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INVENTARIO DE LA CASA

La casa éramos nosotros y su sombra

— Los árboles y los recuerdos—

Sin embargo hacía falta todo

Menos la ternura de mi madre

Las puertas y sus aldabones no coincidían

La hornilla de mamá y los clósets en silencio

Consumieron las grietas del tiempo

Una mesa de comedor holgada sin mantel

Se averaguó en la sombra

El juego de cubiertos y la alacena desaparecieron

La soledad transpiraba en el patio mustio

La casa tenía un aire insolvente a simple vista

La luz era una luna pálida de vez en cuando

Y un bombillo de lumbre amarillenta en la sala

El agua la traíamos cada día desde lejos

Sólo mamá era abundante en oraciones

A los santos

-Sin que uno supiera a pie de página

La devolución de sus ruegos-

Papá decía que una casa nunca termina de construirse


Con el paso de los días

Las tribulaciones cotidianas acarrearon

La muerte de mamá

— Aquel 6 de abril de 1956 ya lejano en la memoria—

Los helechos y las begonias y los recuerdos

Entonces

Se amortiguaron de tristeza

La casa quedó sola como una isla sonámbula


TROYA NOSTRA

«Desde ese momento la guerra le fue a


ellos cosa
más aceptable que el retorno a la patria
en las cóncavas naves»
Homero

a Numas Armando Gil y Tomás Vásquez

Este es el estercolero del tiempo insomne

Aquí

Yace un mar de muertos impunes

Como sombras invisibles

Aquí los muertos

No reclamaban venganzas atroces

Ni la tierra que no fuese de ellos

Cayeron en el fango de la infamia

Bajo un sudario de fuego

Aquí yacen sus sueños decapitados

A lo largo de la sierra conmovida

En vez de espigas hay sueños desaparecidos

Aquí yace su sangre regada en los Montes de María

Como un río subterráneo

De silencios y de pájaros

Que no volvieron a cantar en las ramas alegres

¡Aquí fue Troya! ¡Yo no sé qué hacer ni qué haría


Con estos muertos en la memoria!

Si allí vivían mis padres antiguos y su bonanza

Mis hermanos amorosos mis primos de sangre

Y la parentela de tíos amados en su regazo

Que abandonaron la tierra parida y feraz

Mía y de ellos huyendo de la muerte procaz

II

La sangre insepulta de ellos yace aquí

Entre motungos y rastrojos

Y el estertor de una guerra matrera

Y el hollín que deja el odio en los sumideros

Y la avaricia Y el rencor

Instalado en los recuerdos graves y el tiempo

Yo me iré también bajo el éxodo férreo de los días

Es posible que me vaya a alguna parte del exilio

Borroso del olvido

III

Aquí estaba nuestra casa encalada entre el viento

Y la colina

Estos eran linderos fértiles

De sueños feraces

De árboles inmensos y sombras omnímodas

Nadie recogió las voces espinadas del monte

Ni el dolor de las parturientas violentadas

¡Tengo miedo de regresar en los recuerdos!


La lluvia de muerte empapó las laderas

¡La tierra sabe amarga!

Entre susurros y canjilones áridos

Se esconde el miedo

Los árboles vuelven sus sombras mustias

Se averaguaron las oraciones de los vivos

Entre las grietas escampan los asesinos

Hipocondriacos

Y los matones de la cazcona

Y de Martin Caballero

Que deshollejaban las mujeres en una cópula

Y sembraban piñuelas en sus vulvas núbiles

IV

Momentos de miedo y de muerte en la sierra

Precipitan al abismo

-Como la voz alta del Atrida que hizo

Que los Argivos

Se aprestaran a la batalla -

Aquí nada conculcaba el silencio de muerte

Las leyes de piedras incólumes enmudecieron

Los hombres y mujeres asoleados de pudor

Y los amaneceres amamantados de rocío

Claudicaron se supo de donde vino la orden

Y a diario cada noche los pasos de la muerte

Y los episodios que guarda la memoria

V
Aquí

Nadie entiende el funeral de los mutilados

Aún perduran los fusiles desalmados

La armadura de reluciente bronce

Las hermosas grepas para proteger las piernas

Los broches de plata martillada

La coraza para defender el pecho

Los filetes de acero pavonado

Los galones de estaño el machete de hierro

Y varias figuras de dragones en los hombros

Semejantes por su color al arco iris que usaban

Los asesinos oficiales aciagos

VI

Aún perdura el momento de miedo y de muerte

La ausencia proclive de la ley

Los oídos sordos y los ojos ciegos

Los camuflados que asaltan los caminos

Los fusiles que presagian el silencio obscuro

La ruina del espíritu que es la guerra estéril

Y esa otra lluvia de sombras

Que es la muerte

VII

Entre el viento de las cancheras subsiste

El miedo
El viento carcomido por el miedo corroído

Las trillas de silencio

Los pájaros que olvidaron la ruta de sus cantos

Los lugares del agua

Prospera el verano la seca mortecina

El olvido entumecido y la queresa azul

La herida blanquecina

La mudez de la piedra

Las sombras abisales la espera cortada

Las cosechas empozadas

El sol amanece como un carbunclo ciego

Los niños se volvieron semilla de fusiles

El miedo hizo estéril la tierra austera de la sierra

Guerrillos y paracos se beben su propia cólera

VIII

Solo la muerte gana esta guerra desangrada

Sobrevive la horrible batalla entre las gentes

Pareciera que la ruina ha carcomido el aire

La incertidumbre las mazorcas

Las ahuyamas que maduraron viche y currutas

Las yucas que se volvieron ruchas

Las lluvias que se turbaron ausentes

Se secaron los vientos pródigos

Prevalece el miedo escondido en los caminos

Los pañoles se atosigaron de gorgojos

Pervive el rencor se negocia la impunidad

No se han curado las heridas en un siglo


Hay taras en los recuerdos y la sed de los pájaros

Persiste la elongación de la guerra inútil

Y el miedo

El cadáver de Patroclo sigue arrastrado por la cólera

Cartagena, junio 5 de 2013


DALIA DE ARCILLA NEGRA

Dalia de arcilla negra era Delia

Ronda de amor en los aposentos de luz

Danza de alegría era ella en el carnaval

De la vida

Canción de fuego en la fiesta de la raza

Un caracol parecía su risa abierta

Piedra dura su pelo de medusa perpetua

Silencio de selva escondida

Volcán de sus sueños remotos palpitantes

Tótem del viento los ríos de su sangre

Tabú de los ñáñigos sonámbulos del trópico

Toda su presencia rodaba por el viento abierto

Yo la conocí en la cumbia en los altares de fuego

Pendulando en la cuerda del mapalé de los negros

En la rueda del fandango que el mar solloza

Bajo el sándalo ardiendo de su corpiño

-Tambor de cuero y madera de la madrugada-

Colmillo de jabalí colgando de su pechera

Bullerengue amaneciendo en sus ansias

Porro luminoso de la noche de sus ojeras

Trópico picapedrero de sus entrañas ardientes


Bajo el corpiño de seda de sus senos pétreos

Mugían dos siglos como toros de candela

II

Una selva de gritos subía por su garganta

Era el río de los duros ancestros

El tiempo mordisqueante de las tinieblas

Que regresaba en sus venas del pasado

Desde bien adentro del vientre de África

Le fueron naciendo árboles bravíos en sus brazos

Árboles verdes rojos y azules como añoranzas

Como cargazones de negros que amanecían

Colgando de los barcos

Como frutos silvestres de agua atravesada

De tiburones

Sobre el puerto de piedra cortada de la ciudad

Del sol de azabache de sus ojos oscuros

Que embaucaban la noche rústica

Como oración desenfrenada de relámpagos

De tus caderas mágicas nació el mapalé de los negros

La chalupa vidriosa de los cantos del río

Las canoas de duro arpón te lloran en la orilla

Y los cantos de los muertos y sus pujidos


Y el largo lamento de los barcos negreros

Que fondearon otras costas y otros naufragios

También te lloran en el resoplido del recuerdo

III

Te vi venir de una tierra arisca e indomable

Siempre te vi venir Delia Zapata Olivella

De las mancebías sagradas del cielo extenso

De dioses negros y orichas concupiscentes

Tú venías de la orilla de otra tierra sembrada

De gestos y de rictus epilépticos

De los sueños de otro cielo embaucado

De bosques de gruesos sudores amanecidos

De un mar ardiendo en llamas

De una tierra que encontraron una vez los negreros

De un continente inmenso escondido en tu alma

Entre la alegría de un tambor lejano y trepidante

Venías de siempre y llegaste como el mar

Sin quebrarte

Como tu espíritu sin sombra zozobrada

Y no hubo noche extraviada ni sol salido de su órbita

Que te negara su brillo tu rebelión de alas salvajes

Yo sabía que eras tú por el viento en los rastrojos

Y esa otra lluvia de estrellas en la manigua


IV

¡Y el volcán de tus senos en el solar decapitado!

¡Y la esperma de fuego del fandango!

¡Y la semilla de la cumbia!

¡Y el guapirrido del porro en los amaneceres!

¡Y la polisemia de las gaitas nocherniegas!

¡Y los incestos del tambor irreverente!

¡Y la piedra erecta de las ingles acantiladas!

¡Y la redondez exacta del níspero maduro!

¡Y la guanábana de sábanas blancas!

¡Tan sabrosa como la rumba y el merecumbé!

-¡La vida arisca de tus piernas!-

¡Y la luna virgen de tus caderas requintadas!

¡Y el perfil de tu voz en la fiebre de los veranos

Empantanando los claros amaneceres!

No quiero ver la luna muerta de tus ojos

No me tienen que anunciar tu partida

La sombra de tu cuerpo caído sin aliento

El hondo calado de tu abismo enmudecido

No quiero verte recogiendo los pasos

Que no me digan que te llevó mandinga

Que no quiero ver tus pasos quebrados


Que no quiero ver tu sombra en el viento

No me tienen que decir que te has muerto

¡Sobran tus sombras sonámbulas en el viento!

¡Dalia Delia de nácar!

¡Semilla de la cumbia!

No te olvidan ni los tambores ni las gaitas


ETERNIDAD DEL MÁRMOL

Piedra de silencio era la aldea en el recuerdo

Nadie confesaba a otro su miedo

¿Quién lo creyera?

Con su guadaña vino matando la muerte

Y mataba como lobo ensañado

Que rondaba en los Montes de María

Nadie escondió su miedo de muerte

Oscuros métodos arreciaron

Su oleaje de terror

La gente mordía su lengua en silencio

La indulgencia tomó otros caminos

Se sembró sangre en las calles

Lápidas de mármol fosas de silencio

Se llenaron de tumbas los recuerdos

Los caminos se cubrieron de despojos

La mortecina avistada de gallinazos

Famélicos

Ovejas perdió el asombro

El silencio se volvió mármol de cementerio

El miedo quedó estancado entre las celosías


Nadie ha borrado el recuerdo de sus muertos

MI PRIMO PELLO WILCHES

Nací en Naranjal el 18 de octubre de 1.931

Me recibió la vieja Nicolasa González ese día

Madre de Isidro Pérez matarife de cerdos

Y de reses

Y pródigo de hijos mansos

Y montaraces

Tengo el caletre de la tierra y las manos

Espinadas

Estoy encorvado como los arboles

Viejos del camino

Ya voy lento me parezco a la tierra dura

He vivido concertado al oficio de la tierra

Soy un obrero agrícola sin tierra rotulada

No tengo nada las palabras no me salen

Como antes

II

Fueron gruesas hebras de sudor y agonías

Hechas ulceras sufridas en silencio bajo el sol

Desde el vientre de mamá Rebeca en Naranjal

Empezaron los trabajos y los días difíciles

Las faenas atronantes


Entre amaneces y madrugadas desérticas

III

La tierra sabe ya mi nombre de memoria

Aunque no fui a la escuela jamás

Sé sembrar yuca y maíz y carahutas y habichuelas

Y fríjoles y berenjenas y tomates y ajíes

Y tabaco negro abundante

Uno se acostumbra a la tierra y a la vida diaria

La tierra es adversa a veces al fruto cosechado

El esfuerzo lo apaga el cansancio del tiempo

El tiempo mezquino

La memoria que se deshoja

Y los recuerdos que se vuelven áridos

Inexpugnables

IV

En casa de mi tío Ismael trabajé de mozo

Y comí 27 días seguidos comida de berenjenas

Y yuca rucha en tiempo ruin y malo de la violencia

-De aquella época-

En el pueblo de Eladio López comí queso salado

Y arroz guindado y espiche de suero viche

- Cincuenta días-

Ciento cincuenta comidas de queso salado

Y guineo manzano marroso

Cada tarde de jornal


Por los lados áridos de la Guajira arriba

— Donde el viento aleja más las distancias—

Por cada lado por donde uno anduviera

Andaba la violencia matrera

Tuve quimeras con nueve mujeres amantes

Y amadas

Cuatro primerizas y cinco iniciadas ya cerreras

Todas me sumaron sus amores nuevos

Carmen Suarez me dejó un hijo con ella

Etelvina Cárdenas me parió dos hijos muertos

Después vino Aura Pérez y otro hijo vivo

Así llegó Carmen Ramírez y otro hijo más

— Que se perdió en los primeros años—

Esos bravos años de estercoleros

Silvia Tovar me trajo muchas noches

De catre y de puchero y un hijo muerto

En el tiempo de la violencia

De los MontesdeMaría

La última que me quedó fue Julia Lara

Tuve nueve hijos con ella en el sopor del monte

Cinco hombres y cuatro mujeres

Las otras me dejaron hacinado en el olvido

Pero yo las recuerdo a ellas

Hasta ahí llega mi historia de hombre agrario

Ochenta y cuatro años soportados y endurecidos

Todavía me quedan penas leves y sueños muertos


Y algunas alegrías al garete

No me espantan los años que me faltan

Vivo curvado como el viento en los rastrojos

Encorvado como el tronco de los árboles viejos

De vez en cuando no dejo de mirar al cielo


ODA A JORGE GARCÍA USTA

«También se muere el mar»


Federico García Lorca

No nos veíamos en la ciudad antigua

De pura jaiba nos encontrábamos

A veces

Sabía que andaba ganándose el pan

Duro

Con la gota de tinta clara

Y la hoja de papel en blanco

Haber sabido la sentencia de su muerte

A tiempo

Hubiera sido mejor el tono y la luz

El hilo de la voz que respiraba la calle

II

La ciudad de aire envejecido

Y las calles mustias

Y de soles agrios insepultos

Se prestaba para algunos sueños

Y otros vinos

Ambos andábamos por otros

Caminos
-La vida es así-

Él debe andar ahora por otras regiones

Inasibles

No he vuelto a verlo

Con su talega de lona ahumada

Llena de poesía y sana prudencia

De humos claros como sueños

Doblando las esquinas de la ciudad

Que amaba

III

De él nos queda su alma clara y su poesía

Así como la luz amada y el rocío perenne

Su voz iluminada anclada en el tiempo

Cartagena, Dic. 25 de 2010

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