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Materia:
África.
Tema 2.
Actividad de Aprendizaje 4.
La tradición viviente.
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Introducción.
La realidad es que África está ahí, precisamente donde las civilizaciones comenzaron, pero
se mantienen en potencia, latente y trata de equilibrar su existencia con un mundo moderno
que quizá no es del todo compatible con su propia idiosincrasia, es por ello la importancia
de eliminar de la memoria colectiva la historia africana, pues desarraigar al habitante, al
poblador, de su conexión con el pasado, lo debilita y convierte en una presa fácil de la
dominación.
Ante el epistemicidio que se construye para demeritar la historia africana, la tradición oral
como herramienta de construcción de la historia parece débil, pues como señala el refrán,
“vale más un papel opaco que una mente brillante”, pero, ¿qué pasaría si a esa mente la
convertimos en un sistema de redes colectivas interconectadas y verificables, y añadimos
un sentido profundo sentido moral, implantado desde la infancia a todo aquel que desee
convertirse en guardián de la tradición y la fuerza que esconde la creación?
Es evidente que África aun lucha por mostrar su identidad al mundo, su vasta y profunda
historia debe ser conservada como patrimonio de la humanidad sin lugar a dudas. Es por
ello que adentrarse en este proceso requiere vivirlo, en los párrafos subsecuentes trataremos
de desarrollar un proceso de apertura académica que nos permita comprender con mayor
certeza la tradición oral africana como fuente valida y confiable para la historia.
Desarrollo.
Amadou Hampâte-Bâ lo resume de esta forma: “[…] todo el problema es saber si se puede
otorgar a la oralidad la misma confianza que a lo escrito para testimoniar cosas del pasado”
(Hampâte-Bâ, 1982, pág. 185).
Una respuesta rápida seria negativa, pero debemos comprender la idiosincrasia africana,
primero, la escritura no es garantía de fidelidad, como el procedimiento académico de la
modernidad europea nos puede hacer pensar, por tanto, lo que es importante es identificar si
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existe semejanza, entre la memoria individual y la colectiva, así como valor, entre el sujeto
que presta testimonio y su palabra.
Para los pueblos africanos, la palabra posee un peso toral en la cohesión de la sociedad
misma, ostenta un origen divino, pues es regalo del creador, y uno sagrado, pues el hombre
se comunica con su Dios a través de esta. La relación entre lo mundano y lo divino
presupone la existencia de una fuerza fundamental que se aloja en el hombre de forma
estática y lo convierte en un guardián de este ímpetu primigenio.
En primer lugar, el elemento moral del respeto a la verdad. Los maestros tradicionalistas,
los “doma” o “poseedores de la palabra” dan veracidad a la oralidad por el respeto que
tienen de la verdad, por tanto debe mantener un apego irrestricto a la ritualidad, para
conservar el equilibrio interno y de esta forma proporcionar armonía al mundo. Esto no
implica que jamás se equivoquen, por el contrario, serán los primeros en reconocerlo pues
la verdad es su disciplina. Pero si un maestro iniciado falta a la verdad o tergiversa
mediante la palabra los acontecimientos, tiene el riesgo de perder su credibilidad y con ello
cualquier atisbo de respeto colectivo.
En segundo término, existe una cadena de transmisión que domina la historia que recogen
los pueblos, cada poseedor de la palabra solo es un eslabón de una cadena de información
que debe ser trasmitida con regularidad mediante la palabra, pues esto mantiene la dinámica
de la fuerza misma. Como lo señala Hampâte-Bâ: “Si no hay transmisión regular, no hay
magia, sino solamente charla o cuento” (Hampâte-Bâ, 1982, pág. 197).
Por último, la historia está sometida a un control permanente, por parte de los demás
encargados de resguardar la tradición, en una suerte de comprobación entre pares. Aunque
alguno de los tradicionalistas iniciados falle en su tarea o tergiverse con dolo o por error la
historia, el trabajo de sus semejantes o los rastros antiguos, restituye el equilibrio al
eliminar el error. Claro que el tradicionalista puede agregar su propia apreciación, pero ello
sin cambiar el sentido de la historia tradicional, constituyendo así un nuevo eslabón y
construyendo de esta forma el conocimiento.
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El eurocentrismo nos ha enseñado que el conocimiento se genera científicamente, tras un
sistema de observación, generación de hipótesis, análisis, experimentación y comprobación,
metemos la realidad en un esquema sistemático y la separamos de la experiencia vívida. En
África, la tradición “[…[ no corta la vida en trozos y el conocedor pocas veces es un
especialista” (Hampâte-Bâ, 1982, pág. 192)
El conocimiento africano es una ciencia de la vida, que implica el contacto del hombre con
fuerza que sustenta el mundo. Por ello hay distintos tipos de conocimiento que puede
dividirse en artes, oficios, actividades, etc, aunque realmente el conocimiento total es uno,
el de la tradición, el tradicionalista, es aquel guardián de los acontecimientos pasados o
contemporáneos. (Hampâte-Bâ, 1982, pp. 191-192).
De esta apreciación, podemos inferir que la tradición oral como un todo, es el conocimiento
que se produce y la historia que se transmite, es decir, el cúmulo de testimonios y
enseñanzas que componen la tradición que constituye la raíz del pueblo y se comunica a las
generaciones subsecuentes, pero no solo eso, sino que además permite la conformación del
hombre, amoldándolo a cada situación y existencia particular.
“La iniciación le hará descubrir su relación con el mundo de las fuerzas y le llevara poco a
poco hacia el dominio de si, hacia la finalidad restante de llegar a ser como un Maa, un
hombre completo, interlocutor de Maa Ngala y guardián del mundo viviente” (Hampâte-
Bâ, 1982, pág. 200).
Aunque claro que la tradición oral y la historia que esta construye no son limitativos de los
iniciados destinados a ser maestros. Su conformación también corresponde al papel que
desempeñan los griots, cuyo uso de la tradición oral “[…] no se limita a cuestos y
leyendas” (Hampâte-Bâ, 1982, pág. 186).
Los griots son trovadores vinculados a algunas familias nobles que recorren el país, están
lejos de ser conservadores únicos de la memoria o los más calificados, pero si puede ser
conocedores, tradicionalistas guardianes del conocimiento del pasado.
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Al griot se le permite tener dos lenguas, pues por un lado mantiene la tradición de la
oralidad, pero por otro le es licito manipularla, embellecerla para distraer o atraer al
público, en pocas palabras, el griot ni está obligado a la solemnidad ni al respeto irrestricto
de la verdad, de hecho todo mundo puede esperar esta licencia con los griots.
Aun a pesar de esta leve licencia de la solemnidad y el desparpajo, los griots suelen
conservar la genealogía y la historia familiares, pueden convertirse en historiadores, sin
requerir para ello mayores formalidades y de esta forma “[…] describir el desplazamiento,
a través del tiempo y el espacio, de una familia, un clan o una etnia determinada”
(Hampâte-Bâ, 1982, pág. 215).
Como podemos apreciar, es difícil apreciar la tradición oral desde un punto de vista
científico al cual nos hemos acostumbrado, pero ello no soslaya el hecho de que la historia
africana posea elementos de certeza y veracidad que hacen posible su replicación y
transmisión a lo largo del tiempo sin mayores pérdidas de fidelidad en el discurso,
lamentablemente parece que la penetración extranjera en este continente mina de forma
constante el patrimonio cultural de los pueblos africanos, es necesario un esfuerzo amplio
para la recuperación de la memoria histórica que se pierde de forma continua y sistemática,
salvar la historia de estas poblaciones es mantener su identidad .
Conclusiones.
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Referencias.
Hampâte-Bâ, Amadou (1982) “La tradición viviente”, en Historia General de África, Vol I,
UNESCO, Tecnos. Recuperado de https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000184325