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A decir del profesor Rubial, cristianismo y poder siempre han estado unidos y, desde el

principio, la evangelización fue clave para el plan español de expansión y sometimiento.


Las tres órdenes —añade— consideraban que la violencia ejercida por los conquistadores
era necesaria para hacerles llegar la Biblia a los pueblos originarios y, amparados bajo esta
lógica, le decían a los nativos: ‘venimos a darles la salvación, a cambio ustedes deben
trabajar para nosotros’.

“El cristianismo defiende una verdad absoluta en la que no cabe lo diferente. Bajo esta
óptica el islam, el judaísmo, las herejías cristianas y los cultos prehispánicos debían
desaparecer así que, aunque nos hayan dicho tantas veces que fray Bernardino de Sahagún
escribió su libro para entender el mundo mesoamericano y rescatarlo para las generaciones
futuras esto es falso; lo hizo para que los indígenas no practicaran sus cultos y erradicar
idolatrías”.

El profesor Rubial es claro al señalar que en el imaginario colectivo suele verse a los frailes
como etnólogos en ciernes sumamente interesados en entender y preservar la cultura,
lengua y pensamiento de los pueblos originarios; no obstante, estas ideas corresponden más
bien a la Ilustración y a una serie de cambios en el siglo XIX que condujeron a que las
sociedades concibieran el respeto y la protección de otras civilizaciones como algo de
mucha valía. 

“Los religiosos del siglo XVI eran de posturas antagónicas a las recién mencionadas y, a tal
grado, que llegaron a comparar a Hernán Cortés con Moisés por haber rescatado a los
pueblos indígenas de la esclavitud del pecado y haberlos llevado a la libertad de la
salvación. Como se ve, para los frailes desembarcados en la Nueva España la tolerancia era
algo impensable, y lo mismo el respeto al otro”.

La religión como escultora de la sociedad

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