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Hace poco finalizó el año escolar en muchos países, y en otros entra en una fase de vacaciones
invernales. Pero se acerca una nueva etapa, que todavía no se sabe si va a ser a distancia,
presencial o semipresencial. Lo cierto es que la forma de comunicarnos y de estimular el lenguaje,
ha tenido cambios fundamentales.
Cazden (1991), expresa que los espacios de la vida escolar se nos presentan como una
multiplicidad de acontecimientos comunicativos. La escuela, como toda institución social, es un
sistema de comunicación. El entramado proceso que contribuye al aprendizaje se vincula a través
de las interacciones sociales discursivas de maestro – estudiante, padre – hijo, directivo – maestro,
estudiante – estudiante, maestro –padre y las demás que surgen en la comunidad educativa, y
deben ser optimizadas.
El lenguaje es una facultad de la mente humana con base en la cual se codifica o descodifica un
mensaje, operacionalizada mediante una estructura neuropsicológica que está conformada por
una red de alta complejidad de mecanismos y centros nerviosos especializados genéticamente,
desarrollados durante la evolución del hombre, y un proceso de aprendizaje fundamentado en las
experiencias cotidianas y la interacción social del individuo.
Cada vez es más preocupante, sobre todo para los docentes, el incremento en la cantidad de niños
y niñas que ingresan al nivel inicial o preescolar y a primer grado, con serias dificultades en habla y
lenguaje que limitan su aprendizaje escolar y social, además que a menudo presentan alteraciones
en su comportamiento y socialización.
Se estima que un 10% a un 15% de niños entre el nacimiento y 5 años de edad experimentan
graves problemas sociales y emocionales, que pueden tener un impacto significativo sobre su
funcionamiento y desarrollo en las áreas de lenguaje, el comportamiento, la cognición y la
preparación escolar (Brauner y Stephens, 2006).
Bustamante y Guevara (2003) explican que en los cursos tradicionales de Español y Literatura, la
enseñanza se suele reducir a enfatizar la importancia de la gramática, en cuanto ésta permita
alcanzar una buena redacción, es decir, la construcción de textos “correctamente” escritos, según
los cánones establecidos por las autoridades del idioma.
Sin embargo, no hay que olvidar que comunicarse no es solo gramática. El proceso de la
comunicación consiste en la transmisión, hombre a hombre, de significados con cierto contenido
intelectual o cognitivo, para evocar en otra persona el mismo contenido, lo cual implica que no es
un simple envío de información con destino a una masa amorfa, sino el intercambio conceptual
entre dos o más interlocutores conscientes, fundamentado en el análisis y orientado a la aparición
o modificación de una conducta.
Es la palabra y no la gramática la que señala un objeto, un fenómeno, una acción, o una relación.
Las palabras nos dan la posibilidad de analizar los objetos, destacar de ellos las propiedades
esenciales y situarlos en determinada categoría. La palabra es un medio de abstracción y síntesis,
refleja los nexos y relaciones profundas que hay tras los objetos del mundo exterior (Luria, 1980).
Por otra parte, el mundo físico es para el niño como una nebulosa, parafraseando a Saussure
(1982), hasta que llega la palabra a definir cada elemento en sus propiedades básicas; es decir, a
elaborar conceptos, fijando los rasgos generales y esenciales de las cosas y los fenómenos de la
realidad objetiva (Shardakov, 1980), proceso mediatizado por el adulto y los coetáneos con base
en la interacción dialógica y las experiencias previas del individuo.
Con base en lo anterior, toda institución educativa debería beneficiarse de los servicios del
Terapeuta del Lenguaje / Fonoaudiólogo, puesto que la competencia comunicativa constituye el
fundamento de todo aprendizaje.
De otro lado, asume al ser humano como generador y usuario del lenguaje, el cual comprende la
integración de cuatro estructuras principales: neurológica, psicológica, lingüística y social. Esta red
de alta complejidad posibilita la codificación y descodificación del acto comunicativo, traduciendo
en palabras parte del pensamiento del individuo.