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Texto: Mayán Cervantes
Ilustración: Iker Larrauri
Por eso cada individuo era importante para la conservación del grupo y todos tenían
que cooperar para el bien de todos. Cuando cazaban, siempre había un jefe que
dirigía las acciones, y tanto las mujeres como los niños tenían que participar. Al
pequeño Hombre Tigre ya le había tocado colaborar en la caza de venados, renos y
otros animales pequeños. ¡Cómo le hubiera gustado cazar algún elefante lanudo o
algún mamut! Pero hasta el momento no había sido posible: a los de su banda, por
ser apenas unos veinte, les resultaba muy difícil cazar animales tan grandes y
peligrosos.
No eran pocas las pugnas entre los que preferían la caza y los
que pensaban que era más importante la recolección.
Después de mucho discutir, los recolectores lograron imponer sus ideas. Desde
temprano, de acuerdo con el plan del jefe, la banda se distribuyó al pie de las
colinas, de frente al sol.
De pronto, escuchó un ruido a sus espaldas, volteó pero no vio nada y siguió
cortando. De repente sintió una mano sobre el hombro. No tuvo tiempo de huir, ni
de gritar, pues dos extraños lo ataron y amordazaron rápidamente. Uno de ellos se
lo echó a cuestas, como si fuera un pequeño reno. Caminaron durante un par de
horas hasta que llegaron a una cueva donde descansaban unos ancianos; ahí lo
desataron y lo llevaron al fondo. Los ancianos y los dos hombres platicaron un rato;
luego, uno de los ancianos fue hasta donde se encontraba el muchacho y le dijo:
Mientras tanto, la banda de los Tigre había reunido ya suficientes frutos, raíces y
semillas, y se preparaba para regresar. En ese momento el padre de Ux notó la
ausencia de su hijo. Esperaron un rato, pero el
muchacho no apareció. Salieron a buscarlo por los
alrededores de las colinas. Al
anochecer volvieron, sin éxito. No
estaba por ninguna parte.
El abuelo habló con uno de los ancianos. Le pidió que dejaran en libertad al
pequeño y le propuso una alianza. Explicó que las bandas unidas podrían cazar
animales grandes y resistir mejor las inclemencias de la naturaleza. Al decir esto
todos los Hombres Caballo empezaron a opinar y ya no se entendió nada. El
anciano Caballo dijo que el muchacho ya les pertenecía. Luego agregó:
—¡Y ustedes, los Tigre, tienen que abandonar esta zona o los echaremos de aquí!
Los Hombres Caballo aguardaban a la orilla de la laguna con sus lanzas y macanas.
No eran más que los Tigre.
Los guerreros de las dos bandas fueron tomando posiciones para el enfrentamiento.
Los viejos, las mujeres y los niños, ansiosos y preocupados por el desenlace, se
mantenían a cierta distancia.
El jefe Tigre replicó que ellos también lo habían matado, que sus lanzas estaban
clavadas en el cuerpo del animal y que lo más
justo sería repartir su carne. Sin más
discusión, los Caballo aceptaron las palabras
del viejo Tigre y se pusieron a destazar a su
presa.
Desde ese momento comenzaron a ser un nuevo grupo: el de los Hombres Tigre
Caballo.
Esta historia muy bien pudo haber ocurrido así hace 30 mil años. Sabemos que, con
el tiempo, las bandas de cazadores y recolectores se multiplicaron, ocupando cada
vez más y más tierras. Como entonces el norte de Asia y el norte de América
estaban comunicados, aquellos hombres fueron poblando nuestro continente. Así
comenzó la historia que hoy vivimos.