Está en la página 1de 9

Claudia Andujar y los Yanomami: hacia una etnopoética de la fotografía1

María Fernanda Piderit

Instituto de Literatura Hispanoamericana-UBA

Autorretrato, foto de Claudia Andujar, Catrimani, RR, 1974. Extraído de la Revista Zum

El encuentro de dos mundos

Han pasado cerca de cincuenta años desde que Claudia Andujar se internó por primera vez en el
mato, aquel lugar donde el sol penetra poco y la oscuridad de la noche es total, cincuenta años
desde que la revista Realidade convocara, en 1970, a varios fotógrafos para un número especial
sobre la Amazonía. Desde ese momento, desde que Claudia sintiera que por fin había encontrado
su lugar en el mundo durante la travesía que la llevó hasta Catrimani en el territorio Yanomami, no
ha abandonado un activismo político en defensa de esta sociedad en que ha utilizado principal,
pero no únicamente, a la fotografía como herramienta de resistencia y lucha, una fotografía que
escapó a todos los convencionalismos de un registro documental o etnográfico tradicional, con
una experimentación que hasta el día de hoy nos resulta transgresora. Su obra ha sido tan
coherente, al mismo tiempo tan provocadora visual y políticamente, que este año la Fundación

1Artículo publicado en https://www.revistatransas.com/2020/06/18/claudia-andujar-y-los-yanomami-hacia-


una-etnopoetica-de-la-fotografia/
Cartier de París había organizado, junto con el Instituto Moreira Salles de San Pablo, una
retrospectiva sin precedentes para un solo fotógrafo. Signo de nuestros tiempos, programada
para los meses entre enero y mayo, la muestra ha debido ser suspendida por una pandemia que,
una vez más, pone en riesgo de muerte, y en muchos casos peligro de desaparición, a
comunidades indígenas del Brasil.

Mapa del Territorio Yanomami en el libro Yanomami: frente ao eterno (1978) — Cortesía de Roberto Cecato.

Por ahora, quisiera remontarme a esa década de los setenta, a los años en que Claudia Andujar
estableció contacto por primera vez con la sociedad Yanomami que habita en el noroeste de
Brasil, en el límite con Venezuela, en el Estado de Roraima, donde vivió con ellos, se internó en su
paisaje y su cultura y, finalmente, en 1978 publicó sus tres primeros libros con el material que
recopiló durante todos esos años iniciales de amistad con este grupo de Yanomami: notas,
relatos, dibujos y miles de fotografías en color, blanco y negro, y transparencias; tres libros que
dan cuenta de la particular mirada de Andujar, así como de los grados de experimentación
artística y visual que hacen de estas obras una suerte de bisagra en la forma de representar a una
sociedad indígena en nuestra región sudamericana en un contexto político de tremenda violencia
y muerte por parte de las dictaduras militares que nos asolaban. En esos años en que la muerte,
y el miedo que se proyectaba sobre ella como una sombra de culpa, seguía persiguiendo a
Claudia Andujar desde que escapara de Europa hacia Estados Unidos en 1946 luego de que su
padre y su familia paterna y amigos murieran en los campos de concentración de Auschwitz y
Dachau.

En un sentido que nos atrevemos definir como vital, esta primera travesía por una selva
prácticamente virgen, de días enteros de caminata incesante y monótona, fue un viaje iniciático
para Andujar,

donde sabía que estaba caminando, que estaba siguiendo a otro, colocando un pie delante
del otro, pero con mis pensamientos lejos: me vi de niña en Europa. Una Europa de la
guerra, una niña que intentaba desesperadamente vincularse con alguien. Amar y ser
amada, ser comprendida, ése era el deseo de mi infancia, que no se cumplió.

En este paso monocorde sostenido también recordó los años vividos en Nueva York, sola, en los
parques de la megápolis su voz sin respuesta. Pero después de varios días de esta marcha
invariable bajo los árboles espesos de la selva, Andujar comenzó a sentir que era una caminata
que la limpiaba de todo lo que estaba dentro de ella, que se había encontrado a si misma, se
había encontrado en el sentido de haber encontrado lo esencial, que se sentía un ser integral.
Durante este viaje Andujar se enfermó de malaria, pasó días con fiebre y dolor y, una vez más, el
miedo a la muerte se le hizo presente, un miedo que adquiría la forma de la culpa de estar viva,
pues durante la guerra todo mi mundo fue arrasado de un día para el otro. Y yo seguía viva
mientras los otros morían. Moría mi padre, moría mi abuelo, mis amigas y un amigo… Sin
embargo, fue esta misma experiencia cercana a la muerte, en medio de la selva, casi siempre a
oscuras, acompañada por los indígenas que le aliviaban el dolor, la que erradicó el miedo del cual
no había podido escapar: y entendió la vida de otra manera, la vida, donde la muerte es solo un
proceso complementario, una otra forma de continuar, un proceso de transfiguraciones de
momentos en flujos. Claudia Andujar se había encontrado para siempre con los Yanomami.

Un lenguaje fotográfico

El chamán Naro Paxokasi thëri inhala el alucinógeno yãkoana, Catrimani, 1972-1976 (extraído de la Revista Zum)

Durante los primeros años posteriores al encuentro con la comunidad Yanomami de la cuenca del
Catrimani, Claudia no se pudo comunicar de forma verbal con ellos, sino que a través de la
observación de sus gestos, de sus actos, de sus miradas, se trataba para Andujar de una forma
de absorción que le permitiera, después, expresar esa vida en imágenes fotográficas capaces de
narrar experiencias más que de relatar historias concretas o documentar una realidad limitada a la
percepción superficial del mundo material. Se trataba de documentar, de alguna manera, el
mundo invisible a nuestros ojos, las experiencias de la vida y de la muerte, de los espíritus de la
naturaleza, suerte de luciérnagas en forma de diminutos humanoides luminosos que viven en la
selva y que son la “imagen” de seres ancestrales —paráfrasis imposible para definir a los
xapiripë: los xapiri se parecen a los humanos, pero sus penes son muy pequeños y a sus manos
les faltan algunos dedos; son minúsculos, como polvos de luz, y son invisibles a los ojos de la
gente común, es una de las descripciones que hará el chamán y activista Davi Kopenawa, amigo
inseparable de Claudia Andujar desde esa década, cuando se dice el nombre de un xapiri, no es
solo un espíritu al que se nombra, sino a una multitud de imágenes semejantes, imágenes como
espejos, precisará.
En este aprendizaje, en esta búsqueda de las imágenes del mundo Yanomami, Andujar no
necesitaba, en primer lugar, del lenguaje verbal; había otros lenguajes, el de los cuerpos, de los
gestos, de las miradas, de los dibujos sobre los cuerpos, de los rituales, de los animales, de los
ruidos de la selva, incluso del consumo de alucinógenos, que por el momento le comunicaban
más que el lenguaje articulado. Documentar esa realidad, incompresible para los habitantes de
otros lugares, para el resto de una población colonizada hace tiempo, invisible para nuestros
códigos de la mirada, requería una forma diferente de hacer fotografía, un lenguaje nuevo
también para la fotografía porque, tal como se pregunta Pedro de Niemeyer Cesarino en la
Revista ZUM ¿se puede fotografiar a los xapiripë? ¿se puede registrar la materialidad de los
cantos? ¿se puede capturar la fusión de los cuerpos en una fiesta? Claudia Andujar había
empezado a experimentar las posibilidades expresivas de las técnicas fotográficas hacía tiempo
con el fotógrafo y artista visual afroamericano George Love, quien en 1971, en San Pablo,
afirmaba que es necesario, antes que nada, que el fotógrafo tenga consciencia de que nunca con
una cámara, un lente y una película podrá reproducir la realidad, abogando por una fotografía
expresiva, abstracta y con una fuerte carga emocional que utilizaba todos los recursos y
procedimientos, incluso las limitaciones y errores, para transmitir a través de imágenes
fotográficas realidades subjetivas e invisibles a la mirada común. Este período de los años
setenta se caracterizará, en la obra de Andujar, por la búsqueda de una expresión estética en la
fotografía que le permitiera dar cuenta de esas experiencias, de esa otra forma de concebir el
mundo y la vida, a través de imágenes que luego serían parte de muestras, filmes y libros fuera
del territorio Yanomami. Sin embargo, desde muy al comienzo, desde este primer encuentro, lo
que le interesaba a Andujar era establecer una relación igualitaria de humano a humano, y que los
integrantes de las diferentes comunidades Yanomami con las cuales conviviría durante este
período participaran activamente en lo que, la década siguiente —hasta el día de hoy— se
transformaría en una lucha política por mantener la unidad del territorio Yanomami frente al
desmembramiento en zonas aisladas que se proponía desde el régimen militar —y aún hoy. Es
así que durante este momento de su producción, Andujar comenzó a desarrollar un lenguaje
fotográfico que, tomando prestado el término del antropólogo Carlos Rodríguez Brandao,
podemos considerar una suerte de etnopoética fotográfica: una imagen de tipo etnográfica que
pase de la información dura al diálogo disonante, de la objetividad unívoca a la multiplicidad de
de interpretaciones personales, del registro etnográfico a la sugestión mitopoética del gesto; una
fotografía que no sólo es un objeto útil —reproducción fiel de cierta percepción de la realidad—
para la antropología, mera ilustración, sino una fotografía que vuelve a ser imagen en sí misma,
con todas las posibilidades expresivas, sensibles y mágicas que puede contener como imagen
autónoma más que como fotocopia de datos pretendidamente objetivos.

Los años de experimentación

Página desplegada del libro Amazonía (1978). Extraído de la Revista Zum

La experimentación en el lenguaje fotográfico en Andujar se remonta a la década de los años


sesenta e incluso a su formación artística en Nueva York donde además incursiona con la pintura
abstracta; sin embargo, el encuentro con los Yanomami en un ambiente adverso tanto para la
cámara como los materiales fotográficos, sumado a la necesidad de documentar una realidad
nueva para ella y los destinatarios a quienes estaban dirigidas inicialmente las fotografías —los
lectores de la revista Realidade— la obligaron a llevar esta experimentación más allá de los límites
del ambiente controlado que tenía en el laboratorio de la ciudad de San Pablo donde, por
ejemplo, había realizado la serie A Sônia o O pesadelo para la misma revista, aplicando filtros de
colores o superponiendo negativos para la copias finales.

De la serie A Sônia (1971). Extraído de la Revista Zum

De la serie O Pesadelo (1970). Acervo del Instituto Moreira Salles

Algunos de los primeros problemas que encontró Andujar en medio de la selva fue la oscuridad
casi permanente, la humedad que deterioraba las películas y la cámara misma, pero además
durante el primer viaje el flash se rompió. Sin flash y con poca luz, tuvo recurrir a tiempos de
exposición más largos y diafragmas más abiertos, de manera que los movimientos quedaban
borrosos y buena parte de la superficie de la imagen fotográfica desenfocada, incluso con
veladuras en algunos casos, una calidad de imagen que, en términos de registro documental
tradicional, podría ser calificada como deficiente. Si embargo, estas características, errores si
queremos, se fueron transformando en parte de un lenguaje expresivo que le permitía desarrollar
una mirada coherente con la realidad a la que estaba enfrentada. En este sentido, la fotografía de
Claudia Andujar, en este período que se ha entendido como el más “artístico”, propone una forma
innovadora del registro fotográfico de carácter antropológico y, por lo tanto, de la representación
del los pueblos indígenas en nuestra región. Y es en este punto justamente, desde el punto de
vista de la representación del mundo indígena, donde obra de Claudia Andujar resulta
profundamente innovadora y una suerte de bisagra en la forma que, de ahí en adelante, muches
fotógrafes abordarían el tema indígena en la producción de sus imágenes. Respecto de este
último punto me gustaría destacar dos aspectos relevantes para nuestra lectura: por un lado, la
escasa presencia de lo indígena en el mundo de las artes visuales, tanto así que todavía en el
2016 Moacir dos Anjos, crítico de arte, afirma que el arte brasileño contemporáneo —donde se
incluye la fotografía— ignora la presencia indígena en el país y lo que hoy significa para quienes lo
habitan, ausencia que, acusa, no tiene nada de natural, sino que refleja la percepción del lugar
sobrante, tanto en términos concretos como simbólicos, al cual están relegados los pueblos
indígenas del Brasil; y por otro lado, es el cambio que para la fotografía etnográfica significa la
irrupción de imágenes muy expresivas —muchas veces bordeando la abstracción— con una alta
carga emocional que no pretende de ninguna manera ocultar la subjetividad a la que está
expuesto el registro fotográfico, tanto de quien lo produce materialmente —la fotógrafa con todas
sus intervenciones—, de los sujetos que participaron activamente para que esas imágenes
pudieran ser producidas, es decir los retratados, sus actividades y su entorno, así como de los
potenciales receptores de estas imágenes en diferentes montajes y soportes, además de
distintos lugares y tiempos —lo que en las décadas posteriores incluyó a los propios Yanomami
en la lucha contra la usurpación de su territorio.

Esta experimentación da lugar a una producción de imágenes fotográficas de carácter


etnográfico, donde sin duda se puede ubicar y se ha ubicado el trabajo de Andujar, imágenes que
se proponen de alguna manera como autónomas de una discursividad textual —es decir no
ilustrativas del o subordinadas al texto antropológico, aunque en necesario diálogo con él—, que
intentan narrar fenómenos “invisibles” de la experiencia social y comunitaria, que se presentan
como parte de un realidad en vez de representar una realidad ajena al registro mismo, todas
características de una fotografía etnográfica que recién en la década de los años ochenta se
presentará, dentro del campo especializado de la antropología, como posible y como válida —
más allá de contadas excepciones en el pasado de la práctica antropológica—, pero que también
son el resultado de una crisis de la representación en el campo de las artes visuales, y de la
fotografía, en el mundo occidental. Entonces, lo que podemos observar en la obra de Claudia
Andujar es la confluencia de diferentes disciplinas y campos, y sus respectivos revisionismos,
que dan lugar a una imagen transgresora, una forma de representación de los pueblos indígenas
que rompe no solo con los convencionalismos de la etnofotografía, sino que también con los
estereotipos asociados a la imagen —tanto visual como simbólica— del “indio” que esta misma
fotografía venía replicando desde el siglo XIX. Se trata, en definitiva, como propone el título de
este ensayo, de una forma de etnopoética de la fotografía inaugurada en nuestra región por la
fotógrafa brasileña Claudia Andujar y su familia extendida, los Yanomami.

Bibliografía de referencia

Brandao, C. (2004). Fotografar, documentar, dizer com a imagem. Cadernos de Antropologia e


Imagem, 18, 27–54.

Grebe-Vicuña, E. (1989). Etnoestética y comunicación: Una proposición para el estudio


antropológico del arte. Revista Aisthesis, 22, 21–16.

Santos Lucas, Marina. (2016). Para Além da Descrição: Claudia Andujar e a Estética do Invisível
na Compreensão dos Yanomami. Monografía para la obtención de título de Bachiller en
Comunicación Social, Universidad de Pernambuco, Brasil.

Tacca, F. (2011). O índio na fotografia brasileira: Incursões sobre a imagem e o meio. História,
Ciências, Saúde, 18(1), 191–223.

También podría gustarte