persona puede no tener nociones muy claras, y aún así sal-
varse; puede faltar le el valor y ser presa del temor, pero aun así, como Pedro, salvarse. Puede caer terriblemente, como David, pero sin embargo levantarse otra vez. Pero si una persona no ama a Cristo, no está en el camino de la vida; la maldición todavía está sobre él; camina por el sen- dero ancho que lleva a la condenación. Oíd lo que el apóstol Páblo dice a los efesios: "La gra- cia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable" (Efesios 6 :24). En estas palabras el Apóstol expresa sus buenos deseos y su buena voluntad ha- cia todos los verdaderos cristianos. Sin duda alguna, a mu- chos de estos no les había visto nunca. Es de suponer que muchos de estos cristianos en las iglesias primitivas, eran débiles en la fe, en el conocimiento y en la abnegación. ¿Con qué palabras designará el Apóstol a los tales? ¿Qué palabras usará para no desalentar a los hermanos débiles? Pablo escoge una expresión general que exactamente describe a todo cristia- no verdadero bajo un nombre común. N o todos habían alcan- zado el mismo grado en doctrina o en práctica, pero todos amaban a Cristo en sinceridad. Oíd lo que el mismo Señor Jesús dice a los judíos: "Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais". (Juan 8 :42). Vio como sus extraviados enemigos estaban satisfe- chos con su condición espiritual por el hecho de que, según la carne, eran descendientes de Abraham. Vio a estos judíos -como hoy ve a muchos ignorantes que profesan ser cris- tianos- que por el mero hecho de haber sido circuncidados y pertenecer al pueblo judío, ya se consideraban hijos de Dios. Jesús establece el principio general de que nadie es hijo de Dios, a menos que ame al Unigénito Hijo de Dios. Muchos que profesan ser cristianos harían bien en recordar que este principio se aplica tanto a ellos como a los judíos. Si no hay amor a Cristo, no hay filiación Divina. Por tres veces el Señor Jesús, después de su resurrec- ción, dirigió al apóstol Pedro la misma pregunta: "Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?" (Juan 21 :15-17). Con dulzura el Señor Jesús quería recordar al discípulo extraviado su triple negación. Y antes de restaurarle públicamente para que alimentara a la Iglesia, el Señor exige de Pedro una nueva confesión de fe. Observemos que no le hizo preguntas como las de: "¿Crees tú?" "¿Te has convertido?" "¿Estás dispuesto a confesarme?" "¿Me obedecerás?" Sino que si m-