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El hijo de Loth
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François-Paul Alibert
El hijo de Loth
François-Paul Alibert
El hijo de Loth
El hijo de Loth
François-Paul Alibert
Ediciones UNAULA
Marca registrada del Fondo Editorial UNAULA
Serie: Tierra Baldía
ISBN: 978-958-8869-44-5
© Emmanuel Pierrat
© Fondo Editorial Unaula, de la presente edición
© De la traducción: Miguel Betancourt Cardona
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Prefacio
I
Benjamin (2001) nos dice que la idea de la vida y de la
supervivencia de las obras debe ser entendida por fue-
ra de toda metáfora. Esto significa que, así como las
manifestaciones de la vida se encuentran íntimamente
relacionadas con todo ser vivo, aunque no representen
nada para él, también la traducción brota naturalmente
del original. Sobre todo de la supervivencia del original.
La relación entre original y traducción debe ser pues
comprendida como una relación vital; la traducción es
algo más que simple comunicación y surge cuando una
obra sobrevive y alcanza la época de su fama. En con-
secuencia, las traducciones no prestan un servicio a la
obra sino que deben a ella su existencia; pero no pue-
de olvidarse que “la vida del original alcanza en ellas
su expansión póstuma más vasta y siempre renovada”
(Benjamin, 2001: 79).
En La tarea del traductor, aunque Benjamin parte de
la decadencia actual (burguesa) del lenguaje —que ya
había planteado en Sobre el lenguaje en general y el len-
guaje de los humanos (Benjamin, 2011a), y que expresa
la corrupción de los seres humanos después de la caída
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II
Como bien se colige del muy sugerente (pre)texto es-
crito por Hincapié (2016) en torno a la traducción de El
hijo de Loth, la novela de Alibert socava los valores cul-
turalmente instaurados y, muy específicamente, interro-
ga la naturaleza misma del parentesco. En este sentido, y
más allá de los análisis formalistas, en ella se constata la
necesaria imbricación entre literatura y crítica cultural.
Hincapié se toma en serio esta posibilidad abierta por la
literatura: sabe que a partir de ella es posible cuestionar
los marcos culturales que prescriben la normalidad so-
bre los seres humanos mientras, a la vez y por lo mismo,
despojan a muchos de su experiencia. Glosando a Hin-
capié, el proyecto antropológico moderno, y su sueño
de formar lo humano, se obstinan en sacrificar tanto al
animal como a la criatura. Gracias a la destrucción de lo
sagrado por lo jurídico, el hombre es transformado en
persona. Aquí encontramos el fundamento de la ontolo-
gía liberal, si se quiere, de la máquina antropo-genética
que incansablemente produce al hombre a partir del
hombre y que, bajo el disfraz de palabras como libertad,
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bibliografía
Benjamin, Walter. 2001. La tarea del traductor. En Walter Benja-
min. Ensayos escogidos, pp. 77-88. México: Ediciones Coyoacán.
Benjamin, Walter. 2011a. Sobre el lenguaje en general y sobre
el lenguaje de los humanos. En Walter Benjamin. Iluminaciones IV.
Para una crítica de la violencia y otros ensayos, pp. 63-81 Uruguay:
Aguilar.
Benjamin, Walter. 2011b. El narrador. En Walter Benjamin. Ilu-
minaciones IV. Para una crítica de la violencia y otros ensayos, pp.
125-152. Uruguay: Aguilar.
Butler, Judith. 2006. Vida precaria. El poder del duelo y la violen-
cia. Buenos Aires: Paidós.
Hincapié, Alexander, 2016. Un insurrecto amor por el padre. Un
(pre)texto en torno a El hijo de Loth de François-Paul Alibert, pp. 83-
116. Medellín: Fondo Editorial UNAULA
Mòses, Stephane. 1997. El ángel de la historia. Rosenzweig, Benja-
min, Scholem. Madrid: Cátedra.
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bién ofrecerse ante mis ojos! ¿No será que esa adivina-
ción recíproca era una prueba más de que nos encon-
trábamos en nuestros pensamientos más íntimos? ¿Para
qué en adelante el más mínimo pudor entre nosotros?
Todo lo que hubiéramos intentado para inventarnos
uno más no habría sido sino una impudicia. Es por eso
que, decididamente, no apagué la luz; quería bañarme
en él con todos mis sentidos. Desnudo, yo también, en
menos tiempo del que se necesita para decirlo, me lancé
en los brazos que se abrían hacia mí. Es aquí, mi amado
Roland, que comienza lo inefable. Estábamos solos, él y
yo, yo y él. Por primera vez, de otro modo que por una
mirada fortuita o por un gesto clandestino, abrazaba
esas formas hercúleas, que me parecían remontarse al
origen del mundo. Yo parecía, entre esos brazos capaces
de ahogar leones, esa pequeña Andrómeda, dormitando
como un niño recién nacido, en el regazo del gigantesco
héroe que acaba de arrancarlo al monstruo; mi encanto
centuplicaba por mi desproporción con mi padre. Me
perdía en él, me hundía en él; nos revolcábamos el uno
en el otro como el mar en el mar, y solo renacía para
recorrerlo con mis manos, con mi boca, con todo mi
cuerpo que se fundía en su cuerpo, que habría querido,
al precio de las peores torturas, pasarle a través, incor-
porarse en él, para formar con nuestras dos materias el
ser único que queríamos ser, y que en realidad éramos,
ya que éramos él y yo una sola y misma substancia.
“A veces, por poco esfuerzo que hiciera, se acostaba
sobre mí, todo largo que era, y yo me sofocaba de feli-
cidad ante ese aplastamiento. Su gran cuerpo me repe-
tía entonces el mismo movimiento, y, casi enseguida, el
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experiencia tan rara. Es por eso que sin duda tenía que
pagar la recompensa porque, después de aproximada-
mente dos años de una vida inimitable en la cual, ni de
día ni de noche, se habían separado ni una sola hora,
Roland apenas tuvo tiempo de llevar a André, incons-
ciente, delirando de vez en cuando, cogido nuevamente
por su viejo mal, a la pequeña casa de campo que Mi-
chel ocupaba con Édouard. Es ahí donde aquel admira-
ble niño, demasiado marcado por el destino, para que
pudiera vivir más tiempo, exhaló casi enseguida, y sin
haber recobrado conciencia, el último suspiro; es ahí, en
el cementerio vecino que lo sepultaron.
Édouard permaneció un largo rato atónito, alelado
de dolor; Michel y Roland, olvidándose de sí mismos,
se gastaban, sin lograrlo, en distraerlo de su obsesión. Él
los miraba con una cara salvaje y desorientada, sin em-
bargo exento de odio, pero que parecía tomarlos como
testigos de la parte que habían tomado en la muerte de
su niño.
Los días pasaron; el tiempo, lentamente, paciente-
mente, tejió su obra. Ya el otoño alcanzaba la mitad de
su temporada. Una tarde, cuando el ocaso del ciclo es-
parcía por todas partes una atmósfera de felicidad, Mi-
chel y Roland iban y venían bajo la alameda de fresnos
que conducía a la casa. Aquellos árboles que empeza-
ban a dejar llover en el piso, golpeadas por las primeras
heladas, sus hojas en donde se entrecruzaban todas las
venas de la púrpura, del ámbar y del oro, los invitaban a
esa dulce melancolía que canta que si todo muere, es al
menos para revivir, salvo, se decía por dentro cada uno
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A manera de prólogo
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Introducción
En un pequeño ensayo de juventud, Walter Benja-
min (2010a) señala que la pedagogía debe desprenderse
de los pedagogos reformistas, y proclamar una nueva
educación que tenga más relación con Nietzsche que
con Winckelmann. Esto es, una educación que enseñe
a valorar de otra manera, poniéndonos en riesgo y, ante
todo, venerando la honestidad del pensamiento. En con-
junto, esta nueva educación no recurre a los griegos para
enseñar la armonía y la simetría de las formas, sino que
ha de advertir en ellos su aristocracia, su desprecio por
las mujeres, su fascinación por los hombres, la esclavi-
tud y los oscuros mitos que tienen por padre a Esquilo.
Se trata, pues, de abrir los ojos hacia todo aquello que
nuestro repulsivo y reaccionario pudor nos impide ver.
El hijo de Loth propone mucho más. No solo muestra
la imagen monstruosa del amor erótico entre un padre
y un hijo, sino que nos persuade de la belleza y la ne-
cesidad de ese amor, justo por su naturaleza singular e
irrepetible, como lo desbroza la misma obra.
El (pre)texto que a continuación se desarrolla, tiene
por propósito entablar un ligamen con la traducción, al
castellano, de la novela corta de François-Paul Alibert,
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Nos estamos refiriendo al relato bíblico sobre Sodoma y Gomorra,
dos míticas ciudades destruidas por la intervención divina. Él
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( )לאanuncia la destrucción a Abraham. Este intercede por la
existencia de los posibles justos de estas ciudades y entabla un
diálogo con Él ()לא, esforzándose por revertir la decisión tomada.
Frente a la decisión divina, Abraham se sitúa contrario a la
destrucción. Llama la atención que este mismo Abraham jamás
va a cuestionar a Él ( )לאcuando este le pide, como muestra de
fidelidad, el sacrificio de su amado hijo Isaac. Cortés (2006), en
su Diccionario de árabe culto moderno, sostiene que Abraham es
el epíteto con el que se designa ‘el amigo de Dios’ o algo así como
el amigo más cercano a él. Es decir, esto puede resultar revelador
de la naturaleza de una relación en la que, si se verifican bien sus
pasajes, Abraham lucha por persuadir a Él ( )לאy, por su parte,
éste incluso puede llegar a exigir la máxima prueba de fidelidad:
el sacrificio de un hijo varón. Vale la pena anotar, en este punto,
que Abraham intercede por su sobrino Loth y su familia, esposa
y dos hijas. El relato bíblico narra que, una vez las ciudades son
destruidas, las hijas de Loth temieron la desaparición de la especie
y deciden embriagar, forzar un comercio carnal y salvar la especie,
cada una haciéndose a un hijo de su padre.
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Para una reflexión detallada en torno a esta pregunta, se sugiere
el trabajo de Figari (2009): Más allá de las sexualidades posibles.
Dilemas de las prácticas incestuosas.
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Permítasenos un apunte sobre la anterior afirmación. Elias (1998)
expone lo siguiente. Durante los siglos XVIII y XIX, ocurre un
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repliegue de la vida sexual hacia la esfera íntima. Una cierta reserva
comienza a imponerse y, con ella, la autocoacción. Por razones
que se deducirán, esto impone límites restrictivos en las relaciones
entre los padres y sus hijos y en la manera de interpretarlas. De
momento, resulta cómodo tratar de imaginar que los niños
son inocentes como los ángeles, lo cual no es empíricamente
demostrable, pero sí consolador frente a las dificultades que libran
los padres debido a los pobres recuerdos que tienen de su propia
infancia. Sin embargo, el mismo Elias sostiene que los niños
tienen fuertes necesidades afectivas y que éstas se manifiestan
mediante un tono corporal que, no pocas veces, resulta un signo
de alarma para los padres que no alcanzan, o no quieren, percibir
el elemento erótico que se desliza en la petición que los hijos hacen
de satisfacer sus necesidades. Es decir, el marco interpretativo que
imagina relaciones sociales liberadas de afectos eróticos es, por
principio, un marco pobre y restrictivo de interpretación.
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Colodenco (2006), en dos capítulos que abordan el relato de
Abraham, Loth y las ciudades destruidas (cinco, en total, y no
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dos como comúnmente se piensa), afirma que es en la tradición
cristiana, después de San Agustín (con La ciudad de Dios), donde
la interpretación de este relato está sobredeterminada como
un castigo por lo que, en el presente, se nombra sodomía u
homosexualidad. Colodenco (2006) va mostrando el carácter de
las interpretaciones judías y, en general, estas versan sobre la falta
de hospitalidad, el odio a los extranjeros, la soberbia y, en menor
medida, sobre la conducta sexual que no es la homosexualidad en
exclusiva lo que se censura, sino principalmente la promiscuidad.
Gillman, recuperando las interpretaciones judías de Heschel,
sostiene que Dios se encuentra por fuera de cualquier concepto
porque, adviértase, qué clase de Dios es aquel que se deja
interpretar por el entendimiento limitado del hombre. Esto trae
como consecuencia que para el judío el pecado es pretender saber,
sin recurso a la duda, qué es lo que Dios quiere. La literalidad
es uno de los pecados teológicos más graves (Gillman, 2008). En
este sentido, se puede imaginar que el judaísmo no puede estar
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seguro de qué es lo que Dios quiere con la destrucción de Sodoma,
Gomorra y las otras ciudades. No puede saber, sin ninguna duda,
qué es lo que Él ( )לאquiere borrar. El judaísmo tan solo puede
interpretar y está obligado moralmente a cuestionar su propia
interpretación. Por lo mismo, no puede ofrecer una interpretación
unívoca, segura y definitiva. Igualmente, los trabajos de Boswell
(1996 y 1998), muestran una relación más compleja de lo que
se presume entre el cristianismo, las escrituras, las prácticas
religiosas y la homosexualidad. Ahora bien, si recurrimos a
un ejercicio filológico, Cortés (2006) por ejemplo, apunta que
Sodoma, la antigua ciudad palestina destruida, significa tristeza,
angustia y arrepentimiento. En este sentido, sodomita es un tropo
adecuado para expresar la condición antropológica del hombre
triste, angustiado y arrepentido. En otras palabras, la sodomía
vendría a ser una manifestación de la condición humana en tanto
que no es posible pensar al hombre ajeno a la tristeza, la angustia
y el arrepentimiento. Si queremos ir más allá, el recurso que nos
proporciona la filología, nos permite redimir la sodomía después
del oprobio descarado al que ha sido sometida durante largo
tiempo, bajo la imposición de una sola interpretación, interesada,
en los términos sexuales que imagina presentes en la destrucción.
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Aguiar (1998): ¡Ámame por ser bello! Aquí se sugiere que, durante
siglos, el cuerpo masculino no fue imaginado como un cuerpo
bello. Foucault bien lo señalaba: los griegos y nosotros no estamos
separados meramente por una distancia temporal. Entre ellos y
nosotros se interpone el sedimento de múltiples mutaciones his-
tóricas. No obstante, distintos movimientos estéticos y literarios,
asociados a la Modernidad, han iluminado su belleza. Igualmente,
no es pobre el papel productivo de los homosexuales en la recupe-
ración del cuerpo masculino como un cuerpo hermoso. Es decir,
no es la heterosexualidad la que produce dicha recuperación, al
menos no solo ella. Más bien, es a través de la fascinación homo-
sexual por el cuerpo masculino, lo que obliga a la esfera pública
a reparar en su belleza. Vinculando lo anterior a las propuestas
del giro afectivo, podemos colegir que el cuerpo masculino no se
recupera como un cuerpo bello por efecto de racionales tratados
sobre la belleza. Es a partir de distintas, y contradictorias, prác-
ticas culturales, sociales, sexuales y de consumo, que el cuerpo
puede ser imaginado con los atributos que la historia le señala.
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ejemplo, sin cuestionar la violencia que supone esa figura sostenida
por el derecho y la burocracia. Butler, en el lado extremo de esos
feminismos cómplices, propone a Antígona como una figura
clave para pensar una política diferente dentro del feminismo.
Concretamente, dirá que Antígona nos proporciona “[…]
una contra-figura frente a la tendencia defendida por algunas
feministas actuales que buscan el apoyo y la autoridad del estado
para poner en práctica objetivos políticos feministas” (Butler,
2001: 15). Estas últimas son esas figuras enquistadas, saturadas de
prácticas burócratas, como pueden ser las por decreto nombras
‘secretarías de las mujeres’. Dichas ‘secretarías’ son justamente
la expresión de esos feminismos agotados teóricamente, que
sustraen su fuerza de dividir y polarizar los distintos sujetos
históricos y que, además, rentabilizan problemas sociales que no
resuelven y que tampoco conviene resolver, porque se anularía la
base que hace posible perpetuar la seguridad de quienes viven de
usufructuar y pactar con el Estado.
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Afectos y literatura
Los afectos, las pasiones y el enamoramiento, afirma
Del Sarto (2012), dan cuenta de los materiales de la sub-
jetividad. Es a través de ellos que, en un momento dado,
podemos aprehender algo de lo que sentimos y de nues-
tros sentimientos. Lo cual no quiere decir que los afectos
sean, por definición, la piedra filosofal del autoconoci-
miento o que, en sentido estricto, nos pertenezcan. Más
exacto, los afectos exceden al hombre particular. Más
importante, la cuestión de los afectos, y el auge que tie-
nen tanto en la academia de Estados Unidos como la
de Latinoamérica, con sus variaciones, estriba en los
recursos que permiten comprender, en otro registro, la
volatilidad de la política moderna y contemporánea y
en las posibilidades de pensar la capacidad de afectar
los cuerpos y las relaciones entre ellos (Spinoza). Así,
más que el servicio epistémico que puedan prestar, los
afectos nos interesan por su condición intempestiva y
no siempre predecible, como el cuerpo. Deleuze (1996),
a propósito de Lawrence de Arabia, lo destaca mejor:
“Lawrence hace suya la sentencia de Spinoza: ¡nadie
sabe de lo que es capaz un cuerpo! En plena sesión de
tortura, una erección”.
Sin embargo, para entender algo de los afectos ne-
cesitamos remitirnos a las formas de inscripción social
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una interpretación desinteresada de la naturaleza humana o de
las mejores costumbres que nos representan, es en todo caso una
prolongación del poder (Montag, 2007). A su vez, si se supone que
el contrato neutraliza esa prolongación, es necesario recordar que
para el mismo Rousseau (2012) una característica del contrato
es la amnistía entendida como olvido de la expropiación que lo
precede. El contrato, por lo tanto, reelabora la relación de fuerzas
desiguales que lo reclaman.
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Problematización
Didier Eribon (2004), en Filiaciones13, extrae una
consecuencia de la lectura de la novela de François-Paul
Alibert, El Hijo de Loth. Según Eribon, Alibert se ríe de
la vulgata psicoanalítica que, con ceñudo gesto, interpre-
ta la homosexualidad masculina a partir de un pseudo
concepto científico, Edipo invertido14. No es nuestro pro-
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Prefacio a la edición francesa de Le Fils de Loth.
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Alibert se burla de un enemigo que jamás nombra: el psicoanálisis.
Éste es enfrentado a través de un relato que usa productivamente
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un pasado imaginario, el de Loth y sus hijas. Aquí el uso
productivo tiene que ver con hacer explotar, en pedazos, el sentido
y la significación para elaborar, a través de ruinas, posibilidades
interpretativas inesperadas, tal cual se señaló en la glosa con la
que se inicia este (pre)texto. No está de más señalar que el recurso
al pasado es productivo, no solo porque el pasado siempre llama a
las puertas del presente, sino por su capacidad de inflamar distintas
constelaciones políticas, simbólicas, económicas y culturales
que ponen en juego las posibilidades de nuestra existencia
(López, 2004).
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Para un tratamiento más amplio de lo que el psicoanálisis hace a
los homosexuales, se sugiere ampliamente los trabajos de Eribon
(2001, 2004b, 2005 y 2008). Igualmente, Historia de la sexualidad.
1- la voluntad de saber de Foucault (2002), puede leerse como
una máquina demoledora que se toma en serio acabar con el
psicoanálisis y su pretensión de descubrir la sexualidad, cuando
en realidad se trata de la producción de la misma a través de los
grilletes de la llamada cura por la palabra.
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Desafío
En una perspectiva inaugurada por Foucault (2002),
y continuada por Rubin, Eribon, Butler y Halperin, se
sostiene que la sexualidad no se descubre sino que se
produce conforme a los límites discursivos y las posi-
bilidades de su insurrección. Más allá de esto, también
podemos decir con el mismo Foucault (1999): la sexua-
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bibliografía
Aguiar, José Carlos G. 1998 ¡Ámame por ser bello! Masculini-
dad = cuerpo + eros + consumo. Revista de estudios de género. La
ventana. 8: 269-284.
Benjamin, Walter. 1996. Dos ensayos sobre Goethe. Barcelona:
Gedisa.
Benjamin, Walter. 1999. Ensayos escogidos. México: Ediciones
Coyoacán.
Benjamin, Walter. 2010a. Enseñanza y valoración. En: Obras. Li-
bro II/Vol. 1, pp. 35-42. Madrid: Abada.
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Contenido
Prefacio
Juan David Piñeres Sus 11
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A manera de prólogo
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se terminó de imprimir en mayo de 2016.
Para su elaboración se utilizó papel Propalibros beige 70 g
en páginas interiores y Propalcote 250 g en carátula.
Fuente tipográfica: Minion Pro 11 puntos
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