Hall, es revelar lo que hay en la mente de una persona, no
esconderlo. «Los sueños pueden parecer enigmáticos porque contienen símbolos, pero esos
símbolos no son más que metáforas pictóricas, y como las metáforas verbales de la vida real
su intención es clarificar más que oscurecer el pensamiento». La mente está constantemente
en activo, pensando en problemas, tratando de encontrar soluciones, llena de ansiedades
sobre una cosa u otra, y generalmente ocupada con el pasado, el presente y el futuro. Soñar es
simplemente la continuación del pensar con otros medios, por ejemplo los medios de la
representación gráfica y el simbolismo. Nuestros pensamientos, nuestras preocupaciones,
nuestras ansiedades, nuestros intentos de solventar los problemas, son traducidos a un
lenguaje pictórico y continúan el trabajo consciente del pensamiento durante ciertos períodos
de sueño. Los sueños pueden representar realizaciones de deseos, pero generalmente se
tratará de deseos completamente conscientes, no infantiles reprimidos. Pero los sueños
pueden también representar temores, soluciones de problemas o algo que pueda ocurrir en un
pensamiento consciente. Esta teoría tiene en cuenta los hechos más que lo hace Freud, sin
meterse en todas las dificultades que acosen a la teoría de Freud. De momento no hay una
teoría mejor, y provisionalmente yo creo que debería ser aceptada y usada como base para
posteriores experimentos y observaciones.

Hay un estrecho lazo entre la interpretación de los sueños, de lo que nos hemos ocupado hasta
ahora en este capítulo, y la interpretación de Fehlleistungen o parapraxias, es decir, errores en
la composición lingüística, lapsus en la conducta cotidiana, etc. Esto, también, es interpretado
por Freud según el esquema de la técnica de la libre asociación de Galton, y como sueño es
perseguido hacia atrás hasta algún hipotético deseo reprimido, cual es el lapsus lingüístico o de
conducta. El olvido temporal de nombres propios se incluye en esta categoría general, así
como el recuerdo equivocado, es decir la sustitución del nombre equivocado por el que se
busca.

Freud asegura confiadamente que los errores en la composición lingüística están causados
siempre por la represión. Da muchos ejemplos con los cuales trata de con vencer a los lectores
de que esto es realmente así, y que el material reprimido puede tener efectos motivacionales
de la clase mencionada. Dos ejemplos pueden ilustrar el método de Freud. El primero se
refiere a un profesor que dijo, ante su clase: «En el caso de los genitales femeninos, a pesar de
muchas Versuchungen (tentaciones)... ¡perdón! Versuche (experimentos) ... ». El segundo
ejemplo se refiere a un Presidente de la Cámara Baja del Parlamento que quiso abrir una
sesión y dijo: «Caballeros, constato que hay quorum de miembros y por consiguiente declaro
cerrada la sesión». La interpretación de la intención perturbadora en el primer ejemplo es auto-
evidente, mientras que en el segundo ejemplo Freud afirma: «Está claro que él quería abrir la
sesión (es decir, la intención consciente), pero está igualmente claro que también quería
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cerrarla (es decir la intención perturbadora). Esto es tan obvio que no nos deja nada para
interpretar». ¡Nada, excepto que esa era en realidad la intención del Presidente!. Freud da por
supuesto, sin base de ninguna clase, que el error representa la verdadera intención del
Presidente, ¿pero no puede haber sido, simplemente, un error de la lengua?.

Cuando yo era un joven estudiante estuve interesado en el libro de Freud «La Psicopatología
de la Vida Cotidiana», y particularmente en su interpretación de un lapsus en la conducta de
cada día, en el que cita el ejemplo de un hombre que se equivoca de llave al intentar abrir la
puerta principal de su casa. Freud lo interpreta como una demostración de que el hombre
realmente desea estar en la casa cuya puerta será abierta por esa llave. Me pareció que podía
haber una explicación psicológica sin recurrir a las intenciones, reprimidas o conscientes, en
este caso. Yo guardaba mis llaves en un estuche de cuero, en donde reposaban,
paralelamente, una al lado de otra, suspendidas por anillos de metal de una barra en la parte
superior del estuche. La psicología experimental sugeriría dos causas principales para escoger
ocasionalmente una llave indebida. La primera de ellas podría ser la semejanza de apariencia
entre las llaves en cuestión; si ambas eran llaves Yale, entonces la confusión podía ocurrir
fácilmente. Si una era una llave Yale y la otra, una gran llave metálica del tipo anticuado,
entonces la confusión sería casi imposible. El segundo principio sería la posición (cercanía).
Unas llaves contiguas serían mucho más fácilmente intercambiadas que otras llaves alejadas
una de otra.

Incluso antes de convertirme en un profesor distraído, yo ya era un estudiante distraído, y a


menudo me sucedía equivocarme de llaves. Tomé nota de las ocasiones, anotando
cuidadosamente la llave que debiera haber usado y la que fue, de hecho, usada, en tales
ocasiones. Naturalmente, fue fácil hallar el grado de proximidad entre ambas llaves contando
simplemente el número de llaves que intervenían; es decir,. dos llaves estaban una al lado de
otra, no había otra llave; una, dos, tres o más llaves indicarían cuán apartadas se encontraban
las llaves en cuestión. Por lo que se refiere a la semejanza, acudí a la opinión de colegas que
no sabían nada sobre el propósito del experimento.

Continué este experimento durante muchos años, y literalmente miles de veces ocurrieron
errores de este tipo. Había una clara relación entre el número de errores cometidos, por una
parte, y la semejanza de las llaves; cuanto más parecidas las llaves, mayor el número de
errores. Paralelamente, había una relación lineal entre la distancia entre las llaves en el
estuche y el número de errores; cuanto más cercanas las llaves, mayor el número de errores.
Considerando juntas ambas causas era posible contar prácticamente todos los errores que se
habían cometido. Dos llaves Yale situadas una al lado de otra totalizaban, con mucho, el mayor
número de errores, mientras que una llave Yale a un lado del estuche y una gran llave
anticuada en el lado opuesto nunca eran tomadas una por otra.

No estoy presentando esto como un experimento que tiende a desautorizar la teoría de Freud;
es obvio que serían precisos más sujetos, más controles y un tratamiento estadístico más
sofisticado. Además, yo no me encontraba en la feliz situación de que disfrutaban sus
pacientes, que parecen haber tenido varias amantes viviendo en diversos barrios de Viena, de
manera que las llaves de sus apartamentos podían ser confundidas con las de la casa del
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propio paciente, expresando su deseo de estar con una de sus amantes en vez de con su
esposa. Lo que estoy tratando de indicar es, simplemente, que esta es una obvia explicación
alternativa para ciertos tipos de parapraxis, y que cualquier tentativa de tratar científicamente el
asunto debiera tomar en cuenta tales alternativas. Freud nunca lo hizo así, a pesar de que los
principios involucrados eran bien conocidos en su tiempo.

Argumentos muy parecidos han sido aducidos en rela-ción con los errores lingüísticos, pero
con mucho más apoyo experimental. Así, en un libro editado por V. Fromkin, titulado «Errores
en la Composición Lingüística: Fallos de Lengua, Oído, Pluma y Mano », se muestra que la
mayor parte de los errores lingüísticos pueden clasificarse en dos grandes categorías. La
primera comprende errores en los cuales la palabra sustitutiva es similar en la forma fonológica
a la palabra que se iba a decir, tal como sucede en los siguientes ejemplos: «señal» en vez de
«simple», «confesión» en vez de «convención», «suburbios» en vez de «metro» (11). La
segunda clase consiste en errores en los que la palabra sustitutiva está relacionada en
significado (semántica o asociativamente) a la palabra que reemplaza, tal como ocurre en los
siguientes lapsus: «No te quemes los dedos de las manos», en lugar de «dedos de los pies »; «
conozco a su suegro » en vez de «a su cuñado»; «un pequeño restaurate japonés» en lugar de
« ... restaurante chino» (12). Todos los errores de sustitución lexica de Freud pueden ser
clasificados como parecidos a la palabra que se debía decir, ya por su forma, ya por su
significado. Se dan detalles sobre ello en el libro de Fromkin, pero nos llevaría demasiado lejos
ocuparnos de ellas aquí. Estas dos clases de errores son semejantes a las dos clases de
errores que tuve en cuenta al analizar mis propias equivocaciones al escoger la llave errónea;
tienen un sentido perfectamente aceptable en términos psicológicos ordinarios, sin necesidad
de recurrir a elaboradas interpretaciones psicoanalíticas en términos de represión.

Cuando se trata de una cuestión de acceso a la memoria, la noción de «hábito» es ciertamente


tan prominente como la de « motivación », y ha sido mucho más experimentada.

Al seleccionar la llave adecuada, cometí más errores con las llaves nuevas que con las que
poseía desde hacía tiempo; en el último caso, la constatada repetición había resultado en un
hábito de encontrar el lugar justo, mientras que la posición de las llaves nuevas todavía no
había sido tan firmemente establecida por el mecanismo del hábito. Igualmente se ha
demostrado que las palabras que una persona usa muy frecuentemente son causa de menos
equivocaciones que las relativamente nuevas o raramente usadas. El hábito, igual que los
demás factores mencionados, debiera ser tenido muy en cuenta antes de poder aceptar una
interpretación de los errores únicamente en términos de motivación.

Es, en verdad, completamente erróneo, pensar en Freud como el primer hombre que se
interesó en estos errores de la lengua y la pluma, o que escribió extensamente sobre ellos. El
primer análisis psicolingüístico de alguna importancia sobre tales errores, junto con una
colección de más de veinte mil errores ilustrados, fue publicado en Viena por Meringer y Mayer,
bajo el título «Versprechen und Verlessen»; precedió al libro de Freud en unos seis años. Y
aún otros habían precedido a Meringer y Mayer, algunos de ellos habiendo aparecido hasta
nueve años antes, lo que demuestra que existía un vivo interés por el tema en esa época.

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En el debate entre Meringer y Freud, ambos adoptaron unas posiciones extremistas. Freud
decía que todos los errores de dicción, exceptuando tal vez algunos de los casos más sencillos
de anticipación y perseverancia, podían ser incluidos en su teoría de lo inconsciente y
explicados por los mecanismos represivos. Meringer adoptó una posición igualmente extrema,
prescindiendo totalmente de tales causas. Las pruebas fácticas ciertamente no corroboran la
teoría de Freud, pero en vista de la dificultad de negar completamente los errores
motivacionales, la posición de Meringer tampoco puede ser sostenida enteramente.

En un capítulo debido a Ellis y Motley en el libro de Fromkin, cincuenta y un errores de


sustitución léxica de un total de noventa y cuatro lapsus mencionados en la obra de Freud
«Psicopatología de la vida cotidiana» son objeto de análisis. Llegan a la conclusión de que «los
errores de sustitución léxica que Freud citó en apoyo de esta teoría de la intención conflictiva
no se apartan, desde un punto de vista formal o estructural, de los errores analizados por los
psicolingüistas». No es, pues, necesario, inferir mecanismos no lingüísticos para tenerlos en
cuenta.

Se han hecho interesantes tentativas para comparar la influencia de los factores motivacionales
con los lingüísticos. Uno de tales experimentos se ocupaba de los «spoonerismos», es decir,
los legendarios lapsus lingüísticos cometidos por el Reverendo Dr. William Archibald Spooner
(1844-1930), que fue Director del New College, de Oxford, desde 1903 hasta 1924. Los
«spoonerismos» son las transposiciones accidentales de letras iniciales de dos o más palabras,
de manera que tanto las palabras originales como las transpuestas tengan un significado en
inglés; un ejemplo sería «Habéis siseado (o silbado) las lecturas misteriosas», en vez de «Os
habéis perdido las lecturas misteriosas» (13).

Spooner era bien conocido por cometer tales errores al hablar (y también, según parece, al
escribir) pero la mayoría de los más famosos «spoonerismos» son, probablemente,
invenciones de otros.

Michael T. Motley usó factores lingüísticos y motivaciones al inducir a los estudiantes a cometer
«spoonerismos» involuntariamente en una situación experimental. En uno de tales
experimentos mostró a sus sujetos dos palabras, pidiéndoles que las pronunciaran. Los
estudiantes fueron divididos en tres grupos, que recibían cada uno una diferente clase de
tratamiento Se ideó un plan para crear un juego situacional cognitivo hacia una sacudida
eléctrica.

A los sujetos se les colocaban falsos electrodos ostentosamente conectados a un marcador


eléctrico, y se les dijo que el marcador podía emitir, al azar, descargas eléctricas,
moderadamente dolorosas, y que en el transcurso de su tarea podían recibir, o no, tal descarga
(no se administraron descargas, ¡por supuesto!). Este tratamiento fue llevado a cabo por un
experimentador. El segundo tratamiento consistía en crear un juego situacional cognitivo hacia
el sexo. A este propósito la tarea fue encomendada a una experimentadora que era atractiva,
bien parecida, muy provocativamente vestida y de maneras seductoras (¡los estudiantes de
psicología se divierten mucho!). El juego del tratamiento del sexo fue administrado en ausencia
del aparato eléctrico. Finalmente, un tratamiento de juego neutro de control fue administrado
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por un experimentador, sin el aparato eléctrico. Estos juegos tenían por objeto producir factores
motivacionales relacionados con las descargas eléctricas o con el sexo, o no producir juegos
motivacionales en absoluto.

A los sujetos se les proponían palabras que no tendrían sentido, pero que eran susceptibles,
mediante el «spoonerismo» de convertirse en palabras significativas, relacionadas con el juego
de la electricidad o con el del sexo. Ejemplos del primero podrían ser shad bock, que podía ser
«spoonerizado» en bad shock (14), o vany molts que podía ser «spoonerizado» en many volts
(15). Para el juego del sexo las palabras sin sentido podían ser goxi furl que podrían ser
«spoonerizadas» en foxy girls, o lood gegs que pasarían a convertirse en good legs (16).

Cada juego de palabras era precedido por tres palabras interferidas con el propósito de crear
tendencias fonológicas hacia el esperado error por «spoonerismos». Por ejemplo la expresión
bine foddy, que se suponía debía ser «spoonerizada» en fine body, era precedida por las
palabras interferidas fire bobby, five boggies, etc. (17), sugiriendo que la primera palabra
debiera empezar con una f, y la segunda con una b. Los resultados fueron que el
«spoonerismo» ocurría más frecuentemente en los conjuntos cuyos errores se emparejaban
con el juego de tratamiento cognitivo que en los conjuntos cuyos errores no se relacionaban
con el tratamiento. En otras palabras, el juego del sexo contenía más errores en sexo que en
electricidad, el juego de electricidad más errores de electricidad que de sexo, mientras que el
juego neutro daba igual número de errores de ambos tipos. Metley consideró que esto era una
prueba de la teoría de Freud, pero por supuesto esto no es así. Es dudoso si los juegos son
motivacionales; pueden simplemente apelar a diferentes hábitos y conexiones asociativas.
Pero, lo que es peor de todo, la teoría de Freud implica que los factores motivacionales son
deseos infantiles reprimidos; ni siquiera Motley pretendería que las emociones producidas al oir
que uno va a recibir descargas eléctricas al azar, o por la visión de una chica guapa
provocativamente vestida son inconsistentes. El experimento es interesante, pero no tiene
nada que ver con las teorías freudianas. Algo muy parecido debe decirse acerca de todos los
demás experimentos similares que han sido mencionados en la literatura psicológica. Son
interesates por sí mismos, pero no prueban la teoría de Freud, ni en un sentido ni en otro.

Ocupémosnos ahora de un típico ejemplo freudiano de lapsus lingüísticos. Ha sido a menudo


calificado, no sólo por el mismo Freud, sino también por sus discípulos y críticos, como
superiormente impresionante y ejemplo revelador del «lapsus freudiano». Ha sido también
analizado, con todo detalle por Sebastiano Timpanaro, bien conocido experto lingüista italiano,
en su muy importante libro «El lapsus freudiano». Los lectores que se interesen por el tema
debieran consultar el relato completo de Timpanaro, que está brillantemente escrito y lleno de
percepción; aquí nos limitaremos a dar una pequeña idea de la manera en que él expone su
argumento.

Empecemos con la historia freudiana por sí misma. Freud inicia una conversación en un tren
con un joven judío austríaco que se lamenta de la posición de inferioridad en que se mantiene
a los judíos en Austria-Hungría. En su apasionada exposición de los hechos el joven desea
citar unas líneas de Virgilio, dichas por Dido que ha sido abandonado por Eneas y está a punto
de cometer suicidio: Exoriare afiquis nostris ex ossibus Ultor. Esto es difícil de traducir
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literalmente, pero significa algo así como «Que alguien surja de mis huesos como un
vengador» o «Surge de mis huesos, ¡oh Vengador! quien quiera que seas». No obstante, el
joven judío, cita el párrafo incorrectamente, como Exoriare es nostris ossibus Ultor, es decir,
omite aliquis e invierte las palabras nostris ex.

Apremiado por el joven, que le conoce de nombre y ha oído hablar de su método


psicoanalítico. Freud trata de «explicar» este error en términos psicoanalíticos. Usando el
método de la libre asociación de Galton, Freud dice: «Debo pedirle que me diga cándida y
honradamente, lo primero que acuda a su mente si dirige su atención a la palabra olvidada sin
ninguna finalidad definida». Entonces Freud cita la secuencia de asociaciones del joven judío a
la palabra aliquis, que empieza como sigue: Requiem – Liquidación - Fluido. Luego viene San
Simón de Trento, un niño martirizado en el siglo XV, cuyo asesinato fue atribuido a los judíos, y
cuyas reliquias en Trento habían sido visitadas por el joven judío no mucho tiempo atrás. Esto
es seguido por una sucesión de santos, incluyendo San Genaro, cuya sangre coagulada,
guardada en un frasco en la Catedral de Nápoles, se licua milagrosamente varias veces al año;
la excitación que se apodera de las supersticiosas gentes napolitanas si ese proceso de
licuefacción se retrasa, se expresa en pintorescas invectivas amenazas contra el santo.
Finalmente, llegamos a la ansiedad y preocupación del joven judío, originadas, según Freud,
por el lapsus original, concretamente el hecho de que él mismo se halla obsesionado con
pensamientos acerca de una «ausencia de fluido líquido», porque teme haber dejado encinta a
una mujer italiana, cuando estuvo con ella en Nápoles; esperaba recibir confirmación de sus
peores temores de un día a otro. Además, uno de los otros santos en la secuencias de
asociaciones siguiendo a San Simón es San Agustín, y Agustín y Genaro están ambos
asociados en el calendario (agosto por Agustín y Genaro por enero), es decir, sus nombres
deben sugerir un temor a un hombre aterrado ante la perspectiva de ser padre (no es
importante para Freud que los dos meses estén tan distantes, y ni siquiera separados por los
fatales nueve meses, en este caso). Freud relaciona el asesinato del niño santo, Simón de
Trento, con la tentación de infanticidio. Y concluye con considerable satisfacción: «Debo dejar a
su propio juicio el decidir si puede explicar todas esas relaciones con la suposición de que se
trata del azar. Puedo, no obstante, decirle que cada caso que usted se decida a analizar le
llevará a cuestiones de azar que son igual de sorprendentes ».

Lo que Freud sugiere es esto. El joven judío está preocupado porque teme haber dejado
encinta a su amiga italiana, y esa preocupación reprimida emerge en la forma del lapso verbal
cuando cita a Virgilio. La cadena de asociaciones que empieza con las palabras involucradas
en el lapsus conduce a ideas que se refieren a niños, fluídos meses del calendario, infanticidio
y otras nociones que, según Freud, están claramente asociadas con el hecho de que la amiga
del joven judío ha dejado de tener sus períodos. Uno se pregunta por qué alguien consideraría
esas preocupaciones como «reprimidas» con cualquier sentido; no son ciertamente
inconscientes, sino que, al contrario, están en primer plano de la consciencia del joven judío,
pero la hipótesis de que las libres asociaciones a partir del lapsus conducen a pensamientos
preocupantes o complejos en su mente pueden ser difícilmente rechazada. Pero, ¿demuestra
todo esto, o ayuda siquiera a demostrar, la teoría general de Freud?.

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Antes de ocuparnos críticamente del análisis de Freud, consideremos cómo Timpanaro, el
experto lingüista, explicaría el lapsus. «¿Cuál es la explicación de este doble error?», se
pregunta. La explicación se basa en el bien conocido hecho de la canalización, es decir, el
hecho de que palabras y expresiones que son más arcaicas, retóricas, y estilísticamente poco
usadas, y por consiguiente no corrientes en la tradición lingüístico-cultural del orador, son
reemplazadas por palabras más simples y corrientes. La persona que transcribe o recita tiende
a sustituir palabras o frases de la herencia literaria por formas de expresión de uso más común.
En el párrafo de Virgilio citado por el joven compañero de viaje de Freud, la construcción es
dramáticamente anómala. La anomalía consiste en la coexistencia de la segunda persona
singular (exoriare) con el pronombre indefinido (aliquis): Dido tutea al futuro Vengador, como si
le viera en pie ante ella, mientras al mismo tiempo expresa con aliquis su identidad
indeterminada. Así la expresión de Dido es, al mismo tiempo, un augurio, tan vago como tales
augurios tienden a ser («que venga, más pronto o más tarde, alguien para vengarme») y una
profecía implícita de la venida de Aníbal, el Vengador que Virgilio tenía ciertamente en la mente
cuando escribió este párrafo.

Ahora bien, en alemán, el idioma hablado por el joven amigo de Freud, así como en inglés, tal
construcción es virtualmente intraducible en el sentido literal. Timpanaro hace observar la
dificultad: «Algo debe ser sacrificado: o bien uno desea aludir el misteriosamente
indeterminado augurio, lo que conlleva convertir Exoriare en la tercera persona del singular en
vez de en la segunda persona (« ...que surja algún vengador»); o bien prefiere conservar la
inmediatez y el poder directamente evocativo de la segunda persona del singular, lo que
conlleva modificar en algo, o incluso suprimir del todo, el aliqua («Aparece, ¡oh Vengador!,
quienquiera que seas ... »). Los traductores de Virgilio al alemán, según dice Timpanaro, han
tenido que escoger una u otra alternativa, y es plausible que el joven austríaco, para el cual las
palabras de Dido no eran, sin duda, más que una lejana memoria del colegio, se inclinara
inconscientemente a banalizar el texto, es decir, a asimilarlo con sus conocimientos
lingüísticos. La eliminación inconsciente de aliquis corresponde a esta tendencia; el resto de la
frase puede ser fácilmente traducido al alemán sin ninguna necesidad de forzar o alterar el
orden de las palabras. La tendencia es acentuada por el hecho de que la lectura original de
Virgilio es corriente, no sólo desde el punto de vista del alemán, sino también dentro del
contexto del latín; esto llevaría fácilmente a un joven que ha sido moderadamente bien instruido
a «restaurar» la clase de orden gramatical que aprendió en la escuela. Timpanaro abunda en
muchos más detalles de los que es posible traer a colación aquí, pero no da un buen ejemplo
de banalización como explicación de este «lapsus freudiano». Pero, ¿qué diremos de la
cadena de asociaciones?.

Aquí Timpanaro hace una sugerencia muy buena. Llama la atención sobre una suposición
hecha por Freud sobre la cual no hay ninguna prueba. Freud asume que es la preocupación
por el hecho de que la amante no haya tenido el período lo que causa el lapsus, y que la
cadena de asociaciones lo demuestra. Pero es igualmente posible que cualquier cadena de
asociaciones, empezando por cualquier palabra arbitrariamente escogida, conduzca a lo que
predomina en la mente del «paciente», porque sus pensamientos siempre tenderían hacia ese
tema dominante. Timpanaro cita un número de ejemplos para mostrar cuán fácilmente podrían
construirse cadenas de asociaciones para la preocupación y ansiedad del joven judío, a partir
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de cualquier palabra de la cita de Virgilio; hace observar que tales cadenas de asociaciones no
serían más grotescas y torturadas que las que Freud usó como prueba. También dice que
Freud, de hecho, no permitió al sujeto asociar libremente; sutilmente guió la cadena de
asociaciones mediante comentarios que le llevaron al camino que finalmente tomó el joven.
Así, las sedicentes « libres asociaciones » están, en parte, determinadas por los comentarios
sugestivos de Freud, en parte por el conocimiento que de Freud y sus teorías tenía el joven
judío, y sobre todo por su interés en asuntos sexuales. Todo esto debe haber determinado,
hasta cierto punto, la dirección de sus asociaciones, empezando por el punto que se quisiera.

Pero volvamos a la cuestión crucial. Si podíamos haber empezado por cualquier palabra y
mediante una cadena de asociaciones llegábamos a la misma conclusión, entonces está claro
que la teoría freudiana es completamente errónea. Esto precisaría un experimento de control
muy obvio, pero Freud y sus seguidores nunca quisieron someter el asunto a una prueba.
Cuando yo era psicólogo en el Hospital de Emergencia Mill Hill durante la guerra, probé el
experimento con un número de pacientes que ingresaron en el hospital con dolencias
neuróticas o levemente psicóticas. Les hacía contarme sus sueños, y luego les hacía asociar
libremente con los diversos elementos del sueño. Descubrí, tal como Galton y Freud, que
ciertamente, siguiendo ese método, pronto llegaba a determinadas preocupaciones profundas y
ansiedades que molestaban a los pacientes, aunque por lo general aquéllas eran conscientes y
no indicativas de deseos infantiles reprimidos.

En cualquier caso probé entonces el experimento de control. Habiendo analizado, siguiendo el


esquema freudiano, los sueños de Mr. Jones y Mr. Smith, le pedí entonces a Mr. Jones que
asociara libremente con los elementos del sueño contado por Mr. Smith, y viceversa. El
resultado fue nítido; las cadenas de asociación terminaron precisamente en los mismos
«complejos« tanto si se aplicaban a los sueños de la otra persona como a los de uno mismo.
En otras palabras, la cadena de asociaciones es determinada por el «complejo», no por el
punto inicial. Esto invalida completamente la teoría freudiana, y uno se pregunta por qué los
psicoanalistas no han probado estos simples métodos experimentales de verificar con hipótesis
alternativas.

No estoy afirmando aquí que esta hipótesis alternativa sea necesariamente cierta. Estoy
diciendo simplemente que, junto con la banalización proporciona una hipótesis alternativa muy
sólida e importante a la teoría freudiana, y que en la ciencia es absolutamente vital que las
hipótesis alternativas sean sometidas a una prueba experimental. Los psicoanalistas no tienen
ningún derecho a afirmar que sus puntos de vista sean correctos mientras no se haya llevado a
cabo ni un solo test empírico, con suficiente detalle y a una escala lo bastante amplia, como
para obtener resultados convincentes, en un sentido u en otro. La evidencia existente no es
ciertamente suficiente para «demostrar» la teoría de Freud; es más, en muchos casos parece
contradecirla. No sólo hay hipótesis alternativas con un buen respaldo experimental, sino que
además puede verse que en la mayoría de los casos citados por Freud el «complejo» no es en
absoluto inconsciente o reprimido. El joven judío de la historia mencionada se daba perfecta
cuenta de lo que él temía, y de hecho estaba pensando constantemente en ello. Así, los
factores motivacionales han podido estar en activo (si deseamos rechazar la banalización como
la simple explicación del lapsus), pero tal no es la teoría de Freud. Los lectores atentos del libro
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de Freud se darán cuenta de que esto es cierto en casi todos los casos. Por consiguiente, tal
como sucede en el caso del libro de Freud sobre la interpretación de los sueños, los ejemplos
aducidos por él en apoyo de su tesis lo que hacen, de hecho, es debilitarla.

Sólo podemos concluir que la amplia aceptación de las teorías freudianas sobre el sueño y los
lapsos de lengua y pluma no se basa en una lectura racional y crítica de sus obras; no aduce
pruebas reales sobre lo correcto de sus teorías, sino que se limita a citar impresionantes e
interesantes -aunque irrelevantes- interpretaciones que, si aceptamos sus propias
explicaciones, contradicen sus teorías específicas. Las teorías son comprobables, y es de
esperar que adecuados tests en gran escala serán llevados a cabo de la manera debida,
comparando las teorías freudianas con las alternativas. Por lo tanto, mientras esto no se haga,
es imposible aceptar las teorías freudianas como demostradas, ni siquiera plausibles; las
teorías alternativas tienen mucho más respaldo, y están más en línea con el sentido común.
Hablar de «lapsus freudianos» y «símbolos freudianos» es un absurdo; tanto el simbolismo
como la interpretación de los lapsus eran corrientes mucho antes de que Freud formulara sus
teorías, y tal era el método de asociación que usó para respaldar su caso. Sean lo que sean los
suenos y los lapsos de lengua y de pluma, ciertamente no son el camino real hacia el
inconsciente; a lo más pueden ser, a veces, motivados por pensamientos súbitos cargados o
no con fuertes emociones. Sobre esto hay alguna evidencia; sobre los deseos «inconscientes»
y «reprimidos» en la ecuación freudiana no hay evidencia en absoluto, ni siquiera en los
ejemplos del mismo Freud.

Hace unos años se ha formulado una nueva opinión sobre el lapsus aliqua, que arroja una luz
completamente nueva sobre él. La historia comienza con la «revelación» de que Freud tuvo
una relación secreta con la hermana de su mujer, Minna. Como es bien conocido, la historia
sexual de Freud fue en gran parte una historia de frustraciones, empezando por su abstinencia
durante sus cuatro años de cortejo a Martha Bernays, y continuando con las restricciones
impuestas en el curso de los primeros nueve años de su matrimonio, durante los cuales ella
estaba, por lo general, preñada, a menudo enferma, y, por consiguiente, sexualmente no
disponible para Freud; a todo esto siguieron más años de abstinencia después de la sexta y
última preñez de su mujer, cuando la pareja, aún sin terminar por completo su sexualidad
marital, estuvo muy cerca de ello, habiendo dedidido que la abstinencia era la única manera de
evitar tener más hijos.

Se ha suguerido que el creciente interés de Freud en la sublimación sexual, la rivalidad edípica,


y la envidia del pene estuvo motivado en gran parte por inquietud personal; en sus sueños de
esa época parece que imaginaba ser emasculado, que había sido privado de derechos
sexuales por su mujer, y que sus hijos habían convertido sus órganos sexuales en reliquias.
Fue entonces cuando Freud se prendó de su cuñada Minna, según Carl Jung, primero amigo
de Freud y luego rival suyo... La historia fue publicada por un americano, amigo de Jung,
llamado John Billinsky, que reveló que cuando Jung visitó a los Freud por primera vez en
Viena, Minna le había confesado que se sentía culpable por sus relaciones con Freud. Billinsky
cita a Jung, que dijo: «Así me enteré que Freud estaba enamorado de ella y que sus relaciones
eran, ciertamente, muy íntimas. Fue, para mí, una revelación chocante, y todavía ahora puedo

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recordar la agonía que sufrí entonces ». La reacción de Jung es sorprendente toda vez que él
mismo, como es bien sabido, no era muy renuente a las relaciones extra-maritales.

La historia sería de escaso interés para nadie, excepto para murmuradores lascivos, si no fuera
por el hecho de que hace pocos años, dos escritores, Oliver Gillie y Peter Swales, afirmaron
que el joven judío en la historia de aliquis no era un conocido de Freud, sino ¡el mismo Freud!.
Dicen que cuando Freud y Minna viajaron juntos por Italia, en agosto de 1900, Minna
finalmente cedió a Freud y quedó encinta. La evidencia principal para tal afirmación está en la
interpretación del aliquis. Según Gillie y Swales, era Freud quien estaba preocupado porque
Minna le diera muy desagradables noticias; no eran los períodos de una dama italiana los que
se habían detenido, ¡sino los de la cuñada del mismo Freud!.

¿Qué otras razones da Swales para tal sugerencia?.

En primer lugar, están las semejanzas personales entre el joven de la anécdota y el mismo
Freud; ambos eran judíos, ambos se sentían afectados por la frustración de las necesidades
judías por el antisemitismo, y ambos eran ambiciosos. Además, el joven estaba familiarizado
con algunas de las publicaciones psicológicas de Freud, incluyendo la más bien abstrusa sobre
olvidos inconscientemente motivados. Podía extraer citas de la «Eneida», como Freud, y
también parecía conocer a otros autores que sabemos Freud apreciaba. El joven había visitado
la iglesia de Trento donde se guardaban las reliquias de San Simón, que Freud había visitado
recientemente con Minna; y en la conversación incluso utilizó la metáfora de la reencarnación,
«nuevas ediciones», que Freud había utilizado ya varias veces en sus escritos.

Si esta historia fuera cierta, entonces las interpretaciones del lapsus lingüístico asumirían un
aspecto completamente diferente, y el aparentemente milagroso descubrimiento del complejo
«escondido» en otra persona sería mucho más fácilmente inteligible al referirse a las
preocupaciones conscientes del propio Freud. Pero, ¿es esta interpretación plausible?. Allan C.
Elms se ha ocupado cuidadosamente de la evidencia, y suscita muchas interrogantes que
hacen parecer increíble la historia de Swales. Al final de su relato Swales desafió a «los que
aún prefieren defender lo que yo considero el punto de vista excéntrico, o sea que el relato de
Freud debe ser creído. ¡Qué encuentren evidencia real de que el «joven», existió en otro lugar
más que en la imaginación de Freud! ». Elms aceptó este desafío y sugirió que «el joven existió
en ese sitio y en esa época. Swales incluso menciona su nombre, sin considerar seriamente
que podía haber sido el joven. Su nombre era Alexander Freud, y era el hermano más joven de
Sigmund». Elms aporta muchas pruebas en favor de ese punto de vista, empezando por el
hecho de que Alexander era un bien conocido mujeriego, estaba familiarizado con las
publicaciones de Freud (incluso las abstrusas), había viajado recientemente por el extranjero,
se había encontrado con Freud en esa época, y en muchos otros aspectos encajaba con la
descripción. Obviamente, cualquier conclusión a la que se llegue ahora, tanto tiempo después
de los hechos, sólo puede basarse en la especulación.. Las posibles relaciones extra-maritales
de Freud no pueden ser de gran interés por sí mismas, excepto en la luz que puedan aportar a
sus teorías. Gillie y Swales afirman, por ejemplo, que los principales componentes de las
teorías sexuales de Freud sólo pueden comprenderse con referencia a su supuesta relación
con Minna; Gillie afirma que, «está claro que la idea de Freud sobre el incesto estaba
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coloreada, si no inspirada, por la relación sexual con la hermana de su mujer, Minna Bernays»,
y Swales atribuye toda la teoría del complejo de Edipo a esa relación «incestuosa» de Freud.

Incluso si el joven en cuestión era Alexander Freud, y no el mismo Sigmund Freud, nosotros
miraríamos toda la historia bajo una luz completamente diferente. Freud debía conocer bien
todas las circunstancias de la vida de Alexander, mucho más que las de una persona conocida
casualmente en un tren, y por consiguiente sus pensamientos deberían casi inevitablemente
empezar por el bien conocido hecho de que Alexander era un mujeriego, y llegar a una
interpretación natural, concretamente la posibilidad de que su «enamorada» no tuviera sus
períodos y estuviera encinta.

Para terminar con esta historia más bien extraña, citaré un comentario final de Elms, que creo
condensa de una manera muy razonable toda esa tempestad en un vaso de agua:

Freud propuso que los deseos incestuosos inconscientes estaban bloqueados por tabús
inconscientes, de manera que los sentimientos edípicos son comúnmente expresados, no en
una relación incestuosa real con un miembro de la familia, sino en la fantasía, la neurosis y la
conducta sublimada. Hacia el año 1900, Freud estaba mucho más interesado en fantasías
incestuosas que en la cosa real. Tal vez tuvo fantasías sobre Minna, pero hasta ahora no ha
aparecido ninguna prueba convincente de que nunca llevara a cabo tales fantasías
convirtiéndolas en actos. En cualquier caso, él no necesitaba a Minna para hacerle
particularmente sensible a consecuencias de deseos incestuosos. ¡Siempre había tenido a su
madre!.

Tal vez este episodio debiera haber sido incluido en el primer capítulo, sobre «Freud, el
hombre», pero como es tan relevante con relación a la historia aliquis pareció apropiado
insertarlo aquí. Ilustra, en todo caso, la observación hecha en el primer capítulo de que los
hechos de la vida personal de Freud son muy apropiados a sus teorías, tanto si éstas habían
sido inspiradas por una aventura con Minna como por sus fantasías a propósito de su madre.

Hans J. Eysenck: Decadencia y Caída del Imperio Freudiano


Hans J. Eysenck: Decadencia y Caída del Imperio Freudiano

CAPITULO SEXTO
EL ESTUDIO EXPERIMENTAL DE LOS CONCEPTOS FREUDIANOS

Siéntate ante el hecho como un niño pequeño,


prepárate a abandonar toda noción preconcebida,
sigue humildemente hacia los abismos a que te conduzca la naturaleza,
o no aprenderás nada.
T. H. Huxley

Hemos visto en precedentes capítulos que Freud efectivamente rehusó usar dos de los
principales, bien establecidos y científicos métodos para respaldar sus temas teóricos. Se
opuso al uso de pruebas clínicas, con grupos experimentales y de control, para evaluar la
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efectividad de la terapia sobre la que había basado sus pretensiones sobre el valor científico de
sus teorías. Igualmente, rehusó reconocer la relevancia de la observación detallada y fáctica
del niño para demostrar sus teorías psicosexuales del desarrollo. ¿Cuál fue su actitud ante el
tercer método principal que utilizan los científicos para respaldar sus teorías, concretamente el
acceso experimental?. Aquí el experimentador varía una condición que se piensa que es
relevante para el fenómeno en cuestión y observa el efecto sobre el mismo fenómeno; es decir,
manipula la variable independiente y estudia su influencia sobre la variable dependiente.

La actitud de Freud ante esto, probablemente el más decisivo y convincente método científico,
es revelada en su famosa postal a Rosenzweig, fechada en 1934, que es una réplica al informe
que Rosenzweig le mandó sobre sus intentos de estudiar experimentalmente la represión.
Freud dijo: «No puedo atribuir mucho valor a esas confirmaciones porque la validez de las
observaciones fiables sobre las cuales reposan esas aserciones las hace independientes de la
verificación experimental. Añadió magnánimamente: « No obstante, no puede hacer ningún
daño». Nada podría demostrar más claramente el carácter no-científico de Freud; en su
opinión, no hacían falta experimentos para confirmar sus hipótesis, ni tampoco podían
influenciarlas. Ninguna otra disciplina solicitando atención se ha distanciado más clara y
decisivamente de la comprobación experimental de sus teorías; incluso la astrología y la
frenología hacen propuestas que son empíricamente comprobables, y han sido comprobadas,
aunque sin éxito.

Está claro que hay dificultades en llevar a cabo experimentos cuando se trata de sujetos
humanos, y cuando las teorías tratan de fenómenos más bien intangibles. Las consideraciones
éticas juegan un papel importante; no podemos causar emociones demasiado fuertes en
nuestros sujetos de laboratorio, porque ciertamente no sería permisible. En conjunto, las
teorías freudianas se ocupan sobre todo de emociones, y éstas son difíciles de producir
artificialmente. Los juegos de laboratorio hacen sentirse incómodos a la mayoría de sujetos, y
ello interfiere a menudo en lo que el experimentador espera que serían las reacciones
normales ante estímulos experimentales. Los experimentos con seres humanos no son
imposibles, pero son difíciles, y requieren una buena dosis de ingenuidad y persistencia. Mucho
se ha hecho en este sentido, a pesar del desdén de Freud, y una admirable relación de tales
estudios se encuentra en el libro de Paul Kline, «Hecho y Fantasía en la teoría freudiana». H. J.
Eysenk y G. D. Wilson, en su libro «El Estudio Experimental de las Teorías Freudianas» se
concentraron en los experimentos que se supone respaldan mejor las teorías de Freud,
haciendo notar las falacias metodológicas y estadísticas involucradas, y el rechazo de las
teorías alternativas para explicar los resultados, un fallo que es característico de una buena
parte de tal literatura. En este capítulo sólo podemos echar una ojeada a algunas de las más
interesantes y memorables investigaciones que se han hecho, principalmente para indicar la
manera en que los psicólogos han tratado de soslayar las dificultades inherentes al acceso
experimental.

Algunos de los procedimientos utilizados por psicólogos y psicoanalistas son ciertamente muy
curiosos, y de hecho no deberían ser considerados como experimentales en un sentido
significativo. Consideremos, por ejemplo, los «experimentos » hechos por G. S. Blum, usando
los llamados «dibujos de Blacky». Esos dibujos son un juego de doce caricaturas
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representando una familia de perros, en situaciones que son particularmente relevantes para la
teoría psicoanalítica. La familia consta de cuatro perros: los padres, Blacky (que puede ser
macho o hembra, dependiendo del sexo del sujeto que se somete al test), y Tippy, un hermano
de Blacky. A los sujetos se les pide que expresen una pequeña historia sobre lo que ellos
piensan que sucede en cada dibujo, y cómo se siente cada uno de los protagonistas. Entonces
el experimentador anota ese relato espontáneo para la presencia o ausencia de perturbaciones
en el área afectada. Además el sujeto debe responder a diversas preguntas sobre las
caricaturas, y también debe clasificar los dibujos entre los que le gustan y los que no le gustan,
y de entre ambos grupos, escoger el que más le gusta y el que menos. Ambas elecciones se
supone que son síntomas de perturbaciones en las áreas relevantes. Como ejemplo de esta
clase de interpretación, una de las caricaturas representa a un Blacky macho contemplando a
sus padres mientras hacen el amor; esto se supone que es indicativo de una intensidad
edípica. Blacky lamiendo sus genitales se supone que es indicativo de culpabilidad
masturbadora; Blacky viendo como los padres acarician a Tippy muestra una incipiente
rivalidad entre hermanos, etcétera. Otra caricatura muestra a Blacky mirando a Tippy, cuya cola
está a punto de ser cortada; se supone que esto indica ansiedad de castración en los machos o
deseo de pene en las hembras (!).

Kline ha observado un elevado número de estudios llevados a cabo con estos dibujos, y
concluye que «se descubrió que la mayoría de estudios no se relacionaban en absoluto con la
teoría. Sólo dos de ellos parecen ser verdaderamente relevantes... uno de ellos respaldaba la
teoría (el carácter anal), el otro, no (el carácter oral)». En esos dos estudios, la hipótesis
analizada fue la noción de Freud de que los niños pasan a través de una variedad de etapas
(anal, oral, genital) y pueden quedar fijados en una de tales etapas, desarrollando un
temperamento apropiado. Se supone que el carácter anal está constituido por los rasgos de la
parsimonia, el orden y la tenacidad, y procede de un erotismo anal reprimido. El carácter oral,
por otra parte, se caracteriza por la impaciencia, la hostilidad, la verborrea y la generosidad.
Parece que las personas que tienen el llamado carácter anal adoptan la reacción apropiada
ante los relevantes dibujos Blacky, pero los que tienen el llamado carácter oral no consiguen
mostrar la reacción correcta ante los dibujos correspondientes al carácter oral. En el mejor de
los casos, pues, llegaríamos a una solución que es completamente indecisa, pero ¿no hay
explicaciones alternativas del aparentemente positivo resultado? . Como ha sido observado,
mas bien groseramente, los dibujos «anales» de Blacky son un tosco índice de estudios de
perros defecando, y uno hubiera esperado que la reacción del tipo de persona más bien
introvertida (cuya conducta se parece más a la del llamado tipo anal) se diferenciara de la del
tipo extrovertido. Así, hay una clarísima explicación alternativa, que no es tomada en
consideración por los que llevan a cabo estos tests.

En cualquier caso, la suma de resultados positivos no es lo bastante amplia para justificar una
gran confianza en el valor de la técnica, o en la supuesta verificación de las hipótesis
freudianas. Otras técnicas llamadas «proyectivas», es decir, estudios en los que dibujos o
manchas de tinta son mostrados al sujeto y éste debe inventar historias a propósito de ellos,
«proyectando» así sus ideas sobre los dibujos, han sido usadas también para estudiar los
complejos de Edipo y de castración. Kline los ha estudiado y los encuentra totalmente
inconvincentes, con la posible excepción de un estudio en el cual se comparaban a niños
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israelíes de un kibbutz con otros que no habían estado en un kibbutz, usando los dibujos
Blacky. Las hipótesis eran que cuando se comparaba a los niños criados en un kibbutz con
otros criados en una familia, los niños de un kibbutz exhibirán menos intensidad edípica,
mientras que los niños de una familia mostrarían mayor identificación con el padre. Estas
hipótesis fueron respaldadas, en muestras muy pequeñas, pero, ¿respaldan realmente los
resultados la teoría freudiana?. En el kibbutz los niños son criados por una nurse, viven
comunalmente, y ven a sus padres sólo un rato en el curso del día (generalmente por las
noches). Tal régimen parecería originar las diferencias observadas, pues cuanto menos se ve a
los padres, más pequeño es el apego emocional hacia ellos. Esto no parece tener mucho que
ver con el complejo de Edipo; hay una interpretación perfectamente natural basándose en el
sentido común. Así, el trabajo con los dibujos Blacky, tal vez el ejemplo más ampliamente
citado de estudios empíricos respaldando las teorías freudianas, resulta tener muy poco valor
verídico por lo que se refiere a estas teorías. Las deducciones extraídas son de dudoso valor,
se descubre que las interpretaciones no son de fiar, y se sabe que las respuestas varían de
una ocasión a otra. Y lo que es peor de todo es que los resultados que se presentan como
positivos pueden ser, por lo general, más fácilmente interpretados en términos de sentido
común que no recurren a hipótesis freudianas en absoluto. Kline dedica muchas páginas a un
debate sobre los diversos hallazgos de autores que utilizaron los dibujos Blacky, y llega, en
conjunto, a una conclusión similarmente pesimista.

La teoría psicosexual de Freud, que es de una importancia capital en su obra, implica tres
proposiciones empíricas básicas. La primera es que existen ciertos síndromes de personalidad
adulta, y que pueden ser medidos y demostrados, y la segunda que esos síndromes se
relacionan con procedimientos de la crianza del niño. La tercera implicación, concretamente la
de que el erotismo progenital puede observarse en los niños, ya ha sido debatida y no vamos a
tratar de ella aquí. Freud postula esencialmente tres fases que conducen a una cuarta y última
fase. Como él dice: «La vida sexual no empieza sólo en la pubertad, sino que se inicia con
manifestaciones claras poco después del nacimiento... la vida sexual comprende las funciones
de obtener placer de zonas del cuerpo... una función que más tarde es puesta al servicio de la
de la reproducción». Este impulso sexual se manifiesta a través de la boca durante el primer
año de la vida del niño; es la llamada fase oral. Le sigue la fase anal, cuando hacia el tercer
año de la vida la zona erotogénica del ano se convierte en la central. En tercer lugar, hacia los
cuatro años de edad, llega la fase fálica. La fase final de la organización sexual es la fase
genital, que se establece después de la pubertad, cuando todas las fases previas están
organizadas y subordinadas a la finalidad sexual adulta en la función reproductiva.

Freud mantiene que esta sexualidad infantil es crítica en el desarrollo de la personalidad del
individuo, y su represión produce ciertos rasgos de personalidad adulta, tales como la triada de
la parsimonia, el orden y la obstinación, que se supone se derivan de la represión del erotismo
anal. Como dice Freud: «Los rasgos permanentes del carácter son, o bien perpetuaciones
incambiables del impulso original, sublimaciones de las mismas, o bien formaciones de
reacción contra ellos». Así, él considera el besar como la perpetuación del erotismo oral, el
sentido del orden como una formación de reacción contra el erotismo anal, y la parsimonia
como una sublimación del erotismo anal. Las diferencias en la crianza del niño, tales como la
duración y naturaleza del proceso de nutrición y destete, son responsables del efecto final que
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se observa como rasgos de personalidad en el adulto. ¿Cuál es la evidencia?. Puede decirse
que existe alguna evidencia observativa de que los rasgos que Freud creía que iban juntos
para formar esas diversas constelaciones, de hecho van juntos. Esta es una condición
necesaria pero no suficiente para aceptar esquemas. Como ejemplo, tomemos el pesimismo
oral como opuesto al optimismo oral. Esto fue investigado por Frieda Goldman-Eisler que
seleccionó diecinueve rasgos que han sido mencionados por escritores psicoanalíticos como
portadores de connotaciones orales; concretamente, optimismo, pesimismo, exocatexis (es
decir, relaciones emocionales ante cosas y acontecimientos externos), endocatexis (reacciones
similares ante eventos internos), crianza, pasividad, sociabilidad, apartamiento, agresión,
culpabilidad, dependencia, ambición, impulsión, deliberación, cambio, conservadurismo e
inasequibilidad. Estos rasgos fueron evaluados en ciento quince sujetos adultos, y sus inter-
relaciones establecidas. Lo que surgió fue una dimensión clara, yendo desde el polo optimista
oral (apartamiento, endocatexis, pesimismo, dependencia, pasividad). Aparentemente, pues, la
hipótesis freudiana había sido demostrada.

No obstante una inspección más detallada de los resultados y de los elementos utilizados para
la evaluación deja muy claro que la dimensión etiquetada por Goldman-Eisler «optimismo oral
contra pesimismo oral» es, de hecho, muy parecida, e incluso idéntica, a una bien conocida
dimensión de la personalidad, llamada extraversión-introversión. Exocatexis e indocatexis son
simplemente traducciones griegas de los términos «extraversión» e «introversión»; es bien
conocido que los extrovertidos buscan el cambio, mientras los introvertidos son pasivos y
solitarios, etcétera. Ciertamente estas observaciones se remontan a Hipócrates y a los antiguos
griegos, de modo que no puede sorprender que Freud notara las mismas relaciones de rasgos
que han sido observadas por filósofos y psicólogos durante cientos de años. Por consiguiente
debe decirse que esta relación es completamente freudiana.

Lo que importa es la hipótesis causal de Freud, que relaciona esas constelaciones de rasgos
con los acontecimientos de los primeros tiempos de la vida del niño. A priori este es un
postulado inverosímil, porque, en primer lugar, hay ahora clara evidencia de que los rasgos de
personalidad de este tipo se basan muy fuertemente en fundamentos genéticos; en otras
palabras, son mucho más heredados que adquiridos. Esto inmediatamente reduce de una
manera considerable la importancia de la manipulación del medio ambiente.

Con todo, posiblemente aún más importante es la distinción hecha por los modernos
geneticistas conductistas que hablan de determinantes ambientales dentro de la familia y entre
la familia. Cuando hablamos de determinantes ambientales entre la familia, nos referimos a
cosas tales como diferentes status socioeconómicos, diferentes facilidades educacionales,
diferentes cualidades intelectuales del hogar, diferentes valores paternales y maternales,
hábitos y prácticas de crianza, etc.; en otras palabras, nos ocupamos de los rasgos
ambientales que distinguen a una familia de otra.

Los factores determinantes dentro de la familia se relacionarían con factores que


diferencialmente afectan a niños dentro de una misma familia. Un ejemplo podría ser que un
niño tuviera un maestro particularmente bueno mientras su hermano o hermana tuviera mucha
menos suerte. O un niño puede contraer una seria enfermedad, mientras los otros niños de la
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familia escapan a ella. Ahora, ha quedado claramente demostrado en varios estudios a gran
escala en los Estado Unidos, el Reino Unido y Escandinavia, que los determinantes
ambientales de la personalidad que restan cuando los determinantes genéticos aparecen, son
factores de «dentro de la familia»; en otras palabras, no hay pruebas del tipo de determinante
ambiental que Freud propone. Por tales motivos no esperaríamos encontrar ninguna evidencia
positiva para la determinación de los grupos de personalidad observados en la primitiva historia
de la nutrición, destete, enseñanzas de aseo, etc., del niño.

En conjunto la evidencia no logra proporcionar ninguna prueba válida en este punto. Se hallan
ocasionalmente muy pequeñas relaciones (no siempre en el sentido esperado), pero cuando se
dan, usualmente hay una explicación alternativa mucho más respaldada que la freudiana. Así
Frieda Goldman-Eisler obtuvo ligeras correlaciones entre destete temprano y pesimismo oral, y
lo interpretó en términos freudianos. Pero considerando la frecuentemente demostrada
importancia de factores genéticos, ¿no es igualmente verosímil que madres introvertidas,
pasivas y solitarias tengan niños introvertidos, pasivos y solitarios, y que tales madres desteten
a sus hijos más pronto que las madres optimistas y extrovertidas?. Una vez más, por lo tanto,
tenemos un caso en el cual una explicación ambiental de la correlación entre padres e hijos es
la preferible cuando no hay evidencia que nos permita descontar la alternativa genética.

Debiera también tenerse en cuenta que hay muchos rasgos en el estudio de Goldman-Eisler
que van directamente en contra de la predicción freudiana. Así, como hace observar, «los
datos no confirman la afirmación psicoanalítica de que toda frustración, impaciencia y agresión
oral son inseparables o incluso relacionadas». En su análisis estadístico, ella consideró
necesario postular dos factores para explicar todas las inter-relaciones entre los rasgos, más
que el factor que la teoría freudiana postularía. Kline, en la primera edición de su libro,
analizando los resultados relativos a los síndromes de la personalidad psicosexual, se vio
obligado a admitir la siguiente conclusión: «De entre el considerable número de estudios que
tratan de relacionar los procesos de crianza del niño con el desarrollo de la personalidad, sólo
dos estudios respaldan levemente la teoría freudiana». Aquí se refiere al estudio de Goldman-
Eisler del que acabamos de hablar, y a uno suyo, en el que utilizó los dibujos Blacky. Kline es
considerablemente más sofisticado que la mayoría de autores en este campo, y en particular
se esfuerza en demostrar que la teoría psicoanalítica en dicho campo es más compleja de lo
que muchos investigadores habían supuesto. Observa que «además del variable ambiental
existe el variable constitucional (el sello anal)... sólo cuando se aplica un severo entrenamiento
a un niño del sello anal, se desarrollará el carácter anal». En otras palabras, se da cuenta de
que los factores genéticos juegan un papel importante, e interactúan con variantes
ambientales, tales como acostumbrar al niño el uso del orinal, para producir (¡si, de hecho, lo
producen!) el carácter anal. Lo que Kline descubrió fue que resultados altos en su escala de
obsesionalidad y otros cuestionarios similares tenían una significativa correlación con el grado
de perturbación mostrado por estudiantes confrontados con la caricatura de un perrito negro
defecando entre las perreras de sus padres (relativo a su respuesta a otra variedad de
caricaturas Blacky), La correlación con obsesionalidad fue positiva para respuestas al crítico
dibujo Blacky, tanto si eran clasificadas como «expulsivas anales» (venganza o agresión
expresada contra los padres) o «retentivas anales» (mención de ocultación a los padres de la
necesidad de limpieza).
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Es difícil ver cómo esas correlaciones le permiten afirmar que «el estudio respalda las hipótesis
freudianas relativas a la etiología de rasgos y síntomas obsesionales». Sobre el papel admite
que toda vez que la teoría psicoanalítica específicamente hipotetiza que el carácter anal resulta
de la fijación en la fase retentiva», debiera haber una correlación negativa con el resultado
expulsivo»; el hecho de que la correlación es posible no parece preocuparle demasiado, aun
cuando normalmente, en la Ciencia, uno creería que obtener resultados que eran exactamente
los opuestos a lo que uno había predicho, no debiera permitirle a uno afirmar que los
resultados respaldaban la hipótesis.

Kline también afirmó que sus resultados deben respaldar las teorías de Freud porque «no hay
razón lógica para enlazar respuestas a un dibujo de un perro defecando con los rasgos
obsesionales». Pero observando sus cuestionarios nos damos cuenta de que contienen
elementos relativos a la preocupación por la limpieza, por ejemplo: «Cuando usted come, ¿se
pregunta cómo estarán las cocinas?», y «¿considera usted anti-higiénico tener perros en
casa?». ¿Es realmente irracional esperar respuestas a estas preguntas que se relacionan con
el dibujo de un perro defecando?. La preocupación por la higiene, la limpieza, el orden y el
autocontrol (aptitudes a estas cualidades son inevitablemente evocadas por este particular
dibujo Blacky) son claramente vitales en el síndrome de personalidad obsesional tal como es
definido en el cuestionario de Kline, y a causa de su contenido no es necesaria ninguna
aplicación freudiana para juzgar sus resultados.

En última instancia, aunque no la menos importante, Kline asume completamente que el dibujo
de Blacky defecando es una medida de «erotismo anal», pero mientras podemos estar de
acuerdo en que el dibujo, de alguna manera, se relaciona con la parte «anal» de la frase, es
difícil encontrar justificación alguna para asumir que es, también, «erótico». En inglés, esta
palabra se refiere al amor (en esencial de tipo sexual); lo que significa exactamente para Freud
no queda muy claro en los escritos de Kline, y éste no parece sentirse obligado a especificar de
qué manera el dibujo de Blacky debiera ser considerado como una «medida objetiva de
erotismo anal». Así, ni el estudio de Goldman-Eisler ni el de Kline nos dan razón alguna para
sospechar que hay un significado etiológico en los factores que Freud supone críticamente que
determinan la personalidad.

Hay otras fuentes de evidencia que aparentemente respaldan la opinión de que los primeros
hechos ambientales en la historia de un niño determinan el desarrollo posterior de su carácter,
siguiendo la línea de las hipótesis freudianas. Algunas de las más prominentes serán
estudiadas más tarde cuando nos ocupemos de la influencia de Freud sobre la antropología, y
la evidencia hallada en culturas diferentes de la nuestra. Veremos que, allí, la evidencia es
igualmente tenue, y deja de respaldar por completo la visión psicoanalítica.

Consideremos ahora lo que son más propiamente llamados estudios experimentales, dirigidos
al problema de la represión. Según Freud, «la esencia de la represión se basa simplemente en
la función de rechazar y guardar algo fuera de la conciencia». La represión es una especie de
mecanismo de defensa, para proteger al individuo contra experiencias emocionales
desagradables. Hay varios estudios ilustrando el acceso experimental de este concepto. En
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uno de ellos se usaron dos historias del tema de un sueño; uno era una secuencia de un sueño
edípico, la otra, similar, pero no edípico. A los sujetos se les leía una historia o la otra, y luego
se les pedía que volvieran a contarlas. En el caso del tema edípico el recuerdo fue
significativamente peor, tal como se predecía sobre la base de la teoría de Freud.

En otro estudio, se sometió a los sujetos a un test de asociación de palabras, usando cien
palabras, y se les pedía que dijeran una palabra en respuesta a la palabra de estímulo
propuesta por el experimentador; durante este test se tomaron varias medidas fisiológicas y de
tiempo de reacción. El experimentador, entonces, mostró a cada sujeto diez palabras con
perturbaciones de asociación, tales como largo tiempo de reacción, índices fisiológicos de
emoción, etc. y diez sin ellas. Entonces cada sujeto debía de aprender a decir una palabra
particular en respuesta a un dibujo. Tras esto, diferentes grupos de sujetos eran vueltos a
llamar después de diversos intervalos de tiempo (quince minutos, dos días, cuatro días, siete
días) y se les pedía que recordaran tantas palabras aprendidas como les fuera posible en cinco
minutos; entonces debían volver a aprender los emparejamientos.

Se hicieron dos descubrimientos. Las palabras emotivas requirieron muchos más ensayos que
las neutras para ser recordadas, y no hubo diferencia en la retención de palabras
perturbadoras o neutras. Se pensó que la primera de estas conclusiones confirmaba la teoría
freudiana, pero la segunda, en cambio, no la respaldaba. No obstante, hubo una mucha mayor
variedad de asociaciones para las palabras perturbadoras, y como este factor del número de
asociaciones a palabras neutras y perturbadoras no fue controlado, los resultados
supuestamente positivos de ese estudio no pueden ser usados como corroboración del
concepto freudiano de la represión.

Hay otros estudios que demuestran, dejando mejores técnicas experimentales, que el olvido de
asociaciones está relacionado con la emotividad de los estímulos, y Kline concluye que «esto
es, pues, un claro ejemplo de represión freudiana». Desgraciadamente, hay hipótesis
alternativas que explican estos hechos. Se ha demostrado experimentalmente que el aprender
pasa por dos etapas. La primera de ellas, la memoria a corto plazo, consiste en circuitos
repercusivos en la corteza, que pueden retener información sólo por un breve espacio de
tiempo. Para llegar a ser realmente disponible más tarde, la información debe ser transferida a
la memoria a largo plazo, que consiste en unos arraigos químicos en las células. Este proceso
de transparencia es llamado consideración, y es facilitado por la excitación cortical, es decir,
por el grado en que el cerebro es vigorizado. Hay evidencia que demuestra que este proceso
de consolidación precisa de tiempo, y que mientras el material está siendo consolidado, no está
disponible para su recuperación, es decir, que la persona no puede recordarlo. Esta es la teoría
llamada «disminución de la acción», y causa considerables dificultades en la interpretación de
los descubrimientos tales como los arriba mencionados. Se sabe que las palabras que
producen emociones aumentan la excitación cortical, y por eso producen la disminución de
acción «durante el período de consolidación». Esta es una teoría alternativa a la freudiana que
no tomaron en consideración los autores que realizaron los experimentos que acabamos de
describir; tiene un respaldo experimental mucho más firme que las teorías de Freud, y a menos
de ser demostrada como falsa experimentalmente, debemos concluir que los experimentos
sobre la represión no nos dan ninguna clase de respuesta definitiva a esa cuestión. Se
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necesitaría un esquema mucho más cauteloso del experimento para descartar una
interpretación basada en los términos de la disminución de la acción.

Ciertamente, lo que resulta una y otra vez del examen de la literatura empírica y experimental
es que los autores, prácticamente siempre omiten, en sus estudios y resultados, tener en
cuenta el punto de vista de la teoría psicológica, para ver si también podían haber sido
predichos, igual o mejor, en términos bien conocidos de los psicólogos académicos, más que
en términos freudianos. Hemos ya observado esta actitud en el caso del pequeño Hans, donde,
a pesar de que los hechos de la situación pueden ser muy fácilmente explicados en términos
de la teoría del condicionamiento, los psicoanalistas nunca han tratado de hacerlo, ni de
preparar tests empíricos que pudieran diferenciar entre estos dos tipos de teoría. Elaborar
experimentos para decidir entre tales teorías es considerado como una ocupación
excepcionalmente útil y valiosa para el hombre de ciencia, y aunque es muy difícil llegar a
conclusiones muy claras y a experimentos cruciales, interpretar resultados en términos de una
sola teoría, descartando completamente posibles alternativas no se encuentra ciertamente en
la mejor tradición de la investigación científica.

Consideremos ahora algunos estudios (18) reputados como especialmente bien concebidos y
decisivos en sus conclusiones, con referencia particular a posibles explica-ciones alternativas.
El primer estudio a tener en cuenta es uno que se ocupa de los que se chupan el dedo. Se hizo
un es-tudio sobre la relación entre experiencias de primera nutri-ción en la infancia y el
chupado de dedos en los niños, pro-bando varias hipótesis freudianas relacionando el chupado
con la oralidad. La primera cosa que se observa es que dos de las hipótesis centrales dejaban
de obtener confirmación. La cantidad de alimentación por el pecho que se le había dado a un
niño no predecía ni la duración ni la severidad del chupado de dedos en época posterior de la
infancia, ni tampoco había relación significativa entre la edad en que se producía el destete y la
duración o intensidad del chupado de dedos. Estos hallazgos son decisivamente
antifreudianos. Dos descubrimientos que podían ser interpretados en térmi-nos freudianos eran
los siguientes: los niños que habían sido destetados tarde mostraban una reacción más severa
ante el destete que niños destetados pronto, y niños que tenían un tiempo de alimentación -en
promedio- corto, por biberón o por pecho, mostraban mayor severidad y persistencia en el
chupado de dedos. ¿Pueden estos hallazgos ser realmente usados para respaldar las teorías
freudianas?.

Nótese, antes que nada, que los niños no fueron asignados por azar: a un grupo de niños
tempranamente destetados, se opuso otro grupo destetados tarde. Por consiguiente, no
podemos descartar la posibilidad de lazos genéticos entre la conducta de los padres y la
conducta de sus hijos. Una nutrición insuficiente o excesiva por parte de la madre puede
reflejar una característica de su personalidad que se manifiesta en el niño con un interés y
prolongado chupado de dedos (es decir, en una general emotividad y neuroticidad). Otra
posibilidad es que la conducta de los niños haya influenciado la manera en que serían tratados
por sus padres. Por ejemplo, se ha descubierto que los niños que tardaron en ser destetados y
mostraron una reacción más severa contra el destete pudo ser debido a que se les permitió
mamar del pecho o del biberón más tiempo de lo debido porque, en caso contrario habrían
reaccionado fuertemente contra el destete. Pero también podemos cuestionar por qué un corto
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período de nutrición implica necesariamente una «gratificación inadecuada», como supone el
autor. ¿Debemos creer que la madre que nutre poco, realmente le quitó el biberón al bebé
antes que éste hubiera terminado?. Lo más verosímil es que se lo quitara al captar signos del
niño indicando que ya tenía bastante (por ejemplo, vomitando). La mayoría de las madres
saben que los niños varían enormemente, tanto en los momentos en que extraen leche del
pecho o del biberón, como en la cantidad que requieren antes de llegar a la saciedad. Parece
probable, pues, que el tiempo de nutrición haya sido determinado tanto por el niño como por la
madre.

Por lo que se refiere a la relación entre la cortedad del tiempo de nutrición y la cantidad de
chupado de dedos en la infancia posterior, que es realmente el único hallazgo positivo con
algún sentido en la teoría freudiana del erotismo oral, debemos recurrir de nuevo a la conexión
genética entre la conducta de la madre y la del niño, o deberemos una vez más sugerir que los
tiempos de nutrición cortos han sido determinados por el niño, más que por la madre. Si
debiéramos de postular «un impulso de chupar« generalizado, que variara de un niño a otro
independientemente de la cantidad de alimentos requerida para la satisfacción del apetito,
entonces el niño que chupa con mucha ansia del pecho o del biberón (mostrando así un tiempo
de nutrición corto porque el punto de saciedad se alcanza más pronto) también debería tender
a ser el niño que muestra un más severo y persistente chupado de dedos. Esta sería una teoría
genética alternativa que encaja con los hallazgos reales.

Hay otra explicación posible. Todos los datos en cuestión se obtuvieron de informes
retrospectivos facilitados por las madres, y aún cuando se concedió un plazo de seis meses
entre los hechos anotados y el día en que fueron recogidos por el interrogador, debemos, no
obstante creer en la existencia de alguna distorsión debida a los efectos de la motivación en la
memoria. Si debemos asumir un factor de « deseabilidad social » que induce a muchas madres
a querer impresionar al doctor más que otras, entonces la madre que informa que su hijo se
chupa poco el dedo será también, probablemente, la madre que informa que ella pasó mucho
tiempo nutriendo pacientemente a su hijo. Así, tendremos una plétora de hipótesis alternativas,
ninguna de las cuales será tomada en consideración por el autor del informe, pero todas las
cuales serán probablemente más verosímiles que la teoría freudiana que él sí tomó en
consideración.

Una de las áreas en la cual el psicoanálisis ha sido particularmente importante es la de los


desórdenes psicosomáticos: es decir, ciertas enfermedades que se supone son
desencadenadas por eventos mentales, relacionados con la sexualidad infantil, el complejo de
Edipo y otros, etc... El asma es una de tales enfermedades, y gran parte del moderno énfasis
sobre la génesis psicológica del asma ha tenido que ver con la idea de que el significativo
proceso psicodinámico en el paciente asmático es el miedo inconsciente a la pérdida de la
madre, y que el ataque de asma es un llanto reprimido. Otro acceso etiológico al asma ha sido
la consideración del papel jugado por los olores, y un par de investigadores trataron de
demostrar la hipótesis de que los ataques asmáticos representan «un medio de defenderse
fisiológicamente contra la activación mediante olores de conflictos no solventados en la
infancia». Los autores utilizaron dos accesos: primero, recogieron información sobre los tipos
de olores que provocaban ataques en los asmáticos, y pudieron clasificar un 74% de ellos
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como «derivativos anales»; segundo, anotaron asociaciones libres de asmáticos y controles
sanitarios a una variedad de olores, y descubrieron que los asmáticos mostraban más
«bloqueos de asociaciones» que los controles. Todo esto se supone respaldar una teoría
psicodinámica que postula alguna forma de etiología anal del asma. Es difícil ver cómo los
hechos confirman esto. Los olores denunciados por los asmáticos como implicados en sus
ataques se clasificaron en tres grupos: los relacionados con alimentos (tocino, cebolla y ajo),
los relacionados con el romance (perfume, primavera, flores) y los que tienen que ver con
limpieza-suciedad (incluyendo olores sucios y desagradables, desinfectantes, azufre, humo,
pintura, caballos, etc.). Habiendo ofrecido esta clasificación, los autores súbitamente dan un
«salto» lógico que asegura el respaldo a la teoría psicoanalítica: estos tres grupos de olores
son llamados «oral», «genital» y «anal», respectivamente, y como el 74% de todos ellos entran
en la última categoría se supone que toda la teoría freudiana sobre el significado de los
experimentos con orinales en la infancia, etc., queda así demostrada. Parece no habérseles
ocurrido a los autores que su categoría «anal» era considerablemente más amplia que las otras
dos categorías juntas, en términos de los olores abarcados, o que el 74% de los olores
incluidos en esa categoría tienen asociaciones sucias y son mucho más desagradables que los
olores de perfumes y de alimentos a la gran mayoría de gentes no-asmáticas. Sólo dos de
entre cuarenta y cinco en esta categoría eran anales en el sentido literal (es decir, el olor a
heces); la relación del ano con olores de humo, barniz, pintura, alcanfor, etc., parece más bien
tenue.

Todo lo que parece haberse demostrado, de hecho, es que los olores que evocan ataques
asmáticos tienden a ser los que la mayoría de la gente consideraría desagradables. En una
base evolutiva hubiéramos podido esperar que estos olores produjeran una reacción de
aversión biológica, y como los síntomas del asma involucran un encogimiento de los pasos del
aire no es irracional interpretarlos como la representación de una tentativa de evitar absorber
olores que son particularmente ofensivos para el individuo. Es difícil ver qué relación tienen
estos «hallazgos» con el ano o con «conflictos no resueltos en la infancia»; parecen encajar
con la teoría fisiológica de la hipersensibilidad de los asmáticos muy bien, pero no tienen nada
que ver con la teoría freudiana.

Según la teoría freudiana, el mayor número de «asociaciones bloqueadas» debiera haber


ocurrido con los olores anales, pero en la realidad la diferencia entre el grupo asmático y el
grupo de control se encontró en las tres categorías de olores. E incluso si estamos dispuestos
a aceptar el bloqueo de asociaciones como una medida válida de emotividad, no es evidente
por sí mismo que los olores, hasta el punto en que se hallan implicados en el
desencadenamiento de los ataques asmáticos, tiendan a ser más amenazadores para los
asmáticos que para los controladores, y susciten en aquellos una emoción mayor. Después de
todo, los síntomas de asma son muy desagradables; ¿por qué debiéramos sorprendernos de
que los pacientes den muestras de emotividad cuando son sometidos a estímulos que
verosímilmente van a precipitar el ataque?.

En otro estudio se probó la hipótesis de que los deseos pasivos orales desempeñan un papel
importante en causar úlceras pépticas. La diferenciación, aquí, está en las características de
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los alimentos que aportan una oportunidad diferencial del pasivo oral (chupar), como opuestos
a los de una gratificación agresiva oral (morder). Según la teoría, debemos esperar que las
personas orales pasivas prefieran el primero de cada uno de los siguientes alimentos
característicos, y las personas orales regresivas, el segundo: blando y duro, líquido y sólido,
dulce y amargo, soso y salado, húmedo y seco, suave y sazonado, espeso y fino, pesado y
ligero. Según la teoría psicoanalítica, la frustración de intensos anhelos de gratificación pasiva
oral juega un significativo papel etiológico en la formación de las úlceras pépticas. Los autores
del estudio compararon a treinta y ocho pacientes de úlceras pépticas con sesenta y dos
pacientes que no padecían úlceras gastro-intestinales sobre un cuestionario de preferencias, y
descubrieron que el primer grupo obtenía un resultado «pasivo oral» más alto, es decir, que
escogían blando, líquido, dulce, soso, húmedo, suave, espeso y pesado, con preferencia a los
alimentos del segundo grupo. ¿Respaldan estos resultados la hipótesis psicoanalítica?. La
posibilidad más obvia parece ser que los pacientes de úlcera, prefieren los alimentos «pasivos»
porque son más fáciles de digerir e irritan menos el estómago que los alimentos «agresivos».
Tal consideración no parece desempeñar papel alguno en el grupo de control, donde los
diagnósticos incluidos sugieren que los desórdenes sufridos por muchos de los sujetos podían
ser clasificados como agudos o traumáticos, comparados con úlceras que son
característicamente crónicas y constitucionales. Desórdenes tales como hernia, cáncer y
lesiones en accidentes de coche no parecen entrañar una modificación en las preferencias
alimentarías de sus pacientes, mientras que las úlceras tienden a desarrollarse lentamente a lo
largo de prolongados períodos de tiempo antes de ser precisa la cirugía... el tiempo suficiente,
tal vez, para que se produzcan cambios de adaptación en la selección de alimentos, que
pueden ocurrir, ya espontáneamente, ya por consejo médico.

Lo que este estudio ha demostrado realmente es una relación entre úlceras y preferencias en
alimentos. Esto nos dice muy poco sobre la tendencia de causa y efecto. Tal vez las diferencias
de alimentos están directamente implicadas en la etiología de las úlceras, y nuestra
constitución bioquímica está parcialmente influenciada por los productos químicos que ingiere
nuestro cuerpo en la forma de alimentos. Hay muchas otras hipótesis alternativas, tales como
que tanto las úlceras como las preferencias alimentarías reflejan una cierta «tercera variable»,
tal vez inestabilidad emocional, o ansiedad. El estudio deja la puerta claramente abierta a las
interpretaciones alternativas.

Como último ejemplo de estudio empírico de procesos de enfermedades psicosomáticas de


una clase psicodinámica, consideremos lo siguiente. En 1905 Freud había descrito el caso de
Dora, y en él relacionó la apendicitis con las fantasías natales. A la edad de diecisiete años la
paciente sufrió un súbito ataque de apendicitis: fue analizada por Freud un año después.
Descubrió que la citada enfermedad ocurrió nueve meses después de un episodio en el cual
ella recibió propuestas «impropias» de un hombre casado. Ella se había ocupado de los hijos
de este hombre (por encargo de su verdadera mujer) y tenía secretas esperanzas de que se
casaría con ella. La conclusión de Freud fue que «el supuesto ataque de apendicitis había
permitido a la paciente... actualizar la fantasía del nacimiento de un bebé». Otros
psicoanalistas, tales como Stoddart y Groddeck, generalizaron esta idea, y varios
investigadores más la adoptaron. Yizhar Eylon llevó a cabo una detallada investigación para
comprobar la hipótesis de que «algunos acontecimientos que se inician con agudos dolores en
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la fosa ilíaca derecha, lo que conlleva el diagnóstico de apendicitis aguda y apendectomía».
Comparó a un grupo de pacientes de apendicitis con un grupo proporcionado de otros casos
quirúrgicos, y halló un número significativamente mayor de «acontecimientos de nacimientos»
en las historias recientes del grupo experimental. Esos « acontecimientos de nacimientos»
incluían nacimientos verdaderos, el embarazo de parientes próximos y bodas a las que habían
asistido la misma paciente. ¿Puede ser esto considerado como una evidencia en favor de la
hipótesis freudiana?. La respuesta es no.

En la hipótesis freudiana se halla implícita la expectativa de que «la proporción de apéndices


normales será más alta en apendectomías que sigan a acontecimientos natales que en
apendectomías que no sigan a acontecimientos natales », es decir, que el examen patológico
post-operativo de los apéndices después de su extracción revelaría una relación entre
acontecimientos natales y pseudo-apendicitis más que una verdadera apendicitis. Los
resultados de Eylon no corroboran esta hipótesis.

Otra hipótesis probada por Eylon que podría ser considerada como claramente crítica a la
teoría freudiana es que la asociación entre acontecimientos natales y apendicitis debiera ser
particularmente fuerte en hembras jóvenes toda vez que ellas son presumiblemente más
susceptibles a fantasías natales que las hembras de más edad. En este caso, los resultados
fueron completamente opuestos a la predicción. Todo lo que queda, pues, es un resultado
positivo más bien periférico, concretamente una asociación general entre apendectomías y
acontecimientos natales. Incluso aquí, vale la pena notar que con los criterios que Eylon fijó
inicialmente para definir acontecimientos natales, no se detectó ninguna relación significativa
con la apendectomía. Sólo restringiendo a las «cinco personas psicológicamente más
próximas» al paciente, y disponiendo del tiempo límite, de un mes a seis meses antes o
después de la operación, fue posible obtener una diferencia significativa en el sentido deseado
por las hipótesis. Tal manipulación de datos no complace mucho a los hombres de ciencia,
porque concede una latitud indebida a relaciones accidentales que no tienen significado
estadístico, y son incontestables. Estas razones -y otras más- hacen imposible aceptar los
resultados de Eylon como demostrativos, en ningún sentido, de la hipótesis psicodinámica.

Quedará claro, para cualquier psicólogo experimentado, y también para cualquier hombre de
ciencia, que la tenue cadena de deducciones utilizada en la mayoría de estos estudios, los
sistemas de medidas, curiosos y poco dignos de fiar utilizados (tales como los dibujos Blacky),
y la omisión de ocuparse de hipótesis alternativas, descalificaría a la mayor parte de estos
estudios desde el principio, por su falta de valor probatorio en este terreno. Sería difícil, por
ejemplo, encontrar un solo estudio que prestara la más mínima atención a la influencia de los
factores genéticos, a pesar de su reconocida importancia en el campo de la personalidad, de la
anormalidad mental y de la neurosis. Una despreocupación tan completa por las propiedades
científicas, tanto en la preparación de los experimentos como en la interpretación de los
resultados, no evoca ciertamente un refuerzo serio para hallar la verdad. En casi cada caso en
que una relación positiva ha sido reivindicada por el investigador, una hipótesis genética puede
explicar verosímilmente los hechos observados, como puede serlo un hecho psicodinámico, y
en vista del hecho de que sabemos mucho más sobre la genética del desarrollo de la

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personalidad que sobre cualquier otra cosa, tal negligencia de un factor causal tan obvio es
inexplicable e inexcusable.

Los factores claramente genéticos no son los únicos que se olvidan al explicar el resultado de
los experimentos detallados en el libro de Kline, o en el de Eysenk y Wilson. Se sabe mucho,
por ejemplo, sobre la relación entre memoria y aprendizaje, por una parte, y emoción y
excitación cortical, por otra. Estos hechos han sido establecidos con seguridad en miles de
estudios de laboratorio, y suministran una explicación suficiente de la mayoría de los hallazgos
interpretados por sus autores como corroboradores de las ideas freudianas. No obstante, es
raro que ninguno de tales autores aluda a esos hechos y teorías bien establecidos en la
psicología experimental como explicaciones alternativas; ellos interpretan sus resultados en
términos freudianos, olvidándose por completo de principios alternativos mucho mejor
establecidos... Esta, una vez más debemos decirlo, no es la manera en que la ciencia debería
ser practicada, y no facilita ciertamente la tarea el tomar en serio los esfuerzos de los
experimentadores que estudian los conceptos freudianos.

Los críticos pueden quejarse de que hablamos de estos estudios como si fueran «
experimentales », cuando de hecho la mayoría de las investigaciones sobre las teorías
freudianas mencionadas son, como máximo, empíricas, con muy pocas manipulaciones de la
variable independiente. Técnicamente, tal objeción sería probablemente correcta en la mayoría
de los casos, pero esto es, por supuesto, pura semántica. Los astrónomos hablan de un
«experimento» cuando observan la curvatura de los rayos de luz de una distante estrella por el
campo gravitacional del sol durante un eclipse; obviamente el astrónomo ha manipulado la luna
colocándola en frente del sol. Desde el punto de vista de una explicación popular, estos
estudios se parecen al verdadero experimento más íntimamente que las muy simples notas
observativas hechas por Freud y sus seguidores durante sus sesiones con pacientes en el
diván. Tal vez «empírico» sería un término mejor que «experimental», pero por razones de
conveniencia he utilizado este último término.

Mi interpretación de la evidencia presentada, por ejemplo, en el libro de Kline es que no hay


respaldo para ninguna de las hipótesis específicamente freudianas. Esto parecería contradecir
la conclusión del propio Kline, según el cual, «cualquier rechace en bloque» de la teoría
freudiana, en conjunto «se opone, simplemente, a la evidencia». Hay dos observaciones que
deben hacerse aquí. La primera de ellas es que Kline omite buscar explicaciones alternativas
de los hallazgos que analiza; este punto ya se ha mencionado antes, y no vamos a volver
sobre él. El segundo punto, empero, puede requerir un debate más detallado. Se trata
simplemente de que, como hemos dicho ya, lo que es verdadero en Freud no es nuevo, y lo
que es nuevo no es verdadero. Hay ciertamente mucho de cierto en lo que Freud tiene que
decir, pero no es nuevo y, por ende, no es esencialmente freudiano. Como hemos visto en el
último capítulo, es, naturalmente, cierto, que los sueños se relacionan con las preocupaciones
del soñador cuando está despierto, y que se expresan en formas simbólicas; pero no sería
correcto decir que esto son nociones freudianas... han sido ampliamente conocidas desde hace
dos mil años. Ya hemos visto que la noción del «inconsciente» ha sido sostenida por filósofos y
psicólogos desde hace muchos siglos, y abonar en el crédito de Freud el descubrimiento del
inconsciente es absurdo. Debemos ir con mucho cuidado, cuando etiquetemos un concepto o
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noción particular como «freudiano», en considerar los desarrollos históricos y fijarnos en qué
ideas similares han sido expresadas por otros antes que Freud; a este se le debiera dar crédito
sólo por lo que es verdaderamente nuevo.

Como ejemplo de la mezcla de nuevo y verdadero en Freud, consideremos sus conceptos del
«id», del «ego» y del «super-ego», las tres partes en que, según él, se divide el aparato mental.
Freud dice: «A la más vieja de estas provincias o agencias mentales le damos el nombre de id.
Contiene todo lo que ha sido heredado, lo que se halla presente en el nacimiento, lo que está
fijado en la constitución, es decir, por encima de todo, los instintos ». El id obedece a lo que
Freud llama el principio del placer, y sus procesos mentales no están sujetos a ninguna ley
lógica, y son inconscientes.

«El ego se desarrolló a partir de la capa cortical del id, el cual, estando adaptado para la
recepción y exclusión de estímulos, está en contacto directo con el mundo exterior». Su función
es calcular las consecuencias de cualquier conducta propuesta, y decidir qué actos que
conducen a la satisfacción del id deben ser llevados a cabo o aplazados, o bien si las
exigencias del principio del placer deberían ser suprimidas totalmente. El ego es el
representante del principio de la realidad, y algunas de sus actividades son conscientes,
algunas pre-conscientes y otras inconscientes.

El super-ego, considerado por Freud como el heredero del complejo de Edipo, internaliza las
enseñanzas y castigos de los padres, y continúa llevando a cabo sus funciones. «Observa al
ego, le da órdenes, le corrige, le amenaza con castigos exactamente como los padres, cuyo
lugar él ha tomado». La noción del super-ego es muy parecida a la de la conciencia del
pensamiento cristiano. Como lo expresa Freud: «El largo período de la infancia... deja tras él un
precipitado, que forma dentro del ego una agencia especial, en la cual la influencia paternal se
prolonga. Ha recibido el nombre de super-ego».

Está claro que el ego tiene un papel difícil, pues debe satisfacer las exigencias instintivas del id,
y los dictados morales del super-ego. Esta teoría general ha sido muy bien recibida y sigue, en
parte, la línea del sentido común, y del pensamiento psicológico desde los días de Platón.
Pero, de hecho, una distinción similar es hecha por Platón en su famosa fábula de los dos
caballos que tiraban de un carro, con el carretero tratando de controlarlos. El conductor es el
ego; el caballo malo, tozudo e impulsivo es el id, y el caballo bueno es el super-ego. Tanto
Platón como Freud utilizan claramente el mecanismo de una fábula para ilustrar un rasgo
perfectamente bien conocido y sensible de la conducta humana. Somos animales biosociales,
con la biología dictándonos ciertas necesidades instintivas para el comer, el beber, el sexo y
algunas más, pero nuestras acciones están, también, controladas por exigencias sociales
incorporadas en reglas y leyes, y transmitidas por padres, maestros y otros. La persona
individual es impulsada y guiada por esos dos juegos de impulsos directivos, y debe mediar
entre ambos. Todo esto es verdad, y siendo verdad puede parecer dar credibilidad a la teoría
freudiana. Pero obsérvese que nada en ella es nuevo; las acciones específicamente
freudianas, tales como que el super-ego es el heredero del complejo de Edipo, son, no sólo
inverosímiles, sino completamente indemostradas. Es mucho más verosímil que el
condicionamiento pauloviano intervenga en las exigencias del mundo externo (padres,
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maestros, compañeros, magistrados, sacerdotes), mediante recompensas y castigos, es decir,
mediante la formación de respuestas condicionadas. Una vez más, no se encuentra, nunca,
ninguna mención en la literatura psicoanalítica de tales teorías alternativas, pero, como he
tratado de mostrar en mi libro sobre «Crimen y Personalidad», éstas han sido desarrolladas en
estudios de laboratorio y han hallado mucho respaldo.

Freud poseía un envidiable don para el lenguaje, y los términos que él usaba, tales como
principio del placer y principio de la realidad, hacen que su versión de una vieja historia parezca
nueva y sea atractiva para los no iniciados. Pero cuando observamos la novedad de sus
pensamientos y enseñanzas es cuando empezamos a tener dudas; la visión general es
probablemente verdadera, pero lo que es específicamente freudiano en ella es casi con toda
seguridad falso. En esto, se parece mucho a toda la obra freudiana.

Mucho trabajo empírico hecho en relación con las hipótesis freudianas no ha sido examinado
en este capítulo, tal como la formación de los sueños y su interpretación, psicofisiológica de la
vida cotidiana, etc. Una parte de ello ya se trata en capítulos aparte, donde llego a las mismas
conclusiones a las que llego aquí. Tal vez debiera terminar este capítulo con una cita de T. H.
Huxley, quien deploró « la gran tragedia de la Ciencia: la muerte de una bella teoría a manos
de un hecho feo». Que la teoría de Freud sea bella puede ponerse en duda; él ciertamente
trató de protegerla de ser muerta por hechos feos fraseándola de tal manera que los
experimentos críticos fueran muy difíciles de ser llevados a cabo. No obstante, más de ochenta
años después de la publicación original de las teorías freudianas, todavía no hay ninguna señal
de que puedan ser respaldadas por evidencia experimental adecuada, o por estudios clínicos,
investigaciones estadísticas o métodos de observación. Ello no demuestra que sean falsas -es
tan difícil demostrar que una teoría es falsa como demostrar que es verdadera- pero por lo
menos debiera hacernos dudar sobre su valor probativo y su significación como teoría
científica. Como dijo en una ocasión otro gran hombre de ciencia, Michael Faraday: «Razonan
teóricamente sin demostración experimental, y el resultado son errores». Estas palabras
deberían estar bien grabadas en la tumba del psicoanálisis como doctrina científica.

Hans J. Eysenck: Decadencia y Caída del Imperio Freudiano


Hans J. Eysenck: Decadencia y Caída del Imperio Freudiano

CAPITULO SÉPTIMO
PSICOCHARLA Y PSEUDOHISTORIA

Hace falta una gran cantidad de historia,


para producir un poco de literatura.
Henry James

Freud aplicó las llamadas «percepciones» de su teoría a muchos problemas que


precedentemente no se había pensado que estuvieran ubicados en la provincia de la
psiquiatría, tales como la explicación del ingenio y el humor, las causas de la guerra, la
antropología y, en particular, la investigación de las figuras y acontecimientos históricos en
términos de factores motivacionales. El campo es de-masiado vasto para que discutamos
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nosotros todos estos di-ferentes tipos de aplicación del psicoanálisis; de manera que nos
concentraremos en lo que ha llegado a ser conocido como psico-historia; es decir la noción de
que podemos obte-ner una percepción de las vidas de las figuras históricas me-diante el uso
de los métodos y principios del psicoanalista, y aplicando los métodos psicoanalíticos a la
antropología. El campo de la psico-historia ha sido bien debatido por David E. Stannard, en su
libro «Escogiendo a la Historia: Sobre Freud y el Fracaso de la Psico-Historia», un regalo para
to-dos los que se interesen por este tema; y el del psicoanálisis y la antropología ha sido bien
examinado por Edwin R. Wallace, en su libro «Freud y la Antropología: una Historia y Re-
Evaluación». Aquí sólo podemos dar una breve reseña de tan amplios temas.

¿Cuál es la diferencia entre historia y antropología?. Como comentó Claude Lévi-Strauss en


1958, la diferencia principal entre ambas radica «en su elección de perspectivas
complementarias: la Historia organiza sus datos en relación con la expresión consciente de la
vida social, mientras que la antropología procede mediante el examen de sus fundamentos
inconscientes ». El mismo año, William L. Langer, el Presidente de la Asociación Histórica
Americana, siguió a Freud para tratar de anular esta distinción, e invitó a los miembros de su
organización a analizar y examinar los fundamentos inconscientes de la vida social del pasado.
Muchos historiadores han seguido este canto de sirena, llegando algunos a pedir incluso que el
psicoanálisis individual formara parte de la formación profesional del historiador académico.
Ahora hay dos periódicos especializados en psico-historia, y el movimiento está ganando cada
vez más adeptos. La verdadera cuestión que debe ser elucidada es si hay, o no, alguna
sustancia en este nuevo movimiento. Stannard, irónicamente, hace preceder su relato por una
cita del «Henry IV» de Shakespeare, cuando Glendower dice: «Puedo llamar a los espíritus de
las vastas profundidades», y Hotspur replica: «¿Y qué?. Yo también puedo, y cualquier hombre
puede, pero, ¿van a venir cuando tú los llames?». Esta es, en verdad, la cuestión.

Hay dos caminos que se abren al investigador en este campo. Puede ver muchos ejemplos
rápidamente, o examinar uno con considerable detalle. Sólo por razones de espacio, he elegido
estudiar con detalle el libro de Freud sobre Leonardo da Vinci, que fue publicado en 1910 y es
considerado como el primer ejemplo verdadero de análisis psicohistórico. Stannard comenta:

Dentro de sus limitados alcances este trabajo contiene algunos de los más brillantes ejemplos
de por qué la psicohistoria puede llegar a ser tan estimulante: percepción, conocimiento,
sensibilidad, y, sobre todo, imaginación. También contiene algunas de las más claras
ilustraciones de las trampas en esta clase de trabajos: está deslumbrantemente separado de
los más elementales cánones de la evidencia de la logica y, sobre todo, del control de la
imaginación.

Freud empieza su relato afirmando que Leonardo poseía ciertos rasgos que pueden dar la
clave de su grandeza. El primero de ellos es lo que Freud llama una «femenina delicadeza de
sentimientos»; dedujo tal noción del vegetarianismo de Leonardo y de su costumbre de
comprar pájaros enjaulados en el mercado, para dejarlos libres. También era, aparentemente
capaz de una conducta cruel e insensible, como se demuestra por sus estudios y bosquejos de
caras de criminales condenados en los momentos de ejecución, y en haber inventado «las más
crueles armas ofensivas» para la guerra. Freud comentó también la aparente inactividad de
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Leonardo, su indiferencia ante la competencia y la controversia, su hábito de dejar el trabajo sin
terminar, y de trabajar muy despacio. Pero lo que suscita mayormente el interés de Freud,
como ya era de imaginar, es la aparente combinación, en Leonardo, de «rigidez», de una
«cruel repudiación de la sexualidad» y de una «vida sexual limitada», junto a «una insaciable e
incesable sed de conocimientos».

Freud considera esta combinación de rasgos como adecuada -en línea- a la teoría del
desarrollo psicosexual, y lo atribuye al proceso de sublimación. «Cuando el período de
investigaciones sexuales infantiles ha sido rematado por una ola de represión sexual enérgica,
el instinto de investigación tiene tres posibles vicisitudes distintas abiertas ante él, según sus
primeras conexiones con intereses sexuales». La primera es una inhibición de curiosidad, y la
segunda un retorno de la curiosidad en forma de «crianza impulsiva», pero es la tercera la que
Freud sugiere como evidente en la vida de Leonardo: «En virtud de una disposición especial...

el instinto puede operar libremente al servicio del interés intelectual... (mientras) evita todo
interés en los temas sexuales », al sublimar la sexualidad reprimida hacia impulsos de
investigación.

Aquí, al parecer, Freud llega a una barrera impenetrable. Como él ha hecho observar a
menudo, para investigar el desarrollo en la infancia del instinto sexual necesitamos usar los
sueños del paciente y otros materiales, los cuales podremos asociar libremente y así podremos
«regresar» a esas primeras etapas del desarrollo. Pero eso era difícil en el caso de Leonardo;
no podía -¡evidentemente!- asociar libremente ni tampoco se disponía de mucha información
sobre su infancia. Todo lo que sabemos es que nació en 1452, hijo ilegítimo de Piero da Vinci,
notario de profesión, y de «una cierta Caterina, probablemente una campesina». ¿Cómo se las
arregla Freud para hacer esteras sin ninguna paja?.

Lo hace con un truco típicamente freudiano. En los escritos de Leonardo sobre el vuelo de los
pájaros, por los que tuvo un interés científico, aparece un párrafo curioso:

Parece que siempre estuviera destinado a ocuparme intensamente de los buitres, pues tengo
como uno de mis más viejos recuerdos, que mientras estaba en mi cuna un buitre se posó
encima de mí, y abrió mi boca con su cola, con la que golpeó varias veces mis labios.

Este es el párrafo que Freud utilizó, «con las técnicas del psicoanálisis», para «llenar el vacío
en la vida de la historia de Leonardo mediante el análisis de las fantasías de su infancia». De
tal modo, interpreta la cola del buitre como una «expresión sustitutiva» de un pene, y toda la
escena como un ejemplo de felación, es decir, una experiencia homosexual «pasiva». También
sugiere que la fantasía puede tener otro aspecto, en ese caso que el deseo de chupar un pene
«puede ser rastreado hasta un origen del tipo más inteligente... simplemente una reminiscencia
de mamar -o ser amamantado- en el pecho de su madre».

Freud analiza entonces las razones para escoger a un buitre en tal contexto. Observa, entre
otras cosas, que en los viejos jeroglíficos egipcios «la madre es representada por un dibujo del
buitre» (fonéticamente, las palabras para «madre» y «buitre» sonaban igual; muy parecidas al
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alemán Mutter, madre), y además que Mut era el nombre de una divinidad femenina egipcia
parecida a un buitre. Freud continua mencionando varias otras fuentes posibles, incluyendo
una vieja creencia según la cual los buitres machos no existían; sólo había hembras, y eran
preñadas por el viento... una creencia usada por ciertos eclesiásticos para explicar la preñez de
la Vírgen. Freud termina por afirmar que la importancia de la fantasía del buitre para Leonardo
se basa en su reconocimiento de que «él también había sido un niño-buitre, había tenido
madre, pero no padre... (y) de tal manera podía identificarse a sí mismo con el Niño Jesús, el
consolador y salvador, aunque no sólo de esa mujer». Esta noción también indica la falta de
información sobre la infancia de Leonardo ya que «la sustitución de su madre por el buitre
indicaba que el niño se daba cuenta de la ausencia de su padre y se encontraba sólo con su
madre». La fantasía del buitre puede servir como sustituto de los datos históricos que faltan ya
que parece decirnos que Leonardo pasó «los primeros años críticos de su vida no al lado de su
padre y madrastra, sino con su pobre, abandonada y real madre, de manera que tuvo tiempo
de notar la ausencia de su padre».

Estas nociones salvajes son aceptadas como un hecho por Freud, que creía que pasar «los
primeros años de su vida sólo con su madre» tuvo «una influencia decisiva» en la formación de
la vida interior de Leonardo. Según Freud, Leonardo no sólo echó de menos a su padre, sino
que se ocupó del problema con especial intensidad, y estaba atormentado... por el gran
problema de de dónde venían los niños, y qué tenía que ver el padre con su origen». Esto
explica, como «un inevitable efecto del estado de cosas» por qué Leonardo se convirtió en un
investigador a tan tierna edad».

Freud continúa para tratar de explicar, en términos de su teoría del desarrollo sexual infantil, la
supuesta homosexualidad de Leonardo. Empieza por la observación clínica de que en los
primeros años de su vida los homosexuales experimentan «un apego erótico muy intenso hacia
una persona del sexo femenino, por regla general, su madre», el cual es «evocado o
promocionado por una excesiva ternura por parte de la misma madre, y aún más reforzado por
la pequeña parte desempeñada por el padre durante su infancia... La presencia de un padre
fuerte (que) asegurara que el hijo tomara la decisión correcta en su elección del objeto,
concretamente alguien del sexo opuesto» puede impedir el desarrollo de apegos sexuales,
pero si, como Freud creía, Leonardo fue criado por su madre en ausencia de su padre,
entonces las tendencias homosexuales parece se deberían producir.

¿Hay alguna prueba de la homosexualidad de Leonardo?. Hay muy poca cosa, ciertamente. A
la edad de veinticuatro años Leonardo fue anónimamente acusado de homosexualidad, junto
con otros tres jóvenes, pero la acusación fue investigada y los cargos demostrados como
falsos: ¡he aquí una evidencia difícilmente considerada aceptable para un aspecto tan
importante en la reconstrucción de Freud!. Este continúa, afirmando que Leonardo a menudo
escogía jóvenes guapos como discípulos suyos, y que mostraba hacia ellos bondad y
consideración. En el diario de Leonardo hay anotaciones de pequeños gastos en dinero para
sus discípulos... según Freud, «el hecho de que dejara tales documentos en prueba (de
bondad) debía tener una explicación».

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También se encuentra en los papeles de Leonardo una mención del dinero pagado por el
funeral de una mujer identificada sólo como Caterina; Freud, en la ausencia de evidencia
alguna sobre este punto, sugirió que esa Caterina era la madre de Leonardo. Stannard
compendia los más bien retorcidos razonamientos de Freud, amalgamando todos estos hechos
y conjeturas de la siguiente manera:

Cuando cotejamos, una al lado de otra, las anotaciones relativas a los gastos para sus alumnos
con esta nota sobre gastos de funeral, nos revela una dramática y hasta ahora desconocida
historia: aunque constreñidos e inhibidos de la expresión consciente, los sentimientos
reprimidos de Leonardo, de atracción erótica hacia su madre y, sus discípulos, adoptan el
carácter de una «neurosis obsesiva», hecha evidente por su «compulsión a anotar, con
laboriosos detalles, las sumas que gastó en ellos». La vida escondida del artista aparece ahora
claramente, como esta riqueza de evidencia acumulada nos permite contemplar a la mente
inconsciente de Leonardo traicionando lo que su mente consciente nunca podría admitir: «Fue
a través de esta relación erótica con mi madre como me convertí en un homosexual».

Finalmente, Freud trata de indicar la relevancia de su análisis con una explicación del genio
artístico de Leonardo. Según Freud, «la clave de todos sus éxitos y desgracias está escondida
en la fantasía infantil del buitre». Esta fantasía «procede de la memoria de haber sido besado y
amamantado por su madre... esto debe ser traducido así: mi madre depositó innumerables
besos apasionados en mi boca». Armado de esta noción, Freud trata de interpretar una de las
obvias características de las últimas pinturas de Leonardo, «la notable sonrisa, a la vez
fascinadora y misteriosa, que él conjuró en los labios de sus personajes femeninos ». Esta «
sonrisa de arrobamiento y éxtasis », retratada en la «Mona Lisa» de Leonardo, según Freud,
hizo despertar algo «que había permanecido dormido por largo tiempo en su mente,
probablemente una vieja memoria», la memoria, por supuesto, de su madre y la sonrisa que
había una vez hallado expresión en su boca. «Había estado mucho tiempo bajo el dominio de
la inhibición que le impedía desear tales caricias de los labios de las mujeres», pero «no se
hallaba bajo ninguna inhibición para tratar de reproducir la sonrisa con su pincel,
transmitiéndosela a todos sus cuadros.

He aquí un breve y algo truncado relato de la teoría de Freud, que incluso en una primera
lectura parecerá notablemente especulativa, con muy poco respaldo de hechos. Parecería
haber algunas coincidencias más bien sorprendentes pero, como aclara Stannard en su
análisis, éstas desaparecen tan pronto como se observa seriamente la evidencia.

Todo el análisis se basa en el episodio del buitre, y la extraordinaria habilidad de Freud para
tejer largos y detallados cuentos alrededor de un simple elemento en ningún otro lugar se
encuentre mejor ilustrada que en su elaboración de esta fantasía. Leonardo, de hecho,
menciona a los buitres sólo una vez en sus escritos, bajo el encabezamiento de «Glotonería», y
esto es lo que dice: «El buitre es tan dado a la glotonería que volaría mil millas para
alimentarse con carroña, y este es el motivo por el cual sigue a los ejércitos ». Tal como
comenta Stannard: “Creo que es justo decir que esta frase no respalda la tesis de Freud de que
Leonardo inconscientemente asociaba la imagen del buitre con su amada madre, expresada
así: »él había sido también un niño buitre», y por extensión tendía a identificarse a sí mismo
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con el niño Cristo». Al contrario, la frase de Leonardo sugiere que él tenía del buitre una
imagen más bien diferente que la de la Madre-Virgen de los Padres de la Iglesia; la imagen de
la cual Freud afirmaba que «es difícil dudar» que Leonardo conocía.

El recuerdo de una memoria primitiva en la cual Freud basaba su intepretación ciertamente


existe: está escrito en el dorso de una página que contiene varias anotaciones sobre el vuelo
de los pájaros, pero no se refiere a un buitre si no a un milano, un pequeño pájaro parecido a
un halcón. El «buitre» resulta haber sido una simple traducción errónea de «milano», y así toda
la especulación de Freud se basa esencialmente en un concepto equivocado. Toda la riqueza
de alusiones a los buitres en los escritos egipcios, y en las especulaciones teológicas de los
Padres de la Iglesia, se vuelven inaplicables a la fantasía de Leonardo. ¿Cuáles eran, de
hecho, las ideas de Leonardo sobre el milano?. Se mencionan bajo el encabezamiento
«Envidia», y el texto dice: «Del milano se lee que cuando ve que sus hijos en el nido están
demasiado gordos se come el alimento que está cerca de ellos y les deja sin comida ». ¡No
será gran cosa para corroborar la tesis de Freud!.

Los seguidores de Freud se dieron cuenta de este error crucial, pero trataron de argumentar en
su defensa. James Strachey, que editó «La Edición Standard de las Obras Completas
Psicológicas de Sigmund Freud», lo llamó «un hecho incómodo» en que una carta a Ernest
Jones, pero en otro lugar descarta el error como «un documento de respaldo corroborativo para
el análisis psicológico de la fantasía», manteniendo que «el cuerpo principal de los estudios de
Freud no queda afectado por este error». Otros, tales como Ernest Jones, han llamado a este
error «esa parte no esencial de la argumentación de Freud» y Kurt Eisler mantiene que el
problema resultante no afecta «a la clase de conclusión a que llegó Freud sino solamente... a la
premisa particular sobre la que descansaba la conclusión», «como la interpretación de Freud
no se refiere específicamente a la clase de pájaro, aquélla debe ser correcta». Stannard
comenta que «éstas son palabras que merecen una cuidadosa segunda lectura» y continúa:

Estos esfuerzos para ayudar son abnegados, pero equivocados. Para decirlo simplemente:
Freud construyó la mayor parte de su análisis a modo de una pirámide invertida, cuya completa
estructura se balanceaba sobre la piedra maestra de un solo hecho discutible y su
interpretación; una vez que se demuestra que este hecho es falso, y es retirado como soporte,
todo el edificio comienza a derrumbarse. Y ningún balbuceo retórico ni ninguna pantalla de
humo pueden ocultar este proceso de desintegración natural.

Stannard procede entonces a desmantelar este «edificio». La iluminación de la fantasía del


buitre significa que ya no tenemos ninguna razón para creer que Leonardo se preocupaba por
la alegada ausencia de su padre durante su infancia, una idea generada únicamente por ese
simbolismo del buitre. Una vez más, Freud se había basado enteramente en su análisis de la
fantasía del buitre para volver a crear la historia de la infancia de Leonardo; su eliminación
significa que no tenemos ninguna razón en absoluto para creer que Leonardo pasó todos esos
años solo con su madre, y, de hecho, descubrimientos recientes sugieren que Leonardo fue, de
hecho, un miembro del hogar de su padre desde el día de su nacimiento. Stennard debate el
problema de la homosexualidad de Leonardo, y de numerosos detalles para mostrar que la
alegada «evidencia» aducida por Freud es completamente irrelevante y sin valor. Y concluye:
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Así, pues, tras descartar las nociones de Freud, que son totalmente incorrectas,
indemostrables, y/o irrelevantes, nos queda lo siguiente: Leonardo no dejó ninguna prueba de
actividad sexual de ninguna clase; guardó anotaciones de pequeños gestos, algunos de los
cuales se referían a sus alumnos; también era muy curioso sobre las cosas. Esto es todo».

¿Qué hay de la aplicación de los análisis de Freud a las creaciones artísticas de Leonardo?. Es
crucial para la hipótesis de Freud que la famosa sonrisa de «Mona Lisa» apareciera primero en
ese cuadro particular, y fuera observada sólo en este y en otros trabajos posteriores. Esto se
debe a que fue la mujer reproducida en la pintura, la que despertó en Leonardo el «viejo
recuerdo» de la sonrisa de su madre que había permanecido durante largo tiempo «durmiendo
en su mente», según Freud. Pero, como observa Stannard en un fascinante debate sobre la
evidencia histórica, hay una prueba fáctica que convierte el caso de Freud en simplemente
erróneo. Es el hecho de que existe un dibujo preliminar del cuadro «Anna Metterza» que
antecede a «Mona Lisa» en varios años. Y en ese dibujo las caras de Anna y de la Virgen
María poseen exactamente las mismas sonrisas que el cuadro posterior, el mismo cuadro que
Freud incorrectamente asumió que seguía la inspiración inducida por «Mona Lisa». «En pocas
palabras, la simple cronología basta para hacer ver que la tesis de Freud es incorrecta».

El libro de Freud sobre Leonardo da Vinci ejemplifica de una manera curiosa los cuatro grandes
conjuntos de problemas de la psico-historia. Como dice Stannard, son problemas de hecho,
problemas de lógica, problemas de teoría y problemas de cultura. Ilustra su crítica de estos
problemas con una referencia a un cierto número de escritos publicados por los seguidores de
Freud; algunos de ellos serán citados a continuación.

Problemas de hecho, naturalmente, constituyen un conjunto claramente obvio, que se relaciona


con lo que muchos consideran el trabajo principal del historiador, es decir, descubrir
exactamente lo que sucedió en el pasado. Los psicoanalistas, en el asunto de la «psico-
historia» tienen tendencia a inventar y, por la interpretación, sugerir lo que debió haber
sucedido, y luego continuar como si lo que ellos han construido hubiera sucedido realmente. La
reconstrucción freudiana de la infancia de Leonardo es un ejemplo preclaro de esto; su
reconstrucción se basa, como hemos visto, en interpretaciones erróneas de hechos no
existentes, y sus sugerencias, tales como la ausencia de influencia paterna en Leonardo, han
sido descalificadas por la investigación moderna. Como ejemplo suplementario, consideremos
el trabajo de Erik Erikson, que es generalmente considerado como la luminaria entre los
psico-historiadores. En su libro sobre «El Joven Lutero», Erikson escoge un acontecimiento
clave en la vida de un sujeto, de manera parecida a como Freud se concentró en la supuesta
Fantasía del «buitre». En la historia de Erikson, Lutero estaba sentado en el coro del
monasterio de Erfurt cuando oyó la lectura del evangelio que se refería al exorcismo de un
endemoniado sordomudo. Cayó al suelo «y rugió con la voz de un toro: ¡No soy yo! ¡No soy
yo!». Erikson interpreta esto como « la protesta pueril de alguien que ha sido insultado o
caracterizado con adjetivos desagradables, en este caso, sordo, mudo, endemoniado».

Erikson afirma luego que sería «interesante saber si en ese momento Martín rugió en latín o en
alemán. Tal como comenta secamente Stennard:
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Sería, de hecho, más interesante saber si rugió realmente. Es probable, considerando la
calidad de la evidencia, que no rugió. La evidencia para el «incidente del ataque en el coro» es
un trocito de murmuración filtrada a través de varios niveles de rumores y promocionada
enteramente por enemigos declarados de Lutero. Que Erikson airee el incidente y lo utilice
como un acontecimiento clave en el primer capítulo analítico de su libro es, como observa un
teólogo, como citar seriamente y debatir extensamente un informe sobre Freud cuya única
fuente fuera un relato de antisemitas nazis, publicado por uno de ellos al oír un testimonio de
cuarta mano.

La descripción psicoanalítica que hace Erikson del desarrollo de la infancia de Lutero requiere
que el joven Martín tenga un padre ruin y tiránico, con objeto de que la áspera imagen que el
joven tenía del «padre de los cielos» pudiera ser considerada como una proyección de su
padre terrenal. Ahora bien: no se conoce prácticamente ningún hecho de la infancia de Lutero,
de manera que el esquema de Erikson debe ser fabricado prácticamente a partir de la nada,
haciendo interacciones abusivas de dos relatos que pretenden que una vez le pegó su madre y
otra su padre. El primero de tales relatos indica, no obstante, que la madre tenía buenas
intenciones, y el segundo que posteriormente el padre hizo grandes esfuerzos para recuperar
el afecto del muchacho. Pero, ciertamente, incluso esas referencias son muy dudosas, toda vez
que fueron recogidas por sus alumnos cuando él tenía cincuenta años, aparecen en diferentes
versiones, y nunca fueron revisadas por el propio Lutero. Además, como observa Stannard:

Esta evidencia inconsistente y anecdótica es muy poca cosa si se la compara con el abundante
material indicativo de que en el hogar del joven Lutero imperaba el amor y el respeto. Es esta
clase de exageraciones ante una evidencia patentemente contradictoria lo que ha llevado
incluso a las más abiertas y tolerantes autoridades en Lutero... a referirse a las «violentas
distorsiones» de Erikson, a su «cúmulo de exageraciones y especulaciones sin fundamento».
En ambos casos, sus críticos no eran en absoluto, enemigos de la idea de la psico-historia,
pero insistían, simplemente, en que «una pirámide de conjeturas» era una base insuficiente
para un esfuerzo de esa índole, porque como (uno de ellos) dijo, basta, simplemente, con
ceñirse a los hechos.

Este es el problema con la contribución de Freud en todos los campos; los hechos nunca son
presentados como hechos, sino que están siempre imbricados con especulaciones,
interpretaciones, sugerencias y otras clases de materiales no-fácticos.

La manera de proceder de Freud y sus seguidores es compendiada por Stannard como


problemas de lógica. Como él hace ver, cometen el elemental error que se conoce en lógica
como post hoc ergo propter hoc, es decir, la noción de que como B sigue a A, B debe haber
sido causado por A. (Se recordará que idéntico error lógico surgió también en nuestra crítica
sobre los esfuerzos curativos de Freud). Los escritos históricos, en general, no se libran de
esta falsa suposición, pero Freud lo ha elevado a un forma de arte mayor. Ya no es necesario
en los escritos psicoanalíticos que el Acontecimiento A haya existido en absoluto; si se
encuentra que B existe, puede presumirse con certeza que A ha debido suceder, toda vez que
el psicoanálisis afirma que B es una consecuencia de A. En otras palabras, la teoría freudiana
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no considerada como un Absoluto, y una guía segura incluso para argumentos retrospectivos
yendo desde las consecuencias ante los antecedentes, donde nada se sabe sobre estos
antecedentes. Los escritos sobre Leonardo da Vinci y Martín Lutero ilustran ambos este punto
extensamente.

Este problema de lógica conduce inexorablemente a problemas de teoría. Como observa


Stennard:

Este problema implica el método que usa el psicohistoriador para inventar los hechos de la
infancia de un sujeto antes de mostrar que estos hechos sean la causa de la conducta adulta.
Uno puede leer montones de escritos psicohistóricos sin nunca encontrar evidencia de que el
autor no hizo más que tomar la teoría psicoanalítica como un dato científico innegable. Si la
teoría psicoanalítica es tal clave, entonces por lo menos algunas de las debilidades inherentes
a los problemas de hechos y de lógica debieran disiparse. Pero no es así.

Apenas necesitamos documentar este punto; todo este libro es un intento de demostrar que la
teoría psicoanalítica es, en gran parte, si no en su totalidad, enteramente errónea, y no puede,
pues, ser usada como clave para comprender la acción. Así, la psico-historia invierte el
procedimiento corriente de la ciencia; interpreta los hechos en términos de una teoría antes de
demostrar la aplicabilidad o lo que hay de verdad en esa teoría, e incluso descartando la
aplastante evidencia de que tal verdad falta casi por completo. Se nos dice que un
acontecimiento ha debido suceder porque el psicoanálisis lo dice, pero sin demostración de
que efectivamente sucedió. Tal confianza en la teoría es completamente inaceptable, no sólo
en Naturwissenschaft, sino incluso en Geisteswissenschaft.

El último grupo de problemas afrontados por la psicohistoria lo constituyen los problemas de


cultura. Freud generalmente razona, e igual hacen sus seguidores, a partir de su propia
percepción de los significados de las acciones que, de hecho, pueden haber tenido significados
muy diferentes en diferentes épocas y en diferentes culturas. Ya he mencionado el hecho de
que Freud considera el hábito de Leonardo de comprar y liberar pájaros enjaulados como
evidencia de su dulzura. Parece ignorar el hecho de que tal era una práctica popular que se
suponía traía buena suerte. Leonardo, en efecto, tenía un carácter dulce y bondadoso, pero
esta particular conducta podría ser mucho más fácilmente explicada en otros términos por
cualquiera que estuviera suficientemente impuesto de la cultura popular de su tiempo.

Un interesante ejemplo de esta tendencia es facilitado por Stannard, que lo recoge del libro de
Fawn Brodie, «Thomas Jefferson: Una historia íntima». Brodie está muy intrigada por la
relación de Jefferson con Sally Hemings, una joven esclava mulata, y propone ciertas razones
psicoanalíticas para tal relación. Como evidencia de la preocupación de Jefferson por la «mujer
prohibida», y la importancia de ésta para sus «necesidades internas», cita el hecho de que las
descripciones del paisaje en el diario de sus viajes a través de Holanda incluyen ocho
referencias al color de la tierra como «mulato». Brodie no parece saber que la palabra
«mulato» era comúnmente usada por los americanos del siglo XVIII para describir el color del
suelo. Hogaño el término parece raro con referencia al color, y tendemos a darle una
interpretación completamente diferente de la que se le hubiera dado hace doscientos años. Se
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supone que los historiadores conocen tales hechos, pero los «psico-historiadores», ignorantes
sobre el tiempo y la cultura de que escriben, pueden interpretar equivocadamente los hechos
que ellos desentierran.

Stannard concluye su examen afirmando:

Las críticas tradicionales referentes a la vulgaridad, el reduccionismo, la trivialización y otras,


continúan siendo observaciones válidas para la empresa psico-histórica. Pero la razón más
importante y fundamental para la repudiación de esta empresa es, ahora, muy clara: la psico-
historia no funciona y no puede funcionar. Ha llegado la hora de enfrentarse al hecho de que,
detrás de todas sus posturas retóricas, la visión psicoanalítica de la historia es,
irremediablemente, de una perversidad lógica, de debilidad científica y de ingenuidad cultural.
En pocas palabras, ha llegado la hora de abandonarla.

Los lectores que no estén convencidos de la solidez de las conclusiones de Stennard están
invitados a estudiar su libro, que contiene todos los detalles que inevitablemente han sido
omitidos aquí.

Lo que ha sido dicho sobre la «psico-historia» freudiana puede igualmente decirse, y en


términos aún más enérgicos, sobre la contribución de Freud a la antropología. La teoría de
Freud en este campo, que está bosquejada en «Totem y Tabú», es demasiado conocida para
precisar una amplia presentación. Según el retrato hecho por Freud, el hombre empezó su
carrera cultural bajo la forma de una organización social en la cual un solo patriarca gobernaba
a toda la tribu de una manera dictatorial, ejerciendo un dominio sexual exclusivo sobre sus
hermanas e hijas. Conforme el patriarca se fue haciendo más débil y sus hijos más fuertes,
esos jóvenes sexualmente excluidos, organizaron el asesinato de su padre, le mataron, y se lo
comieron. Sin embargo, los hermanos quedaron entonces turbados por su culpabilidad, y
reprimieron su deseo de tener relaciones sexuales con sus madres, hermanas e hijas. Al
mismo tiempo, trataron de expiar el asesinato y la orgía canibalística creando el mito del Totem,
el símbolo animal de su padre, que desde entonces fue considerado tabú como alimento,
excepto en ocasiones rituales. En este sentido, el parricidio inicial, ayudado por huellas de
memoria hereditaria en el « inconsciente racial» dio origen al complejo de Edipo, tabú
incestuoso del núcleo familiar, a la exogemia de grupo, al totemismo y a muchos otros rasgos
de la civilización primitiva.

Freud usó este anacrónico marco en un intento de abarcar el problema de la diversidad de


culturas. Igual que hizo con su teoría del desarrollo de la infancia con sus series de etapas,
estableció la ecuación de personalidad salvaje con personalidad infantil, siendo cada individuo
moderno como una recapitulación de la evolución de la cultura, por el paso a través de varias
etapas de progreso hacia la madurez. Ciertas culturas, como algunos individuos, sufren un
paro en su desarrollo en diversos puntos por falta de «civilización» (madurez). Este es un
cuadro sobrecogedor, pero completamente ayuno de evidencia, de semejanza con hechos
históricos, de lógica, o de metodología aceptable. Boas, tal vez el más prominente antropólogo
de su tiempo, dijo lo siguiente sobre las especulaciones de Freud:

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Así pues, mientras debemos agradecer la aplicación de todo progreso en el método de la
investigación psicológica, no podemos aceptar como progreso en el método etnológico la
enajenación de un nuevo método unilateral de investigación psicológica del individuo a través
de fenómenos sociales el origen de los cuales puede demostrarse que está históricamente
determinado y está sujeto a influencias que no son en absoluto comparables con las que
controlan la psicología del individuo.

A esta crítica siguió el importante trabajo empírico de Malinowski, que apareció para refutar la
universalidad del complejo de Edipo. Como demostró, los isleños de Trobriand vivían en una
cultura en la cual era el hermano de la madre, no el padre del niño, la figura de la autoridad.
Esto significaba que la disciplina represiva no se originaba en el hombre que monopolizaba
sexualmente a la madre del niño, privando así a la relación padre-hijo de los rasgos
ambivalentes de amor-odio que Freud había (según él) observado en sus pacientes europeos.

Otro clavo en el ataúd de las teorías de Freud en cuanto se relacionan con la antropología
debía ser el trabajo de Margaret Mead, que desarrolló sus estudios sobre el terreno en Samoa.
Boas le encargó la tarea de destruir la noción de una naturaleza humana, estrechamente fijada,
racial o panhumana hereditaria. Para seguir este mandato ella acentuó en sus escritos que
entre los samoanos la adolescencia no es una época de tensión, que el niño no es
necesariamente más imaginativo que los adultos, que las mujeres no son necesariamente más
pasivas que los hombres, etc. Desgraciadamente, su trabajo era de tan baja calidad y tan
contrario a los hechos, que Derck Freeman pudo recientemente demostrar en su libro
«Margaret Mead y Samoa» que en prácticamente cada detalle su relato contradice el de todos
los demás antropólogos que han estudiado la cultura samoana.

Por raro que parezca, muchos lectores han creído que el cuadro idealista que Mead pinta de
Samoa como un paraíso tropical en el cual chicos y chicas crecen en una atmósfera sin
tensión, sin problemas sexuales y con idílicas relaciones amorosas llevadas a cabo sin ningún
pensamiento serio sobre las consecuencias, como una sociedad en la cual hay cooperación
pero no competencia, no hay delincuencia, y, por encima de todo, un bello sentido de felicitad y
satisfacción, es algo parecido a un ideal mundo freudiano en el cual no hay inhibiciones y en el
que los complejos neuróticos han dejado de existir. Mucha gente, en verdad, ha tomado la
Samoa de Margaret Mead como una especie de Utopía sexual hacia la cual hay que tender, en
la esperanza de establecer algo parecido en el mundo occidental. La realidad, como quedó
firmemente demostrado por Freeman, es lo contrario: los samoanos poseen el más elevado
promedio de violaciones de cualquier cultura conocida, los hombres son hostiles y belicosos,
guardan celosamente la virginidad de sus mujeres y son ferozmente competitivos y agresivos.
De todas las críticas sobre la antropología de Freud, las que se basan en los «hallazgos» de
Margaret Mead pueden ser, con toda seguridad, descartados como irrelevantes.

En general, las objeciones de Boas y sus colegas a las nociones freudianas están bien
fundadas: simplemente no hay base alguna para la evidencia que Freud coloca en el centro de
su antropología. Los freudianos, naturalmente, contraatacan y utilizan, como siempre, no un
argumento racional, sino un argumentum ad hominem. Un ejemplo típico es lo que tuvo que
decir Géza Rodhem sobre las críticas formuladas por la escuela de Boas, que insistía en la
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importancia fundamental, para la antropología, de la diversidad de los diferentes grupos
humanos:

Pero el punto sobre el que deseamos insistir ahora es que esta impresión de completa
diversidad de varios grupos humanos es creada, en gran parte, por el complejo de Edipo, es
decir, el complejo de Edipo de los antropólogos, o psiquiatras, o psicólogos. No sabe qué hacer
con su propio complejo de Edipo... por consiguiente scotomiza una clara evidencia para el
complejo de Edipo, aún cuando su formación debiera permitirle verlo... Esta represión del
complejo de Edipo es complementada por otra tendencia preconsciente, la del nacionalismo.
La idea de que todas las naciones son completamente diferentes la una de la otra y de que el
objeto de la antropología es simplemente descubrir cuán diferentes son, es una manifestación
tenuemente velada de nacionalismo, la contrafigura democrática de la doctrina racial nazi o de
la doctrina de clases comunista. Ahora, por supuesto, me doy perfectamente cuenta del hecho
de que todos los que abogan por el estudio de las diferencias son gentes bienintencionadas y
que conscientemente están en favor de la hermandad de la Humanidad. El slogan de la
«relatividad cultural» se supone que significa justamente esto. Pero yo soy un psicoanalista. Yo
sé que todas las actitudes humanas proceden de una formación de compromiso de dos
tendencias opuestas y conozco el significado de la formación de reacción: «Tú eres
completamente diferente, pero yo te perdono», a esto es a lo que se llega. La antropología se
halla en peligro de ser llevada a un callejón sin salida al ser sometida por una de las más
antiguas tendencias de la Humanidad, la del grupo interior contra el grupo exterior.

En otras palabras, cuando tú no estás de acuerdo conmigo, tú te equivocas porque lo que tú


dices es un producto de un complejo de Edipo reprimido, por consiguiente no tengo que
responder a tus objeciones fácticas. Esto, debe decirse, no es una buena actitud para la
promoción del acuerdo científico.

El análisis psico-cultural hecho por los freudianos usa esencialmente los mismos métodos de
análisis que la «psico-historia», y está sujeto, esencialmente, a las mismas críticas. Daré dos
ejemplos de esta tendencia a interpretar supuestos hechos basados en causas hipotéticas que
en los hechos reales son irrelevantes o no existentes. El primero de ellos es «El Caso del
Esfínter Japonés». La noción freudiana de que la personalidad adulta está estrechamente
relacionada con las instituciones de educación de los niños fue utilizada durante la guerra para
establecer una relación entre las costumbres del retrete y la supuesta personalidad compulsiva
de los japoneses, tal como aparecen en su carácter nacional y en sus instituciones culturales.
Geoffrey Gorer, un psicoanalista británico, propuso una hipótesis sobre las costumbres del
retrete para explicar el «contraste entre la gentileza de la vida japonesa en el Japón, que
encantó a casi todos sus visitantes, y la tremenda brutalidad y sadismo de los japoneses en la
guerra». La hipótesis de Gorer asociaba esta brutalidad con «costumbres de severa limpieza
en la infancia», que creaban una rabia reprimida en los niños japoneses porque estaban
obligados a controlar sus esfínteres antes de haber adquirido el adecuado desarrollo muscular
e intelectual. Una sugerencia parecida se hace en el libro de Ruth Benedict «El Crisantemo y la
Espada», que contiene una afirmación similar sobre lo estricto de las costumbres del retrete en
los japoneses, y el ejemplo es considerado como una de las facetas de la preocupación de los
japoneses por el orden y la limpieza (un aspecto importante del carácter anal de Freud).
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Por atrayentes que estas especulaciones puedan parecer, fueron hechas sin la ventaja de la
investigación sobre el terreno, o sin un conocimiento íntimo de las costumbres de retrete
impuestas por las madres japonesas. Cuando tal investigación fue llevada a cabo después de
la guerra, pronto se apreció que se había cometido un serio error con respecto a la naturaleza
de las costumbres de retrete japonesas; los niños japoneses no estaban sujetos a ninguna
clase de severas amenazas o castigos a este respecto, sino que eran tratados de manera muy
parecida a los niños europeos o americanos. Además, la rapidez con que los japoneses se
adaptaron a su derrota, aceptaron la influencia americana, cambiaron muchos de sus modelos
básicos de conducta y tomaron la dirección del movimiento en pro de la paz en Oriente,
difícilmente puede confirmar el retrato de tiempos de guerra que enfatizaba su frustración y su
brutalidad.

Ahora debemos ocuparnos del «Caso de los Pañales Rusos». Esta hipótesis fue formulada por
Gorer y Rickrnan en su estudio del carácter nacional ruso, decía, esencialmente, que el
carácter nacional ruso se podía comprender mejor en relación con la manera, prolongada y
severamente restrictiva en que los niños rusos eran (supuestamente) enfajados. Gorer sostiene
que el enfajado se asociaba con la clase de personalidad maníaco-depresiva correspondiente a
la alternativa coacción y libertad experimentadas por el niño ruso, produciendo un cerrado
sentimiento de rabia cuando estaba enfajado, contrastando con el alivio ante la súbita libertad
cuando se le quitaban los tensos pañales. Se supone que esta rabia se dirige hacia un objeto
difuso porque el niño es tratado de una manera muy impersonal y le es difícil relacionar el
tratamiento con un atormentador determinado. Entonces la rabia da paso a la culpabilidad, pero
de nuevo, en este caso, la emoción es ampliamente distribuida y no puede ser relacionada con
una persona en particular.

Edificando sobre esta notable hipótesis, Gorer trató de demostrar que fenómenos tales como la
revolución bolchevique, los procesos de las purgas de Stalin, las confesiones de culpabilidad
en esos procesos, y muchos otros acontecimientos de la reciente historia soviética están en
cierto modo «relacionados» con la rabia generalizada y los sentimientos de culpabilidad
asociados con el enfajado. Una de sus divagaciones más divertidas fue sugerir que la
expresividad de los ojos de los rusos procedía del hecho de que las restricciones en las otras
partes del cuerpo de los niños rusos forzaban a los bebés a depender de su vista para sus
principales contactos con el mundo. Marvin Harris, en su libro «El Nacimiento de la Teoría
Antropológica» hizo un espléndido comentario sobre estas teorías:

Desgraciadamente, Gorer no disponía de una evidencia sólida referente a la extensión del


enfajado de pañales. Ciertamente, los intelectuales que confesaron su culpabilidad en los
procesos de las purgas de Stalin llevaban probablemente pañales. El ambiente de opresión y
de miedo del período de Stalin puede encontrarse asociado con dictaduras desde Ghana hasta
Guatemala, y la supuesta compatibilidad entre el carácter nacional ruso y el despotismo del
período de Stalin es refutada por el simple hecho de la revolución rusa. Atribuir la revuelta
contra el despotismo zarista a la rabia inducida por el enfajado de los pañales es perder de
vista por completo la reciente historia europea. La tiranía de Stalin se fundó sobre los
cadáveres de su enemigos. Sólo llenando los campos de concentración con millones de no-
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conformistas y suprimiendo despiadadamente todos los vestigios de oposición política
consiguió Stalin imponer su voluntad a sus compatriotas. La noción de que las masas rusas
estaban, en cierto modo, psicológicamente colmadas por el terror del período de Stalin no tiene
absolutamente ninguna base en los hechos.

La teoría de Gorer está formulada en términos que implican un nexo causal directo: el enfajado
de pañales produce el carácter ruso. Gorer, empero, produjo una contradicción que es típica en
gran parte del pensamiento psicoanalítico en el campo antropológico. Dice:

El tema de este estudio es que la situación subrayada en los precedentes párrafos es uno de
los mayores determinantes en el desarrollo del carácter de los rusos adultos. No es el tema de
este estudio que la manera rusa de poner los pañales a sus niños produce el carácter ruso, y
no se desea implicar que el carácter ruso sería cambiado o modificado si otra técnica de
crianza de los niños fuera adoptada.

Como hace observar Marvin Harris: «Una lectura cuidadosa de esta negativa no demuestra su
inteligibilidad. Se dice que el enfajado es uno de los principales determinantes del carácter ruso
en un sentido, pero en el siguiente párrafo se dice que no es ninguna clase de determinante.
Gorer sostiene que la hipótesis del enfajado tiene un gran valor heurístico, y la compara con un
«hilo que conduce a través del laberinto de las aparentes contradicciones de la conducta adulta
rusa». No es fácil comprender la naturaleza epistemológica de ese «hilo»; si no hay enlace
causal, ¡entonces no hay hilo!. Cualquier hipótesis debe involucrar una correlación de algún
grado de cantidad o calidad, es decir, algún nexo causal. Suprimamos esto, y no quedará nada.

Margaret Mead tomó la defensa de Gorer y la interpretó como si él hubiera afirmado algo así:
«A partir de un análisis de la manera en que los rusos ponen los pañales a sus niños, es
posible construir un modelo de formación del carácter ruso, que nos permita relacionar lo que
sabemos sobre la naturaleza humana y lo que sabemos sobre la cultura rusa, de manera que
la conducta rusa se hace más comprensible». No nos explica cómo, si no hay relación causal,
la hipótesis hace más comprensible la conducta rusa. Mead presenta así la hipótesis de Gorer:
«Es la combinación de una versión raramente restringente de una práctica corriente, la edad
del niño que es de tal manera restringido, y una insistencia de los adultos en la necesidad de
proteger al niño contra sí mismo -la duración y el tipo de enfajado- que se supone que tienen
efectos distintivos en la formación del carácter ruso». Como comenta Harris: «Con esta
aseveración, toda la argumentación vuelve a su forma inicial, y la falta de evidencia sobre los
«efectos» supuestos nos llena, una vez más, de sorpresa».

Esta curiosa combinación de pretensiones de causalidad y negación de causalidad es típica en


la actitud general de Freud. Como ha hecho observar Cioffi: «Síntomas, errores, etc. no son
simplemente causados sino que «anuncian», «proclaman», «expresan», «realizan»,
«completan», «gratifican», «representan», «inician» o «aluden a este o aquél impulso
reprimido, pensamiento, etc.». Y continúa diciendo:

Los efectos acumulativos de esto, en contextos en los que en otros casos sería natural exigir
una elucidación conductista o una evidencia inductiva, son que la exigencia es suspendida
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debido a nuestra convicción de que es actividad intencional o expresiva que está siendo
explicada; mientras que en contextos en que normalmente esperamos un cándido y
considerado rechace del agente suficiente para falsear o descartar la atribución de expresión o
intención, esta esperanza es disipada por la charla de Freud sobre «procesos», «mecanismos»
y «leyes del inconsciente».

Todo esto, como aclara Cioffi, es debido a que Freud y sus seguidores se sienten obligados a
dar una explicación causal, pero también tienen miedo de hacer cualquier afirmación definitiva
que pudiera ser refutada por una apelación a la inconsistencia de hechos. Esta ambivalencia es
documentada muchas veces en este libro, y aparece en toda la obra de Freud y de sus
seguidores. El capítulo de Cioffi debiera ser ampliamente consultado por ser el que mejor
explica esta tendencia general que hace que el psicoanálisis sea más una pseudo-ciencia que
una ciencia: Gorer, Mead y otros arriba citados no hacen más que seguir el ejemplo dado por el
mismo Freud.

Al discutir la aplicación de las teorías de Freud a la historia y a la antropología, y en particular


su teoría de los orígenes de «Totem y Tabú», es imposible negligir la influencia de la propia
historia de Freud y de su personalidad en sus teorías. Yo he hecho observar previamente la
imposibilidad de comprender las teorías freudianas, excepto como una presentación de sus
propios sentimientos y complejos; esta opinión, de hecho, encuentra respaldo en los escritos
de bien conocidos psicoanalistas. Así, Robin Ostow sostiene que «Totem y Tabú» debe ser
«leído como una alegoría sobre Freud, sus discípulos, y el movimiento psicoanalítico». He aquí
lo que dice Ostow;

Las características personales del padre primitivo representan muchos de los propios rasgos
de Freud. Muchos de los puntos básicos del drama primitivo son observables tanto en la
evolución del movimiento psicoanalítico como en los temores y fantasías de Freud sobre su
futuro personal y el de sus teorías y organización. Adler y Stekel eran dos de los hijos mayores
que Freud exilió de la horda... La fantasía de Freud sobre ser desmembrado e incorporado por
esos creativos y agresivos jóvenes parece contener un cierto temor y una cierta cantidad de
placer masoquista. El ve su última reemergencia, con un control personal sin precedentes
sobre un grupo de hijos espirituales, ahora cooperativos, afectuosos y arrepentidos, pero sin
individualizaciones... Freud se imaginaba a sí mismo como el totem de las posteriores
generaciones de psicoanalistas; se llamarían freudianos, le reverenciarían y funcionarían en
una organización ordenada.

E. Wallace, que ha estudiado muy detalladamente la dependencia de las teorías freudianas en


la propia historia personal de Freud, añade unos cuantos puntos más. Insiste que entre los
factores causales para escribir «Totem y Tabú» estaban el conflicto del padre de Freud y,
también, sus problemas con Jung, que se rebelaba contra la preeminencia de Freud. El mismo
Freud admitió que su vida intrapsíquica se caracterizaba por la ambivalencia hacia su padre, un
conflicto que se acusó claramente en varios síntomas. Wallace continúa así:

Podemos ver de varias maneras la relación entre el propio padre de Freud y la hipótesis del
parricidio. Por una parte, por elevar su dinámica personal (el conflicto del padre) al nivel de un
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universal filogenético. Freud pudo distanciarse de su rabia patricida (que había sido reactivada
por el rebelde Jung). Por otra parte, al calificarlo de hecho primitivo de la historia del mundo,
expresaba la importancia del mismo en su propia vida psíquica. La caracterización del
parricidio primitivo como una herencia irrevocable del conocimiento parcial de Freud sobre su
propia dinámica... la fatal inevitabilidad de que debía revalidar el conflicto de su padre y sufrir la
culpabilidad. Además esta hipótesis debe haber sido una manera de retirar una atribución
previa de culpabilidad a los padres (cuando revivía sus fantasías histéricas), es decir, eran los
hijos, no los padres, quienes habían cometido el crimen. En todo caso, el elemento de
formación de compromiso es bastante claro, pues describiendo al padre primitivo como un
brutal tirano, Freud podía, en un sentido, justificar los sentimientos asesinos de los hijos.

Es interesante ver a la psico-historia volverse contra su propio creador y los métodos del
psicoanálisis utilizados para disecar la obra del mismo Freud. El hecho de que esto haya sido
llevado a cabo por los mismos seguidores de Freud ilustra el punto de que la obra de Freud y
su historia y personalidad evolutivas son, en muchos aspectos, inseparables. El sedicente
análisis científico del hombre que Freud creía haber llevado a cabo es poco más que un
gigantesco ensayo autobiográfico; el milagro consiste en que tanta gente lo haya tomado
seriamente como una contribución a la ciencia. ¿Podemos depositar algo de fe en la aplicación
a su propio creador en lo que consideramos es un método equivocado?. Debemos dejar que el
lector se forme su propia impresión, preferiblemente después de haber leído la muy extensa
obra de Wallace, que se especializó en este tema y argumente sobre el mismo de forma
impresionante. Desde el punto de vista científico, todo ello debe ser irrelevante. Fuere lo que
fuere lo que hizo que Freud propugnara una teoría particular, tal teoría debe ser juzgada
basándose en la lógica, en la consistencia y en el respaldo fáctico. Este respaldo no ha
aparecido en los temas de la historia y la antropología, ni tampoco en otros temas que hemos
examinado, y tal es la causa sustancial de los cargos contra Freud... y no que él fuera
impulsado a formular sus teorías por su propia historia evolutiva y los acontecimientos de su
vida posterior.

Terminaré este capítulo citando a Marvin Harris, que tiene que decir lo que sigue sobre la
relación entre psicoanálisis y antropología:

El encuentro de la antropología con el psicoanálisis ha producido una rica cosecha de


ingeniosas hipótesis funcionales en las cuales los mecanismos psicológicos pueden ser
considerados como intermediarios de la conexión entre partes dispares de la cultura. El
psicoanálisis, no obstante, tiene poco que ofrecer a la antropología cultural mediante la
metodología científica. A este respecto, el encuentro de las dos disciplinas tendió a reforzar las
tendencias inherentes hacia las generalizaciones incontroladas, especulativas e histriónicas
cada una de las cuales en su propia esfera había cultivado como parte de su licencia
profesional. El antropólogo llevando a cabo un análisis psicocultural se parecía al psicoanalista
cuya tentativa de identificar la estructura básica personal de su paciente continúa siendo
ampliamente interpretativa e inmune a procedimientos normales de comprobación. En un
sentido lo que las grandes figuras del movimiento de las fases formativas de la cultura y la
personalidad nos pedían era que las creyéramos como nos creemos a un analista, no por la
verdad demostrada de cualquier tema particular, sino por la evidencia acumulada de
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coherencia en un modelo credible. Aunque tal fe es esencial para la terapia psicoanalítica en la
cual importa muy poco que acontecimientos de la infancia de una especie particular tuvieran o
no tuvieran lugar, siempre y cuando el analista y el paciente estuvieran convencidos de que
realmente sucedieron, la separación del mito y de los acontecimientos concretos es el objetivo
más alto de las disciplinas que se ocupan de la historia humana.

Si esto es verdad, ¿por qué tantos historiadores y antropólogos se precipitaron a interpretar su


material según los esquemas freudianos?, La respuesta, probablemente, radica en el viejo
deseo humano de obtener algo a cambio de nada. Empezamos por no saber nada de nada
sobre la infancia de Leonardo da Vinci, o sobre los factores que incitaron a Lutero a
comportarse como lo hizo, Con el uso de interpretaciones freudianas de sueños, fantasías o
conductas conocidas de una u otra clase, se sugiere que podemos trascender las limitaciones
de nuestro material fáctico, y llegar a conclusiones que nos dejan estupefactos en su
generalidad. En biología hemos aprendido a construir todo un esqueleto de algún difunto
dinosaurio a partir de unos cuantos huesecillos y fragmentos de dientes: el psicoanálisis
acaricia la esperanza de que podamos hacer lo mismo en historia y en antropología... dadnos
sólo unos cuantos fragmentos aislados de sueños, conductas o Fehlleistungen, y a partir de
esos pocos indicios podemos reconstruir toda una cultura, un acontecimiento de la infancia de
una persona, o las causas de un carácter nacional.

Más que eso: si no disponemos de hechos en absoluto, entonces podemos «hacerlos»


nosotros mismos, utilizando las sedicentes «leyes científicas» del psicoanálisis para deducir lo
que los hechos han debido ser. No necesitamos saber nada sobre los hábitos de los japoneses
en el retrete; si Freud nos dice que el riguroso sistema japonés del uso del retrete produce la
clase de carácter exhibido por los japoneses durante la guerra, entonces podemos
confiadamente afirmar que tal es la clase de disciplina que ellos han debido tener. Es triste que
luego nos digan que la disciplina del retrete de los japoneses no era, en nada, parecida a la
que presuponían los freudianos, pero esto, al parecer, tuvo muy poco efecto en sus ardores
interpretativos. Como ya citamos anteriormente, T. H. Huxley dijo que la gran tragedia de la
ciencia era el asesinato de una bella teoría por un hecho feo. Las teorías freudianas pueden no
ser bellas, pero han demostrado ser invulnerables ante cualquier cantidad de evidencia fáctica
demostrando su absurdidez. Los psicoanalistas, desgraciadamente, parecen incapaces de
comprender la insistencia sobre la evidencia fáctica que es tan característica en los hombres
de ciencia; ellos prefieren flotar sobre nubes de interpretaciones nebulosamente basadas en
fantasías imaginarías. ¡No se construye una ciencia de esta manera!.

Hans J. Eysenck: Decadencia y Caída del Imperio Freudiano


Hans J. Eysenck: Decadencia y Caída del Imperio Freudiano

CAPITULO OCTAVO
DESCANSE EN PAZ: UNA EVALUACIÓN

La verdad sale más fácilmente


de un error que de la confusión
Francis Bacon
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Tratemos de fijar la Posición de Freud en el mundo de la ciencia. Freud era muy ambiguo en
sus juicios sobre sí mismo. Por una parte, él se situaba junto a Copérnico y a Darwin; corno
éstos habían humillado a la Humanidad de-mostrando la insignificancia de la Tierra en el
esquema celestial, y la relación entre el hombre y otros animales tam-bién él pretendía haber
mostrado el supremo poder del in-consciente en el gobierno de nuestras actividades diarias.
Por otra parte, su percepción le llevó a afirmar que él no era un hombre de ciencia, sino más
bien un conquistador... aun-que tampoco especificó qué era lo que él había conquistado.

Esta contradicción aparece en gran parte de lo que escribió; por una parte, el deseo de ser un
hombre de ciencia en el co-mún sentido aceptado para las ciencias naturales, y por otra, el
darse cuenta de que lo que él hacía era de una clase esencialmente diferente. Este conflicto,
no es exclusivo de Freud, ni está confinado en el psicoanálisis; es esencialmente la diferencia
entre la psicología como Naturwissenschaft (ciencia natural) y psicología como
Geisteswissenschaft (hermenéutica).

La Hermenéutica es la disciplina que se ocupa de la interpretación y el significado. Compara el


análisis de acciones y experiencias con el estudio interpretativo de un texto. El arte de la
Hermenéutica consiste en extraer el significado de un texto particular conociendo las
implicaciones de los símbolos usados, así como su significación en relación con cada uno y el
contexto en que aparecen. Para el profesional, acciones y experiencias son consideradas como
significados codificados, no como hechos objetivos; toman su significado de los símbolos que
llevan consigo. Tal acceso, que acentúa el significado es el que se opone exactamente al
acceso de la ciencia natural que acentúa el estudio de la conducta; de ahí la eterna lucha en
psicología entre los conductistas y un amplio campo de oponentes, que incluye a los
psicoanalistas, muchos psicólogos cognitivos, introspeccionistas, psicólogos ideográficos, etc.
Las discusiones filosóficas entre estos dos grupos son verdaderamente importantes en la lucha
por el alma de la psicología, y muchos autores han experimentado auténticas angustias sobre
la elección adecuada, o han tratado, incluso, de tener lo mejor de ambos mundos adoptando a
ambos bandos indiscriminadamente. Freud fue uno de los que se preocuparon por la ciencia
natural de la investigación conductista, pero cuya contribución principal se halla claramente en
el campo hermenéutico. Howard H. Kendler, en su libro «Psicología: Una Ciencia en Conflicto»
da un excelente sumario de los argumentos de ambos bandos, y las posibilidades de
reconciliarlos; pero esto es una consecuencia probablemente demasiado compleja y tal vez
recóndita para ser tratada en este libro.

Richard Stevens, en su libro «Freud y el Psicoanálisis», asevera firmemente que Freud sólo
puede ser comprendido en términos de la Hermenéutica:

¿Qué hay en la vida mental que hace que el sujeta sea tan difícil de tratar?. Me gustaría
proponer que los problemas surgen porque su esencia es el significado... Al referirme a las
acciones de la vida mental como significado, me refiero al hecho de que la conducta de
nuestras vidas y relaciones está ordenada por conceptos. La manera en que conceptualizamos
y sentimos sobre nosotros mismos, sobre otra gente o sobre una situación será fundamental
para nuestra manera de conducirnos. En la vida diaria, damos esto por supuesto.
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Esto, naturalmente, es cierto, pero no significa que queramos necesariamente abandonar la
interpretación de una ciencia natural de la conducta, y adoptar otra más basada en el sentido
común. Las tribus primitivas interpretan muchos hechos objetivos en términos de significados e
intenciones: si una persona cae enferma, ello se debe a la intención de un enemigo, o de un
hechicero, o de alguna clase de magia. Está claro que esta no es la manera de desarrollar una
sólida ciencia de la medicina.

Stevens continúa debatiendo la naturaleza y el potencial de la psicoterapia:

Estamos probando y modificando continuamente nuestras interpretaciones, ya cambiando


explícitamente opiniones con otros, ya observando implícitamente sus ejemplos sobre las
maneras de interpretar los hechos. Una manera de ver una sesión de psicoterapia es como una
negociación de este tipo. Puede no involucrar una persuasión directa, pero el paciente será
probablemente animado a revisar la manera en que se construye a sí mismo y sus relaciones.
Así, la psicoterapia es totalmente distinta de la medicina física. Su esencia es una manipulación
del significado, no del funcionamiento del cuerpo...

Cuando se considera como un método hermenéutico, la debilidad del psicoanálisis como


ciencia experimental se convierte en su verdadera fuerza. Consideremos la idea de la sobre-
determinación. Al debatirse la condensación que ocurre en los sueños, se observó que muy
diferentes ramales de significados pueden subyacer en una sola imagen o acontecimiento
recordado. La interpretación psicoanalítica se propone descifrarlos. Además, los conceptos que
nos proporciona la teoría nos ayudan a visualizar los significados desde diferentes perspectivas
y niveles... Aunque esto imposibilite someter toda interpretación a un test preciso, ofrece un
gran potencial para unificar los retratos detallados de los diferentes significados que pueden
estar implicados.

Lo que se sugiere aquí es algo a menudo pretendido por el psicoanálisis, concretamente que
nos proporciona numerosas « percepciones » que el conductismo y otras ciencias naturales
son incapaces de tener. Esto nos plantea inevitablemente una dificultad. ¿Qué pasa si esas
sedicentes «percepciones» no son nada más que vanas interpretaciones de sueños, errores,
lapsus, etc., y son de hecho erróneas conduciéndonos en una dirección equivocada?. ¿Cómo
podemos decir si Freud tenía razón o no la tenía?. Las alternativas a Freud pueden no ser,
después de todo, el conductismo, sino las teorías de otros psicólogos hermenéuticos: ¿cómo
debemos escoger entre Freud y Jung, Freud y Adler, Freud y Stekel, y demás?. No hay
ninguna duda de que Freud y los otros psicoanalistas mencionados interpretarían un
determinado sueño de muy diferentes maneras; ¿cómo debemos saber cuál de esas
interpretaciones es «correcta»?. Así, incluso si aceptamos el acceso hermenéutico,
continuamos necesitando criterios para decidir sobre la veracidad o la falsedad de unas
interpretaciones dadas, y Freud no nos suministra ninguno de los criterios necesarios para
cumplir con esta función.

P. Rieff, en su libro «Freud: La Mente del Moralista», tiene un interesante párrafo sobre el
modo en que los psicoanalistas utilizan el término «ciencia» en un sentido que es muy diferente
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al que le dan los científicos. Reconoce que el psicoanálisis no se ajusta a los rigurosos
patrones de la teoría científica, pero expresa su preocupación:

Que esta etiqueta de anti-científico sea usada para condenar a Freud, o, peor aún, para
alabarle condescendientemente por esas raras cualidades suyas que no fomentamos entre
nosotros mismos: su amplia variedad y sutileza, su insuperada brillantez como exégeta del
lenguaje universal del dolor y el sufrimiento, su deseo de formular juicios y extraer pruebas
tanto de su propia vida como de los datos clínicos. Sus motivos científicos concuerden con las
implicaciones éticas de su pensamiento, cuyas frases hechas descienden de las
conversaciones de las clases educadas hasta la conciencia popular de la época. Sería una
impertinencia, a la cual ninguna noción aceptada de la distinción entre la ciencia y la ética
debería llevarnos... juzgar auténtica una de las facetas de Freud y descartar la otra. Para los
humanistas en la ciencia, y para los científicos de lo humano, Freud debería ser el modelo por
una preocupación por lo que es distintamente humano y al mismo tiempo verdaderamente
científico.

Stevens compendia el debate diciendo:

Si vuestro criterio crítico para la ciencia es la generación de proporciones que son falsificables,
entonces está claro que el psicoanálisis no es una ciencia. Pero si vosotros entendéis por
«ciencia» la formulación sistemática de conceptos e hipótesis basadas en cuidadosas y
detalladas observaciones, entonces yo creo que la respuesta debe ser que lo es. Es discutible,
también, si hay algún otro acceso susceptible de ofrecer mejor potencial para la predicción de
las acciones de la gente que esquemas de la vida real. Pues Freud, aun a contrapelo, lleva a
cabo la incómoda aunque importante tarea de confrontar la cara de Jano de los seres humanos
tal como son, tanto como seres existenciales como seres biológicos.

Esto nos hace volver al problema de Freud, el hombre, el creador de su teoría, y su aplicación
de sus propios problemas y sufrimientos neuróticos a la manera en que todos los hombres se
conducen. No hay ninguna razón para suponer que las «percepciones» de Freud dentro de sus
propios sufrimientos tengan nada que ver, en manera alguna, con la conducta de los otros
seres humanos, como tampoco hay ninguna razón para asumir que sus «percepciones» sean,
de hecho, adecuadas. Se precisaría evidencia para demostrar esto, y evidencia es
precisamente lo que falta. Ciertamente, como hemos visto, se ha demostrado que Freud se
equivocaba en tantos contextos diferentes, que no es difícil comprender por qué deberíamos,
sin ninguna prueba, creer en todas esas sedicentes «percepciones» Muchas de tales
percepciones han sido, en cualquier caso tomadas prestadas de otros, yendo desde Platón
hasta Schopenhauer, y desde Kierkegaard hasta Nietzsche y conceder crédito por ellas a
Freud es tan falso como asumir que son ciertas. Se requiere una aproximación histórica para
asignar prioridades, y también una consideración desde el punto de vista de la ciencia natural
para descubrir su validez en términos de veracidad. Esto se da por descontado por los
apólogos de Freud, pero esto es precisamente lo que hay que demostrar. En el debate entre el
conductismo y el psicoanálisis, el conductismo ha tenido siempre una mala prensa por dos
razones.

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En primer lugar, no es Freud sino Páulov quien debe ser considerado, junto a Copérnico y
Darwin, como el gran destronador de la Humanidad, haciéndola bajar de su pedestal; fue él
quien mostró que muchos de nuestros actos no son del Homo sapiens, sino que son resultados
de condicionamientos primitivos mediados por el sistema límbico y otras partes subcorticales
del cerebro. Así halló la hostilidad que erróneamente asumió Freud, como ya hemos visto, que
era obra suya. Explicar condiciones neuróticas en términos de condicionamiento pauloviano les
parece a muchas personas degradante, mecánico y deshumanizado; prefieren, con mucho, las
interpretaciones, aparentemente más humanas, de significados sutiles, que sazonan toda la
obra de Freud.

En segundo lugar, cualquiera puede comprender creer que comprende, ¡algo muy diferente!)
los escritos teorías de Freud. Después de leer algunos de sus libros muchas personas se creen
completamente capaces de interpretar sueños, de juzgar actos de los demás, y de explicarlos
en términos de conceptos psicoanalíticos. En cambio para comprender a Páulov, y mantenerse
al día sobre el trabajo experimental en gran escala que se ha hecho sobre su teoría, se
requieren varios años de estudio, la lectura de innumerables libros y artículos, y una constante
puesta al día del conocimiento así adquirido, una serie de requisitos que, en la naturaleza de
las cosas, la mayoría de la gente es incapaz de llevar a cabo. Pocos psiquiatras -suponiendo
que haya alguno- están algo más que remotamente familiarizados con los rasgos esenciales
con la teoría del condicionamiento y, del aprendizaje; los maestros, asistentes sociales,
agentes probatorios de presos en libertad condicional, y otros que deben tratar con seres
humanos pueden, generalmente, repetir unos cuantos términos freudianos, e imaginar que son
capaces de « psicoanalizar» a sus protegidos, pero normalmente no saben nada del
condicionamiento pauloviano, la teoría del aprendizaje, o la riqueza de los datos fácticos a la
disposición de los conductistas.

Sé por experiencia que las discusiones abstractas son, por lo general, completamente
insuficientes para convencer a los dudosos. Observemos unos cuantos ejemplos simples para
ilustrar la diferencia entre el acceso freudiano y el conductista. El primer ejemplo que he
escogido es la conducta de los «golpeadores de cabezas», es decir, niños que sin razón
aparente golpean con sus cabezas contra paredes, mesas, sillas, etc., y que en tal proceso
pueden llegar a quedarse ciegos (por desprendimiento de retina) e incluso matarse. ¿Cómo
proponen los psicoanalistas tratar ese serio desorden?. Ellos afirman que el niño actúa de esta
manera para atraer la atención, y para conseguir que su madre les muestre afecto. Lo que se
recomienda, en tal caso, es que cuando el niño empieza a golpearse la cabeza, la madre debe
cogerle en brazos, besarle y acariciarle y, mostrarle mucho afecto. Todo esto es muy humano,
y la interpretación puede ser correcta o no, pero por desgracia tiene efectos contrarios a los
buscados. La anormal conducta del niño es reforzada porque es recompensado por ella, y por
consiguiente aumenta la cadencia de sus cabezazos, con objeto de obtener más y más
atención de su madre.

El conductista, por otra parte, no se preocupa de los significados; aplica simplemente una regla
universal, concretamente la del condicionamiento, a la situación. Dice a la madre que cuando el
niño empiece a darse de cabezazos, le levante del suelo, le deposite en una habitación vacía y
cierre la puerta. Después de diez minutos, ella debe abrir la puerta y llevar al niño donde
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estaba antes, sin mostrar ninguna emoción ni reñirle, y tan tranquilamente como sea posible.
La ley del efecto penetra pronto en la mente del niño, y los efectos negativos de golpearse la
cabeza, una vez se da cuenta de ellos, asegurarán que abandone esa conducta anormal. El
tratamiento de los psicoanalistas puede parecer más humano, pero, de hecho, lo que logra es
lo contrario de lo que se pretende, mientras que el método de los conductistas puede parecer
completamente mecanicista pero, de hecho, obtiene resultados. Si usted tuviera un hijo de
cinco años, y estuviera en peligro de quedarse ciego e incluso de matarse al golpearse la
cabeza, ¿qué tratamiento preferiría usted?. Formular la pregunta es conocer la respuesta.

Abordemos un problema algo más complejo, el de la enuresis (hacerse las necesidades en la


cama). Se sabe que muchos niños se ensucian en su cama durante la noche, incluso a una
edad en que la gran mayoría ha dejado de hacerlo. ¿Por qué esto es así, y qué podemos hacer
para impedirlo?. Veamos, primero, qué dice el psicoanálisis. Los psicoanalistas consideran la
enuresis con mucha desconfianza; como uno de ellos ha dicho «la enuresis es considerada en
psicoanálisis como un síntoma de un desorden subyacente». Según tal punto de vista, el
facultativo concede una fundamental importancia causal a los modelos profundos de las
relaciones entre el niño y sus padres, las cuales son «moldeadas desde el nacimiento debido al
inter-juego complejo de fuerzas inconscientes de ambas partes». Algunas de las teorías
específicas adoptadas por los analistas toman la forma de especulaciones altamente
especulativas basadas en simbolismo psicoanalítico. Para un analista, por ejemplo, la enuresis
«representaba un enfriamiento del pene, el fuego (calor) del cual era condenado por el super-
ego». Para otro, la enuresis era un intento de escapar de una situación masoquista y expulsar
al exterior las tendencias destructivas: la orina es considerada como un fluido corrosivo y el
pene como un arma peligrosa. Aún otro terapeuta sugirió que generalmente la enuresis
expresaba una exigencia de amor, y sería como una forma de «llorar a través de la vejiga».

Hay muchas interpretaciones diferentes, pero pueden ser convenientemente agrupadas bajo
tres títulos diferentes. Algunos psicoanalistas creen que la enuresis es una forma sustitutiva de
la gratificación directa de ansiedades y temores profundamente arraigados, y un tercer grupo la
interpreta como una forma disfrazada de hostilidad hacia los padres o sustitutos de los padres
que la víctima no se atreve a expresar abiertamente. Todas estas teorías insisten en la
primacía de algún «complejo» psicológico, y la naturaleza secundaria del «síntoma»; lo
importante es lo primero, no lo segundo. Por consiguiente, se planea un largo tratamiento,
implicando un examen exhaustivo del inconsciente del paciente mediante la interpretación de
los sueños, la asociación de palabras, y otros métodos complejos, y tomando en consideración
muchos aspectos de la personalidad del niño que no tienen, aparentemente, nada que ver con
el simple acto de ensuciarse en la cama. Pero no hay en absoluto evidencia alguna de que este
método funcione mejor que ningún tratamiento (la mayor parte de los niños enuréticos mejoran,
en cualquier caso, después de unos cuantos meses, o años), o que un tratamiento placebo.
Así, también en este caso tropezamos con la imposibilidad para el psicoanálisis de
proporcionar evidencia alguna que respalde sus numerosas suposiciones.

¿Qué proponen los conductistas como causa, y como tratamiento?. Ellos consideran la
enuresis, en la mayoría de casos, simplemente como una incapacidad de adquirir un hábito, y
creen que esa «deficiencia de hábito» se debe a alguna clase de educación defectuosa. La
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educación corriente para la continencia enseña al niño a responder al estímulo de la vejiga
despertándose. Así el niño aprende a sustituir el ir al retrete (o utilizar el orinal) en vez de
ensuciarse en la cama; cuando fracasa este aprendizaje, el resultado es la enuresis. Profundas
investigaciones han demostrado que, aunque a veces hay algo que no funciona físicamente
bien en el sistema urinario, en nueve casos de cada diez, el ensuciarse en la cama es una
condición de hábito. Si esta proposición es correcta, entonces el método de tratamiento sería
muy simple; consistiría en inculcar el hábito mediante un sencillo proceso de condicionamiento
pauloviano. Utilizamos una manta interpolada entre dos placas metálicas porosas; esas placas
están conectadas en serie con una batería y un timbre. La manta seca actúa como un aislante;
en cuanto el niño empieza a orinarse y la manta se humedece la orina salina actúa como un
electrolito y se establece una conexión entre ambas placas metálicas. Esto cierra el circuito y el
timbre suena y despierta al niño, originándole un reflejo que inhibe el acto de orinar. Este
método es ahora muy ampliamente usado en el tratamiento y educación de los niños en todo
en mundo; es completamente seguro, funciona bien y rápidamente, y ha sido bien aceptado
tanto por los padres como por los niños. Además, pueden sacarse muchas deducciones de la
teoría general de aprendizaje sobre la manera específica en que funciona, y los experimentos
han demostrado que esas deducciones están, de hecho comprobadas por el experimento. El
método del timbre y la manta ha reeemplazado en la actualidad a la terapéutica freudiana de
modo casi universal, porque es mucho más sencillo, y funciona mucho mejor y más
rápidamente. ¿Por qué, pues, debiéramos aferrarnos a métodos de interpretación que no tiene
respaldo empírico y no curan, en vez de seguir un método que tiene un buen respaldo
experimental y cura más rápida y más frecuentemente?.

Los freudianos, como era inevitable, solían argumentar que este tipo de tratamiento
«sintomático» no hace nada por reducir la ansiedad que es fundamental para la condición de la
enuresis y que es tal ansiedad la que debería ser tratada. Los hechos, no obstante, parecen
ser, exactamente, contrarios. Es la enuresis la que produce la ansiedad ya que el niño se
encuentra en la poco envidiable situación de ser objeto de las burlas de sus compañeros y ser
reñido, y a veces pegado, por sus padres. Una vez que el método del timbre y la manta elimina
la enuresis, la ansiedad casi siempre desaparece, y el niño recobra su ecuanimidad.

Podrían citarse muchos otros ejemplos, tales como el lavado de manos obsesivo-compulsivo
descrito en un capítulo precedente. Tal vez no nos guste el hecho de que descendemos, a
través de la evolución, de ancestros parecidos a los animales, y tal vez no nos guste el hecho
de que, igual que ellos, nos vemos constreñidos en nuestra conducta por mecanismos
corporales que nos parecen primitivos y despreciables. Pero gustos y aversiones no crean
hechos; es tarea del hombre de ciencia ocuparse de los hechos, más que de los gustos y
aversiones de los seres humanos. La manera adecuada de juzgar las teorías, ya sean
conductistas o hermenéuticas, consiste en fijarse en las consecuencias, y éstas, por lo general,
apuntan a la idoneidad de las teorías conductistas y a la inadecuación y los errores de la
hermenéutica, particularmente en su tipo freudiano.

Lo que es erróneo en la hermenéutica en general, y en el psicoanálisis en particular, es que


sustituye a una pseudociencia por una ciencia genuina. Como afirmó Cioffi:

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Es característico de una pseudo-ciencia que las hipótesis que la componen están en una
relación asimétrica con las esperanzas que generan, permitiendo que esas hipótesis las guíen
y sean corroboradas cuando resultan, pero no, en cambio, desacreditadas cuando fallan. Una
manera de llevar esto a cabo consiste en arreglarse para que esas hipótesis sean tomadas en
un sentido estrecho y determinado antes de producirse el hecho, pero luego, en un sentido más
amplio e indeterminado después de haberse producido. Así, tales hipótesis viven una doble
vida: una sometida y restringida en la proximidad de observaciones contradictorias, y otra
menos inhibida y más exuberante cuando están alejadas de éstas. Este rasgo no parecerá
evidente ante una simple inspección. Si deseamos determinar si el papel desempeñado por
estas aserciones es genuinamente empírico es necesario descubrir qué están dispuestos a
llamar evidencia contraprobatoria sus proponentes, no lo que nosotros queremos llamar tal.

Incluso desde un punto de vista hermenéutico, pues, Freud y el psicoanálisis deber ser
considerados un fracaso. No nos queda más que una interpretación imaginaria de pseudo-
acontecimientos, fracasos terapéuticos, teorías ilógicas e inconsistentes, plagios disimulados
de los predecesores, «percepciones» erróneas de valor no demostrado y un grupo dictatorial e
intolerante de seguidores que no insisten en la verdad, sino en la propaganda. Este legado ha
tenido consecuencias extremadamente malas para la psiquiatría y la psicología, entre las que
podemos singularizar las siguientes:

La primera y probablemente más lamentable consecuencia ha sido el efecto sobre los


pacientes. Sus esperanzas de mejoría y curación han sido frustradas una y otra vez, y en
algunos casos todavía han visto como su caso empeoraba gracias a los psicoanalistas. Su
sacrificio en tiempo, dinero y mucha energía no ha servido para nada y la decepción que ha
resultado de ello ha representado, frecuentemente, un golpe severo para su amor propio y su
felicidad. Cuando hablamos del psicoanálisis, debiéramos tener siempre presente el destino de
los pacientes; las pretensiones científicas del psicoanálisis son una cosa, pero sus efectos
terapéuticos son otra, mucho más importante desde el punto de vista humano. El psicoanálisis
es una disciplina cuyo objetivo es curar a los pacientes; su imposibilidad de conseguirlo y su
desgana en admitir su fracaso nunca debieran ser olvidadas.

La segunda consecuencia de las enseñanzas de Freud ha sido el fracaso de la psicología y la


psiquiatría en desarrollarse hacia estudios adecuadamente científicos sobre la conducta normal
y la anormal. Es probablemente cierto decir que Freud ha hecho retrasar el estudio de estas
disciplinas en cincuenta años o más. Ha conseguido retardar la investigación científica de los
primeros tiempos, conduciéndola a lo largo de unos esquemas que han demostrado ser
ineficaces o incluso regresivos. Ha elevado la ausencia de pruebas, devaluando. su necesidad,
al nivel de una religión que han abrazado demasiados psiquiatras y psicólogos clínicos en
detrimento de su disciplina. Hay grandes dificultades en el estudio científico de la conducta;
Freud las ha multiplicado al actuar como un pionero de los que no desean seguir el riguroso
entrenamiento necesario para convertirse en un practicante de la moderna psicología,
necesaria para cualquier investigador que quiera contribuir genuinamente al progreso de su
ciencia. Esto, también, es difícil de perdonar, y las futuras generaciones tendrán que
compensar el daño hecho por él y sus seguidores en este terreno.

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La tercera consecuencia que debe ser cargada en la cuenta de Freud es el daño que sus
teorías han causado a la sociedad. En su libro sobre «La Ética Freudiana», Richard La Piere ha
mostrado cómo las enseñanzas de Freud han minado los valores sobre los que se basa la
civilización Occidental, mientras que, aun admitiendo que una parte de ello se haya debido a
una mala interpretación de las enseñanzas freudianas, no es menos cierto que su influencia, en
conjunto, ha sido maligna. W. H. Auden, en su famoso poema «En Memoria de Sigmund
Freud», escribió:

«Si a veces se equivocaba, y, a veces, era absurdo, para nosotros ya no es una persona, sino
sólo un clima de opinión ... ».

Esta es una observación muy fina, digna del poeta, pero debe suscitarse la cuestión de si ese
clima de opinión, es decir, un clima de permisividad, promiscuidad sexual, decadencia de
valores pasados de moda, etc. es un clima en el que quisiéramos vivir. Incluso el egregio Dr.
Spock, autor del famoso libro sobre los bebés, se retractó de su entusiástica defensa previa de
las enseñanzas freudianas, y reconoció el daño que habían hecho; ya es hora de que
reconsideremos esta enseñanza no sólo en términos de su falta de validez científica, sino
también en términos de su nihilismo ético.

La gran influencia de las nociones freudianas en nuestra vida en general puede, difícilmente,
ser puesta en duda, y será reconocida por la mayoría de la gente. Las costumbres sexuales, la
crianza de los niños, la subjetividad de las reglas éticas, y muchos otros dogmas freudianos, se
han filtrado, ciertamente, hacia el hombre de la calle, por lo general, no a través de ninguna
lectura de las obras de Freud, sino a través de la muy grande influencia que él ha tenido en el
establishment literario y en los medios de comunicación de masas, periodistas, guionistas de
televisión y reporteros, productores cinematográficos y otros que actúan como intermediarios
entre la docencia académica, por una parte, y el público en general, por otra. La crítica literaria
ha sido fuertemente influida por las nociones freudianas y también lo han sido la crítica
histórica y la antropología, y todo esto, inevitablemente, ha impactado en la sociedad en
conjunto. La veracidad de las ideas freudianas es considerada indiscutible en esos contextos, y
no se suscita duda alguna sobre la misma. Así se ha desarrollado una gran inercia que incluso
los críticos más conspicuos notan que es muy difícil de vencer; críticos literarios, historiadores,
maestros, asistentes sociales y otros que se ocupan, de una manera o de otra, de la conducta
no pueden molestarse al leer argumentos complejos y estudios experimentales, especialmente
cuando éstos amenazan con minar su fe en la psicología «dinámica».

Hay otras razones por las cuales el psicoanálisis ha tenido tanto éxito en ganar el acceso a y la
aprobación del gran público intelectual (e incluso del no-intelectual) compa-rado con la
psicología experimental. En primer lugar, los psicólogos experimentales, como otros hombres
de ciencia, utilizan un argot, basado en paradigmas experimentales y en tratamientos
matemáticos y estadísticos que son ininteli-gibles para quien no posea una formación especial.
El argot freudiano, por otra parte, es muy inteligible para cualquiera que sepa leer inglés (¡o
alemán!). Términos como «repre-sión» son fácilmente comprensibles (o, por lo menos,
pare-cen serlo); términos como «inhibición condicionada», «ley de Hicks», o el «cerebro
triuno», por otra parte, no son cla-ramente inteligibles sin una larga explicación.
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Pero, más allá de esto, el psicoanálisis se ocupa de asuntos importantes y «relevantes», como
motivación y emoción, amor y odio, enfermedad mental y conflicto cultural, el significado de la
vida y las verdaderas razones de nuestra conducta cotidiana; proporciona una especie de
explicación (aunque errónea) para nuestras vidas, nuestros éxitos y fracasos, nuestros triunfos
y desastres, nuestras neurosis y nuestras curaciones. La psicología experimental, en cambio,
parece ocuparse de problemas esotéricos, sin importancia y fundamentalmente irrelevantes,
que sólo tienen interés para los mismos psicólogos experimentales. Este cuadro está
suficientemente cerca de la verdad para convencer a muchas personas altamente inteligentes y
a gente notable (¡incluyendo a muchos psicólogos!) de que nuestra elección se plantea entre
una disciplina humanamente importante, aun cuando sus fundamentos no sean científicos, y
una disciplina básicamente irrelevante para nuestros intereses más profundos, aun cuando
pueda ser rigurosa y auténticamente científica en su metodología.

Muchos experimentalistas no sólo aceptan este veredicto sino que lo toman a gloria. Igual que
el famoso matemático inglés G. H. Hardy, disfrutan con el trabajo experimental precisamente
porque no tiene implicaciones prácticas. Sus problemas son auto-generados, según ellos creen
y están muy lejos de «la esfera de nuestros sufrimientos». Este escapismo es difícil de
comprender y casi ciertamente es erróneo; incluso las matemáticas de Hardy demostraron ser
útiles e instrumentales en aplicaciones tan prácticas como la construcción de la bomba
atómica. De modo parecido, el trabajo aparentemente esotérico sobre el condicionamiento en
los perros ha demostrado ser fundamental en enseñarnos cómo se originan las neurosis y
cómo pueden ser tratadas. Páulov, ciertamente, no dudó nunca sobre la aplicación práctica de
sus leyes, y ¡cuánta razón tenía!. Pero la impresión sobre la irrelevancia práctica de la
psicología experimental aún perdura, y desgraciadamente hay mucho de cierto en esa
creencia; muchos experimentalistas se concentran en pequeños problemas sin significación
científica real, prefiriendo la elegancia metodológica a la importancia científica. Pero aunque
muy extendida, tal actitud está lejos de ser universal, y hay ya bastante evidencia sobre la
amplia relevancia de los hallazgos experimentales con respecto a los problemas cotidianos,
para convencer al más encarnizado escéptico. Este libro se escribió, en parte, para insistir
precisamente en este punto; podemos combinar relevancia y rigor, importancia humana e
integridad del experimentalismo científico. No queda más que convencer al mundo de esta
importante verdad. La mayor parte de nuestros problemas son psicológicos por naturaleza,
desde la guerra hasta la lucha política, desde el desorden mental hasta la falta de armonía
marital, desde las huelgas hasta el racismo; ¡ya va siendo hora de recurrir a la ayuda de la
ciencia para tratar de resolver estos problemas!.

La influencia de Marx ha sido bastante parecida a la de Freud, no sólo porque también él


basaba todo su caso en « interpretaciones », y prescindía de la evidencia directa, sino también
porque muy pocas de las personas que hoy pretenden compartir sus ideas ni siquiera se
preocuparon nunca de leer sus contribuciones originales, ni de examinar las críticas, por
poderosas que fueren, de tales ideas. Ciertamente los marxistas de hoy en día a menudo
sustentan puntos de vista exactamente opuestos a los de Marx y Lenin, como por ejemplo en la
cuestión de la herencia de que la «igualdad», como ideal esencial para el socialismo,
significaba igualdad social, no biológica, y enfatizaron su creencia de que esta última era
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absolutamente imposible de alcanzar. En sus escritos resalta claramente que sostenían la
opinión de que la inteligencia y otras capacidades tenían unos fundamentos claramente
genéticos, pero algunos de sus seguidores, hogaño, ¡pretenden exactamente lo contrario!. Algo
parecido puede decirse sobre Freud, sus seguidores, también, han creado un «clima de
opinión», que se desvía ostensiblemente de lo que él mismo hubiera aprobado. No obstante,
hay un linaje muy fácil de seguir, y Freud no puede ser completamente absuelto de culpa.

Si el psicoanálisis tiene tan poco valor, y tiene tan horribles consecuencias, ¿por qué ha
llegado a ser tan influyente?. Esta es una pregunta interesante e importante, y es de esperar
que futuros sociólogos y psicólogos tratarán de descubrir cómo fue posible que un hombre
pudiera infligir sus propios desórdenes neuróticos a varias generaciones y persuadir al mundo
de la importancia de sus teorías, las cuales no sólo adolecían de falta de pruebas o de
evidencia, sino que en muchos casos eran desmentidas por sus propios ejemplos. Debiera
decirse, empero, que el mensaje de Freud nunca fue universalmente aceptado por hombres de
ciencia y académicos. Fue aceptado, entusiásticamente, y ampliamente popularizado, por dos
grupos de gentes (aparte de los psicoanalistas declarados, naturalmente).

El primero de tales grupos consiste en personas tales como profesores, asistentes sociales y
agentes de libertad vigilada, que deben ocuparse de problemas humanos de una u otra índole.
Tales personas se enfrentan a tareas muy difíciles, y por consiguiente sienten que necesitan
cualquier ayuda que puedan conseguir en términos de teorías psicológicas. El psicoanálisis
parecía proporcionarles tal ayuda, y naturalmente lo acogieron con entusiasmo. Como ya
hemos hecho observar previamente, les dio la ilusión del poder, y una especie de pericia a la
que podían aludir como justificación de sus actividades. Es una desgracia que esto fuera una
pseudo-pericia, pero debido al prestigio que ofrecía, las personas de este grupo se aferraron a
ella, desde entonces, con feroz determinación. Es difícil evaluar el daño que han hecho en
nombre de Freud, y es lamentable que sus enseñanzas hayan excluido virtualmente de su
alcance otros aspectos más científicos que la psicología. En todo caso, gente como esa
constituye un poderoso sostén para el sistema freudiano.

El segundo -y por cierto, muy diferente- grupo de partidarios de Freud está formado por
miembros del establishment literario. Para ellos, Freud y sus enseñanzas constituían un más
que bienvenido juego de acciones e ideas que podía ser elaborado en producciones literarias,
ya fueran poemas, obras teatrales o novelas. Tomó el lugar ocupado antes por la mitología
griega, o sea un conjunto de creencias, personalidades y aventuras ampliamente conocido por
la gente culta, a la cual se podían referir, y podían, también, ser incorporados a obras literarias.
En vez de Zeus, Atenea, Aquiles y demás, ahora tenemos el censor, el super-ego, Zánatos y
otras figuras mitológicas. Para el escritor de segunda categoría, Freud significaba la salvación:
he aquí una rica mina que podía ser explotada sin fin, y en consecuencia el establishment
literario se convirtió en un firme abogado de las ideas psicoanalíticas.

¿Cuál es la situación ahora?. El freudianismo tuvo su apogeo en los años 1940 y 1950, y tal
vez incluso duró hasta los años sesenta, pero entonces las críticas empezaron a arreciar, y
gradualmente el psicoanálisis fue perdiendo su atractivo. Esto es verdaderamente cierto en las
instituciones académicas; los departamentos modernos de psiquiatría en los Estado Unidos, el
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Reino Unido y en todas partes, se concentran hogaño en el aspecto biológico del desorden
mental, particularmente en los métodos farmacológicos de tratamiento, o si no, dirigen su
atención hacia los métodos conductistas, y los incorporan a sus enseñanzas y a su práctica. En
la investigación psicológica, también, el psicoanálisis ha ido cediendo terreno ante la terapia
conductista en los últimos veinte años. Inevitablemente, llevará mucho tiempo que los
psicoanalistas, que ocupan todos los lugares de poder y prestigio en la psiquiatría americana, y
también muchos, aunque no todos, en la psiquiatría británica, se hayan retirado, y hombres
más jóvenes, con ideas nuevas, ocupen su lugar. El famoso físico Max Planck dijo una vez que
incluso en la física, las nuevas teorías no quedan establecidas porque los hombres han sido
convencidos por la discusión racional y el experimento, sino porque la vieja generación muere,
y los hombres más jóvenes se forman con la nueva tradición. Esto, sin duda, se aplicará
también en la psicología y en la psiquiatría.

Lo que no puede ser puesto en duda, creo yo, es que el psicoanálisis se halla en plena cuesta
abajo, que ha perdido toda credibilidad académica, y que, como método de tratamiento, cada
vez es menos utilizado. Todas las ciencias deben pasar por una ordalía por charlatanismo. La
astronomía tuvo que separarse de la astrología; la química debió salir del lodazal de la
alquimia. Las ciencias del cerebro debieron desembarazarse de los dogmas de la frenología (la
creencia en que se podía leer el carácter de un hombre observando la forma de su cabeza). La
Psicología y la Psiquiatría, también, deberán abandonar la pseudo-ciencia del psicoanálisis;
sus adherentes deben volver la espalda a Freud y a sus enseñanzas, y llevar a cabo la ardua
tarea de transformar su disciplina en una ciencia genuina Está claro que esto no es un trabajo
fácil, pero es necesario, y no es verosímil que unos ligeros retoques hayan de tener un valor
duradero.

¿Qué podemos, pues, para concluir, decir de Freud y su lugar en la historia?. El fue, sin duda,
un genio, no de la ciencia, sino de la propaganda, no de la prueba rigurosa, sino de la
persuasión, no del esquema de experimentos, sino del arte literario. Su lugar no se halla, como
él pretendía, junto a Copérnico y Darwin, sino junto a Hans Christian Andersen y los Hermanos
Grimm, autores de cuentos de hadas. Este puede ser un juicio riguroso, pero pienso que el
futuro lo respaldará. En esto estoy de acuerdo con Sir Peter Medawar, ganador del Premio
Nobel de Medicina, que dijo:

Hay algo de verdad en el psicoanálisis, como lo hubo en el mesmerismo y en la frenología (es


decir, el concepto de la localización de funciones en el cerebro). Pero, considerado en su
conjunto, el psicoanálisis no resulta. Es un producto acabado, como lo fueron un dinosaurio o
un Zeppelin; no se puede, ni se podrá jamás erigir una teoría mejor sobre sus ruinas, que
permanecerán para siempre como uno de los paisajes más tristes y extraños de la historia del
pensamiento del siglo XX.

En un símil más práctico, podríamos tal vez citar a Francis Bacon, a pesar de que viviera
muchos años antes que Freud:

Esa señora tenía la cara y el aspecto de una doncella, pero sobre sus caderas se abalanzaban
aullantes podencos. Así, también, estas doctrinas presentan en primer lugar una faz
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encantadora, pero el atolondrado galanteador que tratara de llegar a las partes generativas en
la esperanza de una descendencia, sólo se encontraría con chillonas disputas y discusiones.

El psicoanálisis es, en el mejor de los casos, una cristalización prematura de ortodoxias


espúreas; en el peor, una doctrina pseudo-científica que ha causado un daño indecible tanto a
la psicología como a la psiquiatría, y que ha sido igualmente dañina para las esperanzas y
aspiraciones de incontables pacientes que confiaron en sus cantos de sirena. Ha llegado la
hora de tratarlo como una curiosidad histórica, y de volver a la gran tarea de construir una
psicología verdaderamente científica.

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NOTAS

(1). En español, en el texto original (N. del T.).

(2). Catarsis significa, etimológicamente, «purga» (N. del T.).

(3). Placebo: Supuesto tratamiento o medicina, sin valor terapéutico alguno, que se administra
a veces a los enfermos, para producir efecto psicológico (N. del T.).

(4). Del inglés Young, Attractive, Verbal, Intelligent and Successful (N. del T.).

(5). ES, iniciales del inglés «Effect Size Score» (N. del T.).

(6). F o M significan, aquí, « Female » o « Male », Hembra o Macho (N. del T.).

(7). Agorafobia: temor morboso a atravesar espacios abiertos (N. del T.).

(8). En el texto inglés, «mix the breed» significa mezclar la raza, o también casta, o progenie.
Pero «breed» quiere decir, también, parir, criar, tener hijos (N. del T.).

(9). REM: iniciales de la frase inglesa «Rapid Eye Movement».

(10). «To screw», en castellano «atornillar», es un término vulgar anglosajón para significar
gráficamente el acto de fornicar. (N. del T.).

(11). En inglés, respectivamente: «signal», y «single»; «confession» y «convention»; «suburbs»


y «subways».

(12). En inglés, sucesivamente: «Don't burn your finger» y « ... your toes»; «I know his father-in-
law» y « ... brother-in-law»; «a small Japanese restaurant» y «...Chinese restaurant» (N. del T.).

(13). En inglés: «You have hissed the mystery lectures» en lugar de « You have missed the
mystery lectures » (N. del T.).
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(14). «shad book» - «bad shock», mala descarga, en inglés (N. del T.). (15). «Vany Molts» -
«Many Volts», muchos voltios, en inglés (N. del T.).

(16). «Lood gegs» y «good legs», buenas piernas (N. del T.).

(17). «Bine fody» y «fine body», cuerpo bonito. «Fire bobby», policía de fuego; «five boggies»,
cinco ciénagas (N. del T.).

(18). Los detalles se dan en los libros escritos por Eysenck y Wilson, así como por Kline (veáse
Bibliografía) (N. del T.).

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AGRADECIMIENTOS

Por su permiso de reproducir extractos de material protegido por la propiedad literaria,


agradecido reconocimiento se hace a los siguientes autores:

W. H. Auden: « Poemas Recopilados »: The Estate of W. H. Auden and Curtis Brown Ltd.

C. P. Blacker: «Eugenesia: Galton y Después»: Duckworth & Co. Ltd.

F. Boas: «Los métodos de la Etnología» en «Raza, Lengua y Cultura»; MacMillan and Co. Ltd.

F. Cioffi: «Freud y la idea de la Pseudo-Ciencia»: R. Borger y F. Cioffi. « Explicaciones en las


Ciencias Conductistas»: Cambridge University Press.

I. Bry y A. H. Rifkin: «Freud y la Historia de las Ideas»: Fuentes Primitivas, «1906-1910 en Jules
Masserman (ed): «La Ciencia en el Psicoanálisis», vol. V; Grune and Stratton, Inc.

S. Freud: « Autobiografía », «La Interpretación de los Sueños», «La Psicopatología de la Vida


Cotidiana», «El Caso del Hombre Lobo», «El Caso del Pequeño Hans», «Tres Ensayos sobre
la Sexualidad», «Estudio sobre Leonardo da Vinci»: Sigmund Freud Copyrights Ltd.

V. A. Fromkin: «Errores de Realización Linguística»; Academic Press Ltd.

H. B. Gibson: «Dormir, Soñar y Salud Mental» Methuen & Co. Ltd.

E. Jones: « Vida y Obra de Sigmund Freud»: The Freud Estate and The Hogarth Press.

R. M. Jones: «La Nueva Psicología del Sueño»: Grune and Stratton Inc

P. Kline: «Hecho y Fantasía en la Teoría Freudiana» 2ª edición: Methuen & Co. Ltd

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S. J. Rachman y R. J. Hodgson: «Obsesiones y Compulsiones»: Prentice Hall.

S. J. Rachman y T. Wilson: «Los Efectos de la Terapia Psicológica»: Pergamos Press Ltd.

G. Roheim: «Psicoanálisis y Antropología»: International Universities Press, Ltd.

M. I. Smith, G. V. Glass, T. I. Miller: «Los Beneficios de la Psicoterapia»: John Hopkins


University Press, 1980.

R. Stevens: «Freud y el Psicoanálisis; Exposición y Evaluación»: St. Martin's Press, Inc.

D. E. Stannard: «Historia Encogida»: Oxford Univer-sity Press.

E. M. Thornton: «Freud y la Cocaína»: Muller, Blond & White Ltd.

S. Timparano: «El Lapsus Freudiano»: Verso/NIB Ltd.

C. W. Valentine: «La Psicología de la Primera Infancia»: Methuen & Co. Ltd.

E. R. Wallace: «Freud y la Antropología; Historia y Evaluación»: International Universities


Press, Inc.

I. L. Whyte: «El Inconsciente antes de Freud»: David Higham Associates, Ltd.

J. Wolpe y S. Rachman: «Evidencia Psicoanalítica: Una Crítica Basada en "El Caso del
Pequeño Hans", de Freud», «Revista de Enfermedades Nerviosas y Mentales». 1960: Williams
and Wilkins Ltd.

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BIBLIOGRAFÍA

En el curso de una vida larga y activa debo haber leído varios centenares de libros sobre Freud
y la teoría psicoanalítica, así como miles de artículos. Como este libro ha sido escrito para el
lector en general, y no para el especialista, no he documentado cada observación, crítica o
comentario, pero puede ser útil citar los libros a los cuales los lectores interesados pueden
referirse como fuentes secundarias, para discusión más amplia de las teorías implicadas y, en
general, para obtener más detalles técnicos. Los cito a continuación, según el capítulo para el
cual pueden ser más relevantes, aun cuando haya bastantes repeticiones.

Es obvio que el lector debiera estar un poco familiarizado con la teoría freudiana y
preferentemente haber leído alguno de los libros principales publicados por Freud. Las obras
principales a que me refiero en este libro son: «Un Estudio Autobiográfico » (Londres, Hogarth,
1946); « El Caso de la Historia de Schreber» (Londres, Hogarth, 1958); «Tres Ensayos sobre la
Teoría de la Sexualidad» (Londres, Hogarth, 1949); «Leonardo da Vinci» (Edición Standard de
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la Obras Psicológicas Completas, Vol. II); «La Interpretación de los Sueños» (Londres, Allen &
Unwin, 1914); «Totem y Tabú» (Londres, Routledge, 1919); «El Análisis de una Fobia de un
Niño de Cinco Años» (Documentos Escogidos, Vol. III, Londres: Hogarth Press, 1950); en la
edición de Muriel Gardiner, «El Hombre Lobo: Con el caso del Hombre Lobo por Sigmund
Freud» (Nueva York, Basic Books, 1971).

Los lectores no familiarizados con la obra freudiana encontrarán el mejor y más comprensible
compendio en un libro de R. Dalbiez, titulado «Método Psicoanalítico y Doctrina de Freud»
(Londres: Longmans, Green & Co. 1941). El autor es un partidario de Freud, pero no «acrítico»
y los ejemplos de casos históricos, interpretaciones de sueños, etc., que da están
particularmente bien seleccionados.

Para una discusión elevada de la obra de Freud desde el punto de vista de la filosofía de la
ciencia «Los Fundamentos del Psicoanálisis», de Adolf Gruenbaum (Berkeley: University of
California Press, 1984) debiera ser consultado. Es el trabajo definitivo sobre el tema, informado
e informativo, impresionante por su rigor lógico y su precisión argumental, y plenamente
admirable por su completo dominio tanto de la literatura psicoanalítica como de la filosófica.

Los lectores que creen que sólo los que han sido psicoanalizados tienen derecho a criticar
pueden consultar con provecho un libro de J. V. Rillaer, un eminente psicoanalista belga de
gran reputación, que perdió sus ilusiones y escribió un libro extremadamente iluminador,
criticando acerbamente las teorías y prácticas de sus colegas, «Las Ilusiones del Psicoanálisis»
(Bruselas, Mardaga, 1980). Este libro es un clásico, pero desgraciadamente sólo disponible en
francés. Para una crítica más amplia por un psiquiatra americano, está la obra de B. Zilbergeld
«El Encogimiento de América: Mitos del Cambio Psicológico» (Boston: Little, Brown & Co.,
1983), que está basado en una experiencia psiquiátrica a largo plazo y escrito sin tapujos.

Desde el punto de vista de la medicina general hay un libro escrito por E. R. Pinckney y C.
Pinckney, «La Falacia de Freud y el Psicoanálisis» (Englewood Cliffs: Prentice Hall, 1965);
propina un saludable contragolpe a los que creen que todas las enfermedades son
psicosomáticas. Otra crítica general del psicoanálisis, basada en una experiencia de muchos
años, es un libro de R. M. Jurjevich, « El Fraude del Freudianismo» (Filadelfia, Dorrance, 1974),
que debe ser leído inmediatamente después de un libro editado por S. Rachman, «Ensayos
Críticos sobre el Psicoanálisis» (Londres: Pergamon Press, 1963).

Una perspectiva ligeramente diferente es ofrecida por dos libros escritos uno desde el punto de
vista francés y otro desde el alemán: P. Debray-Ritzen, «La Escolástica Freudiana» (París:
Fayard, 1972) y H. F. Kaplan: «¿Es Inútil el Psicoanálisis?» (Viena: Hans Huber, 1982). Cubren
un ámbito general muy amplio, y son relevantes en cuanto al Prólogo de este libro, pero en
algunas de sus partes, por supuesto, pueden aplicarse a diferentes capítulos igualmente.

CAPITULO 1: FREUD, EL HOMBRE

Podemos empezar citando algunas biografías que han llegado a ser muy conocidas. La más
famosa es la de Ernest Jones, «Vida y Obra de Sigmund Freud» (Londres: Hogarth Press, Vol I
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1953, Vol. II 1955, Vol. III 1957); esto es más una mitología que una historia, emitiendo, como
lo hace, todos los rasgos desfavorables para Freud y alternando el retrato del mismo al suprimir
datos y material que podrían ser perjudiciales a su imagen. Algo muy parecido puede decirse
de «Freud: Vivir y Morir» (Londres, Hogarth Press, 1972) de M. Schur. El libro «Freud und sein
Vater» (Freud y su padre, en alemán) publicado por H. L. Beck, Munich, 1979 se ocupa de las
relaciones de Freud con su familia.

A los lectores más interesados por la verdad que por la mitología se les recomienda «Freud y la
Cocaína: La Falacia Freudiana», de E. N. Thornton, (Londres: Blond & Bridge, 1983); Thorntorn
es de profesión un historiador de la medicina, y no le debe nada a la obra de Freud... ¡y se
nota!. También crítico pero extremadamente ceñido a los hechos es el relato de F. J. Sulloway,
«Freud, Biólogo de la Mente», (Londres, Burnett, 1979); este es un libro excelente que desvela
muchos de los mitos que se han acumulado alrededor de Freud. Lo mismo puede decirse del
libro de H. F. Ellenberger «El Descubrimiento del Inconsciente: La Historia v Evolución de la
Psiquiatría Dinámica», (Londres, Allen Lane, 1970). Ellenberger ha hecho un trabajo ímprobo
para demostrar la dependencia de Freud de escritores anteriores, particularmente Pierre Janet,
y su libro se ha convertido en un clásico. En menor medida, puede decirse lo mismo del libro de
L. L. Whyte «El Inconsciente antes de Freud» (Londres: Tavistock Publications, 1962) que
subraya los dos mil años de historia de los predecesores de Freud y muestra con gran detalle
cómo establecieron la importancia del inconsciente y delimitaron sus contornos.

La relación entre Freud y sus seguidores ha sido de gran interés para mucha gente y ha sido
usada para ilustrar la tesis de que gran parte de la teoría se basa en la historia de su propia
vida. Dos libros que pueden ser consultados ventajosamente a este respecto son «Freud y sus
Seguidores» (Londres: Allen Lane, 1976) de P. Roazen, y «Freud y Jung: Conflictos de
Interpretaciones » (Londres: Routledge & Kegan, Paul, 1982), de R. S. Steel. Ambos dan una
excelente descripción de la rebelión y los conflictos, la conducta autoritaria de Freud, y la
diáspora de la excomunión de tantos de sus seguidores.

CAPITULO II: EL PSICOANÁLISIS COMO MÉTODO DE TRATAMIENTO

Un libro de gran interés es «El Hombre Lobo: Sesenta Años Después », de K. Obholzer
(Londres: Routledge & Kegal Paul, 1982), que relata el caso de uno de los más famosos
pacientes de Freud que, según éste, había sido curado, pero que continuó sujeto a las mismas
molestias y desórdenes durante los sesenta años que transcurrieron entre su «curación» y su
muerte. Un buen debate sobre los casos verdaderamente tratados por Freud y sus falsas
pretensiones de haber llevado a cabo curaciones lo da C. T. Eschenroeder en «Hier Irrte
Freud» (Viena: Urban & Schwarzenberg, 1984).

Dos libros mencionados en el texto ilustran el hecho, denunciado por H. H. Strupp, S. W.


Hadley y B. Gomes-Schwartz en «Psicoterapia para Bien o para Mal: El Problema de los
Efectos Negativos» (Nueva York: Aronson, 1977), de que el psicoanálisis tiene, a menudo, un
efecto muy dañino en la salud mental del paciente: S. Sutherland, en «Caída: Una Crisis
Personal y un Dilema Médico» (Londres: Weidenfeld & Nicolson, 1976), y Catherine York, en
«Si las Esperanzas Fueran Vanas» (Londres, Hutchinson, 1966). Estos libros deberían ser
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leídos por quien se interesara en lo que sucede realmente en un análisis freudiano ¡visto desde
el punto de vista del paciente!.

CAPITULO III: EL TRATAMIENTO PSICOANALÍTICO Y SUS ALTERNATIVAS

Dos libros relevantes con la materia tratada en este capítulo deben ser leídos
consecutivamente. El primero es el de S. Rachman y G. T. Wilson, «Los Efectos de la Terapia
Psicológica» (Londres: Pergamon 1980); es un compendio notable de toda la evidencia relativa
a los efectos del psicoanálisis y la psicoterapia, escrito desde un punto de vista crítico, y dando,
con mucho detalle, los mejores relatos disponibles sobre los hechos. El segundo es de M. L.
Smith, G. V. Glass y T. I. Miller: «Los Beneficios de la Psicoterapia» (Baltimore: Johns Hopkins
University Press, 1980); también analiza los textos literarios y asegura haber demostrado la
eficacia de la psicoterapia, pero por las razones que da en este libro sólo tiene éxito en
conseguir demostrar exactamente lo contrario. Los lectores interesados en saber más sobre
métodos alternativos de tratamiento, tales como la terapia conductista, pueden recurrir a una
narración popular de H. J. Eysenck, «Tú y la Neurosis» (Londres: Temple Smith, 1977).

CAPITULO IV: FREUD Y EL DESARROLLO DEL NIÑO

La referencia principal en este capítulo es para un libro de C. W. Valentine, «La Psicología de


la primera infancia» (Londres: Methuen, 1942). Hay también un capítulo de F. Cioffi, « Freud y
la Idea de la Pseudo-Ciencia » que aparece en un libro editado por R. Borger y F. Cioffi,
«Explicaciones y las Ciencias Conductistas» (Cambridge: Cambridge University Press, 1970).
En este libro se encuentra también mucho material que puede ser usado en relación con los
capítulos siguientes.

Para el caso del «Pequeño Hans», me he referido a una revisión crítica, detallada y luminosa,
de J. Wolpe y S. Rachman. «Evidencia Psicoanalítica: una crítica basada en el caso freudiano
del Pequeño Hans», en «Revista de Enfermedades Mentales y Nerviosas», 1960.

CAPITULO V: LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS

Hay abundante material a escoger para este capítulo. Excelentes introducciones a la psicología
del sueño pueden hallarse en los siguientes trabajos: H. B. Gibson, «Dormir, Soñar y Salud
Mental» (en prensa); D. B. Cohen: «Dormir, Soñar: Orígenes, Naturaleza y Funciones »,
(Londres: Pergamon Press, 1979); A. M. Arkin, J. S. Antrobus y S. J. Ellman, editores de « La
Mente en Sueños » (Hillsdale, N. J.: Lawrence Erlbaum, 1978). Otra buena información puede
hallarse en el libro de D. Foulkes « Sueños de Niños: Estudios Longitudinales» (Nueva York,
John Wiley, 1982); empieza como un freudiano convencido, pero sus propios estudios le
desilusionan. Luego está el libro de M. Ullman y N. Zimmerman, «Trabajando con los Sueños»
(Londres: Gutchinson, 1979) y también el de R. M. Jones «La Nueva Psicología del Sueño»
(Londres: Penguin Books, 1970), un psicoanalista que también se volvió un crítico de la teoría
de Freud. El más importante de todos, no obstante, es, probablemente, C. S. Hall, en su libro
«El Significado de los Sueños» (Nueva York: Harper, 1953), que elaboró una teoría rival de la
de Freud, mucho más sensible y fuertemente respaldada por un amplio cuerpo de evidencia.
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Menciono en este libro la vieja tendencia a simbolizar las partes genitales del macho y la
hembra con referencias a objetos alargados y redondos; un estudio detallado de este tema lo
da J. N. Adams en «El Vocabulario Sexual Latino» (Londres: Duckworth, 1982), del cual he
tomado los diversos ejemplos citados en este capítulo.

Con referencia a los llamados «lapsus freudianos» me he referido a dos libros. El primero es el
de S. Timpanaro, «El Lapsus Freudiano: Psicoanálisis y Crítica Textual» (Londres: New Left
Books, 1976); y el otro es editado por V. A. Fomkn, «Errores en Realización Lingüística: Lapsus
de la Lengua, Oído, Pluma y Mano» (Londres: Academic Press, 1980). Ambos libros son
excelentes y facilitan una interesante introducción a la teoría y al estudio experimental de tales
lapsus desde el punto de vista de la lingüística y la psicología experimental.

CAPITULO VI: EL ESTUDIO EXPERIMENTAL DE LOS CONCEPTOS FREUDIANOS

Por lo que se refiere a este capítulo, dos libros pueden ser ventajosamente consultados. Uno,
es el de P. Kline «Hecho y Fantasía en la Teoría Freudiana» (Londres: Methuen, 1972); es una
relación muy detallada de todo el trabajo hecho por psicólogos experimentales interesados en
la teoría freudiana y que trataron de comprobarla en los laboratorios. El autor no es «acrítico»,
pero a menudo omite considerar hipótesis alternativas; podemos aceptar su rechace de un
sólido cuerpo de evidencia probatoria por no demostrar las teorías de Freud, pero en cambio
hay que considerar sospechosas sus evaluaciones más positivas. Un libro que H. J. Eysenck y
G. D. Wilson, « El Estudio Experimental de las Teorías Freudianas» (Londres: Methuen, 1973)
examina los principales experimentos que según críticos competentes dan el mayor respaldo a
las teorías freudianas y trata de demostrar que, de hecho, no prueban tal cosa. Debe dejarse a
los lectores decidir por sí mismos entre Kline y Eysenck-Wilson.

CAPITULO VII: PSICOCHARLA Y PSEUDOHISTORIA

El debate, en este capítulo, se ha basado ampliamente en la obra de D. E. Stannard


«Encogimiento de la Historia» (Oxford: Oxford University Press, 1980), un examen detallado de
las pretensiones de Freud y sus seguidores concerniente al estudio de la historia desde el
punto de vista psicoanalítico... y es una exposición muy condenatoria.

En cuanto al aspecto antropológico del capítulo, los lectores pueden referirse a M. Harris, «El
Ascenso de la Teoría Antropológica», (Nueva York: Crowell, 1968) y E. R. Wallace «Freud y la
Antropología: Una Historia y Reevaluación» (Nueva York: International Universities Press,
1983). También se cita a «Margaret Mead y Samoa», de D. Freeman (Cambridge, Mass:
Harvard University Press, 1983), que demuestra muy claramente cuán totalmente vacías de
contenido pueden ser las teorías e interpretaciones antropológicas.

CAPITULO VIII: DESCANSE EN PAZ: UNA EVALUACION

Para este capítulo podemos recomendar un libro de N. Morris, «Un hombre poseído: La
Historia del Caso de Sigmund Freud» (Los Ángeles: Regent House, 1974). Este libro también
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puede ser relevante para el capítulo I, analizando la personalidad de Freud de una manera
relacionada con nuestra interpretación de su obra como extensión de su personalidad, y para el
capítulo II en cuanto se refiere a los detalles de lo que parece un análisis desde el punto de
vista de la víctima.

El libro de R. La Piere, «La Ética Freudiana» (Nueva York: Duell, Sloan & Perce, 196 1) se
ocupa de las enseñanzas de Freud desde el punto de vista ético e insiste en el tremendo daño
que ha hecho a la sociedad americana y, por extensión, a la europea.

«El Standing del Psicoanálisis» (Oxford: Oxford University Press, 1981) de B. A. Farrel y «
Freud y el Psicoanálisis» (Milton Keynes: Open University Press, 1983) de R. Stevens debaten
el crédito del psicoanálisis y se ocupan de muchos de los temas suscitados en este capítulo.
Ambos han sido escritos por hombres que son contrarios al psicoanálisis, pero lo aceptan en
direcciones que, como he hecho notar, lo reducen, en última instancia a un status no científico.

Hay, muchos más libros y gran cantidad de artículos que podrían y deberían ser leídos por
quien deseara ser considerado competente para discutir los sujetos implicados. No obstante,
se encontrarán referencias detalladas en los libros antes mencionados, y no serviría de mucho
ir más allá de la lista que aquí se ofrece.

Pocos se habrían atrevido a un análisis tan objetivo de Freud, como el realizado por Hans J.
Eysenck. Y dicho análisis en pocos casos habría tenido algún valor como no fuera en la pluma
de un profesor de prestigio internacional que actualmente posee Eysenck. Sus extensos y
documentados trabajos en el campo de la psicología, y sobre temas como la personalidad, la
inteligencia y la educación, han hecho de él uno de los investigadores científicos más cotizados
en el mundo editorial. Su visión de la obra de Freud acaba siendo definitiva.

«Lo que hay de cierto en Freud no es nuevo, y lo que hay de nuevo en Freud no es cierto.

¿Qué podemos decir de Freud y su lugar en la historia?

Fue, sin duda, un genio; no de la ciencia, sino de la propaganda, no de la prueba rigurosa, sino
de la persuasión, no de los esquemas y experimentos sino del arte literario.

Su lugar no está, como él pretendía con Copérnico y Darwin, sino con Hans Christian Andersen
y los hermanos Grimm, autores de cuentos...

Freud llegó, en el caso de Dora, a interpretaciones sobre los complejos de la paciente, que, en
realidad, no eran más que manifestaciones de las manías (o complejos) del propio Freud

... Después de ochenta años de haberse publicado las teorías freudianas originales, no hay
ninguna de ellas que pueda ser respaldada por una adecuada evidencia evidencia
experimental, ni por estudios clínicos, investigaciones estadísticas ni métodos de observación.

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El doctor Hans J. Eysenck, nacido en 1916, es profesor de Psicología en la Universidad de
Londres, y director del Departamento Psicológico en el Instituto de Psiquiatría (Maudsley and
Bethlem Royal Hospitals). Es uno de los más conocidos psicólogos de la actualidad y también
de los más polémicos. Su documentación y, sobre todo, la originalidad de sus ideas, le ha
ganado la honrosa enemistad de quienes viven y se nutren de unas ideas llamadas «nuevas»
desde hace un siglo.

Además de numerosos artículos en revistas técnicas, Eysenck ha escrito también varios libros,
entre ellos Dimensión de la personalidad, Descripción y medida de la personalidad, La
psicología de la política, Usos y abusos de la pornografía, La dinámica de la ansiedad y la
histeria, Conozca su propio coeficiente de inteligencia, y Hechos y ficciones de la Psicología.
Como psicólogo se enfrenta a la mitología de Freud y sus adláteres en Decadencia y caída del
Imperio Freudiano. Son muy interesantes también sus incursiones en el campo de la Etnología,
habiendo causado un gran impacto, su obra Raza, Inteligencia y Educación.

Hans J. Eysenck: Decadencia y Caída del Imperio Freudiano

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