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FAMILIA, CULTURA MATERIAL

Y FORMAS DE PODER
EN LA ESPAÑA MODERNA

III Encuentro de Jóvenes Investigadores en Historia Moderna.


Universidad de Valladolid 2 y 3 de julio del 2015

MÁXIMO GARCÍA FERNÁNDEZ (EDITOR)


III Encuentro de Jóvenes Investigadores en Historia Moderna

FAMILIA, CULTURA MATERIAL


Y FORMAS DE PODER
EN LA ESPAÑA MODERNA

Valladolid 2 y 3 de julio del 2015

MÁXIMO GARCÍA FERNÁNDEZ (EDITOR)


ISBN: 978-84-938044-6-6
© Los autores
© De esta edición Fundación Española de Historia Moderna, Madrid, 2016.
Editor: Máximo García Fernández.
Colaboradores: Francisco Fernández Izquierdo, Mª José López-Cózar Pita, Fundación
Española de Historia Moderna.
cchs_fehm@cchs.csic.es
Fotografía de cubierta: Biblioteca Histórica Santa Cruz, Universidad de Valladolid.
Entidades colaboradoras en la convocatoria y celebración del Encuentro:

2
Vida cotidiana de los jesuitas en las misiones de Filipinas
(S. XVI-XIX)

Daily life of Jesuits in Philippine Missions


(S. XVI-XIX)

María AGUILERA FERNÁNDEZ


Universidad Autónoma de Barcelona

Resumen:
La Compañía de Jesús laboró en Filipinas durante toda la etapa hispánica de las islas (S. XVI-
XIX), con una interrupción de casi un siglo fruto de la expulsión de los jesuitas de todos los
territorios de la monarquía hispánica. Poseemos crónicas y, sobre todo, profusos fondos
epistolares que escribieron jesuitas que residieron en el archipiélago que nos descubren
aspectos menos difundidos pero más personales, humanos y cotidianos de aquellos misioneros.
Mediante esta documentación, este artículo pretende trazar un retrato de la vida cotidiana de
los jesuitas en esa frontera geográfica y cultural que era la Filipinas colonial. Se incidirá en las
dificultades climáticas y geográficas, la escasez de comunicaciones y la desalentadora
diversidad étnica, cultural, lingüística y religiosa de los nativos filipinos, pero también en la
faceta más íntima y emocional de los religiosos, esto es, su soledad, sus miedos y la frustración
de sus expectativas evangélicas.
Palabras clave: Vida cotidiana, Jesuitas, Filipinas, Mindanao, Historia de la Iglesia, cartas.

Abstract:
The Society of Jesus worked in the Philippines during the whole Spanish phase on the islands
(from the 16th to the 19th century), with almost one century interruption as a result of the
expulsion of the Jesuits from all the territories of the Spanish monarchy. We have chronicles
and especially profuse epistolary funds wrote by Jesuits who lived in the archipelago that
reveal under-reported but more personal, human and everyday aspects of those missionaries.
With this documentation, this article aims to draw a portrait of the daily lives of the Jesuits in
that geographical and cultural frontier which was the colonial Philippines. It will focus on the
climate and the geographical constraints, the lack of communications and the discouraging
ethnic, cultural, linguistic and religious diversity of Philippine natives, but also in the most
intimate and emotional religious aspects, that is, their loneliness, their fears and the frustration
of their evangelical expectations.
Keywords: Daily life, Jesuits, Philippines, Mindanao, Church History, letters.

La Compañía de Jesús contribuyó desde sus inicios a la labor evangélica en las colonias
hispánicas de Ultramar. En el caso de Filipinas las tareas misionales no fueron
particularmente peligrosas, pues en general sus nativos resultaron ser pacíficos. Sin
embargo, tres singularidades convirtieron al archipiélago en un destino especialmente
difícil y fatigoso para los religiosos.
En primer lugar, Filipinas, por su fragmentación territorial y su situación
geográfica, era un lugar propicio para la diversidad étnica, cultural y lingüística, y
también para la dispersión poblacional. Esto dificultó enormemente la labor de las
órdenes religiosas, cuyo objetivo era no sólo evangelizar a los indígenas sino también

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adoctrinarles a nivel político y social para difundir así los fundamentos del nuevo
régimen hispánico. La escasa población española se concentraría en Manila y
alrededores, de modo que en el resto del territorio no hubo casi contacto entre cristianos
españoles y filipinos paganos, hecho que fue una de las formas de cristianización en
América. El proceso en Filipinas quedó, pues, limitado a la actuación misional, donde el
religioso ejercía de representante de la Corona1.
En segundo lugar, las más de siete mil islas que componen el archipiélago se
hallan en una zona enteramente tropical y su superficie es sumamente accidentada. Esto,
unido a la mencionada dispersión del hábitat que obligaba a los misioneros a realizar
largas y duras excursiones, perjudicó enormemente la vida cotidiana y la salud de los
religiosos.
Por último, durante toda la etapa hispánica existió una zona en gran medida
resistente al cristianismo y a la hispanización: la isla de Mindanao y su pequeño
archipiélago adyacente, Joló. Ese tercio sur del archipiélago, además de poseer una
superficie todavía más agreste y una mayor variedad étnica y lingüística, era el único
territorio de todo el imperio ultramarino hispánico donde estaba presente la religión
musulmana. A diferencia de la mayoría de indígenas paganos, los musulmanes se
mostraron abiertamente hostiles a la acción misionera. Además, practicaban la piratería
contra los nativos paganos de la isla y en ocasiones también del resto del archipiélago,
impidiendo la estabilidad de los pueblos que los misioneros iban fundando y
aumentando todavía más la dispersión poblacional. Mindanao era, pues, un territorio
conflictivo, inseguro y lejano a la capital, lo que progresivamente motivó su aislamiento
y terminó convirtiendo la isla en una región de frontera dentro del archipiélago 2. Pese a
las diversas campañas militares emprendidas, la Corona hispánica nunca logró hacerse
con su dominio total. Sin embargo, los jesuitas fueron capaces de establecer nuevas
misiones allí donde las expediciones militares fracasaron total o parcialmente,
demostrando, una vez más, su capacidad de adaptación a los territorios inhóspitos. En
Mindanao su actividad fue más misional que en el resto del archipiélago y, por tanto,
sus experiencias más extremas.
Poseemos numerosas crónicas de jesuitas que laboraron en Filipinas 3, así como
una profusa correspondencia de la orden conservada en los archivos de la Compañía en
Roma (Archivum Romanum Societatis Iesu [ARSI]) y Cataluña (Archivum Historicum
Societatis Iesu Cataloniae [AHSIC]). Son estas crónicas y, sobre todo, estos fondos
epistolares los que nos permiten descubrir aspectos menos difundidos pero más
personales, humanos, plurales y, en definitiva, realistas de la experiencia vital de
aquellos misioneros. Aunque el género epistolar ha sido largo tiempo infravalorado,
crecientes estudios están aplicando este tipo de análisis tanto en historia moderna como
contemporánea. Las cartas son una especie de testimonio oral de su época que nos
1
Pedro Borges Morán, “Paralelismos entre la evangelización americana y la filipina”, Boletín de historia
y antigüedades, vol. XCII, 828 (2005), pp. 144-145.
2
Sobre el Islam en Filipinas, consultar: José Montero y Vidal, Historia de la piratería malayo-
mahometana en Mindanao, Joló y Borneo, Madrid, Manuel Tello, 1888; Isaac Donoso Jiménez, El Islam
en Filipinas (siglos X-XIX), Universidad de Alicante, 2011.
3
Pedro Chirino, S.I., Relación de las islas Filipinas y de lo que en ellas han trabajado los PP. de la
Compañía de Jesús, (Roma, 1604) 2ª ed. Manila, D. Esteban Balbás, 1890; Francisco Combés, S.I.,
Historia de Mindanao y Joló, (1667) Madrid, ed. de W.E. Retana y Pablo Pastells, Minuesa de los Ríos,
1897; Francisco Colín, S.I., Labor evangélica de los obreros de la Compañía de Jesús en las islas
Filipina, (1663) 3 vol. Madrid, ed. de Pablo Pastells, Henrich y Compañía, 1900-1902; Pedro Murillo
Velarde, S.I., Historia de la Provincia de Filipinas de la Compañía de Jesús, Manila, 1749.

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VIDA COTIDIANA DE LOS JESUITAS EN LAS MISIONES …

transmiten sentimientos, costumbres, ideas y valores de un individuo o colectivo4. Se ha


señalado que este género tiene limitaciones, porque existe la posibilidad de que el autor
escriba condicionado por el destinatario de su carta, por el objetivo que persigue o bien
por su pertenencia a un ámbito público que limita su libertad de expresión5. Pero, en
realidad, estas limitaciones atañen a la mayoría de documentos. En definitiva, las cartas
nos permiten ir más allá del frío dato objetivo para hallar una realidad llena de matices
generada por el pensamiento y la sensibilidad de cada autor. La pretensión informadora
de los jesuitas hace que aporten datos y relaten sucesos con toda suerte de detalles, con
la emotividad añadida por la narración en primera persona. Mediante esta
documentación, pues, pretendemos trazar un retrato de la vida cotidiana de los jesuitas
en el peculiar marco colonial filipino.

1. Etapas jesuitas en las islas: 1581 – 1768 y 1859 - 1898


El primer grupo jesuita llegó a las islas en 1581 y tan sólo seis años después quedó
establecida definitivamente la Misión jesuita filipina, con sede permanente en Manila. A
partir de 1590 la Compañía inició su expansión más allá de la capital y también de la
isla norte, Luzón, llegando a las islas centrales del archipiélago, las Bisayas, donde
estableció misiones en Samar, Leyte y Bohol. Poco antes de alcanzar el siglo XVII se le
asignó también la evangelización de Mindanao, a donde llegaron en 1596 con la fallida
expedición militar de Esteban Rodríguez de Figueroa contra los musulmanes de Río
Grande. En el grupo viajaban el padre Juan del Campo y el hermano coadjutor Gaspar
Gómez. El mismo año llegaron al río Butuán los padres jesuitas Valerio de Ledesma y
Manuel Martínez con un hermano, pero lo abandonaron poco después. En 1628-1629 se
les dieron las misiones de la isla de Negros y de Dapitan. Pero la instalación firme de
los jesuitas en Mindanao data de 1635, cuando a instancias de la Compañía se levantó
una fortificación militar en Zamboanga para frenar los estragos de los musulmanes. El
padre jesuita Melchor de Vera se encargó de proyectar y dirigir la construcción. Desde
ese punto de protección y apoyo los jesuitas se extendieron por territorio musulmán: al
archipiélago de Joló y a lo largo de la costa suroeste de la isla. Alrededor de 1656 la
cifra de jesuitas en Filipinas era ya de 108, que evangelizaban y educaban en 83
pueblos6.
Sin embargo, en 1767 Carlos III decretó la expulsión de los jesuitas de todos los
territorios de la monarquía hispánica. La orden no llegó a Manila hasta mayo de 1768 y,
por problemas logísticos, no se hizo completamente efectiva hasta julio de 17697. En el

4
Algunos ejemplos son: Enrique Otte, Cartas privadas de emigrantes a Indias. 1540-1616, Sevilla,
Escuela de Estudios Hispano Americanos de Sevilla, 1988; José Luis Martínez, El mundo privado de los
emigrantes en Indias, México, Fondo de Cultura Económica, 1992; Mª Dolores Pérez Murillo, Cartas de
emigrantes escritas desde Cuba. Estudio de las mentalidades y valores en el siglo XIX, Sevilla,
Aconcagua Libros, 1999.
5
Werner Stangl, “Consideraciones metodológicas acerca de las cartas privadas de emigrantes españoles
desde América, 1492-1824. El caso de las ‘cartas llamada’”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, 47
(2010), pp. 11-36.
6
Miguel Saderra Masó, S.I., Misiones jesuíticas de Filipinas, 1581-1768 y 1859-1924, Manila,
Universidad de Santo Tomás, 1924, pp. 11-16; Begoña Cava Mesa, “Misión de los padres jesuitas en el
siglo XIX filipino. Memoria histórica del regreso a Mindanao y acción socio-misional”, en Mª Dolores
Elizalde, Josep Mª Fradera y Luis Alonso (eds.), Imperios y naciones en el Pacífico. Vol. I. La formación
de una colonia: Filipinas, Madrid, CSIC, 2001, pp. 621.
7
Sobre la expulsión de los jesuitas de Filipinas, consultar: Marta Mª Manchado López, Tiempos de
turbación y mudanza: la Iglesia en Filipinas tras la expulsión de los jesuitas, Universidad de Córdoba,

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momento de la expulsión, los jesuitas administraban parroquias en las provincias de


Tondo y Cavite (Luzón) y en las islas de Mindoro, Cebú, Samar, Leyte, Bohol, Panay,
Negros y, sobre todo, Mindanao 8 . Según el jesuita Pablo Pastells la ausencia de la
Compañía en Mindanao entre 1769 y 1859 explica la enorme dificultad de reducción de
los naturales durante el siglo XIX 9 . En todo caso, para evitar dañar el bienestar
espiritual de los filipinos, las vacantes fueron reasignadas a los franciscanos, los
recoletos y otras órdenes religiosas, a excepción de las parroquias de Manila y
alrededores, que se cedieron a los seculares 10. Esto se tradujo en una sobrecarga de
trabajo para el resto de religiosos, que en ocasiones renunciaron a algunas misiones o
vieron alteradas su actividad y sus prioridades misionales11.
En 1852 Isabel II autorizó el regreso de los jesuitas a Filipinas y les encargó el
cuidado de las misiones de Mindanao y Joló12. Se les entregó Dapitan, Misamis oriental,
Surigao, Bislig, Zamboanga, Basilán, Joló, Cotabato y Dávao. Además, se les designó
como colegio de Ultramar para las Misiones en Filipinas. La primera expedición partió
a Manila en 1859. Desde finales del siglo XVIII se había dado una considerable
disminución de religiosos motivada tanto por la Europa revolucionaria como por la
tensión entre el clero regular y secular en las islas. En consecuencia, el nivel de
cristianización en Filipinas había disminuido. A ello también había contribuido el clima
liberal, anticatólico y anticlerical de la España decimonónica. Además, a mitad de siglo
la población filipina había crecido considerablemente, desbordando todavía más a los
misioneros. En Mindanao existía población nativa que jamás había sido evangelizada13.

2. Vida misional de los jesuitas en Filipinas


Sin duda, el gran problema que tuvieron que afrontar los misioneros en Filipinas fue la
gran dispersión poblacional, hecho que fue una constante durante toda la etapa hispana.
De ahí su interés por concentrar a los habitantes en nuevas poblaciones grandes y
consolidadas, cosa que nunca se logró del todo, como ocurrió en muchas zonas de
América. La agreste geografía filipina, las escasas comunicaciones, el reducido número
de religiosos y la reticencia de los indígenas a vivir de forma sedentaria hicieron
fracasar el proyecto. Por ello, a la práctica los misioneros tenían a su cargo tanto a los

Muñoz Moya, 2002; Santiago Lorenzo García, La expulsión de los jesuitas de Filipinas, Publicaciones de
la Universidad de Alicante, 1999.
8
M. Mª Manchado López, Tiempos de turbación y mudanza…, p. 41.
9
Pablo Pastells, S.I., “Informe sobre la isla de Mindanao presentado al Excmo. Sr. Gobernador General
de las Islas Filipinas D. Valeriano Wyler por el Superior de la Misión de la Compañía de Jesús P. Pablo
Pastells” (1888) en Ídem, Misión de la Compañía de Jesús de Filipinas en el siglo XIX, Barcelona, ed.
Barcelonesa, 1917, vol. 3, p. 481.
10
Lucio Gutiérrez, Historia de la Iglesia en Filipinas, 1565-1900, Madrid, Mapfre, 1992, p. 56.
11
M. Mª Manchado López, Tiempos de turbación y mudanza…, p. 48.
12
Sobre las diversas supresiones y restauraciones efímeras de la Compañía de Jesús durante el siglo XIX,
ver: Teófanes Egido (coord.), Javier Burrieza y Manuel Revuelta, Los jesuitas en España y en el mundo
hispánico, Madrid, Marcial Pons, 2004. Acerca del regreso de los jesuitas a Mindanao y el estado de sus
misiones, consultar: Pascual Barrado, S.I., “Relación histórica y estado de las Misiones de la Compañía
de Jesús en Filipinas”, AHSIC, FILHIS 0010; José Fernández Cuevas, S.I., “Relación de un viaje de
exploración a Mindanao (1860)”, Cartas de los PP. de la Compañía de Jesús de la Misión de Filipinas,
Manila, Chofré y Comp., 1889, vol. 8, pp. 5-61.
13
Pablo Pastells, S.I.,“Estado de la población cristiana en Mindanao e islas adyacentes” y “Resumen”
(1892), en Cartas de los PP..., Manila, M. Pérez hijo, 1891, vol. 9, pp. 667-679; Lucio Gutiérrez,
Historia de la Iglesia.., p. 275.

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VIDA COTIDIANA DE LOS JESUITAS EN LAS MISIONES …

habitantes de un pueblo como a todos aquellos que vivían en los alrededores 14. En una
época tan tardía como 1895, el padre Esteban Yepes todavía decía: “Yo… uno solo, y
ellos… muchos”15.
Ya desde sus inicios, el despliegue de la Compañía de Jesús por todo el
archipiélago en pos de los diseminados nativos no satisfizo a todos los jesuitas. Muchos
criticaron que se hubieran aceptado demasiadas misiones y que, en consecuencia, los
misioneros estuvieran demasiado dispersos, solos y aislados. En 1599 el padre Pedro
Chirino consideraba que la práctica misional que se estaba implantando era contraria al
instituto de la Compañía y que provocaba graves dificultades a los misioneros16. A raíz
de este tipo de apreciaciones el padre visitador Diego García redistribuyó a los
misioneros de la Compañía, disponiendo que existieran unas pocas poblaciones
centrales con al menos seis individuos en cada una y que equipos de dos jesuitas
partieran de esos núcleos para evangelizar las poblaciones circundantes, donde estarían
varios días, para luego regresar a las poblaciones centrales, de donde partiría entonces
otra pareja de religiosos. Cuatro veces al año los misioneros de cada zona debían
reunirse en la cabecera para realizar el retiro anual y la renovación de votos y también
para intercambiar impresiones sobre el estado de la misión y la efectividad de su
metodología 17 . De este modo se pretendía, por un lado, mejorar la calidad de la
evangelización y aumentar el número de nativos cristianizados, y por otro lado,
potenciar la vida comunitaria de los misioneros, pese a su reducido número. Según el
propio padre visitador, así se evitaría que los jesuitas vivieran:

“con mucho desconsuelo, sin poderse confesar el padre en mucho tiempo ni comunicar sus
dudas; no podía haber orden ni observancia de religión en penitencias, ejercicios, humildes
pláticas, etc. Por ser tantos puestos era fuerza el poner por superiores a los que no tienen
[capacidad] para esto. Estaban expuestos a peligros y riesgos de alma y buen nombre de la
Compañía, y forzados a ir a veces por los pueblos sin compañero, como se hacía, que es de no
18
pequeño inconveniente, particularmente en estas tierras” .

Sin embargo, pronto se advirtió que los cambios establecidos no solucionaban el


problema. Ya en 1601 el padre Melchor Cano señaló que el sistema implantado sólo
lograba que los misioneros se juntaran unos pocos días cada vez, por lo que resultaba
imposible llevar a cabo una vida comunitaria y espiritual como tal. Asimismo, se
observó que las visitas a los pueblos cercanos eran cortas, demasiado espaciadas y, en
definitiva, insuficientes para lograr un correcto adoctrinamiento de los indígenas que
residían en las localidades circundantes 19 . Finalmente, hubo voces que alertaron del
daño espiritual y corporal que sufrían los jesuitas debido sobre todo a la vida casi
nómada que debían llevar. En 1612 el padre Pedro Martínez escribía: “(…) este modo
de doctrinar andando en perpetuo movimiento, estando ocho día en un pueblo y luego
14
Luis Ángel Sánchez Gómez, “Estructura de los pueblos de indios en Filipinas durante la etapa
española”, en Florentino Rodao García (ed.), España y el Pacífico, Madrid, Agencia Española de
Cooperación Internacional, 1890, p. 84.
15
P. Esteban Yepes, “Carta al PS. Juan Ricart”, Taganaán, 2 septiembre 1895, AHSIC, CF 5/4/42.
16
P. Pedro Chirino, “Carta a Claudio Acquaviva”, 5 junio 1599, ARSI, Phillip. 09, ff. 354-355.
17
Eduardo Descalzo Yuste, “Vida cotidiana en las misiones de la Compañía de Jesús de Filipinas en la
época moderna”, comunicación presentada en el Seminario Internacional Formas de (in)tolerancias.
Inquisición y vida cotidiana en el Mundo Hispánico, Universidad de Córdoba, 18-19 noviembre 2013.
18
P. Diego García, “Carta a Claudio Acquaviva”, 8 junio 1600, ARSI, Phillip. 10, ff. 5-14. En relación a
esto, ver: Francisco Colín, S.I., Labor evangélica de los obreros…, vol. II, pp. 211 y 302-303.
19
E. Descalzo Yuste, “Vida cotidiana en las misiones…”.

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embarcarse y navegar a otro, o caminar por tierra, ha de acabar la salud y vida de los
padres” 20.
A la vida nómada se añadían las dificultades geográficas. Múltiples percances
podían sobrevenirle al misionero en su tránsito por aquellas tierras accidentadas y con
caminos a menudo impracticables 21 . Además, eran frecuentes las fiebres, las
insolaciones y los resfriados producto de las inclemencias del clima tropical. La
temporada de lluvias duraba seis meses al año y, además de limitar la navegación, ya de
por sí tumultuosa, y de sitiar a los misioneros en sus poblaciones, en ocasiones
desbordaba los ríos, que inundaban los pueblos durante días o incluso los destruían. Los
desastres naturales también eran habituales. Los baguios (huracanes) podían ser
devastadores. En 1895 el padre Manuel Vallés contaba, temeroso: “(…) estoy alegre,
pero la imaginación se me alborota cuando el mar se alborota algo y hace ruido.
Empecé a sentir este miedo cuando oí referir el vaguio (sic) que hace 23 años hizo
destrozos en este pueblo y sobre todo en los edificios contiguos al mar”22. Además, eran
frecuentes los terremotos. El padre Victoriano Bitrián narraba uno en 1897:

“Estábamos en recreo sentados, y como tenía la convicción de que no había temblores grandes
me quedé sentado en la silla cuando los demás huyeron, pero pronto salí de mi engaño, pues vi
saltar en un momento todos los cuadros del corredor y venírseme casi encima los tabiques que
se abrían por todos lados. Cogí la puerta inmediata y, asido a los dos lados del marco, pude
sostenerme en pie, presenciando la destrucción del Convento. A las primeras sacudidas se fue a
la calle enterita toda la fachada del Convento. Bajé a la huerta para juntarme con los demás,
que no sé cómo pudieron llegar con tan violentas sacudidas. Una nube de polvo se levantaba a
23
nuestro alrededor, sin poder apreciar al momento lo que había pasado” .

Episodios como este sumían a los jesuitas en un estado de perpetua inquietud. El padre
Bitrián contaba: “Si por miedo a los temblores hubiese V.R. de cambiar personal de
aquí, habría que hacerlo casi con la mitad de la Residencia”, pues “tenemos aquí al P.
Ribas, a quien produce cada temblor dolores de cabeza y de estómago; en Ayala al P.
Carreras, quien no se atreve a dormir en su aposento y pasa desvelado la noche en que
percibe temblor; en Tetuán al H. Montañá, a quien el temblor llena de azoramiento” 24.
Sin embargo, pese al daño psicológico y material que podían causar los temblores,
muchos jesuitas sabían tomarse a bien el suceso. El padre Bitrián contaba cómo el
miedo a los terremotos facilitaba su tarea evangelizadora:

“(…) el Señor nos ha ofrecido abundancia de sufrimientos que pueden dar materia de
edificación. Me refiero principalmente a los virulentos terremotos con que Dios Nuestro Señor,
con paternal Providencia, nos ha visitado durante algunos meses (…)”. “(…) no tuvimos que
llorar la pérdida del paraíso, sino saborear las dulzuras que nos proporcionaba su
pérdida. Porque dulzuras eran para nosotros los Misioneros, a pesar de los destrozos
causados en nuestras Iglesias y casas, presenciar las públicas muestras de piedad y
temor santo que daban estas gentes. Cuando la tierra se estremecía con frecuentes
sacudidas, cuando los vaivenes producidos en las aguas formaban olas que
amenazaban invadir las poblaciones, mezclando con los alaridos, se dejaba oír en las

20
P. Pedro Martínez, “Carta a Claudio Acquaviva”, Tinagón, 21 mayo 1612, ARSI, Phillip. 11, ff. 23-24.
21
P. Raimundo Peruga, “Carta al PS. Pío Pi”, Tagoloan, 19 febrero 1898, AHSIC, CF 2/2/8.
22
P. Manuel Vallés, “Carta al PS. Juan Ricart”, Lianga, 7 febrero 1895, AHSIC, CF 5/3/29.
23
P. Victoriano Bitrián, “Carta al P. Rector Miguel Saderra Mata”, Zamboanga, 28 septiembre 1897,
AHSIC, CF 1/15/21.
24
P. Victoriano Bitrián, “Carta al PS. Pío Pi”, Zamboanga, 7 marzo 1898, AHSIC, CF 2/5/5.

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VIDA COTIDIANA DE LOS JESUITAS EN LAS MISIONES …

casas en alta voz el Santo Dios, Santo Fuerte, etc. Huían muchas familias, alejándose
de las playas, rezando todos en alta voz y pidiendo la protección de la Virgen
Santísima. En casi todos los pueblos se vieron casos notables de edificación” 25.

Las catástrofes naturales eran todavía más graves dados los materiales con los que se
solían construir las viviendas. Los pueblos de indios eran planificados por los mismos
religiosos, que los construían con la ayuda de sus habitantes, siguiendo el modelo
americano. Habitualmente las construcciones eran pequeñas y formadas por materiales
ligeros: ramas y hojas de palmera, juncos y una pequeña porción de madera, lo que en
conjunto solía llamarse “caña y nipa”. La mayoría de pueblos tenían, desde el siglo
XVIII y sobre todo en el XIX, conventos construidos con materiales fuertes. Asimismo,
desde el siglo XVII la mayoría de iglesias se construían con piedra, excepto en los
pueblos pobres o en proceso de formación26. Sin embargo, en Mindanao no sólo gran
parte de los conventos e iglesias fueron siempre, incluso en el siglo XIX, de materiales
endebles y no duraderos que no aislaban correctamente del exterior y que se
derrumbaban pronto ante los desastres naturales, sino que a menudo se hallaban
inconclusos. La razón fue la constante fundación y desaparición de poblados, así como
la falta de recursos económicos27.
La humilde y desalentadora vida cotidiana misional se podría resumir con este
lamento del padre Juan Diego dirigido a su padre superior en 1896:

“(…) no se olvide de mí, pues tengo infieles arriba, abajo, a izquierda y a derecha, y no sé por
dónde comenzar; de este misionero que vive en un convento de caña y que cuando llueve ha de
llevar el paraguas abierto por dentro de casa para no mojarse; de este misionero que, desde el
mes de Mayo, no puede proveerse de alimentos, pues todo está detenido en Surigao, sin que
hasta el presente haya vapor ninguno ni pequeño ni grande para llevar a Butuán tanto
cargamento, con la particularidad que cuando llegue a Veruela, llegará ya todo medio podrido;
ahora comemos la última galleta y harina tengo un poco y mala llena de gargajo para hacer
ostias; de este misionero, que si Dios no lo remedia, el río Agusán le obligará a recoger los
trastos y marcharse a otra parte, pues el río va inundando la tierra sobre la cual está el pueblo
(…), de manera que este pueblo se verá obligado a cambiar de lugar y será el quinto cambio”
28
.

No todo el mundo estaba capacitado para ser un misionero, y menos de frontera. Este
tipo de misionero debía ser fuerte físicamente para resistir las duras condiciones de
vida, debía tener aptitudes para aprender varias lenguas indígenas y, sobre todo, debía
poseer una fortaleza de espíritu que le permitiera enfrentarse al enemigo principal, la
soledad, y mantenerse íntegro sin prácticamente más ayuda que él mismo y la oración 29.
Las muestras de afecto del pueblo, la correspondencia que los misioneros mantenían
entre ellos y con su superior en Manila y las reuniones periódicas que llevaban a cabo
para realizar los santos ejercicios (en Navidad, Semana Santa, etc), eran fundamentales,
pero el elemento indispensable para combatir la soledad y soportar todos sus

25
P. Victoriano Bitrián, “Carta al P. Provincial de Aragón Luis Adroer”, Zamboanga, 31 octubre 1898,
AHSIC, CF 2/5/15.
26
Luis Ángel Sánchez Gómez, “Estructura de los pueblos de indios…”, pp. 87-95.
27
P. Bernardino Llobera, “Carta al PS. Juan Ricart”, Játiva, 10 mayo 1896, AHSIC, CF 9/8/2.
28
P. Juan Diego, “Carta al PS. Pío Pi”, Veruela, 27 octubre 1896, AHSIC, CF 9/5/4.
29
Belén Navajas Josa, Aculturación y rebeliones en las fronteras americanas: las misiones jesuitas en la
Pimería y el Paraguay, Madrid, Universidad Francisco de Vitoria, Cuadernos Americanos Francisco de
Vitoria, vol. 13, 2011, p. 49.

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sufrimientos era sin duda la fe. Momentos como el de una enfermedad sufrida en
soledad, sin socorro o consuelo humano, requerían la ayuda divina30.
Es destacable, pese a las adversidades, el brío inquebrantable de la mayoría de
misioneros. Muchos expresaron en un momento u otro frases como esta del padre
Miguel Alaix en 1895: “¿Quién no tendrá celo y agonizará muchas veces noche y día
por la salud eterna de estos desgraciados indios (…)?” 31 . Y demostraron con su
actividad incansable su firme creencia en la trascendencia de su proyecto misional, que
les inducía incluso a barajar el sacrificio de sus vidas. Ciertamente Filipinas no fue un
lugar donde la integridad de los misioneros corriera demasiado peligro, pero sí hubo
casos de martirio, como el del padre Alejandro López, muy influyente entre los
musulmanes de Mindanao y Joló y embajador de paz en numerosas ocasiones, que fue
asesinado durante su visita al sultán Balatamay en 165532. Una de las épocas en las que
los jesuitas percibieron con fuerza la posibilidad de morir en Mindanao fue durante la
Revolución Filipina (1896-1898). Cuando las autoridades españolas empezaron a
abandonar la isla, una vez perdida la colonia, los jesuitas se negaron a embarcarse, fieles
a su misión. Sobre ello, el padre Francisco Nebot decía:

“Nosotros quedamos ocupando cada uno nuestro puesto: ¿qué será de nosotros? Dios nuestro
Señor que vela sobre nosotros lo sabe muy bien. Si al sublevarse llevan los insurrectos intento
de matarnos, no podemos, humanamente hablando, evitar la muerte si no es por breves horas o
pocos días, porque tanto por río como por los bosques corren los indios más que nosotros, ni
(sic) somos nosotros quienes podamos vivir mucho tiempo alimentándonos de raíces o plantas
cuyas virtudes no conocemos. Estamos, pues, colgando, como de un hilo, de las disposiciones
de la divina Providencia, y en ella confiamos en la seguridad de que como omnipotente e
infinitamente amorosa lo dispondrá todo para nuestro mayor provecho espiritual si nosotros no
33
ponemos para ello inconveniente” .

La mayoría de misioneros expresaron con prontitud su disposición a resistir en


Mindanao e incluso morir en el servicio de Dios. El padre Gaspar Colomer expresaba en
1898: “No sería estraño que esta Plaza fuera atacada, pero a la verdad no temo. Lo más
que me puede suceder es morir cumpliendo con mi deber, y estando en gracia de Dios,
no temo la muerte”34. Poco después añadía: “(…) si algunos han de sufrir de alguna
manera, quisiera ser de ellos”35. Lo mismo opinaba el padre Fernando Diego: “Este su
indigno hijo está dispuesto a cualquier clase de sacrificio, aunque sea el martirio, con tal
que se conserven las Misiones del Agusán”36.
Estas muestras de adhesión sin límites al proyecto misional no evitaban, sin
embargo, que los religiosos sufrieran un choque cultural con los filipinos. Pocos
misioneros tenían la habilidad de comprender al indígena. Los jesuitas, como el resto de
europeos, creían firmemente en la oposición de los conceptos civilización y barbarie, así
que la gran mayoría mostraban invariablemente un tono paternalista y condescendiente
al referirse a los nativos, incluso en vísperas del siglo XX, y se exasperaban con la

30
Francisco Ignacio Alcina, “Carta al P. Juan Marín”, 24 junio 1660, ARSI, Phillip. 12, ff. 1-12.
31
P. Miguel Alaix, “Carta al PS. Juan Ricart”, Talacogon, 31 mayo 1895, AHSIC, CF 5/1/26.
32
Lucio Gutiérrez, Historia de la Iglesia…, p. 196.
33
P. Francisco Nebot, “Carta al P. Provincial de Aragón Luis Adroer”, Butuán, 26 octubre 1898, AHSIC,
CF 3/1/21.
34
P. Gaspar Colomer, “Carta al P. Provincial de Aragón Luis Adroer”, Joló, 5 mayo 1898, AHSIC, CF
3/17/21.
35
P. Gaspar Colomer, “Carta al PS. Pío Pi”, Joló, 1 febrero 1899, AHSIC, CF 7/12/48.
36
P. Fernando Diego, “Carta al PS. Pío Pi”, Butuán, 27 abril 1899, AHSIC, CF 3/6/8.

532
VIDA COTIDIANA DE LOS JESUITAS EN LAS MISIONES …

reticencia de éstos a adquirir los hábitos europeos de estructura familiar y poblacional,


el modo de vestir, la cultura material, el tipo de alimentación, los conceptos religiosos y
el nuevo gobierno local, sin olvidar el desarrollo de la agricultura. En este sentido, el
padre Francisco Foradada lamentaba en 1897: “¡Qué ceguedad y miseria, la de estos
manobos! Podrían tener casa, comida, vestido, medicinas, si quisieran trabajar, y
podrían vivir en el pueblo y educar a sus hijos. Pero no quieren trabajar, y van
desnudos, y huyen de la sociedad como de una cadena” 37 . El padre Miguel Alaix
resumía en 1895 la desesperación del misionero:

“Mucho padecieron los primeros misioneros que bautizaron a los manobos, y todos tendrán su
recompensa. Pero los que hemos venido después padecemos mucho más. Porque mucho más
fácil es bautizar que no plantar la fe entera en los corazones de los bautizados, que pide
abnegación completa de todos los sentidos y afectos malos del corazón. (…) Esto de dar sin
cesar contra la roca dura de costumbres paganas convertidas en naturaleza, al parecer; esto de
dar golpes contra la corteza de vicios seculares que se resisten; esto de arar tierras secas y de
brozas que rechazan todo arado; esto de sembrar semillas delicadas en corazones llenos de
todas las concupiscencias que no se compadecen con aquellas y las otorgan apenas recibidas; el
hacer todo esto y sin cesar y con poco resultado y en medio las mil dificultades de toda clase e
insuperables; es cosa para pudrir la cangro de todos los misioneros; es cosa que ha causado a
muchos la muerte antes de tiempo; es cosa que ha hecho volver atrás a muchos soldados
valientes; es cosa que hace tal vez temblar a quien puede ser enviado a este combate. Después
de un trabajo duro, casi insoportable y continuo, (…) ¿cuál es el fruto? Microscópico al parecer
38
(…)” .

Los jesuitas enfatizan la importancia crucial que la cultura material tuvo en el avance
del proceso evangelizador: las iglesias, la ropa, las imágenes santas y otros elementos
católicos, adornados con procesiones vistosas, comidas comunes, bailes, música e
incluso pirotecnia jugaron un papel decisivo en el impacto sobre el indígena, que se
fijaban mucho en todo lo material. El padre Miguel Alaix destacaba: “A la predicación
de la palabra resisten muchos muchísimos; a la de los dones y regalos, ninguno” 39. La
relevancia de lo material se agudizaba en Filipinas dada la enorme pluralidad de lenguas
nativas y la dificultad que significaba para cada misionero aprender, a menudo
partiendo de cero, los idiomas de la zona a la que era destinado. Según el padre Gaspar
Colomer las lenguas filipinas “no tienen una estructura muy difícil, pero son tan
exóticas para nosotros sus repeticiones, prefijos, infijos y sufijos que solo con la
práctica podemos vencer las dificultades que nos ofrecen”. Al padre Pablo Cavalleria le
costó “12 años entender la conjugación de los verbos comprar y vender en joloano”40 y
él mismo dedicaba sólo al estudio del moro joloano entre 4 y 6 horas al día,
memorizando además capítulos de la Biblia en dicho idioma41.Todos los jesuitas sabían
que conocer las lenguas indígenas era vital para poder catequizar e instruir a los
filipinos, y que éstos se mostraban más alegres y amistosos cuando el padre les hablaba
en su idioma 42 , pero algunos, por más que estudiaron, no lograron conocer
suficientemente las lenguas requeridas, por lo que su comunicación con los nativos y,

37
P. Francisco Foradada, “Carta al PS. Pío Pi”, Cabarbarán, 1 septiembre 1897, AHSIC, CF 1/2/1.
38
P. Miguel Alaix, “Carta al PS. Juan Ricart”, Talacogon, 31 mayo 1895, AHSIC, CF 5/1/26.
39
P. Miguel Alaix, “Carta al PS. Juan Ricart”, Talacogon, 29 mayo 1896, AHSIC, CF 9/2/2.
40
P. Gaspar Colomer, “Carta al PS. Pío Pi”, Joló 10 junio 1897, AHSIC, CF 1/6/20.
41
P. Gaspar Colomer, “Carta al PS. Pío Pi”, Joló, 31 octubre 1897, AHSIC, CF 1/6/33.
42
H. Miguel Pujol, “Carta al PS. Pío Pi”, Joló 21 septiembre 1897, AHSIC, CF 1/6/29.

III Encuentro de Jóvenes Investigadores en Historia Moderna 533


Universidad de Valladolid - Fundación Española de Historia Moderna. 2015
María AGUILERA FERNÁNDEZ

por lo tanto, su labor misionera quedó enormemente limitada, como le ocurrió al padre
Ramón Bretxa:

“En los 14 meses que han transcurrido desde mi llegada a Mindanao me he ido persuadiendo
que la lengua visaya no se hizo para mí, pues por ahora no los entiendo ni en la conversación ni
en el confesionario, ni ellos me entienden cuando quiero hablarles en visaya sino es en alguna
cosa muy fácil y ordinaria, o que se entienda con gestos. La estudié con verdadera afición los 9
o 10 primeros hasta que me persuadí que me esforzaba en vano, pues desde entonces me da
fastidio el leerlo y el escucharlo. La dificultad proviene de la escasa memoria y todavía más de
la ligera sordera que tengo, pues esta gente tiene el oído fino. Si V.R. prefiere que yo siga (no
obstante) entre bisayas o la necesidad y escasez de sugetos (sic) disponibles obliga a ello, no lo
43
censo, pero me parece que mis ministerios se limitarán a decir misa y bautizar párvulos (…)” .

La conjugación de todos los aspectos vistos se tradujo en un retraso en la


evangelización e hispanización de Mindanao. Los jesuitas tuvieron que reducir
progresivamente sus exigencias y bautizar a nativos con escasos conocimientos
catequéticos y poca adaptación a la sociedad cristiana 44 . No obstante, algunos se
atrevieron a criticar esa metodología oficial, como el padre Salvador Giralt: “Sólo diré
que (a mi pobre juicio) se les bautizó sin la debida preparación y sin contar con los
medios necesarios para consolidar lo que se hacía bautizándoles. (…) y de ahí que ahora
nos encontremos sin pueblos formados y sin gente” 45 , y otros incluso actuaron
contrariamente por su cuenta, como el padre Miguel Alaix: “si dejan las costumbres
paganas y viven vida cristiana y aprenden lo necesario para salvarse y a rezar a lo
menos el Padre Nuestro, los bautizaré. Si no, no”46. Así se generó una polémica interna
en la orden que se sumó a la larga lista de problemas existentes. La evangelización
lograda en Mindanao a finales del siglo XIX fue, pues, pese al mayúsculo esfuerzo
misionero y como resultado de todas las dificultades expuestas, mayoritariamente
superficial y poco consolidada.
En definitiva, tanto las crónicas como, sobre todo, la documentación epistolar
generada por los misioneros de la Compañía de Jesús aportan una visión de su vida en
Filipinas poco bucólica y de éxito significativo pero matizable. Lejos de la imagen
compacta, homogénea, heroica, entusiasta y de triunfo absoluto proyectada oficialmente
por la orden, nos encontramos con unos jesuitas más imperfectos y plurales, más
humanos y, por lo tanto, más afectados por las dificultades geográfico-climáticas y por
la complejidad sociocultural de un territorio fronterizo como era Filipinas. Pese a la
firme creencia en su misión, la mayoría de misioneros sufrieron soledad y
desmoralización e incluso hubo disputas internas fruto de los múltiples obstáculos que
frenaban el proceso evangelizador y educativo.

43
P. Ramón Bretxa, “Carta al PS Pío Pi”, Balingasag, 29 noviembre 1898, AHSIC, CF 2/1/5.
44
P. Manuel Vallés, “Carta al PS. Pío Pi”, Caraga, 4 septiembre 1897, AHSIC, CF 1/3/32.
45
P. Salvador Giralt, “Carta al PS. Pío Pi”, Dávao, 12 noviembre 1896, AHSIC, CF 9/6/21.
46
P. Miguel Alaix, “Carta al PS. Juan Ricart”, Talacogon, 31 mayo 1895, AHSIC, CF 5/1/26.

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