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Pena de muerte o más bien “homicidio”

Colombia es un país que, por su confusa historia, desde hace mucho tiempo ha vivido
sumergido en un espiral de violencia, que no solo se materializa en hechos concretos
como violaciones, asesinatos, masacres, maltrato infantil etc. Si no que la misma
sociedad se encarga de llevarla a los hogares, a través de distintos medios como en las
redes sociales, la televisión, la radio, y en si la misma cultura. Pero pese a todo esto
cabe destacar que la pena de muerte constituye una violación de derechos humanos y,
en particular, del derecho a la vida y del derecho a no sufrir tortura ni tratos o penas
crueles, inhumanos y degradantes.

La pena de muerte utiliza métodos más sofisticados respaldados por logros tecnológicos
y científico, pero, esta atrocidad nunca se convertirá en una cosa humana porque es un
homicidio razonable, una oportunidad para que los investigadores científicos y médicos
manipulen la vida y la muerte de personas consideradas malas para la sociedad. La pena
máxima provoca dolor físico, psicológico y emocional, más aún cuando el castigo se
posterga por horas o incluso hasta por años, además del sufrimiento del condenado se
encuentra el de la familia.
“la pena capital es la negación más extrema de los derechos humanos: consiste en el
homicidio premeditado a sangre fría de un ser humano a manos del Estado y en nombre
de la justicia. Viola el derecho a la vida, proclamado en la Declaración Universal de
Derechos Humanos. Es el castigo más cruel, inhumano y degradante” (Internacional,
2009: 6).
Desde esta perspectiva, se determinó la pena de muerte como un homicidio aprobado
por la ley; un acto doloroso, traicionero, ventajoso, en si una violencia legalizada.

La implementación de la silla eléctrica se dio debido a las fallas que la orca presentaba a
la hora de la ejecución, sin embargo, en este método los accidentes no cesaron del todo.
Willie Francis en 1946 sobrevivió a una doble descarga de 2 500 voltios, de modo que
su ejecución se postergó y al año siguiente del incidente finalmente cumplió su
sentencia; William Kemler soportó tres veces una descarga de 1700 voltios antes de
fenecer. La electrocución provoca paros cardiacos y respiratorios, quema órganos
vitales, produce reacciones extremas y en ocasiones sangrado excesivo. Es contundente
la violencia con la que se tratan a reclusos y más aún cuando muchos de estos intentos
inhumanos de “castigar” son fallidos.

La sociedad en general se pronuncia por el respeto a la vida, sin embargo, el número de


personas que defienden la pena de muerte es innumerable. Quienes protegen la pena
máxima defendiendo los derechos de las víctimas se olvidan de que los reclusos
también tienen derechos humanos, derechos que le son inalienables e innegables y el
primero y más importante es el derecho a vivir, un pilar indispensable para que se hagan
valer los demás derechos como lo son el cuidado de la salud, reconocimiento de la
dignidad, el ejercicio de la libertad, el trato igualitario y el derecho al trabajo. Con la
pena de muerte se demuestra que todo aquel condenado no merece gozar de un
bienestar. Gandhi consideraba que, si el mundo seguía dirigiéndose bajo el principio del
ojo por ojo, el mundo quedaría ciego. Esta ceguera es la falta de humanidad; justamente
lo que debe evitarse, pues si la pena máxima está permitida, entonces lo que se
encuentra por debajo de ella también lo está. La propuesta es que la bioética y los
derechos humanos pueden reorientar las prácticas del hombre hacia un desarrollo en
verdad más humano.

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