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EL HOMBRE COMO PRODUCTO DE LA INTERRELACION

GENÉTICO-AMBIENTAL.

El hombre se encuentra en un paulatino cambio a través del tiempo; tanto a nivel


de sujeto, durante el desarrollo biológico del mismo (ontogenia) como a nivel de
especie, ceñido a transformaciones (tales como: mutaciones y variabilidad
genética fruto de la reproducción sexual) que definen las condiciones de su
progresiva evolución (filogenia).

Desde el inicio de su vida como individuo, el hombre está provisto de un conjunto


de características innatas delimitadas en su ADN que predisponen su
adaptabilidad al medio que lo rodea e incluso determinan en gran medida su
eficiencia biológica. Así pues, por ejemplo, al nacer se está provisto de conexiones
sinápticas innecesarias (idénticas) que se eliminan mediante la poda neuronal
durante las primeros meses de vida; en dicho proceso la interacción con el
ambiente (específicamente el aprendizaje temprano a partir del mismo) juega un
papel fundamental en: la disminución de la redundancia neuronal y en la
especificidad cerebral; provocando a la par la perdida de la generalidad o
universalidad , limitando al individuo a no abarcar todos los provechos de su
entorno , sino a regir su actuar por un único sendero definido incluso antes de su
propia existencia.

Así mismo , el aprendizaje que surge de la interacción con el medio y con los
miembros de la propia especie , es fundamental para el desarrollo onto y
filogenético del hombre; puesto que, sin dicho contacto (de fines didácticos) se
delegaría el potencial por mera potencia; como ocurre en algunos animales, en
los que no es necesaria una infancia prolongada (neotenia) que permita
perfeccionar las habilidades para la vida adulta ( basándose en el continuo
contacto con el medio y con sus análogos) ya que dichas aptitudes proceden de
las instrucciones genéticas y forman parte esencial del instinto y por tanto no
están sujetas a ningún tipo de aprendizaje mediante el trato con sus congéneres o
con su ambiente en sí.
Cabe resaltar que tanto la parte genética como la ambiental del hombre, se hallan
inmersas en una estrecha relación de dependencia, en donde no es posible la una
si el accionar de la otra; puesto que para que las bases genéticas se
desenvuelvan adecuadamente es necesario su práctica en un medio propicio para
ello y de la misma manera, para que haya aprendizaje a partir de la interacción
con el entorno es imprescindible que el sujeto este provisto de cimientos en su
ADN que le permitan aprovechar al máximo lo que el mundo le provee y en
síntesis para lo que la evolución lo ha hecho.

De allí que sea un grave error, sustentar una característica o conducta humana,
por ejemplo, el aprendizaje, únicamente con bases biológicas o con su
adquisición exclusiva a partir del vínculo con el medio que lo rodea. Pues el
hacerlo implica por un lado obviar las bases genéticas de la conducta y por otro
plantear la ejecución de las mismas como hechos aislados del medio mismo en el
que tienen lugar. Incluso es la influencia directa o indirecta del medio en la
conducta humana, la que ha llevado a su especie al amplio rango de adaptabilidad
que hoy en día posee y que en su momento fue el hecho que marco para siempre
su distinción sobre los demás individuos del reino animal.

En conclusión, se podría afirmar que el hombre como individuo y la especie


humana en general son el producto de la puesta en práctica de características
constitutivas del mismo, contenidas en el ADN y en el historia filogenética a lo
largo de su evolución, en un contexto ambiental especifico que hizo posible el
desarrollo de las mismas y sin el cual no solo el hombre si no también los seres
vivos en general no hubiesen podido adaptarse, evolucionar y en ultimas existir.

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