Tengamos también en cuenta la natural tendencia a la danza de los negros y
su intervención en fiestas tocando y bailando la música popular de entonces. A veces fueron los mismos sacerdotes los que alentaron estas prácticas para que la alegría de los festejos varios, religiosos y profanos, paliara las dificultades de la vida; pero hay testimonios de casos donde hubo hechos de sangre como consecuencia de una exage- rada exaltación. En las reducciones de guaraníes los padres jesuitas intentaron lograr una comunidad cerrada y civilizada, con tratamiento humano, y procuraron que los natura- les no fueran abusados por los colonizadores. Los padres Sepp y Paucke han dejado relatos detallados de ciertos aspectos importantes de la práctica musical. Nos indican la intensidad del cultivo del arte de los sonidos, la fabricación de instrumentos, la práctica coral, un repertorio barroco de orientación alemana . Anton Sepp (1655, Tirol – 1733) hizo gran obra en Yapeyú dentro de una línea de polifonía predominantemente bávara, como la de Melchior Gletle. Cita compras de instrumentos europeos como un clavicordio y una espineta. Escribe con entusiasmo sobre el don de imitación de los guaraníes, como el indiecito de doce años “que tocaba a la perfección sonatas, alemandas, sarabandas, corantos y balletos de compositores bávaros”. Menciona sin entusiasmo a obras holandesas y españolas. Formó en un año, según sus palabras, a 30 chirimistas, diez cornetistas y diez fagotistas además de cincuenta tiples. Construyó un órgano con pedalera y un arpa con doble encordado. En cuanto a Florian Paucke (1719, Silesia – 1775) logró resultados admirables con los indios mocobíes, pese a que esta etnia estaba aun en etapa salvaje. Nos dice Lange: presentó “en Santa Fe, durante las vísperas y los sagrados oficios, su conjunto coral, acompañado por ocho violines, dos violones, un violoncelo, dos arpas y una trompa marina”. Paucke expresó, “con res- pecto a la música religiosa en Buenos Aires, que sólo se realizaba con cantoría y acompañamiento de órgano, sin otro instrumental”. También hubo padres belgas como Jean Vaisseau (1584-1630) o franceses como Louis Berger (un conjunto actual especializado en Barroco Americano ha to- mado justamente este nombre y apellido para identificarse), que vivió entre 1584 y 1639, que trajeron otras tradiciones musicales. Tenemos una valiosa referencia relatada por el Padre Francisco Javier Mi- randa con respecto al mantenimiento de la música en la Colonia: “que los Procurado- res Generales, que venían a Roma y Madrid cada sexenio por los negocios de la Provincia, recogiesen y comprasen las nuevas y mejores composiciones o papeles de música en el género sagrado y eclesiástico: los cuales copiados por nuestros indios, que son exactísimos en esta parte, se distribuían en las Misiones y Colegios”. “Del mismo modo hubieran podido las ciudades, las catedrales y otros cuerpos introducir y mantener la música. El hecho es que, o por desidia, o por ahorrar gastos, no lo hacían; y en las funciones eclesiásticas ordinarias se contentaban con cantar lo que ocurría a capricho, con un organillo mal o bien aporreado, de una harpa mal arañada, y de alguna guitarrilla de mala muerte”. “En las fiestas regias y más clásicas nos pedían las Catedrales y los Conventos nuestra Música instrumental y vocal, toda compuesta de nuestros negros esclavos, que les concedíamos con mucho gusto, sin paga de interés alguno”.