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El presidente Joe Biden ha presentado un proyecto de reforma migratoria

humanitario y contundente. Estados Unidos será más seguro, fuerte y próspero,


con un sistema migratorio justo que facilite la reunificación familiar y reconozca y
potencie la contribución económica de los inmigrantes. El mandato no es fácil,
pero tampoco imposible. Su propósito central es crear una ruta gradual que
desemboque en la ciudadanía para aquellas personas indocumentadas que
cumplan ciertos requisitos. El proceso podría durar ocho años, primero con la
otorgamiento de un permiso temporal; luego, de residencia permanente, y
finalmente, la ciudadanía, para quienes hayan llegado al país antes de enero de
2021. Entre los primeros beneficiarios de la reforma estarían los dreamers,
personas que llegaron al país de niños por decisión de sus padres, y los acogidos
por el TPS, estatus de protección temporal. También sería prioritaria la
reunificación familiar y se eliminarían las provisiones discriminatorias a personas
LGBTQ, o basadas en su afiliación religiosa. En su afán por evitar abusos de
presidentes arbitrarios, el proyecto de Biden establece, así mismo, límites a la
autoridad presidencial para decretar futuras prohibiciones discriminatorias de
género o contra minorías religiosas, y aumenta el número de visas disponibles
para incrementar la diversidad. En vez de levantar muros, la reforma propone
medidas para administrar la frontera sur de manera responsable e inteligente. Al
mismo tiempo, propone abordar las causas fundamentales que motivan la
migración en los países expulsores. El plan propone invertir hasta 4.000 millones
de dólares en ciertos países centroamericanos con el fin de mitigar la huida
desesperada de parte de su población. También estipula respetar los derechos
humanos de los migrantes, pero de ninguna manera propone abrir la frontera para
todo aquel que quiera venir al país. El proyecto de ley podría beneficiar hasta a 11
millones de indocumentados, pero, en realidad, el Pew Center estima que habría
unos 7 millones de personas que llevan más de una década viviendo aquí, con hijos
ciudadanos por nacimiento y que cuentan con un historial de trabajo. Pero
mientras el proyecto de ley entra a debatirse en el Congreso, la administración de
Biden tiene enfrente un inmenso trabajo reparando el malintencionado
desbarajuste que dejó su antecesor. En los cuatro años que duró en el cargo,
Trump alteró profundamente el sistema a través del cual los ciudadanos
extranjeros pueden obtener visas para venir a Estados Unidos. Lo hizo por medio
de órdenes ejecutivas, proclamaciones presidenciales, nuevas reglas y
regulaciones, todo esto sin contar con la aprobación del Congreso. Los operadores
de Trump deliberadamente dificultaron el trámite para que los titulares de la
tarjeta verde calificaran para obtener la ciudadanía. Con Trump, lo que alguna vez
fue una agencia construida para facilitar la inmigración, el trabajo y los viajes a
Estados Unidos cambió su enfoque para mantener a la gente fuera. A Biden le
corresponde cambiar el liderazgo y el personal del Departamento de Seguridad
Nacional y las agencias relacionadas con la inmigración, además de establecer un
sistema justo y eficaz. Políticamente, el proyecto enfrenta serias dificultades
porque para que se convierta en ley es necesario que ambas cámaras del Congreso
lo aprueben. Se requiere que en el Senado haya al menos 60 senadores que lo
apoyen y esto implica el voto favorable de 10 republicanos. Desde mi punto de
vista, es muy alentador que Estados Unidos siga el ejemplo de compasión y
eficiencia de Colombia en su plan para integrar a los inmigrantes venezolanos. Si lo
logran, ambos serán países más seguros, más fuertes, y más prósperos.

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