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Universidad Nacional de Colombia

Introducción a la Literatura
Juliana Pinzón Garrido
Noviembre de 2016

Senderos que convergen

Yun Tsu se despertó como si nada, se bañó, se arregló, fumó su pipa y salió

hacia su trabajo como normalmente lo hacia. Fue en plena clase, mientras

hablaba sobre la linealidad del tiempo en Edipo, que la imagen vino a su mente

como de la nada. Era él corriendo angustiosamente entre muros de follaje, un

sueño, una pesadilla. Se quedó en silencio brevemente, como cuando se acaba

de experimentar un deja vu; pronto lo notó, así que culminó su frase y fue a

sentarse en su escritorio. Improvisó un taller para ocupar a sus estudiantes y así

pudo concentrarse en tratar de recordar aquel sueño olvidado.

Como suele ser, los trajines del día nos sacan de nuestras reflexiones y estamos

todos volcados hacia fuera, con todos los sentidos sobre el mundo, de manera que

en la tarde ya ni se acordaba de aquella imagen. En todo caso, cuántas cosas

extrañas no soñamos cada noche con tanta realidad, como para detenerse ahora

en una imagen cualquiera, en un fragmento flotante de un sueño perdido, porque

sí. Nada que hacer, así funciona. Puedes no recordar nada al despertar y luego de

repente una visión de la noche se aparece y entonces es inevitable querer evocar

lo soñado, en cada detalle, como si hubiese un mensaje que descifrar. Puedes

haber visto y sentido infinitas cosas mientras dormías, incluso una sola imagen de

aquel misterioso mundo detrás de los parpados puede afectar tu ánimo, pero de

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cualquier modo, en un sentido pragmático, son ficciones inútiles, a lo sumo una

entretenida elucubración para pasar el tiempo, un atrapante acertijo si se quiere.

Por otro lado, si la sensación no fue buena ¿para qué atraer la misteriosa visión?

Ya pasó, la vida ha continuado normal en este día – se dijo Tsu- , lo que sea que

este signo pueda contener en nada mejorará o emporará mi vida.

Continuó así con sus clases y con su investigación sobre aquel curioso librejo

encontrado en un recóndito lugar de la casa de sus abuelos. Lo tenía hace ya

unos meses, desde la última reunión que tuvo la familia, se lo trajo a la casa para

examinarlo con detalle, pues no sólo le parecía raro en términos de su

aparentemente incoherente contenido, sino de su procedencia singular.

Le contaron sus abuelos, al preguntarles por el polvoriento montón de hojas

arrinconadas en la biblioteca, que eran una reliquia familiar, un proyecto de novela

escrita por el ancestro Ts'ui Pên. Según le comentaron, fue gobernador de Yunnan

y "renunció al poder temporal para escribir una novela que fuera todavía más

populosa que el Hung Lu Meng y para edificar un laberinto en el que se perdieran

todos los hombres." La habían guardado como recuerdo de él, pues murió a

manos de un forastero armado y loco, la conservaron en la casa y su existencia

fue conocida sólo por sus parientes, pese a que el albacea de Ts'ui Pên -que era

un monje taoísta o budista – insistió en su publicación.

Yun Tsu leyó la novela muchas veces, de muchas formas, aún así continuaba sin

hallarle sentido alguno. Llevaba entonces ya un tiempo familiarizándose con el


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libro, investigando sobre la vida de Pên, sobre su muerte, sobre su gusto por los

laberintos y sobre sus nexos con el monje que quería que el escrito fuese

publicado; de quien también buscó más información aunque sin mucho éxito,

pues pensó que de pronto él podía comprender aquel libro que no dejaba de

intrigarlo.

Sin embargo, aunque su mente estaba atrapada por el enigma que rodeaba la

vida y obra de Ts'ui Pên, esa misma noche, después de dormirse leyendo otro

libro sobre budismo, volvió a soñar que estaba corriendo entre aquellos muros

verdes de follaje, como con una ansiedad de llegar a cierto lugar al que no llegaba,

luego, de la nada, se hallaba frente a un alto portón herrumbrado y cerrado,

entonces se despertó. En esta ocasión sí pudo abandonarse a la rememoración

de sus sueños pues mientras volaba hacia la India tuvo muchas horas quietas que

no sabía ya cómo hacer pasar. Estuvo entonces tratando de atinar por qué se

soñaría corriendo y atrapado, hacia dónde se afanaba y por qué, de qué lugar era

preámbulo aquel portón herrumbrado, por qué este sueño entre todos los

soñados, se repetía causándole tanta ansiedad.

En fin, ahora debía concentrarse en encontrar la información por la que había

emprendido su viaje. Se había librado por un tiempo de las obligaciones de la

academia pues fingió estar enfermo; tan absorto lo tenía su investigación sobre el

libro de Pên que cuando obtuvo respuesta del señor Albert, diciéndole que podía

ayudarlo con información acerca del monje Dakini, inmediatamente programó el

vuelo e hizo los preparativos para una excusa suficiente en su trabajo. Por algún
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azar, que no buscaba comprender, se sentía incitado a llegar al fondo de la

historia del libro, estaba convencido de que había una forma de darle sentido y

dejó que esta convicción lo guiara por varios meses, durante los que todo lo que

hizo fue afanarse, empeñarse, fatigarse, trasnocharse y estresarse en demasía

por algo que era, a la larga, una curiosidad advenediza y quizá insignificante.

Fuera como fuese ya había llegado hasta ahí y debía asegurarse de no perder la

oportunidad de hallar más pistas.

Había quedado de hospedarse en la casa del señor Albert, la cual quedaba a las

afueras de la ciudad, colindando con los monasterios. Se bajó del rústico autobús

en un paraje solitario por donde sólo se veía un camino; tal como se le había

indicado. "El camino bajaba y se bifurcaba, entre las ya confusas praderas."

Recordó las palabras de Albert, quien le escribió “(…) usted no se perderá si toma

ese camino a la izquierda y en cada encrucijada del camino dobla a la izquierda”.

"Recordó que tal era el procedimiento común para descubrir el patio central de

ciertos laberintos", entonces poco a poco fue notando que el camino se iba

convirtiendo en un pasillo, se descubrió rodeado de follaje y, aterrado de ver su

sueño materializarse, empezó a correr y correr. Después de un tiempo que le

pareció tan largo como mil vidas se encontró frente al portón herrumbrado que ya

reconocía. Estaba abierto. Leyó en aquello un signo terrible y definitivo de que no

había marcha atrás.

Tras atravesar una alameda llegó a una casa. Se veía un farol a través de una

ventana, se oía música China, todo se le hacia extrañamente familiar, como


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cuando era un niño jugando en el jardín de la casa de sus abuelos. Afuera no

había nadie además de él. Se aproximó a la ventana y vio a dos sujetos

conversando, un hombre de barba gris le decía a un muchacho:

“(…) La explicación es obvia: El jardín de los senderos que se bifurcan es

una imagen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía

Ts'ui Pên. A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no

creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos,

en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y

paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o

que secularmente se ignoran, abarca todas la posibilidades.”

Luego el muchacho dijo algo que Tsu no alcanzó a escuchar bien, seguidamente

miró hacia la ventana, justo donde él estaba parado, y Tsu descubrió entonces

que aquel muchacho con el que hablaba el anciano era él mismo: Yun Tsu. Pero,

al parecer sólo él lo notó, pues el muchacho en la habitación no estaba exaltado ni

pasmado como él, que no podía alejarse de la ventana. Sin embargo ello pasó a

segundo plano, pues la escena continuaba, el muchacho dijo algo al anciano y

cuando este le dio la espalda para sacar algo de un cajón, le disparó a muerte. En

ese momento toda aquella ilusión pesadillezca pareció diluirse tras el grito de

espanto que Yun Tsu emitió.

Al abrir los ojos se encontró sudando sobre su cama, apretando fuertemente las

hojas de Pên en la mano. Se levantó, se quedó mudo por un momento, luego dijo

¡Malditos sueños absurdos! Y se fue a fumar junto a la ventana.


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