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“Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito
de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde la alegría”.
Santa Teresa del Niño Jesús
El ser humano no sólo ha descubierto detrás de la perfección de los seres que le rodean y de sí
mismo la presencia de un ser supremo, sino que se ha preocupado además por entrar en contacto
con ese ser supremo y ganarse su favor. Los sacrificios, las ofrendas y los ruegos son manifestación
de ello. Dejando a un lado el tema de los sacrificios y de las ofrendas, dedicaremos estas líneas a
discurrir brevemente sobre la oración, no sin antes mencionar que ella está presente en todas las
religiones como un intento de diálogo con aquél que trasciende el campo de lo meramente
material.
La oración nos permite entrar en comunión con Dios y gozar de su presencia, afrontar las
dificultades de la vida con entereza y con fe, vivir los triunfos y las alegrías más profundas con
actitud agradecida, desgajar ante el Señor nuestros dolores y angustias, someter nuestros planes a
la voluntad de quien todo lo sabe, pedir y alcanzar el perdón de nuestras faltas, alcanzar a tocar el
absurdo de lo imposible, porque la oración es la debilidad de Dios.