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Tras las revoluciones burguesas las burguesías se convirtieron en las clases sociales
dominantes ya no solo desde el punto de vista económico, sino también desde el
punto de vista político y en otros aspectos de la vida social. El manejo de las
maquinarias estatales les permitió a las burguesías liquidar o controlar a los
enemigos políticos que eran potenciales amenazas a sus procesos de acumulación
de capital –la nobleza, el clero, las monarquías, pero principalmente la clase
trabajadora de sus talleres y campos-. Con ello las burguesías triunfantes allanaron
el camino a invenciones y tecnologías funcionales al aumento de la producción –y
con ello de la ganancia-.
Esto se combinó con otros factores como el aumento demográfico en la
población de varios países durante el siglo XVIII –producto de muchos adelantos
en la medicina y el mejoramiento de las condiciones de salubridad-, la expansión
de las ciudades, entre otras. Estos y otros hechos sirven como contexto a las
REVOLUCIONES INDUSTRIALES
REVOLUCIONES INDUSTRIALES:
La “primera” a partir de la maquina de vapor de James Watt que revolucionó los
transportes a través de la invención del primer tractor y el barco de vapor. Aparecen
también las primeras fábricas movidas por calderas de vapor.
La “segunda” a partir del auge de la siderurgia –explotación y manejo de metales
pesados, en especial el acero-, la electrificación y los motores de combustión
interna a partir de combustible fósil.
La “tercera” a partir de modelos productivos como el fordismo –EEUU primera
mitad del siglo XX- y el “toyotismo” –Japón a partir de la década de os 70s del siglo
XX- basados en procedimientos que permitían masificar al máximo la producción
de las fábricas. Esto tuvo un efecto directo en el precio de los productos –p.ej. Los
automóviles en el caso de Ford y Toyota, pero posteriormente también en otros
productos sobretodo electrodomésticos- abaratándolos y volviéndolos accesibles ya
no solo a élites económicas, sino también a las clases medias trabajadoras,
surgiendo así la sociedad de consumo.
A través de estos procesos la burguesía industrial –los dueños de las fábricas-
acumularon una gran cantidad de riqueza y se convirtieron en una poderosa clase
social.
Los dueños de las principales fabricas en los países industrializados (sobre todo
Inglaterra y a partir de la segunda mitad del siglo XIX, los EEUU) empezaron a
extender sus negocios mas allá de las fronteras de sus países en todas o varias de
las etapas del proceso productivo –la consecución de materia prima, mano de obra,
instalación de fábricas y venta de los productos- convirtiéndose en empresas
multinacionales.
El auge de las empresas multinacionales reveló una tendencia en las relaciones
económicas capitalistas que constituía precisamente la negación de algunas de las
tesis mas importantes de Adam Smith y otros teóricos de la economía de mercado.
Muchas empresas multinacionales se valieron de su poderío económico y la buena
posición política que este les confería para sacar de en medio a muchos de sus
rivales de negocios, constituyéndose en monopolios –un particular que vende un
producto o presta un servicio de manera exclusiva y excluyente solo él lo hace y
no permite que nadie mas lo haga-.
Así entonces el egoísmo desmedido no encontraba su límite en la libre
competencia y el juego oferta-demanda (la mano invisible), puesto que los
particulares que compiten no “pesan” lo mismo No es lo mismo que negocien
dos empresas con igual capital y capacidad a que negocie una empresa
pequeña/mediana –“un pez pequeño” con una poderosa multinacional –“un pez
grande”- el pez grande siempre se comerá al pez pequeño, es a ley de la selva,
lo cual le valió el apelativo al capitalismo de ser considerado “salvaje”.
Para inicios del siglo XX los monopolios multinacionales (conocidos como “trusts” en
EEUU) constituyeron el eje de la economía capitalista mundial.
A la sombra de su poderío, otros sectores de la economía capitalista crecieron y
prosperaron: p.ej. El sector bursátil –las bolsas de valores- y el sector financiero –
los bancos-.
La compra de acciones de los trusts norteamericanos en la bolsa de Nueva York
aumentó exponencialmente durante las dos primeras décadas del siglo XX, inflando
así su precio y como consecuencia de ello también la expectativa de utilidad a
recibir, hasta el punto en que las utilidades ofrecidas a los accionistas superaron la
cantidad de dinero que había en los bancos para pagarles. Sin embargo la bolsa
siguió funcionando como si existiera el dinero para pagar esas utilidades
(especulando), gestando un fenómeno al cual se le conoce como “burbuja
económica”.
La burbuja económica de la bolsa de valores de Nueva York explotó en 1929,
cuando la iliquidez fue evidente, lo cual se tradujo en quiebra en la venta de
acciones y la parálisis en la bolsa (crisis bursátil); a esto le siguió el temor de los
grandes capitalistas dueños de los trust de que su dinero en los bancos fuera
utilizado para pagar las utilidades de las acciones de sus compañías, por lo que
sacaron su dinero de los bancos norteamericanos y dejaron a estos casi ilíquidos
(crisis bancaria); con los bancos casi sin dinero limitaron/anularon los créditos a las
empresas y demás particulares, aumentaron las tasas de interés, iniciaron
procesos para el cobro de deudas, entre otras medidas que recayeron sobre el
sector productivo y la clase media norteamericana generando recortes de salarios,
despidos masivos y finalmente cierre de fábricas y otras empresas, generando
fenómenos de escases y crecimiento de la inflación, con las consecuencias de
hambre para la clase media y los sectores mas desfavorecidos (crisis social). A la
crisis social hay que sumarle el hecho de que por el momento en EEUU estaba
ilegalizado el alcohol y existían unas poderosas organizaciones criminales que se
encargaban de su contrabando, mafias que se habían insertado en lo mas profundo
de la institucionalidad estatal a fuerza de sobornos y extorsiones, y que para el
momento eran las únicas “empresas” que contaban con recursos –sus riquezas no
estaban en los bancos-, por lo que se convirtieron en los principales empleadores;
sus formas violentas de resolución de conflictos sumergieron e los EEUU en
grandes espirales de violencia.
El colapso de la economía norteamericana repercutió en muchas otras economías
del mundo (sobre todo de Europa, pues, entre otras cosas, muchos de los
accionistas defraudados en la bolsa de valores de EEUU eran europeos) dado el
lugar central de la economía norteamericana en el capitalismo mundial a través del
papel del dólar como representativo de la riqueza derivado del “patrón cambio-oro”
expresado a través del concepto de “Tasa Representativa del Mercado” o “TRM” (el
valor diario del dólar).
Estas economías entraron en recesión, disminuyendo los índices productivos o
acentuando la explotación sobre la clase trabajadora para poder mantener el
ritmo de producción, encareciendo también los productos. Estas situaciones
sacaron aun mas a flote las grandes diferencias sociales en una época donde ya
existían varias experiencias revolucionarias de la clase trabajadora triunfantes –
sobre todo la revolución soviética-. A esto se le suma le termina sumando el
advenimiento de la segunda guerra mundial (1939-1945) compilando un periodo
de mas o menos unos 20 años (1929-1949) conocido como “la Gran Depresión”,
donde literalmente el sistema capitalista existente colapsó.
En el contexto de los años 20s y 30s del siglo XX, los Estados occidentales
enfrentados a las crisis económicas y las revoluciones populares recurrieron a varias
estrategias para mantener el estatus quo de dominación imperante.
En muchas realidades las burguesías promovieron y financiaron el surgimiento
de grupos de ultraderecha para confrontar a los movimientos comunistas y a las
organizaciones de la clase trabajadora en general. No en pocas de esas
experiencias, estos grupos de ultraderecha crecieron en popularidad y
capacidad operativa, incluso hasta tomar el poder en varios Estados y generaron
regímenes totalitarios que también confrontaron al liberalismo burgués. La Italia
de Mussolini, la Alemania de Hitler y la España de Franco son buenos ejemplos
de estos procesos.
En otras realidades, las estrategias de contención del descontento popular se
entremezclaron con las estrategias para superar las crisis económicas. Por ejemplo
las tesis económicas de John Maynard Keynes.
Keynes buscó como muchos otros pensadores de su época superar los efectos
de la Gran Depresión y formuló unas tesis económicas en donde sugería que la
solución estaba en reactivar la producción dándole capacidad adquisitiva a las
clases medias para que pudieran comprar los bienes y servicios producidos por
la industria.
La idea de Keynes es que esta mayor capacidad adquisitiva fuera el resultado
de una reducción de gastos para las clases medias en bienes y servicios básicos
como la educación, la salud, la vivienda, entre otros.
Para ello se hacía necesario que el Estado interviniera en el economía,
básicamente de dos formas:
Subsidiando estos servicios, los cuales –para ello- empezaron a ser
presentados como derechos a los que la población podía acceder.
Montando empresas e industrias como si fuera un particular mas con el fin
de mantener un equilibrio en los precios y evitar los monopolios.
Si el ciudadano de clase media no tenía que gastar su salario en estas
cuestiones porque las tenía garantizadas por el Estado, podía destinar buena
parte de el en ser consumidor de lo producido por el mercado.
Tesis como las de Keynes representaron la salvación del capitalismo frente a su
desplome y al ascenso del socialismo.
Otra estrategia en la que se combinaron estos factores fue la inclusión de los lideres
de las organizaciones de trabajadores y populares en la burocracia estatal. En ello se
nota la marca de la ideología socialdemócrata
La socialdemocracia es una ideología política que comparte muchos puntos con
el marxismo, pero difiere en cuanto a los métodos y los objetivos perseguidos.
Mientras el marxismo llama a la agudización de la lucha de clases hasta el
estallido de una revolución violenta en la que las clases trabajadoras triunfantes
tomarían por asalto el poder del Estado y utilizarían la maquinaria de este para
aniquilar las relaciones sociales capitalistas (“Dictadura del proletariado”),
colectivizando los medios de producción y orientando las fuerzas sociales hacia
una sociedad comunista; la socialdemocracia coincidía en que las desigualdad
material es la principal fuente de violencia e injusticias, pero para solucionarla
proponían que las clases trabajadoras podían usar la institucionalidad estatal
accediendo a ella por medio de los mecanismos convencionales establecidos –
elecciones, nombramientos, etc.- sin necesidad de una revolución violenta, para
desde esas posiciones negociar condiciones de igualdad con las burguesías y
demás sectores dominantes. El resultado no era una revolución hacía una
sociedad comunista, sino el mejoramiento de las formas políticas liberales.
En el marco de estas estrategias, múltiples sectores empoderados abanderaron el
discurso de los DDHH de segunda generación y lo convirtieron en la carta de
presentación que les permitiría contener el descontento social .
Para ello fue necesario que estos derechos junto a los de primera generación
fueran plasmados en un documento legal que tuviera mas peso que la ley misma
y por ende inspirara las actuaciones de todos los sectores del poder público: la
Constitución Política de cada Estado.
Así las cosas, los Estados Sociales de Derecho han representado un gran avance en
cuanto a la democratización del acceso al poder político, la profundidad de las
decisiones políticas que puede tomar la ciudadanía, la inclusión de múltiples sectores
sociales como titulares de derechos en el ordenamiento jurídico estatal y hasta el
mejoramiento de las condiciones de vida para muchos en muchas sociedades.
Pero tampoco debe perderse de vista el hecho de que los Estados Sociales de
Derecho hayan aparecido como una de las respuestas o reacciones de las élites
empoderadas en las sociedades occidentales frente al descontento social, los
avances revolucionarios y las crisis de sus sistemas de enriquecimiento.
Entonces, los ESD pueden considerarse al mismo tiempo tanto como conquistas
de las luchas protagonizadas por múltiples sectores sociales, como concesiones
de los sectores hegemónicos tal vez involuntarias pero en pro de su
supervivencia como dominantes.