Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Cora Reilly - Forbidden Delights
Cora Reilly - Forbidden Delights
Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por lo cual no tiene costo alguno.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Sobre el autor
3
Stella es una fruta prohibida que Mauro no tiene permitido probar.
Solía ser su sombra molesta, la niña pequeña que tenía que proteger y
cuidar.
Stella siempre había sido una niña en mis ojos, una niña que necesitaba
proteger porque éramos familia, aunque no por sangre y ni siquiera por elección
ya que nadie nos preguntó antes de que nuestros padres sellaran su unión. Siendo
cinco años menor que yo, no había notado los cambios graduales en su cuerpo
porque no les presté ninguna jodida atención. Cambios pequeños justo delante de
mis ojos que simplemente no capté. Hasta que padre me envió a Sicilia para
ayudar a nuestra familia en su lucha contra las otras famiglias de la mafia. Estuve
fuera por poco más de un año y cuando vi a Stella por primera vez después de
todo ese tiempo, tuve que mirarla dos veces. Corrió hacia mí con una sonrisa
inmensa y se arrojó a mis brazos. La abracé después de un momento, sintiendo
sus curvas de repente, sus senos presionados contra mi pecho. Cuando me retiré,
de hecho, la examiné entera. Algo que nunca había hecho. Era Stella, mi
hermanastra, no una chica a la que examinaba. Y aun así, mis ojos se demoraron
en todos los lugares correctos, y maldición, fueron espectaculares. Stella
compartía la belleza deslumbrante de su madre, pero afortunadamente no su
vanidad egocéntrica o su aire insensible.
¿Nunca antes había notado sus curvas o Stella las había desarrollado en
solo un año?
Me detuve.
—¿Pensé que hoy se iban a Vermont? —Durante cada cena familiar a la
que me había visto obligado a asistir en las últimas semanas, Felicitas no había
dejado de hablar sobre su próximo viaje de esquí a uno de esos complejos de
lujo.
—Lo haremos —dijo padre con impaciencia—. Pero Stella no viene con
nosotros.
—¿Y los enanos? —Así es como llamaba a mis tres pequeños medio
hermanos.
—No tengo tiempo para hablar de esto. Ven aquí. Tienes que quedarte los
días que no estemos y proteger a Stella. —Colgó, sin esperar mi respuesta.
Esperaba obediencia, naturalmente. Después de todo, sus soldados siempre
seguían sus órdenes, y como su hijo, era poco más que eso ante sus ojos.
Agarré las llaves de mi auto, salí de la sala de tortura y corrí hacia mi auto,
7 un modelo nuevo de Aston Martin que mi padre me había regalado en mi último
cumpleaños.
Maldición. Estaba tan jodido. Algo que no podría hacer con Stella…
nunca.
Mi madre no se dignó a darme ni una sola mirada mientras guiaba a mis
tres medio hermanos al vestíbulo donde esperaban sus equipajes para que los
guardaespaldas los recogieran. Nunca había sido muy maternal conmigo, ni
siquiera cuando era más joven. Tal vez era porque solo había tenido diecinueve
años cuando me tuvo, o tal vez simplemente no me quería mucho ya que la mitad
de mí era de papá. Nunca se había enamorado de él, aunque pareciera una
adolescente enamorada con Alfredo.
—Ya estoy aquí. Vine tan rápido como pude. Desafortunadamente, no soy
el único auto en la calle.
Mauro alzó una ceja por encima de la cabeza de mi madre y tuve que
contener la risa. Probablemente me habría castigado eternamente si hubiera
descubierto que no estaba tan triste como ella quería que estuviera al no
permitirme ir a su aventura de esquí con ellos.
Mauro pasó una mano por su cabello oscuro, esos ojos marrones chocolate
fijándose en los míos.
—No. Pero odio que me aparten de mis asuntos por dramas de últimos
minutos.
—¿Tenías planes? —curioseé, preguntándome si estaba viendo a una
chica actualmente.
No podía evitar mirarlo. Era alto, unos treinta centímetros más alto que yo,
y musculoso pero no voluminoso. Era ágil, letal y ridículamente atractivo. Su
camisa abrazaba sus abdominales, sus pectorales y sus bíceps fuertes a la
perfección. Ya que la camisa era blanca, el contorno del tatuaje de la Famiglia,
que todo mafioso conseguía con su iniciación, se destacaba a través de la tela.
10 ¿Por qué no podía dejar de mirarlo como si alguna vez pudiera estar con
él? Estaba mal. Nuestros padres no lo permitirían jamás. Principalmente por el
gran escándalo que causaría. No estaba segura de cuánto tiempo lo estuve
mirando, pero Mauro parecía perdido en sus propios pensamientos. Me estaba
observando de una manera como si fuera su pesadilla hecha realidad, y no lo
entendía. Habíamos sido tan cercanos antes de que se fuera a Sicilia y todavía
éramos cercanos cuando regresó, pero las cosas se habían vuelto tensas, casi
incómodas a veces. No era lo suficientemente valiente como para preguntarle por
qué. Tal vez era algo que sucedía con todas las personas en mi vida. Perdían su
interés en mí con el tiempo.
C
ontemplaba la noche. Mierda, no temía a nada, pero ahora estaba
actuando como un maldito marica. Demasiado asustado para
dormir. Demasiado asustado de las tortuosas fantasías de mi
mente que solo se volvían más creativas con cada día que pasaba
cerca de Stella. Hasta ahora habíamos pasado tres días enteros juntos. Estaba
dividido entre querer que nuestro tiempo a solas juntos terminara lo más rápido
posible, para evitar que ocurriera una desgracia, y querer prolongarlo.
—Voy a protegerte.
—No tendremos que quedarnos aquí por mucho tiempo. Pronto llegarán
refuerzos. —Pero la alarma no había sonado. Me acerqué a la pequeña consola
junto a la escalera y presioné el botón de alarma que estaba conectado a nuestro
sistema de seguridad principal. Una luz roja brilló. Sin conexión. Mierda. Eché
un vistazo por la escalera, escuchando pasos sobre nosotros. No podían bajar
aquí a menos que destrozaran toda la casa en pedazos. Pero si no pedíamos
refuerzos, Stella y yo nos quedaríamos aquí atrapados hasta que nuestros padres
14 regresaran y eso sería en tres días. Demasiado tiempo para estar atrapado en una
habitación subterránea, especialmente con tu seductora hermanastra medio
vestida. Mis ojos registraron el endeble camisón de Stella por primera vez. Esto
era una pesadilla, y no principalmente por los atacantes que querían torturarnos y
matarnos potencialmente.
15 mente.
Una imagen de mi cabeza enterrada entre sus piernas apareció en mi
—Creo que arrojaron uno de los estantes. Podrían estar buscando una caja
fuerte. Tal vez este ataque no tiene nada que ver con nosotros, sino con la
información que esperan obtener.
17 Me dejé caer frente al televisor como una niña de cinco años, pero ¿qué
más podía haber hecho? Me temblaban las piernas y mi capacidad cerebral era
cercana a cero. Tomé el control remoto y comencé a pasar por los canales sin
pensar. Pero mantuve el volumen bajo para escuchar lo que pasaba por encima de
nuestras cabezas, y mi mirada siguió volviendo a la trampilla, lo único entre
nuestros asesinos potenciales y nosotros.
Pasé la noche y la mayor parte del día revisando el manual del teclado y
encendiendo la calefacción. Más para distraerme que por cualquier propósito
práctico.
Me levanté y caminé hacia ella, luego me hundí junto a sus pies. Stella los
apoyó en mis muslos y, sin pensarlo, puse mi palma sobre su pantorrilla. Su piel
era suave, cálida y ahora que la sentía, no podía dejar de pensar en lo mucho
mejor que se sentiría si arrastraba mi mano hacia su sensible muslo interno o
incluso más alto.
—¿Algo interesante?
—No —gruñí. Stella me miró a los ojos, frunciendo el ceño. Mi tensión
repentina no tenía sentido para ella.
En ocasiones, había pensado que me miraba con más afecto que el propio
de una hermanastra, pero lo había atribuido a mis propios deseos prohibidos.
Ahora ya no estaba tan seguro.
—¿Puedes escucharme?
Más silencio.
—Solo mi madre elegiría esto como su ropa de dormir para una situación
de encierro. La ropa en mi cajón es de hace unos años y ya no me queda.
No vayas allí…
—No está escrito en ninguna parte. Solo papá y yo lo sabemos, así como
unos pocos hombres de confianza.
—Sí —admití. Mis ojos ardían por la falta de sueño y el aire seco aquí
abajo.
—¿Por qué no tomas esa cama? —Asintió hacia la litera frente a la suya.
—¿Quieres deshacerte de mí? —Mi broma fracasó porque Mauro no se
rio.
Mauro suspiró.
No seas estúpida.
Mauro solo me veía como su pequeña hermanastra. No era una mujer para
él. Probablemente ni siquiera se daba cuenta que tenía senos y una vagina.
—Por supuesto.
Su exhalación baja me hizo tragar con fuerza. Dios, esta litera era
demasiado estrecha para dos personas que no eran íntimas.
¿Qué me pasaba?
Pero quería que él me abrazara.
Mauro fue casi… ¿tímido? Aunque tal vez tímido era la palabra
equivocada. Fue cuidadoso. ¿Quizás le preocupaba asustarme? Sabía que nunca
había estado en la cama con alguien. El calor me inundó.
Mauro dejó escapar un sonido estrangulado que podría haber sido una risa.
—Me alegra que seamos familia, así nadie puede inventar rumores locos
por el hecho de compartir una cama. No es como si algo pudiera pasar entre
nosotros. Quiero decir, prácticamente somos hermana y hermano. —Pero maldita
sea, mis sentimientos no eran fraternales en lo más mínimo.
Sentir el cuerpo de Stella tan cerca del mío, su trasero firme presionado
contra mi entrepierna, mi polla se estaba preparando para estallar.
—No —dije. El silencio de arriba podría ser una trampa. Los atacantes
podrían estar esperando su oportunidad. Aunque era bueno disparando, sería casi
imposible ganar contra varios oponentes a la vez.
Sacudí mi cabeza.
—No estoy cansado. —En realidad, solo necesitaba algo de distancia entre
nosotros.
La observé por unos segundos. Tendríamos que pasar al menos dos noches
más aquí abajo. Dos noches en las que necesitaba controlarme.
Cuando le pregunté a Mauro la noche siguiente si podíamos compartir una
litera de nuevo porque no podía dormir sola en mi cama fría, vaciló. ¿Tal vez
estaba avergonzado por lo que había sucedido esta mañana? Eso me sorprendió.
Mauro no me pareció alguien que se avergonzara fácilmente. Y una erección
matutina era bastante común hasta donde sabía.
Aun así, una parte tonta de mí esperaba que hubiera estado duro por mí y
no por soñar con otra mujer.
Asintió al final y levantó las mantas. Me deslicé debajo de ellas con una
sonrisa, y me acomodé de espalda contra su pecho. No estaba cansada.
Lo quería aún más cerca. Me moví hasta que nuestros cuerpos estuvieron
completamente al ras, y luego algo duro se presionó en mi trasero.
—¿Mauro?
Mi voz tembló con… ¿nervios? ¿Triunfo? ¿Emoción? Demasiado estaba
sucediendo en mi cuerpo al mismo tiempo como para resolverlo. Su boca estaba
en una línea apretada, sus cejas fruncidas a medida que me miraba. Parecía
enojado, no excitado, pero de alguna manera eso lo hacía ver aún más ardiente.
—Duerme —gruñí.
—Si los atacantes bajan hasta aquí, van a violarme, torturarme y matarte.
La tensión atravesó mi cuerpo ante su repentino cambio de tema. La idea
de que alguien lastimara a Stella de esa manera convirtió mi estómago en piedra.
No permitiría que nadie la tocara. Envolví un brazo alrededor de ella.
Su jefe, Cavallaro, tenía una política estricta con respecto a dañar a las
mujeres inocentes. A mí, por supuesto me desmembrarían y matarían.
—¿Qué me conseguiste?
—Eso es un secreto.
—Pero podríamos.
Levantó su rostro, sus labios acercándose a los míos. Tenía que detenerla,
pero no moví ni un solo músculo.
—Stella…
—No me importa.
—¿Qué hiciste?
Stella parpadeó hacia mí, con los labios abiertos. Pequeños jadeos
escaparon de su boca cuando tracé su coño suavemente, extendiendo su
humedad.
—Voy a darte una buena lamida antes de mostrarte cómo chuparme —dije
con voz áspera. Quería más que eso. Quería enterrarme en su calor, quería
marcarla como mía, pero no podía.
Dijo mi nombre una y otra vez mientras la lamía. Stella era mi placer
prohibido. Dulce como el pecado. Una delicia prohibida que no se me permitía
tener y sabía mucho mejor por eso. Sus gemidos guturales, sus dedos enredados
en mi cabello, su excitación escurriendo me volvieron loco de deseo.
Por primera vez desde que perdí mi virginidad a los catorce años, sentí
que podría correrme en mis pantalones.
—Sí.
Nunca había sido tan intenso las veces en que intenté imaginar cómo se
sentiría la boca de Mauro sobre mí. Ladeé la cabeza. Mauro todavía estaba
atrapado entre mis muslos, su lengua arrastrándose perezosamente sobre mi carne
sensible. Era casi demasiado, y aun así era demasiado bueno para detenerlo.
33 Mauro levantó la vista, encontrándose con mi mirada. Con una sonrisa oscura, se
apartó y me lamió deliberadamente. Me sonrojé, dividida entre la vergüenza y la
excitación.
Mauro se tensó.
Mauro abrió los ojos y frunció el ceño. Tomó su camisa y se limpió con
ella, luego mi trasero.
—¿Estás bien? —Su voz sonó áspera con una pizca de preocupación.
—¿En serio?
—Conoces las reglas —dijo con brusquedad, y luego agregó en voz más
baja—: Y cuando tome tu virginidad, no lo haré por detrás. Quiero verte la cara
cuando te reclame.
Cuando, no si lo hacía.
Mauro rio entre dientes. Sus ojos observaron cada centímetro de mi rostro
hasta que tuve que apartar la mirada, de repente cohibida. Aún me parecía
surrealista lo que acabábamos de hacer. Con Mauro me había sentido segura, aún
lo hacía. Me besó. Me probé en sus labios.
Presionándome aún más cerca de su fuerte cuerpo, supe que quería estar
con él.
Mauro me agarró del brazo y me empujó detrás de él, con sus armas
apuntando a la escalera.
—Lo estamos.
Cora vive en Alemania con un lindo pero loco Collie barbudo, así como
con el hombre lindo pero loco a su lado. Cuando no pasa sus días soñando
despierta con libros sensuales, planea su próxima aventura de viaje o cocina
platos muy picantes de todo el mundo.
1. Twisted Loyalties
2. Twisted Emotions
3. Twisted Pride
4. Twisted Bonds
5. Twisted Hearts
6. Twisted Cravings
38