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E l baile
de los solteros
La crisis de la sociedad campesina
en el Bearne
EDITORIAL ANAGRAMA
BARCELONA
i i t u lo a e la e d ic ió n o r ig in a l:
Le bal des céiibataires
© Éditions du Seuil
París, 2002
Diseño de la colección:
Julio Vivas
Ilustración: Photo D R
ISBN: 84-339-6212-4
Depósito Legal: B. 42708-2004
Printed in Spain
F r é d é r jc L e P l a y ,
L ’O rganisation de la fa m ille , pág. 3 6
1. Así estaban las cosas hacia 1900 en el pueblo de Lesquire, pero el sis
tema no funcionaba, en un pasado más lejano, de una forma tan rígida, pues
la libertad del cabeza de familia era mayor.
a la estricta lógica de la economía. Por mediación de la dote la
lógica de los intercambios matrimoniales depende estrechamen
te de las bases económicas de la sociedad.
En efecto, los imperativos económicos se imponen al pri
mogénito con un rigor muy particular porque ha de conseguir,
en el momento de su matrimonio, una dote suficiente para po
der pagar la dote de sus hermanos y hermanas menores sin tener
que recurrir al reparto ni a la amputación de la hacienda. Esta
necesidad es igual para todas las «casas», ricas o pobres, porque
la dote de los segundones crece proporcionalmente con el valor
del patrimonio, y también porque la riqueza consiste esencial
mente en bienes raíces y el dinero en efectivo es escaso. La elec
ción dé la esposa o del esposo, del heredero o de la heredera, tie
ne una importancia capital, puesto que contribuye a determinar
el importe de la dote que podrán recibir los segundones, el tipo
de matrimonio que podrán contraer e incluso si les será fácil
contraerlo; a cambio, el número de hermanas y, sobre todo, de
hermanos menores por casar influye de forma considerable en
esa elección. En cada generación se plantea al primogénito la
amenaza del reparto, que ha de conjurar a toda costa, bien ca
sándose con una segundona provista de una buena dote, bien
hipotecando la tierra para conseguir dinero, bien obteniendo
prórrogas y aplazamientos. Se comprende que, en circunstan
cias semejantes, el nacimiento de una hija no sea recibido con
entusiasmo: «Cuando nace una hija en una casa», reza el prover
bio, «se desploma una viga maestra» (Cuan bett ue hilhe hens ue
maysou, que cat u pluterau). N o sólo la hija constituye una ame
naza de deshonor, además hay que dotarla: encima de que «no
se gana el sustento» y no trabaja fuera de casa como un hombre,
se marcha una vez casada. Durante el tiempo que permanece
soltera constituye una carga, mientras que un hijo aporta una
valiosísima ayuda, pues evita tener que contratar criados. Por
ello casar a las hijas se convierte en una prioridad.
Los análisis anteriores permiten hacerse una idea de lo es
trecho que es el margen de libertad.
«He visto renunciar a una boda por cien francos. El primo
génito deseaba casarse. “¿Cómo vas a pagar a tus hermanos me
nores? Si quieres casarte, vete.” E n la casa de T r. había cinco se-
gundonas, los padres trataban al primogénito de un modo
especial. Le reservaban los mejores bocados y lo colmaban de
atenciones. Su madre no dejó de mimarlo hasta que empezó a
hablar de casarse... Para las hijas no había carne ni bocados ex
quisitos. Cuando llegó el momento de casar al primogénito,
tres de sus hermanas ya estaban casadas. Quería a una joven de
La. que no tenía un céntimo. Su padre le dijo: “¿Quieres casar
te? He pagado [por] las hijas menores, tienes que traer cuartos
para pagar [por] las otras dos. La mujer no está hecha para que
la pongan en el aparador1 [es decir, para ser expuesta]. N o tiene
nada. ¿Qué va a aportar?” El chico se casó con una chica de E.
y recibió una dote de 5 .000 francos. El matrimonio no funcio
nó bien. El primogénito empezó a beber y desmejoró. Murió
sin descendencia. Tras una serie de conflictos, hubo que devol
ver la totalidad de la dote a la viuda, que se volvió a su casa.
Poco después de la boda del primogénito, hacia 1910, una de
las hijas menores se casó en La., con una dote de 2.0 0 0 francos.
Cuando estalló la guerra, hicieron volver a la hija que se había
casado en S. [la finca colindante] para que ocupara el lugar del
primogénito. Las otras hijas, que vivían más lejos, en Sa., La. y
Es., se disgustaron mucho ante esa decisión. Pero el padre ha
bía escogido a una hija casada con un vecino para incrementar
su patrimonio»2 (J.-P. A., 85 años).
JASSES
O = Jacq u e s d e J a SSES
(apellido en el registro civil: Lasserre)
fallecido joven ¿ A = O Geneviéve de JASSES
1. En el barrio de Ho., hacia 1900, sólo había una casa que no contara
con un emigrado a América, por lo menos. Había en Olorón reclutadores
que animaban a los jóvenes a marcharse: hubo muchos que se fueron duran
te los malos años entre 1884 y 1892.
2. Hasta cierto punto, los imperativos propiamente culturales, concreta
y principalmente la prohibición del matrimonio de abajo arriba, se impo
nían a los segundones con menos rigor.
interés personal puedan inmiscuirse. Así, y a pesar de que, por lo
demás, eran ellos los árbitros encargados de hacer respetar las reglas
de juego, de prohibir los matrimonios desacertados y de imponer,
prescindiendo de los sentimientos, las uniones conformes a las re
gías, «los padres, para favorecer a un segundón o una segundo na
predilectos, les permitían amasar un pequeño peculio (lou cabau);
Ies concedían, por ejemplo, un par de cabezas de ganado que, en
tregadas en gasalhes,1 reportaban sus buenos beneficios».
Así pues, los individuos se mueven dentro de los límites de
las reglas, de tal modo que el modelo que se puede construir no
representa lo que se ha de hacer, ni tampoco lo que se hace,
sino lo que se tendería a hacer al límite, si estuviera excluida
cualquier intervención de principios ajenos a la lógica del siste
ma, tales como los sentimientos.
Que los elementos de las diagonales principales de la ma
triz que figura a continuación sean nulos, salvo dos (probabili
dad 1/2), se debe a que los matrimonios entre dos herederos o
entre dos segundones están excluidos en cualquier caso, y más
aún cuando a ello se suma la desigualdad de fortuna y de rango
social; la disimetría que introduce el matrimonio entre una pri
mogénita de familia humilde y un primogénito de familia
acaudalada se explica por el hecho de que las barreras sociales
no se imponen con el mismo rigor a las mujeres y a los hom
bres, pues aquéllas pueden casarse de abajo arriba.
Existe una retahila de canciones que, como ésta, presentan a una pasto
ra que, astuta y sin pelos en la lengua, dialoga con un franchimctn de la ciu
dad (nombre peyorativo aplicado a quien se esfuerza en hablar francés, fra n-
chimandeya).
2. C O N T R A D IC C IO N E S IN T E R N A S Y A N O M IA
COLUM ELA
G randes hacendados
(m ás de 3 0 ha)
1. 2 1 a 2 5 años
2 . 2 6 a 3 0 años 1 1
3 . 31 a 3 5 años
4 . 3 6 a 4 0 años
5. 41 años y m ás
H acendados m edianos
(1 5 a 3 0 ha)
1. 21 a 2 5 años
2 . 2 6 a 3 0 años 1 1
3 . 31 a 3 5 años
4 . 3 6 a 4 0 años
5. 41 años y m ás 4 1 5
H acendados pequeños
(m enos de 15 ha)
1. 21 a 2 5 años 1 1 2
2 . 2 6 a 3 0 años 1 1
3 . 31 a 3 5 años 1 1
4 . 3 6 a 4 0 años 1 1 2
5 . 4 1 años y más 12 12
A pareceros y granjeros
1. 21 a 2 5 años
2 . 2 6 a 3 0 años 2 2
3- 31 a 3 5 años
4 . 3 6 a 4 0 años
5. 4 1 años y más 3 1 4
Rango por e l nacim iento y sexo
C ondición social y edad V H Totales
P rim o Segun P rim o - Segun
g énito dón g én ita dona
O breros agrícolas
1 . 2 1 a 2 5 años 1 1
2 . 2 6 a 3 0 años 1 1
3. 31 a 3 5 años 1 1
4 . 3 6 a 4 0 años 1 1
5 . 41 años y más 3 1 1 5
C riados
1. 21 a 2 5 años 1 1 2
2 . 26 a 3 0 años 6 6
3 . 31 a 3 5 años
4. 36 a 4 0 años 1 1 2
5. 4 i años y más 3 12 15
T ótales 89 71 8 45 213
P ueblo Caseríos
E dad Totales
Solteros Casados Solteros Casados
V H 1/ H v H V H
N acidos entre:
1933 y 1929 4 2 4 4 30 14 5* 13 76
( 2 1 a 2 5 años)
1928 y 1924 1 1 6 4 36 15 14 20 97
(2 6 a 3 0 años)
1918 a 1914 1 7 5 14 3 14 14 58
(3 6 a 4 0 años)
antes de 1 9 1 4 9 9 54 67 63 15 204*257** 678
T ótales 15 13 75 86 163 50 250 328 980
Hombres Mujeres
Solteros Casados Total Solteras Casadas Total
Pueblo 15 75 90 13 86 99
Caseríos 163 250 413 50 328 378
Total 178 325 503 63 414 477
1 . Hay familias en las que la autoridad de los padres sigue siendo abso
luta. «Recientemente, a una de las chicas Bo„ la raayor, aún la casaron con
un chico de la montaña; el muchacho vino a vivir a Lesquire. La madre ur
dió la boda de su hija pequeña, que tenía 1 6 años, con el hermano mayor del
marido de su hija mayor. Solía decir: “Hay que casarlas jóvenes, luego quie
ren elegir ellas”» (J.-P. A ). A este tipo de boda se lo llama barate (ha ue ba
rate).
ción. Antes había chicas colocadas en la ciudad, por supuesto.
Ahora tienen un empleo; incluso estudian formación profesio
nal y todo eso... Antes muchas chicas se colocaban para ganarse
algún dinero para el ajuar, y luego volvían. ¿Por qué iban a vol
ver ahora? Ya no hay costureras. C on la instrucción, se marchan
cuando quieren» (P. L .-M .).
El debilitamiento de la autoridad paterna y la apertura de
los jóvenes a nuevos valores han privado a la familia de su papel
de intermediario activo en la conclusión de los matrimonios.
Paralélamente, la intervención del casamentero (lou trachur) se
ha vuelto mucho más infrecuente. 1 Así, la búsqueda de un
compañero es algo que depende ahora de la libre iniciativa de
cada cual. C on el sistema antiguo se podía prescindir de «corte
jar» y se podía ignorarlo todo del arte de hacer la corte. H oy
todo ha cambiado. La separación entre los sexos no ha hecho
más que ampliarse con la relajación de los vínculos sociales,
particularmente en los caseríos,2 y con el espaciamiento de las
ocasiones de coincidir y conocerse. Más que nunca, los «inter
mediarios» serían ahora imprescindibles; pero «los jóvenes son
más “orgullosos” que antes; se sentirían de lo más ridículos si
los casaran» 0 .-P . A .). La generación joven, en general, ha deja
do de comprender los modelos culturales antiguos. U n sistema
de intercambios matrimoniales dominado por la regla colectiva
ha dado paso a un sistema regido por la lógica de la competi
ción individual. En este contexto el campesino de los caseríos
está especialmente indefenso.
A la vez porque son infrecuentes y porque todo el aprendi
zaje tiende a separar y a enfrentar las sociedades masculina y fe
menina, las relaciones entre los sexos carecen de naturalidad y
de libertad. «Para seducir a las chicas, el campesino promete el
matrimonio, o deja que lo supongan; el compañerismo y la ca
A ño s de nacim iento
1923 1928 1 93 3 1938
a a a a T o ta l
1927 1932 1937 1942
1. C h ico s
N acid os en Lesquire 88 80 65 40 273
Residentes en Lesquire en 1 9 5 4 67 49 44 33 193
Em igrados 21 31 21 7 80
P orcentaje de em igrados 24% 38% 32% 17% 29%
2 . C h icas
N acidas en Lesquire 86 65 71 47 269
Residentes eñ Lesquire en 1 9 5 4 40 41 40 35 156
Em igradas 46 24 31 12 113
P orcentaje de emigradas 53% 27% 43% 29% 42%
Este cuadro no sólo evidencia un importante descenso de la
natalidad (es decir, superior al 5 0 % entre 1923 y 1942), sino
que pone de manifiesto que las mujeres emigran de Lesquire mu
cho más que los hombres: entre las personas de 27 a 31 años en
1954, emigraron 2,2 2 veces m ás mujeres que hombres (y 1,4 ve
ces en lo que se refiere a los años 1923 a 1942). A grandes rasgos,
seis mujeres y cuatro hombres abandonan el pueblo cada año.
Las mujeres se marchan pronto, desde ía adolescencia. Los hom
bres tardan más; sobre todo entre los 22 y los 2 6 años, es decir,
después del servicio militar. La magnitud del éxodo femenino
(42 % , es decir, casi una de cada dos mujeres) no ha de ocultar la
emigración masculina (2 9 % , o sea, casi uno de cada tres hom
bres), pues si no resultaría incomprensible el crecimiento relativo
del celibato femenino de la joven generación que ha permane
cido en los caseríos, y cabría la tentación de explicar el índice pa
tológico de celibato masculino por una penuria de mujeres.1
C on todo, los habitantes de Lesquire tienen una percep
ción correcta de la situación objetiva: no hay informador que
no invoque ei éxodo de las mujeres, sobreestimándolo las más
de las veces. D e lo que resulta que las mujeres tienen la espe
ranza de marchar de Lesquire, mientras que la mayoría de los
hombres se sienten condenados a quedarse allí (y ello tanto más
cuanto que se tiende a minimizar, en términos relativos, el éxo
1. Las causas del celibato de las mujeres no son exactamente las mismas
que las del celibato de los hombres. No hay duda de que algunas mujeres si
guen sometidas a determinismos parecidos a los que propician el celibato de
los hombres. Es el caso de algunas muchachas empaysanides, rústicas, mal ves
tidas, torpes; como sus compañeros de infortunio, se quedan comiendo pavo
en el baile y para vestir santos. Es el caso de algunas herederas que se quedan
en casa para no abandonar a sus padres, o el de las mujeres que se que
dan junto a un hermano condenado al celibato; hay parejas de solteros de esta
índole en una treintena de casas. También están las chicas que tienen mala
fama y a las que los jóvenes, por miedo al ridículo y al qué dirán, no se atre
ven a cortejar. Por último, para algunas muchachas del pueblo, el celibato se
debe a Ja imposibilidad de encontrar un partido que corresponda a sus aspira
ciones y a su estilo de vida, de modo que prefieren permanecer solteras antes
que casarse con un campesino de los caseríos.
do masculino). Así pues, las mujeres están motivadas para pre
pararse para la marcha desde las postrimerías de la adolescencia
7 a apartarse de los hombres del pueblo, mientras que los hom
bres tratan de establecer su porvenir en la comarca natal.
U n análisis de la ratio por sexos de las diferentes categorías
de edad (según el censo de 1954) confirma estas observaciones.
CAMPESINOS Y ALDEANOS
1941-1960 4 1 54 8 25 21 22 2 3 3 25 168
En % del
número
total de
matrimo
nios 2,38 0,59 32,14 4,76 14,94 12,50 13,09 1.19 1,78 1,78 14,94 100
H o m b res del 1 8 7 1 - 1 8 8 4 (n = 4) (n = 1 ) (n = 2 )
p u eblo (n = 33) 12,1% 3% 6 ,2 %
1 9 4 1 -1 9 6 0 (n = 2 ) (n = 2 ) (n = 1 )
(n = 19) 1 0 ,5 % 1 0 ,5 % 5 ,2 %
M u jeres del 1 8 7 1 -1 8 8 4 (n = 4 ) (n = 2 ) (n = 2 )
p u eblo (n = 3 7 ) 1 0 ,8 % 5 ,4 % 5 ,4 %
1 9 4 1 -1 9 6 0 (n = 2 ) (n = 3)
(n = 19) 1 0 ,5 % 1 5 ,7 %
M u jeres de 1 8 7 1 -1 8 8 4 (n = 13) (n = 1 1 ) (n =* 1 1 )
tos caseríos (n = 114) 1 1 ,4 % 9 ,6 % 9 ,6 %
1 9 4 1 -1 9 6 0 (n = 1 2 ) (n = 5) (n = 9)
(n = 99 ) 12% 5% 9%
su facha, su habla ruda y gangosa (ia gente del llano dice you (yo), los de los
cerros dicen jou),
1. Todos los fenómenos constatados en los caseríos pueden observarse
también en los demás pueblos del cantón, que están, en relación con el pue
blo de Lesquire, en la misma situación que los caseríos. Así, la población del
cantón pasó de 5-260 habitantes en 1836 a 2 .8 8 0 en 1936. El éxodo feme
nino es en codas partes muy importante.
campesino, para empezar, porque, según la lógica misma del
sistema, son ellas las que circulan, después porque asimilan con
mayor rapidez que los hombres algunos aspectos de la cultura
urbana (cosa que habrá que explicar), y, por último, porque la
regla implícita que prohíbe a los hombres el matrimonio de
arriba abajo sólo puede favorecerlas.
D e lo que se deduce que los intercambios matrimoniales
entre los caseríos campesinos y la ciudad tienen que efectuarse,
por fuerza, en una sola dirección. Por ejemplo, así como a un
nativo de los caseríos ni se le ocurriría, salvo excepciones, ir al
baile en una ciudad próxima, los ciudadanos acuden a menudo
en grupo a los bailes campesinos, donde su aspecto ciudadano
les proporciona una ventaja considerable sobre los campesinos.
Por ende, aun en el supuesto de que su área de bailes fuera tan
reducida como la de los mozos, de todos modos las chicas de
los caseríos podrían conocer a ios chicos de la ciudad. M uy es
casas son, por el contrario, las chicas de la ciudad que, salvo
cuando se celebra la fiesta mayor del pueblo, acuden a los bailes
campesinos, aunque, llegado el caso, hay grandes probabilida
des para que desprecien a los campesinos. Simplificando, po
dría decirse que cada hombre se encuentra situado en una área
social de matrimonio, y la regla establece que puede tomar es
posa fácilmente en su área y en las áreas inferiores. D e lo que
cabría deducir que mientras ei habitante de la ciudad puede, teó
ricamente, casarse con una chica de la ciudad, del pueblo o de
los caseríos, el campesino de los caseríos está limitado a su área.
U n nativo de Lesquire tenía antes más del 9 0 % de posibili
dades de escoger esposa en un radio de 15 kilómetros alrededor
de su residencia. Cabría, por lo tanto, esperar que la amplia
ción reciente de esta área vaya pareja con un incremento de las
posibilidades de matrimonio. D e hecho, no es eso lo que ocu
rre. La distancia social impone unas limitaciones mucho más
rigurosas que la distancia espacial. Los circuitos de los inter
cambios matrimoniales se desgajan de su base geográfica y se
organizan en torno a nuevas unidades sociales, definidas por el
hecho de compartir algunas condiciones de existencia y un esti
lo de vida determinado. El campesino de los caseríos de Lesqui
re tiene hoy tan pocas posibilidades de casarse con una chica de
Pau. de O lorón o incluso del pueblo vecino com o las que tenía
antaño de casarse con una chica de cualquier caserío remoto del
País Vasco o de Gascuña.
I ni
Posibi Prestí- Posibi- Presti
lidad de gio lidad de gio
m atri- m atri
monto monio
3 Cas.- 9 Cas, + + $ Pueb.- 2 Cas. +
9 O tro caserío + + 9 O tro caserío +
9 Pueblo + 9 Pueblo + +
9 O tro pueblo - + 9 O tro pueblo + +
9 Gran ciudad - + 9 Gran ciudad ± +
II IV
Posibi Prestí- Posibi- Presti
lidad de gio lidad de gio
m atri m atri
monio monio
? C as.- S C as. 9 P u eb .- cfC as. + —
T am añ o medio de la familia
2 5,1 a 10 km 10 11 21 24 42 66 34 53 87
3 1 0 ,1 a 15 11 16 27 52 73 125 63 89 152
4 15,1 a 20 3 4 7 11 11 22 14 15 29
5 20,1 a 25 3 2 5 9 2 11 12 4 16
6 25,1 a 30 4 5 9 4 2 16 8 17 15
7 30 km y más 20 29 49 37 25 62 57 54 111
8 Total 123 141 264 579 511 1.090 702 652 1.354
1 , «En mi época, para casarse con un gendarme, había que tener una
buena dote: 3 .000 francos. En G. había una chica que se casó con uno. La
familia pasó muchas dificultades. Estuvo largo tiempo endeudada. Se exigía
esa dote porque la mujer de un gendarme no tenía que trabajar, no tenía que
tener relaciones con el público» (J.-P. A.).
mayoría, los campesinos de los caseríos habrían podido elegir a
uno de los suyos. 1 Lo que pasa es que el campesino suele ser
tan crítico y ambivalente consigo mismo como lo es con el
«ciudadano» o el funcionario. El orgullo de sí mismo, unido
al desprecio por el «ciudadano», coexiste en él, si no con la ver
güenza de sí, al menos con una conciencia aguda de sus defi
ciencias y límites. Por mucho que el «ciudadano» se convierta
en el blanco de su ironía siempre que puede, es decir cuando
está en grupo o entre campesinos, se siente incómodo, torpe y
respetuoso cuando tiene que tratar con él de tú a tú. ¿No resul
ta significativo que los-mejores chistes, los más graciosos, traten
de lo torpe y de lo ridículo que es un campesino y, muy espe
cialmente, cuando se encuentra entre «ciudadanos»? Así pues,
cuando se trata de dirigir los intereses municipales y, a mayor
abundamiento, de establecer relaciones con las autoridades de
la ciudad, al campesino ni se le pasa por la cabeza delegar en un
campesino. Porque está al tanto de las reglas administrativas y
de las sutilezas de la vida política nacional, porque forma parte,
por su función, del mundo de las oficinas y de las administra
ciones, porque dispone de tiempo para ello y, sobre todo, por
que «sabe hablar», el aldeano del pueblo, y, en especial, el fun
cionario, le parece al campesino predestinado para asumir el
papel de mediador entre él y la ciudad.
Por su parte, sobre todo cuando tiene un barniz de instruc
ción y ha adquirido el aspecto de un hombre de la ciudad, el
aldeano se muestra a veces despecdvo con los oriundos de los
caseríos. No cabe establecer mayor distanciamiento de ios cam-
1 . Como las mujeres se quedan más en casa que los hombres, también
escuchan más la radio.
cipal; 1 hoy en día el celibato es considerado cada vez más una
fatalidad, de modo que deja de parecer algo imputable a los in
dividuos, a sus defectos y a sus imperfecciones. «Cuando perte
necen a una familia importante, se los disculpa; sobre todo,
cuando a la relevancia de la familia hay que sumar la relevancia
de una personalidad fuerte. La gente dice: “Es una pena, con la
finca magnífica que tiene, y lo inteligente que es, etc.” Si tiene
una personalidad fuerte, acaba imponiéndose a pesar de todo,
si no, queda mermado» (A. B.). El relato de una mujer que, en
calidad de vecina, fue a ayudar en el momento de la matanza
del cerdo a la casa de dos solteros, de 40 y de 37 años, todavía
resulta más esclarecedor: «Les dijimos: “¡Anda que no hay des
orden!” ¡Menudos pájaros (aquets piocs)! ¡Y sólo con tocar sus
platos! ¡Estaban tan sucios! N o sabíamos dónde mirar. Los
echamos fuera. Les dijimos: “¿No os da vergüenza?” “¡En vez
de casaros...!” “¡Que eso lo tengamos que hacer nosotras...!”
“¡Necesitaríais una mujer que se ocupara de eso!” Ellos, cabiz
bajos, se alejaban. Cuando hay una daune, las mujeres, vecinas
o parientas, vienen para echar una mano. Pero cuando no hay
mujeres, han de decidirlo todo» (M. P .-B .).
Que el 4 2 % de las granjas en las que hay solteros (de las
cuales el 3 8 % pertenecen a campesinos pobres) estén en declive
contra el 1 6 % , solamente, de las explotaciones pertenecientes a
individuos casados pone de manifiesto la existencia de una co
rrelación evidente entre el estado de la explotación y el celibato;
pero el declive de la finca puede ser tanto efecto como causa del
celibato. Percibido como una mutilación social, el celibato de
termina en muchos casos una actitud de dimisión y de renun
[5] M ourot (J.-F .), Traité des biens paraphem aux, des aug-
m ents et des institutions contractuelles, avec celui de Tavitinage
(citado por L. Laborde, ibid .).
1 . Quey trop fier et cabourrut count u basqou! Qua d ’a benut tout et quey
partit ta Pau tribailha dern ue entreprese.
2. Dens lou quartie n ’y sourtpos arres mey?
3. Despuch qué la fam ille déou Ju, —lou purm é besi— e soun partits, n 'a-
bempos arres mey t ’as ha las coumissious.
4. Et puch que souy tout soul — Ta qui ha tout acó...
5 . Qu abet raisou.
6 . Lou m épay que tribailhabe dap mey de gous.
do, mantener la puerta abierta. ¡Hoy en día, de los campesinos,
las mujeres no quieren saber nada!1
—¿Y eso por qué? No iban a ser desdichadas con mozos se
rios como usted...2
—La cosa viene de antiguo. ¡Ellas saben lo que son las cosas
en una granja! Oyen las quejas de sus padres. Hay que recono
cer que no siempre se cosecha lo que se ha sembrado. Nunca
hay nada seguro. Hace falta mucha paciencia con los viejos que
siguen guardando la llave de los dineros. ¡Y el dinero es necesa
rio para poder modernizarse! Tuve que comprar una máquina
segadora y trabajo donde sea, por mucha pendiente que haya,
pero hay que caminar bien derechito para salir adelante.3
—Pero ¿tienen ayudas?4
—Sí, la Caja de Crédito Agrícola, el Departamento de Obras
Rurales.5 Pero hay que hacer que rente, hay que reintegrar bas
tante rápido el capital. T odo eso, las chicas lo oyen en casa. Se
discute y a menudo se acaba peleando: “El vecino se ha compra
do el tractor.”6 Así que todas las chicas abandonan la casa y no
tardan en irse a la ciudad por un salario de 2 0 .0 0 0 francos, y
buena comida y buen alojamiento. Ya no se les llenan los chan
clos de barro y pueden ir al cine.7
—¿Nunca ha salido con chicas?
—Había muchas chicas, antes, en mi barrio, ¡una hermosa
juventud! M i hermana se casó bastante joven con un buen pri
mogénito del barrio de Rey. Le gustaba bailar y lo pasaba muy
«Mira, el otro día fui a casa de Ra., uno de los más ríeos de
la comarca. Le dije: “T ú te crees que eres el amo de tu granja
¿verdad? Crees que todos esos campos y esos viñedos te perte
necen. T e crees rico. Pues mira lo que te digo, tú eres el esclavo
de tu tractor. ¿Qué es lo que tienes con todas esas tierras? Sí,
tienes millones de bienes al sol, 4 o 5 millones. ¿Y luego qué?
Calcula lo que ganas; sí, tom a papel y lápiz. A ver si te enteras,
los métodos de antes se han acabado; ahora el campesino que
no hace números, que no se pasa el día con la libreta y el lápiz
en la mano, no va a ninguna parte. Calcula lo que le das por
hora de trabajo a tu padre, a tu madre, a tu hermana que te
echan una mano, calcula lo que ganas tú. Ya verás que acabarás
cogiendo la cartera y tirándola a la basura. Supon que quieres a
una chica: ¿tú crees que querrá venir aquí, para pasarse el día
currando y volver por la noche a casa y tener que ordeñar las
vacas, molida (harte de m au)í Las hijas de campesino conocen
la vida de campesino: la conocen demasiado para querer a un
campesino. ¿Y levantarse todas las mañanas a las cinco? Aunque
te quiera, preferiría casarse con un funcionario de correos, ¿te
enteras? Sí, un cartero o un gendarme incluso. Cuando la vida
es demasiado dura, no se tiene ni tiempo para el amor. Se pasa
uno el día currando. ¿Dónde está el amor? ¿Qué significa el
amor? Vuelves a casa molido. ¿A eso le llamas tú vida? N o hay
chica que la quiera, una vida así. N o hay sentimiento ni afecto
que valga. Y además están los viejos. Nadie quiere provocarles
dolor. A todo el mundo le gustaría mimarlos, acariciarlos. Pero
se pasa uno la vida peleando porque tiene demasiadas preocu
paciones, porque está demasiado cansado. Las chicas quieren
tener su independencia, poder comprarse algo que les guste sin
tener que rendir cuentas. N o, ninguna va a querer venir a vivir
aquí”» (L. C .).
A P É N D IC E V
La historia ejemplar de un segundón de familia humilde
FAMILIA SÉ
FAMILIA JA
Solteros 5 3 ,4 % 4 4 ,4 % 4 5 ,3 %
D e los cuales: hijos 4 3 ,6 3 9 ,2 3 8 ,6
Cabeza familia 3 ,7 1 ,1 3,9
O tros parientes 3,1 2 ,9 1,4
Pensionistas y criados 3 1 ,2 1,4
Casados 1 9.8 6 5 1 9 .8 3 8 1 0 .0 9 6
43,1 % 4 7 ,3 % 47 ,8 %
Casados 4 7 ,3 % 6 5 ,5 % 5 9 ,9 %
Cabeza familia
D e los cuales: 4 0 ,2 0 ,3 5 3 ,3
Esposa — 5 6 ,4 -
H ijos 6 ,3 7 ,4 6
O tros 0 ,8 0 ,8 0,5
Viudos y divorciados 0 ,7 % 1 ,8 % 1 ,1 %
en tre la B re ta ñ a cen tral y la ciudad d e R en n es
3 5 ,8 % 5 0 ,9 % 4 1,1 % 4 5 ,2 % 4 3 ,4 %
2 7 ,4 42 3 4 ,6 3 8 ,7 3 3 ,7
5,4 3 ,8 2 ,8 2 ,7 4 ,5
1.7 2 ,6 2 ,5 0 ,6 1 ,2
1,3 2 ,5 1 ,2 3 ,2 4
1 0.3 9 0 2 9 .9 6 1 3 0 .2 2 8 2 6 .7 0 2
3 9 ,7 % 4 4 ,5 % 4 4 ,3 % 5 1 ,4 % 4 3 ,4 %
1,4 4 0 ,6 0 ,7 4 8 ,6 1 ,1
35 ,6 39 ,6 0 ,1 40
2 ,2 2 ,7 2 ,9 1 ,8 1,7
0,3 0 ,7 0 ,8 0 ,2 0 ,2
0 ,2 0,5 0 ,3 0,7 0,4
2 4 ,5 % 4 ,6 % 14 ,6 % 3,4 % 13,2 %
2 1 ,8 3,1 1 1 ,2 2 ,6 10,7
1,9 1 ,1 2 ,8 0 ,3 1 ,8
0 ,8 0 ,4 0 ,6 0 ,4 0,7
8 .1 3 4 2 8 .4 7 3 2 5 .6 3 4 2 2 .0 8 6 2 6 .7 3 0
31 4 2 ,4 3 7 ,6 43,1 4 3 ,5
6 9 ,8 % 5 0 ,8 % 6 6 ,9 % 6 9 ,3 % 6 4 ,5 %
2 4 3 ,8 0 ,8 64,1 1 ,6
6 0 ,7 — 57,8 - 58,5
6 ,7 6 ,2 7,6 4,1 3 ,8
0,4 0 ,7 0 ,7 1 ,1 0 ,6
4 ,2 % 0 ,8 % 2 ,6 % 1,5 % 3 ,9 %
Se ve que, en la población agrícola, el porcentaje de solte
ros de sexo masculino de 18 a 47 años de edad alcanza el 52 %
—de los cuales el 38 ,9 % de hijos del cabeza de familia y 5 % de
criados— contra el 38 ,9 % entre la población no agrícola y el
2 9 ,2 % en la ciudad de Rennes. Para la franja de edad de 29 a
38 años, el porcentaje de solteros declarados como hijos del ca
beza de familia es particularmente elevado entre la población
agrícola, o sea el 2 8 ,3 % (sobre el 41 % ) contra el 5 >7 % (sobre
el 11,8 % ) en Rennes para la misma franja de edad.
Siempre menor que entre los hombres, o sea el 3 2 ,7 %
contra el. 52 % en las categorías agrícolas, el 2 6 ,0 % contra
3 8 ,9 % en las categorías no agrícolas, el índice de soltería de las
mujeres no parece independiente (relativamente, al menos) de
la residencia y de la categoría socioprofesional. Las curvas de la
gráfica derecha ponen de manifiesto una concordancia notable
entre los índices de las diferentes categorías, mientras que la
comparación entre las dos gráficas evidencia hasta qué punto
difiere la situación de los hombres y de las mujeres. 1
Así, a mayor escala y en una región diferente, se observan
hechos idénticos a los constatados en Lesquire: los hombres que
viven de la agricultura y residen en regiones remotas tienen una
posibilidad sobre dos de quedarse solteros; las mujeres, por su
parte, no son tributarias de los determinismos vinculados al lu
gar de residencia o a la profesión. Que las explicaciones pro
puestas para Lesquire, muy probablemente, sirvan para dar ra
zón del fenómeno global no quita que no se puede deducir de la
identidad de los efectos una identidad de las causas y que un
análisis sociológico de las condiciones particulares resulta im
prescindible.
1. Para la comparación con los daros válidos para toda Francia, véase la
revista Population, n.° 2, 1962, págs. 2 32 y siguientes.
Las mujeres no sólo se ocupan del corral y, en especial, del ganado: también par
ticipan de manera activa en las labores del campo, como la siega del heno y los
cereales y la vendimia. Asimismo, les coca guiar la yunta durante la labranza, una
tarea particularmente cansada porque hay que obligar a los bueyes a arar recto.
haciendas de más de 30 hectáreas (31), las líneas de división entre esas tres cate
gorías nunca son muy marcadas. Los aparceros (bouretes-mieytadis) y los granje
ros (bcrurdes en afferme) son muy poco numerosos; las haciendas diminutas
(menos de 5 hectáreas) y las grandes haciendas (más de 3 0 hectáreas) repre
sentan una proporción ínfima en el conjunto, el 12,3 % y el 1 0,9 % , respec
tivamente. D e lo que resulta que el criterio económico no tiene entidad para
determinar por sí solo unas discontinuidades importantes. Sin embargo, la per
cepción que se tiene de las diferencias de condición que marcan la oposición
enere los dos grupos de familias es intensa. La familia relevante no sólo es reco
nocible por la extensión de su hacienda, sino también por todo un conjunto de
signos, tales como el aspecto exterior de la casa: se distinguen casas de dos plan
tas (maysous de dus sanies) o «casonas» (maysous de meste) y las casas de una sola
planta, vivienda de los granjeros, aparceros y campesinos humildes; la «casona»
se designa también por el portón monumental que da paso al patio. «Las chi
cas», afirma un soltero, «miraban más el portón (loupourtalé) que el hombre.»
1. Así calculaba un informador cuando se le pidió que explicara por qué
consideraba que una boda reciente era un «buen matrimonio»: «El padre de
la chica que fue [a casarse] a casa de Po. era un segundón de La. de Abos que
vino a Saint-Faust para casarse en una buena casa. El primogénito de la fami
lia, hermano de éste, había conservado la casa en Abos; era maestro, pero lue
go se marchó a la SN C F [ferrocarriles nacionales franceses] a París. Se casó
con la hija de La.-Si., un comerciante importante de Pardies. Todo eso lo sé
porque se lo oí decir a mi madre. D e sus dos hijos, uno es médico en París
[médico interno residente de un hospital], ei otro es inspector de la SN C F. El
padre de la chica que fue a casa de Po. es el hermano de ese personaje.» Se ha
podido comprobar en muchos otros casos que los agentes poseen una infor
mación genealógica total a escala del ámbito de matrimonio (io que presupo
ne una movilización y una actualización permanentes de la competencia): de
lo que resulta que un engañoso farol es prácticamente imposible («Ba. es muy
importante, pero su familia, cerca de Au., es insignificante»), pues cualquier
individuo puede ser devuelto en cualquier momento a su verdad objetiva, es
decir, al valor social (segán los criterios indígenas) del conjunto de sus parien
tes a lo largo de varias generaciones. No ocurre lo mismo cuando se trata de
un matrimonio lejano: «Quien se casa lejos», dice el proverbio, «o engaña o es
engañado [sobre el valor del producto].»
peto por los valores del honor (aunou), y por la consideración so
cial de la que es objeto, implica la imposibilidad (de derecho) de
determinados matrimonios considerados uniones desacertadas.
Esos grupos de condición ni son del todo dependientes ni del
todo independientes de sus bases económicas, y, aunque nunca
falte la consideración del interés económico en el rechazo de la
unión desacertada, una «casa humilde» puede hacer grandes sa
crificios económicos para casar a una de sus hijas con un «primo
génito de familia relevante» («¡Lo que he tenido que hacer para
colocarla donde está! Con las otras no voy a poder hacerlo»),
mientras que un primogénito de «familia relevante» puede re
chazar un partido más ventajoso desde el punto de vista econó
mico para casarse de acuerdo con su rango. Pero el margen de
disparidad admisible sigue siendo restringido, y, más allá de un
umbral determinado, las diferencias económicas impiden, de
hecho, las uniones. E n resumen, las desigualdades de fortuna
tienden a determinar puntos de segmentación particulares, en el
interior del campo de las parejas posibles, es decir, legítimas, que
la posición de su familia en la jerarquía de los grupos de condi
ción social asigna objetivamente a cada individuo («Madeleine,
la pequeña de ios P., tendría que haber ido a parar a casa de los
M .,LoF.»).
Los principios que, mediante el adot, tienden a excluir los
matrimonios entre familias demasiado desiguales, consecuencia
de una especie de cálculo implícito de óptimos con el propósito
de optim izar el beneficio m aterial y simbólico susceptible de ser
proporcionado por la transacción matrimonial dentro de los lí
mites de la independencia económica de la familia, se com bi
nan con los principios que otorgan la supremacía a los hombres
y la primacía a los primogénitos para definir las estrategias ma
trimoniales. El privilegio otorgado al primogénito, mera retra
ducción genealógica de la primacía absoluta conferida al man
tenimiento de la integridad del patrimonio, y la preeminencia
reconocida a los miembros varones del linaje, concurren, como
se verá, para propiciar una homogamia estricta al prohibir a los
hombres los «matrimonios de abajo arriba» que podría suscitar
el afán de optimización del beneficio material y simbólico: el
primogénito no puede casarse demasiado arriba, no sólo por te
mor a tener que devolver algún día el adot, sino también, y,
sobre todo, porque su posición en la estructura de las relacio
nes de poder doméstico resultaría amenazada, ni demasiado
abajo, por temor a deshonrarse con una unión desacertada y
encontrarse así ante la imposibilidad de poder dotar a los se
gundones; en cuanto al segundón, que puede menos aún que el
primogénito afrontar los riesgos y los costes materiales y simbó
licos de la unión desacertada, tampoco puede, sin exponerse a
una condición dominada y humillante, caer en la tentación de
contraer un matrimonio manifiestamente muy por encima de
su condición. En la medida en que representaba para las fami
lias campesinas una de las ocasiones más importantes de llevar
a cabo intercambios monetarios y, al mismo tiempo, intercam
bios simbólicos idóneos para afianzar la posición de las familias
aliadas en la jerarquía social y para reafirmar al mismo tiempo
esa jerarquía,, el matrimonio, que podía determinar el aumento,
la conservación o la dilapidación del capital material y simbóli
co, constituía, sin duda, la base de la dinámica y de la estática
de toda la estructura social, evidentemente, dentro de los lími
tes de la permanencia del modo de producción.
El discurso jurídico, al que los informadores suelen recurrir
para describir la norma ideal o para dar cuenta de algún caso
singular tratado y reinterpretado por el notario, reduce a reglas
formales, a su vez reductibies a fórmulas casi matemáticas, las
complejas y sutiles estrategias mediante las cuales las familias,
que son las únicas que tienen competencia (en el doble sentido
del término) en esas materias, tratan de navegar sorteando los
peligros contrarios: cada segundón tiene derecho a una parte
determinada del patrim onio,1 el adot, que, porque, en general,
segregada entre tres hijos, uno de los segundones tenía que dar la vuelta al ba
rrio para llevar los caballos a un campo alejado que le había sido atribuido»
(P. L.). «A veces, para seguir siendo ios amos, había primogénitos que ponían
sus tierras en venta [para presentarse ellos mismos como compradores]. Pero
también pasaba a veces que no conseguían recomprar la casa» (J.-P. A.).
1 . Todo hace suponer que las innumerables cautelas con las que las ca
pitulaciones protegen el adot, y que tratan de garantizar su «inalienabilidad,
su imprescriptibiiidad y su carácter de no embargable» (garantías y avales,
«colocación», etcétera), son fruto de la imaginación jurídica. Así, la separa
ción de los cónyuges, es decir, la disolución de la unión, circunstancia que,
según las capitulaciones, implicaría la restitución de la dote, es algo descono
cido en la sociedad campesina.
tuada las más de las veces amistosamente (lo que no excluye
que se selle mediante una capitulación firmada ante notario),
en el momento de la boda de uno de los hijos, y otras veces
mediante testamento (muchos procedieron así, en 1914, al par
tir al frente): tras valoración previa de la hacienda, el cabeza de
familia definía los derechos de cada cual, del heredero, que p o
día no ser el prim ogénito,1 y de los segundones, que aprobaban
a menudo de buen grado disposiciones más ventajosas para el
heredero que las del Código Civil e incluso que las de los usos
y costumbres y que, cuando su boda daba píe a un procedi
m iento de ese tipo, se les daba una compensación cuyo equiva
lente recibirían los demás segundones bien en el momento de
su boda, bien al fallecer los padres.
Pero, una vez más, también sería llamarse a engaño y caer
en la trampa del juridicismo ir multiplicando los ejemplos de
transgresiones anómicas o reguladas de las supuestas reglas suce
sorias: aunque no sea seguro que, com o afirmaban los antiguos
gramáticos, «la excepción confirme la regla», tiende en cualquier
caso, en tanto que tal, a acreditar la existencia de la regla. D e he
cho, hay que tomar en serio las prácticas que evidencian que to
dos los medios son buenos para proteger la integridad del patri
pecé a salir con una chica de Ré... Habíamos decidido casarnos en 1909. Ella
aportaba una dote de 10.000 francos con el ajuar. Era un buen partido (u bou
partit). M i padre se opuso formalmente. En aquel entonces, el consentimien
to del padre y de la madre era imprescindible [a la vez «jurídicamente» y ma
terialmente; sólo la familia podía garantizar «el menaje completo» —lou mé-
nadje es decir, los enseres domésticos: el aparador, el armario, la caja
de la cama —el arcalhéyt—, el somier, etcétera]. “No, no debes casarte. ” No me
dijo sus razones, pero me las dio a entender; “No necesitamos a una mujer
aquí.” N o éramos ricos. Habría sido una boca más que alimentar, y ya esta
ban mi madre y mi hermana. M i hermana sólo se marchó de casa durante seis
meses, después de su boda. En cuanto enviudó, regresó y sigue viviendo con
migo. Por supuesto, podría haberme marchado. Pero antes que el primogéni
to se instalara con su mujer en una casa independiente era una vergüenza [u
escarní, es decir una afrenta que cubre de oprobio tanto al autor como a la
víctima]. La gente habría supuesto que nos habíamos peleado. N o había que
exponer en público los conflictos familiares [...]. Quedé muy tocado. D ejé de
ir a bailar. Todas las chicas de mi edad estaban casadas. Y las otras ya no me
atraían [...]. Cuando salía los domingos, era para jugar a las cartas; a veces
echaba un vistazo al baile. Pasábamos las veladas entre hombres, jugábamos a
las cartas y luego regresaba a casa hacia media noche.» El testimonio del in
formador coincide con el del interesado: «P.-L. M . [artesano del pueblo, 8 6
años en 1960] nunca tenía cuartos para salir: no salía nunca. Otros se habrían
rebelado contra el padre, habrían tratado de ganar algún dinero fuera de casa;
él se dejó dominar. Tenía una hermana y una madre que sabían todo lo que
pasaba en el pueblo, fuera cierto o falso, sin salir nunca. Ellas dominaban la
casa. Cuando él habló de casarse, ellas hicieron piña con el padre. “¿Para qué
una mujer? ¡Si ya hay dos en casa!”» (J.-P. A.).
ver la dificultad, haciéndola desaparecer, cuando, con la compli
cidad del azar biológico que hace que el primogénito sea un va
rón, se puede dejar la sucesión en manos de un hijo único. En
efecto, los padres pueden ejercer una acción sobre la mano lim i
tando el número de cartas cuando están satisfechos con las que
han recibido: de ahí la importancia capital del orden de apari
ción de las cartas, es decir del azar biológico que hace que el pri
mogénito sea un chico o una chica. La relación que vincula las
diferentes estrategias de reproducción que son las estrategias de
fecundidad y las estrategias matrimoniales hace que, en el primer
caso, se pueda limitar a éste el número de hijos y no en el otro
caso. Si la llegada al mundo de una hija nunca es recibida con en
tusiasmo («Cuando nace una hija en una casa», dice el proverbio,
«cae una viga maestra»), es porque representa, en todos los casos,
una carta mala, por mucho que, puesto que se mueve de abajo
arriba, ignore los obstáculos sociales que se imponen al varón y
pueda, de hecho y de derecho, casarse por encima de su condi
ción: heredera, es decir, hija única (un caso nada frecuente, pues
to que siempre se espera tener un «heredero»), o hermana mayor
de una o varias hermanas, sólo puede garantizar la conservación
y la transmisión del patrimonio exponiendo el linaje, puesto
que, en caso de matrimonio con un primogénito, la «casa» resul
ta, en cierto modo, anexada a otra y que, en caso de matrimonio
con un segundón, el poder doméstico queda en manos (después
de la muerte de los padres al menos) de un forastero; a la hija me
nor sólo se la puede casar, y, por lo tanto, dotar, porque no es de
seable, como en el caso de un chico, que se vaya lejos ni que se
quede en la casa, soltera, debido a que la fuerza de trabajo que
puede prestar no está en consonancia con la carga que im pone.1
1. Podía ocurrir, en las familias relevantes que contaban con los medios
para permitirse ese gasto adicional, que los padres se las arreglaran para que
una de las hijas se quedara en la casa. «En casa de L., de D-, Marie era la pri
mogénita, podría haberse casado. Acabó convertida en la segundona y, como
todas ellas, se pasó la vida haciendo de criada sin cobrar. La embrutecieron.
N o hicieron gran cosa para que se casara. Así la doce quedaba en casa, todo
quedaba en casa. Cuida de ios padres ahora.»
S u p o n g a m o s ahora el caso en el que en la descendencia
hay, por lo menos, un varón, independientemente de su rango:
el heredero puede ser hijo único o no, y en este último caso
puede haber un hermano (o varios) o una hermana (o varias) o
un hermano y una hermana (o varios hermanos y/o hermanas
en proporciones variables). Cada uno de estos juegos que pre
senta, por sí mismo, unas posibilidades muy desiguales de éxi
to con una estrategia equivalente, autoriza diferentes estrate
gias, desigualmente fáciles y desigualmente rentables. Cuando
el heredero es hijo único,1 el único juego, desde la perspectiva
de la estrategia matrimonial, estribaría en la obtención, me
diante el matrimonio con una rica segundona, de un adot lo
más abultado posible, es decir, en una entrada de dinero sin
contrapartida (tan sólo un déficit de alianzas), si la búsqueda
de la optimización del beneficio material o simbólico que cabe
esperar de la boda, recurriendo incluso a estrategias de engaño
mediante el farol (siempre muy difíciles y arriesgadas en un
universo de conocimiento mutuo casi perfecto), no estuviera
limitada por los riesgos económicos y políticos implícitos en
un matrimonio desproporcionado o, com o suele decirse, de
abajo arriba. El riesgo económico lo representa el toum adot, el
reintegro o devolución de la dote que puede exigirse si el mari
do o la esposa fallecen antes del nacimiento de un hijo, el cual
provoca unos temores desproporcionados con su probabilidad:
«Supongamos que un hombre se casa con la hija de una fami
lia relevante, que le aporta una dote de 2 0 .0 0 0 francos. Los
padres del marido le dicen: “Coges los 2 0 .0 0 0 francos, con
vencido de hacer un buen negocio. D e hecho, estás labrando
tu ruina. Has recibido una dote mediante capitulaciones. U na
parte te la vas a gastar. Supon que sufres un accidente. ¿Cómo
vas a devolver el dinero si tienes que hacerlo? N o podrás.” Es
que casarse cuesta muy caro, hay que cubrir los gastos de la
fiesta, arreglar la casa, etcétera» (P. L.). Por regla general, se
1 . N o deja de ser significativo que, en iodos los casos referidos, las fincas
momentáneamente reunidas se separen a menudo a partir de la generación si
guiente, pues cada uno de los hijos recibe una de ellas como herencia. Así, dos
de las familias más relevantes de Lesquire habían acabado uniéndose gracias
a la boda de dos herederos que seguían viviendo cada uno en su casa («no se
sabe cuándo se juntaban para hacer a sus'hijos»): el mayor de sus hijos (nacido
hacia 1890) recibió la finca del padre, el primer hermano menor la de la ma
dre, ia primera segundona, una finca heredada de un tío sacerdote, otras dos
segundonas, sendas casas en el pueblo. Cuando se pregunta acerca de los ma
trimonios entre primogénitos, la reprobación que suscitan es siempre la mis
ma y se expresa en los mismos términos: «Es el caso de T r., que se casó con la
hija de Da. Se pasa ia vida yendo de una finca a 1a otra. Siempre está de cami
no, nunca está donde debería estar. La presencia del amo es necesaria» (P. L.).
eos del poder doméstico se aborda en este caso con más rea
lismo que en otros,1 y porque, con ello, las representaciones y
las estrategias están más cerca de la verdad objetiva, la socie
dad bearnesa sugiere que la sociología de la familia, tan fre
cuentemente pasto de los buenos sentimientos, podría no ser
más que un caso particular de la sociología política: la posi
ción de los cónyuges en las relaciones de fuerza domésticas
y, hablando como M ax W eber, sus posibilidades de éxito en la
rivalidad por la autoridad familiar, es decir, por el monopolio
del ejercicio legítimo del poder en los asuntos domésticos, nun
ca es independiente del capital material y simbólico (cuya natu
raleza puede variar según las épocas y las sociedades) que han
aportado.
Pero el heredero único sigue siendo, pese a todo, algo relati
vamente insólito. En los otros casos, de la boda del heredero de
pende en buena medida el importe del adot que podrá ser entre
gado a los segundones, y, por lo tanto, también el matrimonio
que podrán hacer e incluso si conseguirán casarse: es decir, que
la estrategia buena consiste, en este caso, en obtener de la familia
de la esposa un adot suficiente para pagar el adot de los segundo
nes y/o de las segundonas sin verse obligado a recurrir al reparto
o a la hipoteca de la finca y sin por ello gravar el patrimonio con
la amenaza de una restitución de dote excesiva o imposible. Lo
que, dicho sea de pasada, en contra de la tradición antropológica
que trata cada boda como una unidad autónoma, equivale a que
cada transacción matrimonial sólo puede ser comprendida en
tanto que momento en una serie de intercambios materiales y
simbólicos, pues el capital económico y simbólico que una fami
lia puede implicar en la boda de uno de sus hijos depende en
buena medida de la posición que ese intercambio ocupa en la
destajo (a pres-heyt) para llegar a final de mes (ta junta), que gasta práctica
mente todo lo que gana («hasta 1914, cinco céntimos diarios y la comida»)
para comprar pan o harina, el criado (lou baylet) con contrato anual tiene la
manutención (mesa, techo y ropa) asegurada. Un muy buen criado ganaba
entre 250 y 300 francos anuales antes de 1914. Si era muy ahorrador podía
tener la esperanza de llegar a comprarse una casa con 1 0 ó 1 2 años de sueldo
y, con la dote de una muchacha y un pequeño préstamo, adquirir una granja
y tierras. Pero estaba a menudo condenado al celibato: «Como era segundón,
muy pronto, a los diez años, me colocaron como criado en Es. Allí tuve rela
ciones con una chica. Si nos hubiéramos casado, habría sido, com o dicen,
«las bodas del hambre con las ganas de comer». Éramos tan pobres uno
como la otra. El primogénito, por supuesto, podía disponer de todos los en
seres de la casa (lou menadje gam it) de los padres, o sea, el ganado, el corral,
la casa, la maquinaria agrícola, etcétera, lo que facilitaba las cosas a la hora de
pasar por la vicaría. La chica con la que yo tenía relaciones emigró a la ciu
dad; pasa a menudo, la chica no espera. Lo tiene más fácil para marcharse,
para colocarse como criada en la ciudad, siguiendo los pasos de alguna ami
ga. Yo, mientras, me divertía a mi manera, con otros mozos que estaban en
el mismo caso que yo» (N., criado, nacido en 1888); (entrevista realizada en
bearnés). La condición de jornalero, antaño más mísera que la del criado, ha
mejorado, por lo menor en valor relativo, con la generalización de los inter
cambios monetarios y la mejora de la situación del mercado de la mano de
obra agrícola como consecuencia del éxodo rural y de la creación de algunos
empleos no agrícolas. Con ello, la situación del criado y las relaciones de de
pendencia que ésta implica tienden a parecer insoportables.
1. Entre otras, el matrimonio tardío, que tiende a limitar la fecundidad:
así, durante el período de 1871 a 1884, la edad media en el momento de ca
sarse es de 31 años y medio para los hombres y de 25 años para las mujeres,
contra, respectivamente, 29 y 24 años para el período 1941-1960.
hecho de que los más pobres, todos propietarios de fincas modes
tas, criados y jornaleros, en cualquier caso excluidos del juego, se
excluyan ellos mismos por el tamaño excesivo de sus familias.
En resumen, nos quedamos cortos si decimos que nadie tie
ne prisa por casar a los segundones; poco empeño le ponen y, en
un universo de dirigismo matrimonial, este descuido es suficien
te para mermar considerablemente sus posibilidades de matri
m onio. Puede llegarse a veces al extremo de subordinar la entre
ga de la dote a la condición de que el segundón consienta a
trabajar junto al primogénito cierto numero de años, o a estable
cer con él auténticos contratos de trabajo o incluso a darle espe
ranzas de que su parte se verá aumentada. Había, sin duda, un
sinfín de formas más de convertir a un segundón en un solterón,
desde el matrimonio fallido hasta la actitud acomodaticia que
hacía que «se le pasara sin darse cuenta» la edad del matrimonio,
con la complicidad de las familias, consciente o inconsciente
m ente propensas a retener al servicio de la casa, por lo menos
durante una temporada, a «aquel criado sin sueldo».1 Por vías
casarme. La vida sería más agradable para mí. Primero, tendría una familia in
dependiente, sólo mía. Y luego, un segundón, en una casa, aunque se deslo
me, nunca trabaja bastante. Siempre ha de estar en la brecha. Se le hacen unos
reproches que un parrón jamás se atrevería a hacer a sus criados.»
1 . El segundón tenía, en principio, el usufructo vitalicio de su parte.
Cuando moría, si seguía soltero, revertía ai heredero.
2. «Había dos ancianos, segundones, que vivían en casas situadas a dos
horas de camino (unos siete u ocho kilómetros) del pueblo, en casa de Sa.,
en casa de Ch-, en el barrio Le., y que acudían a misa al pueblo, aunque sólo
los días de las fiestas y que, a los setenta años, jamás habían estado en Pau o
en Olorón. Cuanto menos salen, menos ganas de salir tienen [...]. El que sa
lía era el primogénito. Ellos eran los pilares de la casa. Todavía quedan algu
nos» (J.-P. A.).
que le garantiza su participación en la vida de la familia.1 O sea
que el hijo menor es, permítaseme la expresión, la víctim a estruc
tural\ es decir, socialmente designada, y, por lo tanto, resignada,
de un sistema que, haciendo alarde de un auténtico lujo protec
cionista, despliega toda una retahila de cautelas alrededor de la
«casa», entidad colectiva y unidad económica, entidad colectiva
definida por su unidad económica.
Prohibida la reproducción
La dim ensión sim bólica de la dom inación económ ica
E l cam pesino sólo se vuelve «estúpido» allí d on
de se encuentra aprisionado entre los engranajes
de un gran im perio cuyo m ecanism o bu rocrático
o litú rgico le resulta ajeno.
1. No ocurre lo mismo con las mujeres —pues las que se han quedado
en el municipio tienen un índice de celibato ligeramente inferior (el 18%
globalmente, o sea el 2 2 % en el pueblo y el 17 ,5 % en los caseríos) que el de
las que se han marchado (24% ), lo que restdta comprensible, puesto que se
enfrentan a un mercado menos difícil,
2. D e una serie de cuadros estadísticos, establecidos a partir de los pa
drones de los años 1954, 1962 y 1968 para los diferentes municipios del
cantón de Lesquire, se desprende que en todas partes se observan las regula
ridades ya advertidas en Lesquire, pues la intensidad del celibato masculino
alcanza índices muy elevados, análogos a los de los caseríos de Lesquire, en
los pequeños municipios aislados y remotos, y muy parecidos en ios caseríos
de éstos, debido a su alejamiento de cualquier centro urbano, su hábitat dis
perso y su estructura socioprofesional, mientras que disminuye en el único
municipio que está cerca de una ciudad obrera (Olorón), y posee una frac
ción relativamente significativa de obreros.
3. La noción de primogénito o de heredero ha de interpretarse de
acuerdo con su significado social y no con el biológico. En la situación
tradicional, ia arbitrariedad de la definición social podía quedar ocultar ca
si inevitablemente, era el primogénito biológico quien era tratado y actua
ba como primogénito social, es decir, como heredero. Hoy día, a causa
de la marcha de los primogénitos, un segundón puede ser investido de ia
condición de heredero. El heredero ya no es sólo el que se queda porque es
el primogénito, sino también el que es el primogénito porque se ha que
dado.
dades de quedarse soltero aumentan muchísimo con el hecho de
no emigrar, sobre todo, en los caseríos) y estrechamente vincula
dos al mismo sistema de factores (el sexo, la categoría socioprofe-
sional de origen y, para los agricultores, el tamaño de la hacienda,
el orden de nacimiento y, por último, el domicilio, en el pue
blo o en los caseríos). Lo que la estadística de las relaciones entre
ese sistema de factores más o menos estrechamente in terconecta-
dos y las posibilidades de emigrar o de contraer (más o menos jo
ven) matrimonio capta es el efecto de las transformaciones globa
les del espacio social y, más precisamente, de la unificación del
mercado de los bienes simbólicos tal como se ha ejercido diferen
cial.mente sobre los diferentes agentes según su apego objetivo
(máximo entre los primogénitos de las familias relevantes) y sub
jetivo (es decir, inscrito en los habitus y las hexis corporales) al
modo de existencia campesino de antaño. En ambos casos se ca
libra, en cierto modo, la resultante tangible de la fuerza de atrac
ción ejercida por el campo social de ahora en adelante unificado
en torno a unas realidades urbanas dominantes, que ha conlleva
do la apertura de los núcleos aislados, y de la fuerza de inercia que
los diferentes agentes le contraponen en función de las categorías
de percepción, de valoración y de acción constitutivas de su habi
tus. La unificación del campo social, cuya unificación del merca
do de los bienes simbólicos y, por ende, del mercado matrimo
nial representa una faceta, se efectúa a la vez en la objetividad
—por efecto de todo un conjunto de factores tan diferentes como
la amplificación de los desplazamientos impulsada por la mejora
de los medios de transporte, la generalización del acceso a alguna
forma de enseñanza secundaria, etc.—y en las representaciones.
Cabe la tentación de decir que sólo se efectúa en la objetivi
dad —lo que acarrea unos fenómenos de eliminación diferencial
de los que el celibato de los herederos constituye el ejemplo más
significativo—porque se efectúa en la subjetividad de los agentes
que otorgan un reconocimiento a la vez arrebatado y aceptado a
unos procesos orientados hacia su propia sumisión y mediante
esa misma subjetividad.
Porcentaje de residentes en el m unicipio y, de éstos, de solteros,
según el dom icilio, el sexo y el tam año de la hacienda, de las
personas nacidas en Lesquire antes de 1 9 3 5 !
Pueblo Caseríos
Residentes Residentes Residentes Residentes
solteros solteros
Propietarios m odestos
(+ criados) V *
2 8 ,5 * 43 57
H 50* * 1 5 ,2
3 3 ,5
M ed ios V 75* 7 0 ,5 6 1 ,5
*
H 100 * 50 22
*
G randes V 100 * 82 5 5 ,5
*
H 40* 43 3 3 ,5
*
O tras profesiones V 5 8 ,5 14 3 3 ,5
*
H 2 3 ,5 50 3 6 ,5
C o n ju n to V 54 15,5 4 9 ,5 5 6 ,5
H 3 3 ,5 22 37 1 7,5
* Cifras nulas o demasiado pequeñas (y dadas a título indicativo).
1. Adoptando (en 1970) 1935 como límite superior de las cohortes con
sideradas, nos situábamos por encima de la edad media de matrimonio de los
hombres (29 años) y de las mujeres (24 años) y cerca del límite superior de la
edad en la que el matrimonio resulta cada vez más difícil (sólo se cuentan 4 6 5
casos de matrimonio pasados los 35 años).
2. «DEL M U N D O C E R R A D O AL U N IV E R SO IN FIN IT O »
1. Por mucho que siempre se oculte, ante los propios ojos de quienes
son responsables de ella, aduciendo justificaciones técnicas, la política de pre
cios depende fundamentalmente del peso del campesinado en la relación de
fuerzas políticas y del interés que represente para los dominantes el manteni
miento de la existencia de una agricultura precapkaüsta cara, pero política
mente segura, es decir rentable en otro sentido (y necesaria, como se ha descu
el efecto de inclinar hacia una visión más politizada del mundo
social, pero cuya tendencia antiestatal procede todavía en gran
parte de la ilusión de la autonomía, que es la base de la autoexplo-
tación. La representación desdoblada, incluso contradictoria, que
estos pequeños propietarios convertidos en casi asalariados se ha
cen de su condición, y que se expresa a menudo en unas tomas de
posición políticas a la vez indignadas y conservadoras, tiene su ra-
zón de ser en las ambigüedades objetivas de una condición pro
fundamente contradictoria. Todavía dueños, al menos en apa
riencia, de la organización de su actividad (a diferencia del
obrero, que aporta al mercado su fuerza de trabajo, ellos venden
productos), propietarios de medios de producción (edificios y ma
quinaria) que pueden representar un capital invertido muy consi
derable (pero, de hecho, imposible de realizar en dinero líquido),
no consiguen sacar de un trabajo a menudo duro, sacrificado y
poco gratificante simbólicamente, aunque cada vez más califica
do, más que unos ingresos inferiores a los de un obrero calificado.
Debido a un efecto no deseado de la política tecnocrática, en par
ticular en materia de subvenciones y de crédito, se han visto abo
cados a contribuir, por sus inversiones de todo tipo, a la instaura
ción de una producción tan poderosamente socializada, de hecho,
como la de las economías llamadas socialistas, especialmente a tra
vés de las imposiciones que se ejercen sobre los precios y sobre el
propio proceso de producción, pero conservando la titularidad
nominal y también la responsabilidad de! aparato de producción,
con todas las incitaciones a la autoexplotación que ello conlleva.
bierto en los años 1980, para que el campo conserve sus atractivos estéticos).
¿Se afirmaría con idéntica brutalidad la voluntad tecnocrática de intensificar
el éxodo rural para reducir el despilfarro e introducir en el mercado del em
pleo industrial a los trabajadores y los capitales actualmente «desviados» por
la pequeña agricultura, si la pequeña burguesía ciudadana, ávida de ascenso y
deseosa de respetabilidad, no hubiera ocupado el lugar, en el sistema de las
alianzas políticas, de un campesinado que se ve así abocado hacia unas formas
de manifestación a la vez violentas y localizadas (debido, particularmente, a
su aislamiento respecto a las demás fuerzas sociales) en las que se expresan to
das sus contradicciones?
La subordinación creciente de la economía campesina a la
lógica del mercado no habría bastado, por sí sola, para determi
nar las profundas transformaciones ocurridas en el mundo ru
ral, empezando por la emigración masiva, si ese proceso no hu
biera estado vinculado en sí mismo, por una relación de
causalidad circular, a una unificación del mercado de los bienes
simbólicos idónea para determinar el declive de la autonomía
ética de los campesinos y, con ello, la debilitación de sus capa
cidades de resistencia y de rechazo. Se suele admitir que, de for
ma muy generala la emigración fuera del sector agrícola es fun
ción de ía relación entre los salarios en la agricultura y en los
sectores no agrícolas y de la oferta de empleo en esos sectores
(establecida en función del índice de no empleo industrial).
Cabría así plantear un modelo mecánico sencillo de los flujos
migratorios presuponiendo, por una parte, que existe un campo
de atracción con diferencias de potencial tanto mayores cuanto
mayor es el desfase de las situaciones económicas (nivel de in
gresos, índice de empleo), y, por otra, que los agentes oponen a
las fuerzas del campo una inercia o una resistencia que varía se
gún diferentes factores.
Pero ese modelo sólo resulta del todo satisfactorio si se ol
vidan las condiciones previas de su funcionamiento, que nada
tienen de mecánicas: así, por ejemplo, el efecto del desfase en
tre los ingresos en la agricultura y fuera de ella sólo puede ejer
cerse en la medida en que la comparación, como acto consciente
o inconsciente de puesta en relación, se vuelve posible y social
mente aceptable y representa una ventaja para el modo de vida
ciudadano, del que el salario no es más que una dimensión en
tre muchas otras; es decir en la medida en que el mundo cerra
do y finito se abre y empiezan a caer progresivamente los velos
subjetivos que volvían impensable cualquier especie de acerca
miento entre ambos universos. D icho de otro modo, las venta
jas asociadas a la existencia urbana sólo existen y actúan si se
vuelven ventajas percibidas y valoradas, si, por consiguiente,
son aprehendidas en función de categorías de percepción y de
valoración que hacen que, dejando de pasar inadvertidas, de ser
ignoradas (pasiva o activamente), se vuelvan perceptibles y va~
lorables, visibles y deseables. Y, de hecho, la atracción del
modo de vida urbano sólo puede ejercerse sobre mentes previa
mente convertidas a sus atractivos: la conversión colectiva de la
visión del mundo es lo que confiere al campo social inmerso en'
un proceso objetivo de unificación un poder simbólico basado
en el reconocimiento unánimemente otorgado a los valores do
minantes.
La revolución simbólica es el producto acumulado de innu
merables conversiones individuales que, a partir de un umbral
determinado, se implican mutuamente en una carrera cada vez
más precipitada. La trivialización que experimenta todo aquello
a lo que acabamos por acostumbrarnos induce, en efecto, a olvi
dar la extraordinaria labor psicológica que presupone, muy es
pecialmente en la fase inicial del proceso, cada uno de los aleja
mientos de la tierra y de la casa; y habría que invocar el esfuerzo
de preparación, las ocasiones propicias para favorecer o desenca
denar la decisión, las etapas de un alejamiento psíquico siempre
difícil de llevar a cabo (la ocupación profesional a media jorna
da en el pueblo, como cartero o como chófer, proporciona, por
ejemplo, el trampolín para dar el salto a la ciudad) y, a veces,
nunca completado (como prueban los esfuerzos, que duran
toda una vida, de los emigrantes a la fuerza para «acercarse» a la
región natal).
Cada uno de los agentes concernidos pasa, simultánea o su-
cesivamente, por fases de confianza en sí mismo, de ansiedad
más o menos agresiva y de crisis de autoestima (que se expresa en
el lamento ritual del ocaso de los campesinos y de la «tierra»: «la
tierra está jodida»). La propensión a recorrer más o menos depri
sa la trayectoria psicológica que conduce al vuelco de la tabla de
los valores campesinos depende de la posición ocupada en la an
tigua jerarquía, a través de los intereses y de las disposiciones aso
ciados a esa posición. Los agentes que oponen la resistencia más
débil a las fuerzas de atracción externas, que perciben antes y
m ejor que los demás las ventajas asociadas a la emigración, son
aquellos que sienten menos apego objetiva y subjetivamente por
la tierra y por la casa, porque son mujeres, segundones o pobres.
Así pues, sigue siendo el orden antiguo lo que define el orden en
el que uno se aleja de él. Las mujeres, que, en tanto que objetos
simbólicos de intercambio, circulaban de abajo arriba, y por ello
eran espontáneamente propensas a mostrarse diligentes y dóciles
respecto a las conminaciones o a los atractivos ciudadanos, son,
con los segundones, el caballo de Troya del mundo urbano. M e
nos apegadas que los hombres (e incluso que los segundones) a la
condición campesina, y menos comprometidas con el trabajo y
con las responsabilidades de poder, o sea, por ende, menos pen
dientes de la preocupación por el patrimonio que hay que «con
servar», m ejor dispuestas respecto a la educación y a las promesas
de movilidad que ésta contiene, introducen en el centro del
mundo campesino la mirada ciudadana que devalúa y descalifica
las «virtudes campesinas».
Así, la reestructuración de la percepción del mundo social
que es crucial en la conversión individual y colectiva es indisocia-
ble del fin de la autarquía psicológica, colectivamente mantenida,
que convertía el mundo hermético y cerrado de la existencia fa
miliar en una referencia absoluta. Referencia tan absolutamente
indiscutida que el alejamiento selectivo de aquellos que, segun
dones o segundonas pobres, tenían que abandonar la tierra, por y
mediante el trabajo o el matrimonio, constituía aun así un home
naje tributado a los valores centrales y reconocido como tal.1 La
conversión colectiva que ha abocado a emigraciones cada vez más
numerosas y que acabará afectando a los mismísimos supervi
vientes es inseparable de lo que no queda .más remedio que calífi-
A g ri .
Profesión d el p a d re Pequeño (< 15 ha)_M edio
NR P rim o Segun T o ta l NR P rim o
génito dón génito
V arones solteros 3 14 18 35 5
R
E V arones casados 1 12 14 27 6
i
I T o cal varones 4 26 32 62 11
D
E M u jeres solteras 1 6 7
N
M u jeres casadas 3 7 26 36 2
£ T o ta l m ujeres 32
S 3 5 45 2
T o ta l 7 34 64 105 13
V arones solteros 2 4 8 14
E
M V arones casados 5 12 51 38 1
i
G T o ta l varones 7 16 59 82 1
R
A M u jeres solteras 4 1 11 16
ü
O M ujeres casadas 12 9 51 72 8
i
T o ta l m ujeres 16 10 62 88 8
T o ta l 23 26 121 170 9
R esid en tes + em igrados 3 0 60 185 275 22
F ;
A V arones
L 14 1 12 27 1 1
E
I M ujeres
C 8 3 10 21
O
5 T o ta l 22 4 22 48 1 1
* Los datos referidos a los criados y obreros agrícolas, artesanos y comerciantes
y empleados (carteros, gendarmes, etcétera) no han podido detallarse aquí.
de L esquire antes de 1 9 3 5 según su resid en cia en 1 9 7 0
(y para los ag ricu lto res, el tam añ o de su haciend a),
y su estado civil
cuitares
(1 5 -3 0 h a ) G rande (> 30 ha) O tros* T otal
Segun T ota l NR P rim o Segun T otal
dón g énito dón
44 16 3 2 5 2 58
4 10 3 1 4 5 46
15 26 6 3 9 7 104
4 4 2 2 13
12 14 1 3 4 8 62
16 18 1 5 6 8 75
31 4:4 7 8 15 15 179
1 1 3 18
9 10 1 1 2 10 90
10 11 1 1 2 13 108
2 18
10 18 2 6 8 10 108
10 18 2 6 8 12 126
20 29 3 7 10 25 234
51 73 10 15 25 40 413
2 4 1 1 2 8 41
2 2 2 2 10 35
4 6 1 3 4 18 76
P O S T -S C R IP T U M
U na clase objeto