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Curso Práctico de INTELIGENCIA EMOCIONAL

Módulo 5 - Motivación

Lectura de Profundización

EL VOCABULARIO PARA EL ÉXITO DEFINITIVO


La mayoría de las creencias se forman con palabras, y también se las puede
transformar por medio de palabras.

¿Qué les parecen palabras como “impecable” o “integridad”, en comparación con


“bien hecho” y “honradez”. Las palabras “perseguir la excelencia” crean
indudablemente mayor intensidad que “tratar de hacer las cosas bien”.

Al cambiar su vocabulario habitual (las palabras que utiliza para describir las
emociones que experimenta en su vida) puede cambiar instantáneamente su
forma de pensar, de sentir y hasta de vivir.

El instructor Anthony Robbins escribió respecto al poder del lenguaje:

“La experiencia que indujo por primera vez esta comprensión me ocurrió hace
varios años, durante una reunión de negocios. Me encontraba con dos hombres,
uno que había sido ejecutivo de una de mis empresas, y un socio mutuo y buen
amigo; en plena reunión, recibimos un par de noticias bastante perturbadoras.
Alguien con quien estábamos negociando en esos momentos “intentaba
aprovecharse injustamente”, había violado la integridad de nuestro entendimiento,
y parecía habernos tomado la delantera. Eso me encolerizó y me perturbó, por
decir algo, ´pero, aunque me ví atrapado en la situación, no pude evitar el
observar cómo respondieron a la misma pregunta las dos personas con las que
me hallaba reunido.

“El ejecutivo se puso fuera de control, lleno de rabia y furia, mientras que mi socio
apenas pareció sentirse afectado por la situación. ¿Cómo es posible que los tres
hubiéramos recibido la misma información, que debiera habernos impactado por
igual (los tres nos jugábamos lo mismo en la negociación), y, sin embargo, cada
uno de nosotros hubiera reaccionado de una forma tan radicalmente diferente? En
honor a la verdad, debo decir que la intensidad de la respuesta de mi ejecutivo me
pareció desproporcionada con relación a lo ocurrido. Ese hombre siguió hablando
sobre lo “furioso” y “encolerizado” que se sentía, se le enrojeció el rostro y se le
hincharon visiblemente las venas de la frente y el cuello.
“Evidentemente, vinculaba actuar dejándose dirigir por la rabia con la eliminación
de dolor o la obtención de placer. Al preguntarle qué significaba para él sentirse
“encolerizado”, me contestó con los dientes apretados: “Si uno monta en cólera, se
hace más fuerte, y cuando se es más fuerte puede hacer que ocurran cosas, se le
puede dar la vuelta a cualquier cosa”. Consideraba la emoción de la cólera como
un recurso para salir de la experiencia de dolor y obtener una sensación de placer,
como si controlara realmente el asunto.

“El amigo que no se había enojado, que no se había puesto furioso contestó que
no valía la pena enojarse por eso. Le pregunté que significaba para él sentirse
enojado: Si uno se siente enojado, pierde el control.

“Eso es interesante- repliqué- ¿y qué ocurre si pierdes el control? Mi amigo me


contestó con naturalidad:
- Que el otro gana.
No podía haber soñado encontrar un mayor contraste: una persona vinculaba el
placer de tomar el control con el acto de encolerizarse, mientras que la otra
vinculaba el dolor de perder el control con la misma emoción. Evidentemente, sus
comportamientos reflejaban sus creencias respectivas.

“Necesitamos saber que todos podemos tener las mismas sensaciones, pero la
forma en que las organizamos (el molde o palabra que usamos para describirlas)
es lo que se convierte en nuestra experiencia. Más tarde descubrí que, al utilizar el
molde de mi amigo (las palabras “displicente” o “molesto”), era capaz de cambiar
instantáneamente la intensidad de mi experiencia, que se convirtió así en algo
más. Ésa es la esencia del vocabulario transformacional: las palabras que
adscribimos a nuestra experiencia se convierten en nuestra experiencia. Por lo
tanto, debemos elegir conscientemente las palabras que usamos para describir
nuestros estados emocionales, o sufrir un mayor dolor del que está realmente
justificado o es apropiado”.

Debemos darnos cuenta de que las palabras tienen, de hecho, un efecto


bioquímico.

Leo Buscaglia reifiró los descubrimientos de una investigación llevada a cabo por
una universidad oriental a finales de los años cincuenta. En ella se preguntó a la
gente: “¿Cómo definiría usted el comunismo?”. Un número asombroso de las
personas que respondieron se mostró incluso aterrorizada por el simple planteo de
la pregunta, pero no fueron muchas las que consiguieron definirlo; ¡lo único que
sabían decir es que se trataba de algo horroroso! Una mujer llegó incluso a decir:
“Bueno, no sé realmente qué significa eso, pero es mucho mejor que no haya
nada de eso en Washington”. Un hombre dijo que sabía todo lo que necesitaba
saber sobre los comunistas, y que lo que había que hacer era matarlos a todos.
Pero ni siquiera pudo explicar qué eran. No puede negarse el poder de las
etiquetas para crear sensaciones y emociones.
Al cambiar una sola palabra en una pregunta, podemos cambiar instantáneamente
la respuesta que obtendremos para a calidad de nuestras vidas.

¿Es posible que al cambiar el vocabulario habitual de otra persona se empiecen a


adoptar también sus pautas emocionales?. ¿No es eso especialmente cierto
cuando, además, se adoptan no sólo las palabras, sino también su volumen,
intensidad y tonalidad?

USAR EL VOCABULARIO TRANSFORMADOR


PARA AYUDAR A OTROS
Un buen ejemplo de la transformación que es posible alcanzar cuando se cambia
una sola palabra es lo que sucedió hace varios años en el PIE, el servicio de
transportes a escala nacional (en los EE.UU.). Sus ejecutivos descubrieron que el
60% de todos sus contratos de transporte eran erróneos, y que eso les estaba
costando más de un cuarto de millón de dólares al año. Se contrató al doctor W.
Edwards Deming para descubrir la causa. Él hizo un estudio intensivo y descubrió
que el 56% de estos errores se basaba en una mala identificación de los
contenedores por parte de los propios trabajadores de la empresa. Siguiendo las
recomendaciones del doctor Deming, los ejecutivos de PIE decidieron encontrar
una forma de cambiar el nivel de compromiso de la empresa con la calidad, y que
la mejor forma de hacerlo sería cambiar como se veían a sí mismos los propios
trabajadores. En lugar de obreros o camioneros, empezaron a referirse a sí
mismos como artesanos.

Al principio eso extrañó a la gente; al fin y al cabo ¿qué diferencia podía haber en
un cambio de nombre? No habían cambiado absolutamente nada más ¿verdad?
Pero, como resultado del uso regular de la palabra, los trabajadores no tardaron
en empezar a considerarse como verdaderos “artesanos”, y en menos de treinta
días la PIE disminuyó su 60% de entregas erróneas a menos del 10%, ahorrando
así a la compañía cerca de un cuarto de millón de dólares al año.

Eso ilustra una verdad fundamental: las palabras que usamos como cultura
empresarial y como individuos tienen un profundo efecto sobre nuestra
experiencia de la realidad.

La mayoría de las profesiones tienen una cierta serie de palabras que utiliza para
describir su trabajo y las cosas particulares a éste. Muchas personas del mundo
del espectáculo, por ejemplo, experimentan una tensión en el estómago antes de
salir al escenario. Su respiración cambia, se les acelera, el pulso y empiezan a
transpirar. Algunos consideran que eso forma parte natural de la preparación para
la actuación, mientras que otros lo ven como una prueba de que fracasarán. Esas
sensaciones, que Carly Simon denominó “el sobresalto del escenario”, le
impidieron actuar en directo durante años. Bruce Springsteen, por otra parte,
experimenta la misma clase de tensión en el estómago, pero con la diferencia de
que él etiqueta estas sensaciones como “excitación”. Sabe que está a punto de
tener una experiencia increíblemente poderosa en la que va a entretener a miles
de personas y lograr que les encante. Apenas si puede esperar a salir al
escenario. Para Bruce Sprinsteen, la tensión en el estómago es una aliado; para
Carly Simon es un enemigo.

Use el mismo sistema de contactar con tres amigos para asegurarse de que utiliza
estas tres nuevas palabras, poderosas y positivas, y se divierte de hacerlo.

¿Se da cuenta de cómo esto podría mejorar también sus interacciones en el


hogar? ¿Cómo se comunica habitualmente con sus hijos? A menudo, ni siquiera
nos damos cuenta del poder que tienen nuestras palabras sobre ellos. Los niños,
al igual que los adultos, tienden a tomarse las cosas personalmente, y
necesitamos sensibilizarnos en cuanto a las posibles ramificaciones de
observaciones hechas sin pensar. En lugar de espetar continuamente y con
impaciencia “¡Eres un estúpido!”, o “¡Eres tan torpe!” (una pauta que, en algunos
casos, puede socavar poderosamente el sentido del valor así como: “Empiezo a
sentirme un poco displicente con tu comportamiento; ven aquí y hablemos sobre
esto”. De este modo, no sólo rompe su pauta, lo que permite a ambos acceder a
un mejor estado para comunicar de forma inteligente sus sentimientos y deseos,
sino que también envía al niño el mensaje de que el desafío no tiene que ver con
él como persona, sino con su comportamiento, algo que puede cambiarse. Eso
ayuda a construir lo que podríamos llamar “el puente de la realidad”, los cimientos
para una comunicación más poderosa y positiva entre dos personas, y puede
ejercer un impacto mayor y más positivo sobre sus hijos.

Debemos tener mucho cuidado a la hora de aceptar las etiquetas que nos pongan
los demás porque, una vez que le ponemos una etiqueta a algo, creamos una
emoción correspondiente. En nada se expresa eso mejor que en las
enfermedades. Todo lo que se puede estudiar en el campo de
psiconeuroinmunología refuerza la idea de que las palabras que usamos producen
poderosos efectos bioquímicos. En una de sus últimas entrevistas, Norman
Cousins habló del trabajo que había llevado a cabo en los doce últimos años con
más de 2.000 pacientes. De vez en cuando, observaba que, en el momento en
que un paciente era diagnosticado (es decir, se le ponía una etiqueta a sus
síntomas), éste empeoraba. Etiquetas como “cáncer”, “esclerosis múltiple” o
“enfermedad coronaria” tendían a producir pánico en los pacientes,
conduciéndoles a la impotencia y la depresión, lo que dificultaba, de hecho, la
efectividad del sistema inmunológico el cuerpo.

A la inversa, los estudios han demostrado, que si los pacientes pudieran verse
liberados de la depresión producida por ciertas etiquetas, en sus sistemas
inmunológicos se produciría automáticamente un estímulo correspondiente. “Las
palabras pueden provocar la enfermedad, pueden incluso matar. En
consecuencia, los médicos sabios tienen mucho cuidado en la forma en que se
comunican.
EL PODER DE LAS METÁFORAS
Hay muchas cosas que sirven como símbolos: imágenes, sonidos, objetos,
acciones y, desde luego, palabras. Si las palabras son simbólicas, entonces las
metáforas son símbolos intensificados.
¿Qué es una metáfora? Cuando explicamos o comunicamos un concepto
comparándolo con algo más, estamos utilizando una metáfora. Es posible que
esas dos cosas tengan en realidad muy poca semejanza entre sí, pero nuestra
familiaridad con una de ellas nos permite comprender mejor la ora. Las metáforas
son símbolos y, como tales, pueden crear intensidad emocional incluso con mayor
rapidez y de una forma más completa que las palabras que usamos
tradicionalmente. Las metáforas pueden transformarnos al instante.

Como seres humanos, pensamos y hablamos constantemente en metáforas. La


gente dice a menudo que se siente “entre la espada y la pared”, o “envuelta en la
oscuridad”, etc.

¿Cree que podría sentirse un poco más estimulado si, al pensar en la forma de
afrontar un desafío, en lugar de hacerlo en términos de “luchar por mantener la
cabeza fuera del agua” lo hiciera en términos de “subir la escalera que conduce al
éxito?” ‘Se sentiría diferente en cuanto a someterse a un examen si pensara en
términos de “pasarlo”, antes que de “debatirse” en él? ¿Cambiaría su percepción y
su experiencia si hablara de que el tiempo “se arrastra”, en lugar de decir que
“vuela?” ¡Puede apostar que sí!

Como todos sabemos, casi todo lo que hacemos se basa en el estado de ánimo
en que nos encontramos, que viene determinado a su vez por nuestra fisiología y
por la forma en que nos representamos las cosas en nuestras mentes.

Por ejemplo, si alguien le dice una y otra vez: “No piense en el color azul”, ¿en qué
color va a pensar? Evidentemente, en el azul. Y aquello en lo que piense será lo
que sienta.

LA VIDA ES UN JUEGO
Recuerde que todas las metáforas aportan beneficios en un contexto y
limitaciones en otras.

“La vida es como pintar un cuadro, no como hacer una suma.”


Oliver Wendell Holmes, Jr.

QUE LA PALABRA SE CORRESPONDA CON LOS HECHOS


Una de las metáforas globales más capacitadoras que puede ayudarnos en los
momentos difíciles es una historia compartida por muchos oradores en el tema del
desarrollo personal. Se trata de la sencilla historia de un picapedrero. ¿Cómo
puede un picapedrero abrir un gigantesco canto rodado? Empieza por utilizar un
enorme martillo con el que golpea la roca granítica con toda la fuerza que puede.
La primera vez que la golpea no le hace ni una muesca, no le arranca ni un trocito,
nada. Retira el martillo y vuelve a golpear una y otra vez, 100, 200, 300 veces, sin
producir una sola grieta.
Después de tanto esfuerzo, la roca no muestra ni la más ligera grieta, pero él
sigue golpeándola. A veces, pasa gente a su lado y se ríe de su persistencia
cuando es evidente que sus acciones no están teniendo el menor efecto: Pero un
picapedrero es muy inteligente. Sabe que, por el hecho de no ver resultados
inmediatos de las acciones que realiza, eso no quiere decir que no esté haciendo
ningún progreso. Continúa golpeando la roca en diferentes puntos, una y otra vez,
y en algún momento, quizá cuando lleve 500 o 700 golpes, o en el que hace
1.004, la piedra no sólo se astilla, sino que literalmente se abre por la mitad. ¿Ha
sido ese único y último golpe el que ha abierto la piedra? Desde luego que no. Ha
sido la presión constante y continua que ha aplicado al desafío al que se
enfrentaba.

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