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“De los Delitos y las Penas”

INTRODUCCION

Inicia éste autor su obra comentando el grado de desorganización o de iniquidad de la recién pretérita edad media,
tiempos que sólo haremos algunos comentarios para poder internalizar la monumental obra de aquel joven jurista
italiano, quien con precoz inteligencia asimila los contenidos socio jurídicos de la época y proyecta un revolucionario
orden penal, que muchas de sus posiciones mantienen vigencia.

El fin del Imperio Romano en Europa, hacia el siglo V d/C, marca el inicio de la Edad Media, época en la cual el Imperio
Romano (de occidente) se había desmembrado en principados, pequeños reinos, latifundios feudales; el poder político
de manera hegemónica lo ejercía la Iglesia (Católica); el Papa coronaba reyes, emperadores, y el dominio sobre la
administración de justicia era evidente. La iglesia asesinaba, quemaba, ahorcaba, torturaba, a todo quien no siguiera sus
preceptos de fe, bajo el estigma de herejía; con ello confiscaba bienes y acrecentaba su poder económico; la santa
inquisición fue esencialmente su instrumento. Verdaderos genocidios auspició la iglesia católica con las cruzadas.. Por la
sola presunción de culpabilidad, o por la conveniente eliminación de un disidente de la “fe”. Torturaba, flagelaba, o
quemaba vivos a los adversarios del sistema político-teológico; con lo cual esperaban expiar los pecados y culpas, en
nombre de Dios; pagaban el tributo a la insolencia, a la irreverencia hacia los príncipes eclesiásticos. Existían cínicas
arbitrariedades en el sistema judicial, así una de las teorías más antiguas a este respecto basada en la teología, afirmaba
que los delincuentes son personas perversas, que cometen crímenes en una forma deliberada, porque están instigados
por el demonio u otros espíritus malignos.

Como se puede observar, en la antigüedad no se detenían los legisladores, o jueces, en evaluar la conducta del
delincuente o de la víctima; sólo y de manera superficial evaluaban el delito, la ofensa o agresión, que consideraban
antisocial o que irrumpía la armonía de la vida social, o los intereses hegemónicos de la aristocracia y la iglesia. La
preocupación al parecer, era encontrar las formas o sistemas de penalización o represión del delincuente, pero poco se
ocuparon de estudiar las causas del delito.

Así las cosas el poder ilimitado del Estado en la Edad Media, la subordinación del poder político al poder religiosos vg, la
iglesia católica; el sistema de justicia criminal se caracterizaba por que el sistema imperante permitía a los jueces
interpretar las leyes (vagas), de manera arbitraria; los juicios secretos, las acusaciones secretas, y las sentencias secretas.
La desigualdad jurídica; el no derecho a defenderse durante el juicio; la tortura, como medio lícito para arrancar
confesiones, la cual era considerada como la reina de las pruebas; la facultad de los jueces para cambiar y ampliar
continuamente la definición de traición, creando a su arbitrio nuevos delitos; la pena capital estaba prescrita para más
de 250 delitos, entre estos el delito de opinión merecía la pena capital; las ofensas menores eran castigadas con la
picota o la amputación de algún miembro; los azotes; el estiramiento, el potro y la desmembración, para los delitos más
serios; la pena capital por ahorcamiento se realizaba en público sin ningún repara a la dignidad del ajusticiado. Fue una
etapa oscura de la humanidad hasta mediados del siglo XV.

A la salida del tenebroso túnel medieval, del oscurantismo y absolutismo, es cuando comienza a verse un crecimiento de
las ciencias, las artes, las teorías políticas y reajuste geopolítico de la Europa de entonces, o sea en el Renacimiento
(Siglo XV-XVI).

Luego en el siglo XVIII se proponen mejoras en el sistema penal, haciendo duras críticas al antiguo régimen medieval;
surgen precursores insignes, filósofos de “Las Luces”, época denominada de la Ilustración, tales como Beccaria,
Rousseau, Montesquieu, entre otros.

Suceden muchos acontecimientos de orden jurídico, político y filosóficos en ese siglo XVIII; debe mencionarse las ideas
progresistas en Francia de Charles Louis de Secondant Barón de Montesquieu, quien en 1748 publica “Del Espíritu de las
Leyes”, que entre otras cosas proclama la subordinación igualitaria a la ley, tanto el Estado, la iglesia como el ciudadano.
Propone la división de los poderes, y la abolición de las penas desmedidas, de la tortura. Decía que la prevención del
delito debe ser actitud preponderante en toda política criminal. Comenta que un buen legislador ha de esforzarse más
en prevenir el delito que castigarlo. Por ello las leyes penales deben tener una doble orientación: evitar el crimen y
proteger al individuo. También analizó las causas del delito, atribuyendo la criminalidad a la impunidad, al decir “Que se
examine la causa de todas las corrupciones de costumbres; se verá que éstas obedecen a la impunidad de los crímenes,
y no a la moderación de las penas”

Más tarde en 1762 Jean Jacques Rousseau también da a conocer su obra “El Contrato Social”, que establece
esencialmente la explicación sobre la necesidad de un pacto social entre el Estado y el Pueblo. Ciudadano y poder se
someten a la obediencia y se establecen límites en el ejercicio de sus libertades, para subsistir armónicamente. En la
obra enuncia su postura de que el hombre es naturalmente bueno, y la sociedad quien le pervierte. Escribe Rousseau:
“todo malhechor al atacar al derecho social resulta por sus fechorías traidor a la patria, deja de ser miembro de la misma
al violar sus leyes y hasta le hace la guerra. Entonces la conservación del Estado es incompatible con la suya y es preciso
que uno de los dos perezca y cuando se ejecuta al culpable es más como un enemigo que como ciudadano”, según él el
delincuente entonces, vulnera, rompe, transgrede el compromiso histórico (el contrato social), alejándose de la
sociedad, de la comunidad, que le verá en consecuencia como un rebelde.

Es en esa misma época César Beccaria en Milán a la edad de 25 años en 1764, pública su obra más famosa “De los
Delitos y las Penas”, obra en la cual orienta hacia la tipificación y codificación de los delitos, proporcionalidad entre
delitos y castigos, y la humanización de las penas.

Propone Beccaria en su libro una política criminal basada en cinco pilares fundamentales, como lo son: leyes claras y
simples, predominio de la libertad y la razón sobre el oscurantismo, ejemplar funcionamiento de la justicia libre de
corrupciones, recompensas al ciudadano honesto, elevación de los niveles culturales y educativos del pueblo.

Opina Beccaria que la ley debe señalar el comportamiento o reglas de la sociedad, y constituye esa obediencia,
una entrega parcial de sus libertades para constituir la soberanía, que debe conjugar el logro del fin común. En ese
sentido, debe surgir un motivo sensible o la pena, con la cual obligar a un comportamiento social correcto; ya que
considera que el hombre contiene un ánimo despótico por naturaleza. Y que es el soberano a quien se le otorga el
derecho a castigar, cuando los miembros de la sociedad le entregan parcialidades de sus derechos o libertades.

Menciona el contrato social como el instrumento a cumplir tanto por el soberano como por la sociedad, y que debe
surgir un tercero o magistrado (juez) quien dirima las diferencias entre los dos primeros, con decisiones o sentencias
finalmente inapelables, para evitar la anarquía.

También se pronunció en cuanto a la interpretación de las leyes, exponiendo la peligrosa inequidad que se filtra cuando
se hacen interpretaciones particulares de la norma. Dice éste autor textualmente: un desorden que nace de la riesgosa y
literal observancia de una ley penal, no puede compararse con los desordenes que nacen de la interpretación. De igual
forma proponía que las leyes fuesen claras y simples; lo cual es ventajoso en su interpretación pero lo más importante,
para su cumplimiento, constituyendo esa claridad y simpleza una forma de evitar los delitos.

En cuanto a la proporcionalidad de las penas, aceptaba que no había una exacta y universal escala para hacer
corresponder las penas a los delitos. No se debe medir –decía- la pena por el nivel o grado de la persona ofendida; y era
cuestionable establecer la graduación del castigo por la gravedad del hecho delictual, pues esta graduación la podrían
ajustar observadores diferentes al mismo daño causado. Sentenciaba Beccaria que la única y verdadera medida de los
delitos es el daño hecho a la sociedad y no simplemente la intención del que lo comete -abstrayéndose de lo que en la
época moderna se ha llamado derecho penal de autor-.

Divide los delitos en delitos mayores o de lesa majestad, como los delitos que atentan contra la sociedad, en el sentido
que genere destrucción de la misma, que van contra la seguridad y libertad de los ciudadanos, como los asesinatos, los
que van contra los magistrados, que destruyen la idea de justicia y obligación. Los otros delitos los que ofenden la
privada seguridad de los ciudadanos en la vida, van contra sus bienes, honor; y otro grupo de delitos cuyos
comportamientos simplemente es contrario a lo que cada uno está obligado a hacer o no hacer respecto del bien
público, como los que perturban la tranquilidad pública y quietud de los ciudadanos.

“El fin de las penas, no es atormentar y afligir a un ente sensible, ni deshacer un delito ya cometido. El fin, pues, no es
otro que impedir al reo causar nuevos daños a sus ciudadanos, y retraer a los demás de la comisión de otros iguales.
Luego deberán ser escogidas aquellas penas y aquel método de imponerlas que guardada la proporción, hagan una
impresión más eficaz y más durable sobre los ánimos de los hombres, y menos dolorosa sobre el cuerpo del reo”

En esa disertación sobre la finalidad de las penas, se aleja del fin retributivo enteramente, al decir que no es atormentar
o hacer sufrir al delincuente por el daño cometido, sino que la pena debe hacer un efecto perdurable y eficaz en el
ánimo del infractor, pero la menos dolorosa. Se declara también enemigo de las acusaciones secretas, de la tortura y
diciente de la pena de muerte solo para los que ponen en peligro la seguridad de la nación, o cuando el autor del delito
pueda generar una revolución religiosa (esta última aseveración debe observarse en el contexto de la época). Dice que
no es la crueldad de la pena uno de los más grandes frenos de los delitos sino la infalibilidad de ella; es decir, que se
cumplirá, que es cierto y seguro la aplicación de dicha sanción. Ya que la impunidad es la causa de que incremente la
criminalidad. Menciona la eficacia de la pena, como aquella que se impone sin dilaciones, con prontitud y justicia;
puesto que ello asocia la idea del delito a la pena, haciendo más eficaz y positiva la sanción.

También habla de la medida cautelar privativa de libertad señala que la ley y no a discreción del juez debe señalarse los
delitos que merezcan pena de prisión en los casos de fama pública, la fuga, la confesión extrajudicial, la confesión de un
compañero en el delito, las amenazas y constante enemistad con el ofendido. La presencia del cuerpo del delito entre
otros es prueba suficiente para encarcelar a un ciudadano.

César Becarías en la época del pacto social, especie de contrato entre el Estado y el ciudadano, garantizaría el orden
público, consagrando los derechos de los individuos, limita la potestad del Estado, surge el derecho a la defensa, el
castigo se humaniza y se hace proporcional al hecho delictual, siguiendo a los doctrinarios de la Revolución Francesa,
todos se hacen iguales ante la ley; en suma se genera un Derecho Penal humanitario.

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