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garantizadas por una institución pública llamada Estado, la cual se abstiene de intervenir
políticamente en la vida interna de dicho ámbito de actividades humanas”, así esta sociedad ha
nacido del movimiento liberal y capitalista y por consiguiente mantiene los rasgos de esta
revolución que son:
La única unidad de la vida social es el individuo. Las asociaciones que nacen en la
sociedad no son más que asociaciones de individuos. Las sociedades colectivistas han
desaparecido o tienden a desaparecer para dar paso a la sociedad individualista.
El pluralismo, como el reconocimiento y legitimación de la fragmentación social, en
términos de clase, ideología, etnia, religión y ocupación, así como los de aquellas
coaliciones, asociaciones e instituciones a que da lugar tal diversidad (Giner).
El mercado, libre de obstrucciones, distribuye honores, recursos, autoridad, bienes y
servicios, mediante un proceso libre y espontáneo a través de innumerables contratos
entre individuos y asociaciones. Es competitivo con tendencias monopólicas.
La sociedad es clasista, si la ciudadanía es la institucionalización política del individuo y
el sistema competitivo de bienes, recursos y poder establecer una sociedad formada por
agentes desiguales derivándose en la constitución de clases sociales.
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Mgt. Edwin Tomas Michue Yamo Defensa Nacional
UNIVERSIDAD NACIONAL DE PIURA
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Y EDUCACIÓN
La cuestión del poder es clave para la comprensión de la sociedad actual. El poder es una
fuerza de dominación que ejercen unas personas sobre otras mediante diversos tipos de
relaciones donde existe algún grado de acatamiento, subordinación o sumisión: Hay el poder
que se ejerce por la “autoritas”, una cierta autoridad que el colectivo reconoce en alguien debido
a sus cualidades y virtudes, como a los ancianos o a los sabios. Hay el poder que se ejerce por
la fuerza y el terror como el de los tiranos. Max Weber (Weber, 1974, pág. 706 ) estudió tres
tipos de dominación: la dominación tradicional, cuando el colectivo reconoce unos valores a
determinadas personas o grupos y legitima su poder sobre la base de esas tradiciones: reyes y
patriarcas, por ejemplo; la dominación carismática irracional que ejerce alguien sobre los demás
por su carácter, su embrujo o sus habilidades, como los caudillos; y la dominación que es
producto del sistema de relaciones entre los componentes del sistema social y sus reglas o
relaciones normativas que es el poder legal o de representación.
El fenómeno del poder también se puede analizar desde la perspectiva de las relaciones de
producción, como lo hizo Carlos Marx. Las sociedades se organizan en clases y en cada etapa
se pueden identificar por la ubicación de las personas en el proceso de producción: amos y
esclavos, señores y siervos, capitalistas y trabajadores. El poder económico es en esta teoría el
que se impone y asume el poder político.
La diferenciación de las funciones es clave en la evolución de las comunidades porque es lo
que va haciendo más y más compleja la vida comunitaria y la va transformando en societaria.
La comunidad es un sistema de relaciones interpersonales e interfamiliares con vínculos
afectivos entre sus miembros, con una clara relación espacial que es el “lugar”, que es el
territorio o espacio donde esas relaciones se realizan y le imprimen un caracterismo 3
identificatorio. La sociedad es algo mucho más completo que está integrada por personas, por
grupos y por comunidades. Se puede decir que la sociedad es un sistema complejo de relaciones
entre individuos, comunidades y grupos de muy variada naturaleza, con amplitudes diversas
según la perspectiva de análisis que se asuma. Hablaremos de sociedades particulares con un
alto grado de identidad o de sociedades muy extensas y difusas.
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Mgt. Edwin Tomas Michue Yamo Defensa Nacional
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Se suele dar por supuesto que la condición a un tiempo biológica y política del ser humano
fue postulada ya por Aristóteles, en el libro I de su Política, al hacer esta doble afirmación:
“…que la pólis [“la ciudad como comunidad política”, según dice el propio autor al comienzo
del libro] es una realidad natural y que el ser humano se refiere a los dos géneros de la especie
humana: varón y mujer es por naturaleza un animal político. Sin embargo, estas dos
afirmaciones están ligadas a toda una serie de presupuestos ontológicos y antropológicos que
la humanidad no puede dejar de poner en cuestión.
La definición del ser humano como “animal político” no solo está restringida a determinadas
categorías de seres humanos y subordinada a su otra definición como “animal dotado de lógos
(lenguaje que lo diferencia de la voz animal) ”, sino que además estas dos limitaciones a pesar
de que responden a un determinado régimen histórico-político de jerarquización estamental,
son expresamente naturalizadas y, de este modo, legitimadas como incuestionables, pues
Aristóteles afirma reiteradamente que la pertenencia a una polis dividida estamentalmente y la
doble facultad del lógos les son dadas al ser humano “por naturaleza” y no “por casualidad”.
Ahora bien, si el ser humano es un animal político “por naturaleza”, eso significa que lo es “por
nacimiento”, de forma necesaria e inherente a su ser o sustancia y no de forma azarosa y
extrínseca, como sucede con las cualidades artificiales que adquiere o le son impuestas desde
fuera, sea por algún hábito, aprendizaje o costumbre, o sea por la invención.
Desde otra perspectiva para Arendt, la vida política es un fin en sí misma, no un medio o
instrumento al servicio de la supervivencia, sea que ese instrumento se use para cuidar la vida
en tiempo de paz o para defender la libertad en tiempo de guerra. Tanto la reproducción y el
mantenimiento de la vida, como la lucha a muerte para defender la libertad, son condiciones 4
“pre-políticas” de la vida política, porque permiten liberarse de las “necesidades vitales”, en el
primer caso, y de la “dominación violenta”, en el segundo caso. Pero, según Arendt, una cosa
son las actividades que hacen posible la liberación de esa doble coacción vinculada al
nacimiento y la muerte –como el sometimiento de mujeres y esclavos en el ámbito doméstico,
y el sometimiento de otros pueblos por medio de la guerra– y otra cosa es el ejercicio ocioso y
pacífico de la libertad, que es la actividad política propiamente dicha. Por eso, según Arendt, la
vida política no es coextensiva con la vida humana, no se da en cualquier tiempo y lugar en
donde los seres humanos conviven en sociedades históricamente constituidas, sea cual sea el
régimen de convivencia que adopten. Esta manera de interpretar la definición aristotélica del
ser humano como “animal político”, dice Arendt, es un “prejuicio moderno” y se basa en un
“malentendido”, porque para Aristóteles –y para los griegos en general– no todos los seres
humanos son políticos, y tampoco lo son todos los regímenes de convivencia, sino solo los
ciudadanos libres de las ciudades helenas que se rigen por la isonomía. Pero lo más relevante
es que Arendt adopta como propia esta concepción de la política –a la vez restringida y
normativa– que atribuye a Aristóteles y a la mayoría de los hombres:
La sociedad y la política
Con base en las relaciones sociales entre los hombres, en cada sociedad y en cada etapa
histórica de su desarrollo se crea y mantiene una red de relaciones interindividuales que, por la
jerarquía de riqueza, poder y prestigio propician las contradicciones y conflictos de clase.
Esto genera una división entre hombres que mandan y otros que obedecen, relaciones de
autoridad y acatamiento, en que la contraposición básica se produce entre clases dominantes y
clases dominadas. Estas clases sociales opuestas luchan entre sí con todos los medios a su
alcance como la violencia física; la riqueza material, su número y organización, así como
también con la elaboración y manipulación de la cultura, la ideología y la información.
Combaten en esencia por el reparto de la riqueza y el poder.
El fenómeno político no está ligado a sociedades desarrolladas ni a la existencia de un
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aparato estatal. No existen sociedades apolíticas. Todas las sociedades son políticas, pero no
todas lo son de la misma manera. Todas las sociedades, aun las consideradas más atrasadas,
producen el fenómeno político puesto que suponen aspectos de control social, es decir, de poder
político, aunque éste no sea necesariamente coercitivo.
La política no es un ámbito separado de la vida y la actividad pública; por el contrario, la
política abarca todas las actividades de cooperación y conflicto, dentro y entre las sociedades,
por medio de las cuales la especie humana organiza el uso, la producción y la distribución de
los recursos humanos, naturales y otros, en el transcurso de la producción y reproducción de su
vida biológica y social. Estas actividades de ninguna manera están aisladas de otras
características de la vida en sociedad, privada o pública. En todas partes influyen tanto como
reflejan la distribución de poder y los patrones de toma de decisiones, la estructura de la
organización social y los sistemas de cultura e ideología en la sociedad o en los grupos dentro
de ella. Además, todo esto puede después influir y reflejar las relaciones de una sociedad tanto
en su medio natural como en otras sociedades.
Naturaleza de la política
La actividad política comporta el análisis y la realización de cuanto atañe a la naturaleza, los
objetivos y los procedimientos para estructurar la vida pública de un país con miras al desarrollo
integral de los ciudadanos; incluye, por consiguiente, las relaciones con otros países, los
programas culturales, económicos, etc., y, principalmente, los modos de gobernar, legislar y
juzgar. De ahí que la política esté íntimamente vinculada al concepto de potestad, en cuanto la
autoridad política tiene la facultad de dictar normas obligatorias de acción a los ciudadanos del
país. La potestad, sin embargo, no es suficiente para organizar un Estado digno de la persona; 5
también es necesario que quienes ejercen el poder gocen de la ascendencia y prestigio que se
adquieren mediante un ejercicio correcto de la propia tarea, que genera la confianza de los
ciudadanos.
La filosofía política ha pasado por diversas fases, según los distintos lugares geográficos y
tiempos históricos, se constata que el pensamiento político clásico –griego y romano– así como
el de la Edad antigua y medieval estaba presidido por los valores éticos: el fin del Estado era
promover la “vida buena” de los ciudadanos. En la Edad moderna comienza un cambio de
paradigma, que considera como finalidad de la política la adquisición, el manejo y el
mantenimiento del poder. Hacia la mitad del siglo XX, debido a la experiencia de los
totalitarismos y a la influencia de diversos pensadores y estadistas cristianos, la política ha
vuelto a tomar un cierto cariz más humanista, proponiéndose como objetivo no tanto el poder
cuanto las personas y el bien común. Este enfoque es el correcto: la vida política encuentra su
origen, su base firme y su finalidad en el desarrollo integral de todas las personas; para ello
debe respetar la plena verdad humana, es decir, el orden moral.
El primer y decisivo espacio de la política es, por ende, el hombre, el servicio a las personas
y a la sociedad civil y, en última instancia, el logro del bien común, que puede resumirse en la
tutela y el desarrollo de los derechos de las personas y de los grupos humanos. Para llevar a
cabo este servicio, la actividad política debe realizar una doble tarea: a) Promover el desarrollo
integral de las personas, que incluye el crecimiento de la vida virtuosa ya que la vitalidad de un
grupo social deriva, principalmente, de las virtudes de quienes lo componen. b) Impulsar una
cultura auténticamente humanista y establecer las instituciones sociales y políticas que
favorezcan la edificación del bien común.
Este imperativo humanista de la actividad política conlleva una serie de corolarios: ejercer
la autoridad como un servicio a los ciudadanos; no considerar nunca a ningún ser humano como
una simple parte del cuerpo social ni tratarlo como medio, porque siempre tiene valor de fin y
es titular de derechos inviolables e intangibles, que constituyen un límite infranqueable para la
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autoridad política; favorecer la solidaridad social de modo que ningún grupo humano se
encuentre al margen del bien común; establecer un Estado de derecho, en el que impere la
justicia y no la fuerza, y en el que se tutelen los derechos fundamentales de todos; facilitar que
todos los miembros de la sociedad política proyecten libremente la propia existencia; promover
la igualdad y la justicia social; tutelar el derecho de asociación y la autonomía de los grupos
sociales; establecer la posibilidad y el modo de cambiar periódicamente los poderes públicos y
las instituciones políticas. Un corolario que, sin ser el más importante, influye poderosamente
en el desarrollo de la vida política es la participación de los ciudadanos en la gestión de las
actividades públicas; cuando disminuye esa participación, la formación del consenso social se
hace imposible y las personas en lugar de cooperar en la causa común se encierran en sus
propios intereses. La participación en la actividad política asigna a los seres humanos
obligaciones específicas, ya que no deben considerar el contexto social, político y económico
como extraño, sino como una realidad edificada por la libre elección de los hombres y, por
tanto, positiva o negativamente relacionada con los valores.
BIBLIOGRAFÍA
Bracamonte, E. (2002) “Política, Estado y gobierno” ; Revista Ciencia y Cultura N°10; 73-
78; Universidad Católica Boliviana; La Paz - Bolivia .
Campillo, A. (2014) “Animal político. Aristóteles, Arendt y nosotros”; Revista de Filosofía
Vol. 39 N° 2:169-188 Universidad de Murcia; España.
Millán, J. y Morán, M. (1995.) “Sociedad y política : temas de sociología política”; Alianza 6
España.
Strasser, C. (2003) “La sociedad y la política, en necesidad de ideología”; Revista SAAP:
Sociedad Argentina de Análisis Político; Vol. 1, Nº. 2; 233-246; Argentina.
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