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* "The three waves of modernity", en Hilail Gildin (ed.) An introduction to political philoso-
phy: Ten essays by Leo Strauss, Detroit, Wayne State University Press, 1989, pp. 81-98.
Traducido al español por Luciano Nosetto y publicado con permiso de Nathan Tarcov, a
cargo del legado Leo Strauss.
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N. de la E.: la aclaración "la decadencia, o el crepúsculo" que hace Strauss remite a la
traducción de las diversas acepciones de la palabra alemana Untergang, utilizada por Spen-
gler en el título original.
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filosofía política es imposible: fue un sueño, tal vez un sueño noble, pero
un sueño al fin y al cabo. Así como existe un amplio acuerdo respecto de
este punto, las opiniones divergen respecto de la razón por la cual la
filosofía política estaba basada en un error fundamental. De acuerdo a
una visión muy extendida, todo conocimiento digno de llamarse tal es
conocimiento científico; pero el conocimiento científico no puede vali-
dar juicios de valor, está limitado a juicios de hecho. La filosofía política,
en cambio, presupone que los juicios de valor pueden ser racionalmente
validados. De acuerdo a una visión menos extendida pero más sofistica-
da, la separación predominante entre hechos y valores no es sostenible:
las categorías de la comprensión teórica implican, de alguna manera,
principios de evaluación. Pero esos principios de evaluación, junto con
las categorías de la comprensión, son históricamente variables; cambian
de una época a otra. Es, por lo tanto, imposible responder a la pregunta
sobre lo que está bien y lo que está mal o sobre el mejor orden social de
manera universalmente válida, de manera válida para todas las épocas
históricas, tal como lo requiere la filosofía política.
La crisis de la modernidad es, entonces, principalmente la crisis de la
filosofía política moderna. Esto puede parecer extraño: ¿por qué la crisis
de una cultura debería ser, principalmente, la crisis de una empresa
académica entre tantas otras? Pero la filosofía política no es esencialmen-
te una empresa académica: la mayoría de los grandes filósofos políticos
no eran profesores universitarios. Por sobre todo, tal como se admite
generalmente, la cultura moderna es, de manera enfática, racionalista,
creyente en el poder de la razón. Ciertamente, si una cultura tal pierde
su fe en la capacidad de la razón para validar sus objetivos más elevados,
dicha cultura se halla en crisis.
¿Cuál es, entonces, la peculiaridad de la modernidad? Según una
noción muy común, la modernidad es fe bíblica secularizada; la fe bíbli-
ca ultramundana se ha vuelto radicalmente mundana. Más sencillamen-
te: no esperar la vida en el cielo sino establecer el cielo en la tierra por
medios puramente humanos. Pero esto es exactamente lo que Platón dice
hacer en su República: producir el cese de todo mal en la tierra por me-
dios puramente humanos. Y por cierto, no puede decirse que Platón
haya secularizado la fe bíblica. Si se quiere hablar de la secularización de
la fe bíblica, se debe entonces ser algo más específico. Por ejemplo, se
asevera que el espíritu del capitalismo moderno es de origen puritano.
O, por dar otro ejemplo, Hobbes concibe al hombre en términos de una
polaridad fundamental entre el malvado orgullo y el saludable temor a la
muerte violenta; cualquiera puede ver que se trata de una versión secula-
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voluntad general que, en tanto tal, no puede errar –que, por el simple
hecho de ser, es lo que debe ser– mostró cómo puede superarse el abismo
entre el ser y el deber. Hablando en sentido estricto, Rousseau demostró
esto solo a condición de que se establezca la conexión entre su doctrina
de la voluntad general –su doctrina propiamente política– y su doctrina
del proceso histórico; y esta conexión fue obra de los grandes sucesores
de Rousseau –Kant y Hegel– más que de Rousseau mismo. De acuerdo a
esta visión, la sociedad racional o justa, la sociedad caracterizada por la
existencia de una voluntad general reconocida como voluntad general
(es decir, el ideal) es necesariamente actualizada por el proceso histórico
sin que los hombres se propongan actualizarla.
¿Por qué la voluntad general no puede errar? ¿Por qué la voluntad
general es necesariamente buena? La respuesta es: es buena porque es
racional, y es racional porque es general; emerge a través de la generaliza-
ción de la voluntad particular, de una voluntad que, en tanto particular,
no es buena. Lo que Rousseau tiene en mente es que, en una sociedad
republicana, es necesario que cada uno transforme sus deseos, sus de-
mandas hacia sus pares, haciéndolos aparecer en forma de leyes. Uno no
puede decir simplemente "no deseo pagar impuestos"; debe proponer
una ley que derogue los impuestos. Al transformar su deseo en una ley
eventual, uno descubre lo disparatado de su voluntad particular o pri-
mera. Es, entonces, la mera generalidad de una voluntad lo que atestigua
en favor de su bondad. No es necesario recurrir a ninguna consideración
sustantiva, a ninguna consideración respecto de lo que la naturaleza del
hombre o su perfección natural requieren. Este pensamiento –emblemá-
tico de su época– alcanzó su completa claridad en la doctrina moral de
Kant: es prueba suficiente de la bondad de una máxima que esta sea
susceptible de convertirse en un principio de legislación universal; la
mera forma de la racionalidad, es decir, la universalidad, atestigua en
favor de la bondad del contenido. Por lo tanto, las leyes morales, en tanto
leyes de la libertad, ya no son comprendidas como leyes naturales. Los
ideales morales y políticos son establecidos sin referencia alguna a la
naturaleza humana: el hombre es liberado radicalmente del tutelaje de la
naturaleza. Las argumentaciones en contra del ideal, sostenidas en la
naturaleza humana tal como es conocida por la indiscutible experiencia
de los años, carecen ya de importancia. Lo que se llama naturaleza hu-
mana es meramente el resultado del desarrollo humano hasta el presen-
te; se trata meramente del pasado del hombre, que no puede ofrecer guía
alguna para el futuro posible del hombre. La única guía respecto del
futuro, respecto de aquello que los hombres deben hacer o aquello a lo
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