DEPARTAMENTO DE FITOTECNIA
ETNOBOTÁNICA
CATEDRÁTICO:
Presenta…
CEREMONÍAS AGRÍCOLAS
LIBRAR A LA MILPA DE MALOS AIRES.
En México, durante los meses de abril y mayo, los pobladores de Zitlala y Acatlán, en
Guerrero, siguen una serie de rituales —muchos de ellos eco de la época prehispánica— cuyo
fin último es hacer caer agua del cielo.
Para atraer las lluvias y las buenas cosechas, la comunidad peregrina hacia lugares
considerados sagrados; ofrenda comida, maíz, flores, pan; implora; luce su voluntad en la
Lucha de Tigres, en la Danza de los Machos, en el Baile de la Vara; los hombres se
convierten en tlacololeros, personajes con máscaras, que en lugar de camisa portan costales
de maíz y combaten con látigos. Entre más sangre se obtenga, más agua y mejor cosecha.
Danzan y luchan los hombres, pero también las mujeres y los niños, todos necesitan el agua,
todos deben esforzarse para obtenerla y compartirla en comunidad.
Al desarrollar la entrada «Uma hallu / Hallu uma (agua de lluvia)» en su diccionario aymara-
castellano, Miranda (1970: 283) señala que, cuando no llueve, los campesinos afligidos acuden,
con ceremonia y con ofrendas, a traer agua de alguna laguna de las alturas en un cántaro nuevo, y
asperjan con ella sus chacras con la esperanza de que llueva. Una práctica sobre la que Arriaga
(1920 [1621]: 139 [cap. XV]) ya había llamado la atención en sus indicaciones para el interrogatorio
de hechiceros y la búsqueda de wakas al registrar la necesidad de preguntar a éstos «de qué
lagunas traen cántaros de agua, para rociar la chácara, y pedir lluvia». Método para llamar a la
lluvia éste que la extirpación de idolatrías no consiguió eliminar y que se torna pieza clave en la
persecución del movimiento mesiánico desarrollado en Lircay (Angaraes, Huancavelica, Perú) en
1811, relacionado con Santiago y el Wamani (= cerro) (Pease 1974). Buscando propiciar la
fertilidad de la Tierra y el retorno a una edad más venturosa, en contraste con un presente
marcado por la pertinaz sequía, el retroceso en la minería y la crisis triguera que toda
Huancavelica padecía a comienzos del siglo XIX, miembros de la comunidad suben al cerro para
recoger agua de la laguna Cantalay en tres cántaros. De vuelta a la comunidad, en esta agua se
hierve maíz, y con el resultado de la cocción se riega el cabildo, las cuatro esquinas de la plaza y se
pretende asperjar también la imagen de Santiago encerrada en la iglesia, motivo este último de
tumulto, represión por parte de las autoridades e inicio de una investigación judicial. Podríamos
decir que tal fue la persistencia de esta práctica, que quizás sea una de las más señaladas en la
literatura etnográfica sobre llamados de lluvia y ritos agrarios en general; una práctica en la que es
frecuente encontrar alusiones no sólo al empleo del agua de altura proveniente de las lagunas
para regar los campos, sino también al agua salada del mar. Según Antúnez (1986: 58), la lógica
aplicada a este método tiene que ver con el aumento de la humedad atmosférica, ya que el agua
asperjada se volatiliza casi inmediatamente. En este sentido –prosigue este autor–, el agua marina,
más fría y salina, resulta mejor inductora para la lluvia: no sólo se evapora antes, sino que además
entronca con la creencia de que las nubes de la cordillera bajan en invierno a beber a la costa, para
luego en primavera volver al altiplano cargadas de agua. Así por ejemplo, Cuba de Nordt (1971:
67) apunta el dato de que en Jicamarca (Lima, Perú) contrarrestan la sequía con agua de mar
recogida entre Ancón y Chancay, agua que los ritualistas vierten de noche, sin que nadie pueda
verlos, sobre las pampas resecas al tiempo que realizan bailes e invocaciones. Volvamos sobre la
ya mencionada peregrinación kallawaya al volcán Tuana descrita por Oblitas Poblete (1978: 179-
184). Doce mozos encabezados por el especialista ritual de la comunidad, todos ellos vestidos con
sus mejores galas, acuden a los pies de la montaña portando banderas blancas, sombrillas de
plumas de suri y hondas, tocando bocina, erque y quena. Allí, después de una breve ceremonia y
ofrenda, ejecutan la Danza de los Cutichej («los que transforman»), una carrera vertiginosa
culebreando en círculos agitando violentamente los objetos portados al tiempo que gritan y
emiten chasquidos con sus hondas; su intención es agitar el ambiente y poner en alerta a los
elementos de la Naturaleza. Después de ascender a la montaña en absoluto silencio, al llegar a la
cumbre vuelven a danzar alrededor de la laguna, a la que sacrifican cuyes y un llamo, cuya sangre
es asperjada a la laguna y al volcán. Los mozos mojan en las aguas de la laguna guijarros recogidos
ex profeso en sus chacras y los lanzan con sus hondas en dirección a las sementeras, al tiempo que
el ritualista eleva sus plegarias y recoge agua con la que, de vuelta a la comunidad y en medio de
gran alborozo vecinal, regará los campos, reservando una parte para verter en los manantiales que
nutren los canales de riego y otra parte para dar de beber a los asistentes como «agua bendita que
proporciona salud y buenaventura». Sin embargo, las creencias populares no siempre exigen
extraer grandes cantidades de agua de estas lagunas de altura con la que luego regar los campos
de cultivo. Así por ejemplo, Tillmann (1997: 105-111) registra el caso de diferentes comunidades
campesinas de la vertiente oriental del valle del Mantaro (Jauja, Perú) que acuden a la laguna de
Tamias a recoger agua con la que regular simbólicamente la afluencia de lluvias y combatir la
sequía. En términos generales, una comisión de la comunidad asciende procesionalmente al cerro
donde se encuentra esa laguna, y el especialista, teniendo sumo cuidado de no molestar en exceso
a la laguna, lanza al centro de ésta un porongo atado a una cuerda; apresada el agua, cual si se
huyera de un robo, esta comisión emprende un apresurado regreso a su comunidad, donde
celebrarán rogativas y misas que refuercen la eficacia de esta acción ritualizada. Con esa agua
pueden asperjarse los campos, aunque lo más habitual es guardarla, y devolvérsela a la laguna una
vez que empiece a llover, cuando la lluvia sea la adecuada, o cuando se desea que escampe. Y es
que a veces un poco hace mucho. En un paso más allá en la metonimia, Polia Meconi (1988: 89-92)
refiere en su trabajo sobre las lagunas de los encantos cómo lo verdaderamente importante es
«agarrar» la esencia de la laguna, sin que resulte necesario extraer más que una mínima cantidad
de agua de ella. Así, informa de que las gentes de Huancabamba (Piura, Perú) acuden a la laguna
Negra a capturar su mamayacu (virtud purificadora, fertilizante y terapéutica de las aguas
sagradas). De ello se encarga el ritualista, que tras desplegar una compleja mesa de ofrendas y
arrojar a las aguas parte de ellas, coloca un vaso de barro en el extremo de una caña larga que
introduce en la laguna y con la que remueve el fondo hasta «agarrar» su mamayacu; con el
contenido de este vaso se riega la mesa y, desde el cerro en donde se encuentran, se asperja en
dirección al valle y a los campos de cultivo, esperando que llueva. Esta esencia de la laguna a veces
queda representada en algas y pequeñas plantas del fondo lacustre que, por la acción de
removerlo se desprenden y pasan al vaso; otras veces simplemente está ahí, el ritualista sabe que
la ha «agarrado».
Agitando las aguas, molestando a la laguna En perfecta consonancia con su interpretación
meteorológica de la práctica de asperjar los campos resecos con agua de altura o de mar, Antúnez
(1986: 58) señala que, al provocar oleaje, aumenta en las lagunas la humedad ambiental, la
evaporación y los niveles de condensación atmosférica, todo lo cual deviene en la aparición de
nubes de lluvia. En este sentido, eso es precisamente lo que las gentes del altiplano buscan al
agitar las aguas: activar a los elementos para propiciar la lluvia. Arriaga (1920 [1621]: 139 [cap.
XV]) lo recoge en sus instrucciones contra hechiceros y wakas al destacar la pregunta de «a qué
lagunas tiran piedras, para que no se sequen, y vengan las lluvias». Y esto es precisamente lo que
Bandelier (1910: 155) registra entre los habitantes de la Isla del Sol, en el Titicaca: ascienden a la
cima pelada del monte llamado Calvario y desde allí lanzan piedras contra el lago para conjurar la
sequía. Por su parte, Tillmann (1997: 108) señala que las gentes de la comunidad de Quero (Jauja,
Perú) que ascienden hasta el paraje de Tamias a recoger agua, lo primero que hacen es arrojar
piedras a la laguna; entonces, dicen, levantan las nubes, y ése es el momento idóneo de coger el
agua y rápidamente emprender el descenso, confiando en que estas alborotadas nubes pluviales
les persigan de vuelta a la comunidad. Una creencia ésta que se extiende por varias comunidades
del valle oriental del Mantaro: si la vuelta a casa con el agua arrebatada a la laguna se hace
especialmente cansada, si los vientos dificultan el poder caminar, si las brumas ocultan el camino,
entonces resulta evidente que la laguna se ha molestado por la acción de los hombres, y de seguro
que empezará a llover pronto (Tillmann 1997: 105-111). Si recién veíamos cómo el ritualista
encargado de capturar la esencia de la laguna Negra citado por Polia Meconi actúa con sumo
cuidado evitando causar molestias, Rösing refiere justo lo contrario al describir los llamados de
lluvia de diferentes comunidades kallawayas y aymaras del altiplano de La Paz (Bolivia). Por poner
un par de ejemplos representativos, las gentes de Khaata (kallawayas), mientras el especialista
ritual extrae el agua de las alturas, se dedican a arrancar con violencia plantas acuáticas y flores y
yerbas de la orilla, todo ello con el ánimo de molestar al lago (Rösing 1996: 344-345). Un paso más
allá van los vecinos de Upinhuaya (aymaras): mientras que los varones tocan música destemplada
y danzan alrededor del lago Pachacota, las mujeres lanzan piedras al agua, arrancan plantas y
flores de la orilla y, como al descuido, extraen agua del lago; de vuelta en la comunidad la harán
casar con otras antes de ejecutar las pertinentes ch’allas con las que esperan atraer a la lluvia
(Rösing 1996: 363).
La milpa y los rituales agrícolas mayas en X-Mejía
En el caso de los mayas peninsulares, los rituales asociados a la milpa, han sido
sumamente importantes en la dinámica agrícola, ya que sin ellos, desde su
cosmovisión campesina, sería imposible cosechar nada (Arias1995 y Terán y
Rasmussen 1994). Los campesinos mayas, a través de sus procesos rituales y
ceremoniales alrededor de la milpa, establecen "convenios" para mantener la
comunión con sus diversos dioses, con quienes realizan intercambios recíprocos
(Bastarrachea 2004; Chuc 2008), para solicitar, suplicar o agradecer los productos
obtenidos durante el ciclo agrícola (Arias 1995; Tuz 2009). De esta manera pueden
afrontar los diversos riesgos y la incertidumbre cotidiana (Villa Rojas 1995; Chuc 2008;
González-Jácome 2009).
La primicia o saka, es uno de los que más realizan, de forma individual, sin necesidad
de la intervención de un j-meen o sacerdote maya, tiene como propósito ofrecerle a los
dueños del monte, yuumkax, el atole saka', para que le den permiso de hacer su
milpa. Tradición que, según sus comentarios, han heredado de sus antepasados. Un
aspecto importante es que, tanto los hombres como las mujeres entrevistadas,
consideraron que era importante para obtener una buena producción de sus milpas.
Para esta primicia o saka , se prepara el atole llamado saka', el cual, según la
narración de un campesino entrevistado de 74 años, se elabora con:
Por su parte, la comida de milpa (u janli k'ool) es un ritual cuyo propósito es agradecer
a Dios y a todos los seres sagrados que han hecho posible la cosecha y los beneficios
otorgados; es una ceremonia comunal que debe ser precedida por el j-meen o
sacerdote maya, aunque no todos los campesinos de X-Mejía la realizan. Para esta
ceremonia se cocinan maíces tiernos en el pib,8 se elaboran "panes" formados por pilas
de trece tortillas (tuti waaj), entre las que se unta una pasta elaborada con semillas de
calabaza, tostada y molida. También se elabora el atole k'ool.
Se construyen tres altares para los diversos dioses. Los hombres son quienes preparan
los platillos a base de pavo y gallina, provenientes de sus solares. Si bien, las mujeres
no pueden participar directamente en este ritual, lo hacen de manera indirecta, pues,
son quienes crían las aves que se utilizarán, preparan la masa de maíz y la pepita
molida.
Por lo general, toda vivienda en el poblado de X-Mejía tiene un altar donde hay
imágenes de vírgenes, santos, acompañados de veladoras y en ocasiones flores, para
su realización no se emplean platillos, bebidas o dulces especiales como aquellos que
se observaron en los rituales agrícolas.
Por el contrario, existe un ritual que se celebra desde hace 20 años, es el de Los Tres
Reyes Magos, donde se baila la "Cabeza de Cochino".
Es una fiesta que dura varios días, caracterizada por novenas, que se realizan en la
iglesia católica de la comunidad, durante las cuales muchas personas
pagan salves (oraciones católicas que se rezan a la Virgen María), al terminar la
novena, se reparten dulces como manjar blanco, buñuelos, dulce de arroz con coco,
dulce de papaya y en las últimas novenas se reparten: tacos de cochinita pibil,
panuchos y tamales de gallina. Esta festividad es importante para la comunidad, por la
convivencia y las relaciones sociales que establecen con otras comunidades cercanas y
porque adquieren cierto prestigio social, como lo manifestó una ama de casa de 40
años: "Es una costumbre que nos permite convivir con toda la gente del pueblo, con la
familia y amistades de otras comunidades que vienen a celebrar y participar [...] hay
música, se regala carne de cabeza y refresco a las muchachas que bailan la cabeza de
cochino". Los cerdos, son parte importante de esta celebración y deben ser animales
que se cuidan especialmente para estos fines.
Dentro de los rituales propios de la Iglesia católica están las celebraciones litúrgicas de
Navidad, Año Nuevo, Semana Santa, en especial, Jueves y Viernes Santo, así como el
día de la Santa Cruz (3 de mayo) y las liturgias de mayo, con misas presididas por el
sacerdote católico que llega a la iglesia de X-Mejía, la cual es adornada con arcos de
flores, que elaboran las mismas familias campesinas, las flores provienen de sus
solares, como la flor de mayo, carolina y rosa.
Las novenas del Niño Jesús del 3 al 12 de diciembre, con la celebración este último día
de la Virgen de Guadalupe. Se acompañan de rezos, de platillos, como la cochinita
pibil, panuchos y tamales de pollo, elaborados especialmente para esta fecha, así como
los refrescos que se ofrecen a los participantes.
La fiesta de San José, el santo patrono de X-Mejía, es una de las más importantes,
fomenta la convivencia y la identidad religiosa comunal, generalmente se preparan
panuchos de pollo y tamales y se ofrecen refrescos en la cancha de la comunidad.
El día de difuntos es un ritual muy significativo para los pobladores de X-Mejía que
inicia el 31 de octubre cuando se colocan altares para recordar a los niños
fallecidos (mejenpixdn), el 1 de noviembre, día de difuntos adultos (nojoch pixdn), y el
2 de noviembre, el Día de Todos los Santos. Algunas familias no celebran estos días,
elaboran sus altares ocho días después, y le nombran a estas ceremonias
Ochavario (Biix). Un altar es el del ánima sola (janal pixan chentu-jum), cuyo
propósito es ofrecer alimentos y rezos a aquellas almas que ya no tienen familiares.
Por último, el 30 de noviembre se lleva a cabo la despedida de las ánimas, y se
elabora un altar más modesto que en los días del Ochavario. El elemento central en
esta celebración son los altares que se colocan en la vivienda o el solar, donde se
ponen los platillos, bebidas y frutas; pollo en escabeche,
pibipollos9 con xpéelon, atoles, refrescos, cervezas, mandarinas, naranjas, plátanos,
dulces de yuca, papaya, camote y calabaza, que agradaban a los familiares muertos y
de esta manera poder "convivir" con ellos.
En cuanto a los elementos del solar es importante mencionar que los animales del
patio, como también se nombra al solar, tienen un papel importante en este ritual para
"preparar el escabeche o los pibipollos con xpéelon, se deben hacer con animales del
patio, que se han seleccionado y se han alimentado para ser utilizados en estas
celebraciones".
Para la elaboración de los pibipollos, la cochinita pibil y el pavo pibil, así como algunos
dulces como los de camote, hay que prepararlos en el horno de tierra llamado pib, en
los solares. En este pib, se colocan los insumos antes descritos y en la opinión de los
responsables de las familias representan un gran valor, por ser una forma de
preparación aprendida y transmitida por sus ancestros y por que los alimentos
adquieren un mejor sabor.
Si bien, son las mujeres las encargadas de utilizar la agrobiodiversidad para preparar
los platillos, bebidas y dulces rituales, no deja de ser importante la participación de los
hombres, ellos los encargados de ayudar, como nos comentó un campesino de 74 años
"al hacer los pibipollos, llevo leña, hago el hoyo en el patio y le prendo fuego en
el pib, también los entierro y luego ayudo a sacarlos para cuando se cocinan".
Otro aspecto muy valorado por las mujeres entrevistadas, al momento de preparar sus
diversos platillos rituales, es el uso del agua de lluvia, la cual es colectada en las pilas
presentes en sus solares. A pesar de contar con el servicio de agua potable en sus
viviendas, las mujeres entrevistadas comentaron que "los alimentos tienen mejor
sabor y se cocinan mejor con el agua lluvia".
Las celebraciones de Navidad y Año Nuevo son fechas que permiten la convivencia
familiar, sobre todo con hijos y nietos que viven fuera de la comunidad y con los
vecinos, se preparan diversos platillos, bebidas y dulces particulares, a partir de los
productos que se encuentran en sus huertos familiares, en sus milpas o los que
provienen de la cacería tradicional y que son del agrado de sus visitantes. Las amas de
casa consideran muy importante tener animales en sus solares para este tipo de
celebraciones y preparar platillos como escabeche de pavo, cochinita pibil, relleno
negro,10 chirmole de pavo11 y pollo pibil, entre otros, para ofrecer a sus familiares "el
sabor y el gusto" de su agrado, sobre todo a los que viven fuera de la comunidad.
Las familias que reproducen muchas de las ceremonias y rituales definidos reciben
muchos beneficios económicos y culturales, pero también y de manera significativa
emocionales. Los beneficios económicos son importantes pues hay un ahorro que las
mujeres entrevistadas señalan, pero también enfatizan que la convivencia que se da es
muy apreciada. Hay una participación personal, familiar y comunitaria en la
elaboración de platillos, bebidas y dulces y agradecen contar con recursos naturales al
alcance que les permiten resolver situaciones diversas, así, por ejemplo para fiestas y
cumpleaños, no tienen que comprar pollo o pavo, pues los tienen en sus solares.
A este respecto, los trabajos de Herrera (1994) y Estrada et al. (1998), reportan que
la fauna doméstica en los solares se reserva para elaborar platillos que se emplean en
festividades o rituales religiosos, agrícolas y de paso o transición. Deliberadamente se
separan cerdos, gallinas y pavos para fechas específicas, y son las mujeres las que
toman esta decisión y se encargan de criarlos y alimentarlos (Herrera 1994), situación
que también se observó en los solares de X-Mejía.
En cuanto a los insumos que deben ser comprados, destacan la sal, la cebolla, el ajo,
el aceite, tomate, repollo, papa, comino y clavo.
Así también con los trabajos de Terán y Rasmussen (1994), Herrera (1994) y Juan-
Pérez y Madrigal-Uribe (2005) quienes reportaron la presencia de agrobiodiversidad
empleada para la elaboración de platillos y dulces para los altares de santos, difuntos y
para diversas ceremonias que honran a los dioses, dentro de la cosmovisión de
comunidades indígenas en México que permiten la convivencia con vecinos y parientes.
Consideraciones finales
Esta estrategia refleja sus estilos étnicos de uso y apropiación de los recursos
naturales locales, su cosmovisión, organización social y su identidad. Aspectos que
definen, en la percepción de los propios habitantes de X-Mejía, sus parámetros de
calidad de vida, pues, cuentan con recursos para su alimentación para generar un
ingreso económico y además reproducir diversos rituales y ceremonias propios de sus
ancestros que les permiten sortear la vulnerabilidad de las condiciones ambientales en
las que viven.
Esta agrobiodiversidad tiene un valor de uso ritual, para la población de estudio porque
es parte de la herencia de sus antepasados y determinante de su identidad. Las
personas que participan en la preparación y elaboración de platillos, bebidas y dulces
rituales, aprenden las obligaciones familiares, sociales y valores morales de su
comunidad. Los resultados de esta investigación contribuyen a la reflexión acerca de
los aspectos culturales, productivos y económicos que deben considerarse a la hora de
hablar de estrategias de vida de las comunidades mayas de Campeche, cuando se
pregunta acerca de los elementos socioculturales que forman parte del patrimonio
cultural de las familias campesinas de esta región del país y cuando se requiere tomar
decisiones sobre lo que es o no importante para los pueblos. Las estrategias de vida de
las familias campesinas mayas peninsulares deben ser analizadas en su contexto
cultural, de tal manera que los programas que promueven la implementación de
huertos familiares, para el desarrollo comunitario rural, deben considerar sus
aportaciones para mejorar la autosubsistencia y la generación de excedentes con fines
económicos y, al mismo tiempo, promover su mantenimiento como áreas de
conservación de una agrobiodiversidad que fortalece su cosmovisión e identidad
cultural. Así, hay una revaloración de su patrimonio cultural y biológico, reivindicando
la heterogeneidad cultural y contraponiéndose a la visión global que busca la
uniformización de las necesidades de los grupos humanos.
Referencias
Aké, Adrián, Marcelino Ávila y Juan Jiménez-Osornio, El valor de los productos directos
que se obtienen en el agroecosistema solar; el caso de Hocabá, Yucatán, Merida,
Facultad de Economía, Universidad Autónoma de Yucatán, 1999.
Arias Reyes, Luis Manuel, La producción milpera actual en Yaxcaba Yucatán, en Efraím
Hernández Xolocotzi, Eduardo Bello y Samuel Levy, eds., La milpa en Yucatán. Un
sistema de producción agrícola tradicional, tomo I, México, Colegio de Postgraduados,
1995.
En otra parte de su informe, el padre Ruiz menciona a un Martín Luna, natural de las Amilpas (hoy
valle de Morelos), a quien le calculaba unos 110 años y que tenía entre los indios gran reputación
por su consumada sabiduría en los ritos agrícolas. Aquí tenemos su ritual usado contra las
hormigas que atacaban al maíz: ¡Ea ya!, tíos espiritados o extranjeros que todos sois semejantes
unos a otros, con los ojos o rostros revocados, y de hechiceros y con los dientes como puntas
agudos [es la descripción estilizada de la incursión de las hormigas]. ¿Porqué hacéis agravio a
vuestra hermana la blanca mujer [se refiere a la sementera], y le perdéis el respeto?, ¿eso es
barrerla?, ¿eso es limpiarla?, ¿y escardarla?, ¿eso es honrrarla y respetarla? [recordemos que una
de las acciones naturales de las hormigas es limpiar de insectos y otras yerbas los campos], si no lo
haceis yo derribaré vuestra vivienda y estalange si no me obedecéis” (Ruiz de Alarcón, 1892: 169).
Con estos, los campesinos conjuraban el daño de las hormigas en la arboleda (huerta) y
sementera, pero si ellas se excedían, es decir, regresaban sin darse por entendidas de la
advertencia, se ejecutaba la amenaza derribándoles su casa, para lo cual se invocaba al agua y se
rociaba el bordo y rededor del hormiguero con su tan venerado piciete (tabaco). Para llamar al
agua usaban las palabras siguientes: ¡Ea ya, la de las nahuas preciosas [se refiere a
Chalchihuitlicue, deidad del agua corriente], que no se puede sufrir lo que hacen las entre sí
semejantes [se refiere a las molestias que causan las hormigas, que son muchas y parecidas], velas
a asolar que no me obedecen, ¿tienen por ventura raíces? [se refiere a su persistencia en
elcultivo]. Pues aunque las tuvieran que bien sabes arrancar árboles y llevarlos en volandas y
dejarlos en medio de anchas e incultas sábanas [se refiere al poder destructivo de la inundación]:
que porfiais, hormigas, ¿tener por ventura raíces? (Ruiz de Alarcón, 1892: 169). Dicho esto
echaban uno o dos cántaros del agua que habían conjurado por la boca y entrada del hormiguero,
donde antes habían esparcido previamente tabaco. Con esto afirmaban que se hundía de todo
punto el hormiguero, o las hormigas mudaban su habitación muy lejos de allí. Para que el efecto
fuera infalible, también conjuraban al piciete o tabaco: “¡Ea ya!, verde espiritado de hojas anchas
(hablándole al tabaco) ¿qué porfía es esta? Ve luego, echa y corre a donde están las hormigas”
(Ruiz de Alarcón, 1892: 168). Lo interesante en este caso es el uso de las hojas del tabaco en verde
como plaguicida puesto al borde de la entrada al hormiguero, así como diluido en el agua
conjurada como método para ahuyentar a las hormigas (tabla 3).
Conjuro para plantar magueyes Elemento muy importante en algunos sistemas agrícolas del
México antiguo ha sido el maguey, sobre todo en lugares como el Altiplano central, donde ha
demostrado ayudar, entre otras cosas, a la conservación y mejoramiento del suelo, servir como
protección contra animales y arropar y conservar la humedad, aparte de los múltiples usos de la
planta. Por su importancia, posee un elaborado ritual para su cultivo y manejo, que se expone a
continuación. Los campesinos debían sacar los magueyes de las partes no cultivadas para pasarlos
a las cultivadas (es decir, de los almácigos naturales o cultivados a los bordos de la milpa, donde
son llamados metepantles, que quiere decir muros o paredes de maguey). Al transplantarse: [...]
se previenen del piciete [tabaco] como del Angel de Guarda o de la Deidad, a quien encomiendan
esta obra, y luego cogen un palo agudo con que han de arrancar los magueyes pequeños y entran
conjurando el dicho palo apercibiéndole para que haga bien su oficio y asi le dicen: ¡Ea!, que ya es
tiempo, espiritado, cuya dicha está en las aguas, vamos que habemos de arrancar y levantar la
estimable mujer [la magueyera] la de ocho en orden que he de ir a plantarla, tengo que ponerla en
lugar muy a propósito y muy fértil que le he limpiado, allí le tengo que poner donde esté muy a su
gusto como que le brinda con la mejoría del nuevo asiento (Ruiz de Alarcón, 1892: 174). Dicho
esto, arrancaban los magueyes pequeños que habían de transplantar y los llevaban al borde del
cultivo donde crecerían, que había sido previamente abierto y limpiado para recibir a la planta en
su mejor cuidado. Sin embargo, antes de su siembra hablaban con el maguey como dándole la
bienvenida: “Seas ya bien llegada noble mujer de ocho en hilera, que aquí es muy a propósito, y
muy buen lugar, aquí labré y cultivé para que estés muy a tu gusto” (Ruiz de Alarcón, 1892: 175).
Con estas palabras los plantaban. Adviértase que llaman a los magueyes “mujer de ocho en orden,
y en hilera”, porque de ordinario los acomodaban como en el ajedrez, en hileras de ocho en ocho.
Así quedaban satisfechos por dejar plantada y recomendada su magueyera (Ruiz de Alarcón, 1892:
175). Otros campesinos usaban otro conjuro para el mismo efecto: Estame atenta, mi madre y
señora tierra, que ya te entrego a mi hermana la de ocho en hilera, cójela, y abrazate con ella
fuertemente [así le llama debido a su acción de retener el suelo] y porque no tardaré mucho en
tornar a requerir el buen logro de la planta que dentro de cinco instantes [después de cinco años,
sumados más lo que tiene de edad estará apta para producir pulque] cuando es posible volveré a
visitarla y ha ver su buen logro (Ruiz de Alarcón, 1892: 175).
En ambos rituales la relación con el manejo del maguey es evidente: primero, en que cada acción
de cultivo y manipulación de la planta es precedida por un conjuro para solicitar el favor o
situación deseada.
Conjuro para obtener pulque de los magueyes
Llegados a la madurez, los magueyes son ‘castrados’ y así destilan el aguamiel del que los
campesinos hacen el pulque. Para castrar los magueyes, se conjura al instrumento con que los
capan, que es un palo duro y de punta afilada como escoplo. Tomándolo en las manos le decían:
Ven acá espiritado [palo], cuya dicha está en las aguas [por ser el responsable del aguamiel]. Ahora
es tiempo que ya estás de sazón [listo el maguey para producir], mujer de ocho en orden [la
magueyera], advierte que ha de entrar hasta el hueco de tu corazón el espiritado [palo] cuya dicha
son las lluvias (Ruiz de Alarcón, 1892: 175). Diciendo esto, los agricultores empujaban el palo
agudo al centro del maguey y le sacaban el corazón o meyalote. Luego procedían a hacer ahí la
zarteneta o pilerilla, donde se destila y recoge el aguamiel, fruto del maguey. Para este efecto
conjuraban otro instrumento, una cuchara [de cobre, metal u obsidiana] con filo, a la cual decían:
¡Ea, que ya es tiempo, has tu oficio! [ponte a trabajar]. ¡Ea, ya ahora raspa y limpia tu obra!, ha de
ser dentro del asiento del corazón de la muger una de ocho en hilera, hazle de dejar la tez muy
limpia y le has de hacer que luego llore, y se melancolice y heche muchas lágrimas y sude de
manera que salga un arroyo de la hembra una de ocho en hilera (Ruiz de Alarcón, 1892: 175). Así,
entraban en obra las manos: raspaban y alisaban con la cuchara aquel hueco o cóncavo que queda
en el corazón del maguey para sacar el cohollo, donde el conjuro pide, metafóricamente, “se
hagan aquellos llantos y sudores y arroyos”, significa que allí ocurra gran cantidad de aguamiel,
una producción abundante.
Los rituales y conjuros de otras siembras “son todos casi uno mudando [sólo] el nombre de la
semilla. Así, a las pepitas de calabaza llaman tlamacazqui chicome cuauhtzin, quiere decir
espiritado de siete ramas por los muchos brazos que echa, que son como cuernos que en
mexicano dicen cuahcuauh, al frijol dicen tlamacazqui tlazopilli tlilpotonqui, quiere decir:
espiritado príncipe de mucha estima encubertado de negro” (Ruiz de Alarcón, 1892: 177). Las
calabazas llamadas tamalayotli, eran una variedad que aventajaba a las demás en magnitud. Para
su siembra los indígenas usaban el conjuro siguiente al poner la pepita (ver tabla 7): Contigo hablo,
mi madre la princesa tierra, que estas cariarriba; y a ti digo mi Padre un conejo: en las palmas de
tus manos pongo un pedernal [así llama a la pepita, la cual tiene forma de cuchillo de pedernal],
cúbrelo bien y apriétalo mucho en tus manos, no lo codicien sus tíos los que viven en las casas de
los que pican, o muerden [las hormigas] que son los chichimecos bermejos [por aguerridos y
rojos]. Su fertilidad ha de asombrar a los espiritados; anse de admirar viéndose enredar los pies a
cada paso con las cuerdas que son las encantadas tripas de lo que es nuestro mantenimiento [las
guías de la planta enredadora], y viendo que cada momento tropiezan en las encantadas cabezas
[las calabazas]. Y tu, señora tierra, finalmente ahora te amonesto que no te avergüences cayendo
en falta, no empieces a rezongar y rezongando dejes de cumplir con tu obligación [...] Quiere decir
que de su parte la tierra corresponda bien obedeciendo a lo que le manda y no haga lo que los
tercos en la obediencia rezongan y murmuran, y últimamente no hacen lo que se les manda; y eso
dice: Huexca tlatlacoz” (Ruiz de Alarcón, 1892: 178-179).
Bibliografía
Balsalobre, G. (1892). Relación de las idolatrías del Obispado de Oaxaca. Imprenta del Museo
Nacional, México. (original 1656). Durán, D. (1982). Historia de las Indias de Nueva España. Porrúa,
México