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Todo el mundo nace con la capacidad suficiente para disfrutar de una vida
feliz y plena, pero a la mayoría les resulta difícil llegar a desarrollar
totalmente ese potencial.
erróneamente, sacaron la conclusión de que en el momento del
nacimiento los recién nacidos ya poseían esos rasgos tales como egoísmo,
agresividad hacia los demás o incapacidad de regular su apetito, que iban
a hacer que su vida de adultos fuera tan poco agradable. Esta percepción
errónea del recién nacido ha provocado daños incalculables.
Todo recién nacido llega al mundo siendo optimista: solo quieren amar y
ser amados. Pero la cuestión seguirá estando ahí:
¿Qué hace que los recién nacidos se conviertan en adultos con
dificultades para sentirse bien consigo mismos, para tener relaciones
mutuamente satisfactorias, para trabajar eficazmente y, en general, para
disfrutar de la vida?
La respuesta surgió cuando descubrimos la forma única de ver et mundo
que tienen los recién nacidos y los niños y, en concreto, cuál es su forma
de evaluar la calidad de la crianza que reciben.
Todos los recién nacidos nacen con la creencia de que sus padres son los
cuidadores perfectos y que solo quieren lo mejor para ellos.
Todos los recién nacidos también quieren y necesitan ser iguales que las
personas que los quieren y los cuidan. Y así, cuando algún adulto
importante para el niño no está nunca disponible o, siguiendo un mal
consejo, pone demasiadas expectativas en sus hijos, ellos no pueden por
menos que relacionar, inconsciente pero firmemente, la infelicidad que
sienten con el hecho de amar y ser amados.
Como consecuencia, sin darse cuenta de ello, periódicamente intentan
lograr la felicidad volviendo a reproducir esa infelicidad en ellos mismos.
Esta confusión de la infelicidad con la felicidad persiste hasta la edad
adulta y es la responsable de la adicción a la infelicidad que puede minar
nuestra intención consciente de buscar solo la felicidad y la plenitud.
La razón por la cual el cambio positivo siempre es posible es que nunca
se pierde la sed innata por encontrar la satisfacción verdadera.
La satisfacción verdadera se encuentra tanto en la bien fundada certeza
interior de que usted es digno de amar y de ser amado, como en elegir
aquello que es constructivo y adecuado para su vida.
La verdadera satisfacción siempre mejora su vida; nunca es perjudicial ni
para usted ni para los demás.
El deseo innato de experimentar satisfacción verdadera se contrapone
con la adicción a la infelicidad.
Su bienestar interior descansa sobre formas contrapuestas de felicidad,
una muy inferior a la otra, le dará fuerzas para poder elegir la felicidad
verdadera frente a la felicidad falsa que, en realidad, es una infelicidad
disfrazada.
Una vez que la adicción a la infelicidad se identifica y se confronta directa
y persistentemente, su influencia se desvanece, dejando a los individuos
libres para poder reclamar su derecho inalienable a la felicidad y a la
plenitud auténticas.
Amor inteligente subraya el hecho de que el potencial para una felicidad
interior estable es un derecho con el que nace todo recién nacido y
ofrece a los padres pautas prácticas para darles a sus hijos ese amor
especial que necesitan para convertirse en adultos satisfechos, plenos y
afectuosos.
Siempre que no existan graves problemas sociales o de opresión, la
imposibilidad de la mayoría de las personas a vivir la vida que desean es et
resultado de una adicción a la infelicidad. Esta nueva comprensión nos
hará encontrar estrategias eficaces para poder reconocer y vencer la
necesidad aprendida de sabotear nuestros propios esfuerzos
constructivos.
Una adicción a la infelicidad no es el resultado de una voluntad débil, del
temperamento con el que nació o de un problema de carácter.
Paradójicamente, es algo que surge del deseo innato y positivo de querer
disfrutar de relaciones satisfactorias y de felicidad interior.
Este deseo constructivo puede ser distorsionado involuntariamente a
comienzos de la infancia y crear como resultado una necesidad no
identificada de sentirse «feliz» reproduciendo esa infelicidad que le es
tan familiar de sentirse castigado, rechazado, desatendido o que le
exigen demasiado.
La adicción a la infelicidad puede ser la causa de bajos estados de ánimo,
de relaciones insatisfactorias y de la imposibilidad de llevar a cabo
nuestras resoluciones más importantes.
«Elegir la felicidad», nos ayudara para mejorar el estado de ánimo y salud,
para aumentar nuestro grado de satisfacción en el trabajo y para
encontrar y disfrutar de sus relaciones personales
Ahora, cuando comprenda que las recaídas son en realidad parte del
proceso de curación, nunca más tendrá que sentirse avergonzado o
vencido en los momentos de reincidencia.
FASES PARA VENCER LA ADICCION A LA INFELICIDAD
Las fases para vencer la adicción a la infelicidad son: empezar (incluso
cuando no le apetezca), hacer frente a las recaídas, mantener su
resolución cuando empieza a evaporarse y pensar que está en fase de
recuperación de su adicción a la infelicidad.
Causas y consecuencias de la adicción a la infelicidad
Distintas situaciones ejemplificacodoras.
Jennifer. trabajaba para una empresa que hacía encuestas de opinión para
cargos políticos. Ella y otra mujer; Carol, seleccionaban muestras de
población, iban al lugar juntas, hacían las entrevistas, introducían los datos
recopilados en el ordenador y luego los analizaban. En cada una de estas
fases era muy posible cometer errores. Jennifer tenía menos experiencia
que Carol y le pedía ayuda, especialmente con los complicados problemas
que surgían en la recogida y análisis de los datos. Carol siempre parecía
dispuesta a ayudarla. Entonces Jennifer supo por medio de Jill, una
secretaria de la oficina, que Carol se quejaba de ella ante los compañeros
de trabajo y ante su jefe diciendo que Jennifer necesitaba atención
constante y que aprendía muy despacio. Jennifer se sintió anonadada por
estos comentarios y se reprendió a sí misma con severidad por ser incapaz
de aprender todo rápidamente. Cuanto menos competente se sentía
Jennifer; más buscaba el consejo de Carol, y más oía a Jill decir que Carol
se quejaba de ella delante de sus compañeros de la oficina. Jennifer
empezó a sentir que el trabajo que tanto le había costado conseguir y que
pensaba que le gustaría, estaba más allá de sus posibilidades. Jennifer
estaba a punto de dejarlo cuando vino a nuestra consulta. Vimos
inmediatamente que su problema era que nunca se consideraba
suficientemente válida y que eso oscurecía el hecho de que en realidad
era una persona extremadamente brillante y que aprendía con facilidad.
Siempre había ido muy bien en el colegio, aunque nunca se había sentido
tan inteligente como sus compañeros de clase. Nos dijo: «Siempre estaba
convencida de que iba a suspender, y siempre me sorprendía a mí misma
cuando sacaba buenas calificaciones».
Jennifer había crecido en un hogar en el que estaba muy claro lo que se
esperaba de ella: tenía que ser educada, tenía que sacar las mejores
calificaciones, tenía que ayudar en casa regularmente, tenía que cuidar a
sus hermanos pequeños cuando sus padres salían y no tenía que quejarse.
Jennifer adoraba a sus padres, se sentía agradecida por la fe que tenían en
ella y hacía lo posible por estar a la altura de las expectativas que tenían
con respecto a ella. En el momento en que, como era de esperar, no pudo
estar a la altura de las circunstancias, nunca se le ocurrió que el problema
era que esas expectativas eran demasiado elevadas para cualquier niño.
Para ella sus errores eran terribles y se sentía avergonzada por
decepcionar sus padres. No es de extrañar entonces que Jennifer
aceptara abiertamente las críticas de Carol sin cuestionarlas ni por un
momento. Jennifer pensaba muchas veces que nos estaba decepcionando
porque su progreso no era más rápido. Cuando comprendió que se había
impuesto unas exigencias nada realistas durante la infancia, pensó que el
simple hecho de comprenderlo haría que ya nunca más se sentiría como
una inepta. Pero como ese sentimiento persistía, creyó que ella no era la
persona indicada para el trabajo que estábamos haciendo y que nos había
decepcionado porque no estaba avanzando más rápidamente.
Jennifer se sorprendió cuando le explicamos que su sensación de
ineptitud no desaparecería de la noche a la mañana. Aunque lo que sentía
era doloroso, también era la fuente de una falsa felicidad.
Jennifer estaba intentando sentirse tal y como ella creía que sus padres
querían que ella se sintiera. Cuando sentía que no era una persona válida,
dentro de sí misma también se sentía cuidada y valorada.
Jennifer dijo: «Por primera vez puedo ver lo diferente que hubiera sido
crecer si me hubieran exigido cosas que realmente hubiera podido
cumplir».
Al trabajar conmigo, Jennifer empezó a comprender que Carol no estaba
juzgando objetivamente el trabajo de Jennifer; sino que la propia adicción
de Carol a la infelicidad la llevaba a despreciar a aquellas personas que, de
una forma razonable y sana, le pedían ayuda.
Jennifer se dio cuenta de que cualquier persona que empezaba en un
trabajo tan complejo como el suyo necesitaba alguien que la guiara, y que
sus preguntas no habían sido ni estúpidas ni innecesarias.
Evitó a Carol y empezó a pedir consejo a otra mujer de la oficina que se
sentía cómoda siendo su tutora. Poco después, Jennifer pidió que le
cambiaran de compañera de trabajo. Su trabajo y su nivel de confianza
aumentaron y, por primera vez, disfrutó totalmente de su trabajo.
Si usted emplea todas sus fuerzas para alcanzar un objetivo determinado y
obtiene un éxito considerable y, en vez de sentirse orgulloso de su logro,
se centra solo en los aspectos que aún podrían mejorarse, usted estará
trasladando a su vida de adulto el afán perfeccionista que usted aprendió
cuando era niño.
Cuando los padres presionan a sus hijos para que destaquen o para que
se comporten siguiendo las normas de etiqueta social de los adultos, los
niños sacan la conclusión, comprensiva pero errónea, de que sus padres
quieren la perfección.
Como resultado de ello, los niños crecen sintiéndose bien con ellos
mismos cuando se exigen incluso más que lo que sus padres,
erróneamente, les exigieron.
Si se exige demasiado tanto a usted como a los demás, identificar la raíz
de estas expectativas es el primer paso para liberarse de este tipo de
adicción a la infelicidad y vivir una vida en la que usted se sienta siempre
válido y no tema no estar a la altura de las circunstancias.
Los niños también pueden sentirse sobrecargados por las expectativas de
sus padres aun cuando los padres no les exijan demasiado de una manera
abierta.
Cuando los padres sufren una seria depresión, son adictos a alguna
sustancia o son disfuncionales de cualquier otra manera, los niños pueden
interpretar esas ocasiones en las que sus padres no pueden responder con
amor y cuidado, pensando que lo que sus padres quieren es que sus hijos
les ayuden a ellos, que asuman algunas de las responsabilidades propias
sus padres o aprendan a no pedir nada para ellos mismos.
Con frecuencia la única forma en que estos niños pueden obtener la
atención positiva que necesitan de unos padres que tienen dificultades
para funcionar normalmente es convertirse en una fuente de fortaleza
emocional o de ayuda práctica para sus padres; en otras palabras,
adoptan un comportamiento propio de una edad mucho más madura.
Los niños quizá también aprendan que pueden hacer que el estado de
ánimo de sus padres mejore y obtener así también un poco de atención
emocional para ellos mismos, si se encargan de animar a sus padres o de
cuidarlos. Es muy significativo que estos niños normalmente aprenden a
sentirse más aceptados por parte de sus padres disfuncionales (y por lo
tanto más felices) si renuncian a pedir a sus padres nada de lo que
necesitan. Cuando son adultos, quizá estos niños busquen satisfacción
teniendo relaciones con amigos o con una pareja que también necesitan
ser salvados. Tienden a sentirse más cómodos dentro de relaciones
unilaterales en las que se puedan entregar completamente a ayudar a sus
amigos o a su pareja a funcionar mejor.
Los «rescatadores» están acostumbrados a aportar el 100 por 100 del
esfuerzo que implica una relación y quizá vean que en realidad no están
obteniendo mucha (o ninguna) atención por parte de su pareja.
Algunas veces los rescatadores se dan cuenta de que la relación es
unilateral, pero piensan que serán capaces de transformar a la otra
persona en un amigo o en una pareja con mayor capacidad para dar. Otros
rescatadores asumen que es normal estar en una relación en la que uno
de ellos lo da todo.