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[ESCRIBIR EL NOMBRE DE LA COMPAÑ ÍA]

FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACION


ESCUELA DE BIBLIOTECOLOGIA Y ARCHIVOLOGIA
HISTORIA DE LA CULTURA II

El manuscrito: la biblioteca
moná stica y catedrá tica

Rafael Viamonte Karen


Padilla

Wendy Betancourt

Reynaldo Valecillos

Luis Quiame

Jesús Molina

Caracas, 08 de noviembre
Introducción

El monasterio es una casa o convento donde habita una comunidad de


monjes. Se origino en el Oriente, principalmente en los desiertos de Egipto. Al
comienzo los núcleos ermitaños habitaban en pequeñas cabañas y
posteriormente comenzaron a tener habitaciones comunes, como las salas de
rezos.
El monasterio tuvo gran importación en el sector educativo, ya que impulso
las escuelas no solo para los monjes que en él convivían, sino también para los laicos
que estaban fuera de él; dando origen a las llamadas escuelas internas, dedicadas a los
monjes y las escuelas externas, dedicadas a los laicos de la ciudad.

Los monasterios se regían por reglas u órdenes que dieron grandes aportes a la
educación, entre ellas se pueden mencionar:

La orden agustiniana: Tenía como misión promover la justicia y la paz,


caminando con los más necesitados y excluidos y luchar por los derechos humanos.

La orden benedictina: fomento la cultura del pueblo, el cultivo de las


bellas artes, transmitir y copiar los clásicos de la antigüedad. Dividió el tiempo
de los monjes en liturgia, oración, trabajo y comunidad.
La orden cluniquense: profundizo la orden benedictina, pero dejo a un lado el
trabajo manual para consagrarse a la liturgia y la oración.

Económicamente los monasterios eran autosuficientes, ya que producían su


propio sustento, pues contaban con granjas, molinos y bodegas, para la producción y
almacenamiento de materia agrícola.

Con la llegada del monasterio se dio origen a una nueva sociedad llamada la
burguesía o ciudadanos, quienes optaban por un sistema de gobierno libre y elegido
por ellos mismo.
Para finalizar, tenemos uno de los aspectos más importantes del monasterio,
como lo fue la transmisión de cultura, pues los monjes no se dedicaban solo a la
oración, sino también al resguardo y copiado de libros. Para ello contaban con todo
un equipo de copistas, iluminadores y ligadores, que celosamente dedicaban hasta un
año a la reproducción de un manuscrito. Es esta transmisión cultural más la demanda
de educación formal a la que se enfrentaban las escuelas episcopales, lo que dieron
origen a las universidades y es allí donde radica toda la importancia del monasterio,
pues los estudiante ya no se conformaban solo con cantos y lecturas simples, ellos
querían mas información y por ende mayor conocimiento, lo que poco a poco va
abriendo camino a nuevas formas de vida y mejor calidad en la misma.
El monasterio

Es una casa o convento, ordinariamente fuera del poblado, donde habita una
comunidad de monjes. También se denomina de esta manera a cualquier casa de
religiosas o religiosos. Se dice que el monasterio se origino en el Oriente,
principalmente en los desiertos de Egipto, durante el siglo IV, con los núcleos de
ermitas que habitaban en pequeñas cabañas aisladas o en grutas naturales. Un siglo
después, estos monasterios comenzaron a tener habitaciones de uso común, como lo
eran las salas de rezos.

En Grecia, los monasterios estuvieron muy influenciados por la era bizantina


que se estaba viviendo en la región, se extendió por la región oriental hasta el siglo
XVIII, compuesto por un patio, en cuyo centro se hallaba una iglesia, en el patio
también había la fuente y el pozo, este patio era rodeado por las habitaciones de los
religiosos, el refectorio y algunas otras dependencias. En el occidente también se hizo
sentir la presencia del monasterio y se estableció la regla de San Benito, la cual
consistía en orar y trabajar equilibradamente de conformidad con el horario.

Sin embargo, estos monasterios eran estructuralmente distintos a los griegos;


en torno al patio (llamado claustro), se agrupan el refectorio, los dormitorios y la sala
capitular, situada al lado de la iglesia. Esta, de tipo basílica, posee coro situado en el
ábside, o bien en la nave central, dentro de un recinto cerrado; en el cruce de la nave
central y el transepto se origina la torre campanario, que generalmente posee
linternas. La mayoría de los monasterios europeos se rigen por esta estructura. Entre
ellos, el más importante es Cluny, fundada en el 919 y llegó a poseer en la Edad
Media la mayor biblioteca de toda Francia. Estos dejaron de lado el estudio y el
trabajo, dedicándose principalmente a la oración.

Los amplios campos de explotación agrícola y el considerable número de


monjes dependientes del monasterio hacían necesaria la edificación de almacenes,
bodegas, establos, despensas, locales administrativos, etc.
Otro conjunto arquitectónico estaría asociado a la vida cultural desarrollada en
el monasterio, cuyo eje se centra en la biblioteca y el scriptorium (el término
monástico equivalente a bibliotecas de investigación), además de en la escuela de
novicios.

En resumen, podemos decir que el monasterio estaba conformado de la


siguiente manera:

La Iglesia: Lugar de oración. En torno a ella se iban alzando las


dependencias necesarias.
El Claustro: Estaba construido generalmente junto a la iglesia. Es de
planta cuadrada y el centro suele haber un pozo y un pequeño jardín con cuatro
caminos.
La Biblioteca: Era donde los monjes copiaban manuscritos y libros
antiguos.
Sala Capitular: Era el lugar de reunión de la comunidad, donde se leían
los capítulos de la regla de la orden y donde el abad organizaba las distintas tareas.
El Calefactorio: Lugar caldeado donde iban los monjes de vez en
cuando para descansar y entrar en calor.
El Refectorio: Era el comedor, y colindante con él había la cocina.
Las Celdas de los Monjes: Es el gran dormitorio común estaban en el
piso superior.

Aparte de estas salas también habían: huertos, la enfermería, el locutorio, la


bodega, y a veces, establos, molinos, talleres, entre otros. Y el Cementerio se
encontraba siempre en el terreno monacal.

El monasterio: la economía y la sociedad medieval

Los monjes o grandes pensadores medievales no instauraron una verdadera


ciencia económica, sin embargo, erigieron un criterio básico, sustentado en el
cristianismo. En este sentido se elaboro una doctrina acerca de la propiedad, en la
cual se condenaba la usura y el dueño era visto como titular de un derecho para la
administración y cuidado de la posesión, no obstante, esta doctrina atentaba a los
deberes sociales del servicio y la ayuda a los demás seres humanos; en resumen,
reconocía a la propiedad como una fusión social.

La estructura social de Europa en la Edad Media, fue típicamente feudal


haciendo frente al dominio general de la tierra por parte de los señores.
Posteriormente, con la llegada del feudalismo, las personas fueron seres libres no
sujetos al señorío, y a veces ni siquiera a un monarca determinado, como ocurrió con
los habitantes de algunas ciudades de Italia, que se ocupaban de tareas mercantiles,
artesanales, construcción de barcos, y las llamadas profesiones liberales o en
actividades diversas.

En no pocos países alcanzaron gran desarrollo los ciudadanos o burgueses,


quienes eran una clase social enfocada en los gobiernos libres, electos por ellos
mismos, construyendo ámbitos de una democracia viva y dinámica, hasta el punto de
la adopción de la práctica de que los reyes juraran respetar tales privilegios, al llegar
al trono. Esto dio origen a los gobiernos municipales y las alcaldías.

El monasterio y la educación

La educación monástica estaba basada en las enseñanzas de Cristo, como


maestro y ejemplo de vida.

Basados en ello, se podían encontrar conceptos de particular interés como la


preocupación por los niños, la igualdad de los seres humanos, y el destino común a
esto, era la enseñanza como rango misericordioso y la aptitud de los individuos a
regenerarse y acceder a una existencia mejor. Es por ello que muchas veces se habla
de una educación “cristocentrica”, tomando a Cristo como paradigma y arquetipo del
ideal sustentado.

El monasterio instaura sus escuelas internas y externas. En las escuelas


externas se enseñaban materias elementales como el canto, la escritura y la lectura y
estaba dirigida a la población infantil; eran una suerte de escuela primaria de la
actualidad por su parte. Más tarde, las escuelas de este tipo, dieron origen a las
escuelas de catequistas. Por otra parte, se presentaron las escuelas internas, orientadas
a la educación de los monjes, estas nacieron bajo el auspicio de los obispos y se
llamaron escuelas episcopales. En ellas la educación era más profunda e incluía
estudios de filosofía y ciencias.

Órdenes más relevantes en cuanto a Educación

A la largo de la época monástica surgieron grandes personajes que destacaron


por crear o fundar reglas para la vida en el monasterio. Unos contradiciendo lo que
otros decían, pero todos enfocados en la comunidad del monasterio.

Entre las órdenes más destacadas se puede hacer referencia a:

Orden de San Agustín

Su fundador fue San Agustín de Hiponia, nació en Tagaste en la antigua


Numidia en el año 354. Perteneció a la secta de los maniqueos, fue profesor de
retórica y elocuencia. En la ciudad de Milán escuchó los sermones de san Ambrosio y
tras ello repartió sus bienes y se ordenó presbiterio en el año 390. Era la tercera orden
Mendicante de la Edad Media y se sustentaba de las limosnas de los fieles. Este
nombre se aplica actualmente a estas comunidades, pero con carácter simbólico ya
que no se observa la estricta pobreza de aquella época.

Trabajan en muchos campos: Educación, parroquias, medios de


comunicación, acción social, promoción humana, en misiones y a todo lo que la
Iglesia les pida.

La historia de la educación hace frecuente mención de Agustinos que se


distinguieron en particular como profesores de filosofía y teología en las grandes
universidades de Salamanca, Coimbra, Alcalá, Padua, Pisa, Nápoles, Oxford, París,
Viena, Praga, Würzburg, Erfurt, Heidelberg, Wittenberg, etc

Otros enseñaron con éxito en las escuelas de la orden. La orden también


controla una serie de escuelas secundarias, colegios, puestos administrativos, etc.

La misión de los agustinos  es: ser promotores de justicia y paz, caminando


con los más necesitados y excluidos, en fidelidad creativa al carisma y a las mismas
fuentes del pensamiento agustiniano

Su  misión profética la realizaron con los laicos y en constante intercambio


con otros movimientos e instituciones, que luchan por la defensa de los derechos
humanos.

Orden de los Benedictinos

La Edad Media es la época del esplendor de la vida monástica en Occidente,


debida a la expansión de los monjes benedictinos. El fundador de la Orden
benedictina fue San Benito de Nursia (480-547).  Durante los tiempos agitados de la
Edad Media los monjes benedictinos contribuyeron a fomentar la cultura del pueblo:
roturar terrenos, perfeccionar sistemas agrícolas, enseñar oficios, cultivar las bellas
artes, transmitir los escritos clásicos de la antigüedad, copiando manuscritos en el
scriptorium de sus conventos, enseñando la música y el canto en la “schola” y
transmitiendo la sabiduría a los estudiantes. Ellos mantuvieron vivo el ideal de
persona cultivada en medio de una sociedad violenta e inculta. Considerado como
figura cumbre por esta cooperación en la civilización europea, la Iglesia nombró a
San Benito Patrono de Europa. Su fiesta se celebra el 11 de julio.

Los monasterios benedictinos debían ser autónomos frente a sus necesidades,


produciendo los artículos que consumían mediante la agricultura, ganadería y
viticultura. Construidos en el campo, los monasterios se convirtieron en centros de
evangelización, granjas altamente productivas y únicos centros culturales de la época.

Cuando llegaron los tiempos de crisis, durante el siglo X, los monasterios


fueron el refugio de salvación de la vida feudal. La enseñanza fue una de las tareas
más importantes desempeñada por los monjes benedictinos: en los monasterios se
estudiaba y conservaba la historia y la literatura antiguas, se redactaban crónicas y se
copiaban textos. Las bibliotecas de los monasterios recogieron los pocos manuscritos
que quedaban de la cultura griega y romana, los cuales fueron copia dos detallada y
minuciosamente por los monjes en los scriptoria (plural de scriptorium).

Orden de los Dominicos

Su fundador fue Domingo de Guzmán. Muy frecuentemente, San Francisco de


Asís y Santo Domingo van aparejados en la historia de las órdenes religiosas.
Murieron casi dentro del mismo año, aunque Domingo era de más edad, pues había
nacido el 1170, doce años antes que Francisco. Si hemos de creer a los que más tarde
escribieron sobre ello.

Domingo era de familia importante de Castilla la Vieja. Nació en Caleruega


(Burgos) y estudió en la escuela catedralicia de Palencia. Tuvo, pues, una preparación
eclesiástica de la que careció San Francisco.

Muy pronto fue nombrado canónigo de Osma. Participó activamente en al


predicación a los albigenses en Francia en una época en que el conflicto entre la
ortodoxia católica y la herejía albigense tenía al sur de Francia en un estado de
conflicto gravísimo.

No intervino en la cruzada impulsada por Inocencio III y materializada por


Simón de Montfort contra estos herejes, pues parece que prefirió los métodos
pacíficos.
Pero sí vivió este conflicto en primera persona, con toda su crueldad, y
probablemente interpretó que era necesaria una nueva fuerza de predicación cercana
al pueblo que evitase estas desviaciones en las creencias católicas. Posiblemente
consideró que los monjes cluniacenses y cistercienses e incluso el clero secular no
tendrán éxito en mantener a las gentes en la pureza del dogma.

Por otro lado, Santo Domingo de Guzmán deduciría que una de las razones
importantes que alimentaba la herejía y la rebelión contra la Iglesia era la frecuente
inmoralidad y el lujo de riquezas con que vivían parte de las autoridades eclesiásticas,
lo que le convencería de que la predicación, para ser efectiva, debía ira acompañada
de su ejemplo de austeridad y pobreza, como fue el caso de los primeros apóstoles.
En 1215 Domingo solicitó del Papa la autorización para fundar una nueva orden,
hecho que consiguió un año después y que fue concedido por Honorio III.
Cuando Domingo muere en el año en 1221, existían ya más de sesenta conventos.

Orden de los Franciscanos

La Orden de los Franciscanos fue fundada por San Francisco de Asís


(Giovanni Francesco Bernardone) a comienzos del siglo XIII.

La vida azarosa y llena de acontecimientos brillantes de San Francisco de Asís


ha provocado que sea uno de los santos del Catolicismo más estudiado y su biografía
ha sido publicada en innumerables ocasiones.

Aunque las enseñanzas de San Francisco son complejas, podemos resumir que
se basaban en la idea de la pobreza como virtud. Si en la Edad Media fueron
frecuentes los movimientos que trataban de ensalzar la pobreza como medida de
precaución ante el pecado o incluso como penitencia, Francisco entendía la pobreza
como una virtud que necesariamente debía generar alegría. Su ideal de extrema
austeridad se apoyaba en que Dios proveería de lo necesario a sus hijos.
Además, la pobreza debía ir unida al amor por los prójimos y al respeto de la
naturaleza.

San Francisco fundó tres órdenes: La Primera, que es la de los Frailes


Menores, la Segunda (Clarisas), que es la rama femenina fundada por él y Santa Clara
de Asís. Por último tenemos la Tercera (Hermanos de la Penitencia)
La Primera Orden, con el tiempo se dividió en observantes, conventuales y
capuchinos.

Parece que el convencimiento de ideales y buen ejemplo de Francisco y sus


primeros frailes fue tan intenso que atrajo a muchas personas a seguir sus pasos por lo
que los franciscanos se convirtieron en la orden religiosa con mayor número de
miembros durante la Baja Edad Media y siglos posteriores.

Las bibliotecas de las nuevas Órdenes monásticas. Nacimiento de las


Universidades

Como se indicó antes, fueron los benedictinos quienes en grado eminente


dieron impulso a la actividad literaria y en el siglo XIII fue la más antigua de sus
bibliotecas monásticas, la de Monte Cassino, una de las más ricas y más prestigiosas.
Pero también otras Órdenes monásticas aportaron su contribución a la actividad
literaria, como el brote de los benedictinos, los cluniacenses, entre cuyos centros se
encontraban Canterbury y la abadía de St. Albans, en Inglaterra. A fines de la Edad
Media intervienen igualmente las nuevas Órdenes monásticas, los carmelitas y las
Órdenes mendicantes: franciscanos y dominicos. También en Inglaterra, donde los
monjes mendicantes se establecieron en 1224, en Oxford y en Londres, formaron
importantes bibliotecas; así como en Annaberg, en Sajonia, en Venecia, en Basilea y
muchos otros lugares. Es interesante descubrir que un fenómeno tan moderno como
un catálogo colectivo estaba ya en uso en la Edad Media en el círculo de los
franciscanos.
A fines del siglo XIV fueron enviados, a no menos de 186 monasterios,
cuestionarios relativos a sus fondos bibliográficos y con las respuestas se elaboró un
Registrum Librorum Angliae (catálogo de los libros de Inglaterra), que actualmente
se encuentra en la Bodleian Library, en Oxford, y que puede ser considerado como el
intento más antiguo que se conoce de redactar un catálogo general para un conjunto
de bibliotecas con indicación de en cuál de ellas se encontraba un determinado libro.

Franciscanos y dominicos ejercieron también una importante influencia en la


fundación de las primeras Universidades. Estas se constituyeron en el siglo XIII en
estrecha conexión con la Iglesia. Las más famosas de las primeras Universidades
estuvieron en París, cuyo primer colegio fue fundado por un eclesiástico, Robert de
Sorbon (nombre que aún conserva), y además en Padua y en Bolonia, famoso centro
del estudio del Derecho romano. En todas estas Universidades existían bibliotecas,
aunque de muy diversas dimensiones y existencias: la mayor parece haber estado
adscrita a los colegios de París; el propio Robert de Sorbon hizo donativo de la suya a
uno de ellos.

El establecimiento de las Universidades hizo posible el negocio de librería


como no había existido en el resto de la Edad Media. Los libreros eran llamados
stationarii (de donde procede la palabra inglesa, aún en uso, stationery) y, al igual que
sus escribas, se encontraban bajo el empleo o, en todo caso, la vigilancia, de la
Universidad y se comprometían a poseer existencias de ediciones correctas de los
libros usados en la enseñanza y, mediante pago de un determinado precio, prestarlos a
los estudiantes para ser copiados por éstos; sólo podían vender libros en comisión,
por lo que percibían un beneficio con porcentaje fijo. Aunque, por lo tanto, se tratase
de una actividad en extremo limitada y regulada, debía de ser lucrativa, a juzgar por
la gran cantidad de stationarii que rápidamente se congregaron en torno de los nuevos
colegios, en especial el de París; se conocen las normas para los libreros de Bolonia,
que datan de 1275; las de París son de 1323. También ciertos encuadernadores
gozaban el privilegio de las Universidades. Los stationarii de una Universidad
vendían también manuscritos a otras Universidades y a los estudiosos de otros países;
en Salerno y Montpellier se editaba en especial las ciencias médicas, en París
literatura escolástica, y de la famosa facultad de Derecho de Bolonia se difundían
obras jurídicas.

Lo mismo que los libros de las bibliotecas monásticas, los de las bibliotecas
de los colegios solían ser utilizados in situ y estaban fijos por medio de cadenas; en
caso de préstamo, se debía de entregar otro libro en prenda. Sus existencias eran
incrementadas en gran parte por donativos de personas reales o aristócratas, altos
dignatarios eclesiásticos o profesores; especialmente la Haute-École de París fue
dotada espléndidamente. Poco a poco, a medida que fueron fundándose
Universidades a lo largo del siglo XIV, en Oxford y Cambridge, en Praga, etc., fueron
creciendo paralelamente las bibliotecas en ellas.

El monasterio y el manuscrito

El manuscrito

Es un texto escrito a mano sobre un soporte flexible como el papiro y el


pergamino, en la antigua historia o el papel, en la era moderna. Particularmente, es
aquel que tiene algún valor o antigüedad, o es de la mano de algún personaje celebre
(como los manuscritos de Leonardo D´ Vinci).

El manuscrito más antiguo data del año 2914-2867 a. C. Durante la época


medieval, los monjes no solo se ocupaban a la oración y el estudio de las ciencias,
sino también de copiar los manuscritos para preservar el saber que poseían.

Soportes del manuscrito

Tablillas

En Grecia se usaron tablillas llamadas seatoc. La literatura y los monumentos


de la mejor época muestran que su empleo era familiar en las escuelas, tribunales, etc.
Se las fabricaba de maderas diversas, y cada tablilla tenía la forma de un rectángulo
en el cual se ahondaba otro más pequeño, de modo que el reborde protegiese la cera.
En la parte hueca se extendía una capa de esta substancia.

En Egipto se han encontrado buen número de estas tablillas escritas en griego


pertenecientes a la época tolemaica.

Entre los romanos eran muy conocidas; servianse de ellas para el aprendizaje
por los niños de la escritura para las primeras anotaciones en los contratos, para
cuentas, borradores, cartas y sobre todo, testamentos. Su disposición material era la
misma que en Grecia. Las había de una sola hoja y con un asa para colgarlas; pero
generalmente constaban de dos tablillas reunidas (Codex dúplex o “díptico“), de tres
(“tríptico“) de cinco (quintuplex) o de mas (Codex múltiple o “políptico”). Cada
tablilla se llamaba “cera” las más pequeñas recibían el nombre de codicillus o
pugilares se las usaba principalmente para la correspondencia. La ventaja de poderse
borrar lo escrito en ellas explica su empleo frecuente.

Las que contenían documentos de importancia se cerraban mediante un cordel


resistente, el cual se pasaba alrededor tres veces encima de este cordel colocaban sus
sellos los otorgantes y los testigos o simplemente el expedidor, cuando se puso
Nerón, en el año 61, que las tablillas carecerían de valor legal si el cordón aluido no
pasaba tres veces de una parte a otra, antes de recibir los sellos, por otros tantos
orificios practicados en la madera.

El papiro

Es una planta del orden de las ciperáceas, con tallo delgado, de sección
triangular y varios metros de altura; al henderlo se halla en su interior una serie de
filamentos que rodeados de una substancia pegajosa, se pueden extraer intactos en
toda su longitud. Estos hilos dispuestos en dos series la primera llamada scheda
sobrepuestas en Angulo recto entre si y convenientemente prensadas y puestas a secar
al sol, formaban el papel del papiro. La planta en cuestión crecía en lugares cálidos y
pantanosos, como las lagunas egipcias, las orillas de anapo, en Siracusa, etc.
Las hojas se cortaban en tiras del mismo formato, las cuales se pegaban unas a
otras, de izquierda a derecha y por el lado más ancho para obtener el rollo o
“volumen”. La página, que recibía generalmente dos columnas, tenia, por lo común,
la altura del tallo de la planta; el largo del rollo era más arbitrario; hay rollos que
contienen en su totalidad setenta y hasta cien columnas de escritura. Estas columnas
eran de diversa anchura, según los tiempos y lugares, frecuentemente con una ligera
inclinación a la izquierda. El rollo o volumen se guardaba en un estuche de
pergamino teñido a veces de rojo con el jugo del arandano .Un trozo de pergamino se
unía al rollo y llevaba escrito, en ocasiones con tinta roja, el título de la obra en el
mismo contenida.El lector sujetaba el volumen con su mano derecha, y lo iba
desenvolviendo con la izquierda; esta misma le servía para enrollar la parte del libro
ya leído.

La transcendencia que desde el punto de vista literario revisten los papiros es


muy considerable. Tengase presente que de muchos autores y de ciertas obras,
algunas importantísimas solo teníamos conocimientos incompletos e indirectos, y que
de varios escritores ignorábamos incluso la existencia.El papiro fue utilizado por
todos los pueblos ribereños del Mediterráneo, es decir, por Egipto, que fue como
hemos visto, su principal centro productor. Grecia, Italia, etc.

Pergamino

Se fabricaba, por lo común, con pieles de carnero, cabra o ternera


convenientemente preparadas. La “vitela” es una variedad de pergamino, más fina y
ligera que este; procedía de un animal joven o muerto al nacer: se la uso
preferiblemente en los “libros de horas” y en los “breves” emanados de la cancillería
pontificia.

Con anterioridad al siglo XIII la fabricación del pergamino fue tarea casi
exclusiva de los monasterios, donde los monjes realizaban en sus granjas todas las
operaciones necesarias para obtenerlo.
Papel

Fabricado preferentemente con trapos o substancias vegetales fibrosas, fue


introducido el papel en Europa. Por los árabes, quienes aprendieron de los chinos, a
mediados del siglo VIII la técnica de su elaboración.

Llevado a España por los musulmanes, no parece haber sido usado entre los
cristianos antes de los siglos XIII y XIV sino excepcionalmente.

El primitivo papel fabricado por los musulmanes era una pasta homogénea
resultante de la trituración o molturación de trapos de lino y cuerdas de cáñamo.
Materiales que se reducían a delgadas laminas por medio de la presión y se desecaban
luego. Para rellenar los huecos, uniformar las irregularidades de su contextura y
satinar bien su superficie se recubría la pasta con una ligera capa glutinosa. Más tarde
se perfecciono la fabricación del modo siguiente: triturados los trapos en agua de
jabona, cuidadosamente dosificada, se obtenía una pasta más o menos espesa, la cual
se introducía en una cuba llena de agua, a una temperatura determinada.

Instrumentos Gráficos

En las tablillas enceradas se escribía con el estilo, instrumento de hueso


bronce, hierro, plata marfil, más o menos ornamentado, puntiagudo por un extremo y
plano por el opuesto, a fin de poder borrar fácilmente lo escrito.

Para la escritura con tinta se empleó desde muy antiguo el calamo,


instrumentos de caña tallado en punta. Según pilinio el mayor, los mejores calamos
eran los de cnido., y los que se producían en Asia a orillas del lago Anaitico.

Tintas

La usada por los antiguos para escribir en el papiro era la tinta negra, estaba
compuesta de negro humo mezclado con goma, en proporción según Dioscórides de
75 partes de la primera substancia y 25 de la segunda.
La tinta roja usada desde muy antiguo, se aplicó principalmente a la escritura
de iniciales y título, ora combinada con la negra con la de otros colores.

El Códice

El formato del rollo de papiro fue útil a los egipcios durante tres largos
milenios y durante uno a la cultura clásica. Permitía recoger textos de cierta extensión
en la garantía de integridad de la obra, tenia buena apariencia, resultaba grato al tacto,
se podía escribir fácilmente en él con tinta, borrar con agua lo escrito y embellecerlo
con ilustraciones en color. Además, no pesaba mucho, se sostenía en la mano y se
transportaba con facilidad. Es decir, poseía cualidades que le hacían superior a las
tabletas de arcilla usadas por los mesopotámicos y por los pueblos influidos por ellos.

Tal era la aureola de instrumento de cultura superior que tenía el rollo de


papiro, que incluso Orígenes y San Jerónimo lo prefirieron para dar a conocer sus
obras, a pesar de que los cristianos de su tiempo se habían decidido por el códice de
pergamino en Occidente y de papiro en Oriente.

Un gran inconveniente tenia para los que hoy trabajamos con libros, el tiempo
empleado en localizar un pasaje completo. Pero esta dificultad no era un problema tan
grande para los antiguos, pues las citas, muy frecuentes entre ellos, les hacían de
memoria, y naturalmente no solían ser exactas. Otros inconvenientes eran su
fragilidad, al desgarrarse fácilmente, la necesidad de utilizar las dos manos durante la
lectura, el riesgo de que se embrollara y la precisión de ser enrollado de nuevo al
terminar la lectura o para iniciarla. Además, su capacidad era limitada si se quería que
fuera manejable. Por ello la adopción, al final del Imperio romano de un nuevo
formato de libro, el códice de pergamino.

El códice termino imponiéndose, incluso para los textos literarios, quedando


el rollo de papiro al final del Imperio, para documentos diplomáticos y honoríficos
por ser grande el peso de la tradición en los documentos rituales y formales.
En la literatura cristiana primitiva tuvieron importancia las cartas o epístolas,
en las que se aclaraban puntos de la fe y se daban consejos correligiosos y
comunidades. También los discursos o sermones, cuyo contenido doctrinal mereció
tal consideración que se circulaban por escrito, normalmente después de haber sido
corregido por el propio autor el texto tomado por el taquígrafo.

Fuera del mundo cristiano algunos sectores culturales se decidieron poco a


poco por el códice para consignar sus escritos. Quizás siguieron a los cristianos, en
primer lugar, los profesionales del derecho, pues el códice resultaba muy conveniente
para las recopilaciones de disposiciones imperiales, que eran rápidamente
localizables. Precisamente la recopilación legal ordenada por el emperador Justiniano
fue llamado Código, el códice por antonomasia.

Confección del Códice

El códice da lugar a la aparición de una nueva técnica libraría, la de la


encuadernación, reunión de varios cuadernos mediantes su cosido y de ahí el nombre
de arte ligatoria, que también se le da aunque en medio cultos para formar un
volumen, una sola pieza, dotada de tapas protectoras, generalmente de una materia
fuerte, el propio cuero, o, cuando el número de páginas era elevado y el grosor
suficiente, madera, que se forraba de cuero. No quedan restos importantes de
encuadernaciones de la Antigüedad, salvo un manuscrito del siglo IV que se conserva
en El Cairo.

Bizancio: Un milenio resistiendo

Esta fecha y este hecho pueden considerarse el inicio de la Edad Media, pues
el cambio del paganismo al cristianismo patrocinado por Constantino, justifica una
división histórica. La nueva religión, el cristianismo va a tener una intervención más
activa que el paganismo en la sociedad y va a tratar de dar a la vida de los hombres un
sentido religioso profundo.
Dividido en Imperio a la muerte de Teodosio (395 d.C.) en dos grandes
estados, el occidental, dirigido desde Roma, y el oriental, con capital en
Constantinopla, el primero desapareció a lo largo del siglo V como consecuencia de
las invasiones y asentamientos de pueblos barbaros en su territorio. El segundo fue
más afortunado y perduro durante un largo milenio, toda la Edad Media, hasta que la
capital y último resto de lo que fuera un gran imperio cayó en poder de los turcos
otomanos en 1453.

Presentación del libro bizantino

El tipo de libro corriente en la civilización bizantina fue el códice de piel, que


se impuso precisamente coincidiendo con la fundación de Constantinopla y, por
consiguiente, con el nacimiento del Imperio Bizantino. Lentamente fue
desapareciendo el papiro y lentamente entró el papel, difundido entre los vecinos
musulmanes, pero cuya utilización se demoró lo mismo que en los reinos cristianos
occidentales. También poco a poco se fue retirando la forma de rollo, que se continúo
usando cada vez en menor escala. De todas maneras, el material escritorio,
especialmente el pergamino, que fue el más usado, resultó escaso. Es una de las
razones del elevadísimo precio que alcanzaban los libros y de la escasa existencia de
comerciantes de libros nuevos.

El copiado

El códice permitió a los escribas a utilizar una mesa o pupitre con el tablero
inclinado, para escribir en vez de poner la piel o el papiro, como se venía haciendo
desde los primeros tiempos, sobre las rodillas. Así pudieron copiar cuidadosamente,
sin prisa, los originales.

La letra utilizada en los códices durante los primeros tiempos continuó siendo
la uncial, pero en el siglo VIII se impuso un nuevo tipo, denominado minúscula,
quedando la uncial reservada para documentos solemnes, libros de la biblioteca
imperial, textos litúrgicos y libros destinados a la lectura en público y en voz alta. La
minúscula, por ser las letras de menor tamaño e ir unidas, así como por utilizar
frecuentes abreviaturas, es una escritura compacta, que ocupa menos espacio y que se
escribía con más facilidad y rapidez porque no había que dibujar cada una de las
letras por separado, como en la uncial.

Al ser la sociedad bizantina eminentemente religiosa, el libro gozó de gran


consideración por el carácter sagrado y permanente de su contenido, en el que se
mostraba la voluntad de Dios para con los hombres y el fruto acumulado por la
experiencia de las generaciones anteriores.

Encuadernación e ilustración

El poder y la riqueza de la corte facilitaron la producción de los libros lujosos


para uso de los emperadores y sus familiares o servicio de la Iglesia, caligrafiados
cuidadosa y bellamente. A veces sobre pergamino teñido de purpura, con letras de
plata u oro, encuadernados con tapas de madera de roble forradas con piel o tela y
decoradas con esmaltes, gemas y piezas de metales preciosos.

La encuadernación en cuero fue conocida, desde la antigüedad, pero hasta la


Edad Media no alcanzó su apogeo en Europa. Las tapas se hacían, generalmente, de
madera (haya, roble, arce), y recubiertas con cuero –por lo general, piel de ternera
pardo oscuro- que, con frecuencia, se decoraba de diversas formas. Existen también
indicios de que se empleó la piel de ciervo y de otros animales salvajes.

De un período más antiguo de la Edad Media se conocen diversas


encuadernaciones cuya decoración adopta la forma de repujado, es decir, que sobre el
cuero húmedo se dibujaba un modelo, que después era grabado con un cuchillo y
retocado con un instrumento romo o un punzón. La técnica del repujado era conocida
ya en los monasterios coptos, pero alcanzó su cumbre especialmente durante el siglo
XV y parece haber radicado predominantemente en Alemania meridional y Austria.
La decoración es, como con frecuencia en el gótico tardío, la típica ornamentación
vegetal y de figuras grotescas, pero también imágenes de ángeles y santos, y más
tarde se encuentran representaciones de cazadores a caballo o de escenas amorosas.

Mucho más corrientes, sin embargo, son las encuadernaciones estampadas en


seco, que no requerían tanta pericia como el grabado. Con troqueles calientes, en los
que estaban cincelados los modelos, se imprimían sobre el cuero, de forma que la
decoración quedaba en relieve; al no emplear el dorado, la técnica se llama
estampado en frío; lo mismo que el repujado, se practicaba ya en los monasterios
coptos. La decoración consiste en una serie de recuadros compuestos de entrelazados
de pequeños cuadrángulos, triángulos y figuras circulares o en forma de corazón. En
general, los marcos exteriores se diferencias de los del centro, en el que los troqueles,
o bien se encuentran cruzados en pequeñas figuras geométricas o bien han podido
extenderse con mayor libertad. Durante la época carolingia el número de los hierros
era aún bastante limitado, pero en el período románico aumentan considerablemente y
las tapas se cubren con ornamentación de tema vegetal y animal, imágenes de santos,
caballeros y otras figuras humanas. En la época del gótico se vuelve a una
ornamentación más sencilla.

En los ángulos de las tapas se solía emplear, como ya se dijo, guarniciones de


latón con chatones y el libro se mantenía cerrado por medio de broches de metal. En
la baja Edad Media se emplearon además cadenas de hierro, fijas a las tapas en su
parte superior o inferior, con las que los libros podían quedar sujetos al pupitre o al
estante, para impedir su caída o el que fuesen separados de su sitio. A la decoración
del lomo no se le prestó gran atención; como se ha dicho, los libros se encontraban en
la época medieval casi siempre sobre un pupitre y si estaban depositados en un
estante, el lomo se colocaba en la parte junto a la pared; la costumbre actual de
colocarlos con el lomo al descubierto se originó en el siglo XVII. El título del libro
aparecía por lo tanto escrito con tinta, bien sobre el canto inferior, de forma que
quedaba visible cuando el libro yacía plano, o sobre el lateral, para ser visto cuando
estaba colocado de pie en el estante.
No debe suponerse, claro es, que todas las encuadernaciones realizadas en los
conventos tuvieran una decoración tan artística como las indicadas aquí; muchas
estaban decoradas modestamente y no todos los monjes que trabajaban como
ligatores superaron la categoría de aficionados. Pero también son de admirar con
frecuencia el sentido artístico y a la segura pericia manifestada en la combinación de
los hierros.

La ilustración se podía hacer, en hojas aparte, fuera de los scriptoria donde se


caligrafiaban, y en un solo libro podían intervenir varios artistas, cuyos nombres
constan a veces. Se ilustraban fundamentalmente libros religiosos, que eran los más
abundantes.

El estilo predominante en el arte del libro de la baja Edad Media fue, como en
la escritura, el gótico. Su característica, entre otras, es el frecuente empleo de motivos
tomados de la arquitectura gótica, con su arco de ojiva. Las figuras no quedan
confundidas con los fondos, como era el caso en la ilustración románica, sino que se
destacan plásticamente de ellos, y las figuras humanas son, en el período más antiguo,
como podemos contemplar en las vidrieras de las iglesias góticas, altas y delgadas, de
hombros estrechos y largas manos y pies; más tarde se vuelven cada vez más
realistas. Lo mismo se aplica a las piedras preciosas, follaje, insectos y aves que sobre
un fondo de oro mate decoran los márgenes y que no ofrecen relación con las
iniciales, sino que forman amplias orlas independientes.

Los bizantinos, transmisores de la cultura clásica

Si el papel histórico de los bizantinos no fue muy importante como creadores


literarios, en cambio lo fue como trasmisores de la cultura antigua y de sus propias
creaciones culturales. Gracias a la influencia de Bizancio sobre las tierras asiáticas de
su imperio y del califato musulmán, numerosas obras científicas y filosóficas se
tradujeron del griego al siriaco, al armenio y al árabe, permitiendo el gran desarrollo
científico que tuvo lugar en las tierras islámicas del siglo VIII al XII.
El papel histórico ciertamente importante reservado al Imperio Bizantino ha
sido el de transmisor de los textos clásicos griegos al mundo moderno. Por un lado,
sus eruditos copiaron pasajes de escritores clásicos en sus obras: por otro, recogieron,
corrigieron, anotaron, y conservaron cuidadosamente las obras clásicas. Sus
manuscritos pasaron, en los últimos tiempos del Imperio, e incluso después de su
caída, a Italia, y dieron un gran impulso al Renacimiento.

La biblioteca monástica

Cuando los fundamentos del Imperio Romano se tambalearon e Italia quedó


asolada por el saqueo de los pueblos bárbaros, comenzó una época crítica para las
bibliotecas romanas. Durante el siglo V y comienzos del VI, que es cuando tiene
lugar la agonía del Imperio, una parte esencial de este tesoro bibliográfico fue
destruida. El influjo del cristianismo venía ejerciéndose desde hacia tiempo; la
literatura cristiana había comenzado a estar presente junto a la griega y a la latina, y
en las iglesias se constituían “bibliothecae sacrae” o “christianae” con textos bíblicos,
y más tarde también los escritos de los Padres de la Iglesia y los libros litúrgicos
utilizados en los servicios religiosos. Pero debido a las persecuciones de los
cristianos, iniciadas por el emperador Diocleciano en 303, muchas de estas
bibliotecas fueron destruidas total o parcialmente.

La importancia de la biblioteca monástica, reside en la necesidad de preservar


la cultura occidental de la Edad Media. El monasterio, funcionaba como filtro, pues
los mojes a parte de copiar los manuscritos, también separaban lo sacro de lo profano,
llevando este ultimo a la desaparición, pues muy difícilmente eran transcritos a los
modernos códices.

A pesar del arduo trabajo que se hacía con la copia de los manuscritos, es
importante mencionar que estas, no son copias fieles, contienen error o cambios
voluntarios debido a la eliminación de contenido profano. A más copias tenía un
manuscrito, mayor era la cantidad de errores que presentaba. Los más comunes eran:
Repetición (ditografía y duplografía) de letras, sílabas o palabras
enteras, por error involuntario.
Supresión (haplografía o homoioteleuton) de letras, palabras o párrafos
enteros, ya sea por despiste en la copia o por no considerarse pertinentes o adecuados.
Alteración, se cambia el orden de sílabas o palabras.
Sustitución, el copista cambia una palabra o frase por falta de
comprensión o por considerar que así resulta más clara.

Cada monasterio tenía sus propias reglas en cuanto a la lectura, copia y


préstamo de libros. Sin embargo, algunos monasterios destacaban por sus reglas.

La reforma cisterciense (1098) impone una nueva austeridad, por la cual los
libros no deben adoptar un excesivo lujo ni caer en el uso del oro o de las tintas de
colores.

A partir del siglo XI, la influencia de Cluny sobre los monasterios españoles
es apoyada por los monarcas (los navarros en primer lugar) para fomentar la unidad
religiosa, lo que marca el fin del rito mozárabe en el norte de la península.

Un caso particular es el de los monasterios cartujos, que debido a su


recogimiento, silencio y vida contemplativa, dedicaban mucho esfuerzo a la copia de
libros como medio de predicación. Admirados por la nobleza, alcanzaron su época de
mayor esplendor religioso y artístico en el siglo XIV.

La colección

Las colecciones podían ser variadas, no obstante, el mayor número de libros


era religiosos o administrativos.

La lectura principal la constituían los libros religiosos y con frecuencia se


hacía con voz alta, pues, aparte de haber monjes incapaces de leer, como hemos
dicho, el hombre bizantino armaba el espectáculo, las ceremonias brillantes, los
objetos lujosos, los canticos, las recitaciones y la lectura pública.
Entre los libros religiosos destacaban las versiones de la biblia, llamadas
“Libros Sagrados”, los cuales eran grandes y lujosos tomos. También se encontraban
textos conciliares y litúrgicos (correspondiente a la liturgia hispana o mozárabe y, a
partir del S. XI, la romana), las obras de los padres de la Iglesia como San Agustín o
San Jerónimo, de maestros medievales como San Isidoro o Beda el Venerable, en
ocasiones las de los padres de la Iglesia Oriental, y también de otros santos de la
región en la que estuviera emplazado el monasterio.

Estos tomos solían poseer un valor material además del cultural y, si habían
pertenecido a algún santo, solían guardarse en los altares como si fueran reliquias.
También se usaban las compilaciones sueltas de algunos libros de la Biblia y las
versiones sencillas de las vidas de santos, ya que estos libros eran más cómodos y
útiles para la consulta cotidiana.

Los libros administrativos consignaban las propiedades y riquezas del


monasterio, los pleitos y concesiones, etc. Estos textos eran de gran importancia para
la abadía y se conservaban en voluminosos tomos llamados cartularios, tumbos o
libros becerros. Si la biblioteca alcanzaba un tamaño considerable, estos tomos
administrativos podían guardarse en una sala independiente y su responsable no tenía
por qué ser el mismo que el de la biblioteca.

Aparte de los tomos religiosos y administrativos, una biblioteca monacal bien


surtida solía disponer de los compendios de normas de la orden, leyes canónicas,
algunos textos de enseñanza (gramática, música, matemáticas e incluso medicina) y
obras de carácter histórico.

En estas colecciones podía haber, en ocasiones, obras de algún autor clásico


que se considerara modelo de expresión literaria.

En casos excepcionales la biblioteca podía contener volúmenes científicos. Es


el caso de Ripoll, que actuó de puente en el paso de la ciencia árabe a Europa y que
llegó a rivalizar con Toledo.
La amplia o reducida colección, dependía directamente de los abades o
bibliotecarios, quienes eran los encargados de la compilación de libros, basándose,
para ello, incluso en libros paganos. Sin embargo este esfuerzo no siempre era
reconocido por los sucesores, quienes dejaban en el olvido estos códices, hasta que se
desintegraban con el paso del tiempo, pues debemos recordar que la media de vida
del pergamino es de 200 años.

Las bibliotecas bizantinas

La antigua cultura griega encontró un refugio especial contra la amenaza de


los bárbaros en el Imperio bizantino. Como los Ptolomeos habían hecho de Alejandría
en otros tiempos, el emperador Constantino el Grande decidió en el siglo IV convertir
la capital del Imperio romano de Oriente, Bizancio (Constantinopla) en un centro
cultural, y un par de generaciones antes de que la biblioteca de Alejandría fuese
incendiada por los cristianos, fundó con la colaboración de sabios griegos, una
biblioteca, donde sin duda la literatura cristiana se encontraba ampliamente
representada, pero que también albergaba muchas obras de la literatura pagana. Bajo
Juliano el Apóstata se constituyó otra biblioteca para la literatura no cristiana. La
biblioteca de Constantino se incendió en 475, pero fue reconstruida. Su posterior
destino es bastante oscuro; con la conquista de la ciudad por los Cruzados en 1204
sufrió grandes deterioros, pero aún existía una biblioteca imperial cuando
Constantinopla cayó en poder de los turcos en 1453; muchos de los libros fueron
quemados, robados o vendidos a precios irrisorios.

En la academia de Bizancio, fundada por Constantino, se practicó con pasión


el estudio –y, consiguientemente, la trascripción- de los clásicos griegos y no menos
ocurría en los monasterios bizantinos, convertidos a lo largo de la Edad Media en el
refugio de la cultura griega. El más famoso de todos fue el convento del Studion de
Bizancio, cuyo abad Teodoro, en el siglo IX, dio normas de cómo tenía que regirse el
taller de copistas y la biblioteca, pero célebres son también los monasterios, que
aproximadamente en número de veinte, se encuentran en la cima de las montañas de
la pequeña península de Athos, en el Egeo, y que alcanzaron su época de auge
durante los siglos X al XV. Aún en la actualidad se encuentran en ellos unos 11.000
manuscritos, de los que los más antiguos son, por lo general, de contenido teológico y
litúrgico o musical. También el monasterio de Santa Catalina, en el Sinaí, y muchos
otros, poseyeron preciosas colecciones de manuscritos; del monasterio del Sinaí
procede el célebre manuscrito de la Biblia, Codex Sinaiticus, que más tarde fue
llevado a Rusia y que hoy se encuentra en el British Museum de Londres.

Entre los sabios bizantinos cuyo nombre haya llegado a nosotros se encuentra
Photios, que vivió en el siglo IX y nos ha dejado una valiosa imagen de la literatura
clásica en su bibliografía, Myriobiblon, en la que describe el contenido de unas 280
obras que componían su colección.
Conclusión

El monasterio, más que una edificación fue toda una característica de la edad
media, a pesar de originarse en pleno feudalismo, no se rigió por señoríos o vasallos sin que
esto significara inestabilidad económica para el monasterio.

Otra característica viva del monasterio fue su participación en la sociedad medieval


ya que esta se organizo por gremios y vio el surgimiento de la clase burgués, la unificación
del gremio estudiantil y de profesores para implantar las universidades ya que la población
no se conformaba con la simple educación básica que se enseñaba en las escuelas externas
del monasterio.

Durante la época medieval se dio el auge de las doctrinas de muchos padres del
cristianismo, pues la mayoría de estos realizaban grandes aportes a la educación y la
convivencia de los monjes. San Benito de Nursia, por ejemplo, otorgo su orden benedictina,
la cual fue basada en la orden de San Agustín y durante el imperio de Carlomagno fue la
única orden que siguieron los monasterios. Otro personaje fue Santo Domingo de Guzmán,
quien fomento la teología en las universidades; o Cluny con la profundización, oposición y
modificación de la orden benedictina.

No se puede cerrar esta investigación sin resaltar el valor que el monasterio le dio a
libros, pues gracias a su dedicación y la orden benedictina, se dirigieron incontables horas al
copiado de libros, para que otros monasterios también pudiesen tener acceso a la
información expuesta en los manuscritos, y aunque este trabajo no dio origen al negocio de
la librería (como si lo hizo la llegada de las universidades), si le dio la bienvenida a las
grandes bibliotecas, pues cada vez era mayor el volumen de libros que se manejaba.
Fuentes consultadas

Manual de historia de la cultura, Carlos Alvear Acevedo (1999)

Editorial limusa, S.A

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