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Héctor Abad Gómez

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Periodista con licencia médica

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Héctor Abad Gómez

Héctor Abad Gómez

Periodista con licencia médica

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Periodista con licencia médica

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Héctor Abad Gómez

Héctor Abad Gómez

Periodista con licencia médica


Selección de artículos de prensa

Prólogo y compilación
Luz Adriana Ruiz Marín

5
Periodista con licencia médica

Serie Humanismo
Ediciones UNAULA
Marca registrada del Fondo Editorial UNAULA

Periodista con licencia médica


Héctor Abad Gómez

Primera edición: octubre de 2015

ISBN: ????????????????
Hechos todos los depósitos legales
© Universidad Autónoma Latinoamericana
© Héctor Abad Gómez

Rector
José Rodrigo Flórez Ruiz

Dirección Editorial
Jairo Osorio Gómez

Impresión
Editorial Artes y Letras s.a.s.

Impreso y hecho en Medellín - Colombia

Universidad Autónoma Latinoamericana UNAULA


Cra. 55 No. 49-51 Conmutador: 511 2199
www.unaula.edu.co

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Héctor Abad Gómez

Pendiente epígrafe

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Periodista con licencia médica

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Héctor Abad Gómez

Contenido

Presentación. .......................................................................... 13
Medicina social y salud pública.............................................. 19
Bienestar, salud, felicidad.................................................. 25
La importancia de la prevención........................................ 27
La medicina social............................................................... 29
Mis cinco mil novias............................................................ 31
Por ahí sí es la cosa............................................................. 33
Acueductos vs hospitales.................................................... 35
Salud para todos, ¡ya!......................................................... 37
Una invitación a pensar..................................................... 39
Autofagia............................................................................. 41
Estudio, trabajo y remuneración........................................ 43
Violencia y no violencia.......................................................... 45
La violencia......................................................................... 47
Una pregunta al presidente............................................... 49
¿En dónde nace la violencia?.............................................. 51
¿Paz o guerra?..................................................................... 53
¿Hasta cuándo este desangre diario?................................. 55
Otra etapa........................................................................... 59
Una guerra sucia................................................................. 61
¿Qué nos pasó a todos?....................................................... 63

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Periodista con licencia médica

Política, justicia y organización social.................................. 65


La liberación humana......................................................... 67
Problemas y prioridades..................................................... 71
La política............................................................................ 73
Justicia económica y paz social.......................................... 75
Los dos extremos................................................................. 77
El pueblo y la tregua........................................................... 79
“Hacia la paz por la justicia social”.................................... 83
Defensa de la vida y la dignidad humana......................... 85
Una visita indispensable.................................................... 89
Mercaderes de votos y puestos........................................... 91
Educación y vida...................................................................... 93
Reflexiones intemporales.................................................... 97
La vida como un todo.......................................................... 99
Sentir, pensar, actuar....................................................... 101
El hombre está solo........................................................... 103
El mal tiene raíces............................................................ 105
Reflexiones........................................................................ 107
El próximo milenio............................................................ 109
Un problema ético............................................................. 111
No perder la esperanza..................................................... 113
Enseñar a aprender.......................................................... 115
La tortura de ser bachiller............................................... 117
La sonrisa de un nieto...................................................... 119
Derechos humanos y denuncias............................................. 121
Los desaparecidos............................................................. 125
Un día en Antioquia.......................................................... 127
Yo acuso............................................................................. 129
Canales irregulares........................................................... 131
¿Hasta cuándo?................................................................. 133
¿Quién controla el ejército?.............................................. 135
¿Quién controla la guerrilla?............................................ 139

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Héctor Abad Gómez

“Lo sentimos... Equivocación”........................................... 141


¿Más días oscuros?............................................................ 143
Seguimos en guerra.......................................................... 145
Pedro Luis Valencia.......................................................... 147
Carta a un periodista............................................................ 149

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Presentación

Las reflexiones del médico Héctor Abad Gómez se man-


tienen vigentes en temas como salud, educación, política,
derechos humanos y construcción de paz. Quienes lo cono-
cieron sentirán su presencia leyendo estas páginas; y los
que aún no saben quién es él, de seguro sus ideas se conver-
tirán en una fuente de inspiración para sus vidas.
La intención del presenta trabajo es resaltar la faceta de
periodista del profesor Abad Gómez, quien publicó más de
trescientos cincuenta columnas de opinión en los periódicos
El Mundo, El Colombiano, El Espectador, El Tiempo y El
Correo. También participó con sus opiniones en espacios
radiales propios, como el que se llamó Una voz libre en el
radio periódico Clarín, y en la Emisora Cultural de la Uni-
versidad de Antioquia el programa Pensando en voz alta.
Además de las múltiples veces que era consultado por los
medios como experto en temas de salud pública o como au-
toridad en derechos humanos. Llamaba Una voz libre tam-
bién a sus publicaciones esporádicas en El Tiempo.
Siendo estudiante de sexto año de medicina Héctor Abad
Gómez fue elegido por el Consejo Directivo de la Universi-
dad de Antioquia como representante estudiantil, para el
período 1944-1946, pero podría decirse que su primer acto
político fue la creación del periódico estudiantil U-235. Un
medio de comunicación con un enfoque de denuncia que po-
nía el foco en algunos temas de ciudad y de la Facultad so-
Periodista con licencia médica

bre los que era necesario reflexionar y buscar alternativas


de solución. El nombre del periódico U-235 hacía referencia
a la desintegración del átomo de uranio, descubrimiento
que propició la construcción de la bomba atómica, y que
además sirvió de inspiración para que este medio se convir-
tiera en eso, en una bomba, como el mismo Héctor describía
en la primera editorial.
Durante los agitados años sesenta se intentó revivir el
periódico U-235 en la Facultad de Medicina, desde estas
nuevas páginas los profesores y algunos invitados critica-
ron el atraso en la asistencia médica. La reaparición no
tuvo éxito, la publicación fue tildada de macartista y dio
lugar al surgimiento del periódico QRS que se decía era
dirigido por el Opus Dei o por la Pax Romana.
En esa misma década Héctor Abad Gómez fue colum-
nista de El Espectador, sus palabras cuestionaban fuerte-
mente lo que sucedía en el país, y en el mundo. En sus
análisis predomina una visión integradora de los asuntos,
en la que conectaba causas y efectos. También publicaba
algunos textos en El Colombiano, pero esos por ser este pe-
riódico de corte conservador eran reflexiones sobre la vida,
y algunas sobre salud.
Desde que apareció el primer ejemplar del periódico El
Mundo, en mayo de 1979, Héctor Abad Gómez fue un re-
ligioso columnista que publicaba sin falta cada ocho días,
algunas veces le llegaron a publicar dos columnas en una
misma semana. Esa tarea muestra un hombre constante,
coherente con sus palabras hasta el día de su muerte, cuan-
do El Mundo como homenaje póstumo publicó el espacio de
su columna en blanco con el título: ¡Qué horror! Lo silen-
ciaron…
El periodismo para el profesor Abad era una pasión,
algo de lo que no podía huir, otro oficio en el que demostró
su disciplina. Defendía la libertad de expresión, por eso ce-

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Héctor Abad Gómez

lebró con entusiasmo la aparición de un periódico de corte


liberal como El Mundo. Pero al mismo tiempo entendía la
responsabilidad que pesaba sobre los hombros quien ejer-
cía esta profesión, instaba a los periodistas a cubrir temas
de relevancia para la comunidad, los cuestionaba como gre-
mio porque a veces permanecían ajenos a la realidad o ser-
vían a intereses económicos o políticos.
En esa época no existían los comentarios en los textos,
entonces Héctor Abad Gómez respondía a sus colegas co-
lumnistas a través de cartas enviadas a los diarios, o desde
sus propias columnas, con argumentos para debatir pala-
bras o hacer hincapié en datos.
Con su programa Pensando en voz alta se consolidó como
colaborador de la Emisora Cultural, durante los sesenta
minutos que duraba su programa hablaba de la realidad
del país, de la situación de derechos humanos, leía poemas
y cartas de los oyentes. Tenía una forma particular de ha-
blar, muy acorde con el medio radial, una forma intimista,
cercana, como de conversación. Leía y comentaba las opi-
niones que le hacían del programa o de los temas tratados.
Pensando en voz alta se transmitía los domingos en una
franja de gran sintonía, y se repetía los lunes a las ocho de
la noche. Como en las épocas del U-235 Pensando en voz
alta produjo también algunas controversias.
En octubre de 1980 fundó la revista Viento Nuevo, en
compañía de Jaime Borrero Ramírez, Ricardo Saldarria-
ga, Leonardo Betancur, Emilio Cadavid, Margarita Vélez
y Gustavo Cadavid. Esa revista sólo tuvo cuatro números,
el último salió en junio de 1985. Una publicación que en
su primer número comunicó que estaría orientada por la
filosofía panómica y que pretendía convertirse en un canal
para el intercambio de ideas, inquietudes, conocimientos
y, por qué no, hasta de descubrimientos. Una revista: “que
quiere ser no una revista médica más, sino una revista de

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Periodista con licencia médica

los trabajadores de la salud que tengan inquietudes cien-


tíficas, académicas, culturales, artísticas, políticas, econó-
micas o sociales, que las quieran comunicar a los demás”1.
En varias ocasiones Héctor Abad Gómez se llamó perio-
dista aficionado, alguien que estaba buscando cómo con-
trastar datos, cifras y fuentes para que la comunidad sa-
liera de la ignorancia, en temas que no tenía a su alcance.
Reconocía el valor del periodismo como profesión, de la im-
portancia que tiene para la sociedad conocer aquellos asun-
tos que tocan directamente su realidad. Era consciente del
poder que tiene la información para influir en las personas
que no pueden obtener de primera mano conceptos, políti-
cas, medidas para la prevención de la enfermedad.
En temas relacionados con salud pública, su interés de
difusión era el que gente supiera cuáles eran los proble-
mas que afectaban su salud, y de paso dar a la comunidad
elementos para aprender a solucionarlos. Pero más allá de
eso, Héctor Abad Gómez pensaba, como rezan los princi-
pios del periodismo, que una comunidad bien informada
puede tener más criterio para discernir lo que sucede en
la sociedad, es una comunidad menos ignorante, con más
posibilidad de contrastar la información que recibe.
Héctor Abad Gómez combinó perfectamente esta aris-
ta de su personalidad, con su profesión médica y con su
sentir político. Decía con frecuencia “soy el único periodista
con licencia médica”. En sus columnas de opinión es posi-
ble rastrear la visión personal acerca de diversos temas:
su concepción de medicina social, de la prevención de las
enfermedades, de salud pública, su visión sobre la política
y sobre los derechos humanos. Además de temas de coyun-
tura nacional e internacional que podrían afectar a gran-

Editorial. Revista Viento Nuevo. N. 1. Octubre de 1980: 2.


1

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Héctor Abad Gómez

des poblaciones, como la violencia, la paz y la defensa de


los derechos humanos, donde señalaba casos puntuales; la
situación del país o de otros países y cómo eso podría afec-
tar al nuestro.
Ese afán que siempre tuvo por comunicarse con el mun-
do, parecía como un compromiso interno que muchos no en-
tendían, y siguen sin entender. ¿Por qué si sabía el impacto
que tenían sus palabras seguía ahí, insistiendo, alzando la
voz, pensando en voz alta? Él mismo lo decía cuando era
interpelado por algo que había dicho o escrito, que era una
voz libre, por eso algunos de sus espacios en la radio o en la
prensa los había titulado así. Porque sentía una necesidad,
que era más fuerte que él, de insistir en temas que siguen
siendo los mismos de hace más de veinticinco años. Como
que los niños se mueren de destruición en Colombia y en
el mundo, que todavía hay lugares donde no hay agua po-
table, que la salud debe ser un derecho y no un privilegio,
que debemos conocer nuestros derechos y ejercer nuestros
deberes, que la violencia debe estudiarse como un proble-
ma de salud pública, que la justicia social debe ser determi-
nante cuando se habla de conseguir la paz.
El estudio de su obra y de sus archivos deja claro que
era un hombre con una disciplina increíble por el uso de la
palabra escrita, que era un hombre que le gustaba exponer
sus ideas, que le gustaba cuando alguien las controvertía
porque tenía la posibilidad de debatir y compartir sus opi-
niones, no para tratar de convencer a los otros, sino para
proponer y construir a partir del disenso.
Hemos seleccionado cincuenta y un textos de Héctor
Abad Gómez publicados en los periódicos El Mundo y El
Tiempo. Fueron clasificados por ejes temáticos con el fin
de presentar una introducción al lector que le servirá de
contexto para comprender el tema con el que se relacionan
en la vida del profesor Abad. Esperamos que se sorpren-

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Periodista con licencia médica

dan con la vigencia que tienen las palabras de un hombre


inquieto por el arte, por la música, por la filosofía y la li-
teratura. Un amante de la belleza de las pequeñas cosas,
de aquellas cosas cotidianas que alimentan la vida. Un in-
quieto por el conocimiento y por exponer y debatir sobre
sus puntos de vista.

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Héctor Abad Gómez

Medicina social
y Salud pública

Héctor Abad Gómez es uno de los más importantes salu-


bristas que ha tenido Colombia. Sus aportes visionarios en
materia de Atención Primaria en Salud son referentes en
Latinoamérica. Su extenso recorrido profesional en salud
inició en 1947 cuando fue invitado a ser el Jefe de la Divi-
sión de Enfermedades Transmisibles del Ministerio de Hi-
giene, cargo desde el que efectuó estudios epidemiológicos
de viruela, poliomielitis, tifoidea y fiebre amarilla, y desde
donde participó en la construcción del proyecto del año ru-
ral obligatorio para los médicos recién graduados.
Fue secretario de Salud Pública de Antioquia, oficial
médico de la Oficina Sanitaria Panamericana en Washing-
ton (1950), asesor de la Organización Mundial de la Salud
para Perú, México, Cuba, Haití y República Dominicana
(1954-1956) y de los Ministerios de Salud de Indonesia y
Filipinas; diputado a la Asamblea de Antioquia, represen-
tante a la Cámara, profesor honorario de la Universidad
de Antioquia y presidente del Comité Permanente para la
Defensa de los Derechos Humanos en Colombia.
Realizó en Colombia importantes proyectos de salud
como las promotoras rurales de salud, las primeras cam-
pañas masivas de vacunación antipoliomelítica y la conso-
lidación de la Escuela Nacional de Salud Pública que lleva
su nombre.
“Abad se formó en la corriente higienista, practicó du-
rante toda su vida el preventivismo, y contribuyó intuitiva

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Periodista con licencia médica

y eficazmente a sentar las bases de la corriente médico-so-


cial latinoamericana”2. En 1946, el periódico U-235 publicó
un editorial, escrita por su director el estudiante Héctor
Abad Gómez donde se refieren al papel que la Facultad le
da al tema de la higiene, afirmando que las directivas des-
precian la cátedra de Higiene, que no le dan la importancia
que se merece, pues le han disminuido las horas de estudio,
la conservan como una materia habilitable y “se burlan de
quien pretende darle la categoría necesaria. Y lo que es
peor, la conciben ya como una clase de higiene personal”3.
Para este estudiante de últimos años de medicina lo que
sucedía con la cátedra de Higiene correspondía a un “sis-
temático desconocimiento de las realidades nacionales, ese
desprecio por su enseñanza, ese desvío y desconocimiento
de su importancia vital en los estudios médicos”4. En ese
entonces la cátedra se dictaba en el último año de carre-
ra, dos horas semanales de clase teórica, con profesionales
poco especializados en esa área.
Pero Abad Gómez no se quedó con esos temas que lo
obsesionaban de la higiene como la calidad del agua y de
la leche. “Captó desde muy temprano la importancia de
prevenir las enfermedades. Vacunar y desparasitar fueron
algunas de las bases del preventivismo”5. La medicina pre-
ventiva llegó en Héctor Abad para acompañar el discur-
so de la higiene y proponer solución a algunos problemas
sociales. Aunque en la Facultad de Medicina el concepto
de prevención tenía contradictores, que lo veían como una
amenaza para la profesión médica curativa y menos asis-
tencialista.

2
Franco.
3
Abad Gómez, “La medicina como función social”, 2.
4
Abad Gómez, “La medicina como función social”, 2.
5
Franco.

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Héctor Abad Gómez

En 1956 la Facultad de Medicina conformó el Depar-


tamento de Medicina Social y nombró como jefe a Héctor
Abad Gómez, “un profesor con estudios en salud pública en
la Escuela de Medicina de la Universidad de Minnesota, en
Estados Unidos, la cual había orientado la enseñanza y la
práctica médicas en el discurso preventivo de la enferme-
dad, siguiendo el modelo de la medicina de Suecia”6.
“Abad se empeñó en impulsar la vacunación masiva,
contra la poliomielitis en Antioquia, contra la fiebre ama-
rilla en el Putumayo, contra todas las enfermedades para
las que hubiera vacuna en todo el país”7. El 5 de abril 1958,
siendo jefe del Departamento de Medicina Preventiva y
Salud Pública de la Facultad de Medicina de la Universi-
dad de Antioquia organizó la primera vacunación masiva
contra la poliomielitis en Colombia. 7.378 niños menores
de seis años fueron vacunados en el municipio antioqueño
Andes. Esta primera experiencia fue muy exitosa, los re-
sultados fueron publicados en las más prestigiosas revistas
de medicina. La experiencia se reprodujo para toda Antio-
quia donde se vacunaron ciento treinta y tres mil niños.
Pero también trascendió el discurso de la medicina pre-
ventiva, hacia un modelo de medicina más sociológico. “Ya
es tiempo de que los médicos y los salubristas nos pregun-
temos, reflexionemos, pensemos en si por habernos dedica-
do exclusivamente a la prevención de las enfermedades, al
tratamiento de ellas y a la rehabilitación de sus secuelas,
hemos olvidado la observación en conjunto de la vida hu-

6
Adolfo León González Rodríguez, La modernización de la Facultad de Medicina
de la Universidad de Antioquia 1930 - 1970. Medellín: Universidad de Antio-
quia, Facultad de Medicina, 2008, p. 185.
7
Saúl Franco. El sembrador siembre nace. Semblanza Héctor Abad Gómez.
Palabras pronunciadas en el evento “Y la muerte no tendrá señorío”, en
agosto del 2007, a los veinte años del asesinato de Héctor Abad Gómez en
el Paraninfo de la Universidad de Antioquia.

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Periodista con licencia médica

mana, de las comunidades humanas, de sus otros proble-


mas tales como la pobreza, la desocupación, la injusticia, la
violencia, la inseguridad, la deficiente organización social”8.
“Para Héctor Abad la salud pública era un componen-
te imprescindible del bienestar, por eso su ejercicio peda-
gógico y su acción pública se orientaron a difundir en sus
estudiantes y a denunciar ante la opinión pública esa com-
prensión socio-política de las realidades sanitarias, que hi-
ciera visible la relación entre las desigualdades sociales y
las inequidades en salud”9.
En 1963, el Ministro de Salud Pública, Santiago Rengifo,
motivado por desacuerdos personales con los profesores de
la Escuela Superior de Higiene de la Universidad Nacional
de Colombia, le propuso a Héctor Abad Gómez, entregar el
funcionamiento de esta Escuela para que hiciera parte del
Departamento de Medicina Preventiva de la Universidad
de Antioquia. Con recursos muy escasos la Escuela empezó
a dar resultados, la relación de Abad Gómez con organiza-
ciones transnacionales permitió el impulso de proyectos y
programas que incluían nuevos cursos y análisis de proble-
mas en poblaciones de Antioquia, y otros lugares del país,
para el análisis de la salud pública. Grandes logros dieron
comienzo, no sólo al auge institucional, sino al impulso del
país en función de la salud pública, y donde se visualizaron
distintas corrientes en su conceptualización.
Ya desde el Departamento de Medicina Preventiva de
la Universidad de Antioquia, Héctor Abad Gómez había
mostrado otro de sus grandes aportes a la salud pública

8
Héctor Abad Gómez. Teoría y práctica de la salud pública, Medellín: Editorial
Universidad de Antioquia, 1987, p. 336.
9
Sangre de esperanza. In memoriam. Texto escrito por la profesora María Es-
peranza Echeverry López con motivo de la conmemoración del decimoquin-
to aniversario del asesinato del doctor Héctor Abad Gómez. Publicado en la
Revista Facultad Nacional de Salud Pública 2002; 20(2), p.137.

22
Héctor Abad Gómez

del país. Cuando acompañado del concepto de prevención


de la enfermedad, emprendió varios proyectos relaciona-
dos con la promoción en la salud. El profesor Abad fue “sin
duda el pionero en Colombia de esta dimensión de la salud
pública. Treinta años antes de que se promulgara la Carta
de Ottawa en 198610, cédula de ciudadanía de la promoción
de la salud, ya él estaba formando promotoras rurales en
el municipio de Santo Domingo. Y se empeñó tanto en de-
sarrollar la idea que había aprendido en México, que a los
veinticinco años de iniciado el trabajo había ya en el país
cinco mil promotoras rurales de salud”11. “Unas campesi-
nas a quienes yo quiero como novias, con el amor de quien
las inventó. Un amor de alguien a quien ellas ni siquiera
conocen”12.
Héctor Abad Gómez proponía una dimensión de la sa-
lud pública cimentada en una nueva ética social, sobre la
que debe ser la función de la medicina en la sociedad. “La
ética de los que creemos que la medicina debe ser para el
servicio de todos los seres humanos de una comunidad y
de todas las comunidades humanas, y no solamente para
los que pueden tener acceso a ella, por sus conocimientos,
su posición económica, geográfica, política, social, religiosa,
racial o ideológica. Es la ética de los que actuamos para que

10
La Carta de Ottawa para la Promoción de la Salud es un documento elabo-
rado por la Organización Mundial de la Salud, durante la Primera Confe-
rencia Internacional para la Promoción de la Salud, celebrada en Ottawa,
Canadá, en 1986. En ella se resumen los objetivos relacionados con la salud
para el nuevo milenio, consignados en la frase “Salud para Todos en el año
2000”.
11
Franco, Saúl. Dos salubristas y universitarios esenciales: Héctor Abad Gómez y
Leonardo Betancur. Agenda Cultural. Universidad de Antioquia, No. 135: 10-
16, agosto 2007.
12
Héctor Abad Gómez. Periódico El Mundo. “Mis cinco mil novias”, 23 de
agosto de 1981, p. 3.

23
Periodista con licencia médica

dicha creencia se traduzca en acción, por medio de la apli-


cación científica y técnica de la disciplina salud pública”13.
Para el profesor Héctor Abad Gómez estaba claro, en su
pensamiento, que médicos y salubristas debían preguntar-
se, reflexionar en si por haberse dedicado exclusivamente a
la prevención de enfermedades, a su tratamiento y a la re-
habilitación de sus secuelas, se había olvidado la observa-
ción del conjunto de la vida humana, de las comunidades,
de sus otros problemas como la pobreza, la desocupación,
la injusticia, la violencia, la inseguridad y la deficiente or-
ganización social. Para él los profesionales de la salud “no
han alcanzado a ver la salud pública, como disciplina in-
tegradora del bienestar humano”14, siguen considerándola,
como en épocas anteriores, como la sola prevención de la
muerte prematura o de las enfermedades. “Este criterio es-
trecho domina aún la salud pública del presente en nuestro
medio”15.

13
Héctor Abad Gómez. Teoría y práctica de la salud pública, Medellín. Editorial
Universidad de Antioquia, 1987, p. 350.
14
Abad Gómez, Teoría y práctica 355.
15
Abad Gómez, Teoría y práctica 351.

24
Héctor Abad Gómez

Bienestar, salud, felicidad

La etapa histórica que vivimos en el mundo hace pasible


que los conocimientos, la tecnología y la ética social puedan
ser aplicados racionalmente por los grupos humanos para
la obtención del bienestar y la salud de la gran mayoría de
los individuos que los componen.
Administrativamente, sería posible conformar grupos
humanos de distintos tamaños en zonas geográficas con la
suficiente autonomía económica y política; que facilitará
que ellos mismos, con poca ayuda externa, obtuvieran las
cuatro a esenciales para el bienestar de cualquier persona:
aire, agua, alimentos y albergue.
Obtenidas estas cosas, a la vez elementales y esenciales,
por medio del trabajo de todos los que sepan y puedan tra-
bajar; y de una adecuada administración pública, la actual
tecnología de prevención de enfermedades y de obtención
de salud, pudiera asegurar, durante gran parte del ciclo
biológico natural, una salud satisfactoria a niños, adultos y
ancianos. Hasta que dicho ciclo terminara, en forma tam-
bién natural y satisfactoria, con la bienhechora muerte que
todos esperamos al final de una vida de duración estadísti-
ca normal. La prevención de la gran mayoría de las enfer-
medades y la obtención de una buena salud durante gran
parte del ciclo biológico natural, es algo que las ciencias
actuales, adecuadamente aplicadas, están en capacidad de
alcanzar.
Pero el ser humano no debe contentarse solamente con
alcanzar el bienestar y la salud. Tiene también derecho a
la felicidad en esta tierra. Y para adquirir tal felicidad sólo

25
Periodista con licencia médica

hace falta una cosa: el amor. Y este no se obtiene sino cuan-


do dos seres humanos, que hayan adquirido el bienestar,
puedan compartir las cuatro a, que he notado, y una quin-
ta, indispensable, que es la del amor, la única que puede
traer felicidad. Felicidad que sólo se obtiene cuando dicho
amor es compartido por las dos personas que mutuamente
lo sienten, la una por la otra.
¿Elemental, simple? Claro. ¿Inalcanzable? No. ¿Difícil?
Evidentemente.
Pero perfectamente posible si los seres humanos nos
ponemos de acuerdo en que existen cosas en las que es po-
sible llegar a un acuerdo. Como por ejemplo: en que éstas
son prioridades elementales que deberían sustituir a las
que todavía hoy, por desgracia, mueven a la mayoría de las
naciones de la tierra, el poder, el dominio sobre otros, las
matanzas y la guerra.

Periódico El Mundo (Medellín) 14 de enero de 1986, p. 3 A

26
Héctor Abad Gómez

La importancia de la prevención

Entre la medicina preventiva y la curativa se ha conce-


dido siempre mayor importancia a ésta que a aquélla. Esto
es comprensible, puesto que la gente, como muy bien se
sabe, no se acuerda de la salud sino cuando está enferma.
Sin embargo, existen algunas cifras que comprueban
dramáticamente cómo en todos los campos, incluyendo el
económico, la medicina preventiva es mucho más eficiente:
y barata que la curativa. Veamos, por ejemplo, el caso de
la viruela. De acuerdo con un artículo de la Revista Salud
Mundial, por el doctor Barry R. Bloom: “doce años de ac-
ción y de investigaciones para la erradicación de la viruela
costaron aproximadamente cuarenta y seis millones de dó-
lares, mientras que los Estados Unidos ahorran quinientos
millones de dólares anuales al no tener que vacunar a quie-
nes viajan a ultramar”.
El caso de la erradicación de la viruela de toda la super-
ficie de la tierra, desde 1979, es el más espectacular triunfo
de la medicina preventiva en toda la historia de la humani-
dad. Una enfermedad viral para la cual no había curación
alguna una vez se presentaba, fuera de esperar que siguie-
ra su curso “normal”, que siempre conducía por lo menos a
feísimas cicatrices faciales y muchas veces a la ceguera o a
la muerte de los afectados —y cuya prevención fue descu-
bierta por una ordeñadora inglesa a la que creyó el joven
médico Edward Jenner hace más de doscientos años— es
apenas ahora un ingrato recuerdo. Es la única enfermedad
de la cual el género humano se ha curado, a pesar de que,
paradójicamente, ningún individuo se había podido curar.

27
Periodista con licencia médica

Resulta siendo la medicina preventiva la más curativa de


las medicinas.
Y éste es apenas un ejemplo entre los muy numerosos
que pueden citarse en relación con las enormes conquistas
que se han obtenido con la prevención.
La fiebre amarilla, la poliomelitis, el sarampión, la fie-
bre tifoidea, el tifo exantemático, la peste, el cólera, son
apenas enfermedades del pasado en todos los países civi-
lizados.
Ahora se nos presenta el SIDA (Síndrome de Inmuno
Deficiencia Adquirida) o AIDS en la sigla inglesa, que tiene
aterrado al mundo. Con una característica: que es produci-
da por un virus tan maligno que prácticamente mata a todo
el que es infectado. Es pues uno de esos virus que, en rela-
ción con los seres humanos —pues parece que se comporta
distinto con algunos simios africanos—, es tan bruto, que
mata a todas las víctimas, quedándose sin hospedero. Todo
lo contrario del tan inteligente virus del catarro común que
prácticamente no mata a nadie pero vive en todos.
Estas son las enseñanzas de otras especies que debería
aprovechar la especie humana.

Periódico El Mundo (Medellín) 7 de septiembre de 1985, p. 3 A

28
Héctor Abad Gómez

La medicina social

La mayoría de la gente, y lo que es peor, ni siquiera los


médicos saben muy bien de qué se trata cuando se habla de
medicina social. Y esto tiene su razón de ser, puesto que la
medicina social es un concepto que se ha venido desarro-
llando en los últimos años, a medida que el individualismo
ha venido perdiendo terreno para dar paso al concepto más
amplio de derechos sociales.
La salud, por ejemplo, va dejando de ser una responsa-
bilidad individual para convertirse en una responsabilidad
colectiva.
Cada vez se hace más claro que el solo individuo no pue-
de asegurarse su salud, pues ésta depende, más que de su
propia voluntad, de factores sociales, políticos, económicos
y ambientales, que escapan a su control. Es la organización
social en general la que condiciona la salud de los indivi-
duos. No es lo mismo vivir en un tugurio que en una casa
de El Poblado. No es lo mismo trabajar en un edificio lim-
pio, con aire acondicionado, que en un ambiente de ruido
y polvo, como en las fábricas textiles. No es lo mismo vivir
en Medellín, bajo una continua capa de humo, que en Lla-
nogrande, por ejemplo. Y la gente no puede escoger, “libre-
mente”, su lugar de vivienda, sino que son sus circunstan-
cias las que determinan su lugar de residencia.
Por eso la medicina pasa de ser una ciencia individua-
lista y organicista a convertirse en una ciencia social. Una
ciencia en la cual el factor etiológico (es decir, la causa de
la enfermedad) ya no se reduce a uno solo, por ejemplo, el
bacilo de Koch, como “causa” de la tuberculosis, sino que
se amplía a una serie de factores condicionantes de dicha

29
Periodista con licencia médica

enfermedad, como son la nutrición, el trabajo, la vivienda,


la convivencia con otros enfermos, factores que, todos uni-
dos al bacilo, son los que producen en último término —y
en una forma más determinante que el bacilo mismo— la
enfermedad.
En esta forma, el médico del presente no puede ser igual
al médico del pasado. El médico antiguo podía reducirse a
tener un consultorio y esperar a que los pacientes vinieran
a curarse. El médico moderno tiene que mirar no sólo al
enfermo, sino a la enfermedad. A la enfermedad en forma
colectiva y con sus raíces sociales, económicas y políticas.
No puede ser un ser aislado, en competencia con sus “cole-
gas”, para pelearse el “cliente” que puede pagar bien. Tiene
que ser un “ser social”, con una visión colectiva y general,
que sepa no sólo tratar enfermos sino tratar enfermedades.
Y para esto tiene que ampliar sus horizontes, mirar en con-
junto, visualizar colectivamente los problemas, salirse de
la estrechez de su consultorio o su clínica, para proyectar-
se decididamente hacia la sociedad en que se vive.

Periódico El Mundo (Medellín) 27 de diciembre de 1980. p. 3 A. 

30
Héctor Abad Gómez

Mis cinco mil novias

El país no sabe que de sus nueve mil veredas o pequeñas


zonas pobladas campesinas, cinco mil cuentan con una mu-
jer, joven o menos joven, pero en todo caso adiestrada para
labores elementales como primeros auxilios, vacunaciones,
promoción de saneamiento ambiental, inyectología y edu-
cación sanitaria. Se llaman Promotoras Rurales de Salud.
Menos sabe que esta modalidad de servicios elemen-
tales de salud nació hace veintitrés años en la población
antioqueña de Santo Domingo, el pueblo de las tres efes:
“Frío, feo y faldudo”, de don Tomás Carrasquilla, cuando
en esa época el más o menos joven profesor de salud públi-
ca que esto escribe, junto con el Decano de la Facultad de
Medicina de la Universidad de Antioquia de ese entonces,
doctor Ignacio Vélez Escobar, encontramos que era imposi-
ble llevar servicios médicos de alta calidad al mismo lugar
de vivienda de los campesinos, pero que desde allí se podría
iniciar una red de servicios básicos que, empezando por los
más inmediatos y urgentes, pudiera culminar en el Hospi-
tal Universitario, con los más avanzados y difíciles.
Con una donación que don Adolfo Aristizábal, de Cali,
pero oriundo de Santo Domingo, le hizo a la Universidad de
Antioquia, comenzamos en ese pueblo con el joven médico
Guillermo Restrepo Chavarriaga y con las también recién
graduadas enfermeras Josefina Zapata y Lola Correa, un
programa que en ese tiempo creímos meramente local, de
adiestramiento de campesinas oriundas de sus mismas ve-
redas, en esas labores elementales pero básicas de salud,
en una casa grande que compramos con dicha donación. Se

31
Periodista con licencia médica

adiestraron en el pequeño hospital municipal, bajo la su-


pervisión de una hermana del colegio de La Presentación.
En tres meses de adiestramiento estas muchachas cam-
pesinas se transformaron. Aprendieron desde higiene per-
sonal, aplicada a ellas mismas, hasta los aparentemente
complicados secretos de los microbios, los virus, las reales
causas de las enfermedades, las maneras adecuadas de
prevenirlas y combatirlas, y —sobretodo— sus propias li-
mitaciones en dicho campo. Un año después, con una labor
callada y eficiente en cada uno de sus lugares de vivienda,
la mortalidad infantil había disminuido a la mitad, el letri-
naje cubría el ochenta por ciento de las casas campesinas,
la vacunación contra la viruela, difteria y tos ferina alcan-
zaba el 90% de la población infantil y el hospital local ya
no era sólo el refugio de los ancianos incurables, sino el
lugar en donde iban niños y adultos a que les curaran sus
enfermedades, enviados oportunamente por la promotoras.
Fue tan exitoso tal experimento, que la Escuela de Sa-
lud Pública de Antioquia lo extendió a través del Ministerio
de Salud a toda la nación. Y hoy cuenta el país con cinco mil
promotoras rurales de salud, unas campesinas a quienes
yo quiero como novias, con el amor de quien las inventó. Un
amor de alguien a quien ellas ni siquiera conocen.
Son mis novias aunque sepa, con Borges, que “el más
pródigo amor es el amor que no espera ser amado”.

Periódico El Mundo (Medellín) 23 de agosto de 1981, p. 3 A.

32
Héctor Abad Gómez

Por ahí sí es la cosa

Las secretarias de Planeación y Salud Pública depar-


tamentales han anunciado estudios y planes que indican
que con doce mil millones de pesos se solucionará el proble-
ma de acueductos y alcantarillados para toda la población
de Antioquia. Esta es una gran noticia. La falta de agua
abundante y potable para todos y la falta de una adecuada
disposición de las excretas humanas es el principal proble-
ma de salud de Colombia. Más de dieciséis mil niños al año
mueren en nuestro país por falta de estos servicios elemen-
tales e indispensables para los seres humanos.
De acuerdo con estadísticas, también publicadas recien-
temente, las enfermedades intestinales en vez de rebajar
han aumentado en nuestro Departamento. Esto es una
prueba de que las condiciones de saneamiento ambiental
en vez de mejorar han empeorado. Y esta es una situación
que debe remediarse si en verdad se está pensando en el
bienestar y en la salud de nuestro pueblo.
En los últimos años la tasa de crecimiento demográfico
ha disminuido en Antioquia y muchísimo más en Mede-
llín y en el Valle del Aburra. Si a esto se le agrega la alta
mortalidad infantil que causan siempre las diarreas y en-
teritis, estaríamos presenciando una decadencia vital, en
un departamento que se ha distinguido por su pujanza y
desarrollo.
Las enfermedades intestinales aumentan la desnutri-
ción que tan dramáticamente golpea a la población an-
tioqueña, disminuyen su capacidad de estudio y trabajo y
empeoran en todo sentido sus condiciones de vida. Por eso

33
Periodista con licencia médica

una cifra que aparentemente es elevada dentro de las con-


diciones fiscales del departamento, no lo es si se compara
con los beneficios que su inversión en estas obras vitales de
saneamiento traerá para todos los antioqueños.
La Organización Mundial de la Salud ha señalado este
decenio como el decenio del agua potable en el mundo. El
Banco Internacional de Desarrollo está dispuesto a recibir
planes bien estructurados para la financiación de este tipo
de obras en los países del Tercer Mundo. Estamos, pues, en
una buena época para adelantar estas obras en beneficio de
todos. Ojalá éste y los futuros gobiernos departamentales
no echen en saco roto ésta feliz iniciativa y sean capaces
de llevarla a cabo lo más pronto posible. Sería pensar y
actuar en grande. Todavía debe haber antioqueños capaces
de hacerlo.

Periódico El Mundo. 7 de marzo de 1981 Pág. 3a

34
Héctor Abad Gómez

Acueductos vs hospitales

La cuestión está mal planteada por el actual Secreta-


rio Departamental de Salud de Antioquia. Un acueducto
no reemplaza un hospital. Son dos cosas distintas y am-
bas necesarias. Pero es evidente que es más importante
un acueducto y que se debe empezar por el saneamiento
ambiental básico, como programa prioritario en nuestras
actuales condiciones. Es más importante hidratar las casas
para prevenir las diarreas y enteritis, que es la condición
que más mata a nuestros niños, que hidratar a éstos en los
hospitales —a un costo muchísimo mayor— para evitar su
muerte. También es evidente que se debe invertir más en
acueductos y alcantarillados, en viviendas y en recolección
de basuras y desechos, que en medicina curativa. Es plau-
sible que el Secretario de Salud lo reconozca así. Es plau-
sible que las comunidades tengan muy clara esa prioridad.
Pero no se trata de reemplazar lo uno por lo otro. Ambas
cosas son, no sólo necesarias, sino indispensables. Un viejo
salubrista chileno decía que era más importante un camino
que un hospital. Y tenía razón. Por el camino, sobre todo
si éste es carreteable, se puede llevar al enfermo al hos-
pital más próximo. Y el agua potable, complementada con
la buena disposición de excretas, previene muchas de las
enfermedades más comunes en nuestro medio. Si en este
país hubiera una buena planeación, las prioridades serían
mucho más lógicas y racionales: trabajo, comida, agua, vi-
vienda, educación, transporte para todos. Justicia económi-
ca y social. Salud. Medicina preventiva antes que medicina
curativa.

35
Periodista con licencia médica

Pero no todas las enfermedades pueden prevenirse. Y


cuando se presentan, hay que curarlas. Y hay que rehabili-
tar a las personas que queden con consecuencias de enfer-
medades o accidentes. La disyuntiva no es, pues, si hacer
una cosa en vez de la otra sino cuál es la más conveniente,
más prioritaria y menos costosa. Porque todo no puede ha-
cerse a un mismo tiempo. Sobre todo en un país como el
nuestro, tan lleno de necesidades de toda índole.
El agua, el agua en abundancia para todo el mundo,
es una prioridad vital. Por eso, aunque mal planteada, la
cuestión de acueductos versus hospitales es una cuestión
importante que ha sido valientemente expuesta por el doc-
tor Guzmán.
Ojalá los políticos que asisten al Congreso, las asam-
bleas y los concejos municipales, que son los que reparten
los presupuestos, tuvieran en cuenta esta prioridad, sin
quitarle por eso las ayudas necesarias a los hospitales de
Antioquia.

Periódico El Mundo (Medellín) 29 de noviembre de 1980, p. 3 A

36
Héctor Abad Gómez

Salud para todos, ¡ya!

En una de las extraordinarias publicaciones de la Orga-


nización Mundial de la Salud (Cuadernos de Salud Pública
No. 69) se afirma: “Las actividades encaminadas a mejorar
la salud abarcan un campo mucho más amplio que el de la
prestación de los servicios sanitarios”. Y agrega: “Para que
el administrador sanitario pueda participar cabalmente en
la planificación nacional ha de contar con ciertos conoci-
mientos de la teoría económica y de los principales concep-
tos económicos que intervienen en la planificación”. Dice
además: “No pocas veces, según como se apliquen, los pla-
nes destinados a conseguir el crecimiento económico pue-
den tener el efecto de agravar la pobreza de los sectores
más desfavorecidos”.
Es decir, un desarrollo económico básico es necesario
para una buena salud de la población, pero el simple desa-
rrollismo puede ser perjudicial para los más necesitados de
salud, que son los más pobres.
Colombia se encuentra en una etapa que los epidemió-
logos describen como “intermedia”, por afectarnos todavía
las enfermedades más fácilmente prevenibles, como las
infecciosas gastrointestinales y las llamadas “inmunopre-
venibles”, es decir, las que se pueden prevenir por vacuna-
ción, al mismo tiempo que aumentan las enfermedades y
muertes por accidentes de trabajo, accidentes de tránsito,
violencia y algunas enfermedades crónicas, difícilmente
prevenibles, como las cardiovasculares y el cáncer.
Las enfermedades gastrointestinales, sobre todo las in-
fantiles, que son las que producen la más alta mortalidad

37
Periodista con licencia médica

en nuestro país, son debidas a la falta de agua abundante,


simplemente abundante, en las casas de todos los colom-
bianos.
Aquí se gasta mucho dinero en hidratar niños en los hos-
pitales, cuando lo que debería hidratarse son las casas. No
se necesitaría ni siquiera agua desinfectada o muy pura,
sino simplemente agua, mucha agua, para que las mamas
puedan lavarse las manos y no portar con ellas materias
fecales frescas, con los alimentos, a las bocas de sus hijos.
Así de simple. Llevar agua a todos los pueblos y veredas,
a todos los barrios pobres de las ciudades, cuesta dinero.
Pero sería el dinero mejor invertido en desarrollo humano,
el que ha dicho el presidente electo que es el que más le
preocupa. Las prioridades en salud pública en este país son
así de obvias, así de sencillas. Deberían aplicarse.

Periódico El Tiempo (Bogotá) 2 de agosto de 1982, p. 5 A

38
Héctor Abad Gómez

Una invitación a pensar

Durante la última semana de julio de 1982 se reunieron


en Medellín todos los profesores de medicina preventiva y
salud pública de las facultades de Medicina del país. “El
hombre sano, motor del desarrollo nacional” fue el tema
central que los aglutinó. La importancia de la Medicina
Preventiva y de la Salud Pública apenas empieza a ser
reconocida en Colombia. Por lo general, se le ha prestado
sólo lo que los anglosajones llaman lip service, es decir, im-
portancia de labios para afuera. Pero cuando se trata de
asignarle presupuesto y personal adecuados, en las facul-
tades de Medicina y en el gobierno, se tiende a considerar-
las como actividades y disciplinas de segundo orden, menos
prestigiosas que la medicina curativa. La actividad indivi-
dual médica, con los pacientes ya enfermos, que mientras
más graves se presenten producen mayor satisfacción, más
dinero y más fama, es lo que más atrae la atención.
Por el contrario, las actividades de medicina preventiva
y salud pública son, por lo general, silenciosas y anónimas.
Mientras más éxito tengan menos se hacen sentir. No se
trata de operaciones espectaculares o de trasplantes de ór-
ganos, o de curaciones maravillosas. Se trata de mantener
a la gente sana, sin problemas, sin epidemias, sin necesi-
dad de acudir al médico como mago y salvador. Por eso es
explicable que sean los mismos médicos los que les asignan
menos importancia. De hecho, las labores de salud pública
y medicina preventiva parecerían relegar a segundo plano
las de la medicina curativa y, por ende, la importancia del
médico como personaje mitológico y superior.

39
Periodista con licencia médica

Es razonable que los médicos no quieran perder tales


categorías.
Pero estamos en los tiempos en que lo colectivo va sien-
do más importante que lo individual. Está empezando a
aflorar la idea de que la salud es más importante que la
enfermedad, de que no hay solo derechos individuales sino
también, derechos sociales.
Colombia tiene que entrar en una etapa superior de su
desarrollo médico científico. Y no se trata de complicados
aparatos o de técnicas súper especializadas. No. Se trata
de la salud de la gente, de toda la gente, la de los campos
y la de los barrios pobres, la de los niños de los tugurios, la
de los obreros, la de los campesinos, la de todos los colom-
bianos.

Periódico El Tiempo (Bogotá) 26 de julio de 1982, p. 4 A

40
Héctor Abad Gómez

Autofagia

En el lenguaje médico llamamos autoflagia a la condi-


ción de un organismo que se consume a sí mismo. Esto es lo
que hace mucho tiempo viene pasando con los Seguros So-
ciales colombianos. Con muy pocas excepciones casi todos
sus componentes quieren ingerir más y más de él. Princi-
palmente sus sindicatos. Claro que muchos de sus directi-
vos y altos empleados al manejar grandes sumas de dinero
y altas dosis de poder —sin la necesaria fibra moral que
detenga su codicia y ambiciones— han aprovechado el anti-
guo ICSS y el actual ISS para abusar de su poder y de paso
llenarse los bolsillos. Pero aun así, la principal causa de
su autodestrucción es la desmedida ambición de salarios,
prestaciones, canonjías, privilegios, aprovechamientos, ho-
rarios incompletos y la desidia, falta de interés real en el
trabajo y el servicio, abusivas presiones y abuso de poder de
cada uno de los múltiples sindicatos del mismo Seguro que
a todos los niveles piden más y más y contribuyen menos y
menos. El centralismo burocrático es otra de sus lacras auto-
destructivas. Ni una hoja se mueve “en provincia” mientras
el autosuficiente jefe de sección no dé el visto bueno del ór-
gano central capitalino. Los de provincia obedecen y sólo son
los del poder central los que guardan para sí hasta las más
mínimas e intrascendentes decisiones. Con tal situación, el
monstruo se desangra por fuera y por dentro.
Pero para que no se acuse de escritores “negativistas”
que sólo vemos las fallas pero que no proponemos posibles
soluciones, he aquí algunas propuestas.
La actual estructura administrativa del ISS es insoste-
nible. Debe modificarse para que adquiera una similar a la

41
Periodista con licencia médica

que tienen las actuales cajas de compensación familiar, con


libertad de los sindicatos obreros y de las empresas para
afiliarse a la que le preste mejores servicios médicos. Con
atención en medicina general, por ejemplo, en los consulto-
rios particulares de los mismo médicos. Conservando una
estructura hospitalaria única en cada ciudad.
Lo relacionado con los riesgos de accidentes de trabajo y
enfermedad profesional se debe fortalecer en forma tal que
todo lo que se recauda en este rubro, el único con superá-
vit, se emplee en muchos más y mejores programas que los
actuales y que estos sean totalmente descentralizados. El
manejo de los riesgos de invalidez, vejez y muerte debe for-
talecerse centralmente, y separarse claramente de los de-
más, como se intenta hacer ahora, pero con una operación
descentralizada mucho más ágil que la actual y con muchí-
simo mayor control económico acerca de sus inversiones y
sus créditos, para garantizar fuertes fondos que los respal-
den. Se debe ejercer un estricto control sobre las empresas,
que elevan los grandes salarios de sus ejecutivos solamente
cuando éstos se van a retirar para recibir grandes pensio-
nes de jubilación mientras durante muchísimos años han
contribuido con muy poco por ficticios bajos salarios.
En resumen: diversificación al máximo de los servicios
estrictamente médicos —sobre todo los de medicina gene-
ral— que cubren los riesgos de enfermedad común y ma-
ternidad, incluyendo su prestación a los familiares de los
obreros; mayor énfasis en prevención y control de acciden-
tes y enfermedades del trabajo; manejo honesto y eficiente
de los grandes fondos de los riesgos diferidos. Y mano dura
con los sindicatos del mismo Seguro que abusan de unos re-
cursos producidos en su totalidad por la gran masa trabaja-
dora del país, mal pagada, mal remunerada y mal servida,
con excepción los que trabajan en el ISS.

Periódico El Mundo (Medellín) 29 de septiembre de 1979, p. 3 A

42
Héctor Abad Gómez

Estudio, trabajo y remuneración

En un artículo de Fernando González en el primer nú-


mero del periódico estudiantil de la Facultad de Medicina
de la Universidad de Antioquia, el 24 de agosto de 1945 se
lee lo siguiente:

“Y a los estudiantes no se les puede cobrar matrícula ni


manda, pues eso es bárbaro. Por eso, porque pagan es
por lo que luego explotan, ponen farmacia y el corazón lo
tienen en ‘la cuenta’ y no en el enfermo. Estudiar es tra-
bajar, el que trabaja se le remunera. Hay que suministrar
libros, laboratorios, instrumental, etc. El Estado necesita
médicos, los forma, los sostiene. Y que no se enoje nadie,
pues si lo que querían era que dijéramos que eso es el la-
boratorio Kaiser Guillermo, y que son muy buenos mozos,
ahí está El Colombiano”.

Treinta y cinco años después, la situación es peor para


los estudiantes de medicina de la misma Universidad que
cada vez en mayor proporción pertenecen a estratos econó-
micos de bajos ingresos.
Una comunicación de la ANIK (Asociación Nacional de
Médicos Internos y Residentes), Seccional Antioquia, de-
nuncia la dramática situación ya no sólo de los estudiantes
de pregrado, sino, sobre todo, de los médicos ya graduados
que están especializándose. De éstos, dice la ANIR: “más
del 50% no reciben absolutamente nada, unos desde hace
dos años y otros desde hace un año”.
Y agregan: “No es justo que una persona que labora has-
ta 68 horas semanales, con turnos que van hasta las 36

43
Periodista con licencia médica

horas de labor ininterrumpida, con el gran peso sicológico


que genera la responsabilidad de la vida de un paciente, no
reciba ningún salario, ni aún el salario mínimo”.
Los llamados ‘residentes’, es decir los médicos que ya
han ejercido la medicatura rural y trabajan para especia-
lizarse en el Hospital Universitario San Vicente de Paúl,
han ingresado allí después de exámenes y entrevistas muy
estrictas y difíciles y son personas ya generalmente casa-
das y, con hijos. Necesitan algún ingreso para sostener a
sus familias y no reciben ninguno...”Mientras que en la Ofi-
cina Regional del ICETEX hay veinte becas para posgrado
que no han sido asignadas no sabemos por qué”, denuncian
también los médicos residentes.
Todo el mundo sabe que la medicina es cada vez más
complicada y que exige especialización. Para una buena
atención médica son indispensables los especialistas. Esta
es una verdad de perogrullo que el único que no parece re-
conocerla es nuestro Ministerio de Salud.
Está bien que se amplié y se mejore todo lo posible la
llamada ‘Atención primaria’. Pero si ésta no se complemen-
ta con la atención especializada, habrá mucho sufrimiento
innecesario y muchas muertes que podrían evitarse.
Es de esperar que los actuales rectores de la salud públi-
ca del país reconozcan estas verdades elementales.

Periódico El Mundo (Medellín) 8 de agosto de 1980, p. 3 A

44
Héctor Abad Gómez

Violencia y no violencia

La violencia fue otra de las preocupaciones de Héctor Abad


Gómez, atribuía sus causas a las condiciones de pobreza y
desigualdad que se fueron agudizando en el mundo. Como
su preocupación por la calidad del agua, su interés por des-
entrañar las causas que motivaban la violencia en los pue-
blos tenía relación con los periodos de violencia que habían
cobrado la vida de varios de sus amigos, familiares o cono-
cidos en diferentes momentos.
En noviembre de 1962 durante el Primer Congreso Co-
lombiano de Salud Pública presentó la ponencia “Necesi-
dad de estudios epidemiológicos sobre la violencia en Co-
lombia”, durante su intervención definió la epidemiología,
el concepto de violencia, y explicó por qué la violencia de-
bía ser considerada como un problema que concierne a la
medicina. Con sus palabras cuestionó el papel de la salud
pública en Colombia y de quienes la ejercían, presentando
estadísticas de morbilidad y mortalidad para referirse a los
retos que desde esta rama del conocimiento enfrentaban
sus profesionales. “Hay que hacer todo lo posible por evi-
tarlas, las cinco mil muertes anuales por violencia, las cin-
co mil por hambre, las 18.756 por diarreas y enteritis, las
seis mil seiscientas por bronconeumonía, las nueve mil por
enfermedades del corazón, las siete mil por cáncer, las siete
mil setecientas por bronquitis, las ocho mil por neumonía y
tuberculosis, a partes iguales, las cuatro mil doscientas por
tosferina y las tres mil quinientas por parásitos intestina-

45
Periodista con licencia médica

les, es mucho más importante saber qué vamos a hacer con


las cuatrocientas mil personas nuevas que quedan vivas,
año por año”.
Para él los médicos debían estudiar las causas posibles
de la muerte, sea por causas violentas o no, para la cien-
cia no debería ser más importante una muerte que otra, y
por eso afirmaba que con este estudio pretendía analizar
algunos factores epidemiológicos de la violencia en Colom-
bia. Su línea de investigación sobre la violencia fue clara
y abrió el camino para que se desarrollaran otros estudios
en el país, particularmente desde la Universidad de Antio-
quia. Su propuesta fue visionaria y se constituye como uno
de sus principales aportes a la salud pública en Colombia.
Mientras la violencia se recrudecía en el país la preocu-
pación de Héctor Abad Gómez empezó a orientarse en la
defensa de quienes eran víctimas de formas de violencia
como: el secuestro, la extorsión, las desapariciones. Su pre-
ocupación fue convirtiéndose en un reclamo, en una cons-
tante pregunta. ¿Hasta cuándo?
En sus columnas de opinión, o en sus intervenciones a
través de los medios de comunicación se hizo evidente su
preocupación por este tema, argumentando era hora de re-
plantear la fórmula de combatir violencia con más violen-
cia, que era la que siempre se había usado en el país. Se-
ría por eso que no encontró eco con sus propuestas, porque
además de estudiarla quería contribuir a disminuir la tasa
por muertes violentas, vinieran de donde vinieran, y habla-
ba de justicia social y de educación como pasos necesarios
en la búsqueda de nuevas alternativas.

46
Héctor Abad Gómez

La violencia

No es cierto que la violencia haya existido desde que el


mundo es mundo. Por más de setenta mil años, antes de
la revolución agrícola, los hombres (Homo sapiens sapiens)
vivieron cazando y pescando; matando animales, es cierto,
pero no matándose entre sí. Fue sólo cuando algunos deli-
mitaron un territorio “propio” y se asentaron en él, cuan-
do surgió lo que todavía llamamos “civilización” y algunos
grupos humanos empezaron a organizar ejércitos, para con-
quistar más territorio, “territorio de otros”. Así comenzó la
violencia organizada.
“Enseñar a hombres a que maten a otros hombres” —lo
dijo Jorge Luis Borges— “es el mayor crimen que hasta hoy
ha producido la humanidad”.
Tal crimen se ha venido cometiendo durante los últimos
diez mil años de la historia humana, una “historia” que em-
pezó hace dos mil quinientos milenios, con el Homo erectus,
en el África oriental.
No es cierto tampoco que durante toda la era posterior a
la Revolución Agrícola nos hayamos estado matando todo el
tiempo. En distintas épocas y en distintos lugares, los hom-
bres son o no violentos, no por naturaleza, sino de acuer-
do con las circunstancias en las cuales les toca vivir. Aquí
mismo en Colombia ha habido épocas durante las cuales
nuestros índices de homicidios, por cien mil habitantes y
por año, han sido más bajos, por ejemplo, que los actuales
de los Estados Unidos de América.
La violencia es sólo un síntoma de males sociales pro-
fundos, tales como la injusticia, la pobreza, la mala distri-
bución de las riquezas, la ignorancia o el fanatismo.

47
Periodista con licencia médica

Tratar de acabar la violencia con “otra violencia” es


como pretender curar una enfermedad con otra enferme-
dad. Eso es lo que hemos venido haciendo —sin éxito, por
supuesto— durante los casi doscientos años de historia co-
lombiana.
Por fortuna, el gobierno actual parece que está tratando
de emprender otro camino, más lógico, más racional: atacar
con vigor y eficiencia las causas profundas de estos males:
el desempleo, la pobreza absoluta, la miseria, el hambre.
Si los principales recursos del país: humanos, materia-
les, financieros, económicos, espirituales, se vuelcan todos
a favorecer a esos seis millones de colombianos, a ese 25%
de compatriotas, que según nuestro actual Presidente vi-
ven en la “pobreza absoluta”, si empezamos siquiera a te-
ner algún éxito en esa dura lucha, mejores días estarán por
venir.
Si todas las llamadas “fuerzas vivas de la nación”: El
gobierno, la industria, los gremios, la iglesia, los sindica-
tos, las universidades, los intelectuales, los periodistas,
contribuimos en todas las formas que nos sea posible para
ese gran propósito nacional, no habrá duda de que alcan-
zaremos éxito. Y esta será la única, la única forma de que
no tengamos que seguir lamentando la violencia que nos
abruma, que nos angustia, que nos hace a veces desesperar
de lo que puede hacerse aquí y ahora.
Porque no es matando guerrilleros, o policías, o solda-
dos, como parecen creer algunos, como vamos a salvar a
Colombia. Es matando el hambre, la pobreza, la ignoran-
cia, el fanatismo político o ideológico, como se puede mejo-
rar este país.

Periódico El Mundo (Medellín) 12 de octubre de 1986, p. 3 A.

48
Héctor Abad Gómez

Una pregunta al Presidente

Mil novecientos veinticuatro asesinatos en el Departa-


mento de Antioquia en 1981 es el aterrador dato que trae
una reciente publicación del DANE. En la sola ciudad de
Medellín, ochocientos sesenta y un homicidios. Más que el
cáncer, más que la tuberculosis, más que la diabetes, más
que las diarreas y enteritis; más que las hemorragias cere-
brales. Setecientos noventa y un muertos por accidentes de
tránsito en el Departamento, doscientos suicidios, mil qui-
nientas diez muertes por traumatismos y envenenamien-
tos. Más de diez muertes violentas al día, en Antioquia,
durante el año pasado.
¿Cuáles son las causas de esta tremenda y diaria tragedia?
Veamos otras cifras. El Valle de Aburrá registra el 16%
de desocupados en su población en edad de trabajar. La
Universidad de Antioquia no puede recibir sino dos mil se-
tecientos entre los veinte mil setecientos bachilleres que
aspiran este año a ingresar a sus aulas. La famosa Uni-
versidad a distancia, no arranca. Por el contrario, se anun-
cia “mano dura” para la Universidad. Y ya se está viendo.
El Hospital General y el ISS les cierran sus puertas a los
estudiantes de medicina de la universidad oficial. La Uni-
versidad Pontificia Bolivariana cierra la única Facultad en
donde el principal oficio es pensar.
Pero faltan otros datos. El señor Gobernador nombra a
un íntimo amigo para que lo “controle” durante el próxi-
mo año. El acueducto de Medellín cierra la fluorización
del agua para que haya más dientes cariados en los niños
del futuro y tenga que gastarse más dinero en odontólogos

49
Periodista con licencia médica

para que les saquen los dientes podridos. El basurero sigue


infestando grandes zonas de la ciudad, incluyendo su prin-
cipal ciudad universitaria. Los negociantes especulan. Los
financistas roban. Los políticos se aumentan las dietas. Los
ricos se divierten con bailes, máscaras y fiestas en el Club
Campestre. Los pobres sufren, los trabajadores no tienen
en dónde trabajar, los criminales asesinan. El Alcalde dice
que hay que declarar la ciudad en emergencia social. Como
si con “declaraciones” se arreglara la cosa.
El afán de lucro y de poder se apoderó de todos. El lu-
cro para divertirse. El poder para beneficio de sus mezqui-
nos grupos políticos. No hay respeto para la vida ni para
la integridad humana. Se atropellan campesinos en Urabá
y Puerto Berrío, se asesinan concejales, se torturan y des-
aparecen estudiantes, se violan mujeres en los campos por
las llamadas “fuerzas del orden”. El Gobernador no tiene
tiempo para dar una cita para los que se preocupan por
esas cosas tan vagas como “los derechos humanos”.
¿Qué podríamos hacer? Hace doscientos años la situa-
ción era también trágica en Antioquia. Desocupados y va-
gos, pobreza e injusticia. Unas cuantas familias ricas, due-
ñas de toda la tierra. La Real Audiencia de Santa Fe envió
al oidor Mon y Velarde. En tres años realizó un plan de
desarrollo económico y social, empezando por una real re-
forma agraria, la primera y más efectiva en Latinoamérica.
Antioquia se transformó. Todos se pusieron a trabajar y a
producir. Así empezó nuestro liderato del trabajo, que se
está reemplazando ahora por el liderato del crimen.
Yo le pregunto al señor Presidente: ¿No habrá en toda
Colombia un ciudadano parecido a ese gran español del si-
glo XVIII?

Periódico El Mundo (Medellín) 9 de noviembre de 1982, p. 3 A.

50
Héctor Abad Gómez

¿En dónde nace la violencia?

“En la mente de los hombres” dice el preámbulo de la


Constitución de la Unesco. ¿Pero, por qué?
En un pequeño trabajo práctico que estudiantes de Me-
dicina Preventiva y Salud Pública de la Facultad de Medi-
cina de la Universidad de Antioquia efectuaron con sesen-
ta y cuatro escolares de una de las escuelas de Manrique
Oriental encontraron que el 95% de ellos reciben alguna
clase de castigo físico, muchos de ellos por cierto bastante
violentos.
Los adultos son violentos con los niños y así forman
adultos violentos. ¿Cómo interrumpir esa cadena?
“La violencia viene de arriba”, anotó uno de ellos, que-
riendo decir que los gobernantes son violentos con los go-
bernados, los patronos con los obreros, los padres con sus
hijos, los hombres con sus mujeres, los fuertes con los
débiles.
¿Cuándo y cómo pueden interrumpirse tantas cadenas?
Se dieron varias respuestas, como por ejemplo: “un cambio
total de la sociedad”. Pero, ¿cómo? Por fin llegamos, des-
pués de mucho discutir, a algunas conclusiones prácticas.
Como la de que la violencia no es algo inevitable, puesto
que existen en el mundo actual algunas sociedades que no
son violentas. No es, pues, ésta, una característica humana
innata, general, universal. Es una característica aprendi-
da, cultural, es decir, artificial. Así como nos han educado
para la violencia, podemos educar para la no violencia.
Es claro, sin embargo, que hay muchos factores econó-
micos, sociales, políticos, religiosos, sicológicos, históricos,
que hacen más propicia la violencia en algunos lugares que

51
Periodista con licencia médica

en otros, en algunos individuos que en otros, en algunos


grupos humanos que en otros, en algunos tiempos que en
otros. Es una característica variable, mudable y, por lo tan-
to, manejable. Lo peor sería resignarnos a ello como algo
fatídicamente incurable, incambiable. Por eso es alentador
que después de muchos años, la Universidad esté abocando
este problema como campo de investigación interprofesio-
nal, interdisciplinario, multifacético. Difícil, pero investi-
gable como cualesquiera otros fenómenos, naturales o arti-
ficiales, en el campo social.
No debemos esperar de inmediato, o ni siquiera en pocos
años, respuestas claras, remedios efectivos, recetas infali-
bles.
Pero el hecho de que se estudie científicamente un fenó-
meno, con objetividad, con rigor, con ingenio, con técnicas
adecuadas, pero sobre todo con esperanzas de cambiarlo o
de modificarlo favorablemente, es ya un avance, una acción
concreta con objetivos concretos: averiguar por qué ese sín-
toma, cuáles son sus raíces, sus causas, sus determinantes.
Y no para producir documentos o llenar anaqueles con es-
tudios, sino para actuar, para actuar con decisión, con de-
terminación, con optimismo. Para actuar basados en cosas
concretas, en casos concretos, en análisis concretos de una
realidad que estamos viviendo, pero que estamos decididos
a cambiar.

Periódico El Mundo (Medellín), 6 de diciembre de 1986, p. 3 A.

52
Héctor Abad Gómez

¿Paz o guerra?

Sin justicia no puede ni debe haber paz.


Este es un postulado sobre el cual debería meditarse y
reflexionarse con cuidado y seriedad. Pero, ¿qué es justicia?
A cada quien lo que le corresponde, dijeron los clásicos. Y
con este postulado justificaron que al rey y a los aristócra-
tas les debería corresponder más que a los esclavos y a los
siervos. Hay todavía gente que cree en esta justicia: a los
ricos les debe corresponder más y a los pobres menos; a los
blancos más y a los negros menos; a los industriales y a los
ganaderos más, y a los obreros y a los campesinos menos. A
los dirigentes más ya los dirigidos menos.
Pero, por fortuna, el mundo ha cambiado y sigue cam-
biando. Se ha abandonado —es cierto— la utopía de la
igualdad absoluta. Pero se ha acogido universalmente el
concepto de que cada hombre, cada mujer, cada niño, cada
anciano, cada blanco, cada negro cada amarillo, cada alto,
cada bajito, cada gordo, cada flaco, cada crespo, cada indio,
cada instruido o cada ignorante, tiene los mismos derechos
básicos: derecho a la vida, a la dignidad, a ser bien tratado
por la autoridad, a ser oído, a ser juzgado conforme a nor-
mas y leyes preexistentes, a comer, a dormir, a tener vi-
vienda, a amar, a gustarle o no gustarle ciertas cosas, a ser
respetado mientras no irrespete a los demás; a pensar y a
opinar lo que le plazca, a informar y a ser informado; a ves-
tirse como quiera; a bailar como quiera, mientras no pise
los callos de los demás bailarines; a cantar bajo la ducha,
aunque cante mal, a tener agua y aire limpios; a divertirse
como le guste, mientras no cause daño a otros, es decir, a
ser él o ella como es, así sea distinto a los demás.

53
Periodista con licencia médica

Estos son los derechos humanos. Algo que es inherente


al ser humano como tal, no importa en dónde haya nacido
o de qué raza sea o a qué país pertenezca o qué gobierno lo
cobije; no importa si esté uniformado o no, o pertenezca a
tal o cual religión, o tal o cual partido político, o tal o cual
secta, o a tal o cual familia, o clan o religión, o época, o edad
o condición social, o creencia o aspecto, o gustos o disgus-
tos. Todos, todos los seres humanos, estén en donde estén,
sepan o no sepan, hayan hecho lo que hayan hecho santos o
criminales, feos o hermosos, tienen estos mismos derechos
inalienables.
Hay gente que no entiende todavía estas cosas, para al-
gunos, tan “revolucionarias”, tan insólitas, tan incompren-
sibles. Pero sólo cuando todos entiendan esto —y lo practi-
quen— habrá paz: en la vereda La María, en Ábrego, Norte
de Santander; en el Oriente y el Suroeste antioqueño; en
Antioquia, en Colombia y en el mundo.
No es una fórmula simple, no es una fórmula que todos
estén dispuestos a seguirla, pero es la única que traerá paz
a los corazones y a la mente de los hombres. Que deben
abandonar la idea de que todos piensen como ellos piensan
o sean como ellos son.
“El respeto al derecho ajeno es la paz”, dijo el gran indio
mexicano. Y el derecho ajeno es el de ser como se es, mien-
tras no se perjudique a los demás, y el de tener las cosas
que hagan la vida de los hombres humana y no solamente
animal. La dignidad para sí mismo y para todos los demás.
El respeto para sí mismo y para todos los demás.
Esta es la clase de justicia que traerá paz.

Periódico El Mundo (Medellín), 3 de marzo de 1984, p.


3 A.

54
Héctor Abad Gómez

¿Hasta cuándo este desangre diario?

El programa del partido que hoy tiene plena responsabi-


lidad de gobierno, de acuerdo con una publicación de mayo
del año pasado, dice lo siguiente: “La actual crisis del país
es económica, social e institucional y está caracterizada
por una generalizada depresión de la economía, el desem-
pleo de un millón doscientas mil personas, el alto costo de
la vida y una faltante de financiación para el presupues-
to nacional de doscientos mil millones de pesos. Además,
desastre de las principales empresas de servicios públicos,
altos impuestos y deterioro de las condiciones sociales de
los sectores populares. A todo esto se agrega la caída de la
inversión privada, la ineficiencia del Estado, la inseguri-
dad, el narcotráfico, la desmoralización, la criminalidad, el
deterioro de la salud, la subversión, la extrema desigual-
dad en los ingresos de los colombianos, la violencia, la des-
esperanza y la frustración”.
Una política de paz debe basarse en las siguientes ac-
ciones: a) Incorporar a la competencia democrática a los
grupos subversivos y abrirles la posibilidad de asumir res-
ponsabilidades en la sociedad y el Estado, b) transformar
las obsoletas estructuras sociales y erradicar la pobreza
absoluta, c) exigir interlocutores representativos que se
comprometan a proscribir el terrorismo, el secuestro y la
extorsión, d) Mantener una política de orden público den-
tro de un estricto respeto a los derechos humanos”.
Estos son puntos claves del programa de paz del actual
gobierno.
El Comité de Defensa de los Derechos Humanos, regio-
nal de Antioquia, no es un organismo partidista. Está com-

55
Periodista con licencia médica

puesto por personas pertenecientes a distintas vertientes


políticas, empeñadas solamente en velar porque en este
Departamento se cumpla el Artículo 3º de la Declaración
Universal de Derechos Humanos, aprobada y proclamada
por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de
diciembre de 1948 y firmada por Colombia, que a la letra
dice: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y
a la seguridad de su persona”.
¡Qué lejos estamos en Antioquia de que esto se cumpla!
No hay mañana, ni tarde, ni noche, ni día alguno, durante
el cual este mandamiento universal no sea aquí violado.
Campesinos, obreros, estudiantes, trabajadores, jueces, pe-
riodistas, políticos, concejales, padres y madres de familias,
jóvenes, niños, ancianos, soldados, policías, comerciantes,
desempleados, ganaderos, bananeros, arrieros, enferme-
ras, médicos, abogados, oficiales, suboficiales, religiosos,
comunistas, liberales, conservadores, sin partido, nadie se
salva de caer bajo las balas asesinas.
¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo este desangre diario, co-
tidiano, rutinario, macabro?
Hasta que todas las fuerzas sociales digan no. Hasta
que todos nos unamos para rechazar el crimen, la violencia
y la muerte. Hasta que entendamos que la vida es el más
fundamental y elemental de todos los derechos humanos, y
que la constante violación de este derecho no puede seguir
tolerándose impunemente, calladamente, resignadamente.
Debemos decir ¡basta! Debemos decir: no más atropellos
a la vida humana, a la integridad de las personas, a su de-
recho a vivir sin temor, en paz y armonía.
Naturalmente que no defendemos la vida por sí misma.
Por el contrario, defendemos una vida digna de vivirse.
Una vida que cumpla el postulado del artículo 250 de la
misma Declaración Universal que dice lo siguiente:

Toda persona tiene derecho a una vida adecuada que le


asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar,

56
Héctor Abad Gómez

y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la


asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene
así mismo derecho a los seguros en caso de desempleo,
enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pér-
dida de sus medios de subsistencia por circunstancias in-
dependientes de su voluntad.

Esto, por desgracia, tampoco se cumple ni en nuestro


Departamento ni en nuestro país. Afirmamos y reiteramos
que sin justicia social no puede ni debe haber paz. Sin em-
bargo, consideramos que ni la justicia ni la paz deban con-
seguirse por medio de la violencia. La violencia es un sínto-
ma de profundos males sociales. Los males de la injusticia,
de la pobreza, del odio del fanatismo, de la indiferencia, del
irrespeto por la vida humana. Son estos males los que hay
que combatir. Es a estos males a los que hay que vencer.
Tenemos que analizar las causas de esta violencia, de este
irrespeto por la vida, para que podamos comenzar a aplicar
los remedios. Repudiamos toda violencia, pero particular-
mente, la violencia oficial, el terrorismo de Estado. Porque,
como dice la Biblia, “si la sal se corrompe” todo estará per-
dido.
Queremos la paz, necesitamos la paz, pero sabemos muy
bien que sólo cuando haya justicia habrá paz.

Periódico El Mundo (Medellín), 19 de abril de 1987. p. 3 A.


Palabras como Presidente del Comité de Defensa de Derechos Humanos
de Antioquia, en la inauguración del Foro por el Derecho a la Vida,
abril 10 de 1987. 

57
Héctor Abad Gómez

Otra etapa

Se abre para el país una nueva etapa. Las treguas que


se acaban de convenir —distintas a todas las anteriores,
pues no se han entregado las armas— le abren a Colombia
la perspectiva de hacer algo distinto y prácticamente único
dentro de la vida de las naciones. La lucha, la dura lucha
que en estos días se abre, será entre los que creemos que
se pueden efectuar hondas transformaciones estructurales,
sin más violencia de la que hasta ahora se ha ejercido, y
entre los que creen que se necesitará todavía más violen-
cia. Porque si las logramos efectuar para hacer más justa a
nuestra patria —durante esta etapa de tregua— habremos
obtenido un resultado que sólo fue posible —por desgra-
cia— porque hubo violencia.
“La violencia, como la fiebre, no es en sí una enferme-
dad, sino un signo de enfermedad social”, hemos aprendido
los que la hemos estudiado. “La paz es el resultado de la
justicia”, se nos ha repetido hasta el cansancio.
Si los colombianos tenemos claros y aceptamos estos dos
postulados, no seguiremos tontamente luchando contra el
síntoma, la fiebre, sino contra sus causas, las injusticias.
La injusticia política, la injusticia económica y la injusticia
social. Se ha repetido muchas veces que el diagnóstico es lo
esencial para encontrar la terapéutica. En estos momentos,
el diagnóstico no puede ser más evidente ni más claro. El
inteligente pueblo colombiano lo sabe así y lo ha entendido
así. No es sino oír a los campesinos del Bagre, a los delega-
dos al IV Foro por los Derechos Humanos; leer a Rocío Vé-
lez de Piedrahita; escuchar el reportaje radial del médico
secuestrado Víctor Mosquera Chaux.

59
Periodista con licencia médica

Los análisis son evidentes: en todo grupo humano exis-


ten un medio y dos extremos. Es la teoría mesopotámica,
que es la opuesta a la teoría maniquea. La teoría maniquea
es la que afirma que “nosotros somos los buenos y los de-
más los malos”, expuesta también en reportaje radial por
un señor Domínguez de Cali. Teoría generadora de violen-
cia. Es el fanatismo —de tan variados signos— que ha sido
la raíz de tantos males humanos.
Si los colombianos aprendemos a no ser fanáticos; a
aceptar el indulto y la amnistía en su más prístino signi-
ficado: perdón y olvido; si somos capaces de perdonar y ol-
vidar los errores que todos hemos cometido. Pero no sola-
mente los errores, sino aún los crímenes que algunos han
cometido, de lado y lado de la línea de batalla, habremos
iniciado una etapa distinta, una etapa nueva, una etapa
ejemplar, no sólo para nosotros mismos, sino para todos los
pueblos del mundo.

Periódico El Mundo (Medellín), 1 de septiembre de 1984, p. 3 A.

60
Héctor Abad Gómez

Una guerra sucia

Por desgracia, lo que estamos ahora experimentado en


Colombia es una tremenda, una ignominiosa, una brutal
guerra sucia. Guerra sucia de parte y parte. Con secues-
tros, con extorsiones, con chantajes, con amenazas, con si-
carios, con asesinos a sueldo, con torturas y con los métodos
más inhumanos y crueles, para vergüenza nuestra y de la
pretendida “humanidad” a que pertenecemos.
Una guerra sucia que está acabando con todos los valo-
res y con la más mínima decencia humana. Una guerra en
la cual no se sabe ya cuáles son los criminales y cuáles los
que combaten el crimen. Asesinan soldados y éstos a su vez
asesinan. Asesinan policías y éstos a su vez asesinan a los
que los asesinan.
¿A dónde vamos a parar?
¿Estamos llegando a la brutalidad del Cono Sur o de
Guatemala y El Salvador, con desapariciones y muertes
por doquier, dentro de un Gobierno Civil cuyo jefe prome-
tió al posesionarse, no derramar “ni una sola gota más de
sangre colombiana”?
¿No irán a valer para nada las acciones de valerosa de-
nuncia del Señor Procurador General de la Nación y del
Comité Nacional Permanente de Defensa de los Derechos
Humanos y sus seccionales, para tratar de detener esta ola
de violencia que nos está ahogando a todos? ¿Le contesta-
rá, por ejemplo, el señor Presidente, al premio Nobel de
Literatura, sus preguntas sobre lo que está pasando en el
Magdalena Medio? ¿Habrá rectificado el actual Ministro de
la Defensa sus tesis escritas de que “a una guerra sucia hay
que responder con otra guerra sucia?”.

61
Periodista con licencia médica

¿El país, que está adquiriendo una buena imagen inter-


nacional con las acciones de paz del presidente Betancur,
en el exterior, podrá conservar esta buena imagen con lo
que está pasando en su interior?
Estas son las preguntas que todos los días nos hacemos
los ciudadanos colombianos y que a veces se convierten en
gritos, en desesperados gritos en un desierto de silencio.

Periódico El Mundo (Medellín), 1 de septiembre de 1983, p. 3 A.

62
Héctor Abad Gómez

¿Qué nos pasó a todos?

La toma del Palacio de Justicia y el “rescate” de más de


cien cadáveres, paralizó al país. Lo paralizó física y men-
talmente. Nos paralizó física y mentalmente. Por primera
vez la violencia televisada, oída, sentida, nos paralizó a to-
dos, paralizó a la nación. La violencia desatada, a sangre y
fuego, en pleno corazón de la patria. La justicia en cenizas.
La justicia vejada y amenazada de muerte. El Palacio en
llamas, los tanques, las bombas, las explosiones, la angus-
tia colectiva.
¿Qué podíamos hacer? ¿Qué podía hacer la llamada so-
ciedad civil? Nada. Nos pusieron a oír radio y a ver televi-
sión, incluyendo la transmisión de los partidos de fútbol y
de los preliminares del reinado de belleza de Cartagena. Y
esa misma noche, el incendio, los bombardeos, la catástro-
fe, el holocausto.
Todo estaba consumado. No había nada que hacer. ¡Ni
siquiera nada qué decir! Apenas ahora, muchos días des-
pués, estamos despertando a una trágica realidad. A una
realidad que afectará sin remedio la vida futura de la na-
ción. A una realidad que durante esos dos trágicos días,
nadie se imaginaba siquiera. Era la política de tierra arra-
sada, de rastrillo, de aniquilamiento total que impone la
política “antiterrorista” de la Seguridad Nacional. La po-
lítica impuesta por los estrategas del Pentágono, así haya
muchas vidas involucradas: vidas de campesinos, vidas de
obreros, vidas de policías, vidas de soldados, vidas de civi-
les o vidas de magistrados. Cosa bien diferente de cuando

63
Periodista con licencia médica

hay involucradas vidas de “ciudadanos de los Estados Uni-


dos”. Entonces sí, calma, reflexión, prudencia, estrategia,
inteligencia militar.
Pero las vidas de los ciudadanos de estas “Banana Re-
publics” no tienen importancia para el Imperio, para los
imperios. Nos han metido por la fuerza en una guerra que
no es nuestra. En una guerra de dos imperios a los que sólo
les interesa sus respectivas supervivencias como potencias
mundiales.
Y en esta lucha absurda, caen organizaciones que se ca-
lifican a sí mismas como nacionalistas, como patrióticas,
como autónomas. Mientras tanto, menos empleo, menos
comida, menos educación, menos salud, menos justicia. Y
más violencia, más deportes, más reinados, más ‘informa-
ción’, más bala, más guerra.
¿Hasta cuándo? Hasta cuando esta sociedad civil, de la
cual la mayoría de los colombianos hacemos parte, despier-
te ante esta dura realidad y nos decidamos, por fin, a tomar
en nuestras manos nuestros propios destinos.
¿Cómo? Organizándonos, pensando, actuando. Organi-
zándonos en todos los niveles. Pensando sólo en Colombia.
Actuando organizada y pacíficamente para reclamar nues-
tros derechos y cumplir nuestros deberes.

Periódico El Mundo (Medellín), 16 de noviembre de 1985, p. 3 A.

64
Héctor Abad Gómez

Política, justicia
y organización social

Ese vaivén entre la academia y los cargos o asesorías al


gobierno Colombiano o de otros países, hicieron que en el
recorrido profesional de Héctor Abad Gómez pueda obser-
varse esa dimensión política que proponía de la salud pú-
blica, siempre actualizada como ciencia por su contacto con
la academia, y al mismo tiempo ajustada a la observación
constante de la realidad de la ciudad y del país.
La forma que Héctor Abad Gómez tenía de concebir la
política era la que influía para que desde cualquier institu-
ción o cargo que ocupara ésta fuera un elemento trasversal
a su quehacer de profesional de la salud, de profesor, de
ciudadano, de padre. Para él la política era como una es-
pecie de responsabilidad social a la que estamos obligados
como miembros de una comunidad, y de esa forma denun-
ciaba e instaba a las autoridades a cumplir sus responsabi-
lidades como funcionarios públicos.
Por esta razón, en su vida tuvo siempre ese tinte político
de lucha, de denuncia, y por lo mismo son inseparables en
el análisis de su obra: la política y la academia, la salud y
la política, los derechos humanos y la política y la respon-
sabilidad social de informar al pueblo y la política. Enten-
diendo la política desde un sentido humanista.
Para Héctor Abad Gómez, la política debía ser una ética
social, de compromiso por los ciudadanos, la política para
él debía ser la forma de ayudar a los pueblos a salir de sus
miserias. Su postulado mayor era creer en la gente y pre-

65
Periodista con licencia médica

dicar la justicia social, por eso hablaba de poliatría, y de la


necesidad de formar profesionales que tuvieran conciencia
social, que desarrollarán su capacidad de analizar constan-
temente los problemas sociales y que pudieran proponer
soluciones en beneficio de todos.
Su concepción de la política estaba basada en el servi-
cio, para él la política se basaba en el interés de querer un
mundo mejor. “En Abad Gómez nunca se dio el brillar como
motor de la existencia, sino el servir. No fue la fama el nor-
te de su vida, sino el amor a los demás, para que vivieran
en mayor complacencia y armonía consigo mismos”16.
En varias de sus columnas de opinión se refiere al tema
de la política, desde muchos puntos de vista, para hablar de
las desigualdades económicas y sociales en el mundo, para
hablar del partido Liberal, de temas de coyuntura nacional
y mundial, o para hablar de la clase política mundial, de
sus características y de la falta de confianza que despierta
en los pueblos.

16
Alberto Aguirre, “Un humanista”, Cartas desde Asia, Héctor Abad Gómez
(Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2007) 15.

66
Héctor Abad Gómez

La liberación humana

Desde sus orígenes y a través de toda su historia, las


más importantes luchas del hombre han sido por liberarse
de algún tipo de opresión. Las conquistas contra la opre-
sión han ido lográndose paulatinamente. Y siguen lográn-
dose, por fortuna a un ritmo mayor, a medida que avanza
el mundo.
El temor que sentían nuestros antepasados por todo fe-
nómeno natural, ha venido siendo superado por el conoci-
miento, el análisis y la comprensión de cada vez más he-
chos naturales, por medio de la ciencia.
La ciencia, el conocimiento —todo tipo de ciencia, todo
tipo de conocimiento— son liberadores. Las matemáticas,
la astronomía, la física, la química, la estadística, la so-
ciología. Mientras más comprendemos los fenómenos na-
turales más nos liberamos del temor que muchos de ellos
produjeron y siguen produciendo.
El fenómeno del azar, el de la variación estadística na-
tural, por ejemplo, cada vez nos explica más cosas, nos
aclara más cosas. Cada vez se aceptan más las variaciones
naturales.
Lo peor ha sido el presunto misterio, el desconocimiento,
el temor hacia lo desconocido, hacia lo raro, hacia lo extra-
ño, hacia lo aparentemente inexplicable. El brillo del re-
lámpago, el ruido del trueno, la corriente del río asustaban
más antes que ahora. Para no hablar de los eclipses, los
cometas o cualquier otro fenómeno telúrico, ni de la enfer-
medad o la muerte inexplicables.

67
Periodista con licencia médica

Ese temor hacia las cosas que no se comprendían ha


traído grandes sufrimientos a la humanidad. Toda varia-
ción en la conducta humana era rechazada y castigada
como pecado. Las enfermedades, por ejemplo, eran consi-
deradas “castigo del cielo”. Al leproso se le excluía de la
sociedad, se le colgaba una campana, se lo vestía con traje
estrambóticos y se lo arrojaba por fuera de los muros de la
ciudad en la época Medioeval.
En cambio, muchos fenómenos, producidos artificial-
mente por la misma organización social han sido conside-
rados como “naturales” y aceptados como inevitables. La
pobreza, para citar el caso más aberrante. Los pobres han
sido despreciados como si ellos tuvieran la culpa de serlo.
Pero la liberación humana se ha dado y se sigue dando
en todos los campos. El hombre tiene que liberarse, pri-
mero, de sus necesidades elementales. Pero no a través de
no satisfacerlas, como sería la filosofía oriental, sino satis-
faciéndolas. Se necesita aire para respirar, agua para be-
ber, comida para alimentarse, sexo como una expresión del
afecto humano. La liberación de la necesidad se consigue
satisfaciendo dicha necesidad. La liberación del temor se
consigue conociendo las causas de ese temor. La liberación
de la pobreza se consigue conociendo las causas de la pobre-
za. Y ahí vamos. Los esclavos no aceptaron ser inferiores a
sus amos. Los siervos no aceptaron ser inferiores a sus se-
ñores. Los obreros no aceptan ser inferiores a los capitalis-
tas. Los servidores no aceptan ser inferiores a los servidos.
Los alumnos no aceptan ser inferiores a sus maestros. Los
negros no aceptan ser inferiores a los blancos. Las mujeres
no aceptan ser inferiores a los hombres. Los homosexuales
no aceptan ser inferiores a los heterosexuales. Los latinos
no aceptan ser inferiores a los anglosajones. Los tropicales
no aceptan ser inferiores a los de la zona templada. Los

68
Héctor Abad Gómez

pobres no aceptan ser inferiores a los ricos. Los que hablan


español no aceptan ser inferiores a los que hablan inglés.
Los ignorantes no aceptan ser inferiores a los sabios.
Y todo esto está bien. La liberación de la ignorancia se
consigue con el conocimiento. Todo esto es la subversión
de los débiles en contra de los fuertes, de los dominados
en contra de los dominadores, de los oprimidos en contra
de los opresores. Todo esto se encamina hacia la completa
liberación humana.

Periódico El Mundo (Medellín), 7 de junio de 1980, p. 3 A.

69
Héctor Abad Gómez

Problemas y prioridades

Si hay algo absolutamente claro en los campos indivi-


dual, familiar, social y colectivo, es que todos los problemas
no se pueden resolver de una vez y al mismo tiempo. Por
eso es tan importante una correcta fijación de prioridades.
Desde la clásica de Mafalda: “Qué haría yo sin mí”, hasta
la planificación estatal del camarada Lenin.
¿Cómo se fijan las prioridades? ¿Quién las fija? ¿Para
qué se fijan? He aquí lo que distingue a los individuos, a los
grupos, a las sociedades y a los gobiernos.
Dentro de las técnicas sociales que hoy se llaman “or-
ganización de la comunidad”, “participación de la comu-
nidad”, etcétera, hay una que sigue teniendo vigencia en
cualquier tipo de rígida planeación de arriba hacia abajo.
Son las llamadas “necesidades sentidas” de cada comuni-
dad, de cada grupo humano, en cada lugar y en cada mo-
mento. Porque las necesidades y los sentimientos son cam-
biantes, variables, distintos, durante el continuo proceso
histórico de toda comunidad. Pero hay ciertas cosas básicas
que sin lugar a dudas son absolutamente necesarias para
todo grupo humano: aire, agua, alimentos y albergue.
Cuatro “a” indispensables como base de lo que hemos
llamado Bienestar. Que no se obtienen sino, como es ob-
vio, por intermedio del trabajo, que es la prioridad esencial
para todos los hombres.
Una organización social que no asegure la posibilidad
de trabajo eficiente y productivo para todos sus adultos, es
una mala organización social y debe cambiarse. Y tal cam-

71
Periodista con licencia médica

bio no necesariamente debe hacerse —y dudo que pueda


hacerse— de arriba hacia abajo. Debería y podría hacerse
de abajo hacia arriba. En cada vereda, en cada barrio, en
cada región, las gentes saben mejor fijar sus propias prio-
ridades que los más sofisticados “técnicos” y “expertos” con
grados de PhD.
Confiar en la gente, en los de abajo, en la inteligencia
colectiva de los pueblos, es la verdadera fórmula democrá-
tica, la que no hemos ensayado en Colombia, la que debe-
ríamos implantar para ir resolviendo, con la ayuda estatal,
naturalmente, los más urgentes problemas de todos y cada
uno de nuestros grupos humanos. Comenzando por los más
necesitados, por los más abandonados, por los menos fuer-
tes, por los que no tienen siquiera voz ni voto en los gran-
des centros de decisión de la vida nacional.
Muchas cosas de este tipo se han venido ensayando du-
rante los últimos treinta años. La acción comunal, “Futuro
para la Niñez”, varias organizaciones privadas y aún esta-
tales. Pero mientras esto no se implante como la tecnología
adecuada para nuestro desarrollo económico, político y so-
cial, y sea realmente una política nacional prioritaria, por
más buenas intenciones que haya arriba, la acción en la
base no será tan eficiente como tantos quisiéramos.
Sólo una estrategia de activa participación comunitaria
de abajo hacia arriba podrá empezar a sacar de la “pobreza
absoluta” a esos seis millones de colombianos que constitu-
yen la meta prioritaria del actual gobierno.

El Mundo (Medellín), 27 de noviembre de 1986, p. 3 A.

72
Héctor Abad Gómez

La política

Decían los médicos alemanes de mediados del siglo pa-


sado, Rodolf Wirchow y Paul Neumann, que la política era
“la medicina de la sociedad”. Estos dos fundadores de la
medicina social descubrieron que las enfermedades no sólo
tenían causas biológicas sino causas sociales.
Pero no se trata ahora de hablar de medicina, sino de
política. Maquiavelo fue el primer “científico social” que la
analizó, despojada de toda connotación moral, como corres-
pondía a las épocas en que ésta se ejercía sin cortapisa al-
guna.
Hoy, en vísperas del III Milenio, por fortuna, la política
debe analizarse de muy distinta manera. Las ciencias so-
ciales, especialmente la estadística, han avanzado en tal
forma, que ya la política puede transformarse en lo que
en la Universidad de Antioquia hemos llamado poliatría
(de polis= ciudad Estado y iatría = tratamiento, curación),
teniendo en cuenta que todo conjunto humano, como cual-
quier conjunto natural, tiende a una distribución meso-pa-
nómica, es decir, a conformar un medio y dos extremos. Y si
la política es, como decían los dos médicos alemanes antes
citados, el tratamiento de los males sociales, la polis, raíz
etimológica de política, no debe tratarse como un organis-
mo individual, sino como un “organismo” colectivo. Cada
ciudad, cada estado, cada nación —en cada momento de su
desarrollo histórico— requiere distinto tratamiento.
Así entendida, la política no es la trapisonda, el juego
sucio, el engaño, la traición o la deslealtad, como muchos

73
Periodista con licencia médica

la conciben. Es, por el contrario, la más noble, la más alta,


la más digna de las “profesiones” modernas. Los políticos
deberían ser, por lo tanto, poliatras, es decir, especialistas
en el tratamiento de las patologías sociales. Profesionales
que entiendan que su alta misión es preventiva, curativa y
rehabilitativa, en relación con los grandes males sociales
que aquejan a los conjuntos humanos que ellos se proponen
servir.
No como a objetos pasivos, a los que el médico omni-
potente receta sin tener en cuenta al paciente, sino, por
el contrario, tratados como sujetos activos, asegurando su
indispensable participación en la propia curación.
Por no tener en cuenta estas elementales consideracio-
nes, es por lo que muchas personas, con la mejor intención
del mundo probablemente, nos recetan unas fórmulas, peo-
res que la enfermedad. Por ejemplo, si hay violencia, que
es apenas la fiebre de un organismo enfermo, tratémoslo
con más violencia. Si existen injusticias sociales, que son
las verdaderas causas profundas de esta violencia, repri-
mamos por la fuerza las manifestaciones de protesta. Es-
condámoslas, no las dejemos salir a la superficie, para que,
así, la pequeña capa de población que disfruta de todas las
ventajas y de todas las comodidades, no se perturbe o inco-
mode en el tranquilo disfrute de sus privilegios.
Estas son las “recetas” que algunos nos ofrecen. Pero ya
es tiempo de que otros les respondamos: no, muchas gra-
cias. Ese tratamiento no ha dado resultado durante los úl-
timos doscientos años.
¿No será tiempo, queridos amigos, de ensayar otros?

El Mundo (Medellín), 19 de mayo de 1986, p. 3 A.

74
Héctor Abad Gómez

Justicia económica y paz social

No puede ni debe haber paz sin justicia. Pero tratare-


mos de analizar qué tipo de justicia y qué tipo de paz.
La justicia que el mundo actual reclama con más vehe-
mencia y ahínco —y a veces, también, con justa violencia—
es la justicia económica.
Todos los adultos hombres y mujeres del mundo recla-
man el derecho a un trabajo adecuado a sus capacidades y
que sea lo suficientemente bien remunerado para que pue-
da suministrarles a ellos y a sus familias las necesidades
básicas de buena alimentación, educación, salud, transpor-
te y recreación, en el caso de que el Estado, como sería lo
deseable, no les garantice de uno u otro modo, estos dere-
chos elementales.
Ya no se aspira, como en tiempos de Jefferson a que el
Estado garantice felicidad para todos. La felicidad es un
concepto demasiado personal, demasiado individual, de-
masiado variable, para que ninguna organización social
pueda garantizársela a todos sus individuos, pero ciertas
cosas elementales, sin las cuales no es posible el bienestar
humano, sí puede y debe garantizarlas el Estado. El traba-
jo adecuado a cada quien, sin riesgos evitables, la seguri-
dad económica para todos los trabajadores y sus familias.
La salud, la educación, la recreación, la vivienda, el trans-
porte.
La economía es obra de los hombres y no invento o dá-
diva de los dioses. Y resulta que la economía del mundo
capitalista sólo garantiza estas cosas elementales a los que

75
Periodista con licencia médica

puedan comprarlas, que son los dueños de la tierra, del ca-


pital, de las máquinas, de los vehículos de transporte. Es
una economía inhumana que pone al hombre al servicio del
capital. Hay otro tipo de economías —las planificadas cen-
tralmente— que tampoco garantizan bienestar y felicidad
absolutos. Esto, según parece, sólo se obtiene en el cielo,
que nadie sabe en dónde queda. Pero el mundo sí sabe en
dónde están las economías mejor organizadas para garan-
tizar los mínimos derechos de que hemos hablado. Y cuan-
do esto no se garantiza, no hay, no puede haber paz social.
Porque no hay justicia económica.
La gente lo sabe, la gente lo intuye, la gente lo reclama:
es necesaria una nueva organización social.
¿Seremos capaces los colombianos de darnos a nosotros
mismos este nuevo tipo de organización social que garan-
tice los derechos económicos? Tenemos y debemos ser ca-
paces. Tenemos la obligación de ser capaces. Mientras no
haya justicia económica no puede ni debe haber paz social.

Periódico El Mundo (Medellín), 31 de mayo de 1980, p. 3 A.

76
Héctor Abad Gómez

Los dos extremos

Es bien curioso que siempre que se habla de posiciones


extremas, se entienda que éstas son solamente las de iz-
quierda y que no se tengan en cuenta las posiciones tam-
bién extremas de derecha, que existen y que por cierto han
sido causas básicas de los males que actualmente padece la
universidad colombiana. Desde los físicos griegos se habla-
ba de que toda acción produce una reacción. Y cuando ésta
se produce como resultado de aquélla todos los males se
le achacan al último episodio, sin analizar las causas que
realmente lo produjeron. La huelga del profesorado de la
Universidad de Antioquia en 1974, por ejemplo, tuvo como
verdadera causa la actitud inflexible, intransigente, auto-
ritaria y obstinada del rector de entonces y actual director
del ICFES, Dr. Luis Fernando Duque Ramírez. Su posición
era la misma que ahora se pretende implantar en todo el
país con la reforma post secundaria: el único que tiene la
razón es el rector. Pero algunos de los que combatieron y
vencieron al Dr. Duque y que ocuparon y siguen ocupando
cargos directivos, por extraña metamorfosis, han adoptado
últimamente su misma posición: los únicos que tienen la
razón son las directivas. El 3 de octubre de este año, cinco
decanos, encabezados por el de Ingeniería, formaron una
brigada para que de todas maneras se realizara un examen
que una asamblea estudiantil anterior había decidido no
presentar. Como era natural un mitin estudiantil protestó
por esta actitud amenazante e inflexible de tales directivos.
Hubo enfrentamientos, disturbios, pescozones. Pero en la

77
Periodista con licencia médica

Facultad de Ingeniería había que implantar, de todos mo-


dos, la autoridad. Y, por supuesto, en toda la Universidad.
Se efectuó una gran asamblea estudiantil de protesta por
estas actitudes autoritarias. De tal asamblea, realizada el
18 de octubre, se desprendió un grupo de encapuchados
que atacó al Rector y a su oficina. Muchos profesores, alar-
mados por estos hechos y conscientes de sus verdaderas
causas, planteamos un diálogo amistoso con los miembros
del Consejo Directivo caracterizados por línea dura. Trata-
mos de analizar con ellos el delicadísimo estado de la Uni-
versidad.
Pero las posiciones ya estaban tomadas. Había que im-
poner la autoridad, pasara lo que pasara. Se expulsaron
cinco estudiantes de los que habían realizado el mitin en
Ingeniería el 3 de octubre. Era un reto a toda la masa es-
tudiantil. El Concejo Directivo contra veinte mil estudian-
tes. Se llamó a los buenos para que entraran humillados
clase por clase. Mientras tanto, se expulsaron a otros tres
estudiantes y se sancionó a un profesor. Se volvió a lla-
mar a “exámenes” a multitud de cursos en Ingeniería. Se
sancionó con cero a los que no se presentaron, a los malos.
La línea dura salvaría la Universidad del anarquismo y
la confusión. Resultado: dos meses perdidos y cancelación
del semestre para el setenta por ciento de los estudiantes.
Tres mil estudiantes perjudicados por no haber accedido a
“comportarse bien”. Ya verán en el próximo año cómo estas
medidas autoritarias sí resultan. Es que la paz y el orden
se imponen a la fuerza.
Pero, naturalmente, a esto no se le considera extremismo.

Periódico El Mundo (Medellín), 17 de diciembre de 1979, p. 3 A.

78
Héctor Abad Gómez

El pueblo y la tregua

Los colombianos estamos decidiendo durante estos días,


si los profundos cambios políticos, económicos y sociales
que son necesarios para nuestro bienestar, van a ser po-
sibles en paz o si serán necesarios más sangre, más vio-
lencia, más sufrimientos, de los que hasta ahora hemos
padecido. Aquí estamos reunidos unos pocos colombianos,
dentro del enorme conjunto de nuestro pueblo: colombianos
venidos de todos los rincones del país, colombianos que he-
mos vivido y padecido las persecuciones, la incomprensión,
la represión, las angustias; y algunos también las heridas,
la cárcel y las torturas, en nosotros mismos o en nuestras
familias, amigos, compañeros o conciudadanos.
Todos nosotros hemos participado duramente en las lu-
chas, reivindicaciones y esperanzas y anhelos de un pueblo
del que hacemos parte; de un pueblo que ha buscado deses-
peradamente, por distintos caminos, salir de su atraso, de
su pobreza, de su miseria, de su ignorancia; de un pueblo,
protagonista de su propia historia que se ha enfrentado
con valor, con coraje y con decisión, a los más tremendos
obstáculos; de un pueblo que no se ha detenido ni ante la
represión, ni ante las balas, ni ante las torturas, ni ante las
desapariciones, ni ante la muerte; de un pueblo, que como
todos los pueblos del mundo, lucha por su supervivencia,
por su dignidad y por su bienestar. Porque este puñado
de personas que estamos aquí reunidos no constituye un
muestreo al azar, como el que pudiera representar el mis-
mo número de personas que asisten aquí en Bogotá a un
partido de fútbol.

79
Periodista con licencia médica

Por el contrario, representamos a la gente del país que


ha luchado, que ha sufrido, que no se ha resignado, que no
se ha dedicado pasivamente a vivir su vida o a sufrir su
muerte, sin importarles la vida o la muerte de los demás;
sino que nos hemos dedicado a hacer algo, así sea de me-
nor cuantía, para que nuestros compatriotas no sigan su-
friendo las persecuciones, los vejámenes y la arbitrariedad.
Somos un conjunto de hombres y mujeres que le hemos di-
cho no a la pasividad, a la autocomplacencia o a la simple
culpable indiferencia. Nuestro trabajo por el bienestar del
pueblo colombiano no empieza ni concluye ahora, porque
ha sido una constante de nuestras vidas y seguirá siendo
una constante, mientras aliente en cada uno de nosotros el
soplo vital.
Con humildad ante la enorme tarea que nos espera, pero
con el justificado orgullo de los que sabemos que en algo he-
mos contribuido al bienestar de este pueblo del que hace-
mos parte, yo los invito a que sigamos unidos, organizados,
solidarios, entusiastas e incansables, luchando firmemente
los mismos ideales que hemos libremente escogido: los de-
rechos humanos, la democracia, la paz y por el bienestar
del pueblo colombiano.
Compañeras y compañeros: Calladamente, sin estri-
dencias, ignorados por la gran prensa bogotana, algunos
desde hace muchos años, otros más recientemente hemos
venido trabajando y haciendo historia. Pero los próximos
años serán todavía más decisivos para la vida de nuestro
país. De nosotros depende en gran parte que la historia que
hemos venido haciendo, que haremos en estos tres días de
intercambio de experiencias y de fijación de rumbo y que
vamos seguir haciendo durante la vida que nos resta, sea
en verdad benéfica para las grandes mayorías colombia-
nas. La tregua que se ha iniciado entre la guerrilla y el
ejército no significa ni victoria, ni rendición para ninguna

80
Héctor Abad Gómez

de las dos partes. Ahora somos los civiles, acompañados de


los excombatientes, los que vamos a decidir cuál va a ser el
rumbo de Colombia. Este debe ser hacia la justicia política,
hacia la justicia económica y hacia la justicia social. Si los
que estamos aquí reunidos somos capaces de influir para
que esto se realice, habremos evitado la “centroamerica-
nización” de nuestro país, para alcanzar con todos y para
todos una patria más justa, más amable. Ya muchos se han
sacrificado y han muerto para que esto sea posible. Depen-
derá de nosotros el que tanta sangre, tantos sufrimientos,
tantos sacrificios, no sean en vano. Para que esto sea así,
la única alternativa es que sigamos trabajando en paz, con
vigor, con decisión, con imaginación y con coraje. Así lo he-
mos venido haciendo. Así lo seguiremos haciendo.

Periódico El Mundo (Medellín), 3 de septiembre de 1984, p. 3 A.


Intervención del doctor Héctor Abad Gómez, en la inauguración del IV
Foro de Derechos Humanos, en Bogotá, el 24 de agosto de 1984.

81
Héctor Abad Gómez

“Hacia la paz por la justicia social”

El diagnóstico está hecho: no se consigue la paz sino por


medio de la justicia social. ¿Cómo logramos ésta? He aquí
el meollo de la cuestión.
Sin duda alguna con desarrollo económico. Pero este de-
sarrollo económico no se obtiene sin desarrollo social. Y el
desarrollo social no se obtiene sin desarrollo humano inte-
gral.
¿En qué consiste éste? Ya lo han comprobado todos los
pueblos que en los últimos setenta años han pasado de la
pobreza a la prosperidad. Dándole prioridad a la persona
humana: es decir a la alimentación, a la educación, a la
salud de la gente. De las gentes. De todas las gentes. A los
derechos sociales de todos sus habitantes. Así se obtiene
el desarrollo social necesario para el desarrollo económico.
“El desarrollismo”, o sea la doctrina de que hay que hacer
crecer el pastel, sin importar ni cómo ni en qué, ni en quié-
nes se reparta, ha fracasado en los pueblos del mundo que
lo adoptaron: Argentina, Brasil, Chile. Con el tremendo
adendo de la represión, de la pérdida de la libertad, de los
desaparecidos, del terrorismo estatal.
¿Queremos tal “desarrollismo” para Colombia? ¿Hacer
“la paz” a la fuerza? “Pacificar”, como sea: ¿con allana-
mientos, con torturas, con asesinatos, con bombardeos, con
ametralladoras, con granadas, con tanques y con fusiles? O
¿hacer “justicia”, también a la fuerza, con los mismos pro-
cedimientos, agregando secuestros, extorsiones, boleteos?
Los que creemos que no. Los que creemos que la violencia

83
Periodista con licencia médica

no es el camino; los que creemos que todavía hay tiempo


para evitar las catástrofes que han sufrido el Cono Sur,
Centro América, Vietnam y tantos otros pueblos del mun-
do, nos vamos a reunir el próximo 27 de julio en el recinto
de la Asamblea Departamental de Antioquia para ver si
todavía es tiempo de evitar una mayor tragedia nacional.
Para ver si todavía se puede aplicar la medicina preventiva
a un paciente que ha sufrido por decenios los males de la
injusticia, de la mala distribución de la riqueza, de la falta
de participación en su propio destino, de la apatía, de la
ignorancia, de la insalubridad.
¿Se salvará el paciente? Estamos seguros que sí. El re-
medio es simple, sabido por todos, súper recetado: la justi-
cia económica, política y social.
Ya, por fortuna, existen centenares de profesionales en
nuestro medio que saben cómo administrarlo.
Para unificar fuerzas; para hacer el diagnóstico más de-
tallado y preciso; para organizarnos con patriótica y firme
decisión, vamos a reunimos muchos profesionales de An-
tioquia, jóvenes, menos jóvenes, y hasta viejos como quien
esto escribe, para que nos digan el Gobierno, las Fuerzas
Armadas, los grupos que han entrado o han salido de la tre-
gua; y todo aquel que tenga algo inteligente y concreto qué
decir, cómo ven la situación actual del país y cómo creen
que podremos salir del peligro de que se vuelva peor.

Periódico El Mundo (Medellín), 18 de julio de 1985, p. 3 A.

84
Héctor Abad Gómez

Defensa de la vida y la dignidad humana

Vivimos horas de trascendencia e importancia históri-


cas. No solo nuestro país, sino Latinoamérica y el mundo
entero se debaten en una lucha, por desgracia, muchas ve-
ces cruenta, por la justicia social, que sólo cuando se al-
cance sobre toda la faz de la tierra traerá la paz que desde
tiempos inmemoriales todos los humanos hemos anhelado.
La paz, que sin justicia, no puede ni debe existir. La paz
que es un anhelo de todos los pueblos del mundo y que sólo
se conquista en la mente y en el corazón de cada ser hu-
mano, cuando estamos convencidos de que se hace justicia
con nosotros mismos y con los demás. Conquistamos la paz
interna cuando estamos seguros de no haber cometido nin-
guna injusticia. Pero algunos, a pesar de ésta, luchamos
porque nadie, en ningún lugar, cometa ninguna injusticia.
Porque se respeten los elementales derechos a la vida, a la
libertad, a la justicia, a la dignidad humana, a la dignidad
intrínseca a cada ser humano que nazca en cualquier parte
de la tierra y que tiene derecho no sólo a conservar su exis-
tencia hasta que su ciclo biológico se cumpla totalmente,
sino a vivir una vida digna, libre y en paz.
Pero esto, por desgracia, no se ha logrado todavía en una
gran cantidad de países, en este final del siglo XX, y no se
ha logrado ni en nuestro país ni es nuestra región, ni en
nuestra ciudad. Injusticias, violaciones a los más elemen-
tales derechos de la persona humana: derecho a comer, a
trabajar, a estudiar, a la salud, a un techo, a descansar, a
divertirse, a expresarse libremente; tenemos que lamentar,

85
Periodista con licencia médica

día a día y hora a hora, aquí y en todas partes. Con tanta


injusticia, con tantas violaciones a los derechos humanos
no puede ni debe haber paz. Por eso estamos, por desgra-
cia, en una guerra. Una guerra que muchos de nosotros hu-
biéramos querido evitar, una guerra que ha traído sangre
y lágrimas a millares y millares de nuestros compatriotas.
Una guerra que yo mismo he presenciado, desde mi infan-
cia y juventud, mirando, sin saber por qué, cadáveres de
campesinos que traían semana tras semana a la cárcel de
Sevilla, Valle, en esa dura lucha por la vida que se libra en
los campos colombianos y que tanta muerte ha producido.
Y después la violencia política que como joven sufrí en ese
mismo rincón cafetero de Colombia y como médico salu-
brista me tocó analizar estadísticamente, para tristemen-
te concluir que había ocasionado centenares de miles de
muertes. Luego vino el Frente Nacional que consolidó los
privilegios de unos pocos. Y ahora, durante estos últimos
treinta años, los distintos frentes guerrilleros, que querien-
do conquistar el poder, lo que hicieron fue consolidar aún
más el poder de la oligarquía que el movimiento de Jorge
Eliécer Gaitán estuvo a punto de derrumbar hasta que su
líder fue eliminado por esa misma oligarquía.
Y en estos tres últimos años: la tregua, que no ha lo-
grado todavía conmover a los de arriba para conseguir un
poco de justicia y que ahora parece totalmente fracasada,
dándoles razón a los que sólo confían en la violencia.
Por mi profesión, por mis convicciones, por mi tradición,
jamás he predicado y jamás predicaré la violencia para re-
solver los problemas humanos. Soy amigo de la vida, no de
la muerte. Pero como vivo en un mundo violento y dentro
de un país violento, lo único que puedo hacer reconociendo
esta triste realidad es propiciar, hasta donde me sea posi-
ble, que esta guerra que vivimos no sea una “guerra sucia”.
Que se tengan por lo menos las consideraciones que la
Cruz Roja y otras organizaciones internacionales han pro-

86
Héctor Abad Gómez

piciado en la guerra entre naciones. Que tengamos en cuen-


ta, que así como habría que respetar a los extranjeros aun
si fueran nuestros enemigos, nos respetemos entre nacio-
nales colombianos, porque son colombianos los que están
matando colombianos. Y son colombianos pobres los que
están matando a otros colombianos pobres. Soldados, po-
licías, guerrilleros, estudiantes, sindicalistas, campesinos,
obreros han aparecido en las luchas. ¿Hasta cuándo? Hasta
que logremos una completa justicia social. Pero que si tiene
que continuar la lucha, no se torture, no se desaparezca, no
se mate en prisión a los combatientes, ni se elimine a las
personas que se hayan acogido a la amnistía y al indulto y
han vuelto a la lucha pacífica o, peor todavía, los que nunca
han propiciado una lucha violenta.
Queremos la paz. Queremos la justicia. Queremos el
bienestar. Queremos el respeto a todos y cada uno de los
seres humanos, el respeto a la vida, a su dignidad, a su
bienestar. Por eso estamos aquí, y sólo por eso, se hace pre-
sente el Comité de Defensa de Derechos Humanos de An-
tioquia y de Colombia.

Periódico El Mundo (Medellín), 5 de enero de 1986, p. 3 A.

87
Héctor Abad Gómez

Una visita indispensable

Visitar el basurero de Medellín debería ser una obliga-


ción para todo candidato presidencial colombiano, para todo
gobernador de Antioquia y para todo alcalde de la ciudad.
Y visitarlo no en helicóptero ni en campero, sino recorrerlo
a pie, subiéndose por las montañas de basura y observan-
do la llegada de los camiones de las Empresas Públicas,
esperados ansiosamente por centenares de basuriegos que
se disputan con los gallinazos los desperdicios, los papeles,
los restos de comida, las frutas podridas, las botellas, los
plásticos, los cartones, las latas, los zapatos viejos.
Y no sólo observar sino conversar con niños, adultos y
ancianos, mujeres y hombres que cuentan cómo “viven” de
ese “oficio”, cuánto “ganan”, cómo se distribuyen las tareas,
cómo se reparten y venden los distintos desperdicios y cómo
se pelean los más fuertes con los más débiles para lograr
las mejores porciones de lo que la ciudad desecha.
Visitar el basurero es oler siquiera por unos minutos lo
que hora tras hora y día tras día huelen centenares de ha-
bitantes de Medellín, hacinados por las noches en los tugu-
rios que rodean a estas enormes montanas artificiales de
basura y mugre que son el testimonio más fehaciente de la
incapacidad de esta sociedad para resolver sus problemas
más acuciantes.
Una sociedad que permite que centenares de familias vi-
van en este estado de miseria, de desamparo, de suciedad,
de desprotección, de malos olores, de condiciones inhuma-
nas de “trabajo”, de competencia despiadada con anímales

89
Periodista con licencia médica

por lo que botan los demás, es —definitivamente— una so-


ciedad enferma.
¿En dónde están ‘el cristianismo’, el orgullo de pertene-
cer a la ‘civilización occidental’, la cacareada ‘democracia
representativa’, la defensa de nuestras instituciones, al
lado de la hediondez, las náuseas, el barro, la mugre, la
suciedad y el horror de estas condiciones de ‘vida’?
¿Cuántos presidentes de Colombia han visitado el ba-
surero de Medellín? ¿Cuántos gobernadores de Antioquia?
¿Cuántos alcaldes de Medellín? ¿Cuántos senadores, cuán-
tos representantes a la Cámara, cuántos diputados, cuán-
tos concejales? ¿Cuántos directores de grandes empresas
industriales o comerciales? ¿Cuántos dirigentes cívicos?
¿Cuántos periodistas? ¿Cuántos escritores? ¿Cuántos pro-
fesores y estudiantes universitarios?
Visitar el basurero de Medellín es un trauma por el cual
deberían pasar obligatoriamente todas aquellas personas
que hayan tenido que ver, que tengan que ver o que vayan
a tener que ver con las decisiones que influyen en nuestra
organización social. Porque una organización social que
permite que existan las condiciones que hacen posible el
basurero de Medellín, es una organización social que nece-
sariamente hay que cambiar.

Periódico El Mundo, 14 de marzo de 1981, p. 3a

90
Héctor Abad Gómez

Mercaderes de votos y puestos

Una educadora del Tolima ha renunciado a su cargo de


directora de un colegio de Ibagué en vista de que no resistía
la presión de los políticos locales, a los que ella llama ‘mer-
caderes de votos y puestos’.
Este mal no es sólo de los políticos tolimenses sino, des-
graciadamente, un mal de muchos políticos colombianos.
La política, una de las actividades más nobles e importan-
tes del quehacer humano, se prostituye en ciertos momen-
tos históricos hasta rebajarse a condiciones que la hacen
verdaderamente despreciable.
Esto es muy grave para un país.
La sensación general que actualmente existe en Colom-
bia es que los políticos son personas desleales inmorales,
privilegiadas, aprovechadoras de prebendas y canonjías,
personalistas, egoístas y deshonestas.
Y la gente traslada esta visión del político a la política
misma. A la política como actividad general. Y muchísima
gente, sobre todo los jóvenes, no quieren oír siquiera hablar
de política. Se declaran ‘apolíticos’, asqueados de lo que ven
y observan a su alrededor. Sin que sepan siquiera que esta
posición está contribuyendo, precisamente, a mantener un
estado de cosas que ellos quisieran en el fondo que cambiara.
La política, una palabra que viene de la expresión grie-
ga ‘politeia’ (organización social) y una actividad, tal vez la
más decisiva e importante en las sociedades humanas, se
desacredita cada vez más entre los colombianos. Esta si-
tuación es peligrosa. Favorece al status quo y no le da otra

91
Periodista con licencia médica

salida al cambio que la salida violenta. Una salida que ya


muchos ven como inevitable. ¿Será posible una salida civi-
lizada, es decir, política? Depende de muchas cosas. Pero,
sobre todo, de la decisión de muchas personas de hacer de
la política una actividad noble y hermosa, para beneficio de
la nación.

Periódico El Mundo, 16 de marzo de 1981, p. 3 A. 

92
Héctor Abad Gómez

Educación y vida

Héctor Abad Gómez también fue un revolucionario en


materia de educación, más que dictar información teórica
desconectada del mundo, él lo que hacía era proponer expe-
riencias de aprendizaje fundamentadas en la observación
de la realidad social, en la aplicación del conocimiento, en
el descubrimiento y respeto por el otro; y en la apreciación
de la belleza a través de la música, la escritura, la pintura.
Sus cátedras de medicina preventiva y de salud públi-
ca tenían como público a esos estudiantes interesados en
actividades distintas a las curriculares. Los que a través
de su propia experiencia y cercanía con la población veían
en esa forma de sentir y ejercer la profesión una excelente
alternativa para reducir las estadísticas de mortalidad en
la ciudad. Este profesor llevaba a los estudiantes, incluso
en horas por fuera de clase, a los barrios populares y de
reciente invasión por parte de campesinos y pueblerinos
que huían de la violencia política. Gracias a esta forma de
enseñar fue consolidando un grupo de colegas y estudian-
tes voluntarios de varias facultades de la Universidad de
Antioquia, con los que visitaba comunidades para realizar
actividades de promoción y prevención en salud.
Este nuevo modelo de enseñanza agitó la discusión so-
bre cómo debía ser impartida la medicina a sus estudian-
tes. Este tema fue uno de los grandes temas de discusión en
la transformación de la Facultad de Medicina de la Univer-
sidad de Antioquia, agitado por las propuestas de Héctor

93
Periodista con licencia médica

Abad Gómez, pero más allá de eso está la forma cómo los
médicos de la época asumían su rol de docentes. El compro-
miso y la convicción de cada uno por la profesión influían
directamente en lo que transmitían a los alumnos.

En la Escuela de Medicina aprendemos mucho sobre las


vidas de los parásitos, de las bacterias y de los hongos y
muy poco sobre la vida de los hombres, sujetos a quienes
nos hemos dedicado a salvar sin preguntarnos por qué ni
para qué. Asumimos que toda vida humana es valiosa y
creemos contribuir al bienestar humano general, salvan-
do la mayor cantidad de vidas que podamos y previniendo
toda muerte prevenible. ¿Qué hemos conseguido con esto?
Aumentar la cantidad de vidas humanas, sin preguntar-
nos su calidad. Ya es tiempo de que los médicos dejemos
la vieja dicotomía que consiste en creer que siempre la
vida es buena y la muerte es mala y la reemplacemos por
un análisis más científico y a fondo del problema vida-
muerte humanas, para que tengamos más clara nuestra
tarea. No debemos seguir creyendo que nuestra misión
es salvar vidas, sino que debemos integramos dentro de
una concepción más amplia de nuestro mundo y mirar el
problema desde un punto de vista más general y social17.

Desde su entusiasta labor de maestro, Héctor Abad Gó-


mez impulsó su concepción integral de la medicina, y empe-
zó a hablar a sus estudiantes sobre antropología y violencia
en Colombia, llevándolos a visitar los barrios populares de
Medellín, las cárceles, el basurero de la ciudad, para ilus-
trar cómo las condiciones de vida podían afectar la salud de
las personas18.

17
Héctor Abad Gómez, Teoría y práctica de la salud pública (Medellín: Edito-
rial Universidad de Antioquia, 1987) 185.
18
María Teresa Uribe, Universidad de Antioquia, historia y presencia (Mede-
llín: Universidad de Antioquia, 1998) 523.

94
Héctor Abad Gómez

Para este profesor de medicina preventiva, el uso de la


memoria no era un requisito en sus clases, mientras que la
observación de la realidad y salir de la posición cómoda del
consultorio era indispensable. Motivos por los que fue bas-
tante criticado, pues algunos de sus colegas manifestaban
que arriesgaba a sus estudiantes llevándolos a estos luga-
res tan peligrosos de la ciudad, y al mismo tiempo, hubo
conato de huelga pues algunos se quejaron a las directivas:
“cómo es posible que nos traigan un profesor que no enseña
nada, lo único que hace es preguntar y preguntar”19. “Nun-
ca se me ha olvidado, la frase con que arrancó su primer
día de clases, dijo: ¿Por qué hay gente pobre en Medellín y
en Antioquia? Esa fue la primera pregunta que nos hizo. Y
todavía hoy, no sé cuántos años después, más de cincuenta,
no tengo la respuesta”20.
Esta forma de entender la enseñanza, no era solo para
la profesión médica. La visión de la enseñanza de Héctor
Abad Gómez era el reflejo de lo que proponía en su teoría
mesopanómica, pues para él uno de los grandes problemas
de la educación en Colombia era que siempre había estado
mediada por fanatismos religiosos, económicos y políticos
que en nada contribuían al desarrollo del país.
En sus reflexiones sobre educación se evidencia una pos-
tura que desde el liberalismo debía ser, según él, un motor
de transformación para la sociedad, desligada del criterio
conservador que desestimula la creatividad e independen-
cia de pensamiento. En una ponencia titulada Liberalismo
y educación, de 1966, planteó que el liberalismo en Colom-

19
María Teresa Uribe, Universidad de Antioquia, historia y presencia (Mede-
llín: Universidad de Antioquia, 1998) 523.
20
Entrevista a Vital Baltasar González. Álvaro Antonio Sánchez Carballo,
“Salud pública y compromiso social. La obra científica de Héctor Abad Gó-
mez (1921-1987)” (Doctorado en Salud Pública, Universidad de Alicante,
2010).

95
Periodista con licencia médica

bia debía proclamar la libertad de enseñanza, de cátedra


libre, y liberar a la educación de toda tutela religiosa o polí-
tica. Argumentando que los padres podían inculcar en sus
hijos lo que a bien quisieran, pero que el Estado debía pro-
pender por el avance científico y cultural del país, y la cien-
cia y la investigación deben estar absolutamente libres, sin
más limitación que la ética humana21.

96
Héctor Abad Gómez

Reflexiones intemporales

La vida, como tantos lo han dicho, es un combate, un


constante combate. Pero hay gente que piensa que lo im-
portante es ganar siempre, ganar cada batalla, sin impor-
tar cómo, ni con qué consecuencias para los demás, pensan-
do solamente en sí mismos. Estos son los que ganan todas
las batallas pero pierden la guerra.
Cuando existe una estrategia, cuando se tiene un fin no
personal, pueden perderse, aparentemente, todas las bata-
llas, pero ganar la guerra. Cuando se combate por un ideal,
por algo que no necesariamente beneficie a la persona que
lucha, ninguna derrota es definitiva. Se pueden perder to-
das las batallas, pero ganar la guerra. Se puede incluso
morir tranquilamente, con la convicción de que otros gana-
rán la guerra. Lo espantoso sería morir habiendo ganando
todas las batallas y habiendo perdido la guerra. Cuando
la vida se vive como un combate no por uno mismo sino
por una idea, todas las derrotas pueden soportarse estoica-
mente, pacientemente, sin perder nunca la esperanza. Vi-
viendo así la vida, la felicidad es posible y se puede mirar
hermosamente a la vida y a la muerte. Hay guerras que no
pueden ganarse en una sola generación. Guerras que nece-
sitan de muchas generaciones.
Son estas guerras las que vale la pena emprender. Son
estas las guerras que emprenden los que piensan en la hu-
manidad y no necesariamente en ellos. Son estas las gue-
rras que producen héroes y no vividores. Las que producen
estadistas y no políticos. Las que producen filósofos y no
simplemente habladores. Las que, producen científicos y
no simplemente practicantes. Son las guerras que un par-

97
Periodista con licencia médica

tido emprende, y no un jefe político. Las guerras que una


universidad emprende, y no simplemente un rector. Las
guerras que el estudiantado emprende, y no simplemente
un estudiante. Las que una asociación emprende, y no un
asociado. Las que emprende una corporación, y no sólo uno
de sus miembros. Estas son las guerras que merecen ser
luchadas por los seres humanos. Las guerras que nunca
se pierden, aunque a uno personalmente lo derroten. Las
guerras que vale la pena luchar. Las guerras por las cuales
vale la pena vivir. Las guerras por las cuales vale la pena
morir.

Periódico El Mundo (Medellín), 23 de febrero de 1980, p. 3 A.

98
Héctor Abad Gómez

La vida como un todo

Hasta que no se adquiera una visión panorámica del


mundo no se puede alcanzar la tranquilidad. Ni la riqueza,
ni el poder, ni el honor, ni la gloria, ni siquiera el amor —
cada uno por sí solos— pueden suministrar felicidad. Es la
vida toda, con sus luces y sombras, con sus alegrías y sus
desencantos, con sus luchas, derrotas y victorias, con sus
altibajos, con todo lo que ella trae de dulce y de amargo, de
bello y de feo, de altruista y de ruin, de blando y de duro, de
grande y de pequeño; es la vida toda —repito— la que vale
la pena de vivirse, la que puede traer felicidad.
Para este aserto parece reveladora una pequeña encues-
ta que hizo hace algunos años quien esto escribe en un an-
cianato de esta ciudad. A todos los ancianos que allí esta-
ban —pobres, abandonados y aparentemente tristes— se
les preguntó: De usted haber podido escoger, ¿hubiera pre-
ferido no haber nacido? Ninguno, absolutamente ninguno
contestó afirmativamente. Todos querían haber vivido. La
encuesta obtuvo otro resultado interesante: más del 50%
querían morirse ya.
Para el autor, en ese momento, tan unánime respuesta
—en el sentido de querer, de todas maneras, haber vivi-
do— constituyó una enorme sorpresa. Eran ancianos y an-
cianas en las peores condiciones imaginables. Con familias
que por una u otra razón los habían tenido que recluir en
un asilo. Viviendo en un ancianato de caridad, con pocas
visitas, con poco o ningún trabajo, sin producir nada; sola-
mente reci¬biendo comida, un poco de atención y probable-
mente ningún cariño. Y sin embargo, todos preferían haber
vivido a no haber vivido.

99
Periodista con licencia médica

El paso de los años va haciendo más clara la, para ese


entonces, extraña respuesta. Cada vez me doy más cuenta
de que la vida humana vale por sí misma, sea como sea.
Cada vida humana, cualquier vida humana. Aún la apa-
rentemente más triste y horrible.
¿Por qué, entonces, tanto suicidio, tanta tristeza, tanta
amargura, tanto desengaño en este mundo? Porque no se
mira la vida como un todo. Porque no se la mira panorá-
micamente, dialécticamente, holísticamente. ¿Será posible
que este nuevo mirar se enseñe, se aprenda, se aprehenda?
Por lo menos vale la pena intentarlo. O que siquiera sea
dicho por alguien que lo ha experimentado, para posible
beneficio de aquellos —sobre todo jóvenes— que todavía
están mirando la vida por una sola de sus facetas y no en
su totalidad.
Sólo cuando se la mira como un todo, se le puede encon-
trar a la vida su sentido.
Todas las demás “felicidades” son apenas parciales, son
mera ilusión. Vivir, simplemente vivir, es por sí mismo, la
verdadera felicidad.

Periódico El Mundo (Medellín), 12 de abril de 1980, p. 3 A.

100
Héctor Abad Gómez

Sentir, pensar, actuar

La educación no es sólo enseñar cosas, que es lo que or-


dinariamente se hace en nuestro país, a todos los niveles.
La educación debería ser, primordialmente, enseñar a sen-
tir, enseñar a pensar y enseñar a actuar.
Si los padres, por ejemplo, no enseñan a amar, que es un
sentir, ninguna educación posterior podrá hacer feliz a un
ser humano que no sepa amar. Ni lo hará bueno sino siente
también los sentires de los demás.
Pero amar y sentir sin pensar puede conducir a los peo-
res extremos de tontería y desdicha. Hay, pues, también,
que enseñar a pensar. El pensar es la actividad suprema
del ser humano, la actividad que lo diferencia de los demás
animales, para bien o para mal. Hemos sido, somos y segui-
remos siendo, como nuestros ancestros esencialmente emo-
cionales. Pero somos también potencialmente racionales. Y
enseñar a pensar es transformar esa potencia en realidad.
¿Cómo se enseña y cómo se aprende a pensar? Como se
enseñan y se aprenden todas las cosas: actuando. Es decir
pensando y haciendo pensar. Nadie que no sepa nadar pue-
de enseñar a nadar. Y nadie que no nade puede aprender a
nadar. Se aprende a nadar, nadando. Se aprende a pensar,
pensando. Y sólo el que piensa puede enseñar a pensar.
Aquí tenemos muchos pretendidos ‘maestros’ que no
piensan sino que recitan. Recitan lo que han pensado los
demás. Y no sólo en las escuelas y los colegios. También en
las llamadas universidades.
Y por último: hay que enseñar a actuar. La educación
es fundamentalmente eso: una motivación para la acción.
Para la acción racional, que nace de un sentimiento y de un

101
Periodista con licencia médica

pensamiento. No para la acción por la acción misma. Para


cualquier clase de acción. De ninguna manera.
Es para la acción de un ser humano, que debe capaci-
tarse para reflexionar sobre su misma acción. Que sabe por
qué ejecuta esta acción y no otra. Que sabe por qué y para
qué actúa. Es decir, que es capaz de pensar sobre lo que va
a hacer.
Ahora que todos los profesores de la Universidad de An-
tioquia estamos reflexionando sobre nuestra universidad,
me parece importante que tengamos en cuenta estas ele-
mentales consideraciones.

Periódico El Mundo (Medellín), 9 de noviembre de 1985, p. 3 A.

102
Héctor Abad Gómez

El hombre está solo

En uno de los Grafismos de Obregón de este periódico


se plantea un problema “aparentemente” cómico. Dice el
protagonista: “Que susto, por un momento creí que estaba
completamente solo”, y a renglón seguido: “Felizmente no
es así. Estoy rodeado de caras amigas y amables por todas
partes”. En el tercer renglón el muñeco aparece con cara de
asombro, sin nadie que lo rodee, para concluir en el último
cuadro: “Lo que sí estoy es un poquito ciego”.
Los que saben afirman que el humorismo es lo más serio
que existe. Y el tema de la sociedad del hombre es en reali-
dad un lema trascendental.
Un poco antes de la mitad de este siglo apareció un libro
de Julián Huxley cuyo dramático título El hombre está solo
y su contenido rigurosamente científico hicieron meditar
profundamente a quien esto escribe.
En 1971 aparece la traducción al español del controver-
tido libro de Jacques Monod, El azar y la necesidad, con la
siguiente, rotunda y aparentemente desoladora conclusión:

Si el hombre acepta el verdadero mensaje de la ciencia,


le será necesario despertar de su sueño milenario para
descubrir su soledad total, su radical foraneidad. Él sabe
ahora que está al margen del universo donde debe vivir.
Universo sordo a su música, indiferente a sus esperan-
zas, a sus sufrimientos y a sus crímenes.

Pero a este mundo en donde vivimos —como me con-


taron que filosofaba un malevo guayaquileño— “no se le
puede decir: ‘viejo man’, párese para bajarme”.

103
Periodista con licencia médica

La última ilusión con apariencias científicas de encon-


trar algún animismo, algún objetivo, algún sentido al Uni-
verso entero fue la de Teilhard de Chardin. Pero cada vez
más el conocimiento objetivo impone a los hombres la tre-
menda realidad de que el hombre está solo en el Universo.
O mejor dicho, que su sola compañía son los otros hombres.
Esto —que aparentemente podría ser desgarrador— debe-
ría servirnos para crear una nueva ética, una ética social
que Monod llama “la ética del conocimiento”.
Dice Monod: “Ningún sistema de valores puede preten-
der construir una verdadera ética a menos de proponer un
ideal que trascienda el individuo al punto de justificar la
necesidad por la que él se sacrifica”. Y concluye bellamente:
“La ética del conocimiento es igualmente, en un sentido,
‘conocimiento de la ética’ de los impulsos, de las pasiones,
de las exigencias y de los límites del ser biológico”. En el
hombre ella sabe ver el animal, no sólo absurdo sino extra-
ño, precioso por su extrañeza misma, al saber que, pertene-
ciendo simultáneamente a dos reinos: la biosfera y el reino
de las ideas, está a la vez torturado y enriquecido por este
dualismo desgarrador que se expresa tanto en el arte y la
poesía como en el amor humano”.
Si el hombre está solo en el Universo no tiene más reme-
dio que unirse con todos los demás hombres que habitamos
en esta astronave, a la cual nunca le podremos decir que
se pare y bajarnos de ella. Y construir unidos un mundo
mejor. Como dijo Malraux: “La única conclusión parece ser
que hay que aprender a tocar la lira antes de morir”.
Pero aprender a tocar una lira que suene para todos.

Periódico El Mundo (Medellín), 8 de marzo de 1980, p. 3 A.

104
Héctor Abad Gómez

El mal tiene raíces

Y muy hondas. Y muy extensas. Y que van mucho más


allá de nuestras fronteras. Mil cuarenta y cuatro asesina-
tos violentos en Antioquia durante el curso de este año. Es
decir, más de tres asesinatos diarios en nuestro Departa-
mento. Mil cuarenta y cuatro tragedias hondas y sentidas
por sus familias, por sus amigos, por sus vecinos. En las
pequeñas casas humildes y en las casas grandes. En los
barrios de los pobres, en los barrios de la clase media, y
también en Laureles y en El Poblado. El hijo de una ba-
rrendera de la Facultad de Medicina, el hermano de una
empleada de oficios varios, el médico, el abogado, el juez,
el delincuente común, el político, el ciudadano atracado, el
atracador, el policía, el celador, el obrero, el empleado. To-
dos seres humanos con afectos, con rencores, con odios, con
amores, con amigos, con enemigos. Colombianos o extran-
jeros. Malos, regulares o buenos. ¿Víctimas de qué?
Víctimas de un mundo mal organizado, de un mundo
que consume miles de millones de dólares en marihuana,
en cocaína, en alcohol, en cigarrillos, en tanques, en avio-
nes de guerra, en armas, en soldados.
Un mundo en donde por cada mil cantinas hay una
biblioteca. En donde existen más soldados que maestros,
más tanques de guerra que hospitales, más policías que
médicos, seiscientos mil alcohólicos en la sola ciudad de
Madrid. Un mundo en donde la inflación y la desocupación
crecen en Estados Unidos, en Colombia y en Inglaterra. En
donde existe el lujo y la ostentación al lado de la miseria
y del hombre. En donde por todas partes se respiran des-

105
Periodista con licencia médica

igualdades e injusticias. Tugurios y palacios. Mendigos y


potentados. Fuertes y débiles, sabios e ignorantes. Y casi
todos pensando no más que en su propio bien, en su propio
peculio, en su propio bolsillo, en su propia tranquilidad, en
su propia seguridad. Sin preocuparse por la de su amigo o
vecino, por la de su prójimo, por la de su barrio, por la de su
ciudad, por la de su país o por la de su mundo. Hasta que
surge la tragedia. Que a veces parece muy lejana. Quién
sabía de Irak en Colombia, hasta hace un mes.
Hasta que matan a su vecino, o a su hermano, a su pa-
dre, o a su hijo. A su colega. Hasta que a él mismo le llega
el turno.
“Andar con el testamento debajo del brazo”, aconseja el
Ministro de Gobierno de Bolivia a los opositores de su go-
bierno. Parece un buen consejo para todos los opositores
del injusto e inocuo sistema mundial. El Ministro cree que
es sólo para sus enemigos. Pero es un consejo que se va con-
virtiendo, paulatinamente en un consejo para todos.

Periódico El Mundo (Medellín), 25 de octubre de 1980, p. 3 A. 

106
Héctor Abad Gómez

Reflexiones

Durante los últimos sesenta años más de cien millones


de seres humanos han muerto en el mundo por causas vio-
lentas, es decir, por causas directamente atribuibles a la
voluntad de otros hombres y no por causa de las fuerzas
llamadas ‘“naturales”, como terremotos, o incendios. Una
cifra similar puede ser atribuida al hambre, las diarreas y
el paludismo, atribuibles también a la organización social
que el hombre mismo se ha dado.
También durante los últimos sesenta años el hombre ha
hecho las más espectaculares conquistas científicas y tec-
nológicas: la bomba atómica, los antibióticos, los astronau-
tas, el DNA, los computadores, la aplicación del socialismo
en algunos países, los misiles de guerra, los trasplantes,
el jet, el aire acondicionado, la vacuna anti polio, la admi-
nistración científica, la televisión, la Organización de las
Naciones Unidas.
Pero, ¿estamos los hombres mejor o peor que hace se-
senta años? Es difícil decirlo. Tal vez el mayor progreso ha
sido en la intercomunicación, en las relaciones planetarias.
Hoy, por primera vez en la historia de la humanidad, lo que
pasa en cualquier rincón de la tierra es conocido por todos
y empieza a establecerse una conciencia planetaria. Esto es
un hecho positivo.
La última edición de Time, la revista gringa que acaba
de cumplir sus primeros sesenta años, en un artículo intro-
ductorio escrito por Roger Rosenbatt, trae una conclusión
trascendental de Paul Johnson: “En la época del Tratado
de Versalles la gente más inteligente creía que un estado

107
Periodista con licencia médica

ensanchado podría aumentar la suma de la felicidad huma-


na total, pero en los años ochenta este punto de vista no es
sostenido por nadie fuera de una pequeña banda de faná-
ticos, cada vez más desanimada y en vía de disminución”.
No sé a cuáles fanáticos se refiere Johnson, aunque sos-
pecho que sea a los que preconizan un estado totalitario
omnipresente en la vida de todos y cada uno de los indi-
viduos. Lo que no dice la Revista, y me parece que debe
ponerse en claro, es que el marxismo de lo que trata es de
la abolición del Estado y caracteriza a éste como el dominio
de una clase sobre la otra.
¿Cómo obtendremos una sociedad que no necesite un
Estado? He aquí el gran reto que la historia nos presenta a
los sobrevivientes de las catástrofes causadas por los mis-
mos seres humanos.
Mientras seamos capaces de reflexionar y de autocriti-
carnos habrá esperanza, a pesar de la aparente estupidez
que la reciente historia de la humanidad hace cada vez más
patente.
No perder la fe en nosotros mismos, así hagamos parte
de una humanidad estúpida, es el mayor milagro del pre-
sente.

Periódico El Mundo (Medellín), 5 de noviembre de 1983, p. 3 A.

108
Héctor Abad Gómez

El próximo milenio

A los que nos tocó vivir en los finales del segundo mile-
nio después de Cristo, se nos presenta la oportunidad —si
somos lo suficientemente audaces— de predecir lo que su-
cederá en nuestro planeta Tierra durante el tercer milenio.
Diez milenios después de la Revolución Agrícola y ape-
nas unos setenta después de que el Homo erectus se trans-
formó en Homo sapiens, tenemos suficientes datos sobre la
evolución biológica y la evolución cultural, como para pre-
decir que de lo único que podemos estar absolutamente se-
guros es de que el tercer milenio tendrá algunos rasgos del
segundo pero que será absolutamente distinto al que la hu-
manidad está viviendo en 1983. Ni las actuales institucio-
nes, ni los actuales sistemas económicos y políticos, ni las
actuales religiones, ni la actual moralidad, ni las actuales
naciones, ni las actuales lenguas, ni las actuales ciencias,
ni los actuales modos de pensar serán los mismos.
Por ejemplo. Ni los Estados Unidos ni la Unión Soviética
seguirán siendo, como ahora, los amos del mundo. Europa
no seguirá dominando la tierra. La raza blanca no seguirá
disfrutando de los privilegios a que hasta ahora ha estado
acostumbrada. Sacerdotes y médicos no podrán seguir abu-
sando de las supersticiones sobre el “más allá” o de sus pre-
tendidos “conocimientos” sobre los cuerpos de los hombres
y las mujeres del mundo. No habrá tanta ignorancia como
la que existe hoy entre la gente común sobre el macro y el
micro cosmos, sobre la ciencia, sobre la tecnología, sobre la
cultura y la historia. Los poderosos no podrán seguir abu-
sando de las masas. Los fanatismos nacionales, raciales,

109
Periodista con licencia médica

religiosos, políticos o económicos no podrán seguir hacien-


do estragos.
También podemos estar seguros de que estos cambios no
se producirán súbitamente, ni de un momento a otro, o sin
traumatismos, violencia, lucha o retrocesos. No se produ-
cirán con facilidad ni harán de todo el mundo una Arcadia
feliz. Si algo es cierto en el momento actual es que las gran-
des utopías han dejado de existir. El hombre no va a ser
nunca perfecto, bueno, incorruptible, feliz. El pretendido
“buen salvaje” no volverá. La organización social perfecta y
sin fallas no existirá. Está demasiado claro que la natura-
leza produce variaciones al azar para que nadie pretenda
hoy en día uniformidad absoluta en cualquier campo de la
biología o de la cultura.
Es probable que la humanidad no sea mejor ni más
culta que en la época de los griegos o de la Biblioteca de
Alejandría. Pero si las bombas atómicas de norteamerica-
nos y rusos no destruyen la capa de ozono de la atmósfera
terrestre, dejando sin oficio a la Bioesfera, o si los abusos
ecológicos no consiguen lo mismo, o si el sol no estalla antes
de la vida media de las estrellas medianas, la humanidad
seguirá viviendo por muchísimos milenios más, seguirá
cambiando, seguirá progresando y retrocediendo, seguirá
gozando y sufriendo, seguirá hablando y cantando, seguirá
gozando de la música y del amor y padeciendo de los em-
bates del odio. En resumen, no envidiamos, pero tampoco
compadecemos, a los que han de sucedernos. Sólo les de-
seamos que sean menos estúpidos de lo que hasta ahora
hemos sido nosotros.

Periódico El Mundo (Medellín), 17 de enero de 1983, p. 3 A.

110
Héctor Abad Gómez

Un problema ético

A los que nos tocó vivir en los finales del segundo mile-
niJorge Luis Borges ha dicho que el problema del mundo es
un problema ético. Tiene razón el inmenso poeta argentino.
El problema de Colombia es, también, un problema ético.
Al terminar Aristóteles su libro de ética anunció que
continuaría con el de política. Esta íntima relación entre
dos materias tan aparentemente contrapuestas debe resca-
tarse para el mundo actual. La política es, en esencia, una
ética social. O, mejor debería ser una ética social, una ética
social universal. Borges se opone a todo nacionalismo y se
declara anarquista, es decir, un hombre que no necesita
las fuerzas represivas del Estado. Pero para llegar a Bor-
ges, para llegar a que todos los hombres piensen y actúen
como Borges, hay todavía mucho camino por recorrer. Es
un hecho doloroso pero cierto el que todos los que perte-
necemos a la llamada “humanidad” todavía no nos hemos
humanizado. Humanizarse sería considerar como propio el
sufrimiento de cualquier otro ser humano. Sería el ser ca-
paz de hacer algo porque tal sufrimiento terminara. Sería
el ser capaz de trabajar por la felicidad de todos los seres
humanos. Así concibió Bolívar el gobierno, un gobierno que
propiciara la igualdad, la justicia y la libertad. Sin utopías,
sin falsas concepciones de los seres humanos. Afirmaba que
“la perfección social es el único fin de las instituciones hu-
manas” y que “si el principio de la igualdad política es ge-
neralmente reconocido, no lo es menos el de la desigualdad
física y moral. La naturaleza hace a los hombres desigua-
les en genio, temperamento, fuerzas y caracteres, las leyes

111
Periodista con licencia médica

corrigen esta diferencia porque colocan al individuo en la


sociedad para que la educación, la industria, las artes, los
servicios, las virtudes, le den una igualdad ficticia, propia-
mente llamada política y social” (Discurso de Angostura).
¿Seremos capaces los colombianos de ponernos de acuer-
do en estos elementales principios y de trabajar honrada-
mente para que se cumplan entre nosotros? ¿Seremos ca-
paces de acogerlos y practicarlos en nuestras comunidades
y en nuestras instituciones? Es un problema ético que a
cada uno de nosotros debería preocupar.

Periódico El Mundo (Medellín), 28 de agosto de 1983, p. 3 A.

112
Héctor Abad Gómez

No perder la esperanza

En un mundo plagado de problemas, al borde de la des-


trucción nuclear o ecológica, con sufrimientos de toda ín-
dole para hombres, mujeres y niños en circunstancias de
desempleo, hambre, ignorancia y miseria, es a veces difícil
conservar la esperanza.
Pero si analizamos la historia humana, a pesar de sus
guerras, sus matanzas, su violencia y sus desastres, nos
encontramos que la especie ha sobrevivido y ha produci-
do también belleza, poesía, instituciones, derechos, orga-
nizaciones para el servicio del bien común, ciencia, arte,
literatura.
No todo está perdido mientras existan hombres y mu-
jeres que sigan trabajando por la humanidad entera, y no
sólo por su país, su secta, su religión o su partido. En la
Organización de las Naciones Unidas y en sus agencias es-
pecializadas como la OMS, la Unesco, la Unicef, así como
en la Cruz Roja, Amnistía Internacional y tantas otras or-
ganizaciones universales, existen miles de personas que
están trabajando dura y activamente por un mundo mejor.
Personas que han dejado el egoísmo personal, familiar y
aun nacional, para trabajar por el bienestar de todos los
niños, adultos y ancianos que poblamos el planeta entero.
Por primera vez en la historia de la humanidad se pro-
duce este hecho admirable. Médicos de los Estados Unidos,
de la Unión Soviética, del Japón, de todos los demás países
del mundo, luchan en conjunto por evitar el holocausto ató-
mico. Ingenieros de todos los continentes se unen para que
haya agua potable para todos los humanos.

113
Periodista con licencia médica

Abogados blancos, negros, amarillos y mestizos se unen


para luchar por los derechos individuales y sociales de to-
dos los habitantes de la tierra, sin ninguna excepción. En-
fermeras, científicos, poetas, artistas, periodistas, obreros,
trabajan porque el mundo sea más unido, más justo, más
armónico, menos duro. Sin pensar que por ello vayan a ser
recompensados ni con premios, ni con fama, ni con gloria, y
ni siquiera con la vida eterna. Trabajan simplemente por-
que piensan y sienten que sirviendo a los demás obtienen
sus más grandes satisfacción y recompensa.
Es cierto que existen crímenes, ambiciones, injusticias,
rivalidades, odios, fanatismos y violencia. Los terrorismos
individual y de Estado nunca se habían manifestado con
más horror y fuerza que en nuestra época. De acuerdo.
Pero el afán de servicio, las organizaciones humanita-
rias, la solidaridad internacional, el repudio generaliza-
do a estos hechos, tampoco han sido nunca tan sentidos y
fuertes por tantos seres humanos, a lo largo y ancho de la
tierra.
Gorbachov y Reagan no llegan a un acuerdo. El Ayato-
lah Khomeini sigue enviando jóvenes iraníes al sacrificio.
Las naciones siguen gastando proporciones exageradas de
su presupuesto en armarse para la guerra y el exterminio.
Pero cada vez mayor número de gente común, en todo el
mundo, está en contra de tanta estupidez.
Una cierta conciencia universal se está generando.
Por eso sigue habiendo razones de esperanza, a pesar
de que estemos viviendo en este mundo, de más oscuridad
que luz.
Perder la esperanza sería declararnos de una vez en el
infierno. Pero no. Estamos en el mundo y mientras haya
vida, habrá esperanza.

Periódico El Mundo (Medellín), 18 de octubre de 1986, p. 3 A.

114
Héctor Abad Gómez

Enseñar a aprender

¿Cómo se aprende? De múltiples maneras, pero, sobre


todo, porque existe una motivación, es decir, un deseo de
aprender o una necesidad de aprender. ¿Para qué? Para
suplir esa necesidad o satisfacer aquel deseo. He aquí, en
una cápsula, todo el proceso de la educación, desde que
se nace hasta que se muere. El niño nace con la aptitud
de mamar y la madre le ayuda a ejercerla. Es su primera
maestra. Adquiere al año la aptitud de mantenerse erec-
to, de ser bípedo, y el o los adultos que estén a su lado, le
ayudan a ejercerla.
También le enseñan a aprender su lengua. Le enseñan
a aprender a escribir. Le enseñan a aprender a estudiar.
Le enseñan a aprender vivir. Y así, paulatinamente, lo van
acostumbrando a aprender por sí mismo, a ser autodidacta,
a comportarse en la vida, tal como fue habituado a compor-
tarse.
Si estas primeras etapas (en la casa, en la guardería,
en el kinder) son satisfactorias, decir, le hacen adquirir el
deseo de aprender, el hábito de la responsabilidad y del
auto-control, la satisfacción de hacer por sí mismo lo que
puede hacer, estaremos ayudando a crear personalidades
que hagan posible una sociedad mejor.
La nación entera debería ser una escuela de aprendiza-
je continuo, permanente, indefinido, inacabable. Quien ha
adquirido el hábito de aprender, nunca deja de aprender:
en primaria, en secundaria, en universitaria, en el curso
(su principal curso), de la vida entera.
Recientemente, en una reunión profesional para la re-
estructuración de la Universidad, se habló de “una escuela

115
Periodista con licencia médica

de autodidactas”, como una gran paradoja. Yo creo, por el


contrario, que este sería el ideal de toda educación —repi-
to— desde el nacimiento hasta la muerte: la formación de
cada individuo como un grande y excelente autodidacta.
Por ejemplo, no deberíamos dar el título de médico, sino
de autodidacta en Medicina. Sólo cuando estemos seguros
de que ese aspirante a profesional haya adquirido el hábito
de estudiar toda la vida, podremos asegurarle a la sociedad
que es apto para su servicio. Y así en todas las demás acti-
vidades y profesiones.
En una época en la cual la imprenta, las duplicadoras,
la radio, la televisión, las computadoras, las bibliotecas,
pueden expandirse ad infinitum como ayudas múltiples del
autoaprendizaje, lo que hay que enseñar es a aprender y
soltar a cada quien a que aprenda lo que quiera, siempre
que sea en beneficio social.
Porque puede enseñarse también a aprender una alta
ética social, tal vez la prioridad esencial de todo sistema
educativo, no sólo a nivel nacional sino mundial, en esta
época de tan alta tecnología al servicio de la destrucción
humana.

Periódico El Mundo (Medellín), 5 de agosto de 1986, p. 3 A.

116
Héctor Abad Gómez

La tortura de ser bachiller

Ni Herr Camacho Leyva, ni ninguno de sus subalter-


nos, han sido capaces de inventar una tortura tan refinada
como la que sufre un joven colombiano con su cartón de ba-
chiller. Y peor aún es la que sufren sus padres y parientes.
Un hijo o una hija bachiller, se convierte de inmediato
en uno de los más graves problemas familiares. Encontrar-
le cupo en una universidad se ha convertido en una de las
loterías difíciles de ganar. Veinte o treinta mil aspirantes
para dos mil cupos. Exámenes de admisión que unas ve-
ces son de conocimientos y otras de aptitudes, pero que en
todo caso no pueden ser —por mejor confeccionados que
sean— un buen instrumento de selección, cuando se trata
de escoger sesenta de tres mil quinientos aspirantes, por
ejemplo, lo que representa menos del 2%. Esto, en sana es-
tadística, bien pudiera explicarse meramente por el azar.
Y azarosas también son las entrevistas, cuando tres per-
sonas ante un pobre estudiante que tiembla y suda mantie-
nen pendiente su futuro de la respuesta bien o mal dada,
según criterios profundamente subjetivos, de una o varias
preguntas capciosas. Y después de las entrevistas, siguen
las cartas de recomendación y las llamadas telefónicas y
las conversaciones angustiosas con los ‘influyentes’ de las
universidades, a ver si se puede obtener al anhelado pues-
to. Si esto no es tortura, no sabemos lo que sea la tortura.
Y hay algo peor. Algunas instituciones de educación —por
confesión de boca de sus directivos y por el costo de las ma-
trículas— discriminan contra los pobres, contra los negros,
contra los de ciertas regiones del país y contra los hijos o

117
Periodista con licencia médica

parientes de los que para ellos pudieran albergar en su ce-


rebro o en su corazón ideas ‘peligrosas’.
Y por último, cuando ya por un milagro de nuestro padre
Zeus, el muchacho logra ingresar a la universidad, viene el
ejército y se lo lleva a prestar servicio militar.
Todo esto no es sino el resultado de un sistema políti-
co, económico y social discriminador absurdo e injusto que
frustra definitivamente a muchos de sus miembros, aun los
más valiosos en todos los sentidos.
Un sistema que vomita bachilleres por una punta y no
tiene qué hacer con ellos por la otra. Un sistema que educa
no para que el individuo se realice sino para que el indivi-
duo se frustre. Lo más malo, es que esto ya empieza a su-
ceder también con los que egresan como profesionales. Una
población que necesita médicos, ingenieros, enfermeras,
agrónomos, pero que el sistema no tiene cómo absorberlos
y ponerlos al servicio de la sociedad.
En este sistema que sufrimos se dan, como se ve, toda
clase de torturas.

Periódico El Mundo (Medellín), 13 de diciembre de 1980 Pág.3ª

118
Héctor Abad Gómez

La sonrisa de un nieto

Acababa de leer La Tregua de Mario Benedetti. Cuan-


do iba a ponerme a meditar sobre la tragedia de una vida
mediana, mi nieto de seis meses, que estaba acostado en la
misma cama en donde yo leía el libro, volvió la cara y me
dedicó una sonrisa. Fue suficiente. Se acabaron mis me-
ditaciones profanas y empecé a sentir otra vez la alegría
de vivir. Sin necesidad de ninguna “tregua” ni de ninguna
“otra” aventura amorosa. La sonrisa de un nieto compensa
cualquier amargura, cualquier dolor, cualquier injusticia.
La sonrisa de un nieto llena la vida entera, compensa cual-
quier sufrimiento, es superior a cualquier alegría. Cuando
el nieto sonríe al abuelo, cuando le manifiesta así su amor,
no hay pena que no se disipe, no hay pesar que no se des-
vanezca. Sentirse amado, realmente amado, cuando se ha
perdido la esperanza de ser amado de nuevo, es una sensa-
ción indescriptible, verdaderamente nueva, inefable.
Es más o menos el tema de la novela de Benedetti, pero
en muy distinto contexto. En dicha novela el protagonista
es amado por una muchacha a quien él le dobla en edad.
Y él se queda esperando —después de la muerte de ella y
después de su jubilación— qué irá a suceder con el ocio que
se le viene encima.
Pero Benedetti se cuidó muy bien de no hacer abuelo
al protagonista de La Tregua. Porque si lo hubiera hecho
abuelo no hubiera podido configurar tan bien su tragedia.
No hay tragedia posible ante la sonrisa de un nieto y mu-
cho menos ante la sonrisa de un nieto. No hay tragedia
que resista la sonrisa de un hijo y mucho menos la sonrisa

119
Periodista con licencia médica

de un nieto. Ante el abismo del fin de una vida, del fin de


cualquier vida, si se enciende la luz de una sonrisa ya no
habrá abismo ni oscuridad, sino el nacimiento de una nue-
va esperanza. Es el eterno milagro de la vida que revive a
pesar de la muerte, de la alegría que continúa a pesar de la
tristeza, de lo que renace a pesar de lo que muere. La vida
es hermosa —no obstante sus grandes y continuas trage-
dias— cuando se mira a la luz de la sonrisa de los seres
queridos. La primera sonrisa de un niño, la primera son-
risa de un hijo, la primera sonrisa de un nieto, compensan
todos los pesares. Cuando un adulto le enseña a sonreír a
un niño recibirá, en compensación, un millar de sonrisas.

Periódico El Mundo (Medellín), 4 de enero de 1981 p. 3 A

120
Héctor Abad Gómez

Derechos humanos
y denuncias

Muchas personas conocen a Héctor Abad Gómez como de-


fensor de los derechos humanos, incluso hay quienes han
estudiado solo esa parte de su vida, tal vez por ser algo que
marcó su muerte. Algunos que lo han estudiado presentan
su dividida como en una especie de dos momentos: el pri-
mero definido por la medicina social y la salud pública, y el
segundo por su lucha por los derechos humanos. Pero son
dos cosas que no se pueden separar, pues desde que era
estudiante defendía los derechos humanos, y hasta el final
de su vida levantó las banderas de las necesidades básicas
de la población en salud, educación, vivienda.
Lo que se observa con el análisis de su obra es que el
profesor Abad Gómez tenía una visión muy particular, muy
propia, de concebir la salud, la educación, la política, los
derechos humanos, y no solo eso, tenía una forma también
muy suya de conjugar todos estos conceptos para tratar de
ofrecer solución a los problemas sociales del país. Entonces
podría decirse que ese giro que dio en los últimos años de
su vida hacia la defensa de los derechos humanos, estuvo
quizás motivado por la forma en la que se empezó a con-
cebir la salud en el país y en el mundo, y que el profesor
Abad intentó buscar alternativas que le permitieran seguir
aplicando lo que él entendía debía hacerse para mejorar el
mundo.
Esta visión tan social de la salud pública demuestra lo
que se menciona de él con frecuencia, esa vocación de hu-

121
Periodista con licencia médica

manista del profesor Abad. La misma que le dio un tinte


especial a su profesión, y en algunos casos marcó a quienes
lo conocieron de cerca. Pues tenía la capacidad de ponerse
en los zapatos de los otros, para entender sus necesidades y
actuar desde su posición para construir soluciones.
Como presidente del Comité para la Defensa de los De-
rechos denunció las desapariciones y maltratos de que fue-
ran objeto muchos de sus contemporáneos, colegas, amigos,
o simplemente desconocidos que convertían en sus causas
de lucha. Para este fin utilizó todos los recursos que tuvo
a su alcance para encontrar con nombres propios a los que
habían desaparecido, y para acompañar y defender a las
familias que eran víctimas de ese horror.
En la convulsionada década de 1980 fue el gran abande-
rado del caso de Luis Fernando Lalinde, detenido, tortura-
do y desaparecido por el Ejército colombiano. Abad Gómez
hizo la denuncia ante la Comisión Interamericana de Dere-
chos Humanos de la OEA y entregó un reporte del mismo
a miembros de Amnistía Internacional en una visita a Me-
dellín el 20 de mayo de 1987. El 16 de septiembre de 1988
esta Comisión condenó al Estado colombiano por el “arres-
to y posterior muerte” de Luis Fernando Lalinde Lalinde.
Se consideraba un joven de 66 años cuando, en su época
de mayor vitalidad, cayó abatido por las balas de un sica-
rio, el 25 de agosto de 1987.
Durante su vida, Héctor Abad Gómez se encontró con un
país de grandes desigualdades sociales, en medio de una
violencia política que le tocó vivir en varios momentos. Un
país en el que los homicidios, el secuestro, la desaparición
y las condiciones insalubres de miles de colombianos son
las principales causas de muestre. Mientras transitó estos
caminos fue construyendo un discurso que se mueve entre
los conceptos: medicina social, salud pública, prevención de
la enfermedad y derechos humanos. Proponiendo una ver-

122
Héctor Abad Gómez

sión muy personal de estos, donde se mezclan y se nutren


de su experiencia personal de formación e intercambio de
saberes con personas y lugares en momentos específicos. A
través de la construcción de otros conceptos fue proponién-
dose explicar problemas sociales y aventurándose a sacar
adelante proyectos para solucionar problemas concretos.
Es el caso de la poliatría, la que definía como la ciencia del
bienestar humano, y la teoría mesopanómica22, una teoría
que se opone a los radicalismos y en prevención de la en-
fermedad la simple aplicación de las cinco aes: agua, aire,
alimento, albergue y amor23.

22
Héctor Abad Gómez, Teoría y práctica de la salud pública (Medellín: Edito-
rial Universidad de Antioquia, 1987) 408.
23
Héctor Abad Gómez, “Problemas y prioridades”, El Mundo (Medellín), 27
de noviembre de 1986: 3A.

123
Héctor Abad Gómez

Los desaparecidos

La desaparición forzosa de los detenidos políticos se ini-


ció en la Alemania nazi para atemorizar a las poblaciones
de los países ocupados que pasaban a ser, para sus familia-
res y amigos, sólo fantasmas en la noche en la niebla, cuyas
iniciales conforman el fatídico N. N. de aquellos cuerpos
cuya identidad nadie conoce.
Este horrendo delito, el peor que institución o persona
alguna puede cometer, pasó de la Alemania nazi a la Italia
fascista; de allí a la España Franquista y de ésta a nuestra
atormentada América Latina, empezando por el Cono Sur,
saltando a la América Central y llegando a Colombia, por
Barranquilla, con la desaparición, por parte de la policía
nacional, hace ya seis años, de la bacterióloga antioqueña
Omaira Montoya Zuluaga, de quien tantos años ni su ma-
dre, ni su familia, ni sus hermanos, ni sus amigos volvieron
a saber nada hasta que se descubrió que había sido tortura-
da y arrojada al mar. Con la sanción a quienes lo hicieron
de ¡quince días de suspensión en sus cargos!
La angustia constante, indefinida, permanente, inaca-
bada, de la familia Montoya Zuluaga, que inició la serie
ignominiosa de desapariciones forzosas de detenidos por
órganos de la fuerza pública, directamente o por grupos
tolerados y a veces instigados por ésta, es lo que nos tiene
reunidos aquí.
Los centenares de madres, de padres, de hermanos, de
amigos, de familiares que han tenido que sufrir el viacrucis
de no saber en dónde están, de no saber si están vivos o
muertos, de sólo saber que se han perdido en la noche y en
la niebla, son los que nos reclaman a los colombianos que
no hemos sufrido tamaña desgracia —pero que comprende-

125
Periodista con licencia médica

mos, sentimos y hemos sido testigos del gran sufrimiento


que las desapariciones forzosas de detenidos conlleva— nos
reclaman, repito, que hagamos algo para que esta cadena
se detenga, para que no haya un solo desaparecido más en
nuestra patria, ni en ningún otro rincón de la tierra.
Sabemos muy bien que este fatídico delito de las desa-
pariciones forzosas de los detenidos ha sido impuesto por la
llamada política de Segundad Nacional que el Pentágono
ha establecido en nuestra América Latina, para impedir
que nuestros pueblos se independicen de las coyundas eco-
nómica y militar que pretenden imponernos por la fuerza
y para siempre.
Pero tenemos la esperanza de que la nueva política de
paz del gobierno que se inicia y que en uno de sus apar-
tes afirma: “Mantenimiento, por parte del gobierno, de una
razonable y confiable política de orden público, seguridad
y justicia, dentro de un estricto respeto a los derechos hu-
manos y a las garantías ciudadanas” (Hacia una Nueva
Colombia, del doctor Virgilio Barco, p. 118) sea respetada
por toda las autoridades civiles y militares de la República.
Estamos aquí para denunciar ese horrendo delito, para
rechazarlo, para hacer pública la angustia, la desesperan-
za, el martirio que éste significa para los familiares y ami-
gos de los desaparecidos y para toda conciencia con un mí-
nimo siquiera de conmiseración humana por el sufrimiento
de sus congéneres. Que no vuelva a ocurrir este delito, ni
en Colombia ni en ningún otro lugar del mundo, que poda-
mos decir ya, sin ninguna duda, como lo dijo Sabato en la
Argentina con el nuevo gobierno: Nunca más, nunca más,
nunca más.

Periódico El Mundo (Medellín), 4 de septiembre de 1986, p. 3 A. En


la instalación del Foro Nacional por los Desaparecidos, reunido en
Medellín, en la época, Héctor Abad Gómez pronunció el discurso
inaugural en el que hizo una reseña histórica sobre ese delito, calificado
por él como el peor que institución o persona alguna puede cometer, y
abogó para que nunca más se vuelva a perpetrar ni en Colombia ni en
ningún otro lugar del mundo.

126
Héctor Abad Gómez

Un día en Antioquia

Seis jóvenes detenidos por la muerte de una menor en


Itagüí. Un niño de seis años asesinado con treinta impac-
tos de escopeta en Llano de Ovejas, municipio de San Pe-
dro. Anciano de sesenta años hiere a tiros de revólver a
hombre de veintinueve en Apartadó. Un joven es muerto a
cuchillo en la zona urbana del municipio de San Carlos. El
cadáver de una mujer de veintitrés años fue hallado flotan-
do en el río Cauca, a la altura del municipio de Caucasia.
Muchacha de dieciocho ingiere un frasco de Matayá en el
kilómetro uno de la carretera a Guarne. Niño de siete años
muere ahogado en el municipio de Jardín. Dos heridos en
una riña, muerto en accidente, herido a cuchillo... cinco in-
toxicados, un niño atropellado y muerto por un camión en
Bello... etc.
Si yo mismo no hubiera leído todo esto y mucho más en
una sola página de un periódico de Medellín, no lo hubiera
creído.
Se dice que la violencia es cosa del pasado. Se habla
de que los índices económicos crecen en forma satisfacto-
ria. Que el precio del oro sube. Que la situación social es
normal y el estado laboral tranquilo. Que la sociedad fun-
ciona y que todo está bajo control. El Presidente prepara
un viaje de un mes en el exterior. El Gobernador viaja en
helicóptero. El Alcalde siembra árboles. Los óctuples asis-
ten a homenajes. Santofimio es cada vez más popular. Los
jefes liberales del Departamento no se ponen de acuerdo.
Tampoco los conservadores. La izquierda se sub-divide. Se
acepta que los diputados ganen sesenta mil pesos mensua-

127
Periodista con licencia médica

les. Pero... cuántas tragedias, cuánta miseria, cuánta frus-


tración, cuánto dolor familiar e individual en una página de
periódico de un día cualquiera. Y toda esta tragedia, todo
este horror, toda esta miseria, se reduce a catorce pequeños
párrafos de una sección sin mayor importancia en una de
las últimas páginas del periódico. La Radio Nacional dedi-
ca seis programas a las ceremonias del último cumpleaños
de la reina de Inglaterra. Las primeras páginas son para
los disturbios estudiantiles y para el apedreo de un bus.
Estas son las “noticias” de verdadero interés nacional. Es
en el Irán o en El Salvador en donde la situación social
es insostenible. Aquí los sociólogos discuten si es Comte o
Marx el que tiene razón. Los profesores de la Universidad
piden que los salarios mayores de quince mil pesos men-
suales sean considerados como “gastos de representación”.
Los médicos insisten en que lo que es bueno para su gremio
es bueno para el país. Pero los suicidios, los asesinatos, los
accidentes de tránsito, los anegamientos, las cuchilladas,
son sólo “casos de policía”. Sin importancia, sin trascenden-
cia, sin “caché”. Todo va “chévere” en Antioquia. Seguimos
de líderes. Somos los más ricos. Tenemos las empresas más
importantes del país. Todo está bien.

Periódico El Mundo (Medellín), 2 de junio de 1979, Año 1 No. 44 p. 3 A.

128
Héctor Abad Gómez

Yo acuso

Yo acuso ante el Sr. Presidente de la República y sus Mi-


nistros de Guerra y Justicia y ante el Sr. Procurador Gene-
ral de la Nación, a los “interrogadores” del Batallón Bom-
boná de la ciudad de Medellín, de estar aplicando torturas
físicas y psicológicas a los detenidos por la IV Brigada.
Yo los acuso de colocarlos en medio de un cuarto, ven-
dados y atados, de pie, por días y noches enteras, someti-
dos a vejámenes físicos y psicológicos de la más refinada
crueldad, sin dejarlos siquiera sentarse en el suelo por un
momento, sin dejarlos dormir, golpeándolos con pies y ma-
nos en distintos lugares del cuerpo, insultándolos, deján-
dolos oír los gritos de los demás detenidos en los cuartos
vecinos, destapándoles los ojos solamente para que vean
cómo simulan violar a sus esposas, como introducen balas
en un revólver y sacan a los detenidos a dar un paseo por
los alrededores de la ciudad, amenazándolos de muerte si
no confiesan y delatan a sus presuntos “cómplices”; con-
tándoles mentiras sobre pretendidas “confesiones” en re-
lación con el torturado, colocándolos en posición de rodi-
llas y haciéndolos abrir las piernas hasta los límites físicos
más extremos posibles, causantes de intensísimos dolores,
agravados por parárseles encima para continuar así el
continuo, extenuante, intenso “interrogatorio”; dejándoles
las ventanas abiertas, en camisa, en altas horas de la ma-
drugada, para que tiemblen de frío; permitiendo que sus
miembros inferiores se edematicen por la forzada posición
de pie y por la obligada quietud, hasta hacer inaguantables
los calambres, los dolores, el desespero físico y mental, que

129
Periodista con licencia médica

ha llevado a algunos a lanzarse por las ventanas, a cortarse


las venas de la muñeca con pedazos de vidrio, a gritar y a
llorar como niños o locos, a contar historias imaginarias y
fantásticas, con tal de descansar un poco de los refinados
martirios que les imponen.
Yo acuso a los interrogadores del Batallón Bomboná de
Medellín, de ser despiadados torturadores sin alma y sin
compasión por el ser humano, de ser entrenados psicópa-
tas, de ser criminales a sueldo oficial, pagados por los co-
lombianos para reducir a los detenidos políticos, sindicales
y gremiales de todas las categorías, a condiciones incom-
patibles con la dignidad humana, causantes de toda clase
de traumas, muchas veces irreductibles, que dejan graves
secuelas de por vida.
Yo denuncio formal y públicamente estos procedimien-
tos de los llamados “mandos medios”, de violar sistemáti-
camente los derechos humanos de centenares de nuestros
compatriotas.
Y acuso a los altos mandos del ejército y de la nación que
lean este artículo, de criminal complicidad, si no detienen
de inmediato esta situación que hiere los sentimientos más
elementales de solidaridad humana de los colombianos no
afectados por la vesania o por el fanatismo.

Periódico El Mundo (Medellín), 4 de agosto de 1979, p. 3 A. 

130
Héctor Abad Gómez

Canales irregulares

En un segundo, con ojos y garras de águila, un raponero


me arrebata el reloj el último día del pasado diciembre. En
Medellín, Bogotá, Cali y Barranquilla roban carteras, ca-
denas, aretes. Un síntoma de la inadecuada distribución de
las cosas y del dinero. Canales irregulares que la sociedad
produce para remediar en algo una situación insostenible,
cuando no hay canales regulares que faciliten y propicien
una distribución adecuada.
En Colombia, el país triplica en veinticinco años su pro-
ducción y cuadruplica su capital. Pero ¿cómo se distribu-
ye? La participación para los trabajadores, en proporción
con los dueños del capital –grandemente concentrado por
cierto– disminuye del 41% en 1970 al 33% en 1977. El des-
empleo alcanza a centenares de miles de colombianos, con-
centrados en las cuatro grandes ciudades y en los barrios
más pobres de éstas, en donde entre el 30% y el 40% de
los jóvenes que allí viven no encuentran ningún trabajo en
ninguna parte.
Se calcula para 1979 un déficit en la balanza comercial
de 538 millones de pesos. Por importaciones no sólo de ar-
tículos de lujo y suntuarios sino de textiles y juguetes, que
son de consumo general, y cuya importación desestimula la
industria nacional.
La sociedad anónima productora de empleo, registra
una disminución del 70% en emisión de acciones en el 79%,
en relación con el año anterior.
El aumento promedio del precio de las acciones disminu-
ye en forma considerable, en un año que el gobierno califica

131
Periodista con licencia médica

como “bueno económicamente”, sin asomarse a lo que está


pasando realmente en las familias de los barrios populares.
Y en las de los menos populares también.
Raponería, asaltos, robos, atracos, no son enfermeda-
des. Son apenas síntomas de una muy grave enfermedad
general: la gran concentración de la riqueza en pocas ma-
nos, concentración productora de desempleo y de miseria.
Productora de injusticias, grandes y pequeñas. Injusticias
que a la larga sufrimos todos los ciudadanos. Aun los que
podemos llamarnos privilegiados.
Pero es que no puede, ni debe, haber paz sin justicia.
Es “una paz” impuesta a la fuerza por la mera vigilancia
policíaca. Es una paz engañosa, que se tiene que trastornar
continuamente, así sea por estos pequeños episodios apa-
rentemente individuales, pero que revelan en realidad un
gran mal general.

Periódico El Mundo (Medellín), 5 de enero de 1980, p. 3 A.

132
Héctor Abad Gómez

¿Hasta cuándo?

Uno no sabe ya qué hacer en este país. Cuando pensá-


bamos que los violentos y los enemigos de la paz nos iban a
conceder alguna tregua, los asesinatos selectivos y los in-
cendios provocados intencionalmente estremecen las más
dormidas y apáticas conciencias ¿Hasta cuándo? ¿Hasta
cuándo esta violencia que nos va asfixiando, que nos va de-
jando sin más caminos de salida que el desespero inútil o
el grito impotente? ¿Qué se necesita para despertar, de
veras, la conciencia ciudadana? ¿Qué tenemos que hacer
los ciudadanos desprotegidos e inermes, para que no nos
maten o incendien nuestras casas?
Un distinguido inspector de policía, joven abogado en
ejercicio de su judicatura rural en un “idílico” poblado del
Oriente antioqueño, ejerce sus funciones. Simplemente
ejerce sus funciones valiente y honradamente, durante el
año que le es asignado. Meses después, su casa es incen-
diada por una banda de criminales tiznados. ¿Quiénes son?
¿En dónde se esconden? ¿Quién los descubre y los castiga?
Sólo ominoso silencio.
Un parlamentario de la Unión Patriótica, líder cívico de
su región, acatado, querido y respetado por su comunidad,
es asesinado. Al día siguiente, un senador liberal del Meta,
que había hecho coalición con fuerzas de izquierda para
su elección pacifica, por medio de los votos democráticos
del pueblo, también es abatido a balazos. ¿Qué está suce-
diendo? ¿De dónde parte este sabotaje a un gobierno que se
inicia con las más claras y limpias intenciones de cambio
social, de paz y de tranquilidad ciudadanas, de espíritu de

133
Periodista con licencia médica

trabajo y acciones reales en beneficio de los más pobres y


los más necesitados? Un gobierno que ha dicho que respe-
tará los derechos humanos, que asumirá la dirección plena
de la autoridad civil sobre todos los estamentos del Estado.
¿Es para cobrarle estas intenciones, para evitar que todas
estas cosas se hagan, para lo que se está aumentando la
violencia?
Porque estos no pueden ser “incidentes” aislados, no re-
lacionados, sin fin ni propósito general, individuales. No.
Lo que está pasando revela una política general orquesta-
da por fuerzas oscuras que no quieren la paz sino la guerra,
que no quieren la justicia sino los privilegios, que no quie-
ren la autoridad sino la anarquía.
Contra todas estas fuerzas tiene que levantarse el pue-
blo colombiano a rodear a un presidente bien intenciona-
do, discreto, sereno, más amigo de los hechos que de las
palabras. El presidente Barco no se dejará intimidar por
los violentos, por los enemigos de la concordia, por los ene-
migos de la justicia, por los enemigos de la democracia, por
los enemigos de la paz. No podrán acallarnos a todos; no
podrán silenciarnos a todos. El valor y la honradez que pre-
tenden destruir, a sangre y fuego, se impondrán finalmente
en este país y en el mundo entero, a pesar de la violencia y
el crimen.

Periódico El Mundo (Medellín), 6 de septiembre de 1986, p. 3 A.

134
Héctor Abad Gómez

¿Quién controla el ejército?

Los cruentos sucesos del primero de mayo en “Campos


de Paz”, que fueron convertidos por la fuerza pública de
Medellín en campos de guerra, merecen una explicación.
La ciudadanía necesita que le expliquen por qué matan
a una persona, un modesto citador de un juzgado que vi-
sitaba la tumba de su hermano, y después afirman que se
trataba “de un guerrillero del EPL”.
A la ciudadanía no se la puede seguir engañando con
versiones inexactas acerca de un suceso que presenciaron
centenares de personas aterrorizadas.
El Mundo fue el único periódico del país que informó
en detalle y con veracidad sobre estos infortunados suce-
sos. Por el contrario, otros medios de “información”, se han
dejado manipular por las “fuentes oficiales”, en una forma
que la opinión pública empieza a percibir como distorsiona-
da y a veces francamente falsa ¿Cómo es posible, por ejem-
plo, que al otro día de los sucesos, medios de la televisión
como el Noticiero de las Siete haya dicho que “guerrilleros
del EPL trataron de tomarse a Medellín” y el Noticiero Na-
cional no haya ni siquiera relatado los hechos?
¿Cómo es posible que El Espectador haya titulado su in-
formación: “Del EPL los dos muertos de Medellín” (p. 12 A,
sábado 3 de mayo), a pesar de que El Tiempo (p. 2 A), en su
corresponsalía de Medellín del mismo día, haya informado,
verazmente esta vez, “que se trataba de un empleado de un
juzgado municipal y según testigos de los hechos fue dado
de baja por varios soldados que custodiaban el cementerio
cuando huía despavorido”?

135
Periodista con licencia médica

Y que El Colombiano, compungido en su primera página


porque le hubieran arrebatado a su excelente fotógrafo Zu-
leta la cámara y los rollos fotográficos, se limitara a publi-
car en lugar inferior de una secundaria página (15) de esa
misma edición, una fotografía con “parte de lo que la policía
y el ejército decomisaron”, que, según el relato, incluye una
ametralladora, una granada, camisas negras y amarillas,
capuchas, pasamontañas, proyectiles dum—dum, etc., e
informan, además, que “durante los hechos se produjo la
retención de unas trescientas personas, y según un oficial
de la policía, en su mayoría integrantes del EPL, entre los
privados de la libertad se contaba ayer el señor Felipe Vé-
lez, presidente de ADIDA”.
Así quedan macartizadas y señaladas, con una simple
noticia periodística, “más de trescientas personas”.
¿Es esta irresponsabilidad, aceptable en un país que se
autocalifica de “civilizado”?
¿Se tiene el poder, todo el poder, para matar, detener,
apresar, señalar, capturar, desaparecer, calumniar, herir,
a cualquier ciudadano de este país?
¿Nadie controla este inmenso, absoluto, ilimitado, tota-
litario poder? ¿Ante quién responden por los muertos, por
los detenidos, por los desaparecidos, por los arrestados ar-
bitrariamente, por los insultados, por los vejados, por los
hostigados, por los torturados, por los calumniados?
Con toda razón afirma el editorial de nuestro periódico
el domingo pasado:

Las autoridades y las Fuerzas Armadas legítimamente


constituidas en la República, merecen nuestro más abso-
luto respeto y acatamiento. A ellas les debe la Patria su
carácter republicano y democrático. Pero otra cosa son los
excesos y los abusos. Operativos como el llevado a cabo
en Campos de Paz el primero de mayo merecen ser re-
pudiados y rechazados. La verdad es que sus resultados

136
Héctor Abad Gómez

fueron catastróficos y llenaron de terror e incertidumbre


a la ciudadanía.
¿No sería bueno recordarles a esas “autoridades” que
existen límites para su poder que no pueden seguir sobre-
pasando impunemente?
Límites constitucionales, límites legales, límites morales,
límites simplemente cristianos, límites humanos. ¿O se
burlarán también de todo: de la Constitución, de la ley, de
la ética, de la religión, de la humanidad? Como bien lo de-
cía Lord Acton, hace ya muchos años: “el poder corrompe,
y el poder absoluto corrompe, absolutamente”.

Periódico El Mundo (Medellín), 10 de mayo de 1986, p. 3 A.

137
Héctor Abad Gómez

¿Quién controla la guerrilla?

¿Habrá alguna persona inteligente —así sea fanática—


que crea que matando policías o emboscando soldados va
a llegar el pueblo al poder? ¿O que secuestrando, extorsio-
nando, exigiendo “vacunas” y procedimientos similares, se
va a conseguir el apoyo del pueblo colombiano para implan-
tar un régimen socialista?
¿O que combatiendo con siglas, comandos, estrategias y
tácticas distintas, se va a conseguir la toma del poder por
las armas?
Pues esto es lo que parece que pretenden las guerrillas
colombianas.
Siguen asaltando bancos, colocando bombas y matando
policías.
¿Con qué resultado? Con el que siempre produce cual-
quier tipo de terrorismo: repudio general.
Hubo una época, cuando se implantó la primera dicta-
dura conservadora, con Mariano Ospina Pérez, cerrando el
Congreso, cambiando las reglas de juego en la Corte Supre-
ma de Justicia y amordazando la prensa y la radio, cuando
la insurrección violenta parecía justificada. Y de hecho, las
guerrillas liberales –que se opusieron a la violencia oficial
que implantó dicho gobierno para imponer en la presiden-
cia al doctor Laureano Gómez– tuvieron el apoyo de los
“próceres” de nuestro partido. Y con mayor razón cuando
Laureano Gómez, impuesto por la fuerza, hizo más duras y
sangrientas la dictadura y la represión, la censura y la vio-
lencia oficiales. Hasta tal punto que el país descansó con el
“golpe de opinión” de Rojas Pinilla. Que más tarde, con su

139
Periodista con licencia médica

política de conservatización del Ejército y de todo el gobier-


no y con la ambición de prolongar su “mandato” por cuatro
años más, dio origen a los pactos de Benidorm y Sitges, y a
la sucesión de gobiernos del Frente Nacional.
Después vinieron las FARC –con su pretensión de im-
plantar por la fuerza un régimen comunista tipo soviéti-
co– y la consiguiente reacción del Ejército colombiano, ase-
sorado por la CIA, los Estados Unidos, el Pentágono y la
política supra-nacional de la “Seguridad Nacional” –que
mejor debería llamarse de la Seguridad de los Estados Uni-
dos– con sus ejércitos transnacionales desde México hasta
la Argentina. Pero ahora las FARC en Colombia parece que
recapacitaron y –con la ayuda del actual gobierno– van a
ingresar a la vía política pacífica. Enhorabuena.
De otro lado, el M-I9, surgido del fraude conservador de
1970, el EPL, del comunismo antisoviético, el ELN, de co-
nexiones castristas, y el “Javier Delgado”, disidente de las
FARC, han traído, sobre todo últimamente, enredo, confu-
sión y descrédito a la lucha guerrillera. Con el resultado de
la agravación –por desgracia– de la “guerra sucia”, con el
nefasto Estatuto de Seguridad y el también nefasto para-
lelismo de un gobierno militar autónomo y fuerte, irrespe-
tuoso de los más elementales derechos humanos, al lado de
un gobierno civil débil, timorato e impotente.
¿Cómo saldremos de este estado de cosas que a todos nos
perjudica? He aquí la principal tarea del próximo gobierno.

Periódico El Mundo (Medellín), 26 de mayo de 1986, p. 3 A.

140
Héctor Abad Gómez

“Lo sentimos... Equivocación”

Mucha gente habla —desgraciadamente mucha— de


que es bueno que “limpien” a la ciudad y al campo de atra-
cadores, de antisociales, de vagos, de maleantes, así sea
por el expedito procedimiento, que inventaron en Brasil,
de los escuadrones de la muerte. Escuadrones que efectúan
“ejecuciones extrajudiciales” a personas con múltiples an-
tecedentes penales. Gente que se autodenomina civilizada,
cristiana y “buena”.
Pues bien, tal vez el caso que les voy a relatar —suce-
dido en Caucasia, aquí en Antioquia— los haga meditar y
reflexionar sobre la barbaridad que están expresando. Se
trata de que en tan sufrida población antioqueña —según
carta firmada por persona responsable, carta que reposa
en poder de la Comisión de Defensa de los Derechos Hu-
manos de Antioquia— ha aparecido recientemente uno de
esos “escuadrones de la muerte” y el primer asesinado fue
el joven Julio Vásquez, “quien estaba en libertad tratando
de rehacer su vida… dedicado en los últimos meses a rifas
legales… y lo sacaron de un establecimiento público y a los
pocos metros le troncharon su existencia a bala”.
Pero este no es el caso al que quiero referirme. En la
misma carta se relata otro, el cual me permito proponer
a la cuidadosa consideración de aquellos que piensan que
estos procedimientos pueden aceptarse en una sociedad ci-
vilizada. Dice la carta: “Un empleado de una farmacia que
funciona en el barrio de Pueblo Nuevo en el mismo munici-
pio de Caucasia sufrió igual suerte, pero fue que lo confun-
dieron […] Fue confundido con el novio de una muchacha

141
Periodista con licencia médica

que fue a visitar y se sentó en el mismo taburete […] Era


un magnífico ciudadano, correcto empleado, de una perso-
nalidad de las que llamamos tímida […] y allí sencilla y
tranquilamente fue acribillado”.
“Hace veinte días llegaron a Caucasia esos hombres si-
niestros, venidos de Puerto Berrío, que están ‘limpiando’ a
Caucasia de ladrones, de fumadores de bazuca, de revende-
dores de bazuca y de personas con antecedentes”.
En el caso del empleado de la farmacia, “se equivoca-
ron”. A mí me gustaría preguntarles a las personas que
expresan su satisfacción por estos hechos, qué pensarían
si “la equivocación” ocurriera en la persona de uno de sus
hijos o parientes, o aun de ellos mismos.
A los amigos de la pena de muerte que tantas veces he-
mos tenido que sufrir en Colombia, acogidos a la tenebrosa
“ley de fuga”, o a la doctrina de la “seguridad nacional”, o
al simple odio caprichoso de personas armadas, por la mis-
ma sociedad, les preguntamos cómo les parece este hecho,
que por desgracia no debe ser único. Si piensan que dejar
la justicia colombiana al arbitrio de sicarios, de matones a
sueldo, de asesinos pagados, si será la forma de “limpiar”
a nuestra enferma sociedad. Si piensan que estos bárbaros
procedimientos sí merecen su aprobación o siquiera el cu-
brirlos con una general indiferencia o el cómplice silencio.
Si no reaccionamos valientemente contra estos hechos.
Si alguien no grita que esto no puede ni debe seguir su-
cediendo, estaremos abocados a un estado de decadencia
moral y de descomposición social inatajable.

Periódico El Mundo (Medellín), 23 de diciembre de 1984, p. 3 A.

142
Héctor Abad Gómez

¿Más días oscuros?

Son intensamente preocupantes los aleves atentados de


muerte que en los últimos días han sufrido los distinguidos
miembros de la Comisión Nacional de Negociación y Diá-
logo, Hernando Hurtado Álvarez y Antonio Navarro Wolff.
Ambos han contribuido decisivamente al agitado proce-
so de tregua y “cese al fuego” que estamos viviendo. Un
paradójico “cese al fuego” que hiere y mata a los que más
activamente han trabajado porque llegue la paz y la justi-
cia al pueblo colombiano.
Antonio Navarro y Hernando Hurtado, nuestros com-
pañeros en la Comisión de Diálogo, no son propiamente
miembros del montón en este conjunto de cuarenta perso-
nas a quienes el señor Presidente de la República les con-
fió la tarea de “negociar y dialogar”, para alcanzar la paz.
El primero es miembro del comando nacional del M-19 y
dejó las armas para contribuir activa e inteligentemente a
que retornara la calma entre los colombianos. El segundo
es el secretario ejecutivo del Comité Nacional Permanente
por la Defensa de los Derechos Humanos, que preside en
Bogotá el ex canciller Alfredo Vásquez Carrizosa, y algún
día apreciarán los colombianos las verdaderas dimensio-
nes de la abnegada, callada, eficiente, ponderosa labor de
Hernando Hurtado, por defender estos derechos básicos y
elementales, a la vida, a la libertad y a la justicia que por
tanto tiempo les han sido negados a tantos compatriotas
nuestros.
Si hay alguien dedicado con pasión, con bondad, con in-
terés y con eficacia, a la defensa de estos fundamentales

143
Periodista con licencia médica

derechos de todo ciudadano colombiano, este es Hernando


Hurtado. Y si hay alguien que se haya entregado con más
absoluta y decidida dedicación a la tarea de cesar la lucha y
de alcanzar por métodos diferentes a la violencia la justicia
social, absolutamente necesaria para alcanzar la paz para
el pueblo colombiano, este es Antonio Navarro Wolff.
Es por lo tanto evidente que las fuerzas oscuras que se
esconden tras de estos dos incalificables delitos contra dos
distinguidos compatriotas nuestros, son fuerzas enemigas
de la paz, enemigas de la patria, enemigas del pueblo, ene-
migas de Colombia.
El gobierno tiene la obligación de descubrir quiénes son
los sicarios que han intentado asesinar a Hurtado y a Na-
varro, y quienes están detrás de sus criminales intentos. Si
no lo hace; si no podemos saber quiénes son exactamente
las personas o las organizaciones que tan alevemente están
atentando contra la paz en nuestro país, no podremos los
colombianos sino deducir, con tristeza y desconsuelo pa-
trióticos, que más días oscuros están aún por venir.

Periódico El Mundo (Medellín), 8 de junio de 1985, p. 3 A.

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Héctor Abad Gómez

Seguimos en guerra

El no afrontar los hechos tales como son, y hacernos, por


lo tanto, falsas ilusiones, no conduce a nada bueno. Hay
que enfrentar la realidad, por dura que ella sea.
Y esta realidad no es nueva. Larvada o abiertamente,
la hemos estado viviendo los colombianos por siglos. Con
breves interregnos de calma relativa y con brotes epidémi-
cos, como el que vivimos de 1948 a 1956, y el que estamos
viviendo ahora, en Colombia la guerra ha sido endémica.
España nos conquistó, a sangre y fuego, y nos impuso
violentamente su dominio económico, su lengua y su reli-
gión.
Nos libertamos de España, también violentamente,
para poder manejar nuestros asuntos. Se disolvió la Gran
Colombia por los intereses económicos de los que la confor-
mábamos. Hicimos las guerras civiles tratando de que el
poder, las tierras, los ingresos, la libertad y la justicia fue-
ran mejor repartidos. Tuvimos períodos de resignación, de
dominio absoluto de las capas superiores, de patria “boba”.
Pero por más que nos quisimos aislar, los conflictos ideoló-
gicos, políticos y económicos del mundo llegaron hasta no-
sotros. Las “ideas foráneas” del conservatismo, del libera-
lismo y del socialismo agitaron las mentes de los de arriba
y de los de abajo. Lo subjetivo prendió en terrenos objetivos
abonados por el hambre y la miseria.
¿Por qué? Porque en donde no hay justicia no puede ni
debe haber paz.
Porque en donde no se respetan los más elementales
derechos humanos: el derecho a la vida, a la libertad, al

145
Periodista con licencia médica

trabajo, a la alimentación y a la justicia social, no existe, ni


puede, ni debe existir la paz. La resignación, la paciencia,
el “aguante” de los pueblos, tiene siempre un límite.
No hay necesidad de apelar a Marx y basta leer a Cer-
vantes para saber que mientras persista la tajante divi-
sión entre los que tienen y quieren tener más y los que no
tienen, el mundo no estará tranquilo. Y que los conflictos
sociales, aquí y en todas partes, a través de la historia de
la humanidad, tienen una base económica, a veces clara, a
veces oscura, pero siempre descubrible a la larga.
¿De qué nos quejamos? ¿De que la historia también se
mueva en nuestro país? ¿De que aquí también los conflictos
mundiales nos afecten? ¿Queríamos seguir viviendo en pa-
raísos artificiales?
Si no afrontamos con valor y claridad estas duras rea-
lidades y continuamos con la ilusión del inmovilismo y el
no cambio, sin realizar las profundas transformaciones
estructurales económicas que estamos necesitando, el con-
flicto seguirá causando el que nos matemos los unos a los
otros, tan estúpidamente como lo hemos venido haciendo
durante siglos.

Periódico El Mundo (Medellín), 7 de diciembre de 1985, p. 3 A.

146
Héctor Abad Gómez

Pedro Luis Valencia24

La muerte prematura de cualquier ser humano debería


conmover a todos los seres humanos. Cuando esto ocurra,
sabremos que las campanas no doblan sólo por el muer-
to, sino por todos nosotros. Pero es inevitable que algunas
muertes nos conmueven más que otras. Cuando se trata de
un colega, de un exalumno, de una persona todavía joven,
la conmoción es, naturalmente, mucho más grande. Y si,
además, es el muerto número 421 de una larga y trágica
serie de militantes de un partido que trata de incursionar
en la vida civil y democrática de la nación; y el número ocho
de una racha de violentos asesinatos en nuestra Universi-
dad de Antioquia –que apenas el día anterior marchaba
con nosotros cantando a la vida y protestando por la muer-
te– no se puede menos de sentir que algo muy grave está
sucediendo en nuestro propio país, un territorio que uno ha
aprendido a amar desde que tuvo uso de razón.
Y vuelven a pasar por la mente y el corazón otras muer-
tes trágicas e inexplicables: Arturo Roldán, otro médico y
exalumno al servicio de su gente, gran señor y gran amigo.
Y el padre Álvaro Ulcué y el padre Bernardo López. Y tan-
tos otros que llenarían más de una página.

Pedro Luis Valencia Giraldo (Medellín, 20 de noviembre de 1939 – 14 de


24

agosto de 1987). Médico y Magíster en Salud Pública de la Universidad


de Antioquia. Al momento de su muerte violenta (a manos de cinco sica-
rios que, a decir de fuentes de prensa y defensores de derechos humanos,
provenían de sectores del paramilitarismo) era Senador de la República, a
nombre de la Unión Patriótica; además era catedrático de la Universidad
de Antioquia. Pagó con su vida, sus incontables denuncias contra la corrup-
ción del Estado. Nota de Editor.

147
Periodista con licencia médica

Uno se pregunta: ¿Qué está pasando en Colombia? ¿Qué


podemos hacer para detener esta ola de sangre? ¿Quiénes
están detrás de estos numerosísimos crímenes?
Porque hay gente, personas, seres humanos, que los
conciben, los planean, los pagan, los mandan ejecutar. Son
personas de carne y hueso, probablemente colombianos
como nosotros, en uso de razón, plenamente conscientes de
lo que hacen. Que seguramente lo hacen convencidos de
que lo deben hacer, de que están ejecutando un deber, de
que están haciendo un “bien”.
A veces me pregunto a quiénes debemos compadecer
más, si a los que caen muertos por estos “bienhechores” de
la sociedad, o a los pobres y equivocados criminales y asesi-
nos, que se creen a sí mismos “bienhechores”.
La historia de la humanidad está repleta de actos como
los que estamos lamentando. Una y otra vez existe gente
que se cree portadora de la verdad, del bien, de la justicia, y
se atribuye a sí misma la misión de establecer su “verdad”,
su “bien”, su “justicia” sobre los demás. Es la gravísima en-
fermedad del fanatismo, del maniqueísmo, origen de tanta
violencia, antes y ahora, aquí y en tantas otras partes.
¿Cuándo seremos capaces de educar a la gente para que
no se enferme de estos peligrosísimos males?
Algún día lo lograremos.
Es con esta esperanza como podremos ser capaces de
seguir viviendo y luchando.

Periódico El Mundo (Medellín), 22 de agosto de 1987, p. 3 A 

148
Héctor Abad Gómez

Carta a un periodista

Como fundador, hace veinticinco años, de un periódico


estudiantil, el U-235, y como ocasional contribuyente con
artí¬culos a la prensa diaria, me considero también un pe-
riodista. Así que esta es una carta que, en cierto modo, me
escribo también a mí mismo. Pero un periodista profesional
es algo muy distinto a un periodista aficionado. Aquel que
ha dedi¬cado su vida entera a transmitir hechos, noticias y
comen¬tarios a los demás, adquiere una gran responsabi-
lidad con el mundo contemporáneo y con el mundo futuro.
Con el mundo actual, porque la manera como presente los
hechos y la interpretación que a éstos les dé, tiene una gran
influencia sobre el modo de pensar de miles de personas
existentes; y con el mundo futuro, porque sus escritos van
a ser consi¬derados por los historiadores como la realidad
del mundo actual. Esto solo nos dice de la tremenda im-
portancia de un periodista. Por eso es pesaroso ver cómo
algunos periodistas toman su profesión a la ligera, y peor
aún, la hacen un medio de sus pequeñas rivalidades, odios
o amores.
Aunque, naturalmente, el periodista, como el científico,
como el artista, como el técnico, como el político, como todos
los demás hombres, comparte las cualidades y defectos de
todos los humanos, su especial responsabilidad lo debería
hacer más consciente; y su especial influencia más cuida-
doso de no cometer demasiados errores. Como toda persona
que tiene poder, el periodista debería ser cuidadoso con el

149
Periodista con licencia médica

ejercicio de dicho poder. Obviamente, puede hacer mucho


mal o mucho bien. Y mucho de lo que el público piensa y
la manera cómo reacciona depende de lo que lee en los pe-
riódicos, de lo que oye en la radio o de lo que ve en la te-
levisión. Por eso, las principales cualidades del periodista
deberían ser sus cualidades éticas. Desgraciadamente, esto
no siempre sucede.
La difusión de las noticias, el conocimiento del mundo,
las intercomunicaciones, mientras más extensas sean, se-
rán más beneficiosas para la humanidad que la oscuridad,
el aislamiento, la ignorancia o el desconocimiento mutuo.
Aunque siempre la verdad no sea agradable —y a veces
ni siquiera conveniente—, es preferible, en general, a la
mentira. El engaño deliberado no debería justificarse sino
en rarísimas ocasiones.
En una época fue apenas la palabra hablada la que
efectuó la difusión de los conocimientos. Después vino la
escrita. Con los avances de la técnica llegamos hasta el li-
bro; más tarde, las revistas difundieron todo mucho más
rápidamente; después vinieron los periódicos, la radio y la
televisión, que han conformado el fenómeno moderno que
algunos llaman “la explosión de las comunicaciones”. Se ha
discutido si este fenómeno es favorable o no al bienestar de
la especie humana. Argumentos hay en uno y en otro senti-
do. Pero es evidente que las comunicaciones, como muchas
cosas, no son malas o buenas en sí mismas, sino de acuerdo
con el uso que se haga de ellas. De ahí el valor elevadísi-
mo que en este campo tiene la ética. Una ética humana y
social que ponga por encima de los éxitos individuales —o
de las consideraciones económicas, políticas, nacionalistas
o religiosas— los altos postulados de la justicia y del bien-
estar universal. Todo periodista debería ser un humanis-
ta universal en el más amplio sentido de la palabra. Sus
intereses deberían ser sólo los intereses del ser humano.

150
Héctor Abad Gómez

Ninguna limitación política, religiosa, nacionalista o econó-


mica debería interponerse entre su importantísima tarea y
el bienestar del ser humano universal. Esto parece ser, por
ahora, una simple utopía. Mientras más se leen los perió-
dicos, se oye la radio y se ve la televisión de todo el mundo,
más se encuentra uno con las dos clases de fenómenos: por
un lado, la odiosa cabeza del fanatismo, la tergiversación
y la falsa interpretación de los hechos con fines limitados;
y por el otro, el interés de algunos periodistas de las más
altas miras por reconocer que su verdadera responsabili-
dad no está con su país, con su religión, con sus limitadas
convicciones políticas o con los que pagan su salario, sola-
mente, sino con la humanidad entera. Este tipo de perio-
dista es el que puede reconocer que su país, su religión o su
partido también se equivocan. El que no es un maniqueo
en el análisis del mundo y de sus circunstancias; el que
hace un gran esfuerzo por ver los puntos de vista de los
demás y, sobre todo, de aquellos que no están de acuerdo
con él. Esta última es la clase de periodistas que necesita
el mundo. Una clase de periodistas que no es insular o ex-
cepcional, sino que, por el contrario, está floreciendo por
todos los rincones de la tierra. Periodistas que tienen que
ser, al mismo tiempo, técnicos en su profesión; artistas en
su arte; científicos en su visión de los hechos que presentan
o analizan; objetivos, sin que por esto tengan que ser insen-
sibles; pero que —por sobre todo— sean hombres y mujeres
buenos, que utilicen sus conocimientos, su arte y su técnica
sólo para hacer el bien. Y no estamos hablando de periodis-
tas misioneros, ni mucho menos fanáticos o ultra celosos
por hacer el bien. Estamos hablando de hombres y mujeres
normales, con una profesión importante, que la sepan uti-
lizar en beneficio colectivo. Esto se puede enseñar y estas
ideas se pueden difundir entre los que quieran tomar el
periodismo como una profesión con estudios universitarios.

151
Periodista con licencia médica

Es irresponsable que cualquier ser humano —no importa el


grado de moralidad que posea— pueda utilizar un medio,
tan poderoso e influyente como el periodismo, para causas
personales o mezquinas. Por eso se ha propuesto que sea
una profesión estrictamente reglamentada por los gobier-
nos, como es la medicina, porque esta última tiene que ver
con la vida y la muerte. Porque el periodismo tiene que ver
también, ¡y cuánto!, con la vida y la muerte. A veces en mu-
cho mayor grado que la profesión médica, que se entiende
con enfermedades y epidemias. Porque las guerras y las
revoluciones son epidemias de odio. Y la salud mental de
las multitudes es mucho más importante que la salud física
o mental de unas cuantas personas.
Lo malo de esta reglamentación es que puede prestarse
a abusos de un gobierno deshonesto. En los lugares donde
no existe libertad de prensa, es muy probable que existan
cosas que se tengan que esconder. El ambiente de libertad
es más conducente a una sociedad sana. La libertad de co-
municaciones es comparable al mecanismo del dolor en los
seres animales. Sin este mecanismo no habría superviven-
cia de las especies mayores. Las comunicaciones registran
lo que duele, lo que está fallando, lo que está funcionando
mal. Su supresión puede llevar a una comunidad —y aun a
toda una sociedad o nación— a la catástrofe. Todo gobierno
inteligente y bueno, que esté verdaderamente por el bien-
estar de su gente, debe dar la mayor libertad a la comuni-
cación objetiva de los hechos. Pero debe cuidar también que
no se calumnie, se mienta o se malinterprete.
La sociedad es un organismo vivo, con mecanismos de
interrelación muy complicados y sensibles. Los buenos
mecanismos de intercomunicación son esenciales para el
funcionamiento de una sociedad sana. La comunicación es
una parte vital de un organismo avanzado y delicado como
es la sociedad moderna. De allí su importancia y su enor-

152
Héctor Abad Gómez

me delicadeza. Los periodistas son las partes esenciales de


este organismo: son sus células nerviosas. Si no registran
bien los hechos y no los transmiten con fidelidad, harían el
papel de un tejido nervioso enfermo, como el que existe en
las enfermedades producidas por virus neurotrópicos o por
el bacilo de la lepra. Todo lo que afecte las comunicaciones
es vital para un organismo. En esta delicada, compleja y
única sociedad contemporánea en que se está convirtien-
do el mundo actual, las comunicaciones, el periodismo, son
parte vital. Y las personas que manejan ese mecanismo son
seres humanos, como tú y yo. De nuestra salud o enferme-
dad mental, es decir, de nuestra ética, depende, en mucha
medida, la salud del mundo.

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Periodista con licencia médica
Selección de artículos de prensa

se terminó de imprimir en octubre de 2015


Para su elaboración se utilizó papel Propalibros beige 70 g
en páginas interiores y Propalcote 250 g en carátula.
Fuente tipográfica: Century Schoolbook 10.5 pt
Héctor Abad Gómez

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