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4 EL SECRETO DE LA VIDA CRISTIANA

de la semana vive corno si no hubiera Dios. El formalismo no


es cristianismo. Un culto ciego y una adoración rutinaria no
constituyen la verdadera religión. A este propósito, la Biblia
nos dice: "Porque no todos los que son de Israel son israe-
litas" (Romanos 9:6). La lección práctica que podemos apren-
der de estas palabras es bien clara y· evidente : no todos los
que son miembros de la Iglesia visible de Cristo, son verda-
deros cristianos.
La religión del verdadero cristiano está en su corazón y
en su vida; es algo que siente en su corazón, y que otros pue-
den ver en su vida y conducta. Ha experimentado su pecami-
minosidad y culpabilidad, y se ha arrepentido. Ha visto en J e-
su cristo al Divino Salvador que su alma necesita y se ha entre-
gado a Él. Ha dejado el viejo hombre con sus hábitos carnales
y depravados y se ha revestido del nuevo hombre. Ahora vive
una vida nueva y santa y habitualmente lucha contra el mundo,
la carne y el diablo. Cristo mismo es el fundamento. Pregun-
tadle en qué confía para el perdón de sus muchos pecados,
y os contestará: "En la muerte de Cristo". Preguntadle en
qué justicia confía ser declarado inocente en el día del jui-
cio, y os responderá: "En la justicia de Cristo". Preguntad-
le cuál es el ejemplo tras el cual se afana para conformar su
vida, y os dirá: "El ejemplo de Cristo".
Pero por encima de todas estas cosas, hay algo que es
verdaderamente peculiar en el crif;tiano ; y este algo es su
amor a Cristo. El conocimiento bíblico, la fe, la esperanza,
la reverencia, la obediencia, son rasgos distintivos en el ca-
rácter del verdadero cristiano. Pero resultaría pobre esta
descripción si se omitiera el amor hacia su Divino Maestro.
N o sólo conoce, confía y obedece, sino que también ama.
El rasgo distintivo del verdadero cristiano lo encontra-
rnos m.encionado varias veces en la Biblia. La expresión, "fe
en el Señor Jesucristo", es bien conocida de muchos cristia-
nos. Pero no olvidemos que en la Escritura se nos menciona
el amor en términos casi tan fuertes. El peligro del que "no
cree" es grande, pero el peligro del que "no ama" es igual-
mente grande. Tanto el no creer como el no amar constitu-
yen sendos peldaños hacia la ruina eterna.
Oíd las palabras del apóstol Pablo a los corintios: "El
que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema" ( 1 Corin-
tios 16 :22). Según San Pablo no hay posibilidad de salva-
ción para el hombre que no ama al Señor Jesús ; sobre este
punto el Apóstol no admite ningún paliativo o excusa. Una

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