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AUTODISTANCIAMIENTO AUTOTRASCENDENCIA
– Arraigo intrapsiquico que impide verse a si – Hiperreflexión que impide salir de si mismo.
mismo en situación.
– Dificultad para monitorear los propios procesos – Baja percepción valorativa y de sentido.
emotivos y cognitivos.
– Dificultad para regular los propios procesos – Predominancia perceptiva de valores útiles,
emotivos y cognitivos. sensibles y vitales.
– Déficit de la capacidad para dialogar, tomar – Déficit del reconocimiento de la mente del otro
distancia u oponerse a los mandatos de lo psicofísico. con independencia de la mente propia.
– Estrechez del campo fenoménico. – Poca resonancia afectiva, excepto en términos de
bien-estar y no de bien-ser.
– Dificultad para ver otras opciones de si mismo. – Predominancia de la actividad y pasividad
incorrecta.
– Alta identificación con el síntoma. – Poca flexibilidad del campo fenoménico.
– En ocasiones pueden desarrollarse niveles de – Predominancia del amor sexual y erótico.
automonitoreo, pero no de autorregulación.
Personalidad Estrategia
Esquizoide – Objetiva todo lo que tenga que ver con emociones
y relaciones.
– Aislamiento constante de lo social.
– Distancia de quienes le rodean.
En cuanto a la pasividad y actividad incorrecta de primer nivel, estas podrían llevarse a cabo
en cualquier momento, aunque algunas estructuras de personalidad tendrían una mayor
tendencia como es el caso de las estructuras limite y antisocial para el consumo de drogas y
las automutilizaciones, así como las estructuras de personalidad que dependiendo de la
misma pueden tener mayor afinidad con el consumo de ciertas sustancias como forma de
automedicación.
La psicopatología Frankliana es poco conocida en el ámbito de la psicoterapia
contemporánea; sin embargo, vale la pena revisar los aportes que hace al respecto en
algunas de sus publicaciones (Frankl, 1992, 1995), ya que sin duda, ha sido Frankl, aunque
de manera desconocida, un visionario de grandes propuestas y aportes que se están
consolidando hoy en día. Resaltando con importancia que a pesar de la clasificación un tanto
antigua que utiliza Frankl, existen en ella dos constructos de especial atención: La Neurosis
noógena (por falta de sentido o frustración existencial) y la neurosis iatrogena (La impuesta
por el terapeuta tras un mal proceder), entidades que enriquecen enormemente el trabajo
psicoterapéutico actual, pues las mismas cuentan con una alta prevalencia en los consultorios.
Teoría del cambio
La logoterapia trabaja especialmente en el terreno de la actitud, siendo la logoterapia y el
análisis existencial dos caras de una misma moneda (Frankl, 1994c), por un lado, la
logoterapia es una psicoterapia que arranca desde lo espiritual, es decir, moviliza los recursos
espirituales frente al organismo psicofísico, pero finaliza en un análisis existencial, entendido
como una psicoterapia que orienta hacia lo espiritual, es decir, que ayuda a dar a luz los
contenidos espirituales.
Hablar de una teoría del cambio en logoterapia puede remitirnos a proponer dos niveles de
cambio, uno superficial (o mas bien de altura) y uno profundo. El primero esta centrado en el
análisis existencial que busca ayudar a desplegar la espiritualidad humana que se encuentra
dormida o latente por la falta de educación de la misma -Hombres que dudan (Lukas, 1983)- o
aquella que se encuentra frustrada o nublada por un embate de la vida, por un derrumbe del
sistema axiológico –Hombres desesperados (Lukas, 1983)-. El segundo se centra en la
logoterapia que busca movilizar los recursos espirituales para cambiar la pasividad y actividad
incorrecta por una pasividad y actividad adecuada y desembocar en el despliegue del sentido
de la vida como consolidador del cambio.
Actividad correcta y pasividad justa
Frankl (1992, 1994a, 1994b, 1994c, 2001) y Lukas (2001, 2003) también hacen referencia a la
actividad y pasividad adecuada como formas de afrontamiento en donde se toma distancia de
los síntomas en lugar de huir o luchar contra ellos, así como dirigirse hacia el sentido de la
vida descentrándose y saliendo de si.
La actividad y pasividad correcta de tercer nivel (Pasividad justa): Son aquellas en donde a
través de los recursos noéticos –especialmente el autodistanciamiento- , se monitorean y
controlan las estrategias de primer y segundo nivel (Pasividad y actividad incorrecta), se
cuestionan concientemente los pensamientos y las conductas, y se hace oposición a los
mandatos de lo psicofísico en búsqueda de distensión.
La actividad y pasividad correcta de cuarto nivel (Actividad correcta): Son aquellas en donde
se aceptan los propios límites y se despliega lo espiritual para la consolidación del sentido de
vida, la captación de valores y las relaciones con lo trascendente. Se trascienden los síntomas
dirigiéndose hacia el sentido.
Tal vez el aporte fundamental de la logoterapia, aparte de la perspectiva antropológica que
rehumaniza la psicoterapia, es el de haber incluido la dimensión del sentido, pues las
psicoterapias efectivas llegan en ocasiones a un tercer nivel de afrontamiento y cambio
(Actividad correcta y pasividad justa), pero como dice Frankl (1994b): “Mas ello no resolvía las
cosas. Lo que sucedía, mas bien, era que si se suprimía una neurosis –y con mayor
frecuencia, cuando no se la suprimía-, quedaba un vacío. El paciente se adaptaba bien, pero
surgía una ausencia de sentido..”. Por ello, este plus de la logoterapia, es el que consolida el
cambio, como un cambio profundo y duradero, pues va a lo esencial de la persona, hacia el
desarrollo del ser en su esencia y sentido.
-Viktor Frankl-
Sin embargo, son muchos los que al intentar dar respuesta a esta
pregunta experimentan un profundo vacío existencial . ¿Qué es para el
mí el sentido de la vida si lo único que hago es trabajar, si todos mis días son
iguales y si en realidad no le encuentro sentido a nada de lo que me rodea? Ante
esta situación tan común, el célebre neurólogo, psiquiatra y fundador de la
logoterapia, Viktor Frankl, solía dar una respuesta bastante acertada que debe
invitarnos a una adecuada reflexión.
El ser humano no tiene la obligación de definir el sentido de la vida en términos
universales. Cada uno de nosotros lo haremos a nuestra manera, partiendo de
nosotros mismos, desde nuestro potencial y experiencias, descubriéndonos en
nuestro día a día. Es más, el sentido de la vida no solo difiere de una
persona y otra, sino que nosotros mismos tendremos un propósito
vital en cada etapa de nuestra existencia.
Veamos a continuación qué dimensiones serían las que cada uno de nosotros
deberíamos trabajar para hallar nuestros propios objetivos vitales.
Estar decididos a lograr algo, a superar cualquier obstáculo y a luchar por aquello
que deseamos en cada momento, por pequeño que sea, nos ayudará a tener claro
nuestros propósitos vitales en cada etapa de nuestra vida.
“Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades
humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias—
para decidir su propio camino”.
-Viktor Frankl-
Viktor Frankl explicaba en su libro “El hombre en busca de sentido” que no hay
nada peor que percibir que nuestro sufrimiento no sirve de nada, que el dolor no es
más que el eco de la desesperanza.
Por tanto, debemos ser capaces de aplicar una actitud más fuerte, resiliente y
positiva para poder así hallar un sentido de la vida más esperanzador, más
elevado.
Todas las respuestas ante nuestras dudas vitales no están en el exterior. Los libros
no nos explicarán cuál es nuestro propio sentido de la vida, ni tampoco
nuestra familia o amigos tienen derecho a alguno a dictarnos nuestros propósitos.
En realidad, todas nuestras necesidades, pasiones y objetivos
existenciales están en nuestro interior, y lo que es más interesante aún,
irán cambiando con el tiempo a medida que maduremos, que crezcamos como
seres humanos.
Así, nada es tan importante como asumir nuestra propia libertad y responsabilidad
personal para definir nuestras metas, esas que haremos nuestras aún en las
peores circunstancias. Como explicaba el propio Viktor Frankl, cada día y en
cada momento tenemos la oportunidad de tomar una decisión , una
decisión que determinará: si quedar sujetos a las propias circunstancias, como un
juguete en manos del destino, o actuar con auténtica dignidad, escuchando a
nuestro verdadero yo.
Pensemos en esto último, trabajemos en nuestra libertad personal con
valentía, con decisión
El sufrimiento emocional por el
COVID-19
COVID-19 es hoy el nombre de un trauma: el virus que ocupa nuestras vidas y nuestros
trabajos se ha presentado en ellos de modo traumático. Traumático, en este contexto, lo
tomamos en el sentido de aquello que irrumpe en la vida e interrumpe los significados
habituales, quedando desprovistos de explicaciones y referencias que orienten. Se rompe la
trama simbólica colectiva y también la personal1,2.
Las plagas y las epidemias en nuestro contexto formaban parte del pasado o de lugares
alejados3 y nos creíamos a resguardo de ellas, pero el acontecimiento actual nos muestra que
la naturaleza tiene dinámicas ajenas por completo al control humano 4. Vivimos, vivíamos, en
un mundo para el que la ciencia prometía todo el control. Un pequeño virus muestra que no es
posible. El sentimiento de fragilidad es grande y alcanza a cualquier persona, también a
profesionales sanitarios.
No disponemos de conocimiento científico que nos oriente en el tratamiento de este agente
patógeno, no disponemos de normas sociales que organicen los tratamientos diversos que
son necesarios – médicos, pero también laborales, de organización social o económicos, por
ejemplo –. Estamos frente a lo radicalmente desconocido y peligroso. En el lugar de esta
ausencia de conocimientos, se ha inventado un relato con metáforas bélicas que ocupa ese
vacío del no saber, el vacío de la incertidumbre.
¿Qué es normal y qué es patológico en este momento? ¿Podemos trazar una línea? En este
artículo describiremos la situación a partir de lo que hemos escuchado tanto de pacientes
como de profesionales. En el apartado de recomendaciones daremos unas ideas surgidas a
través de las conversaciones con ellos.
¿De qué se sufre?
En este contexto, tanto pacientes como profesionales, manifiestan su sufrimiento.
Incorporándose en estos últimos la responsabilidad de hacerse cargo del sufrimiento de los
pacientes.
¿Qué nos dicen los y las pacientes de su malestar?
En primer lugar, de la sintomatología física que siempre está mediatizada por la subjetividad.
Para cada persona, este virus puede convocar la idea de la muerte. Los ingresos hospitalarios
y en las UCIs son muy duros, pero también lo es pasar la enfermedad en los hoteles o en los
domicilios. Se sufre por el confinamiento, por el aislamiento, por no estar cerca de las
personas allegadas.
Se sufre de temor al contagio.
Se sufre de no poder realizar las tareas y circuitos cotidianos. Y por las dificultades
económicas.
Los duelos se enmarcan en circunstancias especiales: no poder acompañar los últimos
momentos de vida, no poder velar los cuerpos, no poder realizar las ceremonias funerarias.
Se sufre de la incertidumbre, del tiempo trastocado: el presente no es el que era y ahora el
«vivir día a día» se ha convertido en algo literal, siendo difícil en algunos contextos imaginar
cómo saldremos de esta situación y qué prioridades y necesidades tendremos.
Y los y las profesionales, ¿qué nos dicen?
Las manifestaciones de profesionales son parecidas a las del resto de las personas que
atraviesan esta situación. Con agravantes y diferencias.
Nos referimos a todas las profesionales implicadas: personal administrativo, de limpieza, de
cuidados – domiciliarios y de residencias – y personal sanitario. Por una parte, poder trabajar
alivia el malestar, pero tienen el agravante de que están mucho más cerca de la posibilidad de
contagio y temen por sí, pero especialmente por sus familiares. Sufren por no tener siempre
las medidas de protección adecuadas o no recibir soporte suficiente de las instituciones.
Se echa de menos la capacidad de manejarse con la incertidumbre de los gestores.
Se sufre de responsabilidad, si se es apartado del trabajo, por dejar a los y las compañeras y
pacientes. Se sufre si hay que volver al trabajo por temor al contagio. Hay sufrimiento por la
desprotección a la que han sido expuestos, y no sólo físicamente hablando. La intemperie a la
que somete esta enfermedad, se vuelve a hacer presente también en los y las profesionales
incorporadas que vuelven a atender a sus pacientes con realidades y relatos muy variados.
También hemos escuchado que se han hecho más visibles algunas dificultades para trabajar
dentro de los equipos, pues se actualizan conflictos latentes.
Se sufre, finalmente, de estar tan cerca del sufrimiento moral de otros.
Y, recientemente, hemos escuchado pocos casos, pero llamativos de que se sufre de la
segregación por algunos vecinos.
¿El mal está en el otro?
Las medidas sociales que se han decretado para frenar la expansión del virus han tenido
como efecto secundario, en algunas personas, la localización del enemigo en cualquier otro
desconocido5,a. Estas personas suelen creer de sí mismas que no están infectadas e
igualmente sus familiares más próximos. Pero suelen creer también que el resto de la
ciudadanía posiblemente lo está. El mecanismo humano de localización del mal en el exterior
funciona con apariencia de normalidad6.
En este sentido, se han observado algunas respuestas defensivas ante profesionales de la
sanidad – pero también ante cajeras de supermercado, cuidadoras de los servicios de
atención domiciliaria (SAD) y personal de reparto – por ser a los que más se identifica con la
posibilidad de contagio. Caso aparte lo constituyen los niños y las niñas que han sido
confinados en nuestro país como fuente de contagio principal sin evidencia científica que lo
avale.
En el caso del personal médico, la especificidad de su función merecería un estudio aparte si
nos centramos en el por qué de la atribución y en las respuestas que pueden dar de sí
mismos. El médico se encarga de una parte del mal en el mundo, la enfermedad, y acaba
identificado en cierta manera con este mal por parte de los otros. Cuando esto sucede se
puede utilizar como palanca de la relación transferencial, facilitándola y evitando aparecer
como una víctima más.
El tratamiento de estos fenómenos es difícil porque se trata de poder tomar una posición ética
de reconocimiento de que todos y todas albergamos algo de «mal», sea en la forma de poder
contraer un virus como en el resto de formaciones sintomáticas 7.
Anotaciones sobre este sufrimiento
Ni para todos y todas es igual, ni todo el mundo está sufriendo. Recordamos algunos de los
síntomas que nos han narrado pacientes, profesionales y los y las profesionales que se ven
como pacientes. Hay personas que, por ejemplo, se ven aliviadas en la situación de
confinamiento porque supone un descanso en la exigencia cotidiana y se apañan bien en sus
domicilios.
También hay pacientes que se han encontrado aliviados por el buen trato recibido por los y las
profesionales esmerados.
El sufrimiento provocado por la COVID-19 y su tratamiento tiene un pie en la realidad, es
decir, se fundamenta en la situación traumática y, por tanto, excepcional que estamos viviendo
y en su manejo. Pero no hay temor que no tenga el otro pie en la subjetividad: el miedo es
consecuencia de una interpretación que se hace del fenómeno. Esto hace que la realidad
actual pueda vehiculizar otros miedos, miedos anteriores latentes y que encuentran en la
COVID-19 una forma razonable de ser exteriorizados.
La intervención psicológicab apuntará a separar esta doble causalidad para que la persona
pueda tomar el apoyo de su síntoma 8: el estilo personal tiene que ver con el modo de
enfrentarse a los imposibles de la vida. Solo así aparece algo de la responsabilidad subjetiva y
ya no se trata de dejarlo todo a cargo de la naturaleza o de la sociedad – es decir, al apoyarse
en el síntoma, ya no se queda a merced del virus o de las instituciones –.
El diagnóstico de la COVID-19, ¿explica algo a nivel emocional?
En las historias clínicas de Atención Primaria (AP) el diagnóstico de la COVID-19 queda
reflejado como de alta relevancia. ¿Va a quedar así señalado? ¿Se van a crear programas de
atención psicológica que incluyan este diagnóstico?
No se puede partir de un diagnóstico médico como premisa para un diagnóstico psíquico. La
COVID-19 nombra el sentimiento de haber sido traumatizados, pero cada persona lo ha sido a
su manera y saldrá con una marca que le da su estilo personal 9.
El enfermo – o la enferma – no acude por la COVID-19, si no por su interpretación
personal del malestar que siente y aunque ahora se imponga actuar porque es prioritario para
acabar con el virus, conviene tener cuidado de no olvidar que aparece en un enfermo o
enferma singular que debe ser tratado con dignidad, es decir, como sujeto capaz de responder
en algo a lo que le ocurre y capaz de dirigirse al profesional.
¿Hay que eliminar este sufrimiento?
Sin duda se trata de aliviar, pero no de atacar al sufrimiento. Por ejemplo, cuando se sufre por
no poder dar el culto habitual a los muertos, este sufrimiento dignifica a estos muertos y a los
que les sobreviven.
Por tanto, se trata de escuchar este sufrimiento – medida que suele aliviarlo –, pero no de
eliminarlo. Eliminarlo, cuando es posible, banaliza la gravedad del momento e impide
encontrar otras soluciones personales.
Recomendaciones para el cuidado de las personas atendidas
Las medidas clásicas para personalizar el trato siguen siendo vigentes ahora: conviene
separar la enfermedad y la persona que la sufre. Una primera medida para conseguirlo es
distinguirse uno mismo como profesional: presentarse en todos aquellos casos en que no se
atiende a los pacientes habituales. Conocer o preguntar el nombre de la persona que
consulta. Al despedirse, indicar cuándo y cómo se puede localizar a los y las profesionales de
referencia o al centro, siempre que esto sea posible.
Mientras se explora a la persona, se puede preguntar algo que le introduzca como sujeto:
desde preguntarle qué le duele y cómo se encuentra hasta saber si hay alguien esperándole
en la sala de espera y si se dispone del teléfono de esa otra persona. Preguntar simplemente
si desea hablar de algún tema o callar, pero estando atento por si tiene algo que decir.
Es importante destacar que esta enfermedad supone mucha carga física, tanto para el o la
paciente como para el o la profesional, y que puede llevar a considerar solo estos aspectos.
Los y las pacientes suelen agradecer el interés por otros matices, como su estado anímico o
su situación personal, aun cuando aparezca en la conversación de modo lateral.
En el seguimiento telefónico que realizamos estos días, detectamos que muchas personas no
se sienten capaces de hablar directamente de la experiencia reciente y que nuestra
aceptación de este hecho, les permite hablar de otras cosas, pero también de eso. A algunas
personas les puede molestar que se dé por supuesto de qué quieren hablar – aun cuando
quieran hablar de lo que suponemos –. Otras, sin embargo, necesitarán ser orientadas.
Cuando se trata del sufrimiento actual y del que vendrá, habrá que dejar que cada cual
responda a su ritmo, en su momento. Para algunas personas la necesidad de hablar es
inmediata, pero puede no responder a la realización de una elaboración personal. En otros
casos, hará falta algún otro suceso para que puedan empezar a poner palabras a lo ocurrido.
Encontraremos personas que niegan el peligro, y otras que viven inmersas en una sensación
de peligro continuado. Cada sujeto va encontrando el momento y la manera de decirlo.
¿El no-actuar como respuesta es posible estos días? ¿Se podría mantener un nivel de
actuación de urgencia para la parte más biológica de la enfermedad y otro nivel de no-
actuación para dejar margen a la expresión del malestar al sujeto y la formulación de alguna
demanda?
En psicoanálisis, como en medicina, se considera que la no actuación, la no respuesta, es una
medida de primera elección. Lo primero que se intenta promover es la demanda o una primera
formalización de su malestar que le permita contar a continuación a qué ha venido.
Recomendaciones para el cuidado personal del y de la profesional
Buscar y reconocer el soporte que se obtiene dentro del equipo, con los y las compañeras. El
soporte que se obtiene por este medio suele ser muy importante y en cada equipo se
encuentran modos particulares de ofrecer soporte entre los miembros.
De los malestares en el equipo, hay que decir que pueden constituir un momento oportuno
para que tomen relieve y sean definidos. Hay que valorar si pueden ser abordados en este
momento. En caso contrario, habrá que pedir a todos los miembros del equipo que cedan en
favor de la tarea común, pero quizá conviene valorar y explicitar las medidas que puedan
tomarse en el futuro – desde la consulta personal hasta las supervisiones institucionales –.
Buscar líneas de investigación que sean de interés profesional en este momento como leer o
entrar en algún proyecto de investigación.
Conversar acerca de las dificultades cuando sea posible. Mantener el contacto con al menos
un amigo o amiga para hablar de las preocupaciones o de otros temas.
Mantener la conexión con los propios intereses o aficiones y, si es posible, dedicarle algunos
ratos.
Darse el tiempo de parar, de no hacer nada, de mirar el techo o por la ventana.
Elegir bien sus medios de información.
En cuanto al sufrimiento que se podría atribuir a la institución, quizá se puede señalar que no
se trata tanto de exigir lo que es imposible como de pedir un acompañamiento que quizá no
siempre se ha estado dispensando. Por ejemplo, al inicio se pedían mascarillas sofisticadas
que la evidencia apuntaba que protegen igual que las quirúrgicas en el contexto de AP,
cuando lo criticable es que no se acompañó y asesoró en la necesidad de protegerse. Y ahora
se piden test rápidos con una sensibilidad y especificidad que ningún test de los actuales
tienen, que provocan asombros y quejas ante ciertos resultados que no cuadran, cuando el
problema de trasfondo vuelve a ser el procedimiento de toma de decisiones llevado a cabo.
Más allá de la justa queja, los momentos graves como el actual, llaman al posicionamiento y la
asunción de responsabilidad de cada persona.
Cuando el profesional se siente sobrepasado y cree que la psicología le puede ayudar, suele
haber servicios de psicología disponibles. Conviene acudir al servicio que le brinde confianza.
Los profesionales suelen conocer psicólogos y psicólogas en los que confían, quizá sea un
buen momento de dirigirse a ellos y ellas.
¿Y después?
Nuestras respuestas están hechas con el estilo que tenemos cada cual para la falta de
respuestas.
Ya decía Balint en los años 60 que cuando al médico o a la médica se le pregunta por la
sexualidad, suele responder a partir de su idea o su ideal de la sexualidad, obviando que se
trata de un terreno en el que no rigen normas universales y que toca lo más íntimo de cada
persona10. También ahora, cuando se trata de la presencia de la muerte, el personal médico
responderá empujado por su idea de lo que conviene.
En este momento es necesario actuar, aun cuando no se pueda pensar demasiado. En este
momento, la angustia puede aconsejar no pensar. Sin embargo, algo se piensa, siempre.
El encuentro con esta enfermedad puede ser traumático, como hemos dicho, sea por haberla
pasado personalmente, sea por haber vuelto al trabajo después de sufrirla, o también por los
encuentros con pacientes y por las decisiones éticas que ha habido que tomar. Habrá que
concederse un tiempo para asimilar todo lo ocurrido. Es decir, habrá que dejar paso a un
tiempo para comprender, hasta llegar al momento de concluir. Algunos profesionales creen
que lo ocurrido cambiará su práctica y podría ser así. Convendrá dilucidarlo.
Cuando todo esto haya pasado, será importante volver la mirada atrás para valorar cómo
hemos respondido y de qué estuvo hecha nuestra respuesta: ¿Sacó lo mejor del y de la
profesional? ¿Fue una respuesta defensiva? ¿En qué fue útil? ¿Qué estaba pensando el o la
profesional aún sin ser consciente?
Convertir una crisis en un momento fecundo es posible, pero requiere dosis importantes de
humildad, reconocer que el bien y el mal también están en cada uno de los seres humanos de
modo sintomático y que nos une una causa común
Ser conscientes de qué puede ser esa dimensión espiritual, preguntarnos por ella,
explorándola para conocernos mejor a nosotros mismos. Conocernos puede hacer que
nos demos cuenta de esa dimensión que todos tenemos en lo profundo y que puede
aportarnos luz y fuerzas en la adversidad y ayudarnos a afrontar las dificultades cotidianas
que nos toca vivir.
Cultivar la conexión con la espiritualidad: con oración, meditación, petición,
intención de tener compasión y amor (hacia nosotros mismos y hacia los demás), lecturas
espirituales, etc. También puede ayudar el hecho de darnos espacios para el silencio (aunque
sea durante segundos), para estar con nosotros mismos y cultivar así nuestra vida interior.
Podríamos aprovechar ese silencio interior para mirarnos con empatía y amor, apoyándonos
en la perspectiva de que algo que nos sostiene desde dentro o más allá de nosotros puede ser
de gran ayuda ante la adversidad. Otra opción puede ser hacer una oración en mitad de la
acción pidiendo fuerzas, pidiendo por la salud y el bienestar del paciente que tenemos
delante o simplemente transmitiéndole acogida y cariño (algo que es también fundamental
hacer con nosotros mismos). También se puede meditar poniendo plena atención al
momento presente y a lo que toca hacer en este momento, dejando de lado distracciones y
“ruidos” mentales.
Tener experiencias comunitarias: tener una red de encuentro y de soporte, dentro
de la misma fe, perspectiva espiritual o práctica de meditación, puede ser también de
gran ayuda. En nuestro trabajo, también ayuda si compartimos algo de esa práctica con
compañeros que tengan una perspectiva similar a la nuestra, o al menos podemos hablar de
ello y apoyarnos mutuamente.
Buscar el sentido de la vida, como planteaba Viktor Frankl, captando el valor de lo
que hacemos y de lo que sucede en cada momento. También se puede buscar el sentido
mirando la vida desde una perspectiva global de nuestra existencia o buscando el
sentido último de todas las cosas (como, por ejemplo, tratando de percibir un orden
implícito que lo sostiene todo).
Buscar sentido al sufrimiento: ante el sufrimiento, Viktor Frankl propone poner
en marcha los valores de actitud. Por ejemplo, tomar consciencia de que ante lo que
estamos pasando puede existir la posibilidad de adoptar una actitud constructiva, viéndola
como posibilidad de aprendizaje, entrega, superación personal, cooperación con otros, etc.
Para Frankl esa libertad de cultivar la mejor actitud posible se sostiene en la capacidad del
espíritu para oponer resistencia a circunstancias adversas.
Cultivar la aceptación, dándonos cuenta de que nuestro yo no es el que lo controla
todo y de que la realidad que nos rodea es más que nosotros mismos y nuestros
deseos. Para las personas religiosas, esto se manifestaría poniendo todo lo que no pueden
controlar en manos de Dios y centrando la acción en lo que realmente sea posible controlar.
La aceptación es un elemento fundamental para tolerar la incertidumbre y desarrollar
humildad y apertura ante la realidad.
Cultivar la libertad interior: lo que quiere decir que en nuestro interior hay un
espacio íntimo en el que no puede entrar nadie más que nosotros, desde donde podemos
mirar lo que ocurre fuera con más libertad y perspectiva, así como encontrarnos con
nosotros mismos en lo más íntimo y profundo que tenemos. Tomar consciencia de la
libertad interior nos permite ejercerla y tener más capacidad de elección, lo que puede dar
más posibilidades de crecer en la adversidad.
Tomar consciencia de fuerza del amor y ponerlo en práctica: el amor es
fundamental para sobrevivir en situaciones adversas, para unirnos a otros y dar sentido a la
relación de ayuda. Ese amor debe incluirnos también a nosotros mismos para ser completo y
debe llevarnos a cuidarnos de manera adecuada. A su vez, el amor nos ayuda a mirar más
allá de nosotros mismos y aumenta las posibilidades de que podamos ver más allá de
nuestro dolor. En la situación que vivimos hay muchas vías de expresar ese amor, desde el
cuidado de nuestros pacientes actuando con ellos como nos gustaría ser cuidados nosotros,
hasta el cuidado y respeto a las relaciones con nuestros compañeros, familiares, etc., pues a
todos nos toca, hoy en día, bregar con una dosis, mayor o menor, de sufrimiento.
Cultivar la consciencia de la belleza: la belleza aporta sentido, nos abre el horizonte
hacia una percepción más amplia de las situaciones dolorosas, de tal forma que, si prestamos
atención a la belleza de las pequeñas cosas cotidianas, es más fácil poder soportar los días
adversos y que la negatividad no nos invada. Puede consistir en darnos tiempo para ver
imágenes que nos resulten bellas, percibir detalles cotidianos que nos inspiren esa belleza en
mitad de las dificultades que nos toquen vivir (a veces, tan sólo mirar por un instante la luz
que entra por la ventana, nos puede conectar con la belleza y aliviar nuestro malestar).
El filósofo Wittgenstein acaba el “Tractatus Lógico-Filosófico” con el aforismo: “de lo que
no se puede hablar, más vale callar”. ¿Qué le sugiere? ¿Recomendaría una cierta dosis de
silencio en las actuales circunstancias?
Sí, necesitamos silencio ante lo que aún no podemos comprender y asimilar. Lo que no quiere
decir que una vez comprendido, discernido y sometido a un juicio crítico, no podamos hacer un
análisis correcto de la situación y actuar en consecuencia.
Por último, como directora de la Cátedra Edith Stein de Ávila, ¿qué nos diría una mística
como ella hoy?
Creo que nos diría fundamentalmente que el sufrimiento tiene sentido, siempre y cuando
sepamos mirarlo desde el lugar más profundo de nosotros mismos, con apertura al amor, a la
entrega y a la empatía con el sufrimiento de otros. Para ella, el sufrimiento supone una
oportunidad de aprender y de estar más unidos a un Dios que sufre con nosotros porque se ha
permitido vivir la vulnerabilidad humana en la cruz, por lo que nos acompaña hasta en los
dolores más intensos de la vida. Para ella, también es importante la experiencia de vivir con la
confianza en que nuestra realidad interna y externa es sostenida por Dios, a pesar de todas las
cosas difíciles que nos queden por atravesa