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INTRODUCCIÓN

Me ha inspirado escribir este texto la contemplación de lo extraor-


dinario que es el instituto de la sociedad anónima como resorte
por un lado del progreso económico y por otro como instrumento
de la sociedad civil capaz de competir con el omnímodo poder del
Estado en la realización de grandes empresas e industrias. Desde el
nacimiento de las primeras sociedades anónimas a fines del siglo XVI
y especialmente principios del siglo XVII, la riqueza privada se ha
multiplicado innumerables veces, expansión a la que este instituto
ha contribuido poderosamente y si bien sus aspectos jurídicos no
son el único factor en dicho exitoso desempeño, no cabe duda de
que tienen que ver con él.
Como somos herederos del Code de 1807 hemos perpetuado un
error conceptual introducido en ese ordenamiento: el visualizar la
sociedad anónima como una sociedad. Antes del Code de Conmmerce
napoleónico, la expresión sociedad anónima (société anonyme) se
aplicaba en el Derecho francés a lo que nosotros conocemos como
contrato de asociación o cuentas en participación.1 A la sociedad
anónima actual no se la tenía como una sociedad, lo que explica que
en la Ordenanza General de Comercio de 1673 no se la considerara
ni como una sociedad ni como asunto propio de ese ordenamiento
mercantil, porque las sociedades anónimas tenían entonces y tie-
nen hoy una naturaleza muy distinta a las sociedades propiamente
dichas.
La tesis central de este texto es que las sociedades anónimas
tienen poco de sociedades y mucho de anónimas. Dicho sin am-

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Ver DANIEL JOUSSE, Nouveau Commentaire sur les Ordonannces de Mois d’Août
1669 & Mars 1673, París, 1761.

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