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s»<\s»v May Sinclair

La total lltieración
' Habría un huerto con un portón de hierro que daba
a un campo. ^ -'r^^mt'y .'VfM <- \<p,iri^\>yx' '[0
i n Algo era diferente aquí, algo que la asustó. Una
puerta gris en vez de un portón de hierro. La empujó y
entró al último corredor del Hotel Saint Fierre.
luán Carlos Onetti
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I .a sospecha de Jason persistía, agudizándose por momen-
tos. Algo nuevo había aquella noche en Isabel. Un ele-
mento extraño se agregaba a ella, evidenciándose en los
ojos ausentes y la boca entristecida. A l besarla sintió
l a i i claramente la existencia de aquel algo indefinido
y molesto, que la tomó por los hombros y la interrogó
con sencillez, buscándole los ojos. Las vacilaciones de
Isabel lo fueron preparando para una noticia grave y
(lolorosa. No llegaba a temer que Isabel le confesara no
c|uererlo ya. De ser así, no hubiera admitido sus caricias;
se lo hubiera dicho en cuanto él llegó, sin temblarle la
voz y con los ojos abiertos frente a sus gestos.
Cuando logró que ella iniciara la frase:
—^Anoche... —descansó en la palabra como en un
peldaño. La precisión del tiempo lo hacía suponer que
la confesión de Isabel revelaría un hecho concreto, una
acción sucedida fuera del espíritu de ella. Esto, fuera lo
que fuese, no le parecía ya tan temible. Interrogando,
sin prisas, seguro de que iba a ser capaz de oírlo todo sin
dejar de dominarse, repitió:
—Anoche.
Isa dejó caer la cabeza a un lado. Volvió a levantarla,
escrutando el rostro impasible de jason. Hstuvo así unos
Juan Carlos Onetti La total liberación

segundos, calculando las alteraciones que sus palabras extraño que se había colocado entre ellos, la piedra caída
iban a provocar en él. Tratando de saber si la vitali- en el agua serena de sus sentimientos. Así como él lo
dad del amor de Jason podría resistirlas. Nuevamente hacía, tan sencilla y naturalmente como él, otro la había
los cabellos ocultaron una parte de su cara. Jason veía besado. Miró la boca de Isabel; una boca a la que la
solamente un pedazo de perfil, con los ojos tercamente presión de sus labios masculinos'había hecho perder por
elevados hacia la unión de la pared y el techo. un momento la gracia tranquila de su diseño. La boca
Atrajo a la muchacha hacia sí y dijo nuevamente: estaba igual que ayer, que anteayer, que siempre. Pero él
—^Anoche... se empeñaba en creer que el hombre, al besarla, le había
/ Sordamente, como si las palabras no pasaran de I;i contagiado algo incomprensible y exótico. Como si en
garganta, ella completó: adelante, desde aquel "anoche" que él acababa de vivir,
— . . . me abrazaron... —hizo un descanso, termi- Isabel hubiera de ser una mujer distinta. Una mujer que
nando luego—... y me besaron... imitaría de manera perfecta la voz, los gestos, las mira-
Tenía la boca más triste y los ojos seguían mirando' ^ das, las actitudes y hasta los pensamientos de Isabel.
hacia arriba. Jason aflojó los brazos y quedó junto a ella,^ Jason quiso engañarse pensando que su cuerpo con-
rígido e impasible. Bien sabía que su rostro entrenado tenía, hasta los bordes, un sufrimiento inmensurable,
y obediente no le traicionaría con ninguna delación. l'cro reconoció que no sufría: odiaba. No a ella ni al
Pero un montón de preguntas torpes se formaron en otro. Odiaba al hecho sencillo y brutal que tal vez pro-
su cerebro. El instinto quería saber quién y cuándo y longara para siempre su presencia entre ellos; apretaba
cómo y dónde. Esto le causó vergüenza y ocultó la cara I abiosamente los maxilares, pensando en el beso y en el
contra el rostro de Isabel. Esquivadas las preguntas, abrazo. Pero sentía que si él dijera esto a Isabel, ella no
volvió a mirarla acariciándole los cabellos. Ella se volvi(') lo entendería. No podría creerlo. Sería capaz de com-
y, con la boca entreabierta y los ojos dilatados, analiz(') prender su dolor, su tristeza; acaso su odio hacia ella o
anhelante sus rasgos; se hundió en su mirada. Jasoi'i" liacia el otro. Pero la simple verdad —el odio hacia el
continuaba deslizando la mano por la cabeza querida, hecho— no. En silencio, descendió la mano desde los
pero su atención no estaba allí. Ahora fue «Ha quien lo cabellos hasta la mejilla y acarició lentamente su contor-
tomó por los hombros: no. Volvió a sonreírle y tomó el sombrero. A l abrir la
—¿Qué? puerta tuvo la impresión de que, lejos de ella, su extraño
Con una media sonrisa, él dijo: odio sería totalmente inútil; lo dejó en la habitación,
—Nada... cerrando lenta y cuidadosamente.
/ Pero estaba ausente. "Me abia/aroii y me besaron", Bajó las escaleras con el rraiiquilo paso de siempre
"me abrazaron y me besaron...". Sí; esc era el elemento y salió a la calle. Aliieia lo esperaba la noche; pero no
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la noche madura, dilatada en silencio y serenidad Jason también se había paseado muchas veces por la
Jason hubiera deseado, sino una noche recién h(.tli.i. (.lile ancha y cordial, de paredes limpias y hermosas. En
fresca, bulliciosa, llena del movimiento de los coclu-s y MIS paseos de muchos años había trabado amistad con
las gentes. Una noche jovial que abría cuadrados de l i u l.i vida ciudadana. La calle y él llegaron a intimar pro-
y gesticulaba en los letreros luminosos. íiindamente, a conocerse en todos los detalles y hasta a
A los pocos pasos Jason estaba aislado; no entendía armonizar sus respectivos sentimientos. Él sabía cuándo
las voces de la multitud y los codazos que recibía de ve/, l.i calle vibraba orgullosamente al paso de los trenes que
en cuando rebotaban en él como en una pared intlKc corrían en sus entrañas, bajo el gris de la vereda resigna-
rente. Sin proponérselo, fundía los ruidos de la ciiui.ul ila y humilde. Y conocía también los atardeceres en que
en el ritmo de su paso. El movimiento de avance de U la calle lo recibía desfallecida y triste, como si añorara la
pierna izquierda demoraba el tiempo justo que necesita tierra, la hierba y las bestias; como si aquella baraiinda
ba para decir "me abrazaron". La derecha decía: "y me (lue limitaban sus brazos poderosos le causara malestar,
besaron". Me abrazaron /y me besaron. Me abrazaron un poco de jaqueca, acaso. . ollfo RI na nBisma»
/y me besaron. Jason fue contando su dolor a las gentes Sí; Jason se entendía perfectamente con la calle
con el ritmo de sus pasos. Lo dijo, inexorable y lento, .incha y hermosa; sus estados de ánimo solían correr
durante cuadras y cuadras. Cuando el tráfico lo oblig.i paralelamente. Pero ahora no; no se trataba de eso. Que
ba a detenerse en una equina, procuraba que la liltim.i la amiga lo perdonara, pero ya no era el Jason de todos
pierna que se moviera fuera la derecha. Así no truncab.i los día, que la saludaba paseándola, víbora iba, un paso
la frase ni la escena que esta le sugería. Abrazaron, no, V otro —me abrazaron y me besaron— metido en sí
Besaron, tampoco. No, no era esto. Me abrazaron y mismo. Y, metido en él, un dolor que aún no había
me besaron. Me abrazaron /y me besaron. Prosegm.i llegado a comprender. U n dolor envuelto todavía en un
la marcha; caminaba con el tranquilo paso de siempre-. papel hecho de sorpresa y desconcierto. "Me abrazaron
Continuaba diciendo su dolor a las mujeres rientes, a y me besaron". Quería representarse la escena que tra-
los hombres sentados frente a los cafés, a los negocios ducían las palabras: otro hombre apretando a Isabel y
deslumbrantes de luces, a los árboles de follaje inquie besándola. Mordiéndole rabiosamente el labio inferior.
to, a los vehículos brillantes y temblorosos. Pero, sobre- Humedeciéndose en él, como enloquecido por una sed
todo, lo decía a la vereda: a la humilde y resignada veré infinita. Pero no lo conseguía con claridad. Cuando
da, llena de papeles, restos de cigarrillos y escupitajos. recordaba a Isabel diciéndole aquello, se recordaba a él
A la vereda pisoteada millones de veces por la multitud mismo, con la mujer apretada fuertemente y los dien-
todos los días, a toda hora, con prisa, con lentitud, tes sujetando con suavidad el labio inferior, húmedo y
yendo hacia un destino, o paseándose, simplemente. caliente.
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Isabel había doblado la cabeza, desviando los ojosj ¡•ciliado; hasta la atmósfera que la rodeaba y que iban
su voz había temblado en los dos golpes: me abraza* li.iciendo sus movimientos y su perfume. Isabel seguía
ron, primero; y luego: y me besaron. Y esto era justo. Miiido. Era su Isa, con las inflexiones de voz, el aletear
Lógicamente debía de haber sucedido así: un abrazo (li manos, la mirada de siempre.
y un beso. Era normal, razonable, perfectamente gra- Ya podía Jason caminar hasta que la calle se dur-
duado. Jason lo sentía así. Pero lo que sentía con más miera, moviendo los pies con el mismo ritmo: "me
intensidad era su impotencia para desatar el paquetito .ibrazaron", el izquierdo; "y me besaron", el derecho.
que llevaba adentro. U n pequeño paquetito que podría (laminaría kilómetros, cansado y sudoroso. Pero el
llevarse cómodamente en la mano y donde se escondía paquetito no se desataría: no dejaría escapar el dolor.
el dolor. Seguía escondido, y Jason no sufría ni podía Mucho mejor sería amoldar los pasos a otras pala-
indignarse. Fallaba su imaginación, y los momentos l)ias. Por ejemplo: el pie izquierdo interrogaría: "¿Y
dolorosos a cuyo encuentro había salido para que lo (lué?" Y el derecho repetiría la pregunta, burlonamente.
tomaran en la calle abierta y no en la soledad de su cuar- "¿Y qué? ¿Y qué?"
to, no llegaban. Jason temía el dolor en la soledad. Se Con este ritmo, Jason caminaría más ligero. Golpearía
amplifica; se lo siente como una herida que pulsa y uno velozmente la vereda de la calle amiga y el suelo devol-
acaba por acostumbrarse y hasta por gozar sufriendo. vería sus golpes con otros, alegres y ligeros. "¿Y qué?"
Aumentando el dolor con imágenes; recogiéndose para "¿Y qué?"
sentirlo mejor, como un pedazo de música. Al principio, Jason sentiría que la pregunta inva-
El otro, el hombre que había besado —abrazado y riable de sus zapatos sonaba cínicamente. Pero luego
besado— a Isabel, no tomaba forma. Jason no lograba .1 firmaría el paso y cada golpe tendría el vigor de un
verlo. No pudo pasar de un hombre vestido de oscuro; tiesafío. U n desafío a las estúpidas gentes, tan estúpidas
menos todavía: un traje oscuro de hombre. U n hom- cjue pueden suponer que un abrazo y un beso dados a
bre decapitado y sin manos. Pero veía entera a Isabel. una muchacha bastan para alterar su personalidad, pue-
Alguien que se perdía en la forma impersonal de los ver- den tocar su alma. El alma de Isa, que se derramaba por
bos la había abrazado, besándola luego. Fuertemente, toda su piel y cuya esencia estaba, sin embargo, tan pro-
con rabia, con ansias de macho. Sí, podía exaltar la, fundamente oculta que solamente se podía llegar a ella
virilidad del otro todo lo que quisiera. Fero Jason seguía usando otra alma. Fero nunca con un abrazo y un beso.
viendo entera a Isabel y no al otro. Hasta el traje negro Y en los golpes rápidos de los dos "¿y qué?" que se"^
se borró, perdiéndose en la sombra. Isabel quedaba, repetían incansables, netos y burlones en la hermosa
entera, desde los zapatitos claros hasta las cejas circun- calle en que se iniciaba la enérgica noche ciudadana,
flejas. Más aún: hasta los hilos de cabellos escapados del Jason oía también un desafío al otro Jason no totalmen-
Juan Carlos Onetti

te extraño a las estúpidas gentes. Al Jason que hiiliic«|


admitido que las almas ocultas de las frescas muchachol
pueden tocarse con un beso y un abrazo.
A derecha, a izquierda, frente a él y a sus espaldas, l |
multitud se movía, hablaba, gritaba y reía. Jason sc-}',ii(4
golpeando la vereda gris, la vereda con papeles rotos y
escupitajos.
Los dos zapatos —tac, tac; tac, tac— remcd.ib.iii
el ruido de las paletadas de tierra, llenando un po/ii,
Allá, en el fondo oscuro y cada vez más lejano, el otii»
estúpido Jason seguiría probablemente caminando M U Í
lentitud, arrastrando a cada pierna el grillete de la tnedlii
frase.
Pero aquí arriba no había nada más que jasoii,
marchando jovialmente entre la multitud apreiad.i y
bulliciosa.

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