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Sinopsis

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Sobre el autor

3
Stella es una fruta prohibida que Mauro no tiene permitido probar.

No solo porque no está prometida a él, sino porque es su hermanastra.

Solía ser su sombra molesta, la niña pequeña que tenía que proteger y
cuidar.

Ahora es toda una adulta y no puede dejar de notarlo. Estar encerrado en


una habitación de pánico con ella podría ser la prueba definitiva para su
autocontrol…

Mauro siempre ha sido el protector y aliado de Stella, hasta que empieza a


verlo como algo más.

Esconde su atracción, temiendo su reacción. Pero ¿podrá seguir


4 haciéndolo cuando estén atrapados en una pequeña habitación completamente
solos?

Born in Blood Mafia Chronicles


E
l mundo de la mafia estaba construido sobre reglas.

Reglas que nunca se rompen. Habían sobrevivido a


generaciones, resistiéndose a los cambios que ocurren siempre
en la sociedad moderna. Eran como el Coliseo. Los
fundamentos de nuestras tradiciones se mantenían firmes
incluso cuando nos adaptábamos a nuestro entorno.

Una de esas reglas era no desear a una chica que no te prometieron,

5 especialmente si esa chica era tu hermanastra.

Como lugarteniente de Cleveland, mi padre necesitó volver a casarse


después de la muerte de su primera esposa, mi madre. Tenía once años cuando
falleció, todavía un niño y sin embargo bastante familiarizado con la muerte. Al
crecer en la mafia, especialmente si tu padre era uno de los lugartenientes de la
Famiglia y gobernaba a cientos de hombres, te introducían a una edad temprana a
las partes más oscura del negocio, para fortalecerte para las tareas futuras.

Padre esperó exactamente el año requerido antes de casarse con Felicitas y


desapareció en su capullo de felicidad matrimonial, dejándome lidiar con algo
que no había previsto: una hermanastra. La primera vez que conocí a Stella, tenía
siete años, usaba aparatos ortopédicos y unas ridículas coletas, y era tan
jodidamente tímida que no me habló durante una semana después de mudarse.
Sin embargo, eso cambió rápidamente y cuando su madre comenzó a tener tres
bebés en corta sucesión, olvidando la existencia de su hija mayor, Stella se
convirtió en mi sombra y yo, en su (al principio no tan dispuesto) protector y
compañero.

Stella siempre había sido una niña en mis ojos, una niña que necesitaba
proteger porque éramos familia, aunque no por sangre y ni siquiera por elección
ya que nadie nos preguntó antes de que nuestros padres sellaran su unión. Siendo
cinco años menor que yo, no había notado los cambios graduales en su cuerpo
porque no les presté ninguna jodida atención. Cambios pequeños justo delante de
mis ojos que simplemente no capté. Hasta que padre me envió a Sicilia para
ayudar a nuestra familia en su lucha contra las otras famiglias de la mafia. Estuve
fuera por poco más de un año y cuando vi a Stella por primera vez después de
todo ese tiempo, tuve que mirarla dos veces. Corrió hacia mí con una sonrisa
inmensa y se arrojó a mis brazos. La abracé después de un momento, sintiendo
sus curvas de repente, sus senos presionados contra mi pecho. Cuando me retiré,
de hecho, la examiné entera. Algo que nunca había hecho. Era Stella, mi
hermanastra, no una chica a la que examinaba. Y aun así, mis ojos se demoraron
en todos los lugares correctos, y maldición, fueron espectaculares. Stella
compartía la belleza deslumbrante de su madre, pero afortunadamente no su
vanidad egocéntrica o su aire insensible.

¿Nunca antes había notado sus curvas o Stella las había desarrollado en
solo un año?

Parecía imposible. Las debo haber ignorado, y era un estado que


necesitaba alcanzar de nuevo rápidamente. Stella estaba completamente fuera de
los límites. Mierda, compartíamos un apellido. Éramos familia.

6 Después de ese día, hice un esfuerzo adicional para no mirar su cuerpo,


centrándome solo en su rostro. Sin embargo, eso ni siquiera ayudó. Porque los
ojos azules de Stella y su sonrisa burlona atormentaban mis noches, y a veces
incluso aparecían cuando follaba a otra mujer. Era una locura.

Stella se había convertido en una puta estrella, brillando tan intensamente


que se había grabado en mi mente. Sin importar lo que hiciera, la imagen de su
sonrisa, de sus curvas, destellaba incluso cuando cerraba los ojos. Era como
cerrar los ojos después de haber mirado al sol directamente durante demasiado
tiempo: manchas de luz seguían bailando contra la oscuridad de tus párpados,
recordándote el brillo tentador que habías dejado atrás.

Me limpié la sangre de las manos. Los limpiadores se encargaban del


cuerpo y las partes cortadas. Torturar a los imbéciles de la Bratva para obtener
información era una de las ventajas de mi trabajo, que actualmente era el mejor
de todos los oficios porque a los veintitrés, mi padre quería mostrarme los
entresijos de cada área del negocio en nuestra ciudad antes de que tuviera que
hacerme cargo de ella en unos años.

Sonó mi teléfono y me sequé las manos antes de atender la llamada.

—Mauro, necesito que vengas de inmediato para cuidar de Stella.

Me detuve.
—¿Pensé que hoy se iban a Vermont? —Durante cada cena familiar a la
que me había visto obligado a asistir en las últimas semanas, Felicitas no había
dejado de hablar sobre su próximo viaje de esquí a uno de esos complejos de
lujo.

—Lo haremos —dijo padre con impaciencia—. Pero Stella no viene con
nosotros.

—¿Y los enanos? —Así es como llamaba a mis tres pequeños medio
hermanos.

—Por supuesto que vienen con nosotros. Felicitas se volvería loca si


tuviera que separarse de sus hijos durante una semana.

—Stella también es su hija, ella lo sabe, ¿verdad?

—No tengo tiempo para hablar de esto. Ven aquí. Tienes que quedarte los
días que no estemos y proteger a Stella. —Colgó, sin esperar mi respuesta.
Esperaba obediencia, naturalmente. Después de todo, sus soldados siempre
seguían sus órdenes, y como su hijo, era poco más que eso ante sus ojos.

Agarré las llaves de mi auto, salí de la sala de tortura y corrí hacia mi auto,
7 un modelo nuevo de Aston Martin que mi padre me había regalado en mi último
cumpleaños.

Lo que le faltaba en elogios y afecto, lo compensaba con dinero y regalos


caros multiplicados por diez. Ya no era un niño pequeño que ansiaba su amor o
aprobación, de modo que estaba de acuerdo con nuestro acuerdo. Me congelé con
el dedo índice sobre el botón de arranque del motor cuando comprendí lo que
significaba para mí la nueva tarea de niñero que mi padre me impuso. Tendría
que pasar una semana entera bajo el mismo techo con Stella, mi hermanastra
prohibida que visitaba mis sueños casi todas las noches.

Maldición. Estaba tan jodido. Algo que no podría hacer con Stella…
nunca.
Mi madre no se dignó a darme ni una sola mirada mientras guiaba a mis
tres medio hermanos al vestíbulo donde esperaban sus equipajes para que los
guardaespaldas los recogieran. Nunca había sido muy maternal conmigo, ni
siquiera cuando era más joven. Tal vez era porque solo había tenido diecinueve
años cuando me tuvo, o tal vez simplemente no me quería mucho ya que la mitad
de mí era de papá. Nunca se había enamorado de él, aunque pareciera una
adolescente enamorada con Alfredo.

—¿Dónde está? —preguntó madre, molesta, a medida que echaba un


vistazo a su Rolex, que combinaba con el Rolex alrededor de la muñeca de
Alfredo.

Alfredo conocía ese tono, y sacó su teléfono para llamar a Mauro.

La emoción burbujeó en mí mientras pensaba en que pasaría una semana a


solas con Mauro. Cuando se mudó y, peor aún, pasó un año en el extranjero, me
había sentido devastada. Siempre había sido el único de mi lado en esta casa.
Como mafioso estaba ocupado, de modo que solo lo veía una vez a la semana
cuando nos visitaba para cenar en familia. Antes de su tiempo en Sicilia, me
pasaba a buscar ocasionalmente para que así pudiéramos hacer algo juntos, pero
8 eso ya no sucedía más.

Sonó el timbre y Mauro apareció en la puerta abierta, poniéndole los ojos


en blanco hacia su padre.

—Ya estoy aquí. Vine tan rápido como pude. Desafortunadamente, no soy
el único auto en la calle.

—Vamos a llegar tarde a nuestro vuelo —dijo madre. Me detuve en el


último escalón de la escalera y le di a Mauro una sonrisa rápida, intentando
ignorar la forma en que mi vientre revoloteaba. Durante tres años, había estado
enamorada de él, un enamoramiento completamente loco e imposible que no
podía quitarme de encima. Era bueno que Mauro no me viera como nada más que
su pequeña hermanastra, alguien a quien ahora tendría que cuidar como si tuviera
ocho años y no casi dieciocho.

Mauro alzó una ceja por encima de la cabeza de mi madre y tuve que
contener la risa. Probablemente me habría castigado eternamente si hubiera
descubierto que no estaba tan triste como ella quería que estuviera al no
permitirme ir a su aventura de esquí con ellos.

—¿Se irán la semana que habían planeado? —preguntó Mauro.

—Por supuesto —respondió Alfredo como si fuera una pregunta estúpida.


Los ojos de Mauro se estrecharon, sus cejas formando una V y un músculo
en su mejilla izquierda se contrajo de una manera que indicaba su disgusto por la
situación. ¿Era tan malo pasar unos días conmigo?

—El cumpleaños de Stella es en cuatro días. ¿No es tradición celebrarlo


con la familia?

Ah. Estaba enojado en mi nombre. Las mariposas estúpidas en mi


estómago se agitaron.

Madre soltó un pequeño ruido evasivo.

—Debería haberlo pensado antes de actuar.

Mi hermanita me había golpeado con su muñeca Barbie porque no hice lo


que ella quería, razón por la cual se la quité. Mi madre la había malcriado a ella y
a mis otros dos medio hermanos, y obviamente prefería mantenerlo así.

Me alegraba quedarme en casa. Si hubiera ido, me habrían usado como


niñera y su metafórico saco de boxeo cuando algo no saliera según lo planeado.
Unos cuantos días de relajación con Netflix, comida rápida y Mauro sonaban
como la felicidad pura en comparación.
9
Mauro volvió a sacudir la cabeza. A veces tenía la sensación de que la
falta de interés de mi madre en mí lo molestaba más que a mí. Me había
molestado durante mucho tiempo, y aún lo hacía de vez en cuando, pero lo había
aceptado.

Mi madre no se volvería más cariñosa y afectuosa milagrosamente, y si no


quería que su negligencia me rompiese, tenía que aceptarlo y seguir adelante.

Madre, Alfonso y los tres mocosos malcriados finalmente salieron de la


casa.

Mauro cerró la puerta con más fuerza de la necesaria, sacudiendo la


cabeza. Entonces, su mirada se posó en mí.

—Parece que si te hubieran sentenciado a prisión. ¿En serio es tan malo


quedarse conmigo?

Mauro pasó una mano por su cabello oscuro, esos ojos marrones chocolate
fijándose en los míos.

—No. Pero odio que me aparten de mis asuntos por dramas de últimos
minutos.
—¿Tenías planes? —curioseé, preguntándome si estaba viendo a una
chica actualmente.

En realidad, no podía tener citas. A las mujeres de nuestro mundo solo se


les permitía estar con su esposo, y las forasteras jamás podrían ser más que una
aventura. Aun así, me molestaba que Mauro estuviera con otras chicas cuando
definitivamente no debería hacerlo. No era mío, nunca lo sería. Las mariposas
detuvieron su aleteo enloquecedor como si alguien les hubiera arrancado las alas,
y así es como me sentía cada vez que consideraba lo condenados que estaban mis
sentimientos por Mauro.

No podía evitar mirarlo. Era alto, unos treinta centímetros más alto que yo,
y musculoso pero no voluminoso. Era ágil, letal y ridículamente atractivo. Su
camisa abrazaba sus abdominales, sus pectorales y sus bíceps fuertes a la
perfección. Ya que la camisa era blanca, el contorno del tatuaje de la Famiglia,
que todo mafioso conseguía con su iniciación, se destacaba a través de la tela.

Nacido en sangre. Jurado en sangre.

Entro vivo y salgo muerto.

10 ¿Por qué no podía dejar de mirarlo como si alguna vez pudiera estar con
él? Estaba mal. Nuestros padres no lo permitirían jamás. Principalmente por el
gran escándalo que causaría. No estaba segura de cuánto tiempo lo estuve
mirando, pero Mauro parecía perdido en sus propios pensamientos. Me estaba
observando de una manera como si fuera su pesadilla hecha realidad, y no lo
entendía. Habíamos sido tan cercanos antes de que se fuera a Sicilia y todavía
éramos cercanos cuando regresó, pero las cosas se habían vuelto tensas, casi
incómodas a veces. No era lo suficientemente valiente como para preguntarle por
qué. Tal vez era algo que sucedía con todas las personas en mi vida. Perdían su
interés en mí con el tiempo.
C
ontemplaba la noche. Mierda, no temía a nada, pero ahora estaba
actuando como un maldito marica. Demasiado asustado para
dormir. Demasiado asustado de las tortuosas fantasías de mi
mente que solo se volvían más creativas con cada día que pasaba
cerca de Stella. Hasta ahora habíamos pasado tres días enteros juntos. Estaba
dividido entre querer que nuestro tiempo a solas juntos terminara lo más rápido
posible, para evitar que ocurriera una desgracia, y querer prolongarlo.

Stella era mi droga preferida. Era ajena a mis pensamientos obscenos, a


11 todas las formas en que ya la había follado en mis fantasías. Hasta hoy tenía
diecisiete años, mañana finalmente sería mayor de edad. ¿Finalmente? Otra
barrera derrumbándose, otro golpe para mi autocontrol cada vez menor.

Maldición. Mi padre me había dado un trabajo: vigilar a Stella, proteger su


bienestar físico y su honor. Lo último probablemente más que lo primero.
Después de todo, una chica en nuestros círculos era juzgada por su jodida pureza.
Esa era la razón de la desagradable tradición de las sábanas sangrientas. Aún
quería casarla con el mejor postor algún día. Si actuara de acuerdo con mis
fantasías, eso podría arruinar sus planes.

Mis ojos registraron una sombra moviéndose en las premisas. Al


principio, estaba seguro que mi mente me estaba jugando una mala pasada.
Teníamos un sistema de alarma avanzado para el jardín y la casa, que se activaba
en cuanto algo más grande que un gato intentaba atravesar la valla. Era necesario
porque nuestro territorio limitaba con tierras enemigas, y la Organización había
estado atacando con frecuencia desde que se rompió la tregua.

Otra sombra, luego otra. ¿Qué mierda?

Un cristal se rompió en algún lugar de la casa. Ninguna alarma. Nada.


Me giré en seguida, agarré mis Berettas de la mesita de noche y corrí por
el pasillo hacia la habitación de Stella, empujando una pistola en la cinturilla de
mis pantalones de chándal. Entré a toda prisa y avancé directamente hacia su
cama, agarrando su brazo. La levanté de golpe, y ella despertó con un jadeo, sus
ojos completamente abiertos de miedo. Sus labios se abrieron para gritar, pero mi
mano se cerró sobre su boca. Finalmente, sus ojos se posaron en mi rostro y sus
cejas se fruncieron en confusión.

—Hay atacantes en la casa. Vamos, tengo que llevarte a la habitación de


pánico.

—¿Y la alarma? —preguntó. La saqué de la cama cuando no se movió.

—¡Stella, sígueme! —Después de otro momento de vacilación, finalmente


actuó según mis órdenes. Sacando mi segunda arma, se la entregué a Stella. Ella
sacudió su cabeza.

—No sé cómo disparar.

—Apunta a un atacante y aprieta el maldito gatillo, eso es todo. —Tomó


el arma, y nos conduje al pasillo—. Quédate detrás de mí en todo momento y no
12 me dispares por la jodida espalda por accidente. Y por Dios, haz lo que te digo,
sin hacer preguntas.

Asintió en silencio, obviamente aturdida por mi comportamiento


dominante.

Nos apresuramos hacia la escalera. Algunas voces masculinas silenciosas


proviniendo de la sala de estar.

—Rápido —dije con voz áspera. Agarré su muñeca porque parecía


congelada. Me apresuré a bajar las escaleras, arrastrando a Stella detrás de mí.

La entrada a la habitación de pánico estaba en la oficina de padre en la


planta baja, la última puerta a la derecha, bifurcándose desde el vestíbulo. Un
atacante apareció en la puerta de la sala cuando llegamos al último escalón.
Apreté el gatillo y disparé una bala a través de su ojo izquierdo. Cayó al suelo
con un ruido sordo. Arrastré a Stella más allá del cuerpo, escuchando los pasos
de varios intrusos más en la sala de estar. Corrí más rápido incluso si Stella
jadeaba desesperadamente detrás de mí. Abrí la puerta con un fuerte empujón,
corrí al interior e ingresé un código en el teclado junto a una de las estanterías. El
piso junto al escritorio se separó, revelando una escalera estrecha y una
habitación de pánico subterránea.
—¡Entra! —Empujé a Stella en dirección a la apertura. Bajó unos
escalones.

—No me dejes sola. —Sus ojos estaban completamente abiertos y


temerosos.

—¡Abajo! —gruñí. Ella desapareció, y también bajé rápidamente. Solo mi


cabeza se asomaba por el agujero en el piso cuando otro atacante vislumbró la
habitación. Como el primer atacante, no reconocí su rostro. Disparé, pero él la
esquivó y la bala chocó con la pared detrás de él, enviando yeso volando por
todas partes. Presioné el botón de cerrar, y el piso se deslizó cerrándose en
segundos, luego introduje un código en el teclado que garantizaría que nadie
podría bajar hasta aquí si no sabía el código. Vislumbré un rostro durante unos
segundos antes de que la puerta se cerrara definitivamente. ¿Era de la Bratva o de
la Organización? Ambos nos estaban dando problemas.

Me giré y tensé, apretando los dientes.

Stella estaba de pie en medio de la habitación de unos doce metros


cuadrados, con los brazos envueltos alrededor de su cintura, luciendo
completamente perdida. Su respiración escapaba en ráfagas bruscas, el pánico
13 parpadeando en sus ojos. Su mirada recorrió la habitación inquieta.

—Está bien. Esta habitación es segura. —Intenté calmarla, pero apenas


registró mis palabras. Parecía estar en estado de shock, su pecho subiendo y
bajando rápidamente. Aparté mis ojos de sus senos, metí mi arma en la cinturilla
de mi pijama y me acerqué a ella, sacando la pistola de sus dedos apretados
cuidadosamente. Empujándola en la parte posterior de mi cinturilla, toqué la
mejilla de Stella. Inclinó su cabeza hacia arriba, su mirada encontrándose con la
mía. Era mucho más baja que yo, y mi instinto protector se apoderó de mí.
Aparté suavemente algunos mechones de su cabello color caramelo de su frente
sudorosa.

—Estás a salvo, Stella.

—Estás aquí —susurró como si eso afirmara mis palabras.

—Voy a protegerte.

Miró a su alrededor otra vez. La habitación estaba destinada a una estancia


corta. Seis literas alineadas en las paredes a nuestra izquierda y derecha. La parte
trasera de la habitación tenía una pequeña cocina y un baño estrecho y cerrado.
Aunque era del tamaño de un armario de escobas, y nada más. Podías ducharte
prácticamente mientras te sentabas en el inodoro.
Justo al lado de la empinada escalera había un sofá y un pequeño televisor.
Eso era todo.

—Estamos atrapados bajo el suelo —susurró, mirando hacia el techo bajo


y tragando con fuerza. Solo una bombilla colgaba sobre nuestras cabezas.

—Solo piensa en esto como un apartamento normal.

—No tiene ventanas.

—Entonces, un apartamento de mierda.

Se rio nerviosamente. Mis dedos encontraron su garganta y su pulso


revoloteó debajo de su suave piel satinada.

—No tendremos que quedarnos aquí por mucho tiempo. Pronto llegarán
refuerzos. —Pero la alarma no había sonado. Me acerqué a la pequeña consola
junto a la escalera y presioné el botón de alarma que estaba conectado a nuestro
sistema de seguridad principal. Una luz roja brilló. Sin conexión. Mierda. Eché
un vistazo por la escalera, escuchando pasos sobre nosotros. No podían bajar
aquí a menos que destrozaran toda la casa en pedazos. Pero si no pedíamos
refuerzos, Stella y yo nos quedaríamos aquí atrapados hasta que nuestros padres
14 regresaran y eso sería en tres días. Demasiado tiempo para estar atrapado en una
habitación subterránea, especialmente con tu seductora hermanastra medio
vestida. Mis ojos registraron el endeble camisón de Stella por primera vez. Esto
era una pesadilla, y no principalmente por los atacantes que querían torturarnos y
matarnos potencialmente.

—No escuché la alarma —dijo Stella, buscando mis ojos.

Maldición. Suspiré. Por alguna razón, nunca me gustó mentirle.

—No sonó. La desactivaron.

Sus ojos se dirigieron hacia la trampilla.

—¿Pero no van a entrar?

—No, no sin el código.

Ella asintió, mordiéndose el labio, todavía luciendo tan jodidamente


perdida y asustada.

Regresé a su lado y acaricié su mejilla con la yema de mi pulgar. Mierda,


¿por qué no podía dejar de tocarla?

—Juro que estás a salvo.


Una vez más, esa pequeña sonrisa de confianza, una que me daba ideas y
al mismo tiempo me recordaba que tenía una responsabilidad con Stella.
Confiaba en mí, lo había hecho milagrosamente durante mucho tiempo.

Miré el reloj en la pared. Era pasada la medianoche.

—Feliz cumpleaños —le dije.

Stella parpadeó, sus cejas frunciéndose.

—Si el comienzo de mi cumpleaños es una indicación del resto de mi año,


me gustaría saltármelo.

Sonreí, sacudiendo mi cabeza, mis dedos aún sobre su piel. Mi mirada se


dirigió a sus labios, la forma en que se curvaron en una media sonrisa a pesar de
la ansiedad en sus ojos. Dejé caer mi mano como si me hubiera quemado y
retrocedí, aclarándome la garganta.

—Voy a revisar todo. Ha pasado un tiempo desde que he estado aquí.

—¿Eso significa que no tienes un regalo de cumpleaños para mí?

15 mente.
Una imagen de mi cabeza enterrada entre sus piernas apareció en mi

No era el regalo de cumpleaños que había tenido en mente. Necesitaba


sacar mi mente de la cuneta.

—No aquí abajo —solté.


M
i corazón latía violentamente en mi pecho a medida que seguía
escuchando sonidos que venían desde arriba.

En ocasiones sonaron pasos apagados, pero la puerta se


mantuvo firme. Me dirigí al sofá lentamente, y me hundí, intentando calmarme.

Mauro revisó meticulosamente todos los cajones de la cocina y el armario


estrecho.

Los músculos de sus hombros y espalda se flexionaron cuando se inclinó


16 hacia adelante.

Algunas cicatrices cubrían su espalda de heridas de cuchillo y arma que


había sufrido a lo largo de los años como mafioso. Mi mirada cayó lentamente a
su firme trasero y un sonrojo calentó mis mejillas. Aparté mi mirada rápidamente
cuando Mauro se volvió, sus cejas fruncidas en concentración. Su pecho estaba
cincelado, bronceado y un pequeño sendero de vello oscuro se arrastraba desde
su ombligo hasta sus pantalones de chándal de corte bajo. Era la primera vez que
lo veía sin camisa en mucho tiempo.

Siempre llevaba camisa a mi alrededor. Mi estómago se agitó.

Los ojos de Mauro se clavaron en mí y me sonrojé, sintiéndome atrapada,


como si mis pensamientos inapropiados estuvieran escritos por todo mi rostro.
Me alegré que no supiera cómo me sentía hacia él. Pensaría que estaba siendo
tonta.

—Estamos bien equipados con comida enlatada y mudas de ropa. No será


un problema estar unos días aquí abajo.

Asentí, luego me estremecí cuando algo cayó abruptamente por encima de


nuestras cabezas.

Mauro entrecerró los ojos.


—¿Qué fue eso?

—Creo que arrojaron uno de los estantes. Podrían estar buscando una caja
fuerte. Tal vez este ataque no tiene nada que ver con nosotros, sino con la
información que esperan obtener.

Asentí, nuevamente. Nunca me había importado mucho el negocio de la


mafia. Nunca había tenido una idea de lo que implicaba… hasta ahora. Mauro
había estado arriesgando su vida durante años, desde que era más joven que mi
edad actual. Tal vez por eso la diferencia de edad de cinco años entre nosotros a
veces se sentía mucho más grande.

—Intenta dormir algo. Puedo atenuar la luz —dijo Mauro.

Sacudí mi cabeza rápidamente. No había forma de que ahora pudiese


dormir.

La adrenalina bombeaba a través de mi cuerpo.

—¿Por qué no ves televisión mientras intento encontrar una forma de


enviar una señal de emergencia?

17 Me dejé caer frente al televisor como una niña de cinco años, pero ¿qué
más podía haber hecho? Me temblaban las piernas y mi capacidad cerebral era
cercana a cero. Tomé el control remoto y comencé a pasar por los canales sin
pensar. Pero mantuve el volumen bajo para escuchar lo que pasaba por encima de
nuestras cabezas, y mi mirada siguió volviendo a la trampilla, lo único entre
nuestros asesinos potenciales y nosotros.

Eso y Mauro. Tenía buena puntería. Él nos protegería.

Estaba interesado en la tecnología moderna, pero intentar enviar una señal


de emergencia por encima del bloqueo que nuestros atacantes habían instalado
estaba más allá de mi conocimiento.
Los ojos de Stella continuaron alternando entre seguir mis movimientos y
mirar el techo. Todavía estaba temblando y tenía la piel de gallina. Sus pezones
se erizaban a través de su camisón de la manera más distractora posible.

—¿No tienes frío? Puedes cambiarte de ropa —sugerí eventualmente.

Stella siguió mi sugerencia y me sorprendió cuando se puso uno de mis


suéteres. Por alguna razón, verla en mi ropa demasiado grande fue aún más
excitante que su camisón endeble. Maldita sea todo.

Pasé la noche y la mayor parte del día revisando el manual del teclado y
encendiendo la calefacción. Más para distraerme que por cualquier propósito
práctico.

Me senté en una de las literas mientras Stella se había acurrucado en el


sofá, solo sus espinillas y pies sobresaliendo de mi suéter.
18 Se durmió dos veces, pero se levantó bruscamente poco después, su
respiración temblorosa hasta que sus ojos se posaron en mí.

—¿No puedes leer junto a mí?

Me levanté y caminé hacia ella, luego me hundí junto a sus pies. Stella los
apoyó en mis muslos y, sin pensarlo, puse mi palma sobre su pantorrilla. Su piel
era suave, cálida y ahora que la sentía, no podía dejar de pensar en lo mucho
mejor que se sentiría si arrastraba mi mano hacia su sensible muslo interno o
incluso más alto.

Aparté el pensamiento de mi cabeza y me concentré en las pequeñas letras


del manual. Stella se sentó y me tomó por sorpresa al darse la vuelta y apoyar su
cabeza en mi regazo. Me quedé mirando su cabello color caramelo por un
momento, medio dividido entre apartarla porque en serio no necesitaba imágenes
adicionales de su rostro cerca de mi polla atormentando mis noches, y empujar
mi cinturilla hacia abajo y deslizar mi polla en su boca.

Me moví incómodo cuando sentí que la sangre traicionera fluía


ferozmente hacia el área de mi ingle.

—¿Algo interesante?
—No —gruñí. Stella me miró a los ojos, frunciendo el ceño. Mi tensión
repentina no tenía sentido para ella.

—¿Escuchaste algo? ¿Estamos en peligro?

Estaba en peligro de perder lo poco que quedaba de mi autocontrol, y ella


de perder su honor.

Algo en su expresión cambió, como si supiera lo que estaba pensando.

En ocasiones, había pensado que me miraba con más afecto que el propio
de una hermanastra, pero lo había atribuido a mis propios deseos prohibidos.
Ahora ya no estaba tan seguro.

Después de una cena temprana con una lata de sopa de champiñones y


algunas galletas, Stella se deslizó en el pequeño baño del tamaño de un armario.
19 La puerta era delgada y pude escuchar cada maldición murmurada mientras ella
intentaba cambiarse en el espacio estrecho.

Intenté no imaginarme cómo se desnudaba, cómo se vería desnuda.

—¡Ay! —murmuró Stella.

Me reí a pesar de la situación.

El silencio siguió detrás de la puerta.

—¿Puedes escucharme?

—Por supuesto que puedo escucharte.

Más silencio.

—Tienes que taparte los oídos.

—Stella, no voy a cubrir mis jodidos oídos. Sé cómo suena cuando


alguien hace pipí, así que sigue adelante y no te atrevas a abrir el agua para cubrir
los sonidos.

—¡No voy a orinar si puedes escuchar todo! —Abrió el agua. Me tendí en


una de las literas, preguntándome qué estarían haciendo los atacantes arriba. Sin
duda intentando llegar hasta aquí. ¿Por qué padre no había pensado en instalar
monitores aquí conectados a las cámaras en las instalaciones?

La puerta se abrió y Stella salió. Mi corazón se saltó un latido. ¿Qué


carajo estaba usando? Me senté lentamente, preguntándome si mi mente me
estaba jugando una mala pasada. Stella estaba en una especie de camisón rojo
transparente hecho de un material delgado y sedoso. Solo le llegaba a la parte
superior de sus muslos y se aferraba a sus senos. Mierda.

Stella se movió nerviosa en sus pies, su rostro poniéndose colorado bajo


mi escrutinio.

—Solo mi madre elegiría esto como su ropa de dormir para una situación
de encierro. La ropa en mi cajón es de hace unos años y ya no me queda.

Apenas registré sus palabras. La mayor parte de mi sangre había dejado mi


cerebro. Por supuesto, había notado las curvas de Stella antes, pero tenerlas ante
mí de esta manera, definitivamente provocaría una nueva embestida de fantasías
obscenas que no tenía absolutamente ningún derecho en tener.

Me puse de pie y me dirigí al cajón con mi ropa, abriéndolo con


20 demasiada fuerza. Saqué una camiseta y calzoncillos, y se los arrojé a Stella.
Apenas los atrapó, con los ojos completamente abiertos en sorpresa.

—Toma. Póntelo. Será más cómodo que esa cosa.

Como si la comodidad de Stella tuviera algo que ver con mi necesidad de


cubrirla con una de mis camisetas.

El dolor parpadeó en su expresión, sorprendiendo a mi cerebro medio


funcionando. Pero no tuve la oportunidad de analizar la mirada porque se giró y
regresó al baño.

Presioné la ropa contra mi pecho, aturdida por la avalancha de decepción


que sentí. Al principio, cuando me di cuenta que tendría que usar el ridículo
camisón de mi madre, me había avergonzado, pero después de ponérmelo, me
había emocionado secretamente por la reacción de Mauro.
No había esperado que se viera casi horrorizado. Intentar no tomar eso en
serio era difícil, incluso aunque debería haberme sentido aliviada. La reacción de
Mauro era normal. La mía no. Actuó como debería hacerlo un hermanastro.

Me quité el camisón y me puse la ropa de Mauro. Los calzoncillos


colgando muy bajo en mis caderas y la camiseta llegándome hasta la mitad del
muslo. Salí nuevamente, respirando profundo, decidida a controlarme y no ver
nada más que a un familiar en Mauro.

No pude leer la mirada que me dio Mauro. Apenas habían transcurrido


unos minutos de las siete, pero me sentía cansada. Anoche apenas había dormido,
y no estaba segura si dormiría esta noche. Arriba todo había estado en silencio
desde hace un tiempo.

—¿Crees que se han ido? —pregunté a medida que me dirigía a la litera


de Mauro donde estaba sentado encorvado sobre una semiautomática del
gabinete de armas detrás de la escalera, volviendo a armarla después de
desmontarla.

Levantó la vista, sus ojos arrastrándose sobre mi cuerpo de una manera


que envió un pequeño escalofrío por mi espalda. ¿Su mirada se demoró en mis
21 piernas desnudas?

No vayas allí…

—Lo dudo. Podrían estar desarmando habitación tras habitación en busca


de algo útil. Como el código de esta habitación.

Mis ojos se abrieron de par en par.

Mauro sacudió la cabeza.

—No está escrito en ninguna parte. Solo papá y yo lo sabemos, así como
unos pocos hombres de confianza.

Me dejé caer junto a Mauro y su cuerpo se tensó. Lamenté el hecho de que


se hubiera puesto una camisa. Nuestros ojos se encontraron y contuve el aliento,
sin saber por qué. Algo en los ojos castaños de Mauro envió una ráfaga de anhelo
a través de mi cuerpo.

—¿No estás cansada? —preguntó. Su voz tenía una nota extraña.

—Sí —admití. Mis ojos ardían por la falta de sueño y el aire seco aquí
abajo.

—¿Por qué no tomas esa cama? —Asintió hacia la litera frente a la suya.
—¿Quieres deshacerte de mí? —Mi broma fracasó porque Mauro no se
rio.

Se concentró en el arma, y su falta de respuesta fue toda la respuesta que


necesitaba.

—Necesito revisar las armas restantes para asegurarme que tenemos


suficiente armamento.

Me paré. No quería imponerme a Mauro cuando obviamente quería estar


solo. Me deslicé debajo de la manta en la litera estrecha, ocultando mi decepción.
El material grueso estaba frío y olía ligeramente a desuso. Me giré, dando la
espalda a Mauro, necesitando privacidad.

El retintín de él trabajando en las armas resonó en la habitación de pánico.


Pero no fue lo que me mantuvo despierta, ni siquiera la luz, que atenuó un poco
más tarde. Mis pensamientos zumbaban en mi cabeza. Pensamientos sobre
Mauro, sobre mis sentimientos por él, sobre los hombres en la casa, sobre sus
horribles motivos. Y me preocupaba que la relación entre Mauro y yo empeoraría
aún más después de esto. Sentía como si algo estuviera cambiando entre
nosotros… otra vez.
22
Observé el concreto gris, escuchando a Mauro hasta que él también
pareció haberse acostado. Apagó las luces excepto por un tenue resplandor,
probablemente de la lámpara que había preparado para usar en la tarde.

No estaba segura de cuánto tiempo había estado inmóvil en la litera


cuando no pude soportarlo más.

—No puedo dormir. Sigo pensando en ellos arriba, esperando la


oportunidad de llegar a nosotros. Y está helando aquí abajo. —La manta no era
muy gruesa.

Mauro suspiró.

—No puedo subir la calefacción. No sé cuánto tiempo más pueden


sustentar los generadores todos los servicios esenciales y debemos permanecer al
menos durante tres días aquí hasta que alguien regrese a la mansión.

Me estremecí una vez más y me giré, mirando a Mauro en la cama frente a


la mía. También estaba de frente a mí. La luz tenue de la linterna de gas en el
suelo entre nosotros arrojaba sombras en su rostro que hacían imposible leer su
expresión desde donde estaba.

—¿Puedo meterme bajo tu manta? Estoy temblando mucho.


Las campanas de alarma sonaron en mi cabeza, incluso mientras decía las
palabras. Teniendo en cuenta mis sentimientos por Mauro, compartir una cama
estrecha con él parecía una opción peligrosa.

No seas estúpida.

Mauro solo me veía como su pequeña hermanastra. No era una mujer para
él. Probablemente ni siquiera se daba cuenta que tenía senos y una vagina.

Mauro se tensó. No solo tenía que cuidarme y ahora estaba atrapado en


una habitación del pánico conmigo, sino que además quería entrometerme en su
espacio personal.

Mis mejillas ardieron ante el silencio resultante. Me alegré por la


oscuridad que ocultó mi mortificación de sus ojos vigilantes. ¿Por qué no podía
dejar de actuar como una niña estúpida a su alrededor?

Cuando había perdido la esperanza de que respondiera, su voz baja sonó.

—Por supuesto.

Salí de mi litera, temblando cuando mis pies descalzos tocaron el frío


23 suelo de piedra, y corrí los pocos pasos hacia Mauro. Levantó las mantas y yo me
arrastré debajo de ellas. La litera era pequeña y nuestros cuerpos se rozaron a
pesar de que mi trasero colgaba sobre el borde. Mauro retrocedió hasta que chocó
contra la pared, lo que me permitió acostarme más cómodamente.

De repente quedé atrapada en la realidad de la situación. Mauro me miraba


con una expresión tensa. Estaba recostado tieso como una tabla, su brazo
descansando torpemente sobre su costado. Nuestros rostros estaban lo
suficientemente cerca como para besarse, y no quería hacer nada más, pero no
estaba loca. No volvería a hacer el ridículo otra vez.

Me aclaré la garganta, lo cual fue el equivalente a una explosión en el


silencio de la habitación.

—Voy a darme vuelta. —Mauro no dijo nada.

Me di la vuelta rápidamente y mi trasero chocó contra su entrepierna.

Su exhalación baja me hizo tragar con fuerza. Dios, esta litera era
demasiado estrecha para dos personas que no eran íntimas.

—Puedes envolverme con tu brazo.

¿Qué me pasaba?
Pero quería que él me abrazara.

Se movió de nuevo y apoyó su palma en mi cadera con vacilación. Era


grande y cálida, y más distractora de lo que pensé que podría ser un toque así.

Mauro fue casi… ¿tímido? Aunque tal vez tímido era la palabra
equivocada. Fue cuidadoso. ¿Quizás le preocupaba asustarme? Sabía que nunca
había estado en la cama con alguien. El calor me inundó.

Al final me rodeó con su brazo, su calor chamuscando mi espalda y


deteniendo mi temblor. Solté un suspiro suave, acurrucándome contra él aún más
cerca.

Su palma contra mi vientre se sintió perfecta.

—Eres tan fuerte y cálido.

¿En serio acabo de decir eso?

Mauro dejó escapar un sonido estrangulado que podría haber sido una risa.

Por supuesto, no podía callarme porque cuando estaba nerviosa, y por


24 alguna razón, Mauro de repente me ponía muy nerviosa, mi boca siempre corría
por su cuenta.

—Me alegra que seamos familia, así nadie puede inventar rumores locos
por el hecho de compartir una cama. No es como si algo pudiera pasar entre
nosotros. Quiero decir, prácticamente somos hermana y hermano. —Pero maldita
sea, mis sentimientos no eran fraternales en lo más mínimo.

—Pero no lo somos —dijo Mauro en un ruido sordo que me derritió.

—No, no lo somos —coincidí en voz baja.

El aroma de Mauro me envolvió, su calor estaba en todas partes. Y la


sensación de su cuerpo protegiendo el mío, fue mejor que cualquier cosa que
hubiera sentido alguna vez. A pesar de mi preocupación por lo que estaba
pasando en la casa, me quedé dormida, sabiendo que Mauro me mantendría a
salvo.
S
tella se durmió, su cuerpo relajándose contra el mío. Dormir estaba
fuera de discusión para mí. Mi cuerpo vibraba con adrenalina y,
peor aún, deseo.

Sentir el cuerpo de Stella tan cerca del mío, su trasero firme presionado
contra mi entrepierna, mi polla se estaba preparando para estallar.

Intenté poner al menos unos centímetros entre mi pene endurecido y el


trasero de Stella, pero la pared detrás de mí lo hizo imposible.

25 Lanzando un suspiro, intenté descansar un poco. Stella ignoraba la


reacción de mi cuerpo ante su cercanía. Soltó un suspiro pequeño y se acercó a
mí una vez más, chocando con mi polla. Sabiendo que era una batalla perdida,
envolví mi brazo con más fuerza alrededor de su cintura y me acomodé
cómodamente contra ella.

Debo haberme quedado dormido porque algún tiempo después desperté


sobresaltado. Stella también se agitó ante mi movimiento repentino. Se había
dado vuelta mientras los dos estábamos dormidos y ahora miraba hacia mí.
Parpadeó hacia mí, desorientada, su rostro tan cerca del mío que nuestros labios
casi se tocaban. Nunca había despertado junto a una mujer. Era demasiado íntimo
y demasiado arriesgado para alguien tan desconfiado como yo.

—¿Qué pasa? —murmuró Stella, bostezando antes de mostrarme una


sonrisa avergonzada. Se movió y clavó mi erección matutina contra su vientre
bajo, haciéndome gemir. Sus ojos se abrieron por completo y sus mejillas se
pusieron rojas.

Incluso a la tenue luz de la linterna de gas, su vergüenza era


inconfundible.

No tenía forma de retroceder con la pared contra mi espalda. Me empujé


en mi codo, apretando los dientes.
—¿Puedes sentarte? Tengo que revisar la puerta. Un ruido me despertó.

Era una puta mentira. No estaba seguro de qué me había despertado de mi


sueño: un sueño con Stella en un papel protagónico. Stella retrocedió y se sentó,
dirigiéndome una mirada burlona. Me escabullí de la litera y me puse de pie,
contento de deshacerme de su calor tentador. Su mirada se dirigió a mis
pantalones de chándal, luego volvió a subirla bruscamente y se puso aún más
roja, lo que parecía casi imposible. Reprimí una carcajada. Evitó mirarme
deliberadamente después de eso y me acerqué a la puerta, mirando hacia arriba.
Seguía cerrada con seguridad. No escuché ni un sonido por encima de nuestras
cabezas.

—No estás pensando en abrirla, ¿verdad?

Stella se levantó y se acercó a mí, con los brazos envueltos alrededor de su


pecho.

—No —dije. El silencio de arriba podría ser una trampa. Los atacantes
podrían estar esperando su oportunidad. Aunque era bueno disparando, sería casi
imposible ganar contra varios oponentes a la vez.

26 Stella volvió a bostezar.

—¿Por qué no intentas dormir otra vez? Todavía es temprano.

—¿No vas a unirte?

Sacudí mi cabeza.

—No estoy cansado. —En realidad, solo necesitaba algo de distancia entre
nosotros.

Regresó a la cama, asintiendo, y cerró los ojos.

La observé por unos segundos. Tendríamos que pasar al menos dos noches
más aquí abajo. Dos noches en las que necesitaba controlarme.
Cuando le pregunté a Mauro la noche siguiente si podíamos compartir una
litera de nuevo porque no podía dormir sola en mi cama fría, vaciló. ¿Tal vez
estaba avergonzado por lo que había sucedido esta mañana? Eso me sorprendió.
Mauro no me pareció alguien que se avergonzara fácilmente. Y una erección
matutina era bastante común hasta donde sabía.

Aun así, una parte tonta de mí esperaba que hubiera estado duro por mí y
no por soñar con otra mujer.

Asintió al final y levantó las mantas. Me deslicé debajo de ellas con una
sonrisa, y me acomodé de espalda contra su pecho. No estaba cansada.

No habíamos hecho mucho en todo el día, encerrados en la habitación de


pánico, excepto comer y hablar sobre las misiones pasadas de Mauro o algunos
recuerdos divertidos de la infancia. Mauro tampoco estaba dormido. A veces me
preguntaba cómo reaccionaría si le hablaba acerca de mis sentimientos. Si se reía
de mí, tal vez eso terminaría con mi enamoramiento, pero tenía demasiado
miedo.

La mano de Mauro en mi cadera se movió, y me di cuenta que su pulgar


trazaba mi piel ligeramente por encima de mi camisa. El toque enviando un
27 hormigueo directo a mi núcleo.

Apuesto a que ni siquiera se daba cuenta de lo que estaba haciendo,


probablemente perdido en sus pensamientos.

Lo quería aún más cerca. Me moví hasta que nuestros cuerpos estuvieron
completamente al ras, y luego algo duro se presionó en mi trasero.

Nunca había estado con un hombre, ni siquiera me habían permitido estar


a solas con alguien que no fuera de la familia o un guardaespaldas viejo, pero no
era ignorante o completamente de otro mundo.

¿En serio… lo excitaba?

El pensamiento fue excitante y delirante a la vez. Mauro no estaba


interesado en mí. Aunque la presión firme contra mi espalda baja contaba una
historia diferente.

Debí haberlo ignorado, pero simplemente no podía. Abrumada por la


curiosidad, me di la vuelta hasta que su bulto chocó contra mi vientre bajo.
Mauro apretó los dientes y solté un jadeo sorprendido ante la expresión severa en
su rostro.

—¿Mauro?
Mi voz tembló con… ¿nervios? ¿Triunfo? ¿Emoción? Demasiado estaba
sucediendo en mi cuerpo al mismo tiempo como para resolverlo. Su boca estaba
en una línea apretada, sus cejas fruncidas a medida que me miraba. Parecía
enojado, no excitado, pero de alguna manera eso lo hacía ver aún más ardiente.

Stella sonó aterrada, ¿y quién no lo estaría? Estaba atrapada aquí en esta


prisión sin ventanas conmigo y yo lucía el maldito rey de todas las erecciones.
Sentir el firme trasero de Stella frotando mi polla había disparado todas mis
fantasías. Primero esta mañana y ahora.

Ahora miraba mi rostro con curiosidad, como si estuviera intentando


entenderme. Mierda. Tragué con fuerza y me moví, intentando poner al menos un
28 poco de espacio entre nuestros cuerpos.

—Eso no debía suceder.

—¿Por qué sucedió?

Si no lo había descubierto por sí misma, no se lo diría. Mientras ella


permaneciera en su burbuja ignorante, mejor para nosotros.

—Intenta dormir. Te mantendré a salvo. —De todos modos,


probablemente no dormiría esta noche, no con el cuerpo de Stella tan cerca del
mío y mi polla ansiosa por reclamarla.

Frunció los labios.

—Mauro, ¿por qué…?

—Duerme —gruñí.

Stella se acomodó contra la almohada, pero mantuvo los ojos abiertos.


Necesitaba que dejara de pensar en mi jodida erección y por qué la había tenido.

—Si los atacantes bajan hasta aquí, van a violarme, torturarme y matarte.
La tensión atravesó mi cuerpo ante su repentino cambio de tema. La idea
de que alguien lastimara a Stella de esa manera convirtió mi estómago en piedra.
No permitiría que nadie la tocara. Envolví un brazo alrededor de ella.

—No. No pueden bajar aquí.

Pero habían logrado apagar todo nuestro sistema de seguridad. ¿Y si


también pirateaban el sistema de la habitación de pánico? Era un sistema cerrado,
pero ¿qué sabía yo? Maldición.

—¿Crees que son los rusos?

—Podría ser la Organización. —Estaba deseando que fueran ellos. Nunca


tocaban a las mujeres. Stella estaría a salvo incluso si bajaban hasta aquí.

Su jefe, Cavallaro, tenía una política estricta con respecto a dañar a las
mujeres inocentes. A mí, por supuesto me desmembrarían y matarían.

—Es triste que el de ayer ni siquiera haya sido mi peor cumpleaños.

Mi agarre sobre ella se apretó, sabiendo a qué se refería. Su padre había


muerto un día antes de su sexto cumpleaños.
29 —Recibirás tu regalo una vez que salgamos de aquí.

—¿Qué me conseguiste?

—Eso es un secreto.

Alzó la vista y algo en sus ojos se disparó directamente a mi polla.

Quizás era la luz tenue, pero el deseo y la necesidad se reflejaban en su


hermoso rostro.

—Si nunca salimos vivos de aquí, no recibiré tu regalo de cumpleaños.

—No vamos a morir —dije con firmeza.

—Pero podríamos.

Se acercó más, sus senos rozando mi pecho. ¿Qué estaba haciendo?

Levantó su rostro, sus labios acercándose a los míos. Tenía que detenerla,
pero no moví ni un solo músculo.

—Hay una cosa que he querido hacer durante mucho tiempo…


Respiró hondo y presionó un beso en mi boca. Sus ojos se abrieron de par
en par. Sus labios se sintieron suaves como el satén y olía absolutamente
deliciosa. Perdí el control. Mi brazo se apretó alrededor de ella y la atraje contra
mí, luego la besé de verdad. Mi lengua se hundió en su boca, descubriéndola,
probándola, perdiéndome en la sensación. Deslicé mi mano por debajo de su
camiseta y acaricié su espalda. Ella se estremeció, sus ojos cerrándose, su cuerpo
completamente inmóvil en mi abrazo. Su lengua se encontró con la mía y gimió
en mi boca, un sonido ansioso sacado directamente de mis sueños. Mi cerebro
hizo corto circuito. Rodé sobre ella, instalándome entre sus muslos, sintiendo el
calor de su centro a través de nuestra ropa. Mi polla se sacudió y la besé aún más
fuerte, acunando su cabeza.

Retrocedí cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo.

Me había dado un beso tímido e inocente, y lo había llevado a otro nivel.


Maldición, la había arrastrado desde la planta baja hasta el maldito nivel superior
del Empire State Building conmigo.

Stella era inocente. Se suponía que debía protegerla, no manosearla


cuando estaba a mi merced.
30 Tal vez era la fiebre del encierro. Me aparté de ella y me puse de pie,
intentando reorganizar mi pene en mis pantalones para que fuera menos obvio.
Como si eso todavía importara. Me había restregado contra ella como un puto
perro. Respiré hondo unas cuantas veces, dándole la espalda.

—Lo siento —solté.

—No te vayas —susurró.

—No hay ningún lugar al que pueda ir.

—Quiero decir, vuelve.

Le dirigí una mirada. Estaba apoyada sobre su antebrazo, su cabello por


todos lados y sus labios hinchados por nuestro beso. Mierda, se veía
absolutamente irresistible. Mejor que en mi fantasía.

—Stella…

—No quiero dejar de besarte.

Parpadeé, sin saber si esto también era parte de mi mente demasiado


agitada.
Me acerqué a la cama y me incliné sobre ella, mi brazo apoyado junto a su
cabeza.

—Conoces las reglas. Ya sabes lo que significa romperlas —dije,


entrecerrando los ojos.

—No me importa.

Yo tampoco. Pero debería. Maldita sea, debería.

Envolvió su mano alrededor de mi cuello, intentando atraerme hacia


abajo. Me resistí. Mis ojos recorrieron su cuerpo, deteniéndome en mis
calzoncillos, que se veían jodidamente perfectos en ella.

—Si supieras lo que te he hecho en mis fantasías…

Respiró profundo, luego se lamió los labios de la manera más tentadora


posible.

—¿Qué hiciste?

Los nervios y la emoción resonaron en su voz.


31 —Podría mostrarte —respondí. ¿Qué demonios estaba pensando? No
estaba pensando. Ese era el problema.

Asintió levemente. Aún no confiaba en mis ojos. Me incliné, reclamando


sus labios nuevamente, y como la última vez, ella me devolvió el beso. Deslicé
mi palma sobre su muslo, necesitando sentir una prueba de su deseo por mí.
Stella no usaba ropa interior debajo de mis calzoncillos y mis dedos rozaron sus
labios vaginales.

Estaba completamente empapada. Mis dedos se deslizaron suavemente


sobre sus pliegues y gemí, completamente perdido en la sensación. Había
imaginado este momento tan a menudo.

—¿Estás mojada por mí? —gruñí.

Stella parpadeó hacia mí, con los labios abiertos. Pequeños jadeos
escaparon de su boca cuando tracé su coño suavemente, extendiendo su
humedad.

—Dime, ¿esto es… —Deslicé mi dedo índice a lo largo de su hendidura,


recogiendo sus jugos y levantándolo para que ella lo viera—… porque me
quieres?
—Sí —admitió sin aliento—. Te he deseado por tanto tiempo. —Un rubor
oscuro tiñó sus mejillas, pero sostuvo mi mirada.

Gemí porque había derribado mi última defensa. Si hubiera dudado, habría


mantenido mi distancia, pero así, ¿con la posibilidad de morir en este infierno?
No tenía fuerza para resistirme.

Me arrodillé frente a la litera y la arrastré hacia el borde, mis dedos


acariciando sus suaves muslos. Enganché mis manos en sus calzoncillos y los
deslicé hacia abajo, percibiendo un olor a almizcle dulce. Mi polla se crispó de
necesidad. Maldición.

—Voy a darte una buena lamida antes de mostrarte cómo chuparme —dije
con voz áspera. Quería más que eso. Quería enterrarme en su calor, quería
marcarla como mía, pero no podía.

No esperé su respuesta. La separé de par en par y arrastré mi lengua de su


abertura hacia su clítoris. Stella se meció con un gemido ronco. Su mano voló a
la parte superior de mi cabeza, sus dedos rastrillando mi cabello. Sonreí contra su
coño, ignorando mi voz de advertencia. En este momento, no quería considerar
las consecuencias de nuestras acciones. El mundo exterior y sus reglas parecían a
32 años luz de distancia.

Dijo mi nombre una y otra vez mientras la lamía. Stella era mi placer
prohibido. Dulce como el pecado. Una delicia prohibida que no se me permitía
tener y sabía mucho mejor por eso. Sus gemidos guturales, sus dedos enredados
en mi cabello, su excitación escurriendo me volvieron loco de deseo.

Por primera vez desde que perdí mi virginidad a los catorce años, sentí
que podría correrme en mis pantalones.

—Oh, Mauro —dijo, sus caderas sacudiéndose, presionando su coño más


cerca de mi boca abierta. Hundí mi lengua en ella, deseando que mi polla pudiera
hacer lo mismo.

—¿Te gusta mi lengua en tu coño? —pregunté ásperamente.

—Sí.

Su voz estaba bañada de deseo, con la necesidad de correrse. Rodeé su


abertura y luego volví a hundirme. Deslizando mis manos bajo sus nalgas, la
levanté para tener un mejor acceso, enterrando mi cara en su regazo.

Cada gemido, cada contracción de su cuerpo a medida que devoraba su


coño hizo que mi pene se hinchara más. Pronto, Stella se retorcía debajo de mí,
sus gritos rebotando en las paredes mientras se arqueaba. Gemí contra ella
cuando se corrió, sintiéndome jodidamente triunfante por haberle dado su primer
orgasmo.

No quería que nadie más la viera así… nunca.

Intenté recuperar el aliento, mirando hacia la parte inferior de la litera


superior.

Nunca había sido tan intenso las veces en que intenté imaginar cómo se
sentiría la boca de Mauro sobre mí. Ladeé la cabeza. Mauro todavía estaba
atrapado entre mis muslos, su lengua arrastrándose perezosamente sobre mi carne
sensible. Era casi demasiado, y aun así era demasiado bueno para detenerlo.
33 Mauro levantó la vista, encontrándose con mi mirada. Con una sonrisa oscura, se
apartó y me lamió deliberadamente. Me sonrojé, dividida entre la vergüenza y la
excitación.

—¿Estás lista para devolver el favor? —preguntó en un gruñido.

Asentí, mordiéndome el labio. Mauro presionó un beso en mi carne


sensible, luego en mi cadera antes de ponerse de pie. El bulto en sus pantalones
de chándal era enorme.

De pie justo en frente de la litera, se quitó la camisa y se bajó los


pantalones de chándal. Su erección rebotó cuando se enganchó en la cinturilla.
Mis ojos se abrieron por completo ante su tamaño.

Me quedé mirando, tendida sobre mi espalda totalmente congelada.

Mauro se tensó.

—¿Stella? No tienes que hacer…

—Quiero hacerlo —dije ahogadamente y me senté lentamente. Ahora su


erección estaba a solo unos centímetros de mi cara. Acunó mi cabeza con una
mano a medida que se apoyaba contra la litera superior con la otra. Sus
abdominales se flexionaron y hambre pura se reflejó en sus ojos.
Bajo su mirada lujuriosa, curvé mis dedos alrededor de su base,
sorprendida de lo ancho que era.

—Llévame a tu boca —dijo con voz áspera.

Separé mis labios y acuné su punta. Tomándome mi tiempo para descubrir


cada centímetro de él con mis labios y lengua, disfruté de los pequeños
empujones impacientes de sus caderas, de sus jadeos bruscos. Pronto comenzó a
bombear en mi boca ligeramente.

—Mierda, quiero follar tu boca.

Parecía a punto de perder el control, oscuro e irresistible. Quería que se


perdiera conmigo.

—Entonces hazlo —susurré, queriendo mostrarle que ya no era la niña


que necesitaba proteger.

Sus ojos resplandecieron con necesidad. Aferré su trasero, sintiendo una


oleada de calor entre mis piernas. Aferró la tabla de la litera superior y comenzó
a empujar sus caderas, primero despacio, luego más rápido y más fuerte.

34 Me agarré a su trasero mientras tomaba mi boca. Sus ojos ardieron en los


míos, su expresión se retorció de placer, sus músculos se flexionaron con cada
golpe. Tuve problemas para asimilar incluso la mitad de él, pero no pareció
importarle, a juzgar por sus gruñidos y gemidos.

Pronto sus movimientos se volvieron más bruscos. Y retrocedió sin previo


aviso.

—¡De rodillas! —ladró.

Me puse de rodillas, nerviosa. No tuve la oportunidad de preguntarme qué


iba a pasar porque sentí que algo húmedo y pegajoso golpeó mis nalgas, seguido
del gemido de Mauro. Giré la cabeza. Los ojos de Mauro estaban cerrados
mientras bombeaba su erección lentamente, esparciendo su liberación por todo
mi trasero. Mi núcleo se apretó al verlo.

Nunca pensé que esto me excitaría, pero lo hizo.

Mauro abrió los ojos y frunció el ceño. Tomó su camisa y se limpió con
ella, luego mi trasero.

—¿Estás bien? —Su voz sonó áspera con una pizca de preocupación.

—Mejor que bien —admití con una risa avergonzada.


Mauro se inclinó sobre mí para limpiarme. Dejó caer la camisa al suelo.

—¿En serio?

Asentí, rodando sobre mi espalda de modo que Mauro se cerniera sobre


mí, gloriosamente desnudo.

—Pensé que dormirías conmigo cuando me pediste que me pusiera de


rodillas.

Los ojos de Mauro se oscurecieron. Acunó mi mejilla.

—Conoces las reglas —dijo con brusquedad, y luego agregó en voz más
baja—: Y cuando tome tu virginidad, no lo haré por detrás. Quiero verte la cara
cuando te reclame.

Cuando, no si lo hacía.

Quizás Mauro también se dio cuenta de su elección de palabras porque


frunció el ceño.

Se estiró a mi lado, acariciando mi cabello con una expresión


35 indescifrable.

— ¿Cómo me mantendré alejado de ti ahora que sé lo dulce que sabes?


Quiero comerte otra vez.

—No voy a detenerte —bromeé—. No hay mucho que podamos hacer


aquí.

Mauro rio entre dientes. Sus ojos observaron cada centímetro de mi rostro
hasta que tuve que apartar la mirada, de repente cohibida. Aún me parecía
surrealista lo que acabábamos de hacer. Con Mauro me había sentido segura, aún
lo hacía. Me besó. Me probé en sus labios.

Presionándome aún más cerca de su fuerte cuerpo, supe que quería estar
con él.

No solo en esta habitación de pánico.

Me quedé dormida en sus brazos no mucho después, sintiéndome


protegida y enamorada.

—Nunca te dejaré ir.

Mauro murmuró esas palabras contra mi piel, segundos antes de quedarme


dormida.
Mauro se sacudió detrás de mí y prácticamente saltó sobre mi cuerpo,
agarrando sus armas del suelo. Me tomó un momento entender por qué.

La cerradura de la trampilla había resonado. La cosa se abrió, con un


crujido.

Mauro me agarró del brazo y me empujó detrás de él, con sus armas
apuntando a la escalera.

Mi corazón latía salvajemente en mi pecho.

—¿Mauro? —llamó un hombre.

Mauro se relajó, bajando el arma.

—Stella y yo estamos aquí abajo.

36 —No dispares. Estoy bajando.

Me desplomé contra su espalda, finalmente reconociendo la voz de uno de


los hombres de mi padre. Al darme cuenta que no llevaba nada debajo de la
camiseta, me puse los calzoncillos desechados rápidamente. Afortunadamente,
Mauro se había puesto sus pantalones de chándal antes de quedarnos dormidos.

—Estamos a salvo —dije aliviada.

Mauro se volvió hacia mí con una sonrisa pequeña.

—Lo estamos.

Esta habitación de pánico se había convertido en nuestro respiro de la


realidad, nuestro propio refugio placentero y seguro. Nos había acercado, no solo
físicamente.

Quería un futuro con Mauro, y lo conseguiría.


Cora Reilly es la autora de la serie Born in Blood Mafia, Camorra
Chronicles y muchos otros libros, la mayoría de ellos con chicos malos
peligrosamente sexy. Antes de encontrar su pasión en los libros románticos, fue
una autora publicada tradicionalmente de literatura para adultos jóvenes.

Cora vive en Alemania con un lindo pero loco Collie barbudo, así como
con el hombre lindo pero loco a su lado. Cuando no pasa sus días soñando
despierta con libros sensuales, planea su próxima aventura de viaje o cocina
platos muy picantes de todo el mundo.

A pesar de su licenciatura en derecho, Cora prefiere hablar de libros a


leyes cualquier día.

37 Born in Blood Mafia Chronicles: Otros:

1. Luca Vitiello 1. Sweet Temptation


2. Bound by Honor 2. The Dirty Bargain
3. Bound by Duty 3. Fragile Longing
4. Bound by Hatred
5. Bound by Temptation
6. Bound by Vengeance
7. Bound by Love
8. Bound by the Past

The Camorra Chronicles:

1. Twisted Loyalties
2. Twisted Emotions
3. Twisted Pride
4. Twisted Bonds
5. Twisted Hearts
6. Twisted Cravings
38

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