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LA TRAMPA

Casimiro García-Abadillo

LA TRAMPA
Primera edición: enero de 2012

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© Casimiro García-Abadillo Prieto, 2012


© La Esfera de los Libros, S. L., 2012
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ISBN eBook: 978-84-9970-343-5


Depósito legal: M. 47.519-2011
Fotocomposición: J. A. Diseño Editorial, S.L.
Fotomecánica: Unidad Editorial
Imposición y filmación: Preimpresión 2000
Impresión: Anzos
Encuadernación: De Diego
Impreso en España-Printed in Spain
Índice

Prólogo ..................................................................... 9

Resaca ...................................................................... 13
La Mandrágora ..................................................... 17
El estratega ............................................................ 23
Viaje a Nueva York ................................................ 33
El pergolín ............................................................. 49
Don Alfonso .......................................................... 63
Oliva ........................................................................ 71
Un hombre extraño .............................................. 79
Cherchez la femme ................................................ 87
Sospecha ................................................................. 99
Conexión X ............................................................. 107
Un error imperdonable ........................................ 119
Orlando ................................................................. 127
Conversación en el parador ............................... 139
La exclusiva ............................................................ 155
Prólogo

Esta es una historia de ficción. Aunque algunos hechos o perso-


nas parezcan reales, no lo son.
Decidí escribir esta novela porque siempre he trabajado sobre
hechos reales. Incluso mis libros han tratado sobre investigaciones
que he llevado adelante como periodista.
Deseaba evadirme y, de paso, divertirme.
Comencé a escribir a finales de agosto y ya no pude parar. Para
mí, este esfuerzo añadido no ha supuesto estrés, sino todo lo con-
trario. Me relajaba meterme en la trama que iba moldeando día
a día.
Este es un relato que trata sobre periodismo. Pero, sobre todo,
de gente a la que le gusta vivir apasionadamente. No entiendo mi
profesión, ni la vida sin pasión.
He disfrutado escribiendo esta novela y espero que ustedes
también disfruten leyéndola. Ese es mi único objetivo.

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A mis amigos de Alicante (Pepa, Orlando, Manolo, Sonia, Marce-
lo, Gracia, Manuel, Amaiur, Nerea, Paco, Eva,…). Algunos de ellos,
protagonistas de esta historia.

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RESACA

El sol que entraba por la ventana me daba de lleno en la cara. Pero


no fue la claridad del día lo que me despertó, sino la sensación de
calor y humedad.
—¡Dios! Las once y media. Maldito despertador.
Al intentar incorporarme, una sacudida en la cabeza me
hizo entender súbitamente que mi desfase horario no era culpa
del pequeño despertador a pilas que descansaba sobre la mesilla,
sino la sobredosis de gin-tonics de la noche anterior en La Man-
drágora.
Demasiado mayor para abusar del alcohol. Demasiado descon-
trol para un cuerpo que me pedía desesperadamente una tregua.
«Hoy no pisaré La Mandrágora. Vendré directamente a casa,
me acostaré a las doce y me levantaré a las ocho de la mañana», me
dije a mí mismo. ¡Qué buenos propósitos! Llevaba semanas, meses
repitiéndome la misma cantinela.
«El hombre es un animal de costumbres», recuerda. ¿Pero
cómo romper con una rutina cuando no se tiene nada mejor para
sustituirla?
«Vamos a lo práctico. Primero, combatir la resaca. Luego, acu-
dir a toda prisa al periódico. Después… Yo qué sé».
No crean que mi vida siempre había sido un desastre. Más
bien, al contrario. Yo era un tipo disciplinado, marido ejemplar, un
periodista brillante. Sí, pero de eso hacía ya algún tiempo.
¿Cómo llegué a esa situación de deterioro? No se imaginan lo
fácil que puede llegar a ser. Basta con dejarse llevar, con no tener
nada ni nadie por lo que pelear.

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La causa... Tal vez fueron muchas las causas. Pero el origen de
mi involución hacia el universo crápula fue mi ruptura con Elisa.
Nada original, pensarán. Pero así fue. Tiré diez años de matri-
monio por la borda porque un buen día me di cuenta de que no
estaba enamorado. La miré mientras preparaba el café en la cocina
y me dije: «Podría ser cualquiera. Si en vez de ella fuera otra la que
estuviera manipulando la cafetera, me daría exactamente igual».
Bueno, igual, exactamente igual, no. De hecho, cuando nos ca-
samos yo estaba muy enamorado. Con el tiempo, me había acos-
tumbrado a ella, como ella a mí, supongo. Incluso habíamos tenido
una niña, Paula, que cuando nos separamos tenía siete años y a la
que sigo adorando.
Pero, en fin, a mis 42 años creía que mi vida no se podía redu-
cir a pensar en envejecer plácidamente viendo crecer a nuestra hija,
mientras descontaba los trienios que me quedaban para jubilarme.
Fue muy duro separarse. Ella lo pasó muy mal. Al principio,
cuando le dije que quería el divorcio, pensó que era una broma. Y
es que apenas discutíamos. Nos llevábamos muy bien.
«Hay otra», me dijo mirándome con desprecio. No me creyó
cuando le contesté que no, que no había otra. Se lo juré mil veces.
Después, cuando se convenció de que era cierto, creo que se enfadó
aún más. Debió sentirse humillada al confirmar que yo prefería
vivir solo a vivir con ella.
Pensé que lo mejor para los dos era marcharme a otra ciudad,
cambiar de aires. Así que pedí el traslado. Hablé con el director del
periódico, un hombre no demasiado comprensivo.
—¿Estás de coña? Quieres marcharte a una delegación regio-
nal ¿A hacer qué? ¿Quieres que prescinda de uno de mis mejores
reporteros así porque sí? Simplemente porque se te ha ocurrido
cambiar de vida, porque te has separado de tu mujer. Mira ahí fue-
ra, casi todos tus colegas con más de cuarenta años están separados.
Yo mismo estoy separado. Es ley de vida. ¿Y qué? ¿Acaso se han
ido? ¿Acaso me he ido yo? ¿Eh? Vamos, ponte a trabajar y mañana,
con más tranquilidad, hablamos.
Aunque no lo crean, no estuvo tan duro como yo esperaba.
Tampoco le había pedido una corresponsalía, digamos Londres, Pa-

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rís o Nueva York, que fue lo primero que me vino a la cabeza. Era
más fácil que todo eso. Sencillamente solicité un traslado, tan sólo
un destino temporal, por uno o dos años, en una delegación regio-
nal. Estaba seguro de que lo podía hacer bien. Absurdamente arro-
gante, creía que para mí sería muy fácil instalarme fuera de Ma-
drid, en cualquier sitio, sin esforzarme demasiado y seguir siendo
el niño mimado del periódico.
En fin. Conseguir el traslado me costó casi tanto como arre-
glar todo lo que conlleva un divorcio. Samuel Rodríguez, mi direc-
tor, se resistió con uñas y dientes hasta que amenacé con marchar-
me a la competencia. En realidad, no se podía negar. Llevábamos
casi veinte años trabajando juntos y yo le había proporcionado al-
gunas de las mejores exclusivas de El Día, el periódico donde aún
sigo trabajando.
La costa. Sí, pensé que una ciudad con mar me vendría bien
para iniciar esa nueva etapa de mi vida. Conocía Valencia y tenía
buena relación con el jefe de la delegación del periódico, con quien
había trabajado años atrás en la redacción de Madrid.
Al principio, todo fue razonablemente bien. Alquilé un piso en
las afueras de la ciudad, cerca de la playa, desde cuyas ventanas
puedo ver el mar, un trocito de mar entre dos edificios que se inter-
ponen obstinadamente en mi visual.
Incluso me apunté a un gimnasio. Quería quitarme unos kilos
de encima, fruto de mi relajada y aburrida vida de casado.
Me levantaba pronto y me tomé muy en serio lo de ser el me-
jor en aquella escuálida y sufrida delegación.
—Quiero dedicarme a los temas de investigación. De todo
tipo, políticos, económicos... Seguro que hay asuntos en los que me
podrán ayudar las fuentes que tengo en Madrid. También puedo
tirar de ellas para que me proporcionen contratos en Valencia, ya
sabes.
—Trabajo no te va a faltar. Aquí la corrupción no hay que
buscarla, te tropiezas con ella. Ninguno de los grandes partidos se
libra.
Alberto Fuentes, el responsable de la delegación, un par de
años más joven que yo, valenciano de nacimiento, era un hombre

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serio y muy trabajador. Comenzó en Valencia, donde llegó a ser
segundo de a bordo de la redacción. Luego se marchó a Madrid
porque sus relaciones con su jefe no eran precisamente buenas. Es-
tuvo casi cuatro años en la sección de Nacional. Allí fue donde en-
tablamos contacto y tuve ocasión de echarle una mano en su adap-
tación a un medio, como mínimo, hostil. Cuando el director regional
se jubiló, pidió su puesto y Samuel se lo concedió.
La primera vez que me presenté en su despacho, ya como
miembro de su redacción en Valencia, Alberto me ofreció todo tipo
de facilidades. Incluso me dijo que podía recurrir a cualquiera de
sus periodistas para que me ayudase, si lo necesitaba.
Era el mes de junio y el verano comenzaba a echarse encima.
Parecía que, por fin, tras meses de gestiones y de líos con el divorcio
y el traslado, todo comenzaba a funcionar. El telón se abría de nue-
vo para mí. Volver a empezar me daba, eso creía yo, renovadas
energías.

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