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MEDICINA VETERINARIA Y TERAPIA NEURAL

Jorge Kaczewer

Prólogo para el libro “Bases para la Terapia Neural en Caninos y Felinos” del
Dr. Roberto. A. Castro, publicado por Editorial Dunken en 2011, en Buenos
Aires, Argentina

Llevaba horas buscando infructuosamente por las farmacias y ortopedias de


la ciudad de General Madariaga agujas de punción lumbar para hacer unos
troncales en Pinamar al día siguiente, cuando me llamó la atención la
marquesina de una vieja casona. Un veterinario que se publicita como “Médico
de Animales”, pensé, seguramente me dará una mano. Pero me equivoqué.
Porque las agujas que el Dr. Roberto Castro me regaló esa noche a fines del
2003 fueron la excusa para mucho más. Para conocernos, para entablar una
entrañable amistad y hoy seguir disfrutando de acompañarnos en el viaje de
vida que es la Terapia Neural.

Roberto es un ser humano cálido, sensible y sumamente inteligente que vive


con su esposa María del Carmen, sus tres hijos varones y varios perros y gatos
rescatados del abandono en las afueras de una ciudad de tradición rural
gaucha agonizante desde que el monocultivo de soja y maíz transgénicos
destruyese la pequeña y mediana agricultura argentina. Mary ya me conocía
por haber asistido meses antes a una conferencia sobre los peligros de los
alimentos transgénicos que di en Mar del Plata. Allí estaba ella como
representante de la ONG que fundaron con Roberto, Asociación San Francisco
de Asís, y que expresa dos décadas de compromiso de esta pareja con el
tema medioambiental (www.ambientemadariaga.com.ar).

Siendo yo también un apasionado buscador de mejores interrogantes


respecto de nuestra concepción de la vida, el proceso salud / enfermedad y la
ecología, nuestras afinidades forjaron una inevitable hermandad. Porque
Roberto no sólo fue parte del primer curso de TN que dictamos en 2004 en la
Universidad Maimónides. También fue de ese grupo el único participante
motivado por el trabajo de investigación conjunto sobre cristales líquidos que
propuse como final de curso. Compartimos durante los siguientes tres años
largas tardes de domingo estudiando además del ciber diálogo semanal
intercalado entre pacientes para co-crear “Organismo Cristalino-Líquido y
Terapia Neural: Hacia una Termodinámica de la Complejidad Organizada”, un
ensayo de divulgación científica que expuse en nombre de ambos en Bogotá,
Colombia, en septiembre de 2007, en el Primer Encuentro Colombiano de
Terapia Neural, Odontología Neurofocal y Pensamiento Complejo y cuyo
contenido es parte fundamental de este libro. Mientras tanto y hasta el presente
Roberto viajó a Buenos Aires para compartir su enseñanza / aprendizaje en
todos los siguientes cursos que dictamos desde 2005 en el Instituto Argentino
de Terapia Neural y Medicina Integral (www.neuralterapia.net).

Como neuralterapeutas de animales o personas, enfrentamos los mismos


dilemas. Intentamos curar en el contexto de un complejo médico tecnológico-
industrial todavía “adicto” a una visión mecanicista de la vida y la enfermedad.
Sobrevivimos al bombardeo de seductoras ofertas con las que los laboratorios
farmacológicos nos premiarían si hubiésemos vendido sus productos en
nuestros “mostradores”. Los padecimientos de nuestros pacientes confirman la
falsedad con que la ciencia médica prometió en la década del 60’ erradicar la
mayoría de enfermedades hacia finales del milenio. Medio siglo después, de la
ilusión de una vida “científicamente” realzada, libre de enfermedades
cardiovasculares, cáncer, artritis, diabetes y accidentes cerebrovasculares, solo
queda el recuerdo del eslogan de la campaña, “Salud para Todos en el año
2000”. Y a pesar de que los medios masivos de comunicación continúan
festejando los avances en medicina molecular, genética y nanotecnológica,
ninguna de estas graves enfermedades ha sido “conquistada” durante los
últimos treinta años. Es más, hoy estamos sumidos en una nueva epidemia
conformada por docenas de padecimientos anteriormente muy infrecuentes o
inexistentes que eluden la capacidad curativa de la medicina tecnológica. Entre
estos, los dos más obvios son la obesidad y la enfermedad autoinmune. La
prevalencia de muchos de los diagnósticos incluidos en la autoinmunidad es
mucho mayor que la de una generación atrás, por varios órdenes de magnitud
en algunos casos.

Una enfermedad autoinmune surge a partir de una confusión de lo “propio”


con lo “otro”. En la esclerosis múltiple, por ejemplo, el sistema inmunitario
monta un ataque contra las vainas de mielina tal como si estas fuesen tejido
foráneo. A un nivel colectivo, encarnamos una confusión análoga cada vez que
tratamos a la naturaleza como a un oponente. Nuestras tecnologías, tanto las
materiales como las sociales o las personales, son usualmente las tecnologías
del control. En nuestras ortodoxias médica y veterinaria esto es la norma:
antibióticos de ultimísima generación para controlar a bacterias multi-
resistentes, estatinas para mantener a raya el colesterol y altas dosis de
corticoides para hacer algo cuando es imposible controlar nada. Absurdamente,
la tendencia persiste en muchos colegas que se pasaron de “bando” y
sostienen un discurso holístico / alternativo pero siguen obstinados en luchar
contra el proceso de envejecimiento con un arsenal de fitoestrógenos,
suplementos naturales y megadosis de oligoelementos y vitaminas.

Sabemos que el exceso de yang conduce al surgimiento del yin. Habiendo


conquistado el ambiente externo, nuevas plagas asolan al interno, y su origen
radica en gran parte en las mismas tecnologías que usamos para “vencer” a la
naturaleza. Mientras la ortodoxia alopática continúa asociando la limpieza, la
esterilidad y el aislamiento del mundo de los “gérmenes” con la salud, y
celebrando que la guerra contra la patología infecciosa fue ganada mediante la
sanidad, las vacunas y los antibióticos, ahora enfrentamos un alarmante
aumento de la resistencia a antibióticos en cada vez más bacterias. Y a la
enorme incidencia actual de enfermedades autoinmunes tales como
enfermedad de Crohn, espondilitis anquilosante, lupus, artritis reumatoide,
enfermedad celíaca, enfermedad de Addison, diabetes tipo 1, enfermedad de
Graves, endometriosis, algunas hepatitis, esclerosis múltiple, etc., contribuyen
el exceso de pesticidas, herbicidas, metales pesados, aditivos alimentarios,
química de limpieza y cosmética hogareñas y la polución industrial –siendo
todos estos nuevamente, agentes o subproductos de nuestra aparentemente
exitosa victoria sobre la naturaleza.
Obviamente, la medicina convencional sigue sin reconocer como causas a la
mayoría de piezas del “rompecabezas” autoinmune: disrrupción de la ecología
corporal, desequilibrio inmunitario Th-1 / Th-2, mercurio y aluminio, dioxinas y
PCBs, infección por micoplasma, candidiasis, pesticidas, deficiencia de
glutatión, daños por exceso de radicales libres, estrés crónico, sacarosa y
grasas trans, excesivo consumo dietario de aceites poliinsaturados,
excitotoxinas como el glutamato monosódico y el aspartamo, disrruptores
endocrinos, etc. En síntesis, las causas de la patología crónico-degenerativa de
nuestros pacientes yacen en las dietas industrializadas, la agricultura
industrializada, la medicina industrializada y los estilos de vida industrializados.
Irónicamente, para paliar temporalmente la sintomatología autoinmune luego
de infructuosos y carísimos tratamientos, la oferta final de la medicina alopática
es la supresión del sistema inmunitario mediante dosis masivas de corticoides.
O sea, el intento de enfrentar las consecuencias del control excesivo a través
del ejercicio de un control todavía mayor. No debería sorprendernos que una
intensificación de los métodos y concepciones subyacentes a estas nuevas
epidemias terminen trayendo aún más de lo mismo.

Esta relación de adversarios de la humanidad con la naturaleza también se


evidencia interiormente como la Guerra contra el Ser. La auto-inmunidad es
sólo un aspecto de esta guerra esencialmente psicológica. Es que los
correlatos psíquicos de la auto-inmunidad somática son el auto-aborrecimiento,
la autocensura y el auto-rechazo. Y ciertamente nuestras mascotas también
sufren el impacto de esta plaga humana, en virtud de su sensibilidad casi
telepática.

Mientras que la medicina alopática es casi impotente frente a las


enfermedades autoinmunes como asimismo ante el amplísimo espectro de
patología crónico-degenerativa, practicantes alternativos han obtenido un éxito
dramático en frenarlas y revertirlas. Ninguno de ellos utiliza el enfoque
alopático de forzar al cuerpo a cesar de hacer algo, como si el cuerpo estuviese
actuando erróneamente. En lugar de ello, de un modo u otro, ellos buscan
reconectar al paciente con algunas de las partes perdidas de su verdadera
esencia conectada. Esto es medicina realmente holística, arte de curar. La
sanación viene a través de la reconexión. Esta puede consistir en la
restauración de la ecología corporal dañada a través de suplementos
probióticos y alimentos fermentados vivos. Puede ser la reconexión con la
naturaleza mediante plantas medicinales o alimentos integrales orgánicos que
nos vuelven a relacionar con las otras formas de vida que se necesitan para
restablecer la integridad. Y, claramente, no sólo es la reconexión que la Terapia
Neural provoca con partes aisladas de nuestro propio ser ayudando con
impulsos procaínicos a que el organismo “tramite” sus viejas irritaciones, los
clásicos “campos interferentes” cuya existencia ni siquiera es reconocida por la
ciencia de la separación. También es la Terapia Neural transformando nuestras
relaciones con otra gente, otras especies y la naturaleza, porque nosotros
“SOMOS” otra gente, otras especies y naturaleza.

Sandra Payan describe bellamente esta transformación en su trabajo La


Terapia Neural: Cómplice y Gestora de Encuentros para la Vida: “... no me
refiero a la Terapia Neural como si estuviera por fuera de mí, así como no
están por fuera de mí los otros, el Universo ni la vida misma. Todo está en mí,
no solamente por interacción o interdependencia, si no esencialmente porque
en este mundo de complejidad vital, todos “intersomos”, es decir, que no sólo
nuestro hacer afecta el entorno, y al revés, sino que nuestro ser, pertenece al
ser de los demás; somos para, con y en los demás, y al revés. La relación
entre todos y de todos con el Universo se da en el “interser”, por eso es que al
encontrarnos con nosotros mismos, ocurre el milagro del encuentro con los
otros y con el Universo”. Cotidianamente en mi “asombródromo” (así llamo a mi
consultorio), soy testigo de las formas asombrosas en que los pacientes
reconectan con el Todo, “interson” un poquito más o a pasos agigantados. Hoy
veo a la Terapia Neural como una verdadera “medicina de la reconexión”.

Pero todo neuralterapeuta inevitablemente también enfrenta un dilema


filosófico y epistemológico. En un mundo manejado por una ciencia de
“partólogos” (especialistas en la parte), hacer Terapia Neural, ya sea con seres
humanos o animales, nos incita a actuar como “todólogos”, y nos compromete
con la tarea de denunciar la obsolescencia del paradigma mecanicista que
surgió a comienzos del siglo 19, impulsado por la revolución industrial. Un
paradigma todavía dominante que ve al mundo como una máquina que puede
ser desarmada, analizada, controlada y reabastecida para servir a cada deseo
y capricho de un complejo científico-tecnológico-industrial deseoso de convertir
nuestra biosfera en una “industriósfera”. Algo que, en plena crisis planetaria en
relación con el calentamiento global, demuestra el absurdo de seguir creyendo
que nuestra vida, es decir, la de humanos, animales y demás organismos
vivientes, depende justamente de la ciencia que generó los mismos problemas
que pretende solucionar. De una “mala” ciencia que, sin embargo, maneja
nuestra economía, nuestras industrias y está detrás de nuestras instituciones
políticas, sociales y educativas.

Lógicamente, el incesante avance tecnológico nos incita a creer que


cumplimos con la predicción de Descartes de que la ciencia algún día nos
convertiría en los amos y señores de la naturaleza. Pero hoy en día, el
espejismo de un futuro otrora tan bien caricaturizado en los dibujos animados
televisivos de “Los Supersónicos”, en el cual el destino humano es trascender
la naturaleza y vivir en un medioambiente totalmente artificial, comienza a
desvanecerse frente a la constatación científica de la interdependencia de toda
la vida, la humana incluida. Nuevas visiones de la vida y de la salud de
organismos y ecosistemas están emergiendo en todo el planeta, impulsadas
por el inagotable y heroico trabajo de los actores de una “buena” ciencia.

Al respecto, dice Erwin Laszlo, filósofo y teórico de la ciencia cuyo trabajo se


ha centrado en la teoría de los sistemas y en estudios sobre el futuro, en su
libro La Hipótesis de la Conectividad: Fundamentos de una Ciencia Integral de
lo Cuántico, el Cosmos, la Vida y la Conciencia (2003), “En la primera década
del siglo XXI las principales ramas de las ciencias empíricas enfrentan un
cambio de paradigma tan profundo como el que ocurrió a comienzos del siglo
XX, cuando la física clásica abrió camino a la relatividad y subsecuentemente a
la física cuántica. Este viraje paradigmático viene siendo catapultado por
numerosos hallazgos observacionales y experimentales que no son explicables
por las teorías y concepciones vigentes, o lo son únicamente merced a la
introducción de presunciones arbitrarias e hipótesis auxiliares. Frente a la
nueva evidencia, seguir manteniendo el paradigma dominante amenaza la
coherencia de la visión científica del mundo –justamente lo contrario de los
fenómenos que ahora los científicos están obligados a explicar. Porque los
hallazgos pertinentes hablan de formas y niveles de coherencia en la
naturaleza hasta ahora insospechadas. Este tipo de coherencia significa un
estado cuasi instantáneamente sincronizado, con conexiones no
convencionales entre las partes que conforman un sistema, y entre los
sistemas y su medioambiente. Semejantes conexiones parecen establecerse a
través de la totalidad de distancias y tiempos finitos, y sugieren que la “no-
localidad” descubierta en el dominio microscópico de lo cuántico podría
extenderse hacia los dominios macroscópicos de la vida, la mente y el
cosmos”.

Al referirse a estas anomalías paradigmáticas, Laszlo parece describir las


“milagrosas” curaciones que desde hace ochenta años la Terapia Neural viene
brindando a millones de pacientes, a seres humanos y animales por igual.
Durante los años en que fuimos vecinos, los amos de los pacientes casi
moribundos que Roberto “resucitaba” en su veterinaria terminaban visitando mi
consultorio tras hacerle la pregunta de rigor: Doctor, ¿no existe esto mismo
para seres humanos?. Y viceversa. Muchas veces los médicos alopáticos de
mis pacientes denostaron sus increíbles curaciones calificándolas como efecto
placebo. Pero tuvieron que retractarse tras ver que esta desconocida medicina
también surtía un inesperado efecto en animales. Sin embargo, la Terapia
Neural veterinaria es mucho más que la mera demostración de que sus
resultados en humanos no son placebo. Es la forma en que acompañamos a
nuestros animales desde una postura más humilde, menos antropocéntrica. Es,
por ende, reconocer activamente que lo que los humanos le hacemos a la
Naturaleza nos lo hacemos también a nosotros mismos.

Me alegra y honra muchísimo ser parte de este trabajo de Roberto. Porque


su revolucionario contenido esboza una abarcativa guía para empezar a
recorrer la nueva ciencia del organismo vinculada a la Terapia Neural. Y no
sólo para médicos de animales y de personas. Para tod@s aquell@s colegas
de todas las ciencias de la vida que se sientan hace tanto tiempo
desconectad@s en el mundo de la Máquina, este libro es una oportunidad de
volver a enamorarse de la vida y la medicina.

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