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Cuando en 1498, Cristóbal Colón llegó a tierras

venezolanas, quedó tan impresionado con su belleza


que creyó que había llegado al Paraíso Terrenal. Sus
ojos ardidos de tanta luz y tanto verdor trataban en
vano de captar toda la hermosura. Y de su asombro y
admiración, brotó el primer nombre de Venezuela:
Tierra de Gracia.

Llameaba el día cuando Alonso de Ojeda y sus


hombres entraron en las aguas del Lago de
Maracaibo. Venían de asombro en asombro,
recorriendo las costas de ese mundo desconocido y
nuevo y no terminaban de acostumbrarse a tantas
cosas maravillosas y extrañas, cuando sus ojos
quedaron atrapados por la visión de una aldea de
palafitos que se miraban en el agua como garzas de
madera. Mujeres, hombres y niños observaban con
asombro y temor cómo se acercaban esos barcos
enormes, con sus velas infladas de viento y unos
seres extraños y barbudos en cuyas armaduras
rebotaban los rayos del sol

El 6 de agosto de 1595, desembarcó en Macuto, con la


idea de saquear Caracas, el corsario Amyas Preston.
Traía seis buques y quinientos hombres de combate.
Demasiados, sin duda, para esa Caracas pueblerina
que contaba entonces con 150 vecinos españoles y
algunos indios.

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