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Enseñen a sus hijos el Evangelio de Jesucristo por medio del precepto y

del ejemplo.
Un hombre y una mujer que hayan aceptado el Evangelio de Jesucristo y hayan comenzado una
vida juntos deben ser capaces, mediante su potencial, su ejemplo y su influencia, de hacer que
sus hijos los emulen, al llevar ellos vidas de virtud, de honor y de integridad en el reino de Dios,
lo cual a su vez redundará en su propio beneficio y salvación. Nadie mejor que yo puede
aconsejar a mis hijos con mayor sinceridad y más preocupación por su felicidad y su salvación, y
nadie tiene mayor interés en el bienestar de mis hijos que yo. No puedo sentirme contento sin
ellos; son parte de mí; son míos. Dios me los ha dado y yo quiero que sean humildes y sumisos a
los requisitos del Evangelio. Deseo que hagan lo correcto y sean justos en todo sentido, a fin de
que sean dignos de la distinción que el Señor les ha concedido de ser contados entre los de Su
pueblo del convenio, un pueblo escogido por sobre todos los demás, porque han hecho sacrificios
para obtener su salvación en la verdad4.
“Herencia de Jehová”, nos es dicho, “son los hijos”; y también son, según el Salmista: “cosa de
estima” [Salmos 127:3]. Si a los hijos se les priva de su primogenitura, ¿cómo podrán ser cosas
de estima para el Señor? No son una fuente de debilidad y pobreza para la vida familiar, ya que
ellos traen consigo ciertas bendiciones divinas que contribuyen a la prosperidad del hogar y de la
nación. “Como saetas en manos del valiente, así son los hijos habidos en la juventud.
Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos” [Salmos 127:4–5]5.
Somos un pueblo cristiano, creemos en el Señor Jesucristo y pensamos que es nuestro deber
reconocerlo como nuestro Salvador y Redentor. Enseñen eso a sus hijos; enséñenles que al
profeta José Smith se le restauró el sacerdocio que poseían Pedro, Santiago y Juan, quienes
fueron ordenados a manos del Salvador mismo; que José Smith, el Profeta, era sólo un jovencito
cuando Dios lo escogió y lo llamó para poner el fundamento de la Iglesia de Cristo en el mundo,
para restaurar el sacerdocio y las ordenanzas del Evangelio, las cuales son necesarias para que el
hombre pueda entrar en el reino de los cielos. Enseñen a sus hijos a respetar a su prójimo; a
respetar a sus obispos y a los maestros que vayan a la casa a darles instrucción. Enseñen a sus
hijos a respetar a los ancianos, las canas y los cuerpos endebles por la vejez; enséñenles a venerar
a los padres y a recordarlos con orgullo, y a ayudar a todos los incapacitados y menesterosos.
Enseñen a sus hijos, como se les ha enseñado a ustedes, a honrar el sacerdocio que ustedes
poseen, el sacerdocio que poseemos como élderes de Israel.

Enseñen a sus hijos a honrarse a sí mismos; a honrar el principio de la presidencia mediante el


cual se conservan intactas las organizaciones y se preservan la fuerza y el poder para el bienestar,
la felicidad y la edificación del pueblo. Enséñenles que cuando vayan a la escuela honren a sus
maestros en todo lo que sea verdadero y honrado, en lo que es digno en el hombre y la mujer…
Enseñen a sus hijos a honrar la ley de Dios y la ley del estado y la del país6.
En Doctrina y Convenios leemos que se requiere que los padres enseñen a sus hijos “…a
comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del
bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho
años…”. “Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor”. Y si
los padres no lo hacen y los hijos se pierden y se alejan de la verdad, entonces el Señor ha dicho
que el pecado caerá sobre la cabeza de los padres [D. y C. 68:25, 28]. ¡Qué terrible es pensar que
un padre que ama a sus hijos con todo el corazón pueda ser hallado responsable ante Dios por
haber desatendido a quienes ha querido tanto, hasta que se han alejado de la verdad y se han
convertido en parias. Los padres serán hallados culpables de la pérdida de esos hijos, y
responsables por la apostasía y las tinieblas en que ellos se encuentren…

Si puedo probar que soy digno de entrar en el reino de Dios, quiero que mis hijos estén también
allí; y yo tengo el propósito de entrar allí. Tengo la intención de hacerlo y me he propuesto, con
la ayuda del Señor y por medio de la humildad y de la obediencia, terminar mi misión sobre esta
tierra y ser fiel a Dios por el resto de mis días. He tomado la decisión de hacerlo y estoy resuelto,
con la ayuda de Dios, a no fracasar; por lo tanto, deseo a mis hijos junto a mí. Deseo que mi
familia me acompañe, que a donde yo vaya ellos también puedan ir y que compartan conmigo la
exaltación que yo reciba7.
Los padres tienen influencia sobre sus hijos… y aun cuando no nos demos cuenta de que nuestro
ejemplo tiene cierta influencia o importancia, yo les aseguro que muchas veces algunos hechos
que consideramos insignificantes han ocasionado daño por la influencia que tuvieron en nuestros
semejantes o nuestros hijos… Sin embargo, vemos a padres y madres dar un ejemplo a sus hijos
que ellos mismos condenan y contra el cual advierten a sus hijos. La conducta contradictoria de
los padres tiene la tendencia de embotar la sensibilidad de los hijos y alejarlos del camino de
vida y salvación, ya que si los padres enseñan a sus hijos principios que ellos mismos no ponen
en práctica, esa enseñanza no tendrá validez o efecto a no ser para mal.

Nosotros no tomamos en cuenta ni reflexionamos sobre estas cosas como deberíamos. Cuando
un niño comienza a razonar y escucha a su padre o a su madre profesar que cree que la Palabra
de Sabiduría es parte del Evangelio de Jesucristo y que ha sido dada por medio de la revelación,
¿qué puede pensar al ver que la viola diariamente? Él crecerá creyendo que su padre o su madre
es un hipócrita y que no tiene fe en el Evangelio. Las personas que hacen eso traen sobre sí
responsabilidades tremendas. No hay forma de que seamos demasiado consecuentes en nuestro
desempeño, ni tampoco demasiado fieles en el cumplimiento de nuestras promesas8.
Debemos criar a los hijos con amor y bondad.
Nuestros hijos llegarán a ser lo que nosotros hagamos de ellos. Son las criaturas más impotentes
de la creación animal que hay en el mundo, ya que nacen sin conocimiento ni entendimiento. El
pequeñito comienza a aprender después de nacer, y gran parte de lo que sabe depende en gran
medida del medio ambiente, de las influencias bajo las cuales se cría, de la bondad con que se le
trata, de los ejemplos dignos que se le dan y de las sagradas influencias o de las que no lo son,
del padre y de la madre sobre su mente infantil. Llegará a ser principalmente el producto de su
ambiente y de lo que sus padres y maestros hagan de él.

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