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Sotelo, gracias K.

Cross
AN ANGEL FOR THE DEVIL
JESSA KANE

Sotelo, gracias K. Cross


Llaman a nuestro casero “el diablo”, pero yo solo veo al hombre
solitario que se esconde bajo su apariencia malvada. Cuando
entrega a mi familia un aviso de desahucio, no tienen nada que
ofrecer a cambio del dinero del alquiler que falta. Excepto yo.
Ninguno de los dos espera ser consumido desde el primer
contacto. Pero, ¿me alejarán sus demonios? ¿O puede un ángel
transformar realmente a un demonio?

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 1
SHELBY

El diablo viene a cobrar hoy.


Así es como mis padres llaman a nuestro casero. Lo han llamado
así durante tanto tiempo que se les ha quedado grabado. Ahora todo
el mundo en el barrio le llama así, cruzándose a sus espaldas. O
corriendo y escondiéndose en sus apartamentos.
No corro.
Nunca perdería la oportunidad de verle moverse de esa forma
tan elegante, como una pantera, dueño de todo lo que ve. Cuando se
baja de la parte trasera de su limusina y se abrocha la chaqueta del
traje con movimientos precisos de sus largos dedos, me falta el aliento.
Incluso su expresión mezquina hace que mi mano se agarre con fuerza
a la rama del árbol donde estoy encaramada al otro lado de la calle,
con el sudor acumulándose entre mis pechos.
Alistair Kent.
Es el dueño de todos los edificios de viviendas de este barrio y de
muchos, muchos rascacielos en otros. El primero de cada mes, se
abalanza para recoger los cheques de la oficina del administrador del
edificio donde enviamos nuestro alquiler. Si el cheque de ese mes es
escaso -y en esta economía, a menudo lo es-, alguien suele acabar
siendo desahuciado. Echado a la calle sin pensarlo dos veces.
Por eso lo llaman el diablo. No tiene conciencia. No tiene
compasión.
Mi madre dice que tiene suficiente dinero para comprarnos y
vendernos a todos.
Y... creo que fue entonces cuando empezaron las fantasías.
Cuando empecé a imaginar a Alistair... comprándome.

Sotelo, gracias K. Cross


¿Tal vez es el príncipe de las tinieblas después de todo? Nuestro
sacerdote siempre habla de la tentación en la misa del domingo y cómo
puede arruinar la vida de una persona. Guiarlos por el mal camino.
Guiarlo no es exactamente como llamaría a los temblores que me hacen
cosquillas en el interior de los muslos cuando Alistair camina por la
acera, un rey que se pasea por los barrios bajos. Lo que siento es más
bien enamoramiento. Un hambre incipiente. Curiosidad.
A los dieciocho años, no sé nada de los hombres, especialmente
de los poderosos y potencialmente malvados. Solo sé lo que la
indecente flexión de los tendones de su espalda hace en mi cuerpo. Su
evidente fuerza hace que me humedezca en lugares que no deberían
estarlo. Hace que mis pezones se conviertan en guijarros, duros,
dolorosos y sensibles. Y la respuesta de mi cuerpo ni siquiera es lo
más vergonzoso de todo. No, es el hecho de que... siento simpatía por
él. A pesar de que ha dejado a muchos de mis vecinos en la calle.
Claro, su mandíbula apretada y bien afeitada hace que parezca
que afila las uñas con los dientes. Seguro, sus ojos negro azulados son
penetrantes y llenos de malicia. Sí, no tiene ningún problema en
arrancar las casas de las personas de debajo de ellas. Pero cada mes,
cuando lo observo desde mi rama en el árbol, veo más. Veo el dolor
que intenta ocultar.
Que el Señor me ayude, me atrae aún más hacia él.
Al otro lado de la calle, Alistair desaparece en el despacho del
administrador del edificio y suelto un suspiro tembloroso, aliviada de
estar oculta por las ramas y las hojas. Porque no puedo evitar que mi
mano descienda sobre mi pecho, apretando el montículo a través de
mi camiseta de segunda mano. Un grito ahogado sale de mi boca y mis
dedos buscan el duro pezón con avidez, frotándolo de lado a lado,
agitando aún más la carne entre mis muslos.
Las palabras de mi madre vuelven a mí, como suelen hacerlo.

Podría comprarnos y vendernos a todos.


Si el propietario me comprara, ¿qué haría conmigo?
¿Sería malo? ¿O se ablandaría cuando estuviéramos solos?

Sotelo, gracias K. Cross


En la oscuridad, sin ropa, ¿se subiría encima de mí y... realizaría
el acto confuso que he pillado a mis hermanos con sus novias? No
puedo imaginarme a un hombre endurecido como él aceptando el
placer de alguien. O bajando la guardia un solo segundo. Pero no
puedo evitar pensar en ello. Mucho.
Mi diario está en la rama del árbol a mi lado. Mi compañero
constante. Ya estoy deseando escribir mis reflexiones privadas sobre
Alistair en papel, poniendo mis pensamientos en su lugar secreto
donde nadie puede verlos, gracias al candado. Solo yo tengo la
combinación para abrirla, algo imprescindible en nuestro estrecho
apartamento de tres habitaciones en el que vivimos seis personas. Mi
madre, mi padre, mi abuela, dos hermanos y yo. Soy la más joven y la
única chica, así que comparto habitación con mi abuela.
Vuelvo a ser consciente cuando Alistair sale de la oficina del
administrador del edificio y se dirige a su limusina, un hombre
trajeado le abre la puerta.
Hoy van a desalojar a alguien.
Oh, sí. Me doy cuenta por los movimientos impacientes de
Alistair. Por la forma en que se mete los dedos en el pelo negro como
el azabache, dejándolo solo un poco menos que perfecto. Justo antes
de plegar su alto y ancho cuerpo en el asiento trasero, se detiene y
mira a su alrededor con el ceño fruncido, casi sorprendiéndome
mientras lo observo desde el árbol. Pero me agacho justo a tiempo para
escapar de su escrutinio, con el pulso desbocado por estar a punto de
tener esos ojos salvajes sobre mí.
Mi corazón golpea mi caja torácica cuando se aleja un momento
después, y ahora tengo que escribir en mi diario. Tengo que
documentar todas estas confusas emociones que me inspira el casero.
Mi bolígrafo y estas páginas son mi único escape del caos constante
que es mi apartamento. No me malinterpretes, quiero a mis hermanos,
aunque me torturen. Mis padres también son buenas personas. Pero
este diario es mi salvación. Es la única cosa que es toda mía. De nadie
más.
Bajando del árbol, me sonrojo hasta las raíces de mi pelo rubio.
Ahora que estoy de pie, la humedad de mis bragas es imposible de
ignorar. Recordándome a mí misma que nadie puede verlo, atravieso

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la calle hasta mi edificio de apartamentos. Subo las escaleras, paso
por delante de unos niños que juegan con sus teléfonos y llego a
nuestro piso en la segunda planta. Los seis entramos y salimos tan a
menudo a lo largo del día que dejamos la puerta sin cerrar, así que
simplemente la abro con la cadera...
Y me detengo.
Mi madre está llorando en el sofá y mi padre se pasea delante de
ella.
— ¿Por qué no me dijiste que habías perdido el trabajo?— llora.
—Podríamos haber compensado el alquiler de otra manera, pero ahora
no hay tiempo.
Es entonces cuando me fijo en el aviso de desahucio de color
amarillo brillante que descansa sobre la mesa de centro y la sangre de
mis venas se convierte en hielo.
—Mamá...— susurro, haciendo que levante la cabeza y se fije en
mí por primera vez. — ¿Nos van a echar?
Se seca las lágrimas. —Vamos a pensar en algo, cariño.
Sin embargo, cuando el día se convierte en noche, mis padres se
encuentran con un callejón sin salida tras otro. Ninguno de nuestros
amigos o familiares puede prestarnos dinero. Nada de lo que poseemos
es lo suficientemente valioso como para empeñarlo. Mis hermanos no
pueden convencer a sus trabajos de salario mínimo para que les
adelanten el sueldo. Debemos más de lo que podríamos reunir en poco
tiempo y, Dios mío, nunca había oído llorar a mi padre, pero ahora sí.
Vamos a quedarnos sin hogar.
Una lágrima cae de mis ojos, dejando una mancha en la página
de mi diario, un sentimiento de impotencia se instala en mi interior.
Estoy en el armario del dormitorio de mis padres, un lugar al que suelo
acudir para conseguir la suficiente intimidad para escribir con el uso
de una linterna.
No espero que la puerta se abra tan repentinamente y doy un
grito, cerrando de golpe mi diario y accionando la cerradura. —Mamá.
— digo, mirando su rostro manchado de lágrimas. — ¿Estás bien? ¿Se
te ha ocurrido algo?

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Durante un largo momento, solo me mira fijamente, con una
expresión inescrutable. — ¿Puedes salir de ahí para que podamos
hablar, Shelby?
—Por supuesto. — Salgo a rastras de debajo de la ropa colgada
y me pongo de pie, dejando que me guíe hasta la cama, donde nos
sentamos una al lado de la otra. — ¿Qué pasa?
Mi madre entierra la cara entre las manos. —Shelby, no te
pediría que hicieras esto si hubiera otra opción. Pero... el tiempo se va
a acabar. — Su voz comienza a hincharse de lágrimas. —Este
apartamento es nuestro hogar. No tengo ni idea de adónde iremos.
—Está bien, mamá. — Le aprieto el antebrazo. — ¿Qué quieres
preguntarme?
Exhala un largo y lento suspiro. —Shelby, siempre has sido una
especie de marimacho, corriendo por ahí trepando a los árboles,
ensuciándote. Pero ya no eres una niña y... muchos hombres del
barrio se han dado cuenta. Tus hermanos han tenido que sacar
bastantes dientes últimamente.
— ¿De verdad?— Mi mandíbula está en mi regazo. — ¿Por qué?
—Porque cuando algunos hombres encuentran atractiva a una
mujer, lo expresan diciendo cosas groseras sobre su cuerpo. No está
bien, pero así son las cosas. — Sacude la cabeza para despejarla. —
Lo que quiero decir es que eres increíblemente hermosa, Shelby.
Atractiva en formas que yo nunca fui. Y... me odio por preguntar esto,
pero me pregunto si esa belleza podría hacernos ganar algo de tiempo
con el propietario.
Mi ceño está fruncido, tratando de descifrar su significado.
Todavía no he entendido la revelación de que me consideran guapa. Ni
siquiera me cepillo el pelo la mayoría de los días. Y mis pies suelen
estar sucios por haberme olvidado de llevar zapatos. ¿Acaso las
mujeres no tienen que llevar perfume y vestidos para ser consideradas
bellas? —No lo entiendo. ¿Cómo puedo conseguir algo de tiempo?
—Puede que no funcione. — Mi madre se moja los labios
nerviosamente. —Pero... oh Dios, no puedo creer que esté diciendo
esto. Pero algunos hombres, Shelby, perdonarán una deuda si sus...
necesidades sexuales son satisfechas. Por una mujer. Por... ti.

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El calor comienza a vibrar en mi vientre. Si eso no es una prueba
de que he caído en la tentación, nada lo es. Debería estar horrorizada
por lo que mi madre me está pidiendo que haga. En cambio, estoy
descaradamente ansiosa. Emocionada. — ¿Quieres que me vaya a la
cama desnuda con el propietario?
Esa es la única forma que conozco para describir lo que he visto
accidentalmente entre mis hermanos y sus novias. Dos personas en
la oscuridad, masturbándose y haciendo sonidos raros en las
sábanas. ¿Por qué la idea de hacer eso con Alistair hace que mi
feminidad se apriete con fuerza?
—Sí. — susurra mi madre, con una lágrima rodando por su
mejilla. —Eso es lo que te pido. Te pido que intercambies el placer de
tu cuerpo, tu... virginidad... para evitar que nos desalojen. Estamos
tan desesperados. Si hubiera otra opción...
Se detiene y pienso, realmente pienso, en lo que se me pide. Me
piden que me ofrezca al diablo para que mi familia no se quede en la
calle. Haría cualquier cosa para evitarlo, por supuesto. Cualquier
cosa. Pero...
— ¿Y si dice que no, mamá?— Pregunto, mirando mis viejos
vaqueros cortados. Mis rodillas sucias. La forma en que sobresalen
mis pechos, puntiagudos y pequeños. A diferencia de las mujeres que
veo en las revistas con pechos magníficamente redondos. — ¿Querrá...
esto?
Una risa cínica la abandona. —Oh, yo no me preocuparía por
eso. — Señala la puerta del dormitorio. —Ve a ducharte. Tenemos
trabajo que hacer.

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Capítulo 2
ALISTAIR

No sé qué me hace levantar la vista de mis papeles, a través de


la ventanilla empañada por la lluvia de la limusina. Desde ayer, siento
un picor entre los omóplatos. Algo punzante bajo el cuello almidonado
de mi camisa de vestir. Si yo creyera en las tonterías del hocus pocus,
incluso podría pensar que es una premonición.
Desde que ayer tuve la sensación de ser observado, no he podido
concentrarme en el trabajo, y no me gusta este tipo de distracción. Al
fin y al cabo, el trabajo es lo único en lo que vale la pena concentrarse.
Así que cuando levanto la vista de los informes de alquiler en mi regazo
y veo a la chica caminando bajo la lluvia, me digo que no es mi maldito
problema.
Ya me han dejado bajo la lluvia antes. Literal y metafóricamente.
Solo es el fin del mundo si uno permite que lo sea.
Y ciertamente no me permití la autocompasión.
Sea quien sea esta desconocida, no debería haber sido tan
estúpida como para olvidar su paraguas. Tal vez aprenda la lección de
quedarse tirada en este largo tramo de carretera sin asistencia. Dios
sabe que cuando me enfrenté al mismo obstáculo, decidí cambiar mi
vida. Decidí no volver a quedarme tirado bajo la lluvia y no lo he hecho.
A los treinta y un años, me marcho ahora.
Ignorando el escozor en mi pecho -y a pesar de mi mejor esfuerzo
por ignorar a la chica- me inclino hacia adelante en el asiento trasero
para ver mejor cuando pasamos.

—Alto.
Esa orden ladrada al conductor sale de un hueco profundo e
intacto dentro de mí. Mientras miro fijamente la visión al otro lado de
la ventanilla, el picor entre mis omóplatos se apaga y se detiene por
completo. Eso no me gusta. No me gusta nada. ¿Quién es esta...

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criatura? Está empapada hasta la piel, su delgado vestido se amolda
a un cuerpo apretado y joven. El largo cabello rubio está pegado a sus
hombros, cuello y frente.
Y está sonriendo.
No me doy cuenta de que me he acercado al máximo al cristal
hasta que mi aliento entrecortado empaña la ventana y me impide ver.
Maldiciendo de impaciencia, abro de golpe la puerta trasera y salgo
abotonando mi traje. Una acción que normalmente realizo por
costumbre, pero que esta vez sirve para ocultar mi erección.
Joder. No recuerdo la última vez que una mujer en concreto se
me puso duro.
He estado con mujeres, por supuesto, pero prefiero la eficacia de
mi propio puño. Es rápido y no requiere ninguna conversación. Solo
practico el sexo o la masturbación para satisfacer las necesidades de
mi cuerpo. No para disfrutar. Y mucho menos por amor. En resumen,
me sorprende encontrarme dolorosamente hambriento de esta chica
en cuestión de segundos.
Mi chaqueta está cada vez más empapada mientras intento
distinguir el color de sus pezones a través del fino vestido. Con una
orden interior de ponerme en orden, vuelvo a buscar mi paraguas en
la limusina, lo abro y me dirijo a la rubia encharcada.
Al acercarme, me indigno cuando me asalta una inusual ola de
simpatía. La chica no puede tener más de dieciocho años. ¿Quién
demonios la ha dejado vulnerable aquí, con nada más que un slip?
Porque Dios mío, es vulnerable. Si alguien con intenciones más
siniestras pasara por aquí, ella estaría en serio peligro, esta hermosa
y frágil cosita.
Tal como está, no estoy seguro de que esté a salvo de mí.
De cerca, mi atracción arde aún más. Ella es nada menos que
angelical. Nunca he visto una boca tan deliciosa, una piel que pide las
manos de un hombre. Tetas diseñadas para revolver el cerebro de un
hombre menor. Ojos verdes muy abiertos. Es una fantasía sexual y,
sin embargo, su inocencia le da un aire de estar casi... fuera de los
límites de un bastardo como yo.
Demasiado dulce para mancillarla.

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De repente me cuesta tragar. — ¿Qué carajo haces aquí afuera
en la lluvia?— gruño, mucho más fuerte de lo que pretendía.
Su sonrisa se atenúa. Parpadea. —Ca-caminando, señor.
Señor. Esa palabra vibra a través de mí, dejando una
destrucción sensual a su paso. —Caminando. ¿Desde dónde?
—De casa. Solo fui a dar un paseo. No sabía que iba a llover,
pero...— mira al cielo y el sol elige ese momento para asomarse entre
las nubes, bañando su cara de luz. —No me importa. No hay que temer
a la lluvia. Solo significa que los ángeles están viendo una película
triste.
— ¿Los otros ángeles, quieres decir?— Dios, no quise decir eso
en voz alta. La sangre que ha dejado mi cerebro y se ha reubicado en
mi ingle obviamente me está afectando mentalmente. Eso casi califica
como un cumplido y no los reparto. Decir cosas bonitas a la gente hace
que quieran quedarse y no me interesa la compañía. Estar solo es mi
estado preferido. — ¿Supongo que crees que te voy a ofrecer mi
paraguas? No lo voy a hacer. Siempre hay que estar preparado para
una tormenta.
La chica asiente. — ¿Ahora hablas del tiempo?— susurra. —O...
¿has aprendido esa lección en la vida?
Qué... raro que sea ella la que lleva un vestido transparente y,
sin embargo, yo sea el que se sienta completamente expuesto aquí.
Hay algo en ella que me hace sentir descubierto. Como si pudiera ver
a través de mí. ¿Quizás realmente cayó del cielo? —Las dos cosas. —
murmuro, respondiendo finalmente a su pregunta. — ¿Siempre haces
preguntas tan personales a los desconocidos?
Ella lo considera. —No conozco a muchos desconocidos.
—Obviamente, no. — le digo. —No reconoces el peligro que
suponen cuando estás sola, caminando con este...— Le rozo con un
dedo el corto dobladillo del vestido. —Trozo.
Cuando vuelvo a centrar mi atención en sus cremosos muslos,
me sorprende encontrar sus ojos cerrados y su respiración
entrecortada. ¿No será porque le he tocado el vestido? —Oh, no lo sé.
— murmura. —No todos los extraños que pasan por aquí son malos.

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Uno de ellos podría ser un hombre amable que comparte su paraguas
conmigo.
—No voy a compartir mi...— Levanto la vista con asombro para
descubrir que ahora estoy cubriendo su cabeza con mi paraguas.
Poniéndonos a los dos debajo de él. Demasiado cerca para mi
tranquilidad. Huele a manzanas frescas.
La chica suelta una risita ante la consternación que no he podido
ocultar. —No le diré a nadie que eres un blandengue. No te preocupes.
La estoy sermoneando sobre seguridad, pero el giro que está
provocando en mi pecho es doblemente peligroso. Esta interacción
puede no ser nada para ella, pero es lo más que he conversado con
alguien fuera de mi trabajo en años.
No permito que nadie se acerque. No me gusta la gente. Son
perezosos, engañosos, oportunistas, egoístas. Sus verdaderos colores
siempre se muestran al final. Por eso no siento ni una pizca de
remordimiento cuando desalojo a mis inquilinos. Nadie es realmente
bueno o digno de empatía. Por no hablar de que he estado en el fondo
del barril sin ni siquiera dos centavos para frotar y he construido un
imperio inmobiliario de mil millones de dólares. Si no pueden
conseguir mil dólares para el alquiler, pueden llorar.
El hecho de que esta chica haya atravesado mis defensas no me
gusta. No me gusta que desafíen mi indiferencia. Especialmente no me
gusta la pizca de satisfacción que tuve cuando me llamó amable. No
lo soy.
Por alguna razón, quiero que lo sepa.
— ¿Crees que soy un blando?— Mi voz es engañosamente suave
cuando el resto de mí es tan duro. — ¿Sabes por qué me detuve?
— ¿Por qué?— dice ella, pareciendo contener la respiración.
No te atrevas. Es inocente. Sin embargo, digo las palabras de todos
modos. Quiero alejarla. Ahora. Me ha pillado con las paredes abajo y
eso es la máxima invasión, empeorada porque ansío que vuelva a
ocurrir. —Me detuve porque reconozco un coño apretado cuando lo
veo. — Enmarco su mandíbula con mi mano derecha, inclinando su
rostro sonrojado hacia el mío. —Me gustaría follarte a cuatro patas,

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aquí mismo, en medio de la carretera, pequeña. Tan duro como
puedas soportar. ¿Todavía crees que soy un blandengue?
—No. — jadea, el verde de sus ojos se profundiza hasta alcanzar
un tono del color del bosque. —No lo creo.
Ignoro el arrepentimiento que me apuñala en el cuello. —Bien.
Saca su barbilla de mi agarre, me rodea y continúa caminando
por la carretera, con los brazos rígidos a los lados. Me quedo
estupefacto por la sensación de pérdida que experimento sin ella
delante, y luego me doy la vuelta y voy tras ella. —Sube a la limusina.
Ahora.
— ¿Por qué iba a hacerlo?
— ¿Qué tal para que no cojas una pulmonía?— Gruño. —O para
que no te secuestren.
— ¿O para que me den una paliza de rodillas en medio de la
carretera?— pregunta remilgada por encima del hombro, el dolor baila
en sus ojos.
Más remordimientos se acumulan en mi cabeza. —He dicho que
me gustaría hacer esas cosas, no que vaya a hacerlo. — digo entre
dientes, siguiéndole los pasos. —Deja de alejarte inmediatamente y
dime tu nombre.
—Ya que lo has preguntado tan amablemente, soy Shelby.
Shelby Bishop. — dice, girando de nuevo para mirarme. —No lo
entiendo. ¿Por qué quieres que piense que eres terrible y grosero? ¿No
puedes ser simplemente el hombre que comparte su paraguas?
—Shelby Bishop. — Ese nombre me produce una sensación de
déjà vu tan extraña que me siento ligeramente mareado. Sacudo la
cabeza para despejar la sensación. —Soy Alistair Kent.
Se cruza de brazos, frunciendo esos labios picados por las
abejas, y mi polla se pone más dura que el puto acero en mis
pantalones. —No has respondido a mi pregunta, Alistair.
¿Es mi imaginación o mi nombre sale de su lengua como si lo
hubiera dicho un millón de veces? —Me hiciste una pregunta
personal. No respondo a ellas. — Empieza a girarse de nuevo, pero la
cojo por el codo. —Si esta vez hago una excepción, ¿te subirás a la

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limusina? Yo... me encuentro deseando que te calientes y te alimentes.
Inmediatamente.
Y siendo mimada hasta la saciedad, empapada de diamantes,
perlas y de mi venida.
Algo de la ira desaparece de sus ojos. —Contigo todo es
'inmediato'. ¿Alguna vez tienes que esperar por algo?
—No. — Mi respuesta la hace sonreír, cruzar los brazos y
esperar. Por la respuesta a su pregunta, supongo. ¿No puedes ser el
hombre que comparte su paraguas? Hay un resquicio de incomodidad en mi
garganta cuando respondo. —Compartir un paraguas puede parecer
un pequeño gesto, pero hace que esperes más de mí...
emocionalmente. No tengo nada que dar en ese sentido. — Mi
mandíbula está lo suficientemente tensa como para romperse. —Sin
embargo, si vienes a casa conmigo, tengo posesiones que harán que el
hecho de que sea un imbécil parezca irrelevante.
Una línea se forma entre sus cejas. — ¿Crees que no me
importará que seas malo solo porque tienes cosas bonitas, como una
limusina de lujo?
—Exactamente.
Su sonrisa es trémula. —Te equivocas.
Arqueo una ceja. —Demuéstralo. Ven conmigo y quédate una
noche en mi casa. Seguiré siendo un cabrón total mientras te mimo y
veremos si realmente quieres irte por la mañana.
Haciendo acopio de su confianza, alarga la mano para
estrecharla. —Es un trato, Alistair.
Mi mano se desliza alrededor de la suya y la estática sube por
mi brazo. Y como nuestro trato me da permiso para ser mi típico ser
despiadado, la atraigo contra mí con fuerza, aplastando sus dulces
tetas contra mi pecho. —Acabas de hacer un trato con el diablo,
pequeña. — le digo con rudeza, agachándome y arrojándola por
encima de mi hombro. Con ella balbuceando en estado de shock, me
doy la vuelta y vuelvo hacia la puerta abierta de la limusina,
imaginándola ya en mi casa. En mi cama. —Ya no hay vuelta atrás.

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Capítulo 3
SHELBY

Es increíble lo rápido que mi plan se fue por la ventana una vez


que me encontré cara a cara con el hombre con el que se supone que
estoy haciendo el trueque. Mi cuerpo por nuestra casa. O mejor dicho,
es el plan de mi madre el que no estoy ejecutando. Ella es la que me
dejó a menos de un kilómetro de la mansión cerrada de nuestro
casero, aconsejándome que recorriera el camino indefinidamente con
la esperanza de que Alistair se detuviera para ofrecer ayuda.
Pensamos en llegar simplemente a su casa y pedir hacer el
intercambio, mi virginidad a cambio de cancelar el desahucio, pero mi
madre no creyó que eso funcionara con un hombre tan astuto como
Alistair.
Tendrás que meterte en su piel primero, cariño.

Hacer que sea imposible para él decir que no.

Si alguien puede hacerlo, eres tú.


Empapada en el caro asiento de cuero de la limusina, no sé si lo
estoy consiguiendo. Alistair me observa desde el extremo oscuro del
vehículo, con sus largas piernas estiradas frente a él, un ceño fruncido
en su rostro duramente atractivo mientras me considera, con los
dedos en un campanario frente a su boca.
Es realmente mezquino. Crudo. Exigente. Ni siquiera reconoce
mi apellido, el de la familia que ha decidido desalojar.
Pero como siempre, como cada vez que ha venido a mi barrio a
recoger el alquiler, intuyo que hay mucho más bajo la superficie. Más
allá de todas las cicatrices que rodean su corazón. En el fondo, es el
tipo de hombre que no podría evitar sostener el paraguas por mí.
¿Cuándo sabré si estoy bajo su piel?

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Una parte de mí quiere soltar la verdad ahora: que soy una de
las inquilinas que está echando. Que he venido a ofrecerle sexo para
que deje que mi familia se quede. Pero, ¿y si dice que no y mi tiempo
con él se acaba tan rápido como empezó? Perderé mi única
oportunidad de llegar al hombre que se esconde bajo el exterior
diabólico. Perderé mi oportunidad de conocerlo. De pasar tiempo en
presencia del hombre con el que he estado soñando desde la primera
vez que lo vi.
Solo un poco más. Entonces le explicaré.
Le diré la verdad y aceptaré su decisión.
El sonido de la grava crujiendo, seguido de un zumbido
mecánico, me hace mirar por la ventanilla, encontrando la limusina
atravesando dos altas puertas de hierro forjado. Luego subimos a toda
velocidad por un largo camino de entrada arbolado, y la casa más
grande que he visto en mi vida aparece al doblar la esquina. — ¿Ahí
es donde vives?— susurro, girando en el asiento. — ¿Solo?
—Dios, sí. Benditamente solo.
— ¿Nunca te sientes solo?
—Nunca. — Sus ojos son tan intensos, se posan en cada parte
de mí a la vez, su mano baja para ajustar la hebilla de su cinturón de
oro. —Es a lo que estoy acostumbrado. No conozco otra cosa. No estar
solo nunca se me ocurriría.
Eso me suena terriblemente triste, pero me guardo mi simpatía
para mí, intuyendo que no sería bien recibida. —A veces también me
gusta estar sola. Me meto en el armario de mi madre para escribir en
mi diario. — Tropiezo con la última palabra, preocupada por haber
dicho algo que pueda revelar que soy una inquilina. Pero este hombre
no conoce a las personas que viven en sus edificios. Para él solo somos
números en un libro de contabilidad. No tiene ni idea de la gente que
vive entre sus paredes. —Creo que nada puede ser mejor que el
silencio, pero entonces abro la puerta del armario y huelo el pollo
asado de mi madre. Y oigo a mis hermanos discutiendo por el mando
a distancia y es... mi casa.

Sotelo, gracias K. Cross


—Qué bien por ti. — Se remueve en su asiento. —Se me ocurre
que no te he preguntado tu edad. Si sigues escribiendo en un diario,
quizás seas más joven de lo que pensaba.
—Tengo dieciocho años. — Mis mejillas se calientan ante la
acusación de que mi afición favorita me hace inmadura. —La gente de
todas las edades puede escribir en un diario.
Se hace el silencio. Luego: —Supongo que tienes razón. — Se
aclara la garganta con fuerza. —Si gente como los generales de guerra
o los filósofos antiguos no escribieran en diarios, nos estaríamos
perdiendo trozos de historia.
La temperatura de mi cara se enfría.
¿Se da cuenta Alistair de que ha dicho eso para hacerme sentir
mejor? La respuesta podría ser sí o no, según su ceño fruncido. — ¿No
hay algo que hagas para relajarte y ordenar tus pensamientos?—
pregunto.
Una sonrisa maligna le hace ver el labio superior. — ¿De verdad
quieres saber la respuesta a eso?— Se me corta la respiración, aunque
no sé exactamente a qué se refiere. Solo intuyo que es de naturaleza
sexual. Antes de que pueda interrogarlo, se ríe en voz baja y continúa.
—Podría decirte que nado en mi piscina, que juego al tenis en mis
pistas o que viajo, pero estaría mintiendo. El placer lo obtengo
comprando inmuebles y ganando dinero. Eso es todo. No necesito
nada más.
La limusina se detiene en ese preciso momento.
Nos miramos fijamente a unos metros de distancia hasta que el
conductor abre la puerta y Alistair se apea, extendiendo la mano por
la abertura y esperando a que la coja. Y lo hago. Y entonces soy un
desastre empapado con los zapatos chapoteando, subiendo los
escalones de una mansión palaciega.
El corazón se me acelera en el pecho ante la sola idea de entrar.
Es más grande que todos los edificios de mi manzana juntos, y algo
más. No hay adornos ni toques hogareños en el exterior. Es
estrictamente de ladrillo rojo y hierro forjado. Una puerta alta e
imponente que se abre cuando nos acercamos, y un ama de llaves con
el labio superior rígido se hace a un lado para permitirnos la entrada.

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Alistair me coge de la muñeca y me guía por el umbral, hablando
enérgicamente con la mujer mayor perfectamente peinada. —Esta es
Shelby. Se quedará conmigo esta noche. Tendrá lo que quiera, cuando
lo quiera. ¿Está claro?
—Muy claro, señor. — El ama de llaves se vuelve hacia mí, sin
mostrar ninguna reacción a mi ropa mojada. — ¿Hay algo que pueda
traerle, señorita?
Comienzo a declinar, por supuesto. Me han educado para hacer
cosas por mí y por mis mayores. No al revés. Pero Alistair prometió
mimarme como una tonta y hay dos palabras que han estado
susurrando en mi cabeza desde que las pronunció en la limusina.
Piscina.
—Me encantaría ir a nadar. — digo.
Alistair se detiene en el acto de quitarse la chaqueta. — ¿Ahora?
¿No preferirías entrar en calor después de haber estado bajo la lluvia?
—Eso suena bien, pero... nunca he visto una piscina en casa de
alguien. Bueno, solo en la televisión. — Sintiéndome algo patética, me
abrazo con fuerza a los codos. —Hay una piscina comunitaria cerca...
cerca de donde vivo, pero siempre está llena. No puedes nadar dos
metros sin chocar con alguien y los productos químicos me queman
los ojos. He pensado que estaría bien, si no da problemas.
Alistair me mira con extrañeza, de una manera que no puedo
descifrar. —Por supuesto que no es ninguna molestia. — Me da la
impresión de que quiso sonar más cortante de lo que era. —
Necesitaremos una toalla caliente abajo, Pauline. Y una bata.
—Sí, señor. ¿Debo buscar un traje de baño para la señorita
Shelby?
Un músculo se mueve en su mejilla, esos ojos depredadores
recorriendo la parte delantera de mi vestido indecentemente
transparente. —Eso no será necesario.

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 4
ALISTAIR

¿Por qué insiste esta chica en intentar hacerse querer por mí?
Se queda boquiabierta al ver mi salón y la cocina de la planta
baja de camino a la piscina, parándose a mirar y girando en círculos
lentamente. Se tropieza con los muebles porque está muy distraída
con las lámparas de araña montadas en los altos techos. No me gusta
la forma en que se me aprieta el pecho con estas cosas. Es extraño y
alarmante.
¿Quién es esta chica?
Quiero saberlo todo sobre ella, hasta su tipo de sangre, pero al
mismo tiempo me aterra saber demasiado. Hacerla demasiado real
para mí. Ya estoy fuera de mi zona de confort al tenerla en mi casa
durante la noche. Me dije a mí mismo que solo quería follarla, pero
aquí estoy, dándole un tour por mi casa. Necesitando verla nadar.
Queriendo darle esa cosa de la que ha sido privada.
Esos impulsos son una señal de advertencia de que esta chica
está entrando en territorio desconocido. Aprendí hace mucho tiempo
que los apegos personales son una debilidad. El deseo de afecto, de
conexión con otra persona, solo conduce a la decepción. Así que tengo
que recordarle que eso no va a suceder, y recordarme a mí mismo en
el proceso. Es por el bien de ambos.
Entramos en el solárium de la planta baja y las luces del
atardecer se encienden automáticamente, tiñendo la piscina de un
tono verde iridiscente e iluminando la vegetación que rodea la piscina
ovalada. Un toque de humedad persiste en el aire, así que empiezo a
aflojarme el cuello de la camisa, deteniéndome en la reacción de
Shelby.
— ¿Tu piscina está adentro?— Sus ojos verdes brillan de
asombro, con las manos unidas bajo la barbilla. —Esto... esto es lo
más bonito que he estado nunca.

Sotelo, gracias K. Cross


Jesús.
Para mí, es ella.
Es la cosa más hermosa que he visto nunca.
Un objeto invisible me está clavando en la garganta.
Esto no sirve. Esto no es bueno.
—Ven aquí. — le ordeno, apuntando con un dedo hacia ella.
Mi tono áspero hace que se sobresalte un poco, pero acorta la
distancia entre nosotros y se detiene entre el borde de la piscina y yo.
Bañada por el resplandor verdoso de la piscina, se ha vuelto aún más
encantadora, pero ignoro el impulso de besar a la chica, dándole la
vuelta y bajándole la cremallera del vestido.
— ¿Qué estás haciendo?— pregunta sin aliento.
—No vas a nadar con ropa, ¿verdad?
—Um. Yo, um...
—No. No lo harás. — Le quito la prenda húmeda por encima de
los hombros, gimiendo para mis adentros ante la perfecta inclinación
de su espalda desnuda, la hendidura de su columna vertebral, el
oleaje de sus caderas cuando arrastro el vestido sobre ellas, revelando
un culo que convierte mi polla en puto plomo. Nunca en la historia ha
habido un ser humano más exquisitamente formado. El tanga, de
color nude, se entierra entre sus nalgas, como si deseara entrar en ese
culo tanto como mi polla.
Nada puede impedir que mis palmas rocen sus costados, viendo
cómo la piel se le pone de gallina mientras le acaricio las tetas por
detrás, amasándolas con firmeza, y la hinchazón de sus pezones
contra mis palmas casi me hace eyacular.
De repente, me doy cuenta de que el ama de llaves entra en la
zona de la piscina con la toalla y el albornoz que le pedí, pero no hago
ningún movimiento para dejar de tocar a Shelby, que respira
entrecortadamente ante la intrusión e intenta apartar mis manos.
No hay manera de que eso ocurra. La atraigo de nuevo contra mí
y masajeo sus dulces pechos con el doble de posesión. —Esta es mi
casa. Hago lo que quiero dentro de ella. — Coloco mi boca caliente y

Sotelo, gracias K. Cross


abierta en un lado de su cuello y siento cómo se estremece. — ¿No te
advertí que era un bastardo, Shelby?
— ¿Alistair?— susurra temblorosa.
Le acaricio los pezones, y me adelanto para meter su culo en mi
regazo, y lo acaricio lentamente, gimiendo. — ¿Sí?
— ¿Estamos... es esto sexo?— El color sube por su nuca hasta
su pelo rubio. — ¿Estamos teniendo sexo ahora mismo?
Me quedo atónito en silencio, mis manos se calman. — ¿Hablas
en serio?
—Sé que suele ser en la oscuridad. — Sus palabras se precipitan
en una maraña. —Pero podría ocurrir en la luz, ¿no? Sea lo que sea.
Me hace falta mucha fuerza de voluntad para dejar de jugar con
su precioso conjunto de tetas, pero suelto las manos y la giro para que
me mire. El bonito rubor de sus mejillas hace que me cueste tragar y,
de nuevo, esa sirena de advertencia se enciende en mi mente. Pero
tengo que ignorarla por ahora, porque parece que esta chica que he
recogido en el arcén desconoce por completo las relaciones sexuales.
Dios mío. ¿Me pone enfermo saber que seré el primer hombre en darle
placer?
—Shelby, créeme. Sabrás cuando tengamos sexo. — digo solo
para sus oídos, esperando a que Pauline salga de la habitación antes
de continuar. Tomando la mano de Shelby entre las mías, la guío hasta
mi polla, siseando un suspiro cuando me palpa por curiosidad. —Lo
sabrás porque eso va a estar dentro de ti. — Traslado su tacto a la
costura de sus bragas, frotando los dedos allí y escuchando su gemido.
—Aquí, nena. Estaré dentro de esto.
Exhala apresuradamente. —Mi... m-mi madre no me lo dijo. Ella
debe haber asumido que yo sabía...
—Tal vez ella planeó tener la charla pronto. Tal vez pensó que
había tiempo. — Presiono sus dedos a su clítoris, burlándome de él a
través de sus bragas. —No podía saber que te ibas a encontrar con el
diablo en la carretera.
—Deja de decir que eres el diablo. — jadea, con los ojos vidriosos.

Sotelo, gracias K. Cross


—Es cierto. — gruño, metiendo una mano en sus bragas y
agarrando su coño. —Pero esto me va a llevar al cielo por un tiempo,
¿no es así?
Luchando por respirar, Shelby se aparta de mí, pareciendo que
va a correr. Dios, ni siquiera la culpo. Estoy siendo un auténtico hijo
de puta con este dulce ángel. Pero tiene que saber, maldita sea. No
hay nada aquí para ella. Soy un recipiente que solo está diseñado para
llevar el odio. Y aun así, creo que si ella corre, la perseguiré y me
disculparé. No entiendo qué demonios me está haciendo.
Antes de que pueda adivinar sus intenciones, se gira y salta a la
piscina. Su pelo rubio se extiende hacia la superficie, sus miembros
se deslizan por el agua con gracia, haciéndola parecer más etérea que
nunca. Todavía puedo sentir la forma de su coño en mi mano y, con
un sonido urgente, froto esa palma contra la bragueta distendida de
mis pantalones, a punto de correrme solo de pensar en Shelby en mi
cama, con sus muslos abiertos para mi disfrute. Dios, voy a...
¿Por qué no ha vuelto a subir?
Mi corazón pierde el ritmo y empieza a acelerar sin control.
¿Cuánto tiempo lleva bajo la superficie? ¿Unos buenos veinte
segundos? ¿Cerca de treinta? Ha mencionado una piscina
comunitaria donde vive, pero no ha dicho si sabe nadar. ¿Y si
normalmente solo vadea en la parte poco profunda? Toda mi piscina
tiene tres metros de profundidad.
—Shelby. — grito, quitándome ya la camiseta. Me quito los
zapatos y me sumerjo en el agua, con el miedo helándome las venas.
La adrenalina me impulsa hacia ella. No dudo en rodear su cintura
con un brazo y patear hacia la superficie, anticipando ya la
reanimación boca a boca.
¿Por qué no le pregunté si sabía nadar? Hice esto, tratando de
llevar a casa lo irredimible que soy. Tuvo que tirarse a la puta agua
solo para alejarse de mí.
Llegamos al borde de la piscina y la dejo con cuidado a un lado,
salgo tras ella, arrodillándome sobre la fría piedra, mareado de
preocupación. —Maldita sea, Shelby. — Con manos inseguras, inclino
su cabeza hacia atrás, preparándome para soplar en sus pulmones.
—Lo siento. No me hagas esto.

Sotelo, gracias K. Cross


Abre un ojo y sonríe, susurrando tan bajo que casi no puedo
oírla por encima de mi pulso. —Uh oh. — El agua de la piscina rueda
por sus sienes. —Te pillé siendo un buen hombre otra vez.
El shock me invade. Seguido de un alivio como nunca he
conocido.
Luego, el respeto que reservo para un adversario digno.
Y por último, la ira.
¿Cómo se atreve a exponerme así? Ni siquiera sé lo que va a
encontrar si retira otra capa y eso no puede permitirse en absoluto.
Es hora de apartarla de una vez por todas. No puedo arriesgarme a
que siga esperando que sea bueno. Que sea el tipo de hombre que
salva a la gente... o que le importe una mierda. Cuando un hombre se
preocupa por alguien, es solo cuestión de tiempo antes de que esa
persona lo abandone. Antes de que el negocio de los sentimientos le
explote en la cara.
—No soy un buen hombre. ¿Quieres descubrirlo por las malas?
Por mí está bien. — digo con rigidez, poniéndome de pie y alcanzando
un gran mechón de su pelo rubio, tirando de ella, jadeante, para que
se ponga de rodillas y luego de pie. La conduzco sin delicadeza hacia
una hilera de tumbonas y la empujo para que se siente al final de una
de ellas, negándome a reconocer la voz en mi cabeza que me dice que
me detenga. Que me arrepentiré de lo que voy a hacer. —Abre tu boca
de mocosa para mi polla. — digo con voz ronca, bajando la cremallera
de mis pantalones. — ¿Mamá no te ha hablado de sexo? Estás a punto
de recibir una educación.
A pesar de mis duras órdenes, me sorprende encontrarla
observando cómo me bajo la cremallera con ojos ansiosos, su lengua
se desliza por su labio inferior para mojarlo rápidamente. ¿Está...
excitada? ¿Qué hace falta para que esta chica me desprecie? La traje
aquí, confiando en que podría seducirla con mi riqueza, pasar la noche
follando con ella y separarme por la mañana sin enredarme. ¿Por qué
no coopera?
Me saco la polla, la desplazo de lado a lado sobre su exuberante
boca y luego empujo la carne dura entre sus labios, sin darle la
oportunidad de prepararse o respirar. Mi gemido resuena en las
paredes de la sala de la piscina, mis dedos se hunden en su pelo

Sotelo, gracias K. Cross


mojado. La imagen que hace, con sus ojos inocentes clavados en mí y
su boca estirándose en torno a mi pene, casi me deshace por completo.
Tanto es así que tengo que concentrarme en no llenar su boca de
semen antes de que haya llegado a más de la mitad.
—Esta habría sido una conversación difícil de tener con mamá,
¿eh?— Mantengo su cabeza firme y me hundo más profundamente,
mis pelotas ya empiezan a cosquillear. —Esto es lo que piensan los
hombres cuando te miran. El cartero, tu abuelo vecino. Sonríen y
conversan contigo, pero todos quieren que se la chupes.
Increíblemente, veo cómo sus manos suben por sus muslos
desnudos, hacia el tanga empapado que ahora es una segunda piel en
su coño, sin dejar nada a la imaginación. Las yemas de sus dedos
rozan el interior de sus muslos, su boca empieza a tomarme en serio,
sus labios me prueban, deslizándose hacia arriba y hacia abajo, un
gemido femenino creciendo en su garganta.
A continuación, sus manos encuentran sus tetas, mirándome a
través de sus pestañas mientras hace rodar sus pezones distendidos
entre las palmas de sus manos, su pecho comienza a agitarse.
—Oh, mierda. — murmuro con fuerza, devorando el espectáculo.
—Oh, Dios mío.
Apenas soy consciente de empujar en su boca sexy, más rápido,
más rápido, follando entre sus labios regordetes, el placer es tan
enorme que mi columna se retuerce de arriba a abajo, haciendo que
mi visión se doble. Oh, joder. ¿Qué está pasando? Quería castigarla con
esta mamada. Tomar lo que necesitaba, egoístamente, como hago todo
lo demás.
En lugar de eso, estamos juntos en esto.
Trabajando febrilmente hacia el placer. Principalmente el mío,
ya que estoy martilleando su boquita caliente y ella está recibiendo la
mayor parte de mí, moviendo la cabeza a este increíble ritmo que
hemos diseñado sin decir una palabra.
Con sus ojos cómplices sobre mí, estoy desnudo, vulnerable. No
hay nada que me proteja de lo que esta chica me hace sentir, y
arremeto contra ella. Maldita sea, no puedo evitar arruinar el
momento perfecto por puro instinto de conservación.

Sotelo, gracias K. Cross


Le aprieto el pelo con brusquedad y la presiono más de lo que
creo que puede soportar. —Si no te estás ahogando, pequeña, lo estás
haciendo mal.
Shelby tose alrededor de mi polla, sus ojos lagrimean, pero no
obtengo ningún placer de ello. De hecho, en ese momento, me odio
más a mí mismo que al mundo.
La vergüenza es como un grillete alrededor de mi cuello mientras
me retiro, alejándome a trompicones de su expresión de
consternación. Cierro y abrocho mi erección desenfrenada en mis
pantalones de vestir. No se me ocurre nada que decir. Todo suena mal
en mi lengua, ninguna disculpa sería suficiente. Casi he obligado a
esta inocente chica a darme placer y ella ha tenido el suficiente
corazón para perdonarme, para participar y disfrutar, aunque sea
inocente de los hombres.
Dios.
Mi familia tenía razón al dejarme a un lado de la carretera y no
volver jamás.
Pasando una mano por mi labio sudoroso, salgo a grandes
zancadas de la habitación antes de poder hacer algo completamente
autodestructivo como abrazarla, besarla, pedirle que me enseñe a ser
bueno. Eso es imposible.

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 5
SHELBY

Me aprieto el cinturón alrededor de la mullida bata de color


crema y me arrastro por el aparentemente interminable pasillo. En
realidad no hay razón para arrastrarse, pero los techos son tan altos,
el arte de las paredes parece tan caro y hay un silencio inquietante.
Me siento como si estuviera en una biblioteca o en un museo, así que
intento no hacer ningún ruido, propósito que se ve facilitado por las
gruesas alfombras dispuestas en el suelo del pasillo.
¿Adónde voy? No tengo ni idea, y puede que incluso me haya
perdido. Después de que Alistair saliera de la sala de billar, le seguí
unos instantes más tarde y enseguida me perdí en el laberinto que
Alistair llama hogar. ¿Quién necesita tantas habitaciones? ¿O cuartos
de baño, para el caso? Cada uno de ellos está impecable y decorado
de forma costosa, a la espera de que alguien llegue y lo disfrute. Sin
embargo, nadie lo hará nunca, porque el hombre que posee esta casa
está tan dañado por dentro que solo consigue ahuyentar a la gente.
Cuando Alistair se bajó los pantalones delante de mí, pude ver
sus intenciones con toda claridad. Que Dios me ayude, saber que
estaba tratando de asustarme solo me hizo desearlo más. ¿Qué me
pasa? El hombre prácticamente forzó su sexo endurecido en mi boca
y no pude ni siquiera enfadarme con él. O indignarme. Todo lo que
quería era curar su dolor. Tal vez sea yo la dañada.
Casi grito cuando una figura aparece frente a mí al final del
pasillo. Por una fracción de segundo, creo que es Alistair y la
esperanza salta en mi pecho, pero una luz se enciende e ilumina a
Pauline en su lugar. Al recordar que ella fue testigo de cómo Alistair
me masajeaba los pechos por detrás, me arde la cara. Pauline, sin
embargo, aparece igual que antes. Serena e indiferente.
—Señorita Shelby, me han pedido que me asegure de que cene.
¿Hay algo específico que le gustaría?— Señala la habitación a mi
izquierda. —Puedo hacer que lo suban a la biblioteca, si lo prefiere.

Sotelo, gracias K. Cross


El ama de llaves cree que he terminado intencionadamente
frente a la biblioteca, en lugar de acabar aquí por error en mis
extravíos, y le sigo el juego para evitar más vergüenzas. —Claro, eso
estaría muy bien. Gracias. — Me humedezco los labios, dándome
cuenta de que, de hecho, me muero de hambre. —Cualquier cosa que
tengas a mano es perfecta.
—Oh, ahora, danos un reto, querida. — dice Pauline, dándome
una cálida sonrisa. —El hombre de la casa come las mismas siete
comidas de forma rotativa. El chef se aburre mucho. ¿Cuál es la
comida que más te gustaría en el mundo?
—Brownies. — suelto. —Con nata montada. Fresas. Un gran
vaso de leche. Es demasiado...
Pauline me interrumpe con una carcajada. —Es perfecto. Por
favor, ponte cómoda en la biblioteca y volveré enseguida.
—Gracias.
Sin más remedio que entrar en la oscura y tenebrosa habitación
del pasillo, empujo la alta y chirriante puerta y busco en la pared el
interruptor de la luz. Cuando los globos escarchados cobran vida en
el techo, solo puedo quedarme con la boca abierta. Es enorme.
Estantes y estantes de libros recorren las paredes. Varios están
abiertos en un escritorio de la esquina. Otros están apilados en mesas.
Grandes y mullidos sofás están dispuestos bajo las ventanas y metidos
en las esquinas. Y lo único que puedo pensar es en lo perfecto que
sería este lugar para escribir mi diario.
Ya ha caído la noche por completo, así que proyecto una larga
sombra en el suelo de la biblioteca mientras me dirijo de puntillas
hacia la pared de libros más cercana, dudando solo un momento antes
de subir la escalera sujeta al techo. Atrapando mi labio inferior entre
los dientes, cedo a la travesura y me empujo, haciendo navegar la
escalera en diagonal de un extremo a otro de la biblioteca, con mi risa
resonando en las paredes.
— ¿Te diviertes?— La voz profunda y aterciopelada de Alistair
llega desde la puerta y jadeo, casi cayendo un puñado de metros de la
escalera. Cuando me doy la vuelta, está a mitad de camino en el suelo
de la biblioteca, con la mano extendida y la cara sin color. —Por Dios.
Bájate antes de que te rompas tu bonito cuello.

Sotelo, gracias K. Cross


—Sí, señor. — digo automáticamente en respuesta a su tono
autoritario. Sin embargo, tan pronto como las palabras salen de mi
boca, quiero darme una patada.
No debería apresurarme a conceder los deseos de este hombre
después de lo ocurrido, ¿verdad? Crecí con dos hermanos mayores y
matones del barrio. Estoy hecha de una materia más dura que la
mayoría. Levantando la barbilla, me detengo en el acto de bajar de la
escalera.
—Si no te hubieras acercado a mí como un bicho raro, no me
habría casi caído. — digo por encima del hombro. Luego tiro mi cabello
casi seco por si acaso.
— ¿Yo soy el bicho raro?— Resopla. —Eras tú la que andaba de
puntillas por mi casa como Nancy Drew intentando resolver un
misterio.
Señor, ¿acabarán alguna vez las humillaciones? — ¿Me estabas
observando?— No espero a que responda a esa pregunta tan obvia. —
Tal vez así es como una persona normal camina por una casa grande,
oscura y vacía...
Me interrumpo cuando sus manos se posan en mi cintura y me
sacan de la escalera. Un segundo más tarde, mis pies aterrizan
suavemente en el suelo y soy atraída de nuevo contra el pecho de
Alistair, con su aliento rozando mi pelo. —Tienes razón. —
Lentamente, sus brazos me rodean, como si estuviera probando cómo
se siente. —Esta casa es grande, oscura y vacía. Eso nunca fue más
evidente que cuando te oí... reír. — Su trago es audible. —No he venido
a discutir contigo.
La conciencia me recorre la piel, sobre todo cuando su boca
abierta se arrastra por detrás de mí oreja, explotando esa zona
sensible de la piel. — ¿Por qué has entrado aquí?
—He intentado no hacerlo. — Suena frustrado. —Pero este... no
sé, este ardor en mi estómago no se va. Ha estado ahí desde lo que
pasó abajo. Creo que es culpa. — Es obvio que la admisión fue
dolorosa. —No sé qué hacer al respecto.
¿Por qué su honestidad hace que me flaqueen las rodillas? —
Podrías disculparte.

Sotelo, gracias K. Cross


—Nunca me disculpo. — Su pecho se agita dos veces contra mi
espalda. —Pero si quisiera disculparme, ¿cuál sería la forma adecuada
de hacerlo?
—Dirías: 'Lo siento, Shelby'.
Su burla me echa el pelo hacia delante. — ¿Palabras? Las
palabras no significan una mierda.
—Para mí sí. — Hace un sonido de desacuerdo y empiezo a
alejarme, pero su mano se desliza dentro de mi bata, recorriendo mi
vientre, apretando mi cadera. Ese toque deja un rastro de lava a su
paso, mi núcleo se aprieta con calor entre mis piernas. —Qué...—
Respiro, luchando por mantener el orden de mis pensamientos. —
¿Qué ha pasado para que pienses que las palabras no significan nada?
Su mano deja de moverse en mi vientre. —Ya estamos otra vez
con las preguntas personales. — Intento zafarme de sus brazos, pero
me sujeta con fuerza, maldiciendo en voz baja. —Mi familia no podía
permitirse alimentarnos a todos, hace tiempo, ¿bien? Yo, mi madre y
dos hermanas, que eran gemelas. Mi padre era un hombre patético
que creía que su banda de rock acabaría teniendo una gran
oportunidad. Incluso después de una década sin éxito real. No paraba
de decirnos que nuestro gran día de pago estaba a la vuelta de la
esquina, pero solo era una excusa para malgastar el dinero y pasarse
la noche bebiendo con sus amigos. — Me acerca, como si necesitara
más fuerza. —Yo era el mayor. Era el que más comía, el que más
rápido crecía y el que más veces necesitaba ropa nueva. Pero mi peor
transgresión fue ir bien en la escuela, haciendo que mi padre se
sintiera inadecuado. Y así, una tarde, votaron para echarme.
Mi jadeo suena fuerte en la silenciosa biblioteca. Me doy la vuelta
en el círculo de los brazos de Alistair y entierro mi cara en su garganta,
sin saber qué decir, qué hacer. Solo sé que estoy aquí en este momento
para darle consuelo.
—Él coaccionó a mi madre y a mis hermanas para que me
votaran. Dependían de sus escasos ingresos y de nuestra vida... era la
supervivencia del más fuerte. Cuando mi padre se apartó a un lado de
la carretera y me arrojó a la lluvia, lloraron y se disculparon, pero sus
palabras no significaron nada, ¿verdad? El voto, la traición, seguía en

Sotelo, gracias K. Cross


pie. Así que nunca me disculpo, Shelby. Las acciones son las que
importan.
—Siento que te haya pasado eso. — le susurro en el hombro, con
el calor pinchando el interior de mis párpados. —Lo odio.
—No, ángel. Deja el odio para mí. — Me acaricia el pelo. —Eres
demasiado... buena para una emoción tan fea. Eres demasiado buena
para... lo que le hice a tu inocente boca. — Su mano se cierra alrededor
de la longitud de mi pelo rubio, enrollándolo alrededor de su puño y
tirando firmemente, haciéndome gemir. —Vas a hacer que quiera ser
un hombre mejor, ¿verdad? Maldita sea, Shelby. — Inhala contra mi
garganta. —Maldita seas.
—Ya eres un hombre mejor. — susurro. —Solo ahuyentas a la
gente para que no puedan hacerte más daño.
— ¿Por qué no funciona contigo?— dice con voz ronca,
separando nuestros labios unos centímetros. — ¿Por qué... no quiero
que funcione?
—No lo sé. — digo, incapaz de apartar mi atención de su boca
escultural y masculina. —Pero me alegro mucho.
Nos miramos fijamente durante largos momentos, nuestras
respiraciones son cada vez más agitadas, su gran sexo se engrosa
contra mi estómago. Rápidamente.
Del mismo modo, se producen acontecimientos cruciales en todo
mi cuerpo. Estoy mojada y dolorida entre las piernas, me duelen los
pezones de tanto tiempo de estar duros. Pero lo más intenso de todo
es la reacción de mi corazón a que Alistair se exponga a mí
emocionalmente. Al escucharlo ser honesto, vulnerable. Todas esas
veces que le anhelé mientras estaba sentada en mi árbol y, por fin,
tengo acceso a lo que hay en su interior. Es más profundo y está más
dañado de lo que podría haber imaginado, y todo lo que quiero es más
de él. Quiero que él tome más de mí a cambio.
Es en ese momento, cuando se inclina para besarme, cuando
recuerdo lo que realmente estoy haciendo aquí. Estoy aquí para
ofrecer mi cuerpo a cambio de indulgencia con mi familia.
Si le digo eso ahora, justo después de su confesión, me odiará.

Sotelo, gracias K. Cross


Oh, Dios. ¿Qué debo hacer?
Mi vacilación hace que se forme una línea entre las cejas de
Alistair. Abre la boca para decir algo, pero en ese mismo momento
suena la voz de Pauline.
—Por favor, disculpe la intromisión. Tengo un Brownie para la
señorita Shelby.
La mandíbula de Alistair se flexiona, pero asiente. —Muy bien,
ahora comerás. — gruñe, usando su agarre en mi pelo para llevar mi
oreja a su boca. —Pero después de eso, pequeña. Te voy a comer
directamente.

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 6
ALISTAIR

Esta casa se siente diferente con ella dentro.


Nunca he querido estar cerca de otra persona... en absoluto.
Y mucho menos con tantas ganas. Ella es como un latido
constante en medio de un vendaval, su pureza, su seguridad, me
acercan. Más cerca.
Pensé que hablarle de mi pasado podría hacerle entender por
qué soy tan cabrón y por qué seguiré siéndolo. Pero se calló cuando
intenté besarla. ¿He arruinado todo lo que podría pasar entre
nosotros? Si pudiera retroceder el reloj una hora y cambiar mis
acciones, lo haría. Permitiría la perfecta exploración de su boca en mi
polla sin convertirla en algo forzado.
Mejor aún, bajaría sobre ella en su lugar.
Mi polla ya está dura por estar cerca de Shelby, pero se hincha
dolorosamente cuando pienso en meter mi lengua entre sus muslos.
Eso sí que sería una disculpa efectiva. Mucho mejor que las palabras.
Pero primero, tengo otro impulso que no es propio de mí. Quiero... ser
sensible con esta chica. Sea lo que sea que eso signifique. Como ella
reveló abajo, no sabe nada de sexo y sabiendo eso, debería haberme
tomado más tiempo para introducirla en las necesidades de la carne.
—Gracias, Pauline. — digo enérgicamente. —Puedes dejar el
Brownie e irte.
Mi ama de llaves hace lo que le pido, dejando el postre en una
mesa auxiliar junto a uno de los sofás del centro de la biblioteca, y
vuelve a salir de la habitación sin decir nada. Con la mano en la
espalda de Shelby, la guío hasta el sofá y la siento. Luego cojo el plato
y ocupo el lugar que hay inmediatamente al lado de ella, tallando un
bocado en el tenedor y mojándolo en nata montada.

Sotelo, gracias K. Cross


—Abre. — digo, acercando el trozo de Brownie a sus labios. —
Quítate de la boca el sabor de mi comportamiento.
Acepta el bocado y lo mastica lentamente, sus ojos verdes se
vuelven soñadores por el sabor. —Sabes, no tienes toda la culpa.
Siento haber fingido que me ahogaba.
—Si no recuerdo mal, intentaste darme la disculpa perfecta. —
digo con voz ronca, con la atención puesta en los sensuales
movimientos de los labios y la garganta de Shelby. Me cuesta un gran
esfuerzo dejar de contemplar la mitad inferior de su cara y servirle otro
bocado.
— ¿Es esa una forma normal de disculparse para las mujeres?—
pregunta.
—Nunca he tenido una relación lo suficientemente larga como
para tener una discusión con una mujer, ni he querido hacerlo. No
tengo ni idea. — La forma en que me mira con una expresión seria,
como si esperara que le enseñara, me hace suavizar mi tono. —No, no
diría que es típico. Pero cuando... las parejas tienen una discusión,
asumo que el sexo es una forma de reconectar. Así que no está
descartado.
Asiente, con aspecto pensativo mientras consume su siguiente
bocado. —Esas pistas. Mis hermanos se pelean con sus novias todo el
tiempo. Y luego se meten en el dormitorio un rato y... y cuando salen,
todo se soluciona.
—Lo dudo. — digo secamente. —Acaban de correrse, Shelby.
Una línea aparece en su frente. — ¿Qué es correrse?
Este pobre ángel. Necesita desesperadamente una educación
sobre los hombres y las mujeres. Este tipo de cosas requiere paciencia,
amabilidad, y carezco de ambas cualidades. Pero soy el único aquí.
Además, la idea de que otra persona le hable a mi ángel de follar hace
que mi temperamento se encienda. Mataría a otro hombre por hablar
con ella de algo de esto.
¿Qué demonios me está pasando?

Sotelo, gracias K. Cross


De repente, tiro el plato a un lado y la subo a mi regazo,
orientándola hacia mí a horcajadas, gimiendo interiormente por la
presión caliente de su coño en mi regazo.
—Correrse. — Le quito el cinturón de la bata y se la abro de un
empujón, apenas oyéndola por encima del sonido de mi pulso. Joder.
Maldito Cristo. Es casi obscenamente sexy. Sin tocar. Flexible, joven y
dulce. Y soy dolorosamente consciente en este momento de que no me
permití correrme después de que ella me diera la cabeza. Mis bolas se
están llenando hasta el punto de ruptura, todo por ella. Lo que me
hace. —Correrse significa alivio sexual, Shelby. Cuando ponga mi
polla dentro de tu coño, vamos a frotarlos juntos. Mucho. A veces
rápido, a veces lento. Mi polla va a empujar profundamente, deslizarse
hacia fuera y volver a profundizar. — Rozo con mi pulgar la húmeda
hendidura entre sus piernas, con la respiración entrecortada por tener
esta conversación con ella, hablando con tanta franqueza sobre lo que
vamos a hacer juntos. —Ambos somos muy sensibles en estos lugares,
ángel. Cuando creamos fricción aquí, estamos construyendo algo.
— ¿Qué?— respira, mirando mi pulgar con asombro.
—Tengo una semilla dentro de mí, nena. La planto dentro de ti.
— Le quito la bata de los hombros, dejándola totalmente desnuda, y
vuelvo a meter los dedos en su coño abierto, encontrando su clítoris
con la yema del pulgar. —Se va a sentir muy bien cuando lo haga.
Para los dos. Porque voy a estar acariciando este pequeño capullo,
follándote hacia un orgasmo.
—Orgasmo. — jadea Shelby. — ¿Esa es otra palabra para
excitarse?
—Sí. — Lentamente, nos doy la vuelta y acuesto a Shelby en el
sofá, memorizando la imagen erótica que hace, desnuda y sonrosada
en el sofá de mi biblioteca, con el pelo rubio abanicado alrededor de
su cabeza. Despojándome de la camisa, busco el plato cercano,
mojando el dedo en la nata montada y dejando un rastro de la
cobertura blanca y batida por el centro de sus pechos y su vientre. —
También puedo hacer fricción con mi lengua, ángel. Y antes de que
preguntes, no sé si así es como se disculpan los hombres. — Lamo a
lo largo del camino de la crema batida, hasta su ombligo, haciendo

Sotelo, gracias K. Cross


girar mi lengua en la hendidura. —Pero así es como voy a disculparme
contigo.
El aroma del coño inocente tiene mi polla rígida como la mierda
en mis pantalones, pero por una vez, ignoro mis propias necesidades
en nombre de las de otra persona. Porque ella es... importante. Para
mí. A pesar de mis mejores esfuerzos para evitar que esto suceda.
Cada segundo que pasa me llega un poco más, el afecto se agolpa en
mí yugular, el hambre sexual me vuelve del revés. Todo a la vez. Todo
para ella.
—Abre las piernas para mí, Shelby.
Cuando la timidez la hace dudar, presiono con firmeza sobre sus
rodillas hasta que cede, separando la carne suave y húmeda entre sus
muslos y poniendo todo mi mundo patas arriba. He perseguido el
dinero desde que tengo uso de razón, pensando que la riqueza era el
único objetivo que merecía la pena para un hombre. Pero estaba
equivocado. No hay nada, nada que valga más la pena poseer que el
pequeño y sexy coño de Shelby. Rosa, desnudo excepto por una
pequeña mancha de pelo rubio, grita virgen.
Grita apretado.
Grita que es mío.
—Una vez que lamo esto, ángel, soy el único que lo lame. — Le
aprieto las rodillas para que se abra de par en par. — ¿Entendido?
—Sí, señor. — gime.
Mi gemido es lo suficientemente fuerte como para despertar a los
muertos. Mi personal me llama señor todo el día y, sin embargo,
cuando Shelby lo hace, casi me corro en los pantalones, mi boca se
aferra con avidez a su coño, chupando su suave carne, inhalando la
pura feminidad hasta que puedo saborearla en el fondo de mi
garganta. No la hago esperar hasta la primera pasada de mi lengua
por la hendidura de su sexo, deteniéndome en su clítoris y
presionando, presionando, antes de burlarme de él con rápidos roces.
— ¡Oh!—Sus muslos se sacuden, tratando de cerrarse alrededor
de mi cabeza, pero los mantengo abiertos. Los mantengo anchos.
Porque no voy a dejar ni un centímetro sin tocar. Esto es un reclamo.
—Al-Al-Alistair. Qué es... oh, por favor, por favor. Sigue.

Sotelo, gracias K. Cross


¿Como si pudiera quitar mi lengua de este paraíso?
Mi polla quiere entrar. Palpita con tanta fuerza que estoy
jodidamente mareado, follando los cojines del sofá como un animal en
celo. Retiro mi mano de donde ha estado manteniendo sus piernas
abiertas, rodeando su entrada con mis dedos anular y corazón.
Recogiendo nuestra humedad combinada y usándola para empujar
esos dedos en su agujero virgen, mis caderas bombean más rápido,
más desagradable, cuando su sexo apretado hace un sonido
sofocante.
—Mojada y preparada, cosita. — gruño entre lametones a su
clítoris, mis dedos entrando y saliendo de ella, ignorando la
resistencia. La estiro todo lo posible para que me acepte. Y me tomará.
No poseer a Shelby ahora, esta noche, me convertiría en un loco.
Necesito tenerlo. Necesito tenerla. —Ni siquiera sabías que tu coño podía ser
lamido, ¿verdad, ángel? Ahora estás rogando por ello, meciéndote
sobre mi lengua. Cachonda y apretada. Maldita sea.
¿Es mi discurso sucio lo que la hace estremecerse sobre mi
lengua, su respiración entrecortada sobre mí? Sus dedos se hunden
en mi pelo y tiran de él, con sollozos puntuales que salen de su boca.
—Alistair. Creo, creo...
No necesita decirme que está ahí, a punto de romperse. Su
cuerpo está comunicando el mensaje muy bien. Las caderas se
mueven, los dedos se desesperan, su agujero se aprieta alrededor de
mis dedos. Y entonces su espalda se arquea salvajemente, un grito de
sorpresa rebota en la biblioteca, la dulzura inunda mi lengua, cubre
mis dedos. Su orgasmo es lo mejor que he probado en mi vida y me
acerco a la fuente con avidez, con las pelotas peligrosamente a punto
de perder su contenido. Tanto que me agacho y me bajo la cremallera
con una mano temblorosa para dar un respiro a mi erección.
Esa urgencia de mi cuerpo es la que me hace subirme encima de
Shelby, sacando mi polla y frotándola por el valle de su coño, la semilla
brotando de mi punta y goteando sobre ella, volviéndome loco por
meter el resto en lo más profundo, en lo más profundo de ella. Tan
cerca de su vientre como pueda. —Voy a correrme dentro de ti. — le
digo con rudeza en su boca quejumbrosa, dándole un beso agresivo
que devuelve con entusiasmo, con sus piernas rodeando mi cintura.

Sotelo, gracias K. Cross


—Voy a follarte hasta el fondo, pequeña. No puedo evitarlo. Tú me has
hecho esto.
Esta vez, me besa y mi corazón vibra en mi pecho, latiendo por
primera vez en quince años. Por primera vez desde que decidí que estar
solo era más seguro. Pero no me siento solo cuando me acaricia la
cara y me da su lengua, su coño húmedo y dispuesto debajo de mí
como una ofrenda. Desesperado, humillado, lo acepto. Introduzco mi
polla hinchada en su abertura centímetro a centímetro, mirando
fijamente sus ojos verdes mientras sucede. Mientras me convierto en
el hombre que se la folla. Que la mantiene.
—Me haces sentir mucho. Demasiado. — confieso
entrecortadamente, cediendo finalmente al hambre bestial y
bombeando en lo más profundo de su canal, gimiendo mientras se
contrae a mi alrededor, con sus sollozos llenando mis oídos. —Shhh,
ángel. Hace falta un poco de dolor de tu parte para que Papi se sienta
tan malditamente bien. Ojalá no tuviera que ser así. Quédate quieta y
pronto dejará de dolerte, cariño. Mi ángel. Te lo prometo.
Jesús, no reconozco mi propia voz. O las palabras que salen de
mi boca.
¿Papi?
¿Quién demonios es él?
No lo sé, pero en cuanto pronuncio ese título, su coño me
envuelve y aprieta, con la respiración entrecortada en su garganta. —
Papi. — susurra, levantando las caderas sin descanso. —Quiero que
mi Papi se corra.
Mi gruñido hace sonar los cristales de la ventana y no espero que
se cumpla. Ella lo está pidiendo con su coñito ordeñando y la forma
en que recita la educación que le di. El profesor se folla a la alumna
ahora. La golpeo con mis caderas, la penetración en el fondo de su
coño es una experiencia nueva cada vez. Gime debajo de mí, sus tetas
temblando por la fuerza de mis empujones, sus ojos vidriosos, nuestra
piel cada vez más resbaladiza por el sudor. Es la cosa más increíble
que he visto o tocado nunca y la envuelvo, enterrando mi cara en su
cuello, gruñendo salvajemente, necesitando más, más, más de ella.
Lamiendo su cara, sus hombros, cualquier lugar donde pueda meter
mi lengua, para reclamarla como mía.

Sotelo, gracias K. Cross


— ¿Te gustó que papi te lamiera tu apretado coño rubio, nena?—
Me agacho y acaricio ese pequeño cielo de carne, encontrándolo
hinchado por haber sido frotado por mi húmeda polla. Cuando
empiezo a moverlo, explotando su sensibilidad con la yema de mi
pulgar, su boca forma una O, su coño se acelera a mí alrededor,
preparándose para otro clímax. —Me lo comeré día y noche, solo tienes
que coger mi polla como una buena chica después.
—Eres...— Sus uñas se hunden en mis hombros, enviando un
placentero escozor directo a mis bolas. —Eres tan grande dentro de
mí. Tan duro.
—Solo para ti, pequeña. Tú lo hiciste así. — grito, la parte más
baja de mi espalda ondulando siniestramente, mis pelotas subiendo,
subiendo... y entonces... —Jodeeer. — Le subo las piernas por encima
de los hombros y me abalanzo sobre ella sin piedad, penetrando en su
apretado agujero, dejando que sus inocentes músculos trabajen para
sacarme el semen, llevándolo a su propio cuerpo, donde debe estar. —
Tómala profundamente, nena. Nena, por favor. Tan jodidamente
apretado. Dios mío.
Oigo a Shelby gritar, siento la humedad alrededor de mi polla, y
sé que está teniendo otro orgasmo. Ese conocimiento aumenta mi
propio disfrute, hace que mis caderas se sacudan y tengan espasmos,
mis dientes apretados para lidiar con el placer/dolor. En cierto modo,
sé que estoy siendo demasiado duro con su frágil cuerpo, pero no
puedo parar. No puedo parar hasta que todas las gotas están dentro
de ella, y algunas se escapan para rodar por sus muslos y los míos.
Hasta que por fin me dejo caer encima de ella, dejando que sus piernas
caigan a mis lados, libre de tensión por primera vez en tanto tiempo,
me asombra el cambio.
No es solo mi cuerpo el que entra en este estado de total olvido,
sino mi corazón.
Y en ese momento, sé que nunca, nunca la dejaré ir.

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 7
SHELBY

Me despierto sobresaltada en un lugar desconocido.


Lo último que recuerdo de anoche es que perdí el conocimiento
en el sofá de la biblioteca de Alistair. Tengo un vago recuerdo de que
me subieron por una escalera, pero ahí se acaban mis recuerdos.
Lentamente, abro un ojo y miro a mi alrededor, con los ojos
desorbitados ante la visión que me recibe.
En primer lugar, estoy en la habitación de un hombre. No hay
duda de ello.
Todo está decorado en tonos profundos, de cuero color chocolate
y verde caza. Estoy en el centro de una cama gigantesca con las
sábanas más suaves que he sentido nunca en mi piel, muy distintas
de las rasposas a las que estoy acostumbrada. La luz se asoma por
entre las pesadas cortinas y un antiguo ventilador gira perezosamente
en el techo. Esto es lujo.
También sospecho que es la habitación de Alistair. ¿Significa eso
que... ha dormido a mi lado?
Se me eriza la piel ante esa posibilidad. Por no hablar de cuando
pienso en lo que pasó anoche. Ya no soy virgen. Ni mucho menos. No
estoy segura de que sea posible que a una mujer le quiten la virginidad
tan... a fondo.
Con una sonrisa de oreja a oreja, me pongo boca abajo, entierro
la cara en la almohada y dejo que las imágenes se reproduzcan. Las
cuerdas del cuello de Alistair tensándose por encima de mí, sus
caderas agitándose, el ardor de la posesividad en sus ojos, dirigidos
directamente a mí. Como si el dolor entre mis muslos no fuera más
que suficiente para saber a quién pertenecía en esa biblioteca anoche.
Daría cualquier cosa por disfrutar de la sensación de haber
intimado con Alistair, pero, por desgracia, ahora tengo una nueva
preocupación con la que lidiar. Me perdí tanto en el propio hombre, en

Sotelo, gracias K. Cross


lo que me hace sentir, que olvidé hacer un trueque con él por mi
virginidad, y obviamente ahora es demasiado tarde. No puedo
deshacer lo que pasó...
Ni quiero hacerlo.
Alistair es mucho más que el casero diabólico que mi familia cree
que es. Es un hombre con cicatrices que no han sanado. Está
encerrado dentro de los muros que ha construido, pero es capaz de
derribarlos. Por mí. Increíblemente, por mí. Y creo que hará lo
correcto. Sin que yo le diga que es mi familia la que debe desalojar.
Anoche, pude sentir el cambio de corazón sucediendo dentro de él y
tengo que confiar en mis instintos. No necesita ser coaccionado o
convencido para cancelar el desalojo.
Solo necesita tiempo.
¿Conmigo?
Ya estaba medio enamorada de Alistair desde la distancia, pero
ahora... ahora que su dolor se me ha presentado con tanta honestidad,
ahora que hemos compartido una pasión tan conmovedora, ya puedo
sentir que mi corazón se hunde más. ¿Y si solo quería una noche? O
peor aún, ¿y si descubre que nos conocimos bajo falsos pretextos y
que mi intención era seducirlo para beneficio de mi familia? ¿Me
odiará?
Con un nudo en el estómago, lanzo las piernas por encima de la
cama y me pongo de pie. Solo hay una manera de arreglar esto, y es
decirle a mi familia que el plan se ha cancelado. Al menos así, si
Alistair quiere pasar más tiempo conmigo, podré estar con él sin culpa,
sabiendo que nunca puse el plan en marcha.
Girando en círculo, veo un teléfono en un pequeño escritorio en
la esquina de la habitación. Tras una breve vacilación, cruzo el suelo
y lo cojo, viéndome desnuda en un espejo de cuerpo entero del
armario. ¿Soy yo, con el pelo alborotado y las huellas del tamaño de
la punta de los dedos en mis muslos, hombros y caderas? La evidencia
de la brusquedad con la que Alistair me ha follado hace que la
humedad vuelva resbaladiza mi carne femenina. Mi boca se separa
para acomodar mi acelerada respiración.
Le llamé Papi.

Sotelo, gracias K. Cross


Se llamaba así a sí mismo.
No tengo ni idea de lo que significa que usemos ese nombre, solo
que anhelo volver a llamarle así. Entregarme a su cuidado, total y
completamente.
Sacudiéndome del trance, cojo el teléfono y marco el móvil de mi
madre. Normalmente llamaría desde mi móvil, pero no lo he traído
conmigo, pues mi madre supone que Alistair podría registrarlo y
descubrir que soy su inquilina. Mi parte en el engaño pesa en mi
estómago mientras espero el primer timbre...
La puerta del dormitorio se abre detrás de mí.
Vuelvo a colgar el teléfono de golpe en el auricular.
Alistair se detiene justo al lado de la puerta y su atención viaja
entre el teléfono y yo. — ¿Va todo bien?
—Sí. Solo estaba llamando a mi madre. — digo, negándome a
añadir más mentiras.
Asiente, se acerca más a la habitación, su mirada se desvía hacia
mi cuerpo desnudo y se calienta, volviendo su mirada casi negra. —
Tu familia probablemente se esté preguntando dónde demonios estás,
¿no?— Su sonrisa es casi juguetona, como si lo estuviera probando.
—Cuando tus hermanos se enteren de que has pasado la noche con
un hombre más de una década mayor que tú, ¿van a aparecer por
aquí queriendo darme una paliza?
Mis hermanos no estaban en el plan, así que...
—Tal vez. — me río. — ¿Puedes soportar eso?
—Después de que mis padres me dejaran, pasé bastantes noches
en la calle. Me he metido en más peleas de las que puedo recordar.
Pero, Shelby... si una pelea significa que pases muchas más noches
en mi cama, adelante. — Ser romántico casi parece avergonzar a
Alistair y sacude la cabeza para sí mismo, sus pómulos se oscurecen.
—Sin embargo, el enfrentamiento tendrá que esperar. Te voy a llevar
a París.
Ah, sí. Claro. Definitivamente se está metiendo conmigo. —Muy
gracioso.

Sotelo, gracias K. Cross


Inclina la cabeza. —Mi jet privado está esperando en el
aeródromo. Dúchate y ponte el vestido que llevaste ayer. Está en el
baño, Pauline lo ha lavado. — Su expresión es de simpatía fingida. —
Desgraciadamente, tus bragas no se han podido salvar. Me temo que
tendrás que volar sin ellas.
Mi cabeza sigue dando vueltas a mil por hora. — ¿Hablas en
serio sobre París? No puedes hablar en serio. ¿París, Francia?
De repente, pasa de ser juguetón a ser francamente intenso, su
mandíbula se flexiona severamente. —Hablo muy en serio, pequeña.
— Se acerca a mí lentamente, con tal autoridad que irradia de sus
duros hombros que no me atrevo a moverme. —Vas a ser mimada
hasta la saciedad y te van a follar hasta la saciedad. Cuando dije que
ibas a pasar muchas noches más en mi cama, me refería a todas ellas.
No habrá fecha de finalización.
Dos emociones conflictivas luchan por la supremacía dentro de
mí.
Una es un alivio inmenso, sin diluir. Él me quiere tanto como yo
a él. Puede que incluso me necesite. Permanentemente.
Dos, ¿seguiría queriendo estar conmigo si supiera que me
propuse seducirlo?
No importará que no haya seguido adelante. Que me entregué a
él con un corazón puro. Solo verá la mentira. La traición.
Me pondrá en la misma categoría que su familia.
Y sintiendo lo que siento por Alistair, estar separada de él me
aterra.
—Llama a tu madre y dile que volverás en una semana. — dice
Alistair, con el móvil sonando en su bolsillo. Con una maldición,
comprueba la pantalla. —Es uno de mis administradores de
propiedades, tengo que cogerlo. — Me da otra de esas miradas
fulminantes, con la lengua mojando la comisura de los labios. —Llama
a tu madre. Dúchate. En cuanto subamos al avión, te abordaré,
Shelby. Así que hazlo rápido.

Sotelo, gracias K. Cross


Lo único que puedo hacer es quedarme con la mandíbula en el
suelo cuando se gira y sale de la habitación. Pero cuando Alistair llega
al pasillo, le oigo contestar al teléfono. —Sí, Ken. ¿Qué pasa?
¿Ken?
Es el administrador de nuestro edificio.
En el mayor silencio posible, me arrastro hacia la puerta y
escucho la conversación aunque Alistair se aleja cada vez más de mí.
—Ya. Olvidé que el desalojo está previsto para mañana. — Hace una
pausa. —Aplázalo una semana. No quiero complicaciones mientras
estoy fuera de la ciudad.
Una sonrisa de júbilo curva mi boca.
Lo sabía. Ya está cambiando, volviéndose menos despiadado.
Porque desde que recuerdo, nunca se ha aplazado un desahucio.
Ni siquiera por un día.
Si está posponiendo el desalojo de mi familia después de un día
de bajar la guardia, imagínate lo que traerá una semana entera.
Con un sonido de pura felicidad, navego de nuevo hacia el
teléfono para llamar a mi madre.

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 8
ALISTAIR

Hay algo que sucede dentro de mi pecho. Es una sensación de


descongelación. El frío se está derritiendo, y eso ocurre un poco más
cada vez que miro a Shelby.
La acompaño hasta la escalerilla de mi jet y miro al hombre que
carga el combustible por haberle mirado las piernas un segundo de
más. La posesividad se hunde en mí como putas garras y casi me
replanteo mi decisión de llevarla fuera de mi casa. Tal vez debería
recluirla en mi habitación durante al menos un mes, hasta que se
acostumbre a ser mía y solo mía. Hasta que sea tan adicta a mi polla
que se moje cada vez que oiga mis pasos acercarse.
Sin embargo, esas serían las acciones de un mal hombre.
Soy un hombre malo. Pero en algún momento de la noche,
mientras la veía dormir tan plácidamente, no quise seguir siéndolo.
Al menos, no para Shelby. Al diablo con todos los demás.
Se detiene a trompicones frente a mí, retorciendo el dobladillo de
su vestido con las manos. Me acerco a ella y miro, encontrando su
boca en forma de O. — ¿Somos los únicos que vamos a volar en esto?
Podrían caber treinta personas.
Levanto una ceja. —Basándote en lo que sabes de mí, ¿crees que
podría soportar estar en un espacio reducido con treinta personas
durante seis horas?
—Nunca se sabe. — dice, inclinándose para pasar la punta del
dedo por el mullido banco de cuero gris. —Quizá si hablaras con la
gente, te darías cuenta de que no son todos terribles.
—No me interesa. — Noto que sus hombros se hunden
ligeramente ante mi respuesta y no me gusta. — ¿Esto es importante
para ti? ¿Que intente... soportar a la gente?

Sotelo, gracias K. Cross


—Estaba pensando en... mi familia. — Sus ojos verdes me miran
a través de sus pestañas. —Si voy a pasar todas las noches en tu
cama...
—Lo vas a hacer, Shelby. — digo con fuerza, con el pulso
acelerado. —No hay ningún “si” al respecto.
— Bien, entonces... si voy a vivir contigo...
— ¿Qué acabo de decir sobre si?— Gruño.
—Santo cielo, eres muy susceptible. Bien. Cuando viva contigo,
¿no crees que tendrás que conocer a mi familia en algún momento?
¿Honestamente? No había pensado en eso. En mi mundo, el
dinero organiza las cosas como quiero. Si quiero un avión tranquilo y
vacío, se hace. Si quiero espacio y soledad, se organiza. ¿Un inquilino
desalojado cuando no puede pagar lo que me debe por contrato? Se
van. Ahora quiero a Shelby toda para mí, pero las relaciones no
funcionan bajo los mismos principios que el resto de mi vida. Ella es
un ser humano que vive y respira y que ama a su familia. Si quiero
que sea feliz...
Tal vez tengo que aceptar que hay dos conjuntos de deseos aquí.
Ya no es solo uno.
Dios, estos sentimientos son un dolor de cabeza.
Mi suspiro fulminante la hace sonreír y cambio de opinión. Los
sentimientos que tengo por Shelby no son un dolor. Me hacen sentir
como si volviera a la vida después de vivir durante años en un oscuro
ataúd subterráneo. —Supongo que los veré de vez en cuando, sí. —
Hago una mueca. —Siempre que no me molesten.
—Seguro que lo harán. — dice Shelby, pero su sonrisa es
enorme.
Tardo un momento en darme cuenta de que le devuelvo la
sonrisa. — ¿Quién te crees que eres, pequeña?— Digo, invadiendo su
espacio personal y levantándola, gimiendo interiormente por la forma
en que sus piernas se envuelven automáticamente alrededor de mi
cintura. —Crees que puedes aparecer y reorganizar mi vida
meticulosamente organizada. ¿Es eso?

Sotelo, gracias K. Cross


Jadea con falsa indignación. —Yo soy la que ha sido secuestrada
a París.
— ¿Secuestrada?— Resoplo, la tumbo en el asiento del banco y
me acomodo entre sus muslos. —Sí, estoy seguro de que vas a odiar
el ático con vistas a la Torre Eiffel y el nuevo vestuario que te espera
allí. Estoy seguro de que sufrirás todos los postres que pienso darte
con la cuchara entre medias...— Me inclino y respiro en su oído,
moviendo mis caderas hacia adelante. —Una ronda tras otra de los
orgasmos que pienso proporcionarte.
Sus ojos se vuelven vidriosos y su voz se queda sin aliento. —
Intentaré quejarme lo menos posible...— Pasa un tiempo. —Papi.
Mi polla ya estaba rígida, pero palpita ansiosamente ante ese
título. Uno que no esperaba. Uno que solo se aplica a esta relación
única con Shelby, que tiene vida propia. —Háblame, ángel. — le digo,
besando su boca de puchero. —Cuando me llamas así, dime lo que
significa para ti.
Debajo de nosotros, el motor del avión retumba más fuerte y la
aeronave comienza a rodar. —Significa... que estás al mando. Pero...
al mismo tiempo...
— ¿Estoy envuelto en tu dedo meñique?
Un gemido sale de su boca. —Sí. La idea de eso me hace
sentir...— Se moja los labios, su espalda se arquea ligeramente. —
Sexy. Protegida.
—Lo estás. — gruño, arrastrando mi boca hasta su garganta,
lamiendo mi territorio, arrasando su sensible piel con mis dientes. —
¿Qué más significa para ti?— Pregunto, empezando a desabrochar la
parte delantera de su vestido con la mano izquierda.
Sus tetas suben y bajan. —Significa que me abrazarás cuando
tenga miedo. Como ahora.
Mi mundo se derrumba y arde. — ¿Tienes miedo?— Jesús, es
como si mi sangre hubiera sido reemplazada por ácido. Su miedo es
inaceptable. Tortuoso. — ¿Por qué, Shelby?
—Nunca he volado en un avión antes. — susurra con dificultad,
sus dedos se clavan en mi espalda. —No pensé que fuera a tener

Sotelo, gracias K. Cross


miedo, pero ahora que el avión se mueve, lo único que puedo pensar
es en lo alto que vamos a estar.
Ignorando mi polla palpitante, me siento y traigo a Shelby
conmigo, colocándola en mi regazo y meciéndola hacia delante y hacia
atrás. —Todo va a ir bien, cariño. Te lo prometo. Este avión es seguro.
Tú estás a salvo. No voy a dejar que te pase nada. Nunca. — Se
acurruca en mí, escondiendo su cara en mi garganta y, Dios mío,
siento como si me hubieran abierto el pecho de par en par. ¿Esto es
normal? —Shelby, por favor. Dejarás de estar asustada
inmediatamente. — digo, sonando sin aliento.
Levanta la cabeza y se le quita algo de miedo. De hecho, se ríe
un poco y la agitación en mi centro se alivia ligeramente. —No puedes
ordenarme que deje de sentir algo. Lo sabes, ¿verdad?
— ¿Puedo ordenarte que empieces a sentir algo?
— ¿Cómo qué?— pregunta.
—Como la felicidad. Conmigo. Ahora.
—Que tenga miedo en este momento no significa que no sea feliz
en general.
Procesé eso, sorprendido de encontrar que tiene un efecto
calmante en mi pecho. Quizás si me sumo a su felicidad, ésta eclipse
el miedo por completo. — ¿Qué más puedo hacer para hacerte feliz?
Me gustaría una lista, por favor.
Otra risita. — ¿Una lista?
—Sí. Ahora mismo.
Apoya su mejilla en mi hombro, con aspecto pensativo. —Me
hará feliz si intentas ser más comprensivo con la gente. Si les das la
oportunidad de ser algo más que engañosos. Como vas a hacer con mi
familia.
Accedería a cualquier cosa ahora mismo para que no le temblara
la voz. —Hecho. Le daré a la gente una pequeña oportunidad. ¿Qué
más?
—No necesito nada más. — susurra, acercándose a tocar mi
mejilla.

Sotelo, gracias K. Cross


Un sonido de desacuerdo me abandona. —Debe haber algo,
Shelby. Un sueño que tengas y que pueda ayudarte a cumplir...—
Cuando su mirada se dirige a su regazo, sé que he encontrado oro. —
¿Qué es?
Sus dientes se hunden en su delicioso labio inferior. — ¿Sabes
que me gusta escribir en mi diario? — Asiento y continúa. —Bueno,
siempre he querido diseñar mis propios diarios. Con letras especiales.
Personalizada para el dueño. ¿Es una tontería?
He vivido una vida amarga, pero debo haber hecho algo bien para
que esta bolita de sol aterrice en mi regazo. Y ahora que el miedo
parece haberla abandonado -parece que ni siquiera se da cuenta de
que estamos en el aire- la vuelvo a recostar en el amplio asiento de
cuero, presionando lentamente mi peso sobre ella. —No, ángel. Me
parece que es algo que da felicidad a la gente, como tú me la has dado
a mí. — Acerco nuestros labios y lamo su boca, deleitándome con el
sabor de su gemido. —Haré que suceda, nena. — murmuro con fuerza,
arrastrando mi boca por la curva de su cuello, recogiendo el dobladillo
de su vestido entre mis manos. —Todo lo que puedas soñar es tuyo.
Antes de que pueda volver a introducir mi lengua en su dulce
boca, susurra. —Eras tú, Alistair. Eres lo que más he soñado.
Oh.
Oh, Jesús. Joder.
Estoy enamorado de este ángel.
Es como si me apuñalaran en el pecho, pero el resultado no es
el dolor, es una ráfaga de euforia y ligereza. Es difícil respirar. Me estoy
hundiendo.
—Me tienes. — digo, mi desesperación por estar dentro de ella
alcanza un punto álgido. Necesito estar unido a ella, tan cerca como
sea humanamente posible. Para consolidar el hecho de que es mía.
Mía. Mía para siempre.
Con manos temblorosas, pongo a Shelby boca abajo, le subo el
vestido y se lo dejo alrededor de la cintura, mis palmas recorren su
trasero desnudo y flexible, mi gemido roto llena la cabina del avión.
Aprieto sus mejillas apretadas con la mano, empujándolas hacia
arriba para poder ver su coño mojado y empapado, y me pierdo. Estoy

Sotelo, gracias K. Cross


tan desesperado por follarla que el tiempo parece perder su estructura
mientras suelto su trasero y busco mi cremallera, bajándola y
subiéndome encima de Shelby al mismo tiempo.
—Abre los muslos. — le digo, bajándome los pantalones y los
calzoncillos, con el cinturón sonando fuerte. —Esta vez papi lo
necesita duro, ángel.
Cuando hace lo que le digo sin dudar ni un segundo, mostrando
todo ese bonito color rosa entre sus piernas, la semilla brota de la
cabeza de mi polla, dejando una franja en su precioso culo. Dios, es
tan jodidamente excitante. La visión de ella sola, la anticipación de
penetrarla, me lleva al límite. Sabiendo que no me queda mucho
tiempo antes de que mis pelotas abandonen la lucha, aprieto mi
erección y la aprieto contra su pequeño agujero tembloroso.
—Te encanta tenerme envuelta en tu dedo, ¿verdad? Así es como
lo haces. Tratándome con este maldito y apretado coño, nena. —
Hundo varios centímetros dentro de Shelby, sus gemidos ansiosos me
estimulan. Haciendo que quiera bombear fuerte, rápido.
Violentamente. —Tú me consientes, yo te consiento. Así es como
funciona. Tengo el dinero y tú tienes este caliente y joven coño de miel.
Shelby me da un susto al apretar su canal, un temblor salvaje
la atraviesa, un grito sale de su garganta. Se está viniendo y apenas
he llegado a la mitad de su interior. —Alistair. — grita, moviendo sus
caderas hacia atrás y apretando mi polla hasta el fondo, sacando un
siseo de mis labios. —Papi.
—Joder. — gruño, aplastándola contra el banco de cuero y yendo
a por todas, introduciéndola en su húmeda y apretada entrada con
fuerza, con fuerza, con mi respiración entrando y saliendo de mis
pulmones, con la vista doblada por la magnitud del placer. — ¿Te
gusta cuando hablo de mimarte?
—Sí. — jadea, su cuerpo rebota hacia adelante y hacia atrás en
el asiento, carne golpeando contra carne, cada vez más rápido. —
Podrías c-comprarme y venderme.
— ¿Venderte? Jamás. Ni por todo el dinero del mundo. — Gruño
en su cuello, mis rodillas empujan sus piernas para que pueda
penetrar más profundamente, y ahhh, mierda. Eso es. Ahora me tiene
todo y está aprovechando cada centímetro. — ¿Utilizaré mi riqueza

Sotelo, gracias K. Cross


para mantener este coño húmedo y una sonrisa en tu cara? Claro que
sí, nena. Compraría el privilegio de follarte con mi último centavo.
Shelby se agita debajo de mí, con las yemas de los dedos
arañando el asiento de cuero, cantando mi nombre una y otra vez, en
la agonía de un segundo clímax. Dios, sí. Sabía que era sensible, pero
esto va mucho más allá. O mi polla la golpea justo en esta posición o
soy yo hablando de comprarla. Y maldita sea, ¿qué tan caliente es que
esta casi virgen tenga una pequeña y sucia manía?
Me pongo a su altura y empujo mi boca contra su oreja. —Me
voy a correr lo suficientemente profundo como para dejarte
embarazada. ¿Me va a costar más?
El grito que sale de ella es frenético y hermoso. No hay forma de
que dure cuando su coño se aprieta con fuerza, sus músculos se
flexionan en oleadas alrededor de mi polla. Me atraganté con su
nombre, follando furiosamente, haciéndola subir al banco, gruñendo
en su cuello. Mientras tanto, sigue corriéndose, perdida en el
interminable tono del clímax. Y me uno a ella, quedándome ciego ante
el inmenso alivio, el caótico gozo de lo que me da. Solo ella. Solo ella
para siempre.
Hay alivio para mi cuerpo, sí, pero no para mi corazón.
Incluso después de que el último gramo de mi semen me
abandona, sigo recogiéndola, desesperado por acercarme. Para olerla,
lamerla, sentirla por todas partes, y permite mi nuevo ritual favorito,
permitiéndome darle la vuelta, arrastrar mi lengua por las colinas y
los valles de su cuerpo, marcando mi territorio, susurrando palabras
de reverencia.
Y entonces, cuando llego a su boca, no puedo contener la verdad.
—Te amo, Shelby.
Las lágrimas llenan sus ojos. —Te amo, Alistair. Yo también te
amo.
Con ese milagro, el hielo que queda en mi interior se derrite por
completo.

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 9
SHELBY

Ni en mis mejores sueños habría imaginado estar enamorada en


París.
Los relojes y los calendarios no existen. Solo hay día y noche y
Alistair.
Cuando llegamos al hotel, prácticamente tuvo que llevarme en
brazos por el vestíbulo porque me tropezaba con las cosas aturdida,
incapaz de creer lo que estaba viendo. Todo brillaba y resplandecía.
Lámparas del tamaño de un coche, fuentes interiores, gente
elegantemente vestida. Y nuestra habitación era aún mejor. Muebles
de color crema, obras de arte en las paredes, un balcón amueblado
con vistas a la mágica ciudad, la Torre Eiffel en la distancia.
Tardamos dos días en abandonar la enorme suite porque cada
vez que me vestía con uno de los nuevos trajes que me esperaban,
Alistair sentía la necesidad de quitármelo. Hicimos el amor en todas
las habitaciones de la suite varias veces. Por no hablar de en el balcón
y una vez en el ascensor privado al subir las escaleras tras la llegada.
Fiel a su palabra, Alistair me ha mimado mucho y he renunciado
a tratar de convencerle de que no necesito esos lujosos adornos.
Disfruta regalándome joyas, lencería de seda y dándome postres, y a
mí me gusta verlo feliz.
Sí, feliz. Eso es lo que es. Cada hora que estamos en París, se
siente más cómodo, sonriendo, riendo, siendo optimista. Antes me
parecía guapo, pero ahora que luce constantemente una sonrisa, con
el pelo despeinado por el sexo, pierdo el aliento cada vez que entra en
la habitación.
Bien, quizá soy parcialmente responsable de que nos quedemos
tanto tiempo en la suite.
Pero ahora estamos afuera, acaba de caer la tarde y estamos
paseando por el Sena. Llevo un vestido rosa pastel con la parte

Sotelo, gracias K. Cross


superior encorsetada y una falda vaporosa que me llega a las rodillas
y me hace sentir hermosa. Alistair no me quita la mano derecha de
encima, la apoya en mi cadera, luego en mi hombro, de vez en cuando
me agarra el pelo suelto y me obliga a mirarle a los ojos, como si me
recordara a quién pertenezco.
No necesito que me lo recuerde.
Alistair ya tiene mi corazón y está capturando rápidamente mi
alma. Con cada mirada, cada toque, cada noche que me abraza. Lo
único que me impide entregar cada parte de mí por completo... es el
hecho de que no le he dicho la verdad sobre quién soy y cómo nos
conocimos.
Pero en París, tan lejos de la realidad, cada vez es más fácil
olvidar.
Sobre todo ahora, cuando el sol se pone y París se ilumina a
nuestro alrededor, romántico y hermoso y lleno de historia, esperanza,
música. Acabamos de cenar en un restaurante oscuro a la luz de las
velas y estoy deliciosamente llena. Alistair me detiene en medio de una
elegante plaza, con una fuente de mármol, llena de agua y flores rojas.
Hay luces parpadeantes en lo alto. Estoy tan lejos de mi antigua vida
que cuando Alistair me coge por la cintura y me acomoda en el borde
de la fuente -y saca una caja de anillos de terciopelo negro- creo que
estoy soñando.
—Alistair. — respiro, con las manos volando hacia mi boca.
—Shelby. — Su garganta se resiente de la emoción.
Pero antes de que pueda decir otra palabra, aparece un hombre
a su derecha. Un hombre viejo y encorvado, con ropas andrajosas y
sin zapatos. Sostiene un antiguo violín en sus manos, con el cuello
parcialmente doblado.
Dice algo en francés rápido.
Ninguno de los dos responde y cuando se hace evidente que no
le hemos entendido, el hombre se repite en inglés.
— ¿Tocar música para usted y la señora?
Un destello de fastidio cruza la cara de Alistair. Comienza a
decirle al hombre que nos deje en paz, pero algo en su expresión

Sotelo, gracias K. Cross


cambia. Y en lugar de espantar al hombre, Alistair asiente. —Sí.
Gracias.
Es entonces cuando ya no puedo evitar que mi alma se convierta
en la de Alistair. Porque él no solo me ama, me desea... me escucha.
Me escuchó cuando le pedí que fuera más paciente con la gente, se
preocupó lo suficiente como para intentarlo.
Sus acciones se ven recompensadas un momento después,
cuando el anciano comienza a tocar... y es simplemente el sonido más
increíble que he escuchado jamás. El oleaje del sonido, el delicado
romance de las cuerdas al ser afinadas por el arco, es poesía. La plaza
se llena de más vida que antes, los transeúntes se detienen para
apreciar la música.
Alistair me mira con asombro, con la caja de anillos aún en la
mano. —Shelby, me has hecho un hombre mejor. Me has hecho ver el
mundo como un lugar hermoso. Un lugar para apreciar en lugar de
conquistar. Y quiero caminar a tu lado por él para siempre. — Abre la
caja del anillo mientras la música nos rodea, el tamaño del diamante
casi me hace caer de espaldas en la fuente. —Sé mi esposa, ángel.
—Sí. — susurro, la humedad agolpando mi visión. —Sí, Alistair.
Hay un brillo en sus ojos mientras desliza el anillo en mi dedo y
me atrae hacia sus brazos, haciéndome girar en círculo en medio de
la plaza, riendo. Mi corazón se expande con esperanza, asombro y
afecto. Nuestras bocas se entrelazan, como suelen hacerlo, y me besa
apasionadamente. Con un fervor tan creciente que mis pensamientos
comienzan a nublarse, la lujuria apretando y mojando mi carne.
Apenas consciente de nuestro público, mis piernas se ciñen a las
caderas de mi futuro marido y el beso cambia de ritmo, volviéndose
más voraz, el eje de Alistair endureciéndose contra mi montículo, un
gemido emanando de su garganta. Sus dedos se enredan en mi pelo y
ataca mis labios, su lengua se hunde en lo más profundo de mi boca,
sus caderas se inclinan hacia delante al mismo tiempo y gimo su
nombre.
—Dios, sé lo que significa que grites mi nombre así. — dice con
voz ronca contra mis labios. —Significa que necesitas una buena y
dura follada.

Sotelo, gracias K. Cross


—Por favor, papi. — susurro, con mi feminidad apretada.
Mira a nuestro alrededor con frustración, fijándose en la
concurrida plaza, en la gente sentada en el café cercano que nos
observa abiertamente. —Estamos a un kilómetro del hotel. — dice,
saliendo del semáforo a la acera, antes de engancharse a la izquierda
en una calle lateral menos poblada y pavimentada con adoquines. Mi
boca sube y baja por su cuello, sus manos se adentran bajo mi vestido
para tocar mis nalgas, sus dedos se enredan en mi tanga de encaje,
tirando, deslizándolo de un lado a otro por el valle de mi sexo.
Alistair entra en una puerta oscura y me apoya contra la piedra.
—Súbete el vestido, nena. — me dice. Hago lo que me dice, me
subo el dobladillo hasta la cintura y, un momento después, oigo cómo
se baja la cremallera. —Dios, pareces una maldita princesa con este
vestido. Y lo eres, ¿verdad?— Utiliza su erección de acero para apartar
la barrera de mis bragas, encajándose dentro de mí con brusquedad,
gimiendo, empujando la distancia restante y haciéndome gemir. —La
princesita apretada de papi.
Solo puedo asentir mientras reboto velozmente sobre el grosor
de Alistair, con sus gemidos amortiguados por el lado de mi cuello.
Aprieto y suelto los músculos de mi feminidad, como he aprendido que
a él le gusta, y la fricción me produce ondas de placer. Nuestras bocas
se encuentran y se emparejan frenéticamente, el ritmo de sus caderas
se acelera aún más hasta que el golpe de nuestra unión resuena con
fuerza en las calles, junto con nuestros gemidos.
—Dime que quieres mi semen. — me gruñe al oído, sus dedos
muerden las mejillas de mi trasero y una de sus palmas golpea mi
trasero, provocando un delicioso escozor en mis entrañas. —Dime que
lo necesitas para vivir.
—Me moriré sin tu venida. — jadeo, mis piernas empiezan a
temblar, todas mis terminaciones nerviosas se aceleran y zumban,
tirando de ellas. Parece que llego a este punto cada vez más pronto
cada vez que hacemos el amor, porque ahora sé qué hacer. Sé cómo
inclinar mis caderas justo para que el sexo de Alistair se arrastre hacia
arriba y hacia atrás contra mi sensible nudo y oh, oh Dios. —Voy a...
voy a...
—Ahhhh. Joder, nena. Yo también.

Sotelo, gracias K. Cross


—Te amo. Te amo.
—Yo también te amo. Dios, tanto.
Nos deshacemos juntos allí, en las sombras de París,
besándonos entre jadeos, el amor espeso en el aire que nos rodea. Y
no imagino ni por un segundo que podamos separarnos...

Es cuando aterrizamos en el aeropuerto cuando el miedo


empieza a crecer en mi vientre.
París era un cuento de hadas, pero la realidad se impone
rápidamente.
Alistair me baja del avión y me mantiene en su regazo en la parte
trasera de la limusina. Me aferro a él, inhalando el aroma masculino
de su cuello como un salvavidas. He dejado pasar demasiado tiempo
sin decirle a Alistair la verdad. Pero tengo que creer que lo entenderá.
Tengo que creer que el hombre en el que se ha convertido será
compasivo y paciente. Ya no es el diablo, ¿verdad?
Cierro los ojos y me acuesto más cerca, rezando con todas mis
fuerzas para que nuestro amor sea lo suficientemente fuerte como
para sobrevivir a la verdad sobre quién soy. Por qué estaba en ese
camino en primer lugar el día que me recogió.
—No has hablado con tu familia desde que nos fuimos. — dice,
besando mi cuello, lamiéndolo en forma de corazón. —Si quieres
invitarlos a cenar mañana, ya puedo empezar a prepararme para
irritarme.
A pesar de mi preocupación, tengo que soltar una risita. —
¿Estás tan seguro de que te vas a irritar?
—Sí. Es una hora que podría pasar dentro de ti. — Me toca las
nalgas por debajo de la falda. —Tenemos que pasar por un par de mis
edificios de camino a casa. — me murmura al oído, sin saber que sus
palabras hacen estallar una bomba dentro de mí. —Hay un par de
cambios que debo hacer en las operaciones diarias.
Mi mano se cierra en un puño sobre su hombro. — ¿Cambios?

Sotelo, gracias K. Cross


—Sí. — Duda brevemente. —Creo que he sido un poco duro con
mis inquilinos. Voy a establecer un período de gracia para el pago del
alquiler. — Ahora hay una sonrisa en su voz. —Voy a llamarlo la
Cláusula Shelby.
Se me llenan los ojos de lágrimas. —Qué bonito. — Ignoro la
sensación de presentimiento en mi vientre y me armo de valor. —Sabía
que cambiarías la regla por tu cuenta. Sabía qué harías lo correcto.
Los músculos de Alistair se tensan debajo de mí. — ¿Qué quieres
decir con eso?
Finalmente, levanto la cabeza y lo que sea que vea en mi rostro
hace que se ponga pálido.
—Alistair, tengo que decirte algo.
Se pone visiblemente nervioso. — ¿Qué es, ángel?
—Yo... Yo...— Mi corazón se va a salir de mi pecho. — ¿Prometes
escuchar de principio a fin y tratar de estar tranquilo?
Sus ojos adquieren una cualidad más aguda. Una pizca de
pánico. —Suéltalo, Shelby.
Oh, Dios. Aún no se lo he dicho y ya se está alejando
emocionalmente de mí. Como si esperara que este golpe llegara tarde
o temprano. —Vivo en uno de tus edificios.
— ¿Qué?— Las cejas oscuras se juntan. — ¿Por qué... por qué
no me lo habías dicho?
Voy a hiperventilar. —Después de que mi padre perdiera su
trabajo, mi familia no pudo pagar el alquiler este mes. Les enviaste un
aviso de desahucio y... y...— Me aprieto una mano en el pecho para
detener el temeroso golpeteo de mi corazón. —Estábamos
desesperados y mi madre, pensó que podría... pensó que podrías ser
indulgente si me ofrezco a cambio del dinero que debemos. Mi
virginidad.
Alistair bien podría ser de mármol, como muchas de las estatuas
que vimos en París esta semana. Una manivela detrás de sus ojos es
lo único que se mueve, procesando rápidamente la información, su
expresión despreocupada volviendo a ser amarga, como lo fue cuando

Sotelo, gracias K. Cross


nos conocimos en el camino, las comisuras de su boca girando hacia
abajo. —Bueno. Conseguiste lo que querías, ¿no? Misión cumplida.
— ¿Qué?— Sacudo la cabeza. —No. Renuncié a la misión en
cuanto me trajiste a casa. Solo quedábamos nosotros. Y cuando
aplazaste el desahucio, supe... supe que ibas a dar más tiempo a mi
familia sin que yo tuviera que convencerte. Porque eres un buen
hombre.
—Basta ya. — dice desgarradoramente, arrancándome de su
regazo y dejándome a su lado en el asiento, dejándome completamente
descolocada. Su pecho sube y baja y me quema saber que le estoy
haciendo daño. —Eres una estafadora. Un oportunista. Por eso me
alejo de todos. Este es el puto por qué. Todos resultan ser unos
mentirosos egoístas e interesados al final. Sin embargo, has montado
un buen espectáculo, Shelby. Bravo.
—No fue un espectáculo. — sollozo, una fisura se forma en mi
medio. —Te amo.
Mis palabras entran por un oído y salen por el otro. —Tuviste
todas las posibilidades de decirme la verdad, pero esperaste a que te
pusiera un anillo en el dedo, ¿no? Un mes de alquiler gratis no fue
suficiente, supongo.
Me han golpeado en el estómago con una bola rápida. —Deja de
hablar así. Lo que tenemos es real, Alistair. Yo…
—Dios. — empuja entre los dientes. —Soy un maldito tonto,
¿no?— Me mira con mala cara. —Es increíble lo que un hombre hace
por un coño caliente.
Le doy una bofetada en la cara por reflejo, porque el desgarro de
mi corazón es tan intenso, tan doloroso, que mi mano vuela sola.
Alistair se queda mortalmente quieto, sus ojos se cierran brevemente.
Cuando se abren de nuevo, están llenos de arrepentimiento. Pero es
demasiado tarde. Mi corazón se rompe en mil pedazos y todo lo que
quiero hacer, todo en lo que puedo pensar, es en alejarme de él lo más
posible. Este hombre me dijo que me amaba, me pidió que fuera su
esposa, y nuestro amor se ha reducido a algo feo en cuestión de
segundos. Nuestra confianza ha desaparecido.

Sotelo, gracias K. Cross


En parte tengo la culpa, lo sé, lo que no hace más que empeorar
la situación.
La limusina se detiene en un semáforo en rojo y con un sollozo
alojado en mi garganta, doy la vuelta y me lanzo fuera del vehículo,
golpeando la acera corriendo.
— ¡Shelby! Vuelve.
El rugido estrangulado de Alistair flota en el aire detrás de mí,
pero sigo corriendo sin mirar atrás. El cine que hay más adelante me
resulta familiar. Está a solo una milla de mi casa, lo que significa que
conozco el terreno mejor que Alistair.
Desaparecer en el paisaje mientras mi ex prometido grita mi
nombre se hace cada vez más fácil a medida que el entumecimiento se
apodera de mí.
Se acabó.

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 10
ALISTAIR

En nombre de Dios, ¿qué he hecho?


El ácido hierve en mi estómago, el dolor me punza en la parte
posterior de los ojos. El mundo carece de todo sonido mientras me giro
en varias direcciones, buscando a Shelby. No hay rastro de ella. Ha
desaparecido en el paisaje, llevándose todo el color y el sonido con ella.
Mis respiraciones son fuertes en mis oídos, el mareo aumenta y me
hace cabecear de lado, gracias a los recuerdos de su expresión afligida.
¿Qué he hecho?
Jesús, ¿cómo pude decirle esas cosas?
Ella fue enviada a mí como un sacrificio. Una ofrenda virgen. La
trajo a mi vida, sí, pero nunca debió ser puesta en esa posición. Hasta
donde sabía, yo era un bastardo malvado antes de conocernos. ¿Y si
hubiera sido el tipo de hombre que hace daño a las mujeres? El hecho
de que la pusieran en peligro potencial es inaceptable. Tiene dieciocho
años, por Dios. Se supone que su familia debe protegerla, no usarla
para su propio beneficio.
Y yo... la culpé.
Me enfurecí y dije cosas realmente malas que no quería decir en
un intento de disimular mi propio dolor.
Maldita sea. La llamé mentirosa, oportunista. La alejé.
Ahora voy a pagar por ello, ¿no?
He herido a la chica más dulce y amable del mundo. La chica
que me amaba y luchaba por llegar a mí, incluso cuando yo era una
cáscara amarga de humano.
No. No, por favor. No puedo haberla perdido.
Se me hace un agujero en el estómago que se agranda
rápidamente mientras tropiezo con la limusina y apoyo las manos en

Sotelo, gracias K. Cross


el techo, intentando pensar. Mi chófer está a unos metros de distancia,
llamándome por mi nombre, pero su voz suena como si viniera del
interior de un túnel. Un sudor helado se acumula en mi cara y rueda
hacia abajo, empapando mi cuello. ¿Y si está en peligro? ¿Y si la
encuentro, le pido perdón, pero el daño que le he infligido es
demasiado grande para que me siga queriendo?
Mis rodillas casi ceden, mi boca se queda seca.
Concéntrate.
Concéntrate.
Tengo que encontrarla.
Ardo tanto de dolor que tardo un momento en darme cuenta de
dónde estamos. Soy el dueño de varios de los rascacielos de esta calle.
¿Shelby vive en uno de ellos? No. No, pensando en la conversación,
¿no dijo ella que pospuse el desalojo de su familia? Solo he hecho eso
una vez en mi carrera inmobiliaria.
—Carter Avenue. — le ladro a mi conductor, lanzándome al
asiento trasero. —Las viviendas.
En cuanto el vehículo se pone en marcha, llamo al administrador
del edificio y exijo los datos de la familia de Shelby. ¿Quiénes son?
¿Qué edades? ¿Cuántos son? ¿Cuál es el número de apartamento? Y
a medida que averiguo más sobre los Bishops, la lección que Shelby
me enseñó se vuelve dolorosamente obvia.
Iba a echar a esta gente a la calle sin saber nada de ellos. Podría
haber dejado a mi futura esposa sin hogar y no haber pestañeado por
ello. Estos inquilinos son personas. Personas que cometen grandes
errores, claro, pero si Shelby los quiere, no pueden ser del todo malos.
Como ser humano, les debo una oportunidad. Le debo a mucha gente
una oportunidad que nunca tuvieron.
Mi cabeza cae hacia atrás contra el asiento, con los ojos llenos
de arena y crudos.
Y empiezo a rezar.
Por favor, Dios, si me permites recuperarla, no olvidaré las lecciones que me
enseñó. Seré mejor persona. Seré más como ella. Por favor.

Sotelo, gracias K. Cross


Cuando vuelvo a levantar la cabeza, estamos girando por Carter
Avenue y veo el bloque con ojos nuevos. No es solo un barrio de mala
muerte, es el lugar donde vive Shelby. ¿Es aquí donde la encontraré?
Frenéticamente, busco en la calle alguna señal de ella,
esperando como el demonio que haya corrido a casa en lugar de ir a
algún lugar que nunca podré localizar. Necesito tanto tenerla en mis
brazos que me tiemblan, una disculpa atascada en mi garganta.
Mi chófer se detiene y no pierdo tiempo en bajarme, entrando
directamente en el edificio donde vive Shelby y subiendo las escaleras
hasta su apartamento. El mero hecho de saber que camina por estos
pasillos me hace echarla tanto de menos que, cuando golpeo la puerta,
estoy casi encorvado.
Una mujer responde, con cara de terror.
—Oh, Señor, ¿el desalojo es ahora? No nos han avisado...
—No. — Apoyé una mano en el marco de la puerta. —No los van
a desahuciar. No vas a volver a pagarme el alquiler. Solo ayúdame a
encontrar a tu hija.
Se le va el color de la cara. — ¿Está perdida? La última vez que
hablé con ella, se iba a París. Con usted. Ella dijo...
— ¿Qué?
La madre de Shelby solo sacude la cabeza, la vergüenza bailando
en sus rasgos.
—Sé lo del plan de cambiar la clemencia por su virginidad. Ella
me lo contó.
—Lo siento. — susurra. —Me arrepentí de mi decisión en cuanto
se fue, pero ya era demasiado tarde. Nunca debí enviarla a hacer eso.
—No, no deberías haberlo hecho. — Cuando las lágrimas llenan
sus ojos, suavizo mi tono duro y todo es influencia de Shelby. Ella me
ha convertido en humano, ¿no es así? —Pero la trajo a mi vida. — digo
bruscamente, con el corazón apretado. —Nunca podría enojarme por
eso. Es mi ángel. Lo es todo para mí.
La mujer asiente, como si supiera exactamente lo especial que
es su hija.

Sotelo, gracias K. Cross


—Cuando me llamó para contarme lo de París, me dijo que el
plan se había cancelado. Que se había entregado a ti libremente
porque... te ama.
Un sonido lastimero sale de mí y casi arranco el marco de la
puerta. El plan se había cancelado. Ella había tomado su única
herramienta de negociación y me la había dado por confianza, por
afecto, y me volví contra ella a la primera oportunidad. Dios, no la
merezco, ¿verdad? —Yo también la amo. La amo tanto que me duele.
Pero discutimos y... y solo necesito tu ayuda para traerla de vuelta a
mí. Por favor. ¿A dónde iría ella?
La madre de Shelby empuja la puerta para abrirla más y me
permite entrar, mi miseria se multiplica cuando veo que ya han
empaquetado cajas, probablemente por si los hubiera tirado a la calle.
Sin embargo, las fotos de Shelby en todas las etapas de su vida
permanecen en la pared, disparando mi corazón a la boca.
Entramos en una habitación al fondo del piso de tres
habitaciones y la mujer señala una pequeña cama de dos plazas en la
esquina de la habitación, con una estantería integrada en el cabecero,
repleta de libros. Simple y pequeña. Indigno de mi ángel. Nunca he
estado tan decidido a poner el mundo a sus pies.
—Dudo que haya algo aquí que nos diga dónde ha ido. — dice
su madre. —Podría haber una pista en su diario, pero está cerrado
con llave.
Me acerco y veo que la mujer da vueltas a un pequeño libro en
la mano, y lo cojo. Dudo solo un segundo antes de golpear la cerradura
contra el cabecero y abrir el diario de par en par. —Una vez que se es
diablo, siempre se es diablo. — murmuro, dejando que el diario se
abra en una página cercana a la mitad y... veo mi nombre.

Alistair se puso hoy el traje azul marino. Una corbata roja. Esta vez leyó los
informes del administrador de nuestro edificio allí mismo, en la acera. Y parecía tan
enojado, tan irritable, pero yo solo veo la soledad por debajo. Necesita un amigo. A
veces incluso sueño con ser su amiga. ¿Es una tontería? Debe haber más en el casero
de lo que parece o mi corazón no palpitaría cada vez que me visita...

Sotelo, gracias K. Cross


Con el pulso acelerado, paso a otra página.

Hoy me he tocado y he pensado en Alistair. Todos los demás han ido al cine,
pero yo me he quedado en casa. Me toqué los pezones y fingí que era él quien jugaba
conmigo. Tuve que apretar los muslos para que dejara de dolerme y no se me quitó
durante mucho tiempo. Tal vez nunca desaparezca...

Cuando mi polla empieza a espesarse, me aclaro la garganta y


sigo adelante. A regañadientes. Pero volveré a leer esa página en
particular cuando la madre de Shelby no esté presente, eso es seguro.
Y... estoy incrédulo. Aturdido. ¿Cuánto tiempo ha estado mi dulce
chica fascinada por mí? Incluso... se preocupó por mí.
Las fechas de este diario se remontan a un año atrás. Más.
Mi pecho se aprieta hasta el punto de que apenas puedo respirar.
Las revelaciones en estas páginas son una prueba más de que su
corazón estaba en el lugar correcto todo el tiempo. El hecho de que la
llamara mentirosa y la acusara de tratar de utilizarme... merezco morir
por decir esa mierda a alguien tan puro. No me merezco para nada
que ella vuelva, ese ángel que me amaba desde lejos mientras yo iba
por ahí odiando al mundo.
Dios, la extraño tanto.
Con un peso que me oprime los pulmones, me dirijo a la entrada
más reciente.

El casero ha venido hoy. Alistair. Nos va a desalojar. Mi madre me ha pedido


que lo seduzca a cambio de que nos perdone la deuda. Se supone que debo entregarle
mi cuerpo, pero ya lo he hecho. Es dueño de él desde hace mucho tiempo. Puede que no
entienda cómo me hace sentir en mis pechos y dentro de mis bragas, pero él es el único
que provoca esas sensaciones de cosquilleo, cada vez que lo miro desde el otro lado de
la calle...

Sotelo, gracias K. Cross


— ¿Al otro lado de la calle?— Digo con urgencia, levantando la
cabeza y mirando por la ventana. — ¿Qué hay al otro lado de la calle?
—Su árbol favorito para trepar...
Salgo corriendo de la habitación, del apartamento, bajando las
escaleras a toda velocidad con su diario aún en la mano.
—Shelby. — grito, con la voz tan desgarrada como mi pecho.
Varias personas salen de los edificios para ver la conmoción,
encogiéndose de miedo al ver que soy yo, haciendo una visita no
programada. Trago saliva ante su reacción, jurando ser mejor para
Shelby. Prometo ser el hombre que ella creía que era cuando no sabía
que era capaz de hacerlo.
Cuando veo sus pies colgando del árbol, un alivio como nunca
he conocido me recorre. Pero me abandona de golpe cuando veo su
rostro manchado de lágrimas. Me hace caer en la cuenta de que estoy
de pie.
—Shelby. Lo siento mucho. — Se me cierra la garganta con tanta
fuerza que apenas puedo sacar las palabras. —Todo lo que me
enseñaste, lo arruiné en un minuto. Hiciste mi mundo tan hermoso y
lo volví a poner feo. Todo lo que dije estaba mal. Me equivoqué.
No dice nada, la humedad se derrama por sus mejillas. Me mata.
Me arrodillo, vagamente consciente de los jadeos que se
producen en toda la manzana. —Dame otra oportunidad, ángel. — Y
parece un ser etéreo en ese momento, con la luz del sol colándose
entre las ramas e iluminándola por detrás. — ¿Qué quieres? ¿Cenas
familiares? ¿Fiestas de barrio? Me presentaré a la puta alcaldía si eso
hace que vuelvas a creer en mí. Te hace creer lo mucho que he
cambiado por ti. Pero no me dejes. Dios, por favor, no me dejes ahora.
Mi cabeza está inclinada, así que no me doy cuenta de que ha
bajado del árbol hasta que está arrodillada frente a mí también. — ¿Es
mi diario?— susurra.
Me hace falta toda mi fuerza de voluntad para no envolverla en
un abrazo de oso, pero no sé si me ha perdonado o no. —Sí.
Sus mejillas se vuelven rosas. — ¿Lo has leído?

Sotelo, gracias K. Cross


—Unas cuantas páginas. — Mi tono es ronco. —Lo suficiente
para saber que creías en mí incluso antes de conocernos. Dios, cariño.
No merezco esa clase de confianza. O tu amor. Pero si me perdonas,
me pasaré la vida intentando ser digno. Haré todo lo que esté en mi
mano para ser el hombre que ves adentro.
Pone una mano en mi mejilla y me derrumbo contra ella,
recogiéndola en mi regazo allí mismo, en la acera, exhalando
bruscamente en su cuello. —Ya lo eres. — susurra. —Te amo. Cada
versión. De principio a fin.
Sus palabras me roban el miedo y la tensión, aflojando mis
músculos en un chasquido, y entonces mi boca está sobre la suya,
besándola con cada gramo de sentimiento dentro de mí. —Gracias a
Dios. — gruño contra sus labios. —Te amo tanto, Shelby.
Y en el camino a casa, mientras me corro dentro de ella, pongo
mi boca sobre su oreja y enumero todas las formas en que planeo
hacerla feliz… y lo hago. Pero solo una fracción de lo que mi ángel me
hace feliz solo por existir.

Sotelo, gracias K. Cross


Epílogo
SHELBY

Cinco años después…


Dejar mi diario abierto donde lo encuentre mi marido se ha
convertido en una afición mía. Cuando descubrió las fantasías que
había escrito sobre él cuando era una joven enamorada de dieciocho
años, inmediatamente llegamos a casa y empezamos a representarlas.
Una por una.
No es de extrañar que ya tengamos dos hijos y un tercero en
camino.
Mi marido no puede pasar un día sin estar dentro de mí, a
menudo varias veces. Sin hacer el amor frenéticamente y
desordenadamente en cualquier lugar de la casa, con nuestros
gemidos resonando en los interminables pasillos.
Sí, los pasillos son largos, pero ya no están vacíos, oscuros o
solitarios.
Son luminosos y están llenos de ruido. La risa de los niños, la
música...
...y las discusiones de mi familia, que vienen y se niegan a irse
hasta que me veo obligada a echarlos, normalmente en un ataque de
risa. Sin embargo, no tienen que ir muy lejos, ya que Alistair les
construyó una casa en el límite de nuestra propiedad.
Fiel a la palabra de mi marido, se ha convertido en un hombre
de familia. Un hombre que trata a los demás, especialmente a sus
inquilinos, con amabilidad y compasión. Tanto es así que apenas
recuerdo al hombre cerrado y distante que solía ser. Lleva a mi padre
y a mis hermanos a pescar, envía a mi madre y a mi abuela a
extravagantes viajes de compras y en cuanto a sus hijos... nunca ha
habido un padre más devoto.

Sotelo, gracias K. Cross


Puedo oírlos ahora mismo, chapoteando en la piscina para niños
que Alistair ha instalado en el patio trasero, ya que la cubierta era
demasiado profunda para los niños. Los ocupa mientras yo reviso los
pedidos de suministros para Shelby's Secrets, el negocio de agendas
personalizadas que puse en marcha hace algo más de cuatro años con
el apoyo de Alistair. Solo acepto un pequeño número de pedidos al mes
y los elaboro yo misma teniendo en cuenta la personalidad del cliente.
Hace un tiempo, una celebridad hizo un pedido y su post sobre la
agenda se hizo viral, poniendo mis creaciones en alta demanda.
Estoy viviendo mi sueño. Más feliz de lo que sabía que era
posible.
Mi trabajo del día ha terminado y ahora estoy escribiendo un
poco de diario, metida en mi oficina del segundo piso, todavía con el
bikini blanco de un baño anterior, con los pies metidos en unas
zapatillas mullidas.
El sonido de las risas de mis hijos mellizos sube por las escaleras
y me muerdo el labio, terminando la entrada de mi diario con una
floritura de mi bolígrafo, dejándolo en el suelo y girándome para
saludar a los tres hombres de mi vida. Cuando llegan a lo alto de la
escalera, la atención de Alistair se centra en el diario y sus ojos se
oscurecen, los músculos de su pecho desnudo se flexionan con
anticipación.
— ¿Escribiendo un poco, ángel?
Me muerdo el labio y asiento inocentemente. —Ajá.
Su voz se hace más grave. —Parece que es la hora de la siesta.
Los chicos se quejan, como siempre, pero Alistair los convence
de que recojan la cabeza y cierren los ojos, tras lo cual se desmayan
rápidamente después de una tarde de chapoteo en la piscina. Y
entonces vuelve a estar en la puerta de mi despacho, mirándome con
una expresión lobuna.
Con aire despreocupado, me levanto y me alejo de mi mesa,
dejando “accidentalmente” el diario abierto para que lo lea. Alistair
entra en el despacho, cierra la puerta tras de sí y coge el pequeño libro
encuadernado en cuero, su respiración se entrecorta casi
inmediatamente. Por supuesto que sí.

Sotelo, gracias K. Cross


Recuerdo lo que escribí, palabra por palabra.

Espero que papi venga a buscarme hoy.

Espero que estemos solos.

Me siento tan bien cuando me toca.

Quiero ser su niña para siempre.

Pero también quiero que finalmente me haga una mujer...

Apenas he dado dos pasos desde el escritorio cuando Alistair se


acerca a zancadas por detrás de mí, haciéndome avanzar hasta que
tengo las manos apoyadas en el alféizar de la ventana que da al patio
lateral. Mi trasero se acomoda en su regazo, los dos respiramos con
fuerza y los bajos de mi traje de baño se humedecen.
—Hola, papi.
Su gruñido me pone la piel de gallina, y sus dos grandes manos
se deslizan por mi cuerpo para apretarme los pechos a través del
bañador. —Esto me ha puesto la polla dura otra vez. Estos pezones
nunca están blandos, ¿verdad? Siempre duros. Siempre burlándose
de mí.
Un escalofrío caliente me recorre. —Lo siento. No lo digo en serio.
— ¿No es así?— Utiliza sus dientes para desatar mi camiseta de
tirantes, el material cae inmediatamente hacia delante para dejar al
descubierto mi mitad superior, sus palmas moldeando mis pechos
desnudos ahora, su aliento caliente en mi cuello. —No me provocas a
propósito porque te gusta cómo te froto...— Su mano derecha recorre
mi vientre, iniciando un lento y firme masaje en mi sexo. — ¿Aquí?
Gimoteo, moviendo mi trasero contra su rígida erección.
—Estoy lista para más. — digo en voz baja, entrecortada, con mi
aliento empañando la ventana.
Su mano se detiene. —No podemos.

Sotelo, gracias K. Cross


Mi feminidad palpita con esas dos palabras. — ¿Por favor? Solo
un poco. — Nuestras miradas se fijan en el cristal. —No lo diré.
La parte inferior de mi traje de baño se tira hacia abajo hasta
mis tobillos. —Oh, chica mala. — Me abofetean el culo con fuerza. —
Pequeña mocosa de papi, ¿verdad?
—Sí. — Un momento después, Alistair presiona con cuidado,
lentamente, solo la punta dentro de mi entrada, empujándola hacia
dentro y hacia fuera, solo la suave cabeza, hasta que gimoteo,
atrapada en una niebla de lujuria, mis uñas arañando el alféizar de la
ventana. —Más. Por favor.
—Joder. No puedo evitarlo. — gime, empujando con fuerza y
profundidad, poniéndome de puntillas y lanzando un grito en mi
garganta. Los dos permanecemos así durante largos momentos,
regocijándonos de estar completamente unidos, nuestro juego en
pausa mientras Alistair me besa el hombro, el cuello. — ¿Sabes lo feliz
que me haces, Shelby?
Mi risa se queda sin aliento. —Me estás dando una gran pista.
Su profunda risa se une a la mía, pero noto que se pone serio.
—Cada día me enamoro más de mi mujer. Es obsesión. Es una
necesidad. Todo el tiempo, ángel. — Se desliza fuera de mí y se levanta
con fuerza, su mano se levanta para empujar mi pelo, tirando
ligeramente. —Todos los días. Cada hora. Cada minuto.
—Para mí es lo mismo. — jadeo, mi clímax empieza a crecer. —
Te amo.
—Eres mi corazón. — Empuja, mordiendo mi cuello. —Mi alma.
Mí para siempre. Te amo.
Y con nuestras declaraciones suspendidas en el aire, hacemos el
amor como si el mundo se acabara, aunque sabemos que el mañana
llegará, cada día mejor que el anterior.

Fin…

Sotelo, gracias K. Cross


Sotelo, gracias K. Cross

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