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En la obra de Higuet a partir del capítulo VI ha descrito muy bien, en las diferentes áreas
literarias, este progreso y mejora de lo que fue el Renacimiento frente al medievo. Las
lagunas restantes las he completado con otros autores, especialmente Signes Codoñer,
Hernández de Miguel, Vernet y Weiss.
Así pues, la introducción perfecta nos la da Higuet explicando, como siempre en sus
preciosas alegorías, que hubo una “gran explosión” de las maravillas clásicas y como ésta
pasó a las literaturas nacionales modernas a través de tres grandes canales: traducción,
imitación y emulación.
El principal canal de transmisión fue el de la traducción, no solo porque fue el primero
en la transmisión de aquella literatura de la Antigüedad, sino también porque siguió siendo
el más cultivado en el Renacimiento, aunque las literaturas modernas se fueron haciendo
más importantes y útiles hasta desbancar a la latina. El Barroco cambió la tendencia, y a
partir de finales del XVI se prefiere más la imitación o la emulación.
En segundo lugar estuvo la imitación que no solo amplía sus horizontes en el
Renacimiento, sino que se mejora tanto en calidad y comprensión como en cantidad.
Además como bien apunta Higuet esta se da de dos tipos: a veces el autor moderno en-
cuentra fuerza suficiente para expresarse directamente en latín con poemas tan buenos
como los de Virgilio y sus demás modelos, y otras veces, lo hace también en su lengua
romance, aunque en ocasiones más raras que las latinas en el siglo XV, pero ya mucho
más frecuente en los siglos XVI y XVII con auténticos maestros en ello.
Y en tercer y último lugar tenemos lo más innovador de los eruditos renacentistas, la
emulación, que impulsaría a los escritores modernos a emplear parcialmente las formas y
los materiales clásicos, y adaptarlos y transformarlos a las expresiones y gustos
populares de su tiempo, con el afán de realizar algo no solo tan bueno como las obras de
los maestros clásicos, sino también distintos y nuevos. Así es como surgirán las grandes
obras inmortales de Shakespeare, Molière, Camoes, Racine y Cervantes.
Con la difusión del bilingüismo, entre la lengua vulgar y nacional y el latín, a lo largo de
la Edad Media y en el Renacimiento, la cultura europea ganó mucho. Uno de los factores
que en gran parte determinaron el Renacimiento fue la interacción de muchos hombres
que hablaban no solo su propia lengua, sino también el latín, y ahora también el griego. Si
Rabelais, Shakespeare y fray Luis de León no hubieran sabido nada de latín, como tantos
otros autores igualmente, no hubieran gozado de la lectura de tantos clásicos
grecorromanos que entonces se iban difundiendo y propalando gracias a la imprenta y
menos habrían intentado imitarlos tan perfectamente. La síntesis de la cultura
grecorromana y la cultura europea renacentista dio lugar a una era de pensamiento y de
grandes realizaciones comparable a aquella primera síntesis, del primer trabajo, entre el
espíritu de Grecia, el de Roma y el del cristianismo.
Si la helenización del francés, tuvo varios canales, es decir si el influjo del griego, y del
latín, penetró en la lengua francesa a finales de la Edad Media y sobre todo a partir del
Renacimiento se hizo expresamente tomando palabras técnicas para la ciencia y otras
muchas del latín y estas se “naturalizaron” al francés. Estas palabras sobre todo podían
dividirse en dos grupos principales: substantivos abstractos con los adjetivos
correspondientes, y palabras relacionadas con las ciencias, técnicas y artes más elevadas
de la cultura. Así la evolución “artística” del español siguió cauces análogos a los del
francés. Ya era observable desde los monumentos literarios medievales del cantar de
gesta francés como la Chanson de Roland o del español Cantar de mio Cid, la cantidad
de latinismos atribuibles especialmente a un clérigo o noble, como tan fácilmente sería
atribuible en el caso de la corriente lírica medieval del “mester de clerecía”. Luego en los
poetas del prerrenacimiento, como el Marqués de Santillana y Juan de Mena, también
enriquecieron el castellano con nuevas trasfusiones del latín. Esto culminaría en España
con la corriente culterana del Barroco. Otro tanto se podría decir de otras lenguas
europeas. Será precisamente a partir del Renacimiento donde no solo el “goteo latino se
convertirá en torrente”, sino que también hubo que añadir la llegada del torrente griego
cada vez más acusado, especialmente en el campo del lenguaje científico y técnico.
En ocasiones en el Occidente europeo se crearon conflictos precisamente por todo esto,
por la oposición entre el lenguaje popular y nacional y este lenguaje culto grecolatino o
latinizante. La lucha entre las formas romances y las formas cultas latinizantes o
helenísticas produjeron confusión y disputas. Cuando Juan de Valdés dice a los
interlocutores de su Diálogo que prefiere decir “vanidad” en vez de “vanedad”, nos
testimonia una pugna lingüística que perduraría durante décadas. En el siglo XV se
habían divulgado muchas formas extrañas, entre cultas y vulgares, originadas por una
pronuncia descuidada, el afán culto y la confrontación con el latín terminó imponiendo casi
siempre las formas latinizantes, aunque en ocasiones subsisten ambas (entero/integro,
raudo/rápido,…).
Como explica Signes Codoñer, el Renacimiento es también un renacimiento de las
lenguas, pues la restauración de la elocuencia supuso un rechazo del pensamiento
latinista escolástico, y un resurgir de las lenguas vernáculas. Pero no de una forma
“bárbara” sino de una forma próspera y comunicativa. La restauración del legado clásico
supone adquirir para ello unos modelos de expresión y elocuencia, los predilectos fueron
Cicerón, Quintiliano Virgilio y Horacio. Se trataba de conseguir un mejor fundamento de la
lengua latina, para así poder mejorar y cultivar la propia. La conquista de la elocuencia no
se agota en la lengua latina, sino que se traslada además al cultivo de las lenguas
modernas.
El francés, el inglés y el español fueron las lenguas que según Higuet más ganaron en
fuerza y flexibilidad gracias a la naturalización de vocablos latinos y griegos, como de
forma menos pronunciada también harían el catalán, el portugués y el italiano dentro del
Occidente europeo. Y esto es esencialmente lo que marcaría las dos Europas
renacentistas, el directo clasicismo del Occidente europeo (con lenguas como el español,
catalán, portugués, italiano, francés e inglés), y el indirecto clasicismo o más diluido
clasicismo del Oriente y Norte europeo (con lenguas como el alemán y el polaco que no
gozaron de este fuerte influjo latinizante, y aunque tuvieron escritores de talento pocos de
ellos tendieron ese puente entre sus culturas nacionales y la cultura clásica grecorromana
y hubo entre ellos muy pocos grandes traductores). Dada la primacía de las traducciones
en este influjo clasicista de la Europa occidental hay que tener en cuenta que con las
traducciones no solo se enriquecía la lengua léxicamente sino también estilísticamente. Y
esto es así porque los autores que copian, imitan o emulan a sus ídolos, añaden
esquemas estilísticos que la lengua del traductor original no posee. Al traducir esos
esquemas de estilo se ofrecen entonces a la imitación de los escritores originales, que
adapte y añade a los nacionales europeas, aunque como ya he dicho antes mucho más
claramente en Occidente que en Oriente y el Norte.
El Renacimiento fue la gran época de las traducciones. Los dos principales factores de
este fenómeno fueron el conocimiento cada vez mayor de la Antigüedad clásica con el
lógico creciente interés por ella y la invención de la imprenta, que ampliaría mejor y más
rápidamente la distribución de la cultura, haciendo más fácil la educación, más
generalizada, fuera de las aulas y fueras de los monasterios.
Los países de la Europa occidental difieren en cuanta a la cantidad y valor de las
traducciones. Para Higuet el orden en grandes rasgos por nivel de importancia y valor de
sus traducciones sería: Francia, España, Inglaterra, Italia y por último el resto de Europa.
Ese cuarto puesto de Italia fue una consecuencia de su forma de sentir el Renacimiento.
Muchos italianos de talento, en vez de traducir los libros latinos y griegos a su lengua,
prefirieron escribir obras originales en latín o traducir del griego al latín, cosa en la que
destacaron en primer lugar y desde donde se divulgaron todos los nuevos hallazgos de la
Antigüedad.
A continuación vamos a ir revisando generalmente las traducciones y desarrollos
principales renacentistas de obras y ciencias que desde la literatura clásica grecorromana
inspiró a las lenguas modernas, fijándonos tan sólo en los asuntos de más relevancia para
la época:
A) EPICA
B) HISTORIA
Herodoto pasó del griego al latín por obra de Lorenzo Valla entre 1452 y 1457 Matteo
Mª Boiardo publicó de aquí una traducción italiana, e igualmente hizo Pierre Saliat
respecto al francés en 1556.
Otro tanto hizo Valla respecto a Tucídades en 1483, lo cual fue la base de muchas
versiones en lenguas modernas como la del español Diego García de Alderete
directamente del griego en 1564.
La Anábasis de Jenofonte fue traducida al francés por Seyssel en 1504; al alemán por
Boner en 1540; al italiano por Ludovico Dominichi en 1548; al español por Diego Gracián
en 1552; y al inglés por John Bingham en 1623.
Las Vidas paralelas de Plutarco tienen una tradición más antigua aunque también muy
desigual en las diferentes lenguas europeas.
Respecto a los autores latinos principales como Salustio, Suetonio, Tito Livio y Tácito
se hicieron múltiples traducciones, algunas provenientes ya de modelos medievales, pero
que ahora ya dotadas de calidad literaria.
De hecho fue la historia el género que más atrajo el interés de los traductores y lectores
durante el Renacimiento.
Como apunta Signes Codoñer cierto que como en el medievo toman como modelos a
los grandes historiadores grecorromanos, pero no todos los historiadores antiguos
gozaron de igual popularidad, ni ésta se debió a las mismas razones, ni fue la misma en
todos los países. Solo por el número de ediciones entre los siglos XV y XVI ya se ve que
los romanos aventajaron a los griegos, lo que evidencia que en el Renacimiento renace la
antigüedad romana más que la griega. Por otra parte, mientras algunos historiadores
(Salustio, Suetonio, Livio, César, Floro, Valerio Máximo, Jenofonte, Herodoto, Diodoro,
Tácito en Germania) eran más conocidos en las lenguas latinas, incluidas las versiones
latinas de obras griegas, otros (Polibio, Curcio, Tucídades, el Tácito de los Anales, Dión y
Flavio Josefo) eran más conocidos en las lenguas vernáculas.
Signes Codoñer además apunta que en esta época resalta además el valor
instrumental (especialmente en política) y moral de la historia, tiene no solo un valor
documental sino también una finalidad ejemplar y pragmática. No obstante es llamativa no
ya la heterogeneidad, sino también la escasez de tratados humanísticos sobre
historiografía, posiblemente porque no contaban desde la literatura clásica de obras
específicas o exposiciones sistemáticas de teoría y métodos históricos.
Hasta finales del siglo XVI es Tácito la figura más emblemática, pero desde mediados
del siglo XVII el “tacitismo” se va debilitando. Desde inicios del siglo XVI, y con mayor
fuerza en el estado de la Contrarreforma, era perceptible la sucesión de Tácito a Tito Livio
como modelo histórico y promotor de la nueva política historicista, en conflicto con la
filosófica, y como maestro del imperialismo en contraste con el “republicanismo”
renacentista.
C) ARQUEOLOGÍA
Weiss dedica su obra al estudio histórico del interés por las antigüedades clásicas.
Evidentemente el periodo original se sitúa en el Renacimiento. Como no podía ser de otra
forma los humanistas del siglo XV no se conformaron solo con los testimonios escritos,
sino que buscaron también los arquitectónicos que corroboraran mejor lo escrito.
En el siglo XV parte del interés por los clásicos se desarrolló también gracias al interés
por los viajes culturales. Precisamente fue el bizantino Crisoleras quien aportó la obra
fundamental para ello, la Geografía de Ptolomeo que tanto entusiasmaría al círculo de
Nicholas Niccoli , cuyos miembros decidieron visitar las tierras griegas y sus islas y así es
como nació el interés arqueológico entre los humanistas italianos. De entre ellos destacan
dos, Buondelmonti y Ciriaco. Desgraciadamente aquel entusiasmo pronto fue refrenado
por la dominación turca de aquellos territorios
Por lo que respecta a la arqueología latina, Weiss señala el interés más duradero
especialmente de Valla, Poggio, Bodio y Alberti. Y también el nacimiento entre estos de la
topografía antigua, como los mapas de la ciudad de Roma de Bodio y Tortelli. En el
Barroco se intensificarían los estudios y se calibraron los errores.
D) FILOSOFÍA
E) TEATRO
F) ESTÉTICA
Signes Codoñer dedica todo el capítulo VIII para desarrollar este apartado de evidente
influjo en todas las artes y letras. Leonardo da Vinci fue el principal exponente de las
ideas estéticas del Renacimiento.
Pero para Leonardo imitar no se trataba tan solo de copiar o calcar las cosas, sino
también actuar como la naturaleza creadora. Conseguir esto era alcanzar el “gran arte”,
pensamiento que también se hace explícito en Alberto Durero donde claramente se
entiende que los principios estéticos del alemán son deudores de los de su colega
italiano, y por tanto de la concepción clásica, eso sí renovada y adaptada al espíritu de los
tiempos. Su fe en Vitrubio llegó al extremo de interpretar rígidamente las relaciones que
aquel establecía entre las diferentes partes del cuerpo humano, hasta que supo
interpretarlo. Otra fuente de inspiración en la teoría estética fue Platón, especialmente
desde la interpretación neoplatónica del arte y la estética.
Pero a lo largo del siglo XVI surgieron toda una serie de polémicas acerca de la
interpretación de la teoría estética y su legado clásico que acabaría por dar la vuelta a los
postulados vitrubianos creando tensiones insostenibles que estallaron en el siglo XVII. Las
dos tendencias contrapuestas naturalismo y manierismo formaron largos debates y los
teóricos barrocos como Bellori criticaron a ambas, era necesaria una superación. El arte
debía imitar a la naturaleza y superarla. Esta separación entre arte y realidad abrirá las
puertas a una valoración diferenciada, pero para eso habrá que esperar un poco más y a
que la estética se convierta en una disciplina totalmente autónoma
G) ORATORIA
H) RETÓRICA Y POÉTICA
I) TEORÍA POLÍTICA
Como comenta Signes Codoñer es un tópico considerar el siglo XVI como una época
enmarcada entre la Reforma y el humanismo, es decir un periodo de cambios
extraordinarios. Empero, por lo que a política e historiografía se refiere, esta modernidad
no viene de nuevas, sino que ya contaba con bastantes antecedentes medievales como
la General Storia de Alfonso X en castellano o la Crónica de Ramón Muntaner en
lengua catalana entre otras. Como ya comentábamos en el apartado de “Historia” más
que ideas nuevas en el marco de la política y desde esta en relación con la historia, lo
que encontramos son ideas renovadas, no calcadas meramente como hacían en la
Edad Media, ahora los eruditos le daban un sentido más emancipado, más pragmático,
en el sentido de buscar un gobierno modélico, y una buena política.
Curiosamente serán los romanos, y no los griegos, los que transmitieron al
Renacimiento la noción de historia nacional. Si bien se considera a Tito Livio el maestro,
en realidad fue un autor menor Fabio Píctor, el historiador romano quien inventó la
historia política nacional para el Occidente europeo. Pero también los humanistas
conocían a Jordanes (s. VI), Gregorio de Tours, Isidoro de Sevilla y Beda, así como a los
cronistas medievales, quienes a su vez también habían recurrido a los modelos clásicos.
Dentro de lo que es el tremendo cambio cultural que supone el Renacimiento, cabe
señalar que a través de Nicolás Maquiavelo y de Juan Bodino la historia se convierte en
el fundamento del saber político. Dada la ya mencionada función ética y política como
modelo ejemplar que representaba la historia, conocer el pasado servía para ordenar el
presente y prever el futuro, como ya dijera en el siglo XV Coluccio Salutati. Así
Maquiavelo, el primer gran teórico político de la Modernidad y heredero de la tradición
humanística de “renovación y cambio”, cuando decide que ha llegado el momento de
hacer ciencia política se vuelve a la historia antigua, no por un mero interés erudito, sino
por un deseo de buscar soluciones para el presente, entendiendo la historia a la manera
ciceroniana, “maestra de la vida”. Pero esta recepción maquiaveliana de la Antigüedad
a menudo fue acrítica e idealizada, y su excesiva idealización nacionalista por la Roma
antigua no siempre era compartida por sus coetáneos ni siquiera compatriotas como fue
el caso de su oponente Francisco Guicciardini. Por su parte Bodino más que las fuentes
romanas prefirió antes las griegas especialmente a Platón y su República y a Aristóteles
con su Política.
Entre estos detractores del sentido político y nacionalista de Maquiavelo destaca
Erasmo quien prefirió más un fundamento de base clásica cristiana que no romana. Las
dos principales obras políticas de Erasmo la Institutio principis Christiani y la Querela
Pacis, proponen la renovación y cambio humanista desde el espíritu evangélico, no
desde el cristianismo romano contemporáneo, sino desde las fuentes cristianas. Así
pues se constatan dos grandes fuentes en el origen de la teoría política , por una parte
aquella que se fundamentó en lo grecorromano con un cariz más nacionalista
(Maquiavelo) o helenístico (Bodino) y otra que se fundamenta en el cristianismo clásico
y los evangelios (Erasmo).
Como en el Renacimiento, el Barroco también tiende a unir historiografía y teoría
política. Dadas las crónicas anteriores y tratados clásicos se intenta cambiar las
perspectivas y a partir del XVII se intenta dar al Estado una visión más “divina” o
justificada por Dios y de acuerdo con el Derecho natural. El significado que transmite del
imperialismo las obras de Tácito (hasta finales del XVI el fundamento principal para la
teoría política) ya no era acorde con los tiempos, por una parte se buscaban valores
constitucionalistas apoyados en Aristóteles y Cicerón y por otra también una mejor
fundamentación moral de acuerdo a las nuevas exigencias del Derecho natural. El
tacitismo fue, pues, criticado tanto por los católicos como por los protestantes. Entre los
pensadores más destacados estaban: Lipsio, Mascardi, Spinoza, Grocio y Milton.
Para este apartado han resultado fundamentales las obras de Hernández de Miguel,
Signes Codoñer y Vernet. Como se sabe el Renacimiento fue un vasto movimiento
intelectual que renovó decisivamente la cultura europea en todos los ámbitos: cultura,
sociedad, economía, política, artes, técnicas, ciencia y religión. Ciertamente el movimiento
renacentista pretendía ser una restauración o recuperación de la cultura y el saber
clásicos. Pero también quisieron entenderlo y superarlo. Sus protagonistas consideraron a
la cultura de la Antigüedad como el modelo a imitar, una vez traducido a su propia época
y mundo y como alternativa a la “barbarie medieval”. Y esto no solo se refería a las letras
y artes sino también a las ciencias, se pretendía restituir el legado clásico en su totalidad.
En efecto, había un buen número de textos importantes de este legado poco o mal
conocidos en la Edad Media, como la Geografía de Ptolomeo, Sobre la naturaleza de las
cosas de Lucrecio, diversas obras de Medicina e historia natural y una buena parte de los
compendios matemáticos griegos. En esta tarea, humanistas y científicos colaboraron
estrechamente. Los humanistas coleccionaron textos, reunieron magníficas bibliotecas y
las pusieron a disposición de los científicos, llegando incluso a incorporarlas a las nuevas
enciclopedia del saber. Con una común intención, se procedió también a relacionar su
contenido con la observación de la realidad y con las nuevas evidencias. El resultado fue,
en este caso, de mucho más alcance, porque la comprobación de lagunas y
contradicciones, sumada a la vinculación de textos a un tiempo y a una situación histórica
bien definida, condujo a la crisis del criterio de autoridad como base del conocimiento
científico.
Los humanistas, por otra parte, destruyeron el mito de un libro humano depositario
privilegiado de la verdad científica (como la Biblia para la religión) y abrieron el paso a la
pluralidad de doctrinas: además de Platón, también renació la Física (Demócrito,
Anaxágoras, Epicuro, Lucrecio) y la Cosmología estoica.
Aunque la revolución científica afectó a todas las ramas del saber, parece indudable que
los cambios más dramáticos tuvieron lugar en mecánica, Astronomía y Cosmología. Como
símbolo de su éxito parangonaban la exploración intelectual de los antiguos con la
exploración del mundo terrestre por parte de navegantes y cosmógrafos. Una de las
figuras más representativas de este periodo fue Galileo sobre todo en su aplicación de lo
que en las ciencias del siglo XVII del Método Científico. Evidentemente hubo que hacer
cambios que condujeron a la sustitución de la idea griega de cosmos como un todo finito,
ordenado y jerárquico por la de un universo indefinido e infinito. La astronomía y la
geografía bebieron de las fuentes clásicas, pero ahora fueron más allá, las interpretaron,
las actualizaron e injertaron los nuevos descubrimientos. No sin el filtro religioso que aun
fundamentándose en fuentes clásicas seguía anteponiendo sus interpretaciones de los
textos bíblicos a los grecorromanos e incluso a las observaciones contemporáneas
condujo a numerosas disputas y juicios sumarísimos.
Otro tanto se podría decir de la Anatomía y la reforma que sufrió especialmente de la
mano de Andrés Vesalio. Las fuentes iniciales era preferentemente Galeno, pero también
destacaron autores grecorromanos como Dioscórides, Teofrasto y Plinio.
Finalmente en el ámbito de la técnica y las Matemáticas aplicadas hay que señalar la
enorme difusión e influencia de las obras de autores clásicos como Vitrubio, Vegecio,
Herón, Plinio, Arquímedes y las Cuestiones matemáticas pseudoaristotélicas. Los
ingenieros y arquitectos renacentistas se sirvieron ampliamente de estos autores.
3-IMPRENTA Y ENCICLOPEDISMO
Como bien ha apuntado Higuet y bien desarrolla también Signes Codoñer este
apartado es fundamental para entender el Renacimiento y el Barroco, tan revolucionaria
fue la invención y uso de la imprenta como para nosotros está siendo el mundo de
Internet y la ofimática.
En la Edad Media los copistas eras escasos y el tiempo que precisaban para copiar los
libros era largo, por lo que los costes eran muy elevados. En cambio ahora las imprentas
eran abundantes y el papel también más fácil de adquirir, además la posibilidad de hacer
cuantiosas copias simultáneas hacían el precio de los libros mucho más asequibles. Un
aluvión de letra impresa que traería consigo significativos cambios tanto en los hábitos de
creación literaria como en el de lectura. Pero es que, además, los orígenes de la imprenta
están estrechamente ligados a la difusión del mundo clásico, que entonces es ya de
modo indisoluble grecolatino y cristiano. Fueron muchos los que debutaron en el negocio
de la imprenta lanzando como primicia algún texto representativo de dicho legado, así los
alemanes Conrad Sweynheim y Arnold Pannartz cuando inauguraron su imprenta en Italia
lo hicieron con cuatro autores clásicos: Cicerón, Donato, Agustín de Hipona, y Lactancio.
Dos de las primeras ciudades españolas que conocieron la imprenta, Barcelona y
Valencia, vieron circular como primer libro impreso en ellas (1473-74) una versión latina
de tres obras aristotélicas.
Esa estrecha relación entre imprenta y literatura clásica siguió creciendo durante el siglo
XVI. La familia de impresores-editores Giunta, que abrió sucursales en Italia, Francia y
España, comenzó su actividad en Florencia con un volumen conjunto de Catulo, Tibulo y
Propercio (1503).
Como en tantos otros aspectos y fenómenos del Renacimiento, nos dicen Higuet y
Signes Codoñer, también la imprenta realizó durante el siglo XVI un fructífero viaje de
Italia a los países del Norte y, en especial, a Francia, Suiza y los Países Bajos. De ellos
destacaría Suiza, dado el retraso francés, que se convirtió en un centro importante de
difusión de clásicos griegos gracias a la tarea de Johan Froben, quien además fue el
principal editor de las obras de Erasmo desde su taller de Basilea. En España merecen
ser mencionados profesionales de la talla de Arnao Guillén en Pamplona, Logroño y
Alcalá de Henares, Andreas de Portonariis en Salamanca y Juan Mey en la ilustre ciudad
de Valencia. Signes Codoñer destaca la figura del francés Cristóbal Plantino como
culminación de la imprenta renacentista.
La propia existencia de la imprenta con sus muchas ventajas, unida al vasto
conocimiento del mundo clásico acumulado tras siglos de hallazgos, estimularon la
proliferación de gran cantidad de obras que trataban de realizar una nueva y vasta tarea
de síntesis, organización y sistematización del legado clásico; una tarea que podríamos
calificar de “enciclopédica”. El conjunto de obras renacentistas que pueden incluirse bajo
la denominación de “enciclopedia” fue aumentado en número y variedad. Desde los
modelos bajomedievales o “centones” (a base de meros listados de palabras) al intento de
sistematización de todos los conocimientos. Se han clasificado estas enciclopedias en
siete grupos tradicionales, y los que más nos atañen respecto a la difusión del legado
clásico son el primero, que abarcaba obras de índole filológica y de ilustración histórica
dedicadas a la civilización grecolatina; el tercero , donde se incluyen las enciclopedias en
sentido más estricto, que sistematizan y exponen todo el conjunto de conocimientos; y el
sexto, que incluye a los enciclopedistas compiladores de antologías, florilegios, obras de
divulgación poligráfica,…etc..
Gracias en buena parte a la imprenta este legado clásico se popularizó más
frecuentemente y su uso asiduo sirvió para dar mejor resabios a sus obras. Autores así
como Taso, Lope de Vega o Shakespeare en muchos casos no necesitaron consultar
más que esas prácticas enciclopedias o “bibliotecas portátiles” para conferir un tono
erudito y un sabor “clásico” a sus geniales creaciones. Ahora, a partir del Renacimiento
las literaturas nacionales en lenguas modernas van destacando y superando a la latina,
pero aprovechando siempre los recursos y formas clásicos, que se adoptan e interpretan.
Los libros latinos y griegos recién descubiertos fueron un reto para el espíritu
ardientemente batallador del hombre renacentista y un rico alimento para su voracidad
intelectual. Veían que eran obras sublimes y superiores a todas las que sus antecesores
habían escrito, y cuyos contenidos eran antes indiscutibles, pero no más grandes que las
que ellos mismos sentían que eran capaces de escribir, ni superables o interpretables
desde las nuevas situaciones o necesidades. El Barroco intentó dar a las lenguas
vernáculas una difusión y un uso tan amplio como el que habían entendido tuvieron las
lenguas clásicas, tanto en lo literario como en lo artístico.
La inspiración que sacaban de estas obras eran unas veces directas, como ocurría con
Montaigne o Quevedo que compendiaban los tratados de Séneca y convertían su
pensamiento en parte de su propio espíritu. Otras veces lo hacían en diferido,
intensificando la nobleza de su obra y haciendo más sutil su arte. Una comedia
renacentista sobre personajes y temas coetáneos tiene complicaciones mucho más
cómicas que cualquier farsa medieval, porque su autor ha conocido de primera o segunda
mano los enredos de Plauto y Terencio. Pero, cada vez más a menudo a partir del
Renacimiento y durante él, los escritores que desean vivir en ambos mundos y sacar lo
mejor de cada uno, encuentras en las traducciones de los libros clásicos un estímulo
enorme.
6-CONCLUSIÓN
7-BIBLIOGRAFIA