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EL MUNDO CLÁSICO EN LAS ETAPAS CULTURALES DE OCCIDENTE – ALUMNO: Jesús Vicente Magdalena Carreres

DEL RENACIMIENTO AL BARROCO


1-INTRODUCCIÓN

Aquello que diferencia al Renacimiento de la Edad Media respecto a los estudios


griegos es el cambio de interés del conocimiento científico a la literatura, la moralidad y la
política.
En el siglo XIV aunque todavía no se estudiaba el griego, ya florecía abiertamente el
interés por los temas de la Antigüedad. El nombre de algunos autores clásicos griegos,
sobre todo el de Homero, Aristóteles y el de Platón ya se conocían de mucho antes en
Occidente. Desde Petrarca se entendía el deseo de leer aquellas obras clásicas
grecorromanas y hacerlo en su lengua original, de ahí la necesidad también de aprender
el griego.
A fines del siglo XIV, el humanista más destacado del momento, Salutati, también
echaba a faltar la necesidad de que se enseñara y aprendiera el griego clásico. Así por
ejemplo, por la misma época, once de las Vidas paralelas se tradujeron al griego popular
y de ahí al catalán. Gustaron estas a Juan I de Aragón (muerto en 1395), defensor ya del
principio humanista que tanto declaraba “aprender del legado de los griegos y sus
gloriosas hazañas”, claramente mostraba un entusiasmo por los clásicos que habrían
alarmado a sus antepasados medievales. Este como otros nobles y eruditos seguían
modelos italianos, donde una nueva oleada de bizantinos mostraba al Occidente europeo
nuevas maravillas del legado griego.
Medio siglo más tarde, los estudios del mundo clásico griego en Italia estaban
determinados por los discípulos del bizantino Crisoleras y por los pocos estudiosos
atrevidos que habían estudiado en Bizancio. Estos eran más bien coleccionistas con su
hambre por manuscritos griegos clásicos que habían sido responsables de importantes
hallazgos en el terreno del latín. Y los textos eran difíciles de entender, tanto que cabe
sospechar que muchos de aquellos manuscritos se quedaron en las bibliotecas, sin
traducir siquiera al latín. Empero, por haber acaparado un gran cúmulo de estos
manuscritos de uso futuro ya tuvo su mérito.
A mediados del siglo XV, la mayoría de obras griegas clásicas conocidas ya estaban en
Italia. Hubo excepciones, sobre todo en el campo científico, pero para fines prácticos la
tarea de trasplante estaba completa. Esto mitigó a partir del XVI la censura eclesiástica, y
no pudo ser tan efectiva como algunos autores suponen, ante tal cúmulo de autores que
aprovechar o rechazar, aunque si frenaron un desarrollo superior. Autores como Gil
Fernández y de la Pinta Llorente avalan esta opinión.
Los autores bizantinos admitieron la posibilidad de traducir al latín a autores griegos
más en cuestiones narrativas que poéticas, y especialmente en narrativa corta. Salvo una
versión peculiar de la Iliada no se tocó a los poetas. El verdadero interés fue hacia la
filosofía moral y el pensamiento político, sin embargo también abrieron las puertas hacia
otras fuentes incluida la arqueología.
El periodo anterior a 1450 fue esencialmente de preparación. Y lo único que
aprendieron los humanistas por mediación del griego y que resaltaría la duradera
importancia para su movimiento les llegó de Bizancio. La situación de la primera mitad del
siglo XV se transformó radicalmente durante el siglo siguiente. De Bizancio llegó un
torrente de estudiosos exiliados. El humanismo se propagó al norte europeo y así llegó a
toda Europa. Se inventó la imprenta y las literaturas vernáculas, hasta el momento
parientes pobres del latín, prosperaron rivalizando con este. Es evidente que las
aportaciones árabes en la transmisión y conocimiento del legado clásico como ocurrió
durante la Edad Media se fue reduciendo hasta su extinción, dado el carácter cada vez
más integrista que fueron tomando las diferentes facciones cristianas y la culminación de
las reconquistas en el territorio europeo ( o al revés la conquista de Bizancio por los
árabes que provocó la migración de muchos bizantinos hacia Italia), por lo que los
contactos interculturales no solo se extinguieron, sino que se volvieron peligrosos ante los
ojos de la Inquisición tanto contra los árabes como contra los protestantes y viceversa.
No obstante el siglo XV fue el más representativo del espíritu humanista. Todo este
legado clásico experimentó un impresionante despegue durante el pontificado de Nicolás
V (1447-1455). Mediante el empleo de todos los humanistas notables del momento y
poniéndoles a trabajar con textos filosóficos o históricos y así finalizó muchos de los
problemas de las traducciones. La generación siguiente de estudiosos completó la
empresa que a fines del siglo hizo ya accesible a los lectores latinos lo mejor de la prosa
griega.
En el intervalo devino el hecho, que tomando el paralelismo (que Signes Codoñer hace
con la revolución de la informática en nuestros tiempos) que revolucionaría más que
ninguna otra cosa los estudios académicos, hablamos de la imprenta, que en Italia se
introdujo a partir de 1465 y aunque las primeras ediciones estaban aún fuera del alcance
de la mayoría, hacia 1535 todos los autores antiguos de importancia, salvo unos pocos,
se podían encontrar ya impresos.
Si la invención de la imprenta tuvo un efecto inmediato en el humanismo, lo mismo
puede decirse del trasplante del saber de Italia al Norte. Los italianos del Quinientos
habían querido escribir como los clásicos grecorromanos, pero solo habían aprendido a
hacerlo sobre los usos y estilos. Los otros europeos fueron mucho más allá.
El propio Erasmo aconsejaba a los literatos prometedores que leyesen con profusión a
los clásicos y tomaran nota de lo que creían podían utilizar en sus propios escritos.
Erasmo publicó el fruto de sus anotaciones en sus Adagios, serie de aforismos morales
de fuentes griegas y latinas, texto que sería muy conocido y al que le siguió una pléyade
de imitadores y un ejército de manuales similares a lo largo del siglo XVII. Muchos autores
como Rabelais, Gascoigne y Jonson le son deudores.
Los ingentes esfuerzos por escribir como los antiguos en italiano, francés, inglés,
español o catalán tuvo un efecto duradero que asombra el hecho de que hubiera tantos
autores dispuestos a ello, lo que deja ver el alcance tan profundo de la propaganda
humanista. Que lo hicieran en relativo buen resultado se debió a las técnicas que se
habían elaborado para facilitar la imitación. Se contaba con manuales y con un nuevo
sistema educativo que lo potenciaba.
La divulgación del influjo clásico, en la literatura vernácula, como bien desarrollan, entre
otros, Hernández de Miguel y Higuet, se dio en una variedad de extremos. A las palabras
griegas y latinas se les dio formas modernas. Los periodos ciceronianos y el estilo de
Séneca encontraron emuladores. Así se llegó a intentar escribir himnos pindáricos,
epigramas según Marcial, tragedias y comedias al estilo grecorromano, discursos y
epístolas como las clásicas.
Los autores ingleses y franceses adoptaron una forma elevada que convirtió la prosa en
poesía. Pero más importantes que estos préstamos explícitos fue la sinuosa y masiva
transformación del contenido literario de la literatura vernácula en virtud de la introducción
de material procedente de la mitología clásica, la historia y la ficción, la filosofía y el
pensamiento político de la Antigüedad. Gracias a todo esto la literatura europea alcanzó
una nueva dimensión. Se abrió un camino nuevo que conduciría a sus triunfos más
señalados.
Pero no fue el elemento clásico griego, en sentido global, lo que ejerció una influencia
decisiva e la cultura renacentista, sino más bien determinados autores como los filósofos
Platón y Aristóteles, los historiadores como Herodoto, Tucídades y Plutarco y geógrafos
como Ptolomeo
2-DESARROLLO E INMERSIÓN DE LA CULTURA CLÁSICA DURANTE EL
RENACIMIENTO Y EL BARROCO

En la obra de Higuet a partir del capítulo VI ha descrito muy bien, en las diferentes áreas
literarias, este progreso y mejora de lo que fue el Renacimiento frente al medievo. Las
lagunas restantes las he completado con otros autores, especialmente Signes Codoñer,
Hernández de Miguel, Vernet y Weiss.
Así pues, la introducción perfecta nos la da Higuet explicando, como siempre en sus
preciosas alegorías, que hubo una “gran explosión” de las maravillas clásicas y como ésta
pasó a las literaturas nacionales modernas a través de tres grandes canales: traducción,
imitación y emulación.
El principal canal de transmisión fue el de la traducción, no solo porque fue el primero
en la transmisión de aquella literatura de la Antigüedad, sino también porque siguió siendo
el más cultivado en el Renacimiento, aunque las literaturas modernas se fueron haciendo
más importantes y útiles hasta desbancar a la latina. El Barroco cambió la tendencia, y a
partir de finales del XVI se prefiere más la imitación o la emulación.
En segundo lugar estuvo la imitación que no solo amplía sus horizontes en el
Renacimiento, sino que se mejora tanto en calidad y comprensión como en cantidad.
Además como bien apunta Higuet esta se da de dos tipos: a veces el autor moderno en-
cuentra fuerza suficiente para expresarse directamente en latín con poemas tan buenos
como los de Virgilio y sus demás modelos, y otras veces, lo hace también en su lengua
romance, aunque en ocasiones más raras que las latinas en el siglo XV, pero ya mucho
más frecuente en los siglos XVI y XVII con auténticos maestros en ello.
Y en tercer y último lugar tenemos lo más innovador de los eruditos renacentistas, la
emulación, que impulsaría a los escritores modernos a emplear parcialmente las formas y
los materiales clásicos, y adaptarlos y transformarlos a las expresiones y gustos
populares de su tiempo, con el afán de realizar algo no solo tan bueno como las obras de
los maestros clásicos, sino también distintos y nuevos. Así es como surgirán las grandes
obras inmortales de Shakespeare, Molière, Camoes, Racine y Cervantes.
Con la difusión del bilingüismo, entre la lengua vulgar y nacional y el latín, a lo largo de
la Edad Media y en el Renacimiento, la cultura europea ganó mucho. Uno de los factores
que en gran parte determinaron el Renacimiento fue la interacción de muchos hombres
que hablaban no solo su propia lengua, sino también el latín, y ahora también el griego. Si
Rabelais, Shakespeare y fray Luis de León no hubieran sabido nada de latín, como tantos
otros autores igualmente, no hubieran gozado de la lectura de tantos clásicos
grecorromanos que entonces se iban difundiendo y propalando gracias a la imprenta y
menos habrían intentado imitarlos tan perfectamente. La síntesis de la cultura
grecorromana y la cultura europea renacentista dio lugar a una era de pensamiento y de
grandes realizaciones comparable a aquella primera síntesis, del primer trabajo, entre el
espíritu de Grecia, el de Roma y el del cristianismo.
Si la helenización del francés, tuvo varios canales, es decir si el influjo del griego, y del
latín, penetró en la lengua francesa a finales de la Edad Media y sobre todo a partir del
Renacimiento se hizo expresamente tomando palabras técnicas para la ciencia y otras
muchas del latín y estas se “naturalizaron” al francés. Estas palabras sobre todo podían
dividirse en dos grupos principales: substantivos abstractos con los adjetivos
correspondientes, y palabras relacionadas con las ciencias, técnicas y artes más elevadas
de la cultura. Así la evolución “artística” del español siguió cauces análogos a los del
francés. Ya era observable desde los monumentos literarios medievales del cantar de
gesta francés como la Chanson de Roland o del español Cantar de mio Cid, la cantidad
de latinismos atribuibles especialmente a un clérigo o noble, como tan fácilmente sería
atribuible en el caso de la corriente lírica medieval del “mester de clerecía”. Luego en los
poetas del prerrenacimiento, como el Marqués de Santillana y Juan de Mena, también
enriquecieron el castellano con nuevas trasfusiones del latín. Esto culminaría en España
con la corriente culterana del Barroco. Otro tanto se podría decir de otras lenguas
europeas. Será precisamente a partir del Renacimiento donde no solo el “goteo latino se
convertirá en torrente”, sino que también hubo que añadir la llegada del torrente griego
cada vez más acusado, especialmente en el campo del lenguaje científico y técnico.
En ocasiones en el Occidente europeo se crearon conflictos precisamente por todo esto,
por la oposición entre el lenguaje popular y nacional y este lenguaje culto grecolatino o
latinizante. La lucha entre las formas romances y las formas cultas latinizantes o
helenísticas produjeron confusión y disputas. Cuando Juan de Valdés dice a los
interlocutores de su Diálogo que prefiere decir “vanidad” en vez de “vanedad”, nos
testimonia una pugna lingüística que perduraría durante décadas. En el siglo XV se
habían divulgado muchas formas extrañas, entre cultas y vulgares, originadas por una
pronuncia descuidada, el afán culto y la confrontación con el latín terminó imponiendo casi
siempre las formas latinizantes, aunque en ocasiones subsisten ambas (entero/integro,
raudo/rápido,…).
Como explica Signes Codoñer, el Renacimiento es también un renacimiento de las
lenguas, pues la restauración de la elocuencia supuso un rechazo del pensamiento
latinista escolástico, y un resurgir de las lenguas vernáculas. Pero no de una forma
“bárbara” sino de una forma próspera y comunicativa. La restauración del legado clásico
supone adquirir para ello unos modelos de expresión y elocuencia, los predilectos fueron
Cicerón, Quintiliano Virgilio y Horacio. Se trataba de conseguir un mejor fundamento de la
lengua latina, para así poder mejorar y cultivar la propia. La conquista de la elocuencia no
se agota en la lengua latina, sino que se traslada además al cultivo de las lenguas
modernas.
El francés, el inglés y el español fueron las lenguas que según Higuet más ganaron en
fuerza y flexibilidad gracias a la naturalización de vocablos latinos y griegos, como de
forma menos pronunciada también harían el catalán, el portugués y el italiano dentro del
Occidente europeo. Y esto es esencialmente lo que marcaría las dos Europas
renacentistas, el directo clasicismo del Occidente europeo (con lenguas como el español,
catalán, portugués, italiano, francés e inglés), y el indirecto clasicismo o más diluido
clasicismo del Oriente y Norte europeo (con lenguas como el alemán y el polaco que no
gozaron de este fuerte influjo latinizante, y aunque tuvieron escritores de talento pocos de
ellos tendieron ese puente entre sus culturas nacionales y la cultura clásica grecorromana
y hubo entre ellos muy pocos grandes traductores). Dada la primacía de las traducciones
en este influjo clasicista de la Europa occidental hay que tener en cuenta que con las
traducciones no solo se enriquecía la lengua léxicamente sino también estilísticamente. Y
esto es así porque los autores que copian, imitan o emulan a sus ídolos, añaden
esquemas estilísticos que la lengua del traductor original no posee. Al traducir esos
esquemas de estilo se ofrecen entonces a la imitación de los escritores originales, que
adapte y añade a los nacionales europeas, aunque como ya he dicho antes mucho más
claramente en Occidente que en Oriente y el Norte.
El Renacimiento fue la gran época de las traducciones. Los dos principales factores de
este fenómeno fueron el conocimiento cada vez mayor de la Antigüedad clásica con el
lógico creciente interés por ella y la invención de la imprenta, que ampliaría mejor y más
rápidamente la distribución de la cultura, haciendo más fácil la educación, más
generalizada, fuera de las aulas y fueras de los monasterios.
Los países de la Europa occidental difieren en cuanta a la cantidad y valor de las
traducciones. Para Higuet el orden en grandes rasgos por nivel de importancia y valor de
sus traducciones sería: Francia, España, Inglaterra, Italia y por último el resto de Europa.
Ese cuarto puesto de Italia fue una consecuencia de su forma de sentir el Renacimiento.
Muchos italianos de talento, en vez de traducir los libros latinos y griegos a su lengua,
prefirieron escribir obras originales en latín o traducir del griego al latín, cosa en la que
destacaron en primer lugar y desde donde se divulgaron todos los nuevos hallazgos de la
Antigüedad.
A continuación vamos a ir revisando generalmente las traducciones y desarrollos
principales renacentistas de obras y ciencias que desde la literatura clásica grecorromana
inspiró a las lenguas modernas, fijándonos tan sólo en los asuntos de más relevancia para
la época:

A) EPICA

La Iliada de Homero fue traducida parcialmente al castellano en beneficio del Marqués


de Santillana en 1445. Pero este primer romanceamiento del poema aún se asemejaba
más a la perífrasis de los tiempos medievales que a las traducciones de estilos
posteriores. Lo mismo se podrían decir de las versiones inglesas o de la versión francesa
de Jean Samxon de 1530.
La versión de la Odisea de Gonzalo Pérez en su totalidad data de 1556 y al francés
por Amadis Jamyn de 1577. En Inglaterra se hizo directamente del griego por George
Chapman y en verso en 1611 la Iliada y la Odisea en 1614. Se sabe que las traducciones
italianas de la Odisea en verso y en octavas reales por Ludovico Dolce datan de 1573. En
Alemania se hizo en 1610 una versión en verso de la Iliada por Johann Sprang.
La Eneida de Virgilio tuvo un proceso similar, destacando las traducciones españolas
de Gregorio Hernández de Velasco (en octavas reales) de 1555 y en Francia la de Luis
Desmesures de 1560. En este caso también destaca la traducción italiana de Annibale
Caro, impresa en 1581.
De Lucano y de Ovidio, destaca de este último las traducciones populares de sus
Metamorfosis, como la francesa de Climent Marat o la inglesa de Arthur Golding. En
España ya se suponen versiones desde los tiempos de Alfonso X y posteriores del
Marqués de Santillana.

B) HISTORIA

Herodoto pasó del griego al latín por obra de Lorenzo Valla entre 1452 y 1457 Matteo
Mª Boiardo publicó de aquí una traducción italiana, e igualmente hizo Pierre Saliat
respecto al francés en 1556.
Otro tanto hizo Valla respecto a Tucídades en 1483, lo cual fue la base de muchas
versiones en lenguas modernas como la del español Diego García de Alderete
directamente del griego en 1564.
La Anábasis de Jenofonte fue traducida al francés por Seyssel en 1504; al alemán por
Boner en 1540; al italiano por Ludovico Dominichi en 1548; al español por Diego Gracián
en 1552; y al inglés por John Bingham en 1623.
Las Vidas paralelas de Plutarco tienen una tradición más antigua aunque también muy
desigual en las diferentes lenguas europeas.
Respecto a los autores latinos principales como Salustio, Suetonio, Tito Livio y Tácito
se hicieron múltiples traducciones, algunas provenientes ya de modelos medievales, pero
que ahora ya dotadas de calidad literaria.
De hecho fue la historia el género que más atrajo el interés de los traductores y lectores
durante el Renacimiento.
Como apunta Signes Codoñer cierto que como en el medievo toman como modelos a
los grandes historiadores grecorromanos, pero no todos los historiadores antiguos
gozaron de igual popularidad, ni ésta se debió a las mismas razones, ni fue la misma en
todos los países. Solo por el número de ediciones entre los siglos XV y XVI ya se ve que
los romanos aventajaron a los griegos, lo que evidencia que en el Renacimiento renace la
antigüedad romana más que la griega. Por otra parte, mientras algunos historiadores
(Salustio, Suetonio, Livio, César, Floro, Valerio Máximo, Jenofonte, Herodoto, Diodoro,
Tácito en Germania) eran más conocidos en las lenguas latinas, incluidas las versiones
latinas de obras griegas, otros (Polibio, Curcio, Tucídades, el Tácito de los Anales, Dión y
Flavio Josefo) eran más conocidos en las lenguas vernáculas.
Signes Codoñer además apunta que en esta época resalta además el valor
instrumental (especialmente en política) y moral de la historia, tiene no solo un valor
documental sino también una finalidad ejemplar y pragmática. No obstante es llamativa no
ya la heterogeneidad, sino también la escasez de tratados humanísticos sobre
historiografía, posiblemente porque no contaban desde la literatura clásica de obras
específicas o exposiciones sistemáticas de teoría y métodos históricos.
Hasta finales del siglo XVI es Tácito la figura más emblemática, pero desde mediados
del siglo XVII el “tacitismo” se va debilitando. Desde inicios del siglo XVI, y con mayor
fuerza en el estado de la Contrarreforma, era perceptible la sucesión de Tácito a Tito Livio
como modelo histórico y promotor de la nueva política historicista, en conflicto con la
filosófica, y como maestro del imperialismo en contraste con el “republicanismo”
renacentista.

C) ARQUEOLOGÍA

Weiss dedica su obra al estudio histórico del interés por las antigüedades clásicas.
Evidentemente el periodo original se sitúa en el Renacimiento. Como no podía ser de otra
forma los humanistas del siglo XV no se conformaron solo con los testimonios escritos,
sino que buscaron también los arquitectónicos que corroboraran mejor lo escrito.
En el siglo XV parte del interés por los clásicos se desarrolló también gracias al interés
por los viajes culturales. Precisamente fue el bizantino Crisoleras quien aportó la obra
fundamental para ello, la Geografía de Ptolomeo que tanto entusiasmaría al círculo de
Nicholas Niccoli , cuyos miembros decidieron visitar las tierras griegas y sus islas y así es
como nació el interés arqueológico entre los humanistas italianos. De entre ellos destacan
dos, Buondelmonti y Ciriaco. Desgraciadamente aquel entusiasmo pronto fue refrenado
por la dominación turca de aquellos territorios
Por lo que respecta a la arqueología latina, Weiss señala el interés más duradero
especialmente de Valla, Poggio, Bodio y Alberti. Y también el nacimiento entre estos de la
topografía antigua, como los mapas de la ciudad de Roma de Bodio y Tortelli. En el
Barroco se intensificarían los estudios y se calibraron los errores.

D) FILOSOFÍA

A Platón se le tradujo menos de lo que merecía. Sin embargo, hubo muchas


traducciones latinas, la más importante fue la de Marsilio Ficino para los Médicis en 1482.
Las traducciones a lenguas romances fueron menores y hasta el siglo XVI poco
frecuentes.
A Aristóteles ya se le tradujo con más convicción, especialmente después de que el
concilio de Trento declarara el tomismo (de fundamentos aristotélicos) como filosofía de la
Iglesia de Roma. Destacan las versiones españolas de Pedro Simón Abal y la francesa
de Loys le Roy.
Los Tratados morales de Plutarco, fueron siempre muy conocidos. Destacando las
versión inglesa de Thomas Blondeville, la francesa de Jacques Amyot y la española de
Diego Gracián.
Los Diálogos de Cicerón, especialmente De la amistad y De la vejez también fueron
muy populares y al igual que las Epístolas de Séneca se leían de ordinario en latín,
aumentando su popularidad con la hermosa versión publicada por Erasmo. Destaca la
versión catalana de Antonio Canals, así como las versiones castellanas de Francisco de
Quevedo y Pero Díaz de Toledo. En inglés también cabe mencionar la traducción de
Arthur Golding.

E) TEATRO

La traducción de obras del teatro clásico fue sorprendentemente fragmentaria y escasa.


Esquilo y Aristófanes casi no llegaron ni a traducirse a lenguas romances, y las versiones
de Sófocles y Eurípides fueron pobres e incompletas.
Tanto los comediógrafos romanos como las tragedias de Séneca recibieron un trato
mucho más favorable. Esto se debió a cuatro factores fundamentales:
1) La extrema dificultad que aún entrañaba el pensamiento y la lengua griega.
2) El atractivo muy superior de los comediógrafos latinos Terencio y Plauto así como la
fama moral que precedía a Séneca.
3) La existencia de abundantes adaptaciones y publicaciones latinas al alcance de la
mano, sobre todo gracias a eruditos como Erasmo y Buchanan.
4) El hecho de que cuantos conocían el griego preferían esforzarse no en realizar
traducciones sino en emular los poetas clásicos.
Concluye Higuet diciendo que el teatro moderno se manifestó con cuatro instrumentos
distintos: la escena y la ópera, el cine y la radio. Los dos primeros se crearon en el
Renacimiento, gracias no a una reproducción mecánica del legado grecorromano, sino a
una adaptación creativa de las formas clásicas, con todas aquellos tesoros que no habían
sabido encontrar los autores dramáticos medievales, y aceptando el retos de las obras
maestras clásicas, incomprendidas o ignoradas anteriormente.
Pero sería el Barroco el siglo del teatro, la revolución del teatro, aquí es donde la
comedia triunfa por doquier, la comedia es el género predomínate, por lo que supone una
renovación de la teoría dramática. Frente a los preceptos clasicistas que fieles a la
Poética de Aristóteles preferían la tragedia como género predominante, ahora la comedia,
con asuntos nuevos y más “nacionales”, un género dramático menor, ocupará el lugar
predilecto, de acuerdo con los nuevos gustos tanto del público como de los artistas. El
“enseñar divirtiendo” será la nueva máxima, una forma más cercana de aproximar
conocimientos e historias a todos los públicos.

F) ESTÉTICA

Signes Codoñer dedica todo el capítulo VIII para desarrollar este apartado de evidente
influjo en todas las artes y letras. Leonardo da Vinci fue el principal exponente de las
ideas estéticas del Renacimiento.
Pero para Leonardo imitar no se trataba tan solo de copiar o calcar las cosas, sino
también actuar como la naturaleza creadora. Conseguir esto era alcanzar el “gran arte”,
pensamiento que también se hace explícito en Alberto Durero donde claramente se
entiende que los principios estéticos del alemán son deudores de los de su colega
italiano, y por tanto de la concepción clásica, eso sí renovada y adaptada al espíritu de los
tiempos. Su fe en Vitrubio llegó al extremo de interpretar rígidamente las relaciones que
aquel establecía entre las diferentes partes del cuerpo humano, hasta que supo
interpretarlo. Otra fuente de inspiración en la teoría estética fue Platón, especialmente
desde la interpretación neoplatónica del arte y la estética.
Pero a lo largo del siglo XVI surgieron toda una serie de polémicas acerca de la
interpretación de la teoría estética y su legado clásico que acabaría por dar la vuelta a los
postulados vitrubianos creando tensiones insostenibles que estallaron en el siglo XVII. Las
dos tendencias contrapuestas naturalismo y manierismo formaron largos debates y los
teóricos barrocos como Bellori criticaron a ambas, era necesaria una superación. El arte
debía imitar a la naturaleza y superarla. Esta separación entre arte y realidad abrirá las
puertas a una valoración diferenciada, pero para eso habrá que esperar un poco más y a
que la estética se convierta en una disciplina totalmente autónoma

G) ORATORIA

También la oratoria estuvo representada muy mal en las traducciones. Durante el


Renacimiento. Muchos discursos públicos seguían pronunciados en latín. Fue un poco
después, durante el Barroco, cuando se desarrolló realmente la oratoria moderna,
usando los modelos clásicos con modelos como los de Demóstenes o Cicerón.

H) RETÓRICA Y POÉTICA

En general se considera que el siglo XVI es el momento de la formación de la teoría


literaria moderna, como dice Signes Codoñer la “época de la crítica”, porque es entonces
cuando se fijan y difunden los grandes textos sobre la materia. Se trata de un
(re)descubrimiento de algunos de los mejores tratados grecorromanos, que se convierten
en fuente no solo para la recuperación histórica, sino también para la implantación y
adecuación de los nuevos modelos teórico-literarios.
Existe un acuerdo general acerca de los cuatro tipos de fuentes antiguas para la Poética:
1) Platón y el neoplatonismo. Cuyo redescubrimiento y florecimiento traerá consigo la
especulación propia teórica sobre las artes en general y sobre la poesía en particular,
pero también una defensa moral sobre los criterios líricos desde bases morales y no solo
artísticos.
2) Aristóteles. Con sus ideas sobre la mímesis, ficcionalidad, verosimilitud, géneros
literarios y otros temas similares. El establecimiento de la teoría clasicista se comprende
atendiendo al papel fundamental desempeñado por el avanzado movimiento de erudición
e interpretación crítica en torno a la Poética de Aristóteles que se desarrolló en Italia a lo
largo del siglo XVI y en el resto de Europa a lo largo del XVII.
3) Horacio. El primer comentario a su Ars Poética, obra de Pompeyo Gáurico data de
1510 también fue relevante en su época.
4) La propia Retórica en general, con su vasta tradición y sus asentados conceptos
(organización del discurso, uso del lenguaje figurado,..etc).
En el ámbito de la Retórica, es imprescindible tener en cuenta la influencia ejercida por
la Retórica de Aristóteles y la Institutio Oratoria de Quintiliano, así como el conjunto de
textos que Cicerón consagró a la disciplina. La imprenta hizo más fácil su difusión y
generalización.
No obstante los autores renacentistas necesitaban, junto a los preceptos heredados
de la Retórica y la Poética clásicas, contar también con modelos de creación literaria. En
el terreno de la poesía, el hecho de estar parcelada desde antiguo en géneros claramente
delimitados no planteó ya gran controversia. Todos estaban de acuerdo de la supremacía
de Virgilio para la épica o de Catulo para la poesía amorosa, o de Marcial para los
epigramas. Pero fue en la prosa donde surgieron las controversias. Cicerón y la “batalla
ciceroniana” fue la disputa más sonada, originada por Lorenzo Valla reivindicando a
Quintiliano frente a su ciceroniano colega, Poggio Bracciolini. Esto provocó una reflexión
general (en la que participaron humanistas tan importantes como Erasmo, Étienne Dolet y
Pico de la Mirándola) sobre el mejor modelo de prosa latina a imitar. Empero, el aspecto
hoy más atractivo del asunto no fue una cuestión de léxico, sino de estilo.
La prosa sometida a los cánones ciceronianos se impuso en la corte papal gracias a los
esfuerzos y talento del cardenal Bembo (gran participante de la “batalla ciceroniana”) que
así ganó esta batalla con y desde la Iglesia de Roma. Cierto que también adquirió
connotaciones nacionalistas, italianas, aspecto que denunciaría Erasmo.
Los preceptistas barrocos son partidarios del nuevo género, cada vez más desvinculado
de la Teoría clásica. En el siglo XVII la teoría dramática pone todo su empeño en dignificar
la comedia como género literario, contra el principio aristotélico que le atribuía un puesto
inferior. Como ejemplo de todo este movimiento merece nombrarse aquí la obra de Lope
de Vega el Arte nuevo de hacer comedias.

I) TEORÍA POLÍTICA

Como comenta Signes Codoñer es un tópico considerar el siglo XVI como una época
enmarcada entre la Reforma y el humanismo, es decir un periodo de cambios
extraordinarios. Empero, por lo que a política e historiografía se refiere, esta modernidad
no viene de nuevas, sino que ya contaba con bastantes antecedentes medievales como
la General Storia de Alfonso X en castellano o la Crónica de Ramón Muntaner en
lengua catalana entre otras. Como ya comentábamos en el apartado de “Historia” más
que ideas nuevas en el marco de la política y desde esta en relación con la historia, lo
que encontramos son ideas renovadas, no calcadas meramente como hacían en la
Edad Media, ahora los eruditos le daban un sentido más emancipado, más pragmático,
en el sentido de buscar un gobierno modélico, y una buena política.
Curiosamente serán los romanos, y no los griegos, los que transmitieron al
Renacimiento la noción de historia nacional. Si bien se considera a Tito Livio el maestro,
en realidad fue un autor menor Fabio Píctor, el historiador romano quien inventó la
historia política nacional para el Occidente europeo. Pero también los humanistas
conocían a Jordanes (s. VI), Gregorio de Tours, Isidoro de Sevilla y Beda, así como a los
cronistas medievales, quienes a su vez también habían recurrido a los modelos clásicos.
Dentro de lo que es el tremendo cambio cultural que supone el Renacimiento, cabe
señalar que a través de Nicolás Maquiavelo y de Juan Bodino la historia se convierte en
el fundamento del saber político. Dada la ya mencionada función ética y política como
modelo ejemplar que representaba la historia, conocer el pasado servía para ordenar el
presente y prever el futuro, como ya dijera en el siglo XV Coluccio Salutati. Así
Maquiavelo, el primer gran teórico político de la Modernidad y heredero de la tradición
humanística de “renovación y cambio”, cuando decide que ha llegado el momento de
hacer ciencia política se vuelve a la historia antigua, no por un mero interés erudito, sino
por un deseo de buscar soluciones para el presente, entendiendo la historia a la manera
ciceroniana, “maestra de la vida”. Pero esta recepción maquiaveliana de la Antigüedad
a menudo fue acrítica e idealizada, y su excesiva idealización nacionalista por la Roma
antigua no siempre era compartida por sus coetáneos ni siquiera compatriotas como fue
el caso de su oponente Francisco Guicciardini. Por su parte Bodino más que las fuentes
romanas prefirió antes las griegas especialmente a Platón y su República y a Aristóteles
con su Política.
Entre estos detractores del sentido político y nacionalista de Maquiavelo destaca
Erasmo quien prefirió más un fundamento de base clásica cristiana que no romana. Las
dos principales obras políticas de Erasmo la Institutio principis Christiani y la Querela
Pacis, proponen la renovación y cambio humanista desde el espíritu evangélico, no
desde el cristianismo romano contemporáneo, sino desde las fuentes cristianas. Así
pues se constatan dos grandes fuentes en el origen de la teoría política , por una parte
aquella que se fundamentó en lo grecorromano con un cariz más nacionalista
(Maquiavelo) o helenístico (Bodino) y otra que se fundamenta en el cristianismo clásico
y los evangelios (Erasmo).
Como en el Renacimiento, el Barroco también tiende a unir historiografía y teoría
política. Dadas las crónicas anteriores y tratados clásicos se intenta cambiar las
perspectivas y a partir del XVII se intenta dar al Estado una visión más “divina” o
justificada por Dios y de acuerdo con el Derecho natural. El significado que transmite del
imperialismo las obras de Tácito (hasta finales del XVI el fundamento principal para la
teoría política) ya no era acorde con los tiempos, por una parte se buscaban valores
constitucionalistas apoyados en Aristóteles y Cicerón y por otra también una mejor
fundamentación moral de acuerdo a las nuevas exigencias del Derecho natural. El
tacitismo fue, pues, criticado tanto por los católicos como por los protestantes. Entre los
pensadores más destacados estaban: Lipsio, Mascardi, Spinoza, Grocio y Milton.

J) ASTRONOMIA, CIENCIAS Y TÉCNICAS

Para este apartado han resultado fundamentales las obras de Hernández de Miguel,
Signes Codoñer y Vernet. Como se sabe el Renacimiento fue un vasto movimiento
intelectual que renovó decisivamente la cultura europea en todos los ámbitos: cultura,
sociedad, economía, política, artes, técnicas, ciencia y religión. Ciertamente el movimiento
renacentista pretendía ser una restauración o recuperación de la cultura y el saber
clásicos. Pero también quisieron entenderlo y superarlo. Sus protagonistas consideraron a
la cultura de la Antigüedad como el modelo a imitar, una vez traducido a su propia época
y mundo y como alternativa a la “barbarie medieval”. Y esto no solo se refería a las letras
y artes sino también a las ciencias, se pretendía restituir el legado clásico en su totalidad.
En efecto, había un buen número de textos importantes de este legado poco o mal
conocidos en la Edad Media, como la Geografía de Ptolomeo, Sobre la naturaleza de las
cosas de Lucrecio, diversas obras de Medicina e historia natural y una buena parte de los
compendios matemáticos griegos. En esta tarea, humanistas y científicos colaboraron
estrechamente. Los humanistas coleccionaron textos, reunieron magníficas bibliotecas y
las pusieron a disposición de los científicos, llegando incluso a incorporarlas a las nuevas
enciclopedia del saber. Con una común intención, se procedió también a relacionar su
contenido con la observación de la realidad y con las nuevas evidencias. El resultado fue,
en este caso, de mucho más alcance, porque la comprobación de lagunas y
contradicciones, sumada a la vinculación de textos a un tiempo y a una situación histórica
bien definida, condujo a la crisis del criterio de autoridad como base del conocimiento
científico.
Los humanistas, por otra parte, destruyeron el mito de un libro humano depositario
privilegiado de la verdad científica (como la Biblia para la religión) y abrieron el paso a la
pluralidad de doctrinas: además de Platón, también renació la Física (Demócrito,
Anaxágoras, Epicuro, Lucrecio) y la Cosmología estoica.
Aunque la revolución científica afectó a todas las ramas del saber, parece indudable que
los cambios más dramáticos tuvieron lugar en mecánica, Astronomía y Cosmología. Como
símbolo de su éxito parangonaban la exploración intelectual de los antiguos con la
exploración del mundo terrestre por parte de navegantes y cosmógrafos. Una de las
figuras más representativas de este periodo fue Galileo sobre todo en su aplicación de lo
que en las ciencias del siglo XVII del Método Científico. Evidentemente hubo que hacer
cambios que condujeron a la sustitución de la idea griega de cosmos como un todo finito,
ordenado y jerárquico por la de un universo indefinido e infinito. La astronomía y la
geografía bebieron de las fuentes clásicas, pero ahora fueron más allá, las interpretaron,
las actualizaron e injertaron los nuevos descubrimientos. No sin el filtro religioso que aun
fundamentándose en fuentes clásicas seguía anteponiendo sus interpretaciones de los
textos bíblicos a los grecorromanos e incluso a las observaciones contemporáneas
condujo a numerosas disputas y juicios sumarísimos.
Otro tanto se podría decir de la Anatomía y la reforma que sufrió especialmente de la
mano de Andrés Vesalio. Las fuentes iniciales era preferentemente Galeno, pero también
destacaron autores grecorromanos como Dioscórides, Teofrasto y Plinio.
Finalmente en el ámbito de la técnica y las Matemáticas aplicadas hay que señalar la
enorme difusión e influencia de las obras de autores clásicos como Vitrubio, Vegecio,
Herón, Plinio, Arquímedes y las Cuestiones matemáticas pseudoaristotélicas. Los
ingenieros y arquitectos renacentistas se sirvieron ampliamente de estos autores.

3-IMPRENTA Y ENCICLOPEDISMO

Como bien ha apuntado Higuet y bien desarrolla también Signes Codoñer este
apartado es fundamental para entender el Renacimiento y el Barroco, tan revolucionaria
fue la invención y uso de la imprenta como para nosotros está siendo el mundo de
Internet y la ofimática.
En la Edad Media los copistas eras escasos y el tiempo que precisaban para copiar los
libros era largo, por lo que los costes eran muy elevados. En cambio ahora las imprentas
eran abundantes y el papel también más fácil de adquirir, además la posibilidad de hacer
cuantiosas copias simultáneas hacían el precio de los libros mucho más asequibles. Un
aluvión de letra impresa que traería consigo significativos cambios tanto en los hábitos de
creación literaria como en el de lectura. Pero es que, además, los orígenes de la imprenta
están estrechamente ligados a la difusión del mundo clásico, que entonces es ya de
modo indisoluble grecolatino y cristiano. Fueron muchos los que debutaron en el negocio
de la imprenta lanzando como primicia algún texto representativo de dicho legado, así los
alemanes Conrad Sweynheim y Arnold Pannartz cuando inauguraron su imprenta en Italia
lo hicieron con cuatro autores clásicos: Cicerón, Donato, Agustín de Hipona, y Lactancio.
Dos de las primeras ciudades españolas que conocieron la imprenta, Barcelona y
Valencia, vieron circular como primer libro impreso en ellas (1473-74) una versión latina
de tres obras aristotélicas.
Esa estrecha relación entre imprenta y literatura clásica siguió creciendo durante el siglo
XVI. La familia de impresores-editores Giunta, que abrió sucursales en Italia, Francia y
España, comenzó su actividad en Florencia con un volumen conjunto de Catulo, Tibulo y
Propercio (1503).
Como en tantos otros aspectos y fenómenos del Renacimiento, nos dicen Higuet y
Signes Codoñer, también la imprenta realizó durante el siglo XVI un fructífero viaje de
Italia a los países del Norte y, en especial, a Francia, Suiza y los Países Bajos. De ellos
destacaría Suiza, dado el retraso francés, que se convirtió en un centro importante de
difusión de clásicos griegos gracias a la tarea de Johan Froben, quien además fue el
principal editor de las obras de Erasmo desde su taller de Basilea. En España merecen
ser mencionados profesionales de la talla de Arnao Guillén en Pamplona, Logroño y
Alcalá de Henares, Andreas de Portonariis en Salamanca y Juan Mey en la ilustre ciudad
de Valencia. Signes Codoñer destaca la figura del francés Cristóbal Plantino como
culminación de la imprenta renacentista.
La propia existencia de la imprenta con sus muchas ventajas, unida al vasto
conocimiento del mundo clásico acumulado tras siglos de hallazgos, estimularon la
proliferación de gran cantidad de obras que trataban de realizar una nueva y vasta tarea
de síntesis, organización y sistematización del legado clásico; una tarea que podríamos
calificar de “enciclopédica”. El conjunto de obras renacentistas que pueden incluirse bajo
la denominación de “enciclopedia” fue aumentado en número y variedad. Desde los
modelos bajomedievales o “centones” (a base de meros listados de palabras) al intento de
sistematización de todos los conocimientos. Se han clasificado estas enciclopedias en
siete grupos tradicionales, y los que más nos atañen respecto a la difusión del legado
clásico son el primero, que abarcaba obras de índole filológica y de ilustración histórica
dedicadas a la civilización grecolatina; el tercero , donde se incluyen las enciclopedias en
sentido más estricto, que sistematizan y exponen todo el conjunto de conocimientos; y el
sexto, que incluye a los enciclopedistas compiladores de antologías, florilegios, obras de
divulgación poligráfica,…etc..
Gracias en buena parte a la imprenta este legado clásico se popularizó más
frecuentemente y su uso asiduo sirvió para dar mejor resabios a sus obras. Autores así
como Taso, Lope de Vega o Shakespeare en muchos casos no necesitaron consultar
más que esas prácticas enciclopedias o “bibliotecas portátiles” para conferir un tono
erudito y un sabor “clásico” a sus geniales creaciones. Ahora, a partir del Renacimiento
las literaturas nacionales en lenguas modernas van destacando y superando a la latina,
pero aprovechando siempre los recursos y formas clásicos, que se adoptan e interpretan.
Los libros latinos y griegos recién descubiertos fueron un reto para el espíritu
ardientemente batallador del hombre renacentista y un rico alimento para su voracidad
intelectual. Veían que eran obras sublimes y superiores a todas las que sus antecesores
habían escrito, y cuyos contenidos eran antes indiscutibles, pero no más grandes que las
que ellos mismos sentían que eran capaces de escribir, ni superables o interpretables
desde las nuevas situaciones o necesidades. El Barroco intentó dar a las lenguas
vernáculas una difusión y un uso tan amplio como el que habían entendido tuvieron las
lenguas clásicas, tanto en lo literario como en lo artístico.
La inspiración que sacaban de estas obras eran unas veces directas, como ocurría con
Montaigne o Quevedo que compendiaban los tratados de Séneca y convertían su
pensamiento en parte de su propio espíritu. Otras veces lo hacían en diferido,
intensificando la nobleza de su obra y haciendo más sutil su arte. Una comedia
renacentista sobre personajes y temas coetáneos tiene complicaciones mucho más
cómicas que cualquier farsa medieval, porque su autor ha conocido de primera o segunda
mano los enredos de Plauto y Terencio. Pero, cada vez más a menudo a partir del
Renacimiento y durante él, los escritores que desean vivir en ambos mundos y sacar lo
mejor de cada uno, encuentras en las traducciones de los libros clásicos un estímulo
enorme.

4-PRINCIPALES AUTORES GRIEGOS DE ESTE PERIODO

La divulgación del influjo clásico en la literatura vernácula se dio en una variedad de


extremos. A las palabras griegas y latinas se les dio formas modernas. Los periodos
ciceronianos y el estilo de Séneca encontraron emuladores. Así se llegó a intentar escribir
himnos pindáricos, epigramas según Marcial, tragedias y comedias al estilo
grecorromano, discursos y epístolas como las clásicas. También hubo políticos que
quisieron revivir a Tácito y Tito Livio, y los hubo que moldearon la tradición del Derecho
romano.
Los autores ingleses y franceses adoptaron una forma elevada que convirtió la prosa en
poesía. Pero más importantes que estos préstamos explícitos fue la sinuosa y masiva
transformación del contenido literario de la literatura vernácula en virtud de la introducción
de material procedente de la mitología clásica, la historia y la ficción, la filosofía y el
pensamiento político de la Antigüedad clásica. Gracias a todo esto la literatura europea
alcanzó una nueva dimensión. Se abrió un camino nuevo que conduciría a sus triunfos
más señalados. Y lo que es más importante no solo desde el latín, sino ahora también
desde el griego directamente, lo que es innovador en el periodo que nos atañe.
Pero no fue el elemento clásico griego, en latín o en griego, en sentido global, lo que
ejerció una influencia decisiva, sino más bien determinados autores. En primer lugar cabe
destacar a Platón, especialmente tras las traducciones de Ficino. En segundo lugar
también destaca Aristóteles especialmente tras el concilio de Trento que declararía el
tomismo (fundamentado en la filosofía aristotélica) como filosofía oficial de la Iglesia
romana. También ganó apoyo con la popularidad que alcanzó la obra del estagirita la
Poética, obra aristotélica que permaneció olvidada hasta que en1536 se publicó el texto
en su traducción latina, llegando a ser declarada por Escalígero como “bonarum artium
dictator perpetuus”.
Otro autor griego cuyo influjo merece destacarse fue Luciano de Samosata. La
brevedad de sus diálogos lo hicieron atractivo a los aprendices de traductores, pero
durante cierto tiempo pasó desapercibida su ironía. Fue el erudito León bautista Alberti
quien descubrió al verdadero Luciano e imitó su ambigüedad y su empleo de lo fantástico.
La técnica lucianesca de la sátira se convirtió en pare de la herencia europea. Ejemplos
destacados de ello fueron Erasmo en su Elogio de la locura y Cervantes en su Don
Quijote de la Mancha.
Plutarco, prosaico donde Luciano era indirecto, atrajo a otro tipo de intelecto, las Moralia
fortalecieron a Montaigne. Las Vidas paralelas inspiraron a Shakespeare. Finalmente
habría que mencionar también a otro autor poco atrayente para los estudiosos, Heliodoro
y sus Etiópicas. Se imprimieron en 1534 aparecieron estas últimas obras en un momento
propicio, cuando el público empezaba a hartarse de tanta fantasía medieval de caballeros,
monstruos y magos y buscaba así unas emociones en la novela con visos de un mayor
realismo. Heliodoro apareció, pues, en el momento propicio, guió y satisfizo aquella nueva
necesidad. Entre los historiadores latinos destacaron Tácito y Tito Livio que fueron objeto
de enconadas disputas durante el siglo XVII. Ptolomeo en geografía fue también una de
las piezas claves.
Pero el saber griego además contribuyó al progreso de la ciencia. Fue de gran
importancia la recuperación de textos fieles a Arquímedes y Euclides gracias a los
esfuerzos de los estudiosos italianos que prepararían el camino a los descubrimientos de
Galileo. Se abrieron así nuevos puntos de partida en matemáticas, posibilitados por los
estudios de Diofantes. Los botánicos de los siglos XVI y XVII basaron su sistema
respectivo en los cimientos puestos por Dioscórides. Además en un terreno práctico más
inmediato para lo que iban a suponer los nuevos descubrimientos, conquistas y guerras
de religión los progresos en estrategia y adiestramiento militar también se fundamentarían
en autores clásicos. Será precisamente a partir del siglo XVII cuando la ciencia, en sus
diferentes aspectos de anatomía y medicina, astronomía, mecánica empezarán a
desarrollar sistemas científicos que los irán emancipando cada vez más de los tratadistas
clasicistas y los dogmas religioso, sobre todo en las centurias siguientes.

5-HUMANISMO, REFORMA Y CONTRARREFORMA


.
No todo fue expansión eufórica de cultura humanista y renacimiento grecorromanos a
puertas abiertas a todo lo referido a la cultura clásica, cabría matizar algunas aspectos.
En un primer momento, desde el siglo XV y principios del siglo XVI, el renacimiento
grecorromano fue ingente y muy positivo, en detrimento de las fuentes cristianas, hasta
que llegó el espíritu reformador que se fundamentaría en esas fuentes clásicas cristianas.
En un segundo momento, pues, mediados ya del XVI y en adelante, se progresó más en
las fuentes clásicas cristianas, aunque no sin reparos, mientras que el redescubrimiento
del legado grecorromano tendió a paralizarse, ya sin grandes progresos, ante una
censura religiosa difícil de soslayar, sobre todo la católica. De hecho fueron los católicos
quienes más estancamiento sufrieron, especialmente tras la Contrarreforma, por ello la
mayoría de las traducciones de los libros griegos y latinos procedían del mundo
protestante.
Es curioso constatar como muchos teóricos sobre el asunto que abarca este trabajo
solo han tratado la cuestión del “filtro religioso” muy someramente, casi como de pasada,
todo y la importancia crucial que tenía en la época (la Inquisición podía llevar al impresor
o al usuario a la hoguera), no solo por marcar la diferencia entre los clásicos
grecorromanos y los clásicos cristianos, sino también por la manipulación y rechazo de
unos frente a los otros desde las directrices eclesiásticas, y por tanto en su difusión, uso e
interpretación.
Gil Fernández es una de las excepciones, y así llegamos a un punto de nuestro estudio
en que parece inexcusable referirse a la incidencia que tuvo sobre el humanismo,
especialmente el español, el funcionamiento, de la censura y del Santo Oficio de la
Inquisición. Ciertamente este autor no condena sin más el quehacer de la Inquisición.
Siguiendo las directrices de Roma, el santo oficio no condenó a todos los autores clásicos
al ostracismo y el olvido sin más, ni causó tampoco tantos estragos entre los humanistas,
como en un principio los originó entre los conversos. Tuvo, eso sí, el acierto de descargar
sus golpes en su debido momento y sobre figuras señeras, lo que sirvió para mantener
viva la “pedagogía de la presencia”, sin necesidad de intervenir directamente en la
mayoría de los casos, el temor personal al encontronazo con el Santo Oficio ya bastaba,
especialmente claro el caso español, para crear mecanismos de autocontrol de la libertad
de pensamiento e interpretación libre del pensamiento de los textos clásicos.
El primero en tener roces con la Inquisición española fue Nebrija. En este caso no se
pasó de la anécdota gracias a la intervención del cardenal Cisneros. Peor fue la suerte del
más universal de nuestros humanistas, Juan Luis Vives quien se declaraba partidario de
Erasmo. Los vientos que soplaban explican el viraje de Juan Maldonado y de otros
cuantos, en un principio partidarios decididos del erasmismo, que decidieron retractarse.
Según Gil Fernández y Pedraza Jiménez el erasmismo hispánico solo fue un movimiento
de minorías, utópico e iluso en su esperanza pacífica de reforma, que careció de fibra
suficiente para engendrar mártires.
Uno de los estamentos más castigados en España por la Inquisición fue precisamente el
de los gramáticos como Nebrija, Valdés y el Brocense, pues con su lenguaje representaba
un sentido de independencia de lo religioso que en aquel momento no era bien visto.
Además el tomismo aristotelista era la filosofía predominante de la Iglesia, cualquier
versión que se diera del lenguaje, la poética o la estilística se creía contraria a la Iglesia y
al cristianismo.
Además, tal como apunta Gil Fernández también tanto el comercio del libro como la
práctica de la medicina eran profesiones que se asociaban con los judíos y por ello no
extraña que entre las víctimas del Santo Oficio aparezca un número crecido de libreros y
médicos.
El importante foco de humanismo que hubo en Valencia en el siglo XVI, como han
demostrado los estudios de López Rueda fue de importación, como en el resto de las
universidades españolas. De hecho como ya se ha apuntado nunca fue un movimiento
vigoroso dada la vigilancia estricta de la Inquisición, y aunque ahora ya no predominaban
sin más los clérigos como profesores y rectores “seguían teniendo ojos y orejas” en todas
las materias. La censura era un hecho tan vivo como el respirar.
Durante la segunda mitad del siglo XVI, en pleno apogeo imperial de los Habsburgo por
todos los continentes habitados, la Inquisición y el peso religioso era agobiante, no solo
por la defensa integrista de principios morales, muchos libros e interpretaciones fueron
anatematizados y quemados y se creó así listados de libros prohibidos, con gran mengua
para el legado clásico, sobre todo para aquellos que podían contener contenidos
“amorales” o discrepantes con la moral católica.
Una de las figuras españolas más controvertidas fue la de Benito Arias Montano sobre
todo por las vicisitudes que paso por la publicación de la Biblia regia y luego la políglota.
Por ello fue detenido e interrogado y puesto en libertad sin mayores consecuencias, como
indica el hecho de su posterior participación en el concilio de Trento. En 1586 Felipe II le
envió a Amberes para supervisar, con una función paradójicamente inquisitorial, la Biblia
políglota en cinco lenguas que proyectaba Plantino. Trabajo que le puso de nuevo ante la
Inquisición, por lo que es significativo que todas sus obras fueran incluidas en el Índice de
Pineda de 1607..
Se daban dos censuras, una “interior” que sobre sí mismos practicaban los autores, y
ellos nos lleva a considerar la censura ”exterior” que sobre las producciones de su pluma
se ejercía y de la que no son sino un reflejo esas inhibiciones suyas en la espontaneidad
de expresión, que sobre las producciones de su pluma se ejercía. La represión
institucionalizada había creado mecanismos miméticos de autodefensa para adaptarse, a
“a la manera del camaleón”, a las exigencias del sistema. En España, incluso de forma
más clara que en la misma Italia, el estudio de la censura es inseparable del de la
legislación sobre la imprenta y el comercio librero como ya hemos visto. Por ello en la
Pragmática de 1558 reguladora de la impresión y del comercio del libro , juntamente con
la prohibición de una serie de obras en romance (la Biblia, diversas obras de Erasmo, y
las Antigüedades judaicas de Flavio Josefo entre otras), se condenaron igualmente
cualquier libro que proviniera de los herejes.
La aparición de este primer índice tenía lugar en un momento en que circulaban en letra
impresa prácticamente la totalidad de las literaturas griega y latina en ediciones hechas en
gran parte de los países protestantes. Como es obvio, el contenido mismo de ciertas
obras clásicas y la dudosa ortodoxia de los traductores se confabularon para eclipsar
buena parte del legado clásico al gran público, no solo por escrúpulos de conciencia, sino
por el peligro que entrañaba su uso ante la pena de excomunión.
En el siglo XVII y XVIII , nos dice Gil Fernández, la vigilancia de los intelectuales y de
sus obras en los diferentes Índices inquisitoriales fue terrible, aunque no hubiera procesos
tan sonados como les mencionados, ya que la gente aprendió la lección, como veremos
en la tercera parte de estos trabajos.

6-CONCLUSIÓN

El Renacimiento y el Barroco representan una época de nuestra historia en que la


Antigüedad cobró más importancia, en que su estudio benefició a muchas ramas
diferentes del desarrollo intelectual. Si miramos con profundidad veremos que ya sean por
contumacia de los eruditos de la época, la imprenta o por cuestiones sociales, o sobre
todo por causa de las censuras eclesiásticas, entre ambos polos, fervor de los eruditos y
la imprenta o la censura religiosa, el conocimiento del legado clásico no se copió sin más,
ni pudo avanzar con fluidez, pero sí se mantuvo uniforme y se adaptó a los tiempos, fiel
al lema de renovación y cambio. La imprenta también contribuyó , y todo este cúmulo de
autores y obras clásicas se pusieron así al alcance de un público lector cada vez más
amplio y cada vez más hambriento de conocimientos, cuyas bases estaban inspiradas en
el creciente y acumulado legado grecorromano, pero que ahora seguían creciendo desde
la interpretación y adaptación, aunque no sin un interés social, político o religioso propio
de la época, de ahí que muchos matices originales de los autores clásicos se
descubrirían más tarde, más allá de las censuras y los intereses.
Se publicaron gramáticas y diccionarios, e incluso compendios enciclopédicos del
saber. El latín y el griego siguieron siendo consideradas como lenguas cultas universales,
pero poco a poco la consideración de las lenguas nacionales fue creciendo en prestigió
sobre todo para la literatura y las artes y de manera más efectiva en cada generación.

7-BIBLIOGRAFIA

-De la Pina Llorente, M. La Inquisición española y los problemas de la cultura y la


intolerancia. Madrid 1953.
-Gil Fernández, L. Panorama social del Humanismo español. Alhambra.
-Hernández Miguel, L.A. La tradición clásica. La transmisión de las literaturas griegas y
latinas antiguas y su recepción en las vernáculas occidentales. Liceus. Madrid 2008.
-Higuet, G. La tradición clásica. Influencias griegas y romanas en la literatura occidental.
Fondo de Cultura Económica. México 1994.
-Pedraza, F.B. Rodríguez, M. Manual de literatura española. Cenlit . 1891.
-Rico, F. El sueño del humanismo. De Petrarca a Erasmo. A.E. Madrid 1993.
-Signes Codoñer, J.et alii Antiquae lectiones. Cátedra. Madrid 2005.
-Vernet, J. Astrología y astronomía en el Renacimiento. El acantilado. Barcelona 2000.
-Weiss, R. Discovery of classical Antiquity. Basil Blackwell .

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