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A todos nos gustaría construir personajes inolvidables. ¿Pero cómo hacerlo? Por supuesto que no
es lo mismo uno para un cuento que para una novela. En el primero, a veces basta con resaltar tan
solo el aspecto físico o psicológico del personaje que determina algo en la narración. Ya sabemos
que en un cuento todo lo que no aporta nada a la historia simplemente sobra. En la segunda, sin
embargo, los personajes son más complejos, suelen ser muchos, entre principales y secundarios, e
interactúan todo el tiempo. Además, la escritura de una novela es un proceso largo, por tanto el
autor pasa mucho tiempo junto a los mismos personajes, pero ellos cambian, evolucionan, y hay
que ir conociéndolos poco a poco. Todo esto implica un mayor trabajo.
No existen reglas para construir un buen personaje. Cuando empezamos a escribir nos sentimos
un poco perdidos, pero no hay que asustarse. Sabemos que el lector tiene que poder ver al
personaje, tiene que sentir que existe, que está vivo y para esto el personaje tiene que estar bien
caracterizado. Y si bien no existen reglas, sí existen algunos trucos para caracterizarlos y
presentarlos de manera que resulten reales.
¿Cómo caracterizarlos?
Vamos a probar a crear el personaje principal de una novela. Un buen ejercicio es hacer una
caracterización de éste, digamos, en frío. Si nos cuesta trabajo, entonces podemos probar primero
a hacerla con una persona que conocemos.
Por ejemplo, imaginemos que quiero describir a mi hermano. Tomo una hoja de papel y empiezo a
escribir todas sus características. Comienzo por su identidad: cómo se llama, qué edad tiene, de
qué país es, en qué ciudad nació, cuáles son su profesión y su estado civil, o sea, todos esos datos
que normalmente están en un documento de identidad. Luego voy a su descripción física, que
puede incluirlo todo, si suda mucho, si es de esos que llaman “de lágrima fácil”, si estornuda
porque es alérgico, si tiene algún tic, si fuma, si cojea o si usa objetos o accesorios que lo hacen
distinto de los otros, pienso por ejemplo en espejuelos de miope, bastón, sombrero, cosas así
(cualquier detalle que lo vuelva particular puede ser muy útil). Continúo con la descripción
psicológica: cómo es su carácter, cómo se comporta, qué le gusta y qué no le gusta, qué música
escucha, etc. Por último, voy a su situación de vida: sobre su presente me interesa qué es lo que
está viviendo, en qué situación se encuentra y sobre su pasado, los aspectos importantes que de
algún modo hayan determinado su manera de ser o que lo hayan llevado al punto en que se
encuentra en estos momentos.
Una vez hecho esto con mi hermano, que es alguien a quien conozco más o menos bien, voy a
probar a hacerlo con un personaje de ficción. Claro, como ya tengo el trabajo hecho con mi
hermano, se me ocurre que puedo partir de ahí y empezar a modificar sus características. Digamos
que mi personaje se llama Z. Mi hermano entonces será “el molde” del Señor Z que iré creando y
ajustando según mi conveniencia. De este modo, poco a poco, el Señor Z va ir tomando cuerpo y
haciéndose real ante mis ojos, lo que luego puede provocar el mismo efecto en el lector.
Ahora bien, este ejercicio es válido para familiarizarnos con el personaje, para conocerlo y, una vez
que lo tengamos visto, para poder hablar de él con mucha más facilidad y coherencia. Pero es
importante comprender que en nuestra novela no tienen necesariamente que salir todas las
características del personaje, tan solo las que nos interesen para lo que estamos narrando. Lo que
sabemos de él es como un iceberg, pero en la novela por lo general sólo va a emerger una parte de
él.
Una vez que ya tenemos “visto” a nuestro personaje toca entonces presentárselo al lector, aunque
esto no tiene que hacerse de una sola vez. En una novela, los rasgos de los personajes pueden irse
mostrando poco a poco. De hecho, es así como ocurre en la mayoría de los casos, el lector va
conociendo al personaje a medida que las páginas avanzan.
¿Cómo presentarlo?
El personaje también puede ser presentado de manera indirecta, dando elementos a partir de los
cuales el lector pueda sacar sus propias conclusiones. O sea, sin necesidad de decir “era así o era
asá”, podemos poner al personaje en plena acción, o podemos reflejar lo que está pensando o lo
podemos poner a hablar con alguien. De este modo el lector estará asistiendo a la escena y se irá
dando cuenta de cómo es el personaje.
Tomo pues a mi Señor Z y voy a colocarlo en el cine a ver una película junto a una mujer que le
interesa y con quien sale por primera vez. En la película hay una escena muy intensa y el Señor Z
no puede evitarlo, siente que una lágrima se le acaba de salir. Entonces inclina ligeramente la
cabeza hacia un lado y, con disimulo, se pasa un dedo por la cara. Sin necesidad de que nadie se lo
diga, el lector se da cuenta de que el Señor Z es un sentimental, un hombre muy sensible pero,
además, el lector descubre que Z no quiere que esa mujer, a quien él aún conoce poco, piense que
es un sentimental.
Puedo hacer que el lector descubra las características del personaje usando también sus propios
pensamientos. Por ejemplo, siguiendo con la misma situación. El Señor Z está en el cine junto a esa
mujer que le interesa, llega la escena intensa, a él se le escapa una lágrima y piensa. Sus
pensamientos podemos mostrarlos: Lo que me faltaba, qué idea se va a hacer de mí esta mujer si
me ve llorando como un niño en el cine, pensó el Señor Z. O podemos contarlos: El Señor Z pensó
que no le gustaría que aquella hermosa mujer descubriera que, en el fondo, él era un sentimental
y que ciertas películas lo emocionaban demasiado.
Por último, de manera algo parecida a como hacemos con el pensamiento podemos hacer con el
lenguaje. En un diálogo se presentan las palabras de los personajes y estas pueden decir mucho de
lo que cada uno es. Tanto los silencios, las cosas no dichas, como las dichas nos permiten ver de
algún modo al personaje. También en este caso se puede mostrar el discurso, o sea escribir el
diálogo tal cual se produce. O se puede contar, como le contamos a un amigo la conversación que
tuvimos con otra persona. Esto es útil sobre todo para agilizar la narración, porque nos ahorramos
muletillas o intervenciones que en sí no aportan mucho.
En fin, hay muchas maneras de presentar a nuestros personajes pero lo más importante para
comenzar, creo yo, es conocerlo bien, saber quién es, escucharlo, dejar que vaya tomando cuerpo
en nuestras cabezas hasta que sintamos casi que podemos tocarlo, porque él existe. Y eso le
transmitiremos al lector para que no lo olvide.