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TEMA 3.

LA CIVILIZACIÓN ROMANA

INTRODUCCIÓN:

Roma se nos presenta como una historia aún más sorprendente y trascendental que
la que acabamos de ver de la Grecia Antigua. Al menos, en cuanto a:
- Su extensión en el tiempo (más de 1000 años intensos en un periodo crucial para
la Historia de la Humanidad)
- Los efectos de su desarrollo como civilización.
Y es que, si los griegos tuvieron el genio del pensamiento, los romanos tuvieron el
genio de la acción. Construyeron un mundo a su propia medida y dejaron huellas
permanentes de todo ello, tanto como ninguna otra civilización lo ha hecho hasta
nuestros días.
Por eso los estudios de Roma no han dejado de ser uno de los temas estrella de la
historiografía occidental hasta la actualidad, sobre todo de los periodos y problemas
históricos más oscuros. Unas interpretaciones que van cambiando a raíz de los nuevos
datos que van arrojando la arqueología, la epigrafía y la historia.
Entre estas nuevas interpretaciones que se van dando sobre determinados aspectos
de la historia de Roma está el relativo al controvertido tema de su fundación. Durante
años se creyó en la legendaria fundación de la ciudad por Rómulo –considerado como el
primer rey romano-, en el año 753 a. C., fecha que aporta el más grande de los
historiadores romanos Tito Livio. Sin embargo, actualmente ni un dato ni otro pueden
darse como ciertos. Rómulo no existió ni la ciudad pudo haber existido antes del 600 a.
C. Entre otras razones, porque previamente hubo de desecarse el lago donde
posteriormente florecería la urbe.
Por tanto, el verdadero fundador habría sido Tarquinio Prisco a comienzos del
siglo VI. Sería el primero de los tres reyes etruscos de los que hablan los historiadores
(junto a Servio Tulio y Tarquinio el Soberbio).
El hecho de que, sin embargo, algunos historiadores sigan considerando el siglo
VIII como el comienzo de la historia de Roma se debe a que toman en consideración los
poblamientos pre-urbanos, diseminados por las famosas 7 colinas. Unos poblamientos

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que se dieron antes de que se estableciera, una vez desecado el lago, el núcleo de la
futura ciudad (futuro foro) en el valle entre el Palatino y el Capitolio.
Las gentes que se asentaron en esa zona de las 7 colinas pertenecían a la etnia de los
latinos que habitaban en la región del Lacio. Se asentaron ahí porque consideraron ese
margo geográfico en el valle del río Tíber, en su margen izquierdo, como idóneo, entre
otras cosas por estar en el centro de la península itálica.
Los latinos eran una de las muchas etnias de origen indoeuropeo que llegaron a
Italia en el curso del II milenio a. C. Su lugar de origen no se conoce con exactitud. Las
dos hipótesis más acreditadas son la de Europa central danubiana o, según la
historiografía greco-romana, la de Asia Menor.
Por tanto, la antigua Roma era originalmente una aldea latina. Dado lo exiguo del
territorio que controlaba, la población latina no podría en la época prerromana haber
excedido los 60.000 o 70.000 habitantes. Era pues una etnia absolutamente minoritaria
no solo en la Italia central, sino aun en el mismo Lacio.
Estos primeros romanos establecieron continuas relaciones con los pueblos vecinos,
sobre todo con los etruscos, que al igual que los habitantes de la Magna Grecia, poseían
por aquél entonces un nivel de civilización superior. De hecho, el primer rey histórico,
fundador de la ciudad de Roma, Tarquinio Prisco, tenía un origen etrusco.

I. LOS ETRUSCOS Y LA ROMA ARCAICA

El pueblo etrusco se encontraba plenamente constituido entre el siglo X y VIII a. C.


Su territorio se encontraba entre el Mar Tirreno, el río Arno y el Tíber (región de la
Toscana). A partir de ese espacio se irán expandiendo: por el sur hacia el Lacio (donde
estaba establecida esta etnia latina) y la parte norte de la Campania, donde chocaron con
las colonias griegas; hacia el norte de la península itálica ocuparon la zona alrededor del
valle del río Po (en la actual región de Lombardía).

Los orígenes de los etruscos nunca han estado claros. Se pueden destacar cuatro
teorías al respecto:

1. La teoría orientalista, propuesta por Herodoto, que cree que los etruscos llegaron
desde Lidia hacia el siglo XIII a. C. Para demostrarlo se basa en las supuestas

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características orientales de su religión y costumbres, así como en que se trataba
de una civilización muy original y evolucionada, comparada con sus vecinos.
2. La teoría propuesta por Dionisio de Halicarnaso, que consideraba a los etruscos
como oriundos de la Península Itálica. Para argumentarlo, esta teoría explica que
no hay indicios de que se haya desarrollado la civilización etrusca en otros
lugares y que el estrato lingüístico es mediterráneo y no oriental.
3. Teoría de un origen "nórdico", defendida por muchos a finales del s. XIX y
primera mitad del s. XX.
4. La teoría actualmente más fundamentada viene a ser, en cierto modo, una
mezcla de la de Herodoto y la de Dionisio de Halicarnaso: habla de emigrantes
orientales influidos por los nativos, o nativos influidos por comerciantes del este.
Se considera, por varios rasgos culturales (por ejemplo, el alfabeto), un fuerte
influjo cultural derivado de alguna migración procedente desde el suroeste de
Anatolia. Tal influjo cultural se habría extendido sobre pueblos autóctonos
ubicados en lo que actualmente es la Toscana.

Desde su asentamiento en Italia desde el siglo VIII a. C., el pueblo etrusco presenta
un avanzado estadio de desarrollo. La razón principal del asentamiento etrusco en la
zona de la Toscana parece haber sido el control de los yacimientos de estaño, cobre y
hierro alineados en el litoral (de Caere a Vetulonia), de hecho los primeros núcleos
urbanos etruscos se ubicaron precisamente cerca de los centros de extracción y
tratamiento de los minerales. Por este motivo, cuando las polis griegas comenzaron a
fundar colonias a mediados del siglo VIII a.C. en esta costa del mar Tirreno, no
sobrepasaron las costas de Campania, ya que al norte, el dominio etrusco hacía
problemáticos los asentamientos.
Los etruscos fueron la civilización dominante en Italia desde finales el siglo VIII
hasta bien entrado el siglo V a. C., momento en que comienza a deteriorarse
fuertemente su poderío, en gran medida al tener que afrontar casi al mismo tiempo las
invasiones de los celtas y los ataques de griegos y cartagineses. Su derrota definitiva,
por los romanos, se vio facilitada por tales enfrentamientos y por el hecho de que los
etruscos nunca formaron un Estado sólidamente unificado sino una especie de débil
confederación de ciudades de mediano tamaño.
Pero antes de ese declive del siglo V a. C. brillaron como una gran potencia desde el
675 al 475 a.C.: “siglos de oro de la cultura etrusca”. Sabemos bastante de ellos por la

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gran cantidad de restos arqueológicos que se conservan, sobre todo de sus sepulcros.
Además, la pintura mural y los bronces (loba capitolina, Quimera de Arezzo, etc.) son
muestras evidentes del grado de desarrollo de esta civilización.
Por otro lado, la cultura griega –que admiraban profundamente- tuvo mucha
importancia en el mundo etrusco. Su organización política, se asemejaba bastante a las
polis griegas: Etruria se conforma en una federación de 12 ciudades independientes
unidas por lazos estrictamente religiosos, lo que es llamado Dodecápolis. Esta alianza
no es política, ni militar y cada ciudad es en realidad, individualista e independiente.
Esta admiración y contagio de la cultura de los griegos fue transmitida por los etruscos a
los romanos.

Como decíamos, Tarquinio Prisco, el fundador y organizador de la ciudad de


Roma era originario de la ciudad etrusca de Tarquinia y descendiente de una familia
griega afincada en Italia. Tarquinio debió llegar al Lacio atraído por las posibilidades de
desarrollo de la región. Y en los últimos años del siglo VII a. C. logró convertirse en rey
de los latinos, sabinos y etruscos establecidos en torno al Palatino, y les dio las
denominación de “romanos” puesto que todos ellos habitarían en la nueva ciudad
ubicada al lado del río Tíber (en etrusco “ruma”) que llamarían Roma.

- él fue el verdadero fundador y organizador de la ciudad


- organizó además las instituciones básicas de la sociedad romana: el Senado y el
Ejército, tan cruciales en la historia de Roma. El primero lo creó seleccionando
a los representantes de las familias más importantes de la comunidad a los que le
otorgó el nombre de patres (patricios). El ejército, en cambio, incluiría a todos
los ciudadanos útiles para la defensa de los intereses de la nueva ciudad y para
poner en práctica la incipiente política exterior de Roma.
- Esto no habría podido ser posible sin que los nuevos ciudadanos pudieran
controlar, disfrutar y explotar un territorio propio –ager- suficiente como para
garantizar la supervivencia frente a las amenazas de otras comunidades vecinas.
- Puso de relieve las aspiraciones expansionistas de Roma con unas iniciales
guerras de anexión por aquella región del Lacio. Llegó a controlar un importante
territorio, a establecer un dominio político y control económico sobre pueblos
vecinos como los etruscos, los ecuos o sabinos.

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En definitiva, Tarquinio Prisco, aparece como fundador de la civitas romana, con
todas las implicaciones políticas, sociales, religiosas, militares y económicas que ello
conlleva. Aparece, por tanto, como un verdadero artífice del Estado

Su sucesor, Servio Tulio introdujo cambios importantes en la emergente sociedad


romana.
- Rodeó la ciudad con una muralla que señalaba el perímetro urbano (muralla
serviana)
- realizó una clasificación de la sociedad romana en función de su capacidad de
renta, estableciendo distintas clases de ciudadanos. Así marcaba quiénes tenían
derecho a intervenir en los asuntos públicos en función de sus rentas y
posesiones. Los habitantes de la ciudad de Roma se organizaron en centurias, a
partir de sus distintas clases de ciudadanos, y de ahí se obtenía la cifra de los
6000 combatientes que constituirían la futura legión romana.

El último de los tradicionales reyes de Roma, Tarquinio el Soberbio, a pesar de las


lagunas de información que tenemos sobre su gestión de gobierno, no cabe duda de que
fue el que precipitó la caída de la Monarquía en torno al 509 a. C. De modo que la
República se empezó a afianzar en la ciudad a comienzos del siglo V a. C. Este será el
régimen que hará grande a Roma.

II.LA REPÚBLICA ROMANA (509 a. C. – 27 a. C)

El sistema social y político de Roma desde sus primeros tiempos era


extraordinariamente complejo, pero también muy singular e interesante. Para
comprender dicho sistema es necesario hacer referencia a la vital importancia de la red
de clientelas1.
Toda la sociedad romana cae bajo la influencia de una serie de redes clientelares de
dependencia. Los clientes establecen una relación de confianza y fidelidad con un
personaje más importante que actúa de protector, de patrón, que dirige la clientela en

1
Este es un aspecto histórico sobre el que están insistiendo muchos historiadores en los últimos años.
Hasta hace poco tiempo sólo se tenían en cuenta los cauces de autoridad oficiales, institucionalizados. Y
esto era así porque eran los que, lógicamente, más documentación generaban. Sin embargo, los lazos de
dependencia, los mecanismos clientelares, los favoritismos, son muy importantes también en las
dinámicas sociales.

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cuestión. Este patrón vela por los intereses del cliente y los hace valer ante terceros a
cambio de su fidelidad.
Estos cauces de autoridad poco definidos institucionalmente afectaban a todos los
círculos de poder: económico, político o social, y en muy diversos niveles. Por ejemplo,
en política, sólo se podía entrar en una determinada institución o acaparar cargos a partir
del apoyo de las familias nobles que, a su vez, tenían una extensa clientela.
Uno de los aspectos más significativos de este sistema es que los miembros de las
élites dirigentes normalmente siempre se apoyaban los unos a los otros, para dejar
excluido al resto de la sociedad.
Por eso, el sistema de clientelas era lo que, en última instancia, permitía la
existencia de esa dualidad social, tan constante y característica de la sociedad romana,
como eran las dos clases sociales: los patricios y plebeyos.
Ya desde su origen, patriciado y plebe fueron grupos opuestos desde el punto de
vista sociológico. Mientras que el patriciado, además de ser una minoría, agrupaba a la
élite de la ciudadanía romana, la plebe estaba formada por una masa heterogénea cuyo
denominador común era su carácter de grupo no privilegiado.
- Por tanto, los patricios constituían la clase social más elevada. Una auténtica
élite cuyo número era bastante reducido en comparación con el de los plebeyos.
Se les consideraba descendientes de los fundadores de la ciudad –de aquellos
patres que componían el Senado-, con unos derechos y privilegios reconocidos
por la ley. Estos patricios constituían una auténtica Nobleza romana, que se
dividía en varias clases: la nobleza senatorial, era la más elevada, de transmisión
hereditaria; y la nobleza de caballeros, una nobleza inferior, menos influyente,
aunque más numerosa.
- Los plebeyos, en cambio, eran los ciudadanos de la urbe que no tenían
privilegios, aunque como ciudadanos libres romanos, sí gozaban de derechos
civiles. La plebe no nace de la clientela, por lo que plebeyos y clientes no deben
ser asimilados.
Entre patricios y plebeyos había grandes discriminaciones, pero la más importante
de ellas era de naturaleza política. Si bien teóricamente los plebeyos, como ciudadanos
romanos, podían aspirar a desempeñar cargos públicos, en realidad eran los patricios
quienes los acaparaban, en especial las magistraturas superiores. Ellos eran los que
dominaban, por tanto, el panorama político.

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La situación se hizo explosiva en el 485 a. C., año en que se produjo la serrata del
patriziato, una situación política en la que los patricios, con un afán corporativo,
impusieron un régimen oligárquico al acaparar el monopolio de los cargos importantes
de la vida pública.
Entonces la plebe se constituyó en un auténtico grupo político, creó su propia
organización interna, instituciones propias con las que intervenir en la vida pública.
Unas instituciones que serán muy importantes en toda la Historia de Roma, y a las que
no podían acceder los patricios.
- Se van a reunir, por tanto, en asambleas propias denominadas concilia plebis
- Elegirán a sus propios magistrados (altos cargos políticos): los tribunos de la
plebe, que no podrán ser ocupadas por patricios. Unas magistraturas paralelas
destinadas a proteger a los plebeyos de los abusos de otros ciudadanos y de los
propios magistrados.
- Adoptaban sus propios acuerdos: plebiscitos, que sólo le afectaban a ellos.
Las pugnas entre patricios y plebeyos serán una constante en la Historia de la
República Romana. Las negociaciones, la atención de las reivindicaciones de los
plebeyos, las concesiones de los patricios a los plebeyos se dieron no sin dificultad a lo
largo de 2 siglos (desde principios del siglo V a. C. hasta el siglo III a. C.).
Dichas reivindicaciones no sólo eran de tipo político, sino también:
- Económico: el reparto de lotes de tierra mayores del ager publicus.
- Social: puesto que se prohibía el matrimonio mixto entre patricios y plebeyos
Así aparecía escrito en el Código de las XII Tablas redactado en torno al 450 a. C. y
que sistematizaba el material legal existente. Esta era la base del Ius Civile (Derecho
Civil), que regulaba las relaciones sociales entre los romanos, y durante siglos fue
aprendida de memoria en las escuelas.
Pues bien, como decíamos, en sucesivas leyes redactadas a lo largo de 2 siglos se
fueron haciendo algunas concesiones a los plebeyos:
- fijar un tipo de interés en los préstamos que no debía superarse
- la prohibición de la esclavitud por deudas
- abaratamiento del precio del trigo para la plebe
- mayores cotas de participación política en algunas instituciones patricias.

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En cuanto a la estructura política e institucional de Roma durante el período de la
República, era bastante compleja. Aquí la vamos a resumir haciendo alusión a
cuestiones básicas:
• Todos los ciudadanos romanos, tanto patricios como plebeyos, participaban en
los 4 tipos de asambleas o reuniones (comicios) que se celebraban. En estas
asambleas se votaban las leyes y se elegían a los magistrados (los altos
cargos). Las magistraturas eran junto al Senado las dos instituciones más
importantes de la Roma republicana.
• Las magistraturas: los diferentes puestos de las magistraturas eran elegidos
por un periodo de tiempo relativamente corto para evitar los abusos de poder.
Los magistrados más importantes son:
 Los cónsules: los que acaparan mayor poder. Se eligen dos
anuales. Sus facultades son amplias: convocar el Senado,
gobierno de las distintas provincias, dirección del ejército
 Los pretores: sus funciones estaban relacionadas con el ámbito
judicial y el Gobierno de las provincias.
 Los censores: sus funciones eran relativas a cuestiones morales,
revisión del censo y renovación de las listas de senadores
Además de estos cargos superiores de carácter ordinario, había otros que se
elegían en situaciones determinadas, con carácter extraordinario, como:
o El dictador, que era nombrado para una situación de emergencia.
Acaparaba amplias atribuciones de forma individual.
o Los decenviros: órgano colegiado formado por 10 miembros y que
actuaba como una especie de comisión conjunta de patricios y plebeyos
con la misión de redactar leyes y/o informar al Senado.
o Los tribunos militares con poder consular: sustituyeron a los cónsules
durante algún tiempo en situaciones excepcionales.
Los demás cargos de magistrados eran de importancia inferior:
o Los cuestores: se ocupaban de las finanzas
o Los ediles curules: su función era vigilar el orden público y el
funcionamiento de los servicios cotidianos de la ciudad (vías públicas,
mercados, baños, juegos…). Tenían idénticas funciones que los ediles
plebeyos.

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o Los tribunos de la plebe, se mantuvo como magistratura
exclusivamente plebeya. Elegidos en concilia plebis tenían la función de
proteger a los ciudadanos contra los posibles abusos de otros ciudadanos
o de los propios magistrados. Tenían derecho a veto contra las decisiones
de los cónsules.
o Los ediles de la plebe, funciones similares a las de los ediles curules.
• Finalmente, el Senado aparece como poder complementario a las
magistraturas; se trata de la otra institución básica de la política romana. En un
principio sólo contaba con 300 miembros, pero fue aumentando su número de
forma paulatina hasta alcanzar en la fase final de la república los 1000
efectivos. Luego volverían a disminuir durante el Imperio.
Se encontraba fuertemente aristocratizado ya que según un férreo sistema
oligárquico se nutría de unas pocas familias nobles, esto es, patricios
descendientes de familias aristocráticas de la ciudad. Sus componentes habían
sido, normalmente, magistrados en alguna ocasión. Había, por tanto, una
mayoría de patricios.
Las 2 funciones más importantes del Senado eran:
o ser el depositario del erario público
o tomar decisiones en política exterior
Además, proponía candidatos para las magistraturas, estudiaba la
presentación de las leyes, y asesoraba a los magistrados en el ejercicio de su
cargo.
Durante el Imperio seguirá teniendo influencia, con él debían contar los
emperadores para las decisiones más trascendentes. Al menos será así hasta el
Imperio de Diocleciano.

En teoría, todo este edificio institucional pretendía el equilibrio de los distintos


poderes para asegurar la estabilidad social y política. De este modo, Polibio, un
historiador y político de origen griego, decía que el sistema podía parecer monárquico si
uno centraba la atención sobre las funciones de los cónsules, aristocrático si observaba
al Senado y democrático si lo hacía sobre las instituciones que representaban al pueblo.
Parecía, por tanto, la combinación perfecta para un Estado que pretendía ser el modelo
de actividad cívica del mundo antiguo.

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Pero en realidad, era todo un espejismo. Los principios más básicos del sistema,
la lex, fue quebrantada en numerosas ocasiones, y se pusieron de manifiesto con
excesiva asiduidad, las evidentes carencias del sistema.

A) EXPANSIÓN ROMANA DURANTE LA REPÚBLICA:

El origen de la tendencia expansionista del Estado romano se remonta al comienzo


del período monárquico. Roma irá imponiendo su hegemonía primero en el Lacio y
después en toda Italia. Más tarde, como veremos, en Sicilia y en las demás provincias
romanas.
Por tanto, ya desde finales del siglo VI Roma comienza a convertirse en una
potencia temible en la península itálica, una potencia que lucha contra los pueblos
vecinos, hasta lograr dominar Italia Central tras la batalla de Sentino (295 a.C.).
El resto de la península, desde la llanura del Po en el Norte hasta el estrecho de
Mesina, se consiguió dominar en la batalla de Benevento (275 a. C.) La supremacía de
Roma se había establecido en toda Italia.
Con estas bases territoriales Roma se lanza a su expansión fuera de Italia. Y es
cuando choca con el otro gran centro de poder del Mediterráneo occidental de aquella
época: Cartago. Situados, incluso geográficamente, frente a frente, se enfrentaron en un
largo y decisivo periodo bélico conocido con el nombre de Guerras Púnicas.
Cartago fue una importante ciudad fundada por los fenicios procedentes de Tiro en
un enclave costero del norte de África, cerca de la actual ciudad de Túnez. Tras la
decadencia de Tiro, Cartago desarrolló un gran Estado, de carácter republicano.
Pues bien, la República de Cartago se enfrentó con la República romana en las
llamadas Guerras Púnicas.
La Primera Guerra Púnica tendrá como objetivo fundamental el control de Sicilia,
una isla estratégica en zona de influencia cartaginesa. La lucha se desarrolla entre el
264-241 a. C. Roma acudió a Sicilia en apoyo de Messana, que había solicitado su
ayuda frente al acoso de siracusanos y cartagineses, que ocupaban la parte oriental y
occidental de la isla, respectivamente.
En principio fue un enfrentamiento desigual puesto que los romanos carecían de
barcos de guerra y procurarían establecer combates en tierra, dentro de la isla. Pero las
posiciones de Cartago eran portuarias, por lo que intentaría, en cambio, batallas navales.

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Hasta el año 250 a. C. el balance fue favorable a los cartagineses, dada la evidente
superioridad naval de los púnicos (a pesar de los esfuerzos del Senado romano por
financiar la construcción de una flota romana comparable a la de Cartago). Sin
embargo, la victoria final fue para los romanos.
En este primer enfrentamiento con Cartago, Roma se va a imponer porque además
de su superioridad en recursos, contaba con un impresionante potencial demográfico.
Por tanto, no sólo va a obtener lo que quedaba de la Magna Grecia, además de otras
duras condiciones impuestas a los cartagineses, sino que saldrá extraordinariamente
robustecida como una gran potencia en el Mediterráneo. Roma obligó a Amílcar Barca,
general cartaginés, a abandonar la isla, ceder sus naves y una fuerte indemnización de
guerra a Roma durante los siguientes 10-20 años.
Entonces Amílcar Barca y los supervivientes púnicos se establecieron en el sur de la
península Ibérica, cerca de las zonas metalíferas de Sierra Morena y de la región
levantina. De modo que en pocos años forjaron un auténtico Imperio bárcida en esa
zona.
Una vez muerto Amílcar Barca, su sucesor Asdrúbal fundó Carthago Nova
(Cartagena) y realizó un pacto con los romanos: Tratado del Ebro: los cartagineses se
comprometían a no atravesar la línea de este río. Se delimitaban así dos áreas de
influencia: la grecorromana al norte y la cartaginesa al sur.
A la muerte de Asdrúbal, tomó el mando el cartaginés en la Península Ibérica
Aníbal. Este fue el que llevó a la Segunda Guerra Púnica (218 -201 a. C.)
Esta tuvo un doble escenario: el sur de la península ibérica e Italia. Aníbal, con un
potente ejército en el que se incluían 30 elefantes se planta en Italia. Una vez allí, vence
a los romanos en la batalla de Cannas (216 a. C.) e infunde un gran terror a la ciudad de
Roma porque se piensa que es el siguiente objetivo militar. Sin embargo, no llegó a
tomar la ciudad: esperando refuerzos, consumió su tiempo. Aníbal fue derrotado por
Publio Cornelio Escipión, el Africano en la batalla de Zama (202 a. C.).
Mientras, en la península, los cartagineses también estaban sufriendo un duro revés,
con la toma de Cartago Nova en el 209 a. C., de Bailén (Baécula) y sobre todo con la
rendición de Gades (Cádiz), el último bastión púnico en la península, en 205 a. C.
Los cartagineses estaban de nuevo arrinconados en su vieja Cartago, y los romanos
incorporaron buena parte de España a su dominio sobre el Mediterráneo occidental.
La posición cartaginesa quedó tan reducida que tardó unos 50 años en enfrentarse de
nuevo a Roma, y cuando lo hizo en el 151 a. C. (Tercera Guerra Púnica), la rebelión

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fue sofocada rápidamente, el territorio norteafricano fue convertido en una nueva
provincia romana y la ciudad de Cartago destruida finalmente en el 146 a. C.

Gracias a este nuevo salto en el control del futuro Mare Nostrum, los romanos
empiezan a pensar en nuevos escenarios: el mundo griego. Siempre lo habían
admirado, había supuesto una especie de fascinación en lo cultural. Por tanto, pensaron
que había llegado el momento de medirse con los herederos de quienes habían
expulsado a los persas acompañando a Alejandro Magno.
Para el año 146 a. C., el mundo helénico, salvo el Egipto de los Lágidas que
perdurará un siglo más, caía por entero al dominio de Roma (coincidiendo con la
Tercera Guerra Púnica).
De modo que tanto Oriente como Occidente se ponían bajo el control de aquella
ciudad del Lacio que nunca dejó de crecer.

Sobre los motivos de esta expansión imperialista: no podemos aislar los motivos
políticos, económicos y sociales, una empresa expansiva que desde el principio se ligó a
la supervivencia del propio Estado. Antes o después tendría que enfrentarse a rivales
que, como Cartago o las monarquías helenísticas, le disputaban la hegemonía, el control
o la explotación de ciertos territorios.
-Motivos políticos: los miembros del grupo dirigente (nobilitas), veían en las
conquistas la posibilidad de lograr prestigio político.
-Económicos: las conquistas proporcionaban también grandes beneficios
económicos tanto a la clase dominante romana (a la que la expansión proporcionaba
numerosos esclavos como mano de obra) como a los caballeros (equites), quienes
podían afianzar sus relaciones comerciales y, en muchas ocasiones, financiar (como
publicani) los impuestos debidos a Roma, que ellos mismos se encargarían de recaudar
más tarde obteniendo importantes beneficios.
Los prisioneros de guerra eran traídos a Italia y vendidos como esclavos, como
mano de obra barata para las explotaciones y talleres. De esta forma se evitó que los
pequeños campesinos itálicos, arruinados tras varias generaciones de guerras, se
convirtieran ellos mismos en esclavos para cubrir las deficiencias de mano de obra
itálica. Muchos de esos campesinos emigraron a Roma y pasaron a engrosar la plebe
urbana.

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Los ciudadanos romanos se vieron inmersos en una dinámica imperialista que
incluía: la guerra, el saqueo, el botín, la recaudación de impuestos, reducción a
esclavitud de los prisioneros de guerra, utilización de estos como mano de obra agrícola
y artesanal, crecimiento de la vida urbana, demanda de productos, incremento del
consumo interno, apertura de nuevos mercados para los productos itálicos.
Otra consecuencia importante de la expansión imperialista fue la progresiva
integración de los territorios y ciudades conquistadas en las formas de vida romanas
mediante diversos procedimientos:
- fundaciones coloniales
- otorgamiento de la ciudadanía romana
- provincialización
En este proceso, Roma ensayó en Italia las fórmulas que luego aplicaría a los otros
dominios territoriales.
- las colonias: la práctica de fundar colonias es relativamente tardía. Al final de la
II Guerra Púnica Roma había fundado muy pocas colonias en Italia (unas 40) y
sólo una colonia extraitálica: Itálica (en Hispania) fundada en el 206 a. C. para
acoger a las tropas itálicas enviadas a la península ibérica con motivo de la
guerra contra Aníbal.
Había dos tipos de colonias: las colonias romanas (a cuyos habitantes se les
concedía el derecho de ciudadanía romana) y las colonias latinas (sus habitantes
tenían el estatus de ciudadanos latinos, es decir, tenían los mismos derechos
civiles que los ciudadanos romanos pero no tenían sus derechos políticos). Una
fórmula intermedia entre ambos tipos de colonias era otorgar al territorio
conquistado el estatuto de municipium: la comunidad indígena conservaba sus
instituciones y sus habitantes eran considerados peregrini, es decir, no
ciudadanos.
Este procedimiento permitió al Estado romano resolver el problema del
incremento demográfico generado por la expansión sin tener que ampliar el
cuerpo de ciudadanos romanos de forma significativa.
- Las concesiones de ciudadanía a los habitantes de las ciudades dominadas se
dieron de forma excepcional hasta la época imperial. Y es que las élites de la
sociedad romana republicana no estaban dispuestas aún a compartir sus
tradicionales privilegios, y particularmente el de la civitas romana.

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- En cuanto a la provincialización, a menudo la integración de los territorios
conquistados se llevó a cabo también mediante su conversión en provincias:
constituyó un importante precedente para el régimen imperial posterior.

B) LA DESCOMPOSICIÓN DEL RÉGIMEN REPUBLICANO:

En realidad, la mayor parte del período republicano el Estado romano había sido
controlado por un reducido número de familias hasta el punto de que su última fase, la
llamada “República tardía” es considerada generalmente como una auténtica oligarquía
en la que las tendencias autoritarias se impusieron sobre las democráticas.
En este periodo nos encontramos a 2 grupos enfrentados por el poder (evolución del
conflicto entre patricios y plebeyos): los populares, estos no se identificaban ya con los
plebeyos, aunque a menudo estuvieron asociados a ellos, sino que se trataba de un grupo
dirigente que defendió un programa político en el que se protegían los intereses de la
mayoría, y por tanto, opuesto a los optimates, de carácter más exclusivista y que
defendía los intereses económicos y políticos de la nobilitas. No obstante, unos y otros,
estaban ya inmersos en una lucha de poder de carácter personalista y autocrático,
aunque quisieran disfrazarlo bajo formas legales republicanas como las dictaduras.

Este periodo tardorrepublicano fue ante todo una época de conflictos. El periodo
se inicia con el decenio revolucionario de los hermanos GRACO (133-123 a. C.) y su
programa de Estado a favor de los populares. Será el comienzo de las grandes
adulteraciones del sistema.
Tiberio Graco, con sus leyes de reforma agraria, y Cayo Graco con sus leyes sobre
el abaratamiento del trigo para la plebe (dentro de un programa de reformas para
mejorar la vida de amplias capas de la población), llegaron a utilizar poderes al margen
de la ley.
- Tiberio, pasando por encima del Senado se va a elevar a la condición de una
especie de patrón todopoderoso de la plebe. Era tribuno de la plebe y como tal
fue acusado de ilegalidad al presentar su candidatura para el año siguiente.
- Cayo, también tribuno, será reelegido al año siguiente (se estaban
transgrediendo las leyes del Senado). Este protagoniza el resurgimiento del
movimiento popular, va a dar paso a que el orden ecuestre, lo équites, tengan su

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peso en la política romana, como preludio del gran protagonismo que tendrán en
la época imperial. Pero ambos serán asesinados.

¿Cuál es el contexto que explica el apoyo de estos personajes a las reivindicaciones


de la plebe?
Durante el siglo III y II a. C. la plebe aumentó en número a costa de los pequeños
propietarios arruinados por las continuas guerras que obligaban a las movilizaciones
masivas de los campesinos. Sin embargo, este grupo no se había beneficiado del
proceso expansionista. La reivindicación fundamental de la plebe era el reparto del ager
publicus en condiciones asequibles para los plebeyos (hasta entonces su adquisición
sólo había beneficiado a los patricios). La demanda fue tan fuerte que algunos
individuos plebeyos (tribunos de la plebe) aprovecharon la situación para enfrentarse al
Senado patrocinando estas reivindicaciones.

Por tanto, los conflictos internos, las transgresiones de la ley, la violencia


generalizada, la guerra civil, procesos todos ellos que se dan al final del periodo
republicano, llevarán a un nuevo régimen, el Principado, dentro ya del llamado Imperio
Romano –que veremos un poco más adelante-.

Además del episodio de los hermanos Graco, unos años después, esta transgresión
de la legalidad política se repetirá con la luchas entre MARIO y SILA: protagonizarán
unos conflictos internos que llevarán a la guerra civil y a la dictadura.
- el cónsul Cayo Mario estaba destacando como general, sobre todo por sus
victorias contra los cimbrios y teutones (pueblos germánico-célticos que estaban
atacando el Imperio). Además se preocupó por las condiciones de vida de sus
soldados. Cayo Mario revitalizó las pretensiones plebeyas o populares que
habían quedado dormidas tras el decenio revolucionario de los hermanos Graco.
Además, se hizo elegir cónsul 5 veces seguidas (ilegalmente) entre los años 105
-100 a. C. apoyado por los jefes populares. Pero con el tiempo, sería víctima de
su oponente SILA, el partidario del Senado y de las tendencias propatricias, de
los optimates.
- Lucio Cornelio Sila había sido un subordinado de Mario en el Ejército, que en el
88 a. C. se va a enfrentar a los partidarios del anciano Mario en defensa del
papel legal del Senado. Llevó a cabo una intensa depuración de sus enemigos y

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la adquisición de sus bienes para repartirlos entre sus partidarios (proscripciones
de Sila). Se trató de una auténtica Guerra civil que acabaría instaurando una
dictadura militar (82-79 a. C.) Demostró al Senado y al pueblo de Roma que la
fuerza de las legiones podía anular cualquier decisión política.
A partir de estos momentos había quedado establecido que quien ostentara un
mando supremo militar y fuera reconocido como gran general por sus victorias, podía
intervenir en política. Así que la dualidad de lo político y lo militar no era ya tal; una
simbiosis de estas dos facetas se dio a partir de este momento en la Historia de Roma.
Los generales de fama iban a convertirse ahora, incluso con el apoyo del Senado, en los
hombres fuertes de la República y se responsabilizan de la defensa del Estado. Era una
de las primeras veces en la historia en la que las dictaduras son justificadas por la
necesidad de defender al Estado ante los múltiples peligros que le acechan.

En este periodo convulso de finales de la República, hemos de hablar también de


otro proceso: las llamadas “guerras serviles”. Es decir, las revueltas de esclavos.
Las más importantes fueron las lideradas por Espartaco en los años 70 a.C. Estas
guerras serviles ya se habían producido durante el siglo II a. C. en otros escenarios
(Sicilia, Asia Menor), pero fueron las itálicas las que pusieron en peligro la estabilidad
del Estado.
Espartaco logró reunir un ejército de unos 30.000 hombres formado por los esclavos
urbanos y agrícolas, asalariados de las ciudades y población servil del sur de Italia. Se
constituyeron 2 frentes: uno al norte dirigido por Espartaco y otro al Sur dirigido por
Crixos. Ambos fueron derrotados por Craso y Pompeyo quienes recibirían el consulado
al año siguiente (70 a. C.).

C) EL FINAL DE UNA ÉPOCA

La época de Pompeyo y César, de un lado, y la de Marco Antonio y Octavio de


otro, constituyen no sólo la última generación republicana, sino también el final de un
período y el comienzo del siguiente en la historia de la Roma antigua.
Pompeyo ha sido un hombre injustamente tratado por la historiografía, ya que su
figura ha sido eclipsada por la de César. Sin embargo, su creciente poder corrió paralelo
al de su gloria como militar basada en sus represalias contra los levantamientos en
Hispania y, sobre todo, por haber participado en la derrota final de Espartaco.

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Por medio de lo que se conoce como el Primer Triunvirato, -denominación
errónea porque no fue una decisión institucionalizada ni oficial, sino que fue una
decisión de naturaleza secreta-, Pompeyo se unía a Craso y a César (los tres
nombrados cónsules). El objetivo era unir sus fuerzas contra los sectores más
conservadores del Senado.
Durante un tiempo esta unión política funcionó bien, mantuvieron el equilibrio de
sus funciones. Cada uno de ellos gobernaba una parte de las provincias del Imperio y
cada uno de ellos representaba, también, cada uno de los pilares del poder: Pompeyo el
de los senadores, Craso el de los équites y César el de los sectores populares.
Pero como no podía ser de otra forma entre personalidades tan fuertes, después de la
muerte de Craso, Pompeyo y César enfrentaron con violencia sus respectivos proyectos
políticos.
- Cayo Julio César se hizo cada vez más famoso y más querido entre sus
soldados, gracias a los 10 años de convivencia militar, en los que completaría la
conquista de la Galia. Este rico y extenso territorio proporcionó dinero a César,
pero también prestigio. Por otra parte, estaba la cuestión del Ager Publicus que
aún no había sido resuelta en tiempos de los hermanos Graco y que va a ser
encarada por César, lo que le valió importantes adhesiones sociales, no sólo de
los soldados, sino del amplio espectro de clases medias y desfavorecidas. El
Ager Publicus se había ido concentrando en manos de los optimates, creando
explotaciones bastante grandes (latifundios) utilizados como explotaciones
ganaderas. Además estaban acaparando a la mano de obra esclava obtenida tras
las conquistas. Unas explotaciones que perjudicaban a los agricultores y que
obligaban a que se tuviera que importar trigo de fuera de Italia (encarecimiento
de la vida). Hasta tal punto de que cuando los soldados volvían de la guerra y se
dedicaban a explotar sus reducidos patrimonios, no se encontraron con una
situación lo suficientemente competitiva. Los legionarios se vieron así
desplazados, al igual que todos los demás sectores más humildes, quienes
encontraron en César un defensor de sus intereses.
- Por su parte, Pompeyo comenzó a acercarse de nuevo al Senado y al partido
conservador esperando su apoyo frente a la gloria que estaba alcanzando su
compañero de consulado. Entonces, se desencadenan los acontecimientos:
Pompeyo logra que el Senado lo nombre cónsul único y César, aún en la Galia,
es destituido de sus poderes. Por lo que éste, en defensa de su dignidad política,

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cruza el Rubicón (famosa frase Alea jacta est): el río tenía especial importancia
en el derecho romano porque a ningún general le estaba permitido cruzarlo con
su ejército en armas. Marcaba el límite del poder del gobernador de las Galias y
éste no podía —mas que ilegalmente— adentrarse en Italia con sus tropas. En
enero del 49 a.C. Julio César lo atravesó, cruzarlo significaba cometer una
ilegalidad, convertirse en enemigo de la República e iniciar la guerra civil.

Los frentes a lo largo de todos los dominios romanos son diversos (Galia, Hispania,
África y Grecia), pero la superioridad militar de César era evidente. Logra vencer a
Pompeyo, quien será ejecutado.
El vencedor indiscutible de la guerra civil llega a Roma donde le espera el poder
máximo. Es nombrado dictador vitalicio (un cargo aparentemente contradictorio) pues
recordemos que la dictadura era un cargo de naturaleza provisional) y cónsul.
Esta acumulación de poderes frente a la concepción republicana del “poder
colegiado” indicaba claramente el inicio de una nueva época: la que llevaría a la
instauración del Principado de Augusto.

El asesinato de Cayo Julio César en el año 44 a. C. a manos de Bruto y Cassio


Longino (simples ejecutores de la acción en nombre de la república) precipitó los
acontecimientos. Los asesinos fueron perseguidos por Marco Antonio (el cónsul del
año), Lépido (experto militar) y Octavio, heredero en el testamento de César.
Desde el año 43 a. C. se forma el segundo triunvirato con estos tres personajes:
Marco Antonio, Lépido y Octavio, por 10 años, para reconstruir la República. De
nuevo se dio un reparto territorial del Imperio entre ellos.
Marco Antonio, por tanto, gobernaría las provincias orientales. Sin embargo, la
relación de éste con la reina egipcia Cleopatra VII, (última reina helénica), provocó los
recelos del Senado. Esta institución empezó a especular con la posibilidad de que Marco
Antonio aspirara a dirigir directamente la parte oriental del Imperio cediendo algunos
territorios a Cleopatra o sus herederos. De ahí que el Senado decidiera apoyar a Octavio
como único dirigente.
Por tanto este segundo triunvirato duró poco. En el año 36 a. C. se eliminó de la
escena a Lépido, y el enfrentamiento quedó entre Octavio y Marco Antonio. Este último
es vencido por las tropas de Octavio (comandado por el general Agripa) en la costa del
Epiro en el año 31 a. C. (batalla de Acctium). Marco Antonio y Cleopatra regresan a

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Egipto (Alejandría) como vencidos, donde murieron en extrañas circunstancias, que han
dado pie a la leyenda.
Al año siguiente, en el 30 a. C. Egipto se incorpora como provincia del Imperio y
Octavio regresa a Roma donde se convierte en el único jefe político con capacidad para
mandar sobre todo el ejército romano. Comienza así el periodo conocido como el
Principado, dentro ya de la etapa el Imperio Romano.

III. EL IMPERIO ROMANO (27 a. C). El Principado de


Augusto (Octavio).

Ningún romano –ni ningún emperador- habría calificado nunca esta etapa política
del Alto Imperio Romano como una monarquía. Esta palabra seguía siendo tabú entre
los ciudadanos, además de que seguían en vigor venerables instituciones republicanas
como el Senado. Pero lo cierto es que, en la práctica, la institución del Principado
(reunión de máximos poderes en el primero de los ciudadanos romanos) era, a todos los
efectos, una monarquía.
El Imperio no se configuró sólo como un conglomerado de provincias, sino también
como un sistema centralizado de poder, en el que el Princeps acaparaba todas las
prerrogativas en materia militar, religiosa, económica, judicial y legislativa.
En la dialéctica entre libertas y securitas, se van a decantar, una vez más, por esta
última: preferían el grado de estabilidad que ofrecía el nuevo régimen de Augusto. Un
régimen que perdurará hasta que le sustituya el periodo conocido como el “Dominado”,
en el que el poder estatal estará todavía más centralizado, un poder del que podemos
decir que es ya plenamente autocrático –este se dará a partir de Diocleciano-. Pero hasta
entonces, Augusto y los sucesivos emperadores prefirieron gobernar con la ficción legal
de que gobernaban conjuntamente con el Senado y el pueblo de Roma, de ahí las
famosas siglas S.P.Q.R. (Senatvs Popvlvs Qve Romanvs, cuya traducción es «el Senado
y el Pueblo Romano»). Aunque el Princeps hubiera ido acumulando una auténtica lista
de cargos que le hacían el hombre más poderoso del mundo.
A comienzos del año 27 a. C. Octavio, que ya había incorporado a su nombre el
título de Imperator (comandante en jefe del ejército, poderes militares extraordinarios),
recibió también el título de Augusto (el Excelso), un título de carácter estrictamente
religioso que elevaba a su portador por encima de la dimensión humana. Ese sería el

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nombre con el que se le conocería a partir de ese momento. Le fue adjudicada también
la Tribunicia potestas, que lo convertía en representante y garante de los derechos del
pueblo. También se hizo denominar como Pater Patriae, el padre de todos los romanos,
igualándose así a la figura mítica de Rómulo (de hecho, se le llegó a considerar segundo
fundador de la ciudad de Roma). Acumuló, por tanto, más poderes de los que acaparó
Julio César al final de su vida.
A Augusto se le puede considerar, al mismo tiempo:
- un restaurador: su acción política se basaba en buena medida en el entramado
institucional republicano
- un innovador, ya que fue el principal actor de la lenta instauración del nuevo
sistema imperial.
Su principal baza fue el haberse situado a la cabeza del Ejército: su poder militar
como comandante en jefe (Imperator) lo situaba por encima de todos los gobernadores
de las provincias. Este era el verdadero eje de su poder. De ahí que se haya dicho del
régimen de Augusto que podría llamarse una Monarquía Militar.
Pero también fue fundamental su hábil programa de propaganda política: puesta
de manifiesto no sólo en las reformas urbanas que llevó a cabo en la ciudad de Roma
(expresión de la unión entre arquitectura y poder), sino también en las creaciones
literarias y en las narraciones históricas. En este sentido, él mismo redactó la famosa
Res Gestae, la narración escrita de todas las grandes obras de gobierno que él mismo
había realizado. Además contó con importantes y eficaces colaboradores como Agripa y
Mecenas en lo político, Horacio, Virgilio y el historiador Tito Livio, en lo intelectual.
Entre las reformas más importantes que llevó a cabo hemos de mencionar:
- la reforma del Senado: disminución de sus miembros (a 600) y disminución
también de su poder al recortarle prerrogativas sobre el control que había
ejercido en el gobierno de las provincias. Para ello introdujo a ecuestres (nobleza
de caballeros) en la nueva administración imperial.
- reformas en la administración de la ciudad, así como en cuestiones de
abastecimiento y orden público.
- la reforma de las provincias, que duraría varios siglos. Estas provincias se
dividirían en dos grupos: las senatoriales, gobernadas por el Senado, y las
imperiales, administradas por un legado designado directamente por el
emperador. Es decir, Augusto aceptó gobernar solamente aquellas provincias, en
su mayor parte, fronterizas, donde había problemas militares (entre ellas Siria,

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Galia, Hispania, Lusitania,). Los gobernadores de estas provincias recibían el
título de propretores y eran legados del emperador. Las demás –ya pacificadas y
fáciles de gobernar- quedarían bajo el gobierno y la administración del Senado.
Sin embargo, Augusto podía intervenir en cierto modo en ellas. De modo que
bajo auspicio de Augusto, los gobernadores provinciales que hasta ese momento
se habían convertido en déspotas (y con el apoyo del Senado habían llevado a
cabo toda clase de abusos), fueron convirtiéndose en funcionarios que debían
administrar estos territorios en provecho del interés general del país.
- Pero el capítulo más importante de estas reformas lo constituyen los títulos que
se fue atribuyendo. Al ir acaparando en su persona altas dignidades (Imperator,
Pontífice Máximo, Pater Patriae, tribunicia potestas) fue acabando,
soterradamente, con el esquema político- institucional tardorrepublicano,

El nuevo sistema imperial se asentó sobre la base territorial legada por el sistema
republicano: en el año 30 a. C. el Estado romano era un vasto dominio territorial que se
extendía desde la Península Ibérica hasta Palestina y desde la desembocadura del Rin
hasta el Norte de África.
Hemos de señalar ahora que Augusto dejó plasmado en su testamento un consejo a
su sucesor Tiberio: mantener el Imperio dentro de sus límites, es decir, no ampliar las
fronteras del Estado romano. Este consejo constituía una auténtica ruptura con toda la
tradición histórica de Roma en su política exterior, una ruptura basada en la conciencia
de que el Estado había llegado al límite de sus posibilidades de expansión en lo que
respecta al número de hombres movilizables y a los recursos materiales para hacer la
guerra. Este consejo se cumplió, de modo que salvo la anexión de las pequeñas
provincias de Comagene (en Mesopotamia, junto al Eufrates) y Capadocia (en
Anatolia), su sucesor Tiberio no aumentó la extensión territorial del Imperio. Las
anexiones posteriores más importantes serían las de Britania con Claudio, y Dacia y
Mesopotamia con Trajano.
Sin embargo, el Imperio que Augusto legaba a sus sucesores era muy diferente del
que había recibido él al hacerse con el poder tras las Guerras Civiles, tanto en extensión
como en organización interna. Cuando Augusto se hace con el poder, estimó que una de
sus misiones esenciales era proporcionar a Roma unas fronteras seguras. Por otra parte,
una política exterior activa era la premisa indispensable del poder extraordinario que le
otorgaba el título de imperator (comandante en jefe del ejército), además de servirle –

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dicha política exterior activa- como un medio para ganar prestigio y promocionar a los
hombres que lo habían seguido y apoyado. En definitiva, la mejor manera de consolidar
interiormente una dictadura militar era proporcionarle un enemigo exterior.
Por tanto, la política exterior de Augusto estuvo presidida por el deseo de alcanzar
unas fronteras estables que vendrían dadas por los límites naturales del Imperio. Esos
límites naturales serían: por occidente, el Océano Atlántico; por el norte, la línea
marcada por los ríos Rin y Danubio; por el este y por el sur, por los desiertos sirio y el
Sahara. Si contemplamos las anexiones que realizó, efectivamente, vemos que hubo
cierta conciencia de ello.
- En Hispania: enfrentamiento con los cántabros y astures, a los que acabó
venciendo (25 a. C.). Fundó la colonia Emérita Augusta (Mérida) con los
soldados licenciados tras la guerra. Terminaba así la conquista romana de
Hispania que había comenzado unos 200 años antes.
- En África y Asia, Augusto prefirió consolidar las fronteras por medios
diplomáticos, antes que militares.
- A partir del 26 a. C. todos los esfuerzos se dirigieron a los Alpes. En esta zona
hubo una política de extender los límites del Imperio hasta el curso del Danubio,
enlazándolo con la frontera de Germania. Efectivamente, se logró la anexión de
la región de Austria situada al sur del Danubio (Nórico), parte de Baviera
(Recia) y Suiza oriental, pero fracasaron en la anexión de Germania.

La obra de Augusto marca la culminación de un proceso que podemos definir como


del Imperialismo al Imperio, en el sentido de que las provincias dejaron de ser meros
territorios extraitálicos que los gobernadores militares podían esquilmar a su antojo,
para pasar a ser consideradas como partes integradas de un todo político e ideológico en
el que cada una aportaba sus riquezas, sus hombres y sus creencias al vasto conjunto de
la Romanitas.
Para terminar, diremos que su grado de autoridad fue tal que se le concedió la
potestad de designar un heredero, con lo que el nuevo régimen del Principado estaba
proyectado, desde el primer momento, para que se pudiera perpetuar en el tiempo. Esto
es fundamental. De hecho, la historia del Principado, y del Imperio, en definitiva, es la
historia de la transmisión de poder. Una transmisión de poder que va a utilizar diversos
cauces: herencia, adopción, aclamación militar, elección por el Senado, usurpación.

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A) LA SOCIEDAD y ECONOMÍA ROMANA.

A comienzos del Imperio, la ciudad de Roma había crecido hasta alcanzar la


fabulosa cifra de entre 800.000 y 1.000.0000 de habitantes. Este aumento era debido
sobre todo a la inmigración más que al crecimiento natural.
En cuanto a los grupos sociales, además de los patricios y plebeyos originarios
de la propia ciudad, había un gran número de campesinos italianos que habían ido
llegando a la ciudad en los periodos de crisis de la época tardorrepublicana. Además, la
ciudad albergaba a una gran cantidad de extranjeros (comerciantes, artistas, obreros,
etc.), esclavos y libertos (que se dedicaban sobre todo a profesiones liberales).
Las diferencias de categoría eran diversas y profundas: diferencias entre mujeres
y hombres, entre naturales y extranjeros, entre libres y esclavos… Estos últimos
constituían nada menos que la mitad de la población romana, aproximadamente.
Entre las clases altas se encontraban: en la cúspide, la nobleza senatorial (con
unos 600 miembros) y por debajo de estos, la nobleza de caballeros (u orden ecuestre,
los équites), hombres de negocios, una semi-nobleza al servicio de la burocracia
imperial.
En estas clases pudientes, la institución familiar era fundamental, con la figura
del pater familias como protector y amo absoluto de los destinos de la misma, y con el
culto a los antepasados como una de sus principales reglas morales.
Los soldados dejarán de ser elegidos por censo y se convertirán en profesionales.
Las legiones romanas que habían tenido un gran protagonismo durante las guerras de
expansión republicanas, se van a encargar ahora durante el Imperio de guardar la Pax
Romana, tanto conteniendo a los posibles invasores, como sofocando las rebeliones
internas.
En cuanto a la religión, como en todos los pueblos del mundo antiguo, tenía
también una gran importancia en Roma. Para los romanos, estaba estrechamente unida a
la política. De hecho, grandes personalidades del Estado ocupaban al mismo tiempo
cargos sacerdotales y, por supuesto, el emperador ostentaba el título de Pontifex
Maximus. La religión era una forma de redoblar la seguridad, en este caso, desde el
terreno espiritual, que aportaban las legiones.
Todo acto público era un acto religioso, y todo acto religioso era un acto público
(a excepción del culto que se realizaba en ámbito privado), donde había una serie de
ritos como el sacrificio y la adivinación.

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Aunque el Princeps ostentaba el título de Pontifex Maximus, y entre sus
funciones como tal estaba el de supervisar todas las actividades religiosas así como los
colegios religiosos reconocidos por el Estado, aquél no se inmiscuía en las creencias de
la vida privada de los individuos. Sólo lo hacía en la medida en que podían verse
afectadas con esas prácticas las instituciones oficiales. Por ello, las persecuciones por
creencias religiosas se realizaban bajo la idea de que los practicantes de esas religiones
(especialmente, en el caso del cristianismo) constituían un peligro para la seguridad del
Estado, y con la voluntad de garantizar el orden público.
En cuanto a los dioses, desde los primeros tiempos la Tríada capitolina
compuesta por los dioses tradicionales romanos, Júpiter, Juno y Minerva, simbolizaba la
cohesión del Estado. Eran los protectores de la ciudad, de los latinos y de muchos
pueblos italianos. Además de esta Tríada, Apolo y Marte encarnaban la invencibilidad,
y las virtudes divinizadas como Virtus o Fortuna, reflejaban el sistema de valores más
importante de Roma. Otros dioses eran Vesta, Saturno (aunque su culto desapareció al
final de la República), Cástor y Polux, etc.
Una vez aceptado el culto a los dioses protectores, cada comunidad romana era
libre para componer el resto de su panteón. Una de las cosas que más se han subrayado
de la religión romana es su flexibilidad y su capacidad para integrar otros cultos, sobre
todo los introducidos desde Oriente.

La agricultura fue, desde siempre, la principal riqueza de Roma. Una agricultura


que tuvo como firme aliada la esclavitud, sobre todo a partir de las campañas de
Oriente. El latifundio de mano de obra esclava se fue convirtiendo en la forma de
propiedad más extendida en el Imperio, aunque también había medianas y pequeñas
explotaciones. Estos latifundios estaban controlados por una élite romana que prefería
vivir de las rentas antes que invertir grandes capitales y asumir riesgos financieros. No
obstante, a pesar de esta falta de inversiones, el aumento del número de trabajadores del
campo y el progreso de las técnicas de irrigación desarrollaron la economía agraria y
facilitaron el aumento de población.
Ya en el Alto Imperio, Italia había dejado de ser la gran productora de trigo, vino
y aceite de tiempos de la República, e incluso en Roma había una significativa carencia
de estos productos, por lo que la dependencia agraria de las provincias –que con el
tiempo se convirtió también en dependencia de los productos manufacturados- se fue
haciendo cada vez más grande. De hecho, las provincias fueron prosperando de acuerdo

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con su importancia como productoras. Así, territorios fértiles, como la Galia y Egipto
aportaron gran cantidad de productos agrarios al Imperio. Y también Hispania, con sus
exportaciones de trigo, vino y aceite. De hecho, en el Alto Imperio, Hispania
proporcionaba las dos terceras partes de la producción de trigo.
Esta economía, como todas las de la Antigüedad, tenía también en la explotación
de minerales una gran baza. Fueron especialmente importantes el cobre y el plomo.
Por su parte, la industria se movía en niveles artesanales, lógicamente, y estaba
centrada en dos tipos de actividades:
- los que confeccionaban artículos de la vida corriente (ánforas, tejidos,
metalurgia, ladrillos, etc.)
- y la artesanía de lujo: orfebrería, sedería, etc.
Había grandes empresas artesanales especializadas en algunos productos básicos
de consumo que eran propiedad del emperador, de senadores, de caballeros o incluso de
sociedades por acciones. Cuando esta actividad englobaba a un alto número de
trabajadores, éstos se asociaban en corporaciones encargadas de proteger los intereses
de sus actividades.
El comercio era también una actividad de gran trascendencia, sobre todo para un
periodo de la historia con tantas limitaciones espaciales. Los centros más importantes se
situaban en los ejes viarios y fluviales (Londres, Córdoba, Tréveris, Burdeos, etc.) que
normalmente conducían a los puertos más importantes del Mediterráneo (Cartago,
Gades, Narbona o Alejandría, que era considerada el centro comercial más importante
del Imperio). En las calzadas romanas se situaban, por tanto, las ciudades más
importantes en lo que se refiere al intercambio de productos, con ferias y mercados.
Estas se extendían, con gran funcionalidad, por todos los destinos donde había intereses
romanos, ya fueran económicos (para el desarrollo del comercio) o militares (para que
las legiones se movieran con facilidad). Estas calzadas, no obstante, servían también a
otros fines: facilitar la comunicación entre pueblos, razas, lenguas y culturas diferentes.
La navegación también era fundamental en el Mare Nostrum, convertido en una especie
de lago latino, donde se imponía el dominio político pero también donde se controlaban
las vías de comunicación.

Vamos a terminar este apartado dedicando un pequeño espacio a la mujer. Hay


que comenzar diciendo que se dan muchas situaciones diferentes de unas mujeres a
otras, según la clase social a la que se adscriban, según su procedencia geográfica, su

25
contexto cultural, ideológico o religioso. Por tanto, no hay una imagen de la mujer
romana sino más bien imágenes diferentes según épocas, lugares y status social.
No obstante, el modelo de mujer romana presenta un perfil que, salvando las
diferencias anteriormente citadas, contiene los siguientes rasgos comunes:
1. el ámbito propio de la mujer es el de la casa, como responsable de las
tareas domésticas
2. las virtudes femeninas más valoradas son la modestia, la castidad y la
piedad
3. para un romano el fin primordial de la mujer es el matrimonio, la
procreación y el cuidado de sus hijos (aunque en las clases
aristocráticas esta función quedaba en manos de nodrizas y esclavas)
4. su ámbito propio debe ser el de la vida privada, ser fieles a sus maridos
y competentes en los quehaceres domésticos
5. las mujeres son por naturaleza débiles, por lo que precisan de
protección jurídica (tutela).
6. son excepcionales los casos de mujeres influyentes en la vida política,
aunque no en el ámbito religioso, cultural e incluso económico.
7. las mujeres están incapacitadas por ley para desempeñar cargos
políticos.

Finalmente, 3 son las imágenes proyectadas por la historiografía reciente sobre


la mujer romana: discriminación, marginación y emancipación. Sobre la discriminación
y marginación no hay consenso entre los historiadores ya que las mujeres romanas
pudieron estar discriminadas jurídicamente y marginadas social y políticamente, pero no
todas ni en todas las épocas. De modo que la tradicional imagen negativa de la mujer en
Roma podría reemplazarse por imágenes positivas basadas en estudios concretos,
restringidos a un tiempo, espacio y estatus social previamente determinados.
Respecto a la emancipación, desde la perspectiva jurídica, la mujer romana
oscilaba entre una condición negativa como elemento dependiente de la potestad
masculina y su condición posterior –a comienzos de la época imperial- como sujeto de
derecho aunque en el marco de la estructura familiar. Así, algunos textos jurídicos a
mediados del siglo I permiten pensar en una cierta autonomía económica de la mujer (lo
que se ha llamado, “emancipación femenina”) que le permitía disponer libremente de su
patrimonio personal (ajuar, dotes, bienes propios, tierras, esclavos) o impedir al marido

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disponer de éste sin su consentimiento. Como es sabido, entre los romanos como en
muchos otros pueblos antiguos, existía la práctica de la dote o entrega de una
determinada cantidad o bienes de la mujer (o de su familia) al futuro marido (o a la
familia de este), una dote que pasaba a depender de la potestas del pater familias, es
decir, era administrada por el marido. Sin embargo, la legislación familiar de Augusto
prohibió al marido la libre disposición de los bienes dotales sin el consentimiento de la
esposa. De estos bienes sólo se le consideraría un simple administrador pero quedarían
excluidos de su herencia. Es más, si el matrimonio se rompía mediante divorcio, los
bienes dotales deberían ser devueltos a la propietaria legítima. Los bienes de la esposa
(fincas, esclavos, tiendas, etc.) adquiridos por herencia, donación o compra también
fueron progresivamente separados del control del marido, aunque este proceso no
concluyó hasta la época de Diocleciano, a finales del siglo III.

IV EVOLUCIÓN POLÍTICA DEL IMPERIO

A) DINASTÍA JULIO-CLAUDIA

Aunque fue Augusto la cabeza dinástica de los emperadores romanos sucesivos


hasta la muerte de Nerón, es a partir de su hijo adoptivo, Tiberio, cuando se habla de
dinastía Julio-Claudia para designar a este primer grupo de emperadores.
Ante una situación jurídico-política tan compleja para la sucesión de Augusto (la
monarquía seguía siendo un régimen proscrito en Roma), la clave estuvo en el
juramento de lealtad personal que le prestaron a Tiberio en el año 14 d.C. (que había
sido designado heredero por el propio Augusto) tanto los cónsules, el Senado, el
Ejército como el pueblo. Así accede este Princeps al poder, siguiendo con esa ficción
legal de la República.
Durante su gobierno tuvo que atender diversos problemas que amenazaban el
régimen político: rebeliones en el Ejército y en los pueblos vecinos germánicos, para lo
que empleó a sus generales más destacados, entre ellos a Germánico (noble y militar
romano cuyo verdadero nombre era Nerón Claudio Druso).
En realidad, su gobierno no destacó por nada especialmente. De hecho, el
acontecimiento más destacado que se produjo durante su mandato fue la muerte de

27
Jesucristo en la cruz, en Palestina. Un hecho que no fue en principio demasiado
importante para Roma, pero que luego se convertiría en uno de los más transcendentes.
Por tanto, la gestión de gobierno que llevó a cabo Tiberio fue bastante impopular.
Hasta el punto de que cuando su cadáver fue llevado en procesión para ser enterrado, el
pueblo gritó: “Tiberio al Tíber”.

Pero aún peor fue el gobierno de su sobrino Calígula, hijo de Germánico, que inició
su gobierno en el año 37 d.C. Calígula, es también un sobrenombre: de niño acompañó
a su padre en sus expediciones militares por Germania, donde se calzaba con las caligas
de los legionarios, de ahí el sobrenombre afectuoso de «Calígula».
Decimos que su gobierno fue aún peor porque una serie de errores en su
administración derivaron en una crisis económica y en hambrunas. Además, emprendió
un conjunto de reformas públicas y urbanísticas que acabaron por vaciar el tesoro.
Agobiado por las deudas, puso en marcha una serie de medidas desesperadas para
restablecer las finanzas imperiales, entre las que destaca pedir dinero a la plebe, subir
impuestos… lo que le hizo también bastante impopular.
Militarmente, su reinado se caracterizó por la anexión de la provincia de Mauritania,
pero fracasó en la toma de Britania –que no se conseguiría hasta el reinado de Claudio-.
También tuvo que apaciguar importantes revueltas en las provincias orientales del
Imperio, para lo que recurrió a su amigo Herodes Agripa, quien fue nombrado
gobernador de Judea.
Finalmente, una conjura dirigida por un tribuno pretoriano Casio Querea, acabó con
su vida en el año 41 d. C. -los pretorianos constituían desde Augusto la guardia imperial
que, con sus 5000 hombres, constituía el único cuerpo de tropas en Roma y en toda
Italia. Cada vez fueron adquiriendo más poder, de modo que el jefe de los pretorianos se
llegó a considerar la segunda persona del Imperio-.

Tras esa conjura en la que se acabó con la vida de Calígula y de su familia, tan sólo
sobrevivió el tío de éste, Claudio. Sería elegido Emperador por los pretorianos y por los
senadores. Era el año 41 d. C. Su gobierno estuvo dotado de una cierta prosperidad
tanto en el exterior como en el interior. De hecho, su famosa conquista de Britania fue la
única agregación territorial militar que se hizo en el Alto Imperio desde Augusto hasta
Trajano.

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En el orden interno, se preocupó principalmente por el abastecimiento de la ciudad
(acueductos) y entre sus grandes obras de infraestructura destaca el comienzo de la
inmensa obra de un puerto en la desembocadura del río Tíber.
De su primera esposa, Mesalina, tuvo a su hijo Británico (poco antes de ordenar su
ejecución por querer casarse con su amante). Entonces se casó con su sobrina Agripina
(hermana de Calígula) quien ya tenía un hijo: Lucio Domicio Enobarbo, que será
conocido como Nerón. Consiguió que Claudio lo adoptara, desplazando a Británico del
camino sucesorio. Entonces Agripina, una vez había conseguido lo que quería, se
deshizo de Claudio envenenándole en el año 54 d. C.

Una vez que Nerón se aseguró (con dinero) la fidelidad de los guardias pretorianos,
comenzó su reinado. En un primer momento fue bastante positivo. Sin embargo, tras
asesinar a su propia madre, para acabar con la asfixiante influencia y presión que ejercía
sobre él, dio un giro en su política. A partir de esos momentos estuvo marcada por la
arbitrariedad y los desmanes. De hecho, del famoso incendio que se produjo en Roma
en el año 64 d. C. y que destruyó gran parte de la ciudad, hubo quien señaló a Nerón
como el responsable. Lo cierto es que aprovechó la zona devastada para construirse un
magnífico palacio: el Domus Aurea. No obstante, fueron los cristianos los que
finalmente se eligieron como chivo expiatorio de la ira de la plebe romana.
Durante el reinado de Nerón hubo varias rebeliones. Destacan las de Britania y las
de Judea (en la década de los 60). Pero el golpe de gracia a Nerón se lo dieron los
propios pretorianos que aclamaron nuevo Emperador a Galba un gobernador de la
provincia Tarraconense, en Hispania. Finalmente, Nerón acabó suicidándose en el año
68 d. C.

Se inicia así un periodo de transición, dominada por la sombra de la guerra civil.


Los primeros actos de gobierno de Galba lo llevaron a enemistarse con los pretorianos,
por lo que acabó siendo ejecutado. Fue un momento de confusión en el que diversos
grupos de poder aclamaron a diversos Emperadores. No en vano se le conoce a esta
etapa como el Año de los 4 Emperadores, los cuales se sucedieron muy rápidamente. Se
trata, por tanto, de un periodo muy inestable.
Pero entre todos estos individuos que aspiran a hacerse con el poder, comienza a
destacar Vespasiano, un general que se había distinguido por frenar las sublevaciones en
Judea, en tiempos de Nerón. Ahora contaba con importantes apoyos (gobernadores de

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las provincias orientales). Por tanto, Vespasiano se hizo dueño de la situación a finales
de aquel terrible año 69, y con él, comienza una nueva dinastía la de los Flavios.

B) DINASTÍA DE LOS FLAVIOS

Las primeras acciones importantes de Vespasiano (69-79 d. C.) se concentraron en


dominar la complicada situación en Judea, donde se encontraba su hijo Tito al frente de
las tropas romanas. Se trata de la primera Gran Revuelta Judía de las tres que se dieron
entre la provincia de Judea y el Imperio romano (guerras judeo-romanas) Comenzó en
el año 66 a causa de las tensiones religiosas entre griegos y judíos. Terminó cuando las
legiones romanas, comandadas por Tito, asediaron y destruyeron Jerusalén, saquearon e
incendiaron el Templo (en el año 70), demolieron las principales fortalezas judías
(especialmente Masada, en el año 73) y esclavizaron o masacraron a gran parte de la
población judía (las fuentes hablan de más de medio millón de judíos).
Pero a pesar de este buen comienzo marcado por el triunfo en la política exterior,
Vespasiano tuvo que hacer frente, desde el primer momento, a una difícil situación
financiera derivada de los costes de la guerra civil. De forma que tuvo que recurrir a
múltiples impuestos y tasas. Aunque es cierto que, ante todo, logró imponer el orden,
tan preciado por la sociedad romana.
Costeó también importantes edificios como el Coliseo (anfiteatro Flavio) que
acabaría su hijo Tito (Tito Flavio Vespasiano). Durante el gobierno de este último (79-
81 d.C.), se produjo la erupción del Vesubio, sepultando las ciudades de Pompeya,
Herculano y Estabias.
Después del breve reinado de Tito, llegó al poder su hermano Domiciano (81-96 d.
C). Llevó a cabo una política de edificación todavía más extensa en Roma,
construyendo el Odeón, el gran palacio en el Palatino y sobre todo el famoso arco de
Tito. Construido para conmemorar la victoria de Tito en Judea representa los soldados
romanos llevándose el Menorah del templo.
Destaca por sus actuaciones en política exterior: lucha contra los germanos, en
Escocia, asentando las fronteras en el Danubio, y rechazando a los dacios.
Pero las relaciones con el Senado empezaron a enturbiarse y Domiciano emprendió
la persecución de cientos de supuestos conspiradores, entre ellos algunos cónsules. Esos
últimos años, y por estas cuestiones, se deterioró mucho su imagen, hasta el punto de ser

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tachado de tiránico y cruel. Finalmente murió asesinado en el 96 d. C. en una
conspiración en la que participaría su propia mujer.

C) LA DINASTÍA DE LOS ¿ANTONINOS? ¿ADOPTIVOS? ¿BUENOS


EMPERADORES?

Desde Augusto a Domiciano, los emperadores habían sido todos italianos, pero tras la
muerte de aquel, comenzaron a gobernar una serie de emperadores que venían de las
provincias del Imperio. Mientras que resulta fácil agrupar en dinastías a los
emperadores anteriores, la serie de 5 emperadores que siguen no han sido fácilmente
clasificables. Una profesora de Historia Antigua de Madrid, Alicia Canto, propone la
clasificación de “Los hispanos” pues provienen de la Bética directa o indirectamente, de
distintas familias hispano-béticas.
Estos emperadores han pasado a la historia por protagonizar el periodo de plenitud del
Imperio Romano; fue un periodo de esplendor sobre todo por la estabilidad en el orden
interno y porque las fronteras no presentaron muchos problemas (hubo una paz
relativa). Los emperadores de este periodo son. Nerva (96-98), Trajano (98-117),
Adriano (117-138), Antonino Pío (138-161), Marco Aurelio (161-180) y Cómodo
(180-192)
Antes de conspirar contra Domiciano, los conjurados ya habían decidido quién sería
el sucesor, así se impidió que se desatara una guerra civil, o luchas de poder por la
sucesión. Este papel lo desempeñaría un senador, Nerva, procedente de una vieja
familia republicana que había sido 2 veces cónsul y que, por tanto, contó con el
beneplácito del Senado. También fue apoyado por el ejército en tanto que Nerva
prometió ajusticiar a los asesinos de Domiciano, quien todavía guardaba ciertas
simpatías en las legiones.
Nerva gobernó sólo dos años, hasta el 98, y adoptó como hijo y sucesor a Marco
Ulpio Trajano (98-117), un español nacido en Itálica.
Al igual que los Flavios, llevó a cabo un importante plan de edificaciones en Roma:
el foro y la columna que lleva su nombre (aunque esta tal vez fue posterior); también
construyó un segundo puerto de abastecimiento en Roma.
Pero lo más importante de su gobierno fue la ampliación de las fronteras del Imperio
hasta el límite máximo de toda la Historia de Roma: incorporó Dacia como provincia
romana. Más tarde se anexionó la que sería la provincia de Arabia –lo que actualmente

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es Jordania y la península del Sinaí, así como Armenia y Mesopotamia. Trajano murió
al poco tiempo, cuando volvía a Roma de sus campañas.
Le sucedió Adriano (117-138), también originario de Italia. Su gobierno fue de los
más eficaces de la Historia de Roma:
- llevó a cabo un importante programa constructivo en Roma: por ejemplo,
construye en el centro de la ciudad el Panteón de Agripa, muy bien conservado,
que sería fuente de inspiración para artistas renacentistas.
- Pero, ante todo, Adriano es el emperador viajero, que recorrió buena parte del
Imperio para conocer y administrar mejor (en virtud de ese conocimiento) sus
dominios.
- Para Adriano, al contrario de sus antecesores, el Imperio era concebido como
una realidad terminada. Por tanto, se centró en fortificar los limes para contener
a los bárbaros. Los 120 Km del muro de Adriano, que todavía hoy atraviesa el
norte de Inglaterra de este a oeste, es el ejemplo más claro de ello (para defender
la isla sometida al Imperio frente a las tribus del norte, lo que llegaría a ser
Escocia). De hecho, renunció a algunas de las conquistas de Trajano por
mostrarse su defensa difícil o poco rentable.
No obstante, esa política pacifista no impidió que reprimiera con dureza los
levantamientos producidos en Judea.
Después de la rebelión en los años 66-73 d. C., las autoridades romanas tomaron
medidas para aplastar todo intento de rebelión en Judea. Se estableció en las ruinas de
Jerusalén la sede de una legión romana completa.
Unos años después, (132-135) se produce la segunda guerra judeo-romana. Las
causas directas de la rebelión varían según la fuente. Los historiadores romanos
atribuyen la revuelta a la decisión de Adriano de fundar en el lugar de Jerusalén una
ciudad romana llamada Aelia Capitolina (Aelia por su propio nombre y Capitolina en
honor al dios romano Júpiter). Por otro lado, las fuentes judías dan mayor importancia a
los decretos dictados por Adriano que prohibían la circuncisión y el respeto del sábado.
La intención de Adriano era "civilizar" e incorporar a los judíos a la cultura greco-
romana.
Los historiadores modernos atribuyen a la Rebelión de Bar Kojba una importancia
histórica decisiva. La destrucción masiva y las pérdidas de vidas ocasionadas por la
rebelión hacen que se considere el inicio de la diáspora judía en esta fecha.

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Adriano muere en el 138 y le sucede su hijo adoptivo Antonino Pío (porque entre
sus primeros actos de gobierno destacó la exaltación de la memoria de su padre).
Al igual que Adriano, tuvo como norma fundamental de gobierno el mantenimiento
de la Pax Romana. No obstante, al contrario que su predecesor, Antonino gobernó su
imperio desde su capital, no llegó a salir nunca de Italia.
Tuvo que hacer frente a diversas sublevaciones, entre las que destacó la de Britania,
donde construyó una segunda línea defensiva, también de Este a Oeste, pero más al
norte que la de Adriano y de una longitud menor (60 km).

Le sucede su hijo adoptivo Marco Aurelio (161-180). Este asoció al poder a Lucio
Vero, convirtiéndose éste en un auténtico co-emperador. Ambos centraron su actividad
en pacificar las fronteras del Danubio donde diversos pueblos estaban atacando
seriamente al Imperio. De hecho, actualmente, modernas interpretaciones demuestran
que su gobierno no fue “tan dorado” como lo presentaron los primeros historiadores
romanos que se acercaron al tema. Su objetivo era enfrentarse contra marcomanos y
sármatas con la intención de ampliar las fronteras por este limes y crear nuevas
provincias. Aunque lo cierto es que para ello siguió un papel más bien diplomático que
militar.
El siguiente emperador será Cómodo (180- 193) de cuyo reinado siempre se ha
dicho que fue el comienzo del fin del Imperio Romano de Occidente. De hecho, a
finales del siglo II comenzaron a quebrar las bases en que se había asentado el Imperio.
- La población se estancó a raíz de la peste del año 180 y de los nuevos brotes
epidémicos que la siguieron.
- En el campo, las duras condiciones de trabajo de los cultivadores, tanto de
esclavos como de campesinos libres, degeneraron en revueltas.
- Las ciudades entraron en decadencia y la producción artesanal descendió
- La devaluación monetaria y la inflación también tuvieron consecuencias
negativas.
En el terreno político el rasgo dominante de la época fue la inestabilidad del poder
imperial, que estaba al alcance de cualquier militar ambicioso. La expansión exterior
quedó totalmente detenida, mientras que los pueblos que se hallaban al otro lado de la
frontera, los germanos, siguieron presionando cada vez con más fuerza al Imperio.
Esta es la tónica que nos encontramos durante el gobierno de Cómodo y de los que
le sucedieron: la dinastía Severa (Septemio Severo, 193-211, Caracalla 211-217 y
Severo Alejandro 217-235) y los Emperadores Soldados.

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El innegable carácter militar de la dinastía de los emperadores que se suceden a
partir de los Severos (de 234 a 284, año en que sube al poder Diocleciano), está muy
relacionado con la importantita creciente de las regiones periféricas del Imperio que,
entre otras consecuencias, harán que Roma vaya paulatinamente perdiendo su función
de capitalidad.
Los emperadores, además, no se sostienen mucho tiempo en el poder lo que hace
que la política imperial pierda solidez y continuidad. Además, el que el ejército fuera el
organismo que, en última instancia, legitimara el acceso al trono imperial de un
determinado candidato, ponía de manifiesto de forma clarísima la debilidad de
instituciones como el Senado.
Aunque desde siempre lo había tenido, este protagonismo ahora tan directo y
explícito del ejército, se debía a que, en esta situación de crisis tan aguda y generalizada,
era la única institución romana capaz de garantizar la propia supervivencia del Estado y
sus instituciones. De hecho, lejos del protagonismo que había tenido el Senado, ahora
las diferentes legiones de las provincias van a presentar a su propio candidato al trono y
ponían todos los medios de presión a su alcance para lograr sus objetivos.
En los últimos años del siglo III el emperador Diocleciano (284-305) puso en
práctica una serie de reformas con las que intentaba detener el colapso del mundo
romano.
- alentó la divinización de la figura del emperador que en adelante sería
considerado un Dominus (de ahí la expresión Dominado con que se conoce a
esta etapa del Imperio Romano).
- Para evitar las querellas sucesorias y contar con eficaces colaboradores, instituyó
la tetrarquía, que consistía en un gobierno compartido por dos emperadores o
augustos y dos césares herederos suyos.
- Con el propósito de mejorar la administración imperial potenció la burocracia.
- Para hacer frente a la crisis económica y social fijó los precios máximos de los
artículos
- Los cristianos, considerados enemigos peligrosos del imperio, y que ya en
tiempos anteriores habían sido atacados, sufrieron una feroz persecución.

En el siglo IV Constantino, después de continuar con esta política de control social,


daría un giro radical al conceder la libertad de culto a los cristianos mediante el Edicto
de Milán del año 313. Pero nada podía evitar ya la ruina del Imperio. Las ciudades
continuaban en declive. En el campo, las revueltas de campesinos proliferaron, muchas
veces amparadas en movimientos religiosos de tipo herético. La presión fiscal del

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Estado era insoportable. Las clases sociales casi se habían convertido en castas, en el
sentido de que no existía la menor movilidad social.
Por último, a la muerte de Teodosio, a finales del siglo IV el Imperio Romano se
dividió en dos partes. Y es que ya era más que evidente que el Imperio era
excesivamente grande como para mantenerlo bajo un solo poder. La idea de dos partes
se hizo clara a medida que fue adquiriendo personalidad la parte oriental que estaba
formada por los antiguos reinos helenísticos (Macedonia/Grecia, Siria, Egipto), la parte
más rica, poblada y culta. También era la parte más atacada (partos, persas sasánidas,
visigodos). De ahí que Constantino trasladara la capital a la antigua colonia griega
Bizancio, donde construyó una nueva ciudad: Constantinopla (330). La parte occidental,
menos poblada, acabó sucumbiendo a la presión de los pueblos germánicos de la
frontera del Rin. Roma fue abandonada por los emperadores que prefirieron establecerse
en Milán o en Rávena (mejor defendida por las tierras pantanosas que la rodean).
Estos procesos internos del mundo romano coincidieron con la irrupción violenta de
los pueblos bárbaros. La zona oriental resistió la acometida de los pueblos invasores,
convirtiéndose en el punto de partida del futuro Imperio Bizantino. En cambio, la zona
occidental del Imperio Romano apenas sobrevivió un siglo. En el año 410 se produce la
destrucción de la propia Roma por los godos de Alarico, y finalmente en el 476
Odoacro, rey de los hérulos, domina la Ciudad Eterna.
La caída del Imperio Romano, por supuesto, no fue obra de un día ni de un año, sino
de una serie de problemas estructurales. Se dieron una complejidad de causas que
explican este gigantesco declive. Causas de tipo cultural o ideológico: se socavaron los
cimientos del Imperio cuando la vertebración que suponía el culto al emperador se
cambió por una crisis moral y religiosa, y por la difusión del cristianismo. También de
tipo político-militar: inestabilidad del poder imperial, frecuentes guerras civiles e
invasiones de los bárbaros); sociales o económicas: descenso de la población, aumento
de la burocracia y de la presión fiscal. Asimismo se ha esgrimido que, con la
introducción de los pueblos extranjeros en el Imperio, se produjo la progresiva
barbarización del mismo, lo que, en última instancia, va a ser la clave que explica el
desmoronamiento final.

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