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Zeus
Zeus era el más importante de los doce dioses que habitaban
el Olimpo.
Zeus era hijo de Crono y Rea.
Crono se había casado con Rea a pesar de que ella era su
hermana. Rea tuvo muchos hijos pero el malvado Crono se los
comía cuando nacían porque había oído decir que uno de sus
hijos lo destronaría.
Rea sufría terriblemente al ver que Crono engullía a sus hijos
apenas nacían, entonces, le pidió ayuda a sus padres que le
aconsejaron alejarse. Rea tuvo a su último hijo, Zeus, lejos
de su casa, en la isla de Creta donde lo ocultó para librarlo
de su malvado padre. Cuando Crono llegó hasta Creta para
devorarlo, Rea envolvió una piedra en pañales y Crono,
creyendo que era su hijo, se tragó la piedra. Al cabo de un
año la vomitó y Zeus la colocó como monumento. Cuando Zeus
creció, se deshizo de su padre, pero como Crono no podía
morir porque era inmortal, Zeus lo envió a una isla lejana.
Luego liberó a sus tíos paternos, los Cíclopes, que Crono había mantenido encadenados y
estos, en agradecimiento por haberlos liberado de tantos años de esclavitud, le
regalaron el trueno, el rayo y el relámpago.
En ese momento también le regalaron a Poseidón el tridente y a Hades, un casco que lo
hacía invisible.
Con estas armas poderosas Zeus reinó sobre mortales e inmortales.
En el palacio del Olimpo Zeus tenía un trono de mármol egipcio con incrustaciones de
oro. Para llegar al trono había que subir siete escalones decorados con los colores del
arco iris. Por encima del trono había una cubierta azul para mostrar que el cielo le
pertenecía solo a él. A su derecha desplegada había un águila de acero con rubíes en los
ojos. El trono estaba cubierto por una piel de cordero color púrpura que utilizaba para
hacer llover en épocas de sequía.
Zeus Era fuerte, arrogante, caprichoso, violento y bastante ruidoso. Podía matar a
cualquier enemigo que tuviera ganas lanzándoles poderosos rayos y certeros truenos.
Cuando se enojaba podía provocar fuertes tormentas y grandes inundaciones que
mantenían a los hombres intranquilos.
Zeus tenía una espesa cabellera con rulos y una barba también enrulada. Una corona de
laureles ceñía su cabeza. Llevaba el torso desnudo y un manto le cubría la espalda Zeus
también podía transformarse en animal o en cualquier cosa para conseguir lo que
deseaba.
Hera
La esposa de Zeus se llamaba Hera. Tenía un trono de marfil,
justo al lado de su marido con tres escalones de cristal. El
trono estaba decorado con pájaros de oro y ramas de sauce.
El asiento estaba cubierto por una piel de vaca blanca que
utilizaba para hacer llover en tiempos de sequía si Zeus
estaba de mal humor y prefería no ser molestado. Una luna
llena brillante colgaba por encima del trono balanceándose con
la brisa.
A Hera no le gustaba ser esposa de Zeus porque él tenía la
mala costumbre de casarse con mujeres mortales todo el
tiempo. Sus novias pronto envejecían y morían pero Hera se
mantenía siempre joven y hermosa. Zeus estuvo pidiéndole que se casara con él, año
tras año durante trescientos años y Hera siempre se negaba.
Una primavera se le ocurrió a Zeus transformarse en un pobre gorrión asustado
sorprendido por la tormenta y golpeó su ventana con el pico, Hera, que amaba los
pájaros, apiadándose del pobre gorrión permitió que entrara en su habitación, este
sacudió sus alas y ella tomándolo dulcemente entre sus manos le dijo: Pobre
gorrioncito, te amo. Entonces Zeus cambiando nuevamente de aspecto le dijo: Ahora
debes casarte conmigo.
A pesar del mal comportamiento de Zeus, Hera se sintió forzada por las circunstancias
a casarse con Zeus. Quiso de esta manera ser un modelo para todos los demás dioses y
mortales convirtiéndose en Madre del Cielo.
Poseidón
Dios de ríos, mares y océanos, también tenía un trono
importante de mármol pulido ornamentado con corales,
madreperlas y oro. Los brazos del trono estaban
esculpidos con la forma de cabezas de delfines.
Su única arma era el tridente, obsequio de los Cíclopes,
que blandía para revolver el mar, como si fuera un
cucharón, provocando remolinos que hacían naufragar a
los barcos más seguros.
Poseidón era hermano de Zeus. También hijo de Crono y
Rea. Dice la leyenda que Poseidón se salvó de ser
engullido por su padre porque Rea le dio un potrillo en lugar de su hijo y Crono se lo
comió sin darse cuenta.
A pesar de ser el dios de los mares, Poseidón jamás se trasladaba en barco. Utilizaba
un carruaje tirado por caballos blancos.
Poseidón tenía un palacio privado bajo el mar, cerca de Paxos. Era un palacio fastuoso
decorado con caracolas, corales, madreperlas, estrellas, caballitos de mar y habitado
por criaturas marinas que le hacían compañía cuando se trasladaba de un lugar a otro.
Poseidón mandó construir ese palacio para su bella esposa Anfititre.
Poseidón era muy pero muy feo y Anfititre no lo quería como esposo .Cuando le propuso
matrimonio, se asustó tanto que se internó en el mar. Pero Poseidón envió a unos
delfines para traerla de vuelta. De esa unión nació un hijo, Tritón. Triton tenía la
cabeza y la mitad del cuerpo como los hombres y la otra mitad se alargaba con la cola
de un pez. Poseidón no vivía todo el tiempo en el palacio submarino, sino que se
trasladaba cuando necesitaba descansar o estaba irritado, entonces tomaba su
carruaje y se adentraba en las profundidades del mar hasta que se le pasaba la rabia.
Su emblema era el caballo, todavía a las enormes olas se las llama caballos blancos.
Demeter
Del lado contrario a Poseidón y cerca de Hera
estaba ubicado el trono de Demeter.
Demeter era la diosa de los granos, los frutos
comestibles y las pasturas. Ella le enseñó a los
hombres los principios de la agricultura:
preparar la tierra para plantar y cosechar para
que abandonaran la vida nómade.
Su trono era de malaquita verde brillante
decorado con espigas de oro y pequeños cerditos
dorados.
Demeter estaba siempre triste. Sonreía
solamente una vez al año, durante la primavera y
el verano, cuando la visitaba su hija Perséfone.
Se ponía tan contenta que dejaba que todos los
vegetales crecieran y fructificaran. De allí
surgen las estaciones del año.
Perséfone estaba casada con Hades, dios de los muertos, que la había raptado mientras
miraba un narciso. Mientras Perséfone observaba embelesada un narciso, se abrió la
tierra y Hades la raptó, llevándosela con él a vivir bajo la tierra entre las tinieblas. Su
madre la buscó durante muchísimo tiempo tratando de encontrarla. Finalmente pactó
con Hades que pasaría la mitad del tiempo con él y la otra mitad con ella.
Por esa razón al otoño y al invierno se lo asocia con el tiempo en que Perséfone vive con
Hades en las profundidades de las tinieblas y a la primavera y el verano con el tiempo
que Perséfone pasa con su madre, Demeter.
El emblema de Demeter era la amapola que crecía entre el trigo con su brillante color
rojo.
Hefesto
Atenea
Diosa de la sabiduría. Fue la que le enseñó a
Hefesto a manejar las herramientas que luego
utilizaría para hacer tantos objetos hermosos.
Atenea era la que más conocimientos tenía
sobre cerámica, cestería, tejido y otras
artesanías. Es la protectora de las ciudades y la
vida civilizada.
Ella ocupaba un trono de plata trabajado como
si fuera un canasto y decorado con una corona
de violetas de lapislázuli, una piedra
semipreciosa.
Atenea no nació de mujer sino que saltó de la
cabeza de Zeus siendo ya adulta y vestida con
una armadura. Sucedió que Zeus se tragó a su
primera esposa, Metis estando embarazada
porque le habían dicho que si Metis tenía un hijo
iba a destronarlo. Luego de tragarla, Zeus
sufrió terribles dolores, entonces permitió que
otro dios le abriera la cabeza de un hachazo para ver si conseguía alguna clase de alivio
y de su cabeza surgió Atenea.
Zeus quedó prendado de su hija y le permitió usar su rayo y su escudo.
Ella vestía una hermosa armadura pero nunca iba a la guerra a menos que se sintiera
obligada porque no le gustaban las disputas. Si peleaba, siempre ganaba.
Su emblema era la lechuza. Su ciudad, Atenas. Su árbol, el olivo.
Afrodita
Al costado del trono de Atenea estaba el trono de
Afrodita, diosa del amor, la belleza y el matrimonio.
El viento sur la encontró flotando sobre una concha
marina cerca de la isla de Chipre y la impulsó con la
brisa hacia la costa.
El trono de Afrodita era de plata pura con
incrustaciones de berilio y aguamarinas. El respaldo
tenía la forma de una concha marina y su asiento
estaba cubierto de plumas de cisne. Bajo sus pies
descansaba una alfombra dorada, bordada con abejas
doradas, manzanas y loros.
Zeus le dio por esposo a su hijo Hefesto. Afrodita no
estaba conforme con esta decisión porque Hefesto
era feo y cojeaba y muchas veces lo traicionaba con
Ares, hermano de Hefesto.
Cuando Hefesto se quejaba ante Zeus, este le respondía que la culpa era suya por
haberle regalado la faja mágica. Afrodita usaba la faja mágica ajustada a su cintura.
Siempre que usaba la faja los hombres quedaban locamente enamorados de ella.
Afrodita tuvo muchos hijos pero el más conocido era Eros, dios del amor que se
desplazaba volando, arrojando flechas a los hombres haciendo que se enamorasen de la
primera persona que se le cruzase, sin esperarlo, sin desearlo y sin quererlo.
Cuando alguien se enamora, muchas veces se dice que la flecharon.
Ares
Es por excelencia el dios de la guerra. Alto, hermoso y
cruel. De carácter brutal, amante de la sangre, e
intemperante.
Nació de la unión de Zeus y Hera.
Su horrible trono estaba construido de de bronce macizo.
En sus brazos estaban esculpidas tétricas calaveras y el
asiento estaba cubierto de piel humana.
Ares era maleducado, ignorante y tenía un gusto
espantoso, pero para Afrodita era maravilloso y muchas
veces lo utilizaba para engañar a su esposo, Hefesto, que
era hermano de Ares.
Sus emblemas eran un oso salvaje y una escalofriante
lanza manchada con sangre. A Ares están consagrados el
buitre y el perro.
A pesar de su corpulencia no siempre sale bien parado en las batallas que emprende.
Apolo
Junto al trono de Ares estaba el de Apolo, el dios de la
música, la poesía, la medicina, la arquería y de los jóvenes
solteros.
Era hijo de Zeus y Loto, una de las diosas menores. Dice la
leyenda que nació en la isla de Ortigia, y, que en el momento
en que se produjo el nacimiento la isla se cubrió de oro.
Desde entonces se la llama Delos que quiere decir brillante.
Los cisnes sagrados dieron siete vueltas a la isla para
festejar el nacimiento.
Apolo se trasladaba de un lugar a otro en un carruaje de
cisnes.
Su trono era alto y dorado, con inscripciones mágicas
talladas sobre el mismo. Su respaldo tenía la forma de una
lira de siete cuerdas y sobre su asiento había una piel de
pitón. Apolo dio muerte a pitón, una serpiente monstruosa que asolaba una cueva
oracular en Delfos causando estragos entre la población y los rebaños. Sobre su trono
colgaba un disco con veintiún rayos con forma de flecha, semejante a un sol,porque
Apolo pretendía manejar al sol. El emblema de Apolo era el ratón porque se suponía que
los ratones conocían los secretos de la tierra.
Apolo se casó muchas veces. En una ocasión, persiguió a una jovencita que se llamaba
Dafne, ella pidió ayuda a los gritos a la madre tierra Gea, entonces la ayudó
convirtiéndola en un árbol de olivo antes que Apolo pudiera besarla.
Apolo tenía una mansión en Delfos, donde había un oráculo que le robó a la Madre
tierra, Gea, abuela de Zeus.
Artemisa
Artemisa era la hermana melliza de Apolo. Hija de Zeus y
Leto, otra de las numerosas esposas de Zeus.
Era la diosa de los cazadores y de las mujeres solteras.
Su trono estaba construido en plata pura. El respaldo tenía la
forma de palmeras y el asiento estaba cubierto con una piel
de zorro.
Artemisa odiaba el matrimonio, pero le gustaba cuidar a las
madres cuando nacían sus bebés.
Pero mucho más le gustaba cazar, pescar y nadar a la luz de la
luna en algún estanque. Si algún mortal la veía desnuda,
entonces lo convertía en ciervo y se divertía persiguiéndolo
hasta darle muerte.
Participó de muchas aventuras junto a su hermano Apolo.
Su emblema favorito era el animal más temido en toda Grecia, la osa.
Hermes
Se sentaba en la última fila de los dioses varones. Era hijo de
Zeus y de una diosa menor que se llamaba Maya. De allí deriva el
nombre del mes de Mayo. Nació en Arcadia.
Hestia
La última de las diosas mujeres era la hermana mayor de Zeus. Hija de Crono y Rea.
Aunque no sabemos de qué manera se salvó de ser comida
por su malvado padre.
Dionisio - Baco
Cuando ya estaba integrado el Consejo de los doce dioses del Olimpo, Zeus, que era
muy caprichoso, decidió que, como Dionisio había inventado el vino, merecía ser un dios.
Dionisio era uno de los tantos hijos de Zeus. Su madre era
una mortal llamada Sémele. Usaba un bastón largo llamado
tirso, cubierto de hiedra y con una piña en la punta. Usó
ese bastón en una oportunidad para matar a un gigante.
Se lo conoció como Baco, dios del vino y de la inspiración
poética. Era en su origen el dios de las plantas y del jugo
de las frutas.
El trono de Dionisio, o Baco, era de madera recubierta de
plata y oro. Decorado con racimos de uvas de amatista,
una piedra semipreciosa color violeta. También tenía talladas serpientes y muchos
animales con cuernos en mármoles de distintos colores.
Su emblema era el tigre. Parece que en uno de sus numerosos viajes, lideró un ejército
de borrachos y trajo tigres como recuerdo.
A las fiestas desenfrenadas se las conoce como bacanales.
Se suponía que los dioses eran doce. Al incorporar a Baco, serían trece y este número
atraía la mala suerte y eso no era posible. Entonces Hestia, que era una diosa muy
pacífica y enemiga de la discordia le ofreció su lugar.
Ahora el Consejo quedaba desparejo porque había siete dioses varones y cinco diosas
mujeres. Esto era injusto porque cuando debían votar siempre ganaban los dioses
varones, pero a Zeus no le importaba.
SERES MITOLÓGICOS
Las Parcas
Las parcas son las diosas del destino.
Son tres hermanas hilanderas que
personifican al nacimiento, el matrimonio y
la muerte.
Escribían el destino de los hombres en las
paredes de un enorme muro de bronce .Y
nadie podía borrar lo que ellas escribían.
Se llamaban Cloto, Láquesis y Atropos.
Las tres se dedicaban a hilar. Luego
cortaban el hilo que medía la longitud de la
vida con una tijera. Ese corte fijaba el
momento de la muerte.
Ellas hilaban lana blanca y entremezclaban hilos de oro e hilos de lana negra.
Los hilos de oro significarían los momentos dichosos en la vida de las personas. Y la lana
negra significaría los períodos tristes.
Las Musas
Eran muchachas hermosas dotadas de
juventud eterna. Pasaban el día entonando
cantos melodiosos en coro.
Muchos dicen que las musas eran hijas de
Zeus, pero otros no coinciden y le atribuyen
su paternidad a otros dioses.
En el palacio del Olimpo había nueve musas
que cantaban en el salón de los banquetes
para deleitar a los dioses. Los dioses dejaban
de comer y callaban embelesados para
escucharlas.
Se piensa que tienen virtudes proféticas. Eso quiere decir que podían adivinar el
futuro.
También se creía que tenían capacidad para inspirar toda clase de poesía y serían
protectoras de toda forma de arte.
No se habla de ellas en forma individual, sino que siempre están agrupadas
conformando el grupo de Las Musas.
Vestían túnicas etéreas y usaban coronitas de flores sobre el cabello.
Las Ninfas
Son jóvenes hermosas dotadas de eterna juventud. O sea
que nunca envejecían.
Amaban la danza y la música.
Se cree que las ninfas son hijas de Zeus, el dios supremo
del Olimpo.
Reciben distintos nombres según el lugar que habitan.
Si viven en la montaña se llaman Oréades.
Náyades si viven en los ríos.
Agrónomos si viven en el campo.
Nereidas si viven en el mar.
Alseides a las de las plantas y flores.
Hamadríades a las que viven en los bosques.
A las que cuidan rebaños de ovejas, Epimélides.
Y así muchos más nombres según cada lugar.
Si algún mortal quería bañarse en un río o talar un árbol, primero tenía que ofrecerles
un sacrificio a las Ninfas o pedirles permiso.
Pegaso
Los Centauros
Los Centauros eran seres monstruosos. Mezcla de hombre y caballo. El torso era de
hombre y de la cintura para abajo eran como un caballo.
O sea que tenían seis extremidades. Dos brazos y cuatro
patas. Pero también hay representaciones de los
Centauros como hombres de pié y que del trasero surge
una mitad de caballo.
Según las leyendas vivían en los bosques y en las
montañas. No se sabe si eran hijos de Ixión y Néfele o
de Apolo y Estilbe.
Se habla de Los Centauros como si fueran un grupo, una
tribu o un pueblo. Las hembras de Los Centauros se
llamaban Centauresas.
Tenían costumbres brutales como comer carne cruda y
emborracharse. Se emborrachaban muy fácilmente
porque no acostumbraban tomar vino.
La Gorgona o Medusa
La Gorgona o Medusa, era un ser horrible que asolaba la región.
Había sido una belleza, orgullosa de su cabellera. Pero
se atrevió a comparar su belleza con la de la diosa
Atenea, entonces la diosa la castigó cambiando sus
hermosos bucles rubios por serpientes.
Se convirtió entonces en un ser espeluznante. Todos
los que la miraban quedaban automáticamente
convertidos en piedra.
Vivía cerca de una caverna y alrededor se podían ver
las figuras de los hombres convertidos en estatua de piedra por haber querido mirarla.
Dice la leyenda que Perseo la aniquiló. Fue ayudado por la diosa Atenea que le prestó su
escudo, y por Hermes que le dio sus sandalias aladas. Así fue como se acercó a su
caverna, mirándola a través de la imagen que se reflejaba en el escudo, pudo acercarse
cuando dormía y cortarle la cabeza. Luego le obsequió la cabeza a la diosa Atenea.
La Esfinge
La ciudad de Tebas estuvo alarmada por un ser temible llamado La Esfinge.
Era un monstruo terrible que asolaba un camino y nadie se atrevía a pasar.
La parte inferior de su cuerpo era como un león , con cuatro
patas y cola de león y en la parte superior tenía cabeza y pecho
de mujer. Le salían alas como de un águila.
Las Sirenas
Las Sirenas eran divinidades marinas.
Tiene cabeza y pecho de mujer y el resto del cuerpo en forma de pájaro.
Eran poseedoras de una voz encantadora. Tanto que se atrevieron a competir con las
musas. Pero las musas ganaron el concurso y les arrancaron las plumas.
Entonces se instalaron en la costa de Sicilia, sobre unas
rocas.
Cuando algún barco pasaba, ellas cantaban y atraían de
esta manera a los navegantes, que subyugados por la
dulce melodía, quedaban como hipnotizados, estrellando
los barcos contra las rocas.
El Can Cerbero
Era un perro monstruoso con tres cabezas. Era el guardián del Tártaro.
Le gustaba aullarle a la luna, especialmente si había luna llena.
Comía carne de cadáveres.
Esperaba a las puertas del Tártaro, que algún difunto quisiera
pasar sin pagar entrada y lo devoraba.
El Minotauro
Era un monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre que
causaba estragos en la isla de Creta.
Era hijo de Pasífae, esposa del rey Minos y el toro de Creta
El rey Minos lo encerró en un laberinto y finalmente Teseo le dio
muerte.
Jorge Luis Borges en su cuento La casa de Asterión nos muestra
una nueva faceta de este monstruo.
Los Sátiros
Son divinidades de los bosques y de las montañas.
Se los conoce también con el nombre de Silenos. Algunos dicen que son mitad hombres,
mitad machos cabríos, otros que eran mitad
hombres y mitad caballos. En todos los casos tienen
una larga cola como las de los caballos.
Los Sátiros pertenecían al cortejo de Dionisio.
Participaban de todas sus fiestas bailando y
bebiendo hasta emborracharse.
Las Ninfas estaban en alerta continua para escapar
de ellos, pues estos las perseguían ya que nunca
estaban lo suficientemente satisfechos
sexualmente.
Los Pigmeos
Los pigmeos eran un pueblo de hombres minúsculos. Se los llamaba así, debido a una
palabra griega que quiere decir codo o medida de trece pulgadas. Cada pulgada es
alrededor de 2,5 centímetros. Y se dice que esa era la altura de esos hombres.
Algunos dicen que vivían cerca del Nilo y otros dicen que vivían en la India.
Homero cuenta en sus relatos que las grullas emigraban
durante el invierno al país de los pigmeos y que se
trenzaban en una feroz lucha con esos pequeños
habitantes, que debían armarse para defender las
plantaciones de trigo de esos voraces visitantes.
Los Grifos
Los Grifos eran animales fabulosos. Con alas y pico de águila
y cuerpo de león.
Los Grifos podían encontrar oro en las montañas, y, como las
aves construían sus nidos con hilos del precioso metal. En
lugar de huevos ponían ágatas.
Vivían en el país de los Hiperboreos. Tenían largas garras y el
píe era tan grande que muchos habitantes del país
fabricaban con él copas para beber.
Muchos cazadores se animaban a ir en busca de los
tentadores nidos de oro, pero los Grifos, sabían mantener
alejados a los ladrones y saqueadores de oro gracias a su
instinto.
Escila
Escila era un monstruo fantástico con doce patas y seis
cabezas de cuyas bocas asomaban afilados colmillos.
Ladraba día y noche sin parar como un perro rabioso.
Habitaba en una cueva, escondida en una roca altísima
junto a un estrecho que los navíos debían atravesar para
llegar al mar.
Devoraba a cuanto animal pudiera acercarse y cada vez
que un navío atravesaba el lugar se hacía un banquete, ya
que cada una de sus cabezas podía engullir un marinero.
Caribdis
Frente a la roca que servía de morada a Escila, se encontraba otra roca altísima a cuyo
pié crecía un árbol frondoso. Entre sus raíces, había una cueva y allí vivía Caribdis, otro
terrible monstruo.
Caribdis absorbía el agua del mar tres veces por día, haciéndola penetrar en su cueva.
Luego lo devolvía otra vez al mar, pero todo lo que penetraba en la cueva, Caribdis lo
despedazaba.
LUGARES MITOLÓGICOS
El Olimpo
El monte más alto de Grecia es el Monte Olimpo.
Sus paredes de roca muy escarpadas hacen casi
imposible escalarlo. Tan alto es que casi no se puede ver
la cima, siempre rodeada por nubes.
Allí, en la cima del Olimpo tenían su palacio los doce
dioses más importantes de los griegos.
El palacio había sido construido por los Cíclopes.
El palacio estaba construido como los palacios de los
reyes. O sea que era muy grande y fastuoso.
Tenía muchos departamentos para que cada uno de los
dioses viviera cómodamente y un salón donde se reunía el
Consejo donde estaban dispuestos los tronos de los
dioses.
El palacio también tenía comedores, cocinas, salas de armamentos, habitaciones para la
servidumbre, establos para los caballos, perreras para los sabuesos y hasta un
zoológico donde guardaban a sus animales sagrados. Estos incluían a un oso, un león, un
loro, un águila, tigres, una vaca, una tortuga, un hurón, bueyes blancos, una lechuza, un
ciervo, una cigüeña, cisnes, ratones y un estanque lleno de peces.
El Tártaro
Era un lugar situado en la región más profunda de la
tierra. Mucho más abajo que el reino de Hades o el
infierno.
El lugar estaba rodeado por una muralla triple. Tenía
una torre de vigilancia y una enorme puerta que era
imposible atravesar hasta para los propios dioses.
Los dioses encerraban en el tártaro a sus peores
enemigos. También iban a parar allí los grandes
criminales, después del juicio de las almas.
Cuando las ánimas descendían al Tártaro, cuya
entrada estaba en un bosque de álamos negros, los
familiares de los muertos les colocaban una moneda en la boca, bajo la lengua para
poder pagar su entrada. Las ánimas que no llevaban la moneda tenían que esperar
eternamente para poder entrar o buscar una entrada lateral, donde un perro llamado
can Cerbero, esperaba dispuesto a devorar a los intrusos.
Zeus envió allí a los Titanes después de una gran batalla.
Era un lugar tan escalofriante que hasta los mismos dioses le tenían miedo.
Los Oráculos
Los oráculos no eran precisamente
lugares sino parte de la religión. Había
algunos establecidos. De Zeus en
Dodoma, De Apolo en Delfos.
Los Oráculos eran formas de consultar
sobre el futuro.
El Laberinto
Los laberintos son construcciones llenas de
pasadizos tramposos. Pasillos sin salida y
recovecos que no llevan a ninguna parte.
LEYENDAS MITOLÓGICAS
Heracles
Heracles, también conocido en Roma como Hércules, era hijo de Zeus y Alcmena, una
princesa de Tebas.
Hera, la esposa de Zeus, enojada por la
infidelidad envió a dos serpientes para
matarlo cuando todavía era un bebé. Pero
Heracles, que era muy fuerte, tomó a las
serpientes entre sus dedos fuertes como
tenazas y las estranguló.
El niño fue creciendo, haciéndose cada vez
más y más fuerte.
Años más tarde, Supo que el rey de Grecia,
Euristeo, quería destronar al rey de Tebas,
Anfitrión, que era su padrastro.
Heracles le ofreció a Euristeo ser su
esclavo durante doce años, si permitía que su padrastro, Anfitrión, permaneciera en el
trono durante ese tiempo.
Euristeo, al verlo tan fuerte, temió que lo destronara y consultó al oráculo de Apolo y
este le dijo:-Accede al pedido, pero durante ese tiempo envíalo a hacer los trabajos
más difíciles y peligrosos que puedas imaginar.
1-Heracles y el León de Nemea
El primer trabajo que Euristeo le encomendó fue que
trajera la piel del León de Nemea.
Heracles salió en su búsqueda muy bien armado.
Cuando encontró al León, le disparó todas sus flechas,
pero la piel era tan gruesa que no logró atravesarlo.
Entonces recurrió a su enorme mazo y le pegó con ella en
la cabeza mientras profería toda clase de gritos.
El León, confundido, se metió en su cueva. Esta cueva,
cavada en la montaña tenía dos entradas. Heracles, juntó
muchas rocas y las amontonó sobre una de las entradas
hasta taparla totalmente y luego entró a la cueva armado de una flecha de acero
afilada y su potente maza.
Cuando el león lo vio, abrió su enorme boca, mostrando sus afilados dientes, con las
crines de su espalda de punta.
Heracles, entonces, se abalanzó descargando la maza sobre la cabeza del león
dejándolo mal herido pero todavía vivo. Luego se trenzó en una lucha cuerpo a cuerpo.
Con sus potentes brazos, lo apretó hasta asfixiarlo por completo.
Una vez muerto el león, le arrancó la piel y se la colocó sobre sus hombros como si
fuera una coraza y volvió ante la presencia de Euristeo.
2-Heracles y la Hidra de Lerna
Esta vez Euristeo le pidió a Heracles que matase la Hidra de Lerna.
Para lograr esta difícil tarea, Heracles le pidió ayuda a su fiel compañero Yolao.
Cuando llegaron a la laguna de Lerna, Heracles disparo sus
flechas para obligarla a salir del agua.
Cuando la temible Hidra finalmente apareció, Heracles le
aplastó la cabeza con su mazo. Pero de cada gota caída de
la sangre de la hidra, renacían dos nuevas cabezas de
pequeñas hidras que crecían a gran velocidad. Como la lucha
era feroz y se volvía interminable por la rápida
reproducción de las hidras, le pidió a Yolao:-¡Pronto, Ayúdame! Arma una Tea con la
rama de un árbol de ese bosque y quema las cabezas de hidra apenas nacen.
Yolao, hizo lo que Heracles le dijo y así fue quemando las cabezas una por una,
impidiendo que se desarrollaran.
Cuando a la hidra le quedó solo una cabeza, Heracles la cercenó y luego la cortó en
muchos pedazos que luego enterró.
Heracles, antes de retirarse, sumergió sus flechas en la sangre ponzoñosa de la hidra.
Ahora contaba con flechas envenenadas.
3-Heracles y la Cierva de Cerineo
Apenas terminó con la hidra, el rey Euristeo lo mandó a traer viva a la cierva del monte
Cerineo, que estaba consagrada a la diosa Artemisa.
Esta cierva, tenía cuernos de oro y patas de bronce. Nadie logró alcanzarla ya que
nunca se cansaba de correr.
Heracles estuvo todo un año persiguiéndola, hasta que un día la siguió hasta un río.
Como estaba muy crecido, la cierva no se animó a cruzarlo. Entonces, Heracles la tomó
por sorpresa, la agarró por los cuernos, le ató las patas, la cargó sobre sus hombros y
la llevó sana y salva ante Euristeo.
4-Heracles y el Jabali de Erimanto
Euristeo le ordenó que fuera en busca del jabalí de Erimanto y lo trajera vivo.
Heracles partió a buscarlo con sus armas habituales.
Lo más difícil era encontrarlo, ya que la temible bestia se escondía muy bien, y solo
salía de su escondite para sembrar el pánico entre los habitantes de Arcadia.
Heracles revisó uno por uno cada arbusto y revolvió las malezas hasta que lo encontró.
El jabalí huyó y Heracles fue tras él atravesando valles y
montañas sin descansar.
Heracles vio un desfiladero sin salida y logró que el
jabalí, ya agotado se internase para reposar. Heracles
aprovechó ese momento para capturarlo, le sujetó las
fauces de afilados colmillos, le ató las patas y lo cargó
sobre su ancha espalda para depositarlo a los pies de
Euristeo.
5-Heracles y los Pájaros de Estinfalo
Euristeo le ordeno luego a Heracles que exterminara los pájaros del pantano de
Estinfalo.
Estos Pájaros tenían el pico y las patas de bronces y sus plumas exteriores eran como
dardos de acero. Destrozaban todas las cosechas y comían carne de humanos y
rebaños. Eran el terror de la región.
Cuando Heracles intentó cazarlos lanzando sus afiladas
flechas, estas rebotaban en las plumas de acero
exteriores que hacían las veces de una armadura. Solo
eran vulnerables en su parte interna, o sea en su pecho.
Heracles no podía atravesar el pantano nadando porque
estaba lleno de barro y tampoco podía caminar sobre él
porque se hundía en el barro por su propio peso.
La diosa Atenea, viendo su desesperación y con la intención de ayudarlo le entregó un
címbalo, luego le dijo: -¡Sacúdelo!
Heracles entonces, sacudió el címbalo y los pájaros se echaron a volar, descubriendo el
pecho vulnerable.
Allí Heracles que era un magnífico arquero, disparo sus flechas y los exterminó a todos.
6-Heracles y el Toro de Creta
Euristeo, rápidamente le encomendó otro trabajo a nuestro héroe, Heracles.
Esta vez le pidió que acorralara, capturara y trajera a Mecenas al temible Toro de
Creta. Una empresa nada fácil.
Heracles se embarcó rumbo a la isla de Creta.
Una vez allí, buscó al toro hasta encontrarlo. Luego lo
persiguió hasta introducirlo en un bosque.
Heracles trepó a un árbol y espero que el toro pasara
y se arrojó sobre el lomo del animal. Después de una
fuerte lucha cuerpo a cuerpo, logró colocarle un anillo
en la nariz y arrástralo a través del agua hasta
depositarlo frente a Euristeo.
7-Heracles y los Establos de Augias
El Rey de la Elida, Augias tenía unos establos muy sucios.
Tenía muchísimos rebaños de bueyes y nadie los había limpiado en treinta años. El
estiércol se había acumulado y despedía un olor
nauseabundo que se propagaba a toda la región.
Hercles vio que la tarea era muy difícil de cumplir
porque los establos eran enormes ya que había más
de treinta mil animales.
Entonces tuvo una idea brillante.
Abrió un boquete en uno de los muros laterales del
enorme establo, luego fue hasta un río cercano, el río
Alfio y con la ayuda de una pala y su fuerza, desvió el curso del río para hacer pasar el
torrente por dentro del establo.
Las aguas del río atravesaron el establo, barriendo el estiércol acumulado, quedando
impecable.
8-Heracles y los Caballos de Diomedes
Euristeo, le encargó otra difícil tarea a Heracles. Esta vez debía traerle los caballos de
Diomedes.
Diomedes, era hijo de Ares, era muy sanguinario. El tenía un establo con una manda de
caballos que escupían fuego por la boca. Diomedes, los
alimentaba con los extranjeros náufragos que llegaban
a las playas de la isla.
Heracles se embarcó a Tracia con un grupo de amigos.
Cuando llegaron, se dirigieron inmediatamente a los
establos de Diomedes, Atacaron a los sirvientes que
cuidaban el establo y luego fue en busca de Diomedes
para arrojarlo en medio del pesebre de bronce donde
comían los caballos. De esa manera sufriría en carne propia el mismo castigo que
empleaba con los pobres náufragos. Los caballos lo devoraron al instante.
Más tarde, los condujo con la ayuda de sus amigos hasta el palacio de Euristeo.
9-Heracles y las Amazonas
Euristeo tenía una hija llamada Admeta, que siempre anheló tener el cinturón de
Hipólita, reina de las amazonas.
Euristeo, le encargó a Heracles que lo buscara y lo trajera para su hija.
Heracles partió con un grupo de amigos hacia
el país de las amazonas.
Al llegar, Heracles pudo comprobar que las
amazonas conformaban un pueblo de guerreras.
Todas ellas sabían combatir a caballo y eran
diestras en el uso de las armas. Hipólita lo
recibió muy bien y cuando le preguntó cuál era
el motivo de su visita, Heracles le comentó –El
rey Euristeo me encargó que le lleve tu
cinturón, ya que su hija Admeta, desea tenerlo.
Hipólita le respondió- Yo misma te lo obsequiaré con mis respetos para el rey.
Rea, la esposa de Zeus, que siempre estaba atenta tratando de perjudicar a Heracles
por ser hijo ilegítimo de su marido, se disfrazó de amazona y comenzó a sembrar
sospechas entre las amazonas. Les dijo: -No confíen en Heracles, es muy traicionero.
Lo único que desea es capturar a Hipólita.
Las amazonas comenzaron a sospechar y luego se alzaron en terrible lucha, muriendo
hasta la misma Hipólita en la sangrienta batalla.
Heracles le quitó el cinturón y pudo volver ante Euristeo con el encargo cumplido.
10-Heracles y los Toros de Gerión
Euristeo decidió esta vez, enviar a Heracles a buscar los Toros Rojos de Gerión.
Gerión era un terrible gigante con tres cuerpos. Vivía en una isla lejana de occidente,
cruzando el océano y tenía un rebaño de hermosos toros rojos, custodiados por un
boyero y un temible perro con tres cabezas.
Para llegar a tan remoto lugar, Heracles tuvo
que recorrer la costa de África. Al llegar al
estrecho que separa Europa de África,
levantó dos columnas, una en cada continente
para conmemorar su paso por ese territorio.
En ese lugar, el sol brillaba con tanta fuerza,
y la temperatura era tan agobiante, que
Heracles, enfurecido, le arrojó dos flechas al
sol.
El sol sorprendido por esa actitud tan audaz, con el deseo de apaciguarlo le dio una
copa de oro que al descender del cielo podía transportarlo a través del cielo, cruzando
el océano hasta la costa del horizonte lejano donde el sol sale para iluminar al mundo.
Heracles trepó a la copa y se trasladó volando hasta la lejana isla de Gerión.
Cuando llegó a su destino lo esperaban el terrible perro de tres cabezas que no bien lo
vio comenzó a ladrarle y a mostrarle sus afilados colmillos. Heracles tomó su maza y le
partió las tres cabezas.
Luego apareció el boyero-¿Qué pasa? ¿Quién anda por ahí? Preguntó.
Heracles lo sorprendió y también descargó su maza dejándolo inconsciente. Cuando
apareció el terrible gigante Gerión, Heracles lo atacó con sus afiladas flechas hasta
darle muerte.
Luego, Tomo el rebaño de toros rojos que hizo subir a la copa y volvió a volar en ella
haciendo el recorrido inverso atravesando la noche sobre el océano.
Luego condujo el rebaño de toros a pié. Pero al llegar al Ródano, sus habitantes se
enamoraron de esos hermosos bueyes rojos y le presentaron una feroz batalla. Tan
cruel fue la pelea que Heracles quedó mal herido en la contienda.
Heracles pensó que estaba perdido y pidió ayuda a su padre, Zeus a los gritos-¡Por
favor, Padre Zeus, ayúdame!
Zeus lo escuchó y para ayudarlo envió una gran tormenta de granizo sobre el enemigo.
Las piedras de hielo eran enormes y los enemigos de Heracles huyeron despavoridos.
Luego de atravesar numerosas regiones, y estando ya cerca de su meta, Hera, que
siempre estaba atenta para causarle problemas a Heracles, envió un tábano que volvió
loco al rebaño con sus picaduras.
Los toros corrieron enloquecidos y el rebaño se dispersó en las montañas.
Heracles perdió mucho tiempo tratando de agrupar nuevamente a los toros, recuperó la
mayor parte y luego se dirigió a Micenas ante Euristeo, que no podía creer que
Heracles, nuevamente, resultara victorioso en tan difícil tarea.
11-Heracles en el Jardín de las Hespérides
Euristeo, esta vez le encargó a Heracles que le traiga las manzanas de oro, que la diosa
Gea le había regalado a Hera como regalo de casamiento y, que Hera, había plantado en
un jardín lejano de occidente custodiado por las Ninfas de la tarde, conocidas como
Hespérides y un dragón de cien cabezas llamado Ladón.
El recorrido que hizo Heracles para llegar al
misterioso jardín es muy complicado ya que
nadie conocía bien su ubicación.
Primero Heracles fue a visitar unas Ninfas para
que lo orientaran, pero las Ninfas le dijeron que
tenía que buscar al dios Nereo, ya que era el
único que conocía la ubicación precisa.
Heracles buscó a Nereo y lo capturó para
obligarlo a revelar el secreto. Nereo no quería
decir ni media palabra. Heracles lo encadenó y Nereo que era un dios, se transformó en
león, luego en serpiente y más tarde en llamas. Pero Heracles se mantuvo firme sin
asustarse y Nereo finalmente confesó el sitio secreto del famoso jardín.
Para llegar, Heracles tuvo que atravesar África. Caminó y caminó hasta llegar al punto
más alejado del mundo occidental y allí vio las puertas del jardín.
También vio a Atlas, un gigante enorme que en su destierro fue obligado a cargar sobre
sus espaldas el peso de la bóveda celeste.
Heracles conocía bien la existencia del temible dragón Ladón. Entonces le propuso al
gigante que si iba en busca de las manzanas de oro, el sostendría el firmamento en su
lugar. Atlas aceptó porque ya estaba cansado de tener tanto peso sobre sus hombros.
Entró al jardín y arrancó los frutos dorados, pero al regresarle dijo a Heracles que
quería ir en persona a entregar el preciado botín a Euristeo.
Heracles tuvo que pensar rápidamente una respuesta.: - Me parece bien. Dijo,- Pero
antes, permíteme buscar algo que sirva de almohadilla y me acomode el cabello para que
amortigüe el peso de tanta carga.- Sostiene unos minutos el cielo hasta que resuelva
este problema.
El gigante no se dio cuenta del engaño y cargó nuevamente sobre sus espaldas todo el
peso de la bóveda celeste.
Heracles, tomó las manzanas de oro y salió corriendo hasta llegar ante Euristeo.
12-Heracles y el Can Cerbero
Euristeo pensó y pensó tratando de encontrar otro trabajo difícil.
Luego le dijo-Hércules, Debes traerme el temible can Cerbero.
Hércules, entonces descendió en compañía de Hermes al abismo de los muertos.
Llego hasta el mismo trono de Hades, el dios de las tinieblas y le explicó el motivo de su
visita.
Hades le respondió.-Puedes llevarte a Cerbero
a plena luz del día. Pero con una sola condición.
No debes usar armas contra él.
Hércules, se cubrió con la piel del león de
Nemea que hacía las veces de escudo
protector, luego tomó al can por el cuello de
donde confluían las tres cabezas y aunque el
perro logró morderlo con sus afilados
colmillos, Hércules lo apretó con tal fuerza
que casi lo asfixia.
El animal, sintiendo que estaba dominado se tranquilizó y lo siguió como un manso
cachorrito.
Cuando se lo llevó a Euristeo, este se asustó tanto de ver el aspecto horroroso del
animal que le pidió que lo devolviera urgentemente al Tártaro
Ulises
Ulises, también conocido como Odiseo, era
rey de Ítaca. Allí vivía junto a su bella esposa
Penélope y a su hijo Telémaco. Ulises, junto a
un grupo de aguerridos príncipes griegos,
emprendió un largo viaje para tomar la ciudad
de Troya. Esta ciudad rodeada por murallas
era infranqueable.
Ulises que era muy inteligente, después de
fracasar en varios intentos, tuvo la gran idea
de construir un caballo de madera gigantesco
apoyado sobre una base con ruedas que
abandonó a las puertas de la ciudad de Troya.
Los troyanos, deslumbrados por el gigantesco caballo, abrieron el pesado portón de la
ciudad y lo empujaron dentro. Ellos no sabían que el caballo contenía una sorpresa que
los llevaría a su fin. Dentro del caballo estaban escondidos numerosos soldados. Cuando
llegó la noche y los troyanos estaban descansando, los soldados abrieron una puerta
secreta y se escabulleron dentro de la ciudad. Luego abrieron el pesado portón que
franqueaba la entrada para permitir la entrada del resto de las tropas griegas, que
aguardaban escondidas en un bosque cercano.
Así se logró destruir la ciudad de Troya.
Una vez cumplido su objetivo, Ulises volvió a Ítaca junto a sus guerreros, pero debido a
los distintos tropiezos sufridos durante la travesía, el viaje que debía demorar unas
pocas semanas se convirtió en una odisea que duró diez largos años.
Aquí vamos a conocer los tropiezos y desventuras que atravesó Ulises hasta que logró
llegar a su reino.
Ulises en la Isla de los Cicones
Las naves de Ulises, como todas las de la época, eran pequeñas. No tenían más que una
vela y un puñado de remeros para impulsarlas. Trataban en lo posible, de no perder de
vista la costa, para poder buscar refugio en caso de tormenta.
Muchas veces el clima les jugaba una mala pasada. En este caso, al tiempo de partir, un
fuerte viento empujó las naves hacia una isla ocupada por los
Cicones.
Ulises, encontró que en esa isla había un gran tesoro y envió a
sus hombres a recoger el botín. Los Cicones, rápidamente se
armaron para defender sus posesiones emprendiendo una
feroz lucha cuerpo a cuerpo contra los navegantes.
Como los Cicones eran muy numerosos ganaron la batalla.
Ulises perdió el botín y muchos hombres en la lucha. Pero con
los que habían logrado salvarse, logró huir velozmente aunque
con mucha tristeza por el resultado adverso de la expedición.
Como si el cielo quisiera castigarlos por su atrevimiento, se desató una fuerte
tempestad El agua entraba a raudales y las velas se hincharon por el viento hasta
reventar. Varios días lucharon contra las adversidades del tiempo sin descansar.
Cuando por fin, volvió la calma al mar, aprovecharon para reparar las naves y
reemplazar las velas destrozadas. Pero nuevamente comenzó a soplar el viento norte
alejándolos de su ruta, mar adentro y empujándolos luego hacia otra isla extraña.
Ulises en la Isla de los Lotófagos
Los lotófagos, se llamaban así porque solamente se alimentaban con la flor del loto.
Esta flor tenía raras propiedades. Por un lado era deliciosa como la miel, pero por otro
lado producía efectos secundarios a los consumidores.
Los que prueban la flor del loto, inmediatamente olvidan el pasado cercano y el remoto.
Tampoco recuerdan los proyectos para el futuro. Sus días transcurren sin angustias ni
sufrimientos, ya que no recuerdan nada, y tampoco cumplen con sus deberes y
obligaciones porque han olvidado todos los proyectos. Solo pasan el tiempo, tirados
sobre la playa, gozando de sus sueños dichosos mientras consumen la flor del loto.
Ni bien llegaron a la isla, Ulises envió a un grupo de hombres a investigar ya que
necesitaban aprovisionarse de agua dulce y otros víveres.
Los lotófagos eran muy amigables. No solo los recibieron con los brazos abiertos, sino
que también les dieron a probar su alimento favorito: la flor del loto.
¿Qué sucedió? Los navegantes, apenas probaron el fruto delicioso, olvidaron a Ulises, a
Ítaca, la tarea encomendada, las penas y sufrimientos que habían soportado y se
tendieron sobre la playa olvidando sus obligaciones como el resto de los lotófagos,
fantaseando sueños de felicidad.
Ulises, que se había quedado en la nave, comenzó a preocuparse temiendo que los
nativos de la isla podrían haberlos aniquilado y bajó a buscarlos.
Al ver lo que ocurría, ya que ninguno quería volver a la nave y solo deseaban permanecer
allí tirados consumiendo la dulce flor, hizo bajar a los remeros para que lo ayudaran a
arrastrarlos nuevamente a las naves,
advirtiéndoles que no debían por nada del mundo
probar ese alimento.
Los hombres lloraron y patalearon, ellos no
deseaban volver a sufrir pena alguna, pero Ulises
los ató fuertemente hasta que se les pasó el
efecto del fatal alimento.
Las naves de Ulises siguieron nuevamente su
derrotero y luego de navegar varios días, vieron
una hermosa isla que se recortaba sobre el
horizonte, donde se detuvieron.
Ulises y Polifemo, el Cíclope
Al acercarse con las naves a la isla, pudieron divisar campos
fértiles, bosques espesos y hasta un manantial de agua dulce
que fluía entre rocas, rodeado de una arboleda que
proporcionaba una sombra apacible.
Al rodearla, vio Ulises, que la isla poseía un puerto natural, ideal
para fondear las naves y explorar ese territorio.
Al día siguiente, Ulises y un grupo de doce valientes hombres,
se internaron en el bosque cargados con vino, miel y otras
provisiones con la esperanza de conocer a sus afortunados
habitantes.
Ulises desconocía que esa isla estaba habitada por los Cíclopes, un pueblo salvaje que
desconocía a cualquier autoridad y tampoco creía en los dioses.
Avanzando en su expedición, muy pronto encontraron una gruta oculta entre ramas de
laurel. A su alrededor se extendía un muro de troncos y piedras de enorme tamaño. La
cueva era la morada de un gigante, pero no estaba allí, pues había salido a apacentar su
rebaño de ovejas.
El refugio del gigante estaba repleto de quesos, acomodados prolijamente. Tarros y
ollas para la leche y un grupo de pequeños cabritos.
Cuando los hombres vieron todas esas provisiones se dejaron llevar por la tentación y
dijeron:- Tomemos estos quesos, carguemos los cabritos y volvamos a las naves.
Pero Ulises no aprobó la sugerencia.
-¿Comportarnos como ladrones? ¡Jamás! Si alguna vez conseguí un botín, fue luchando,
no robando. Les replicó con firmeza.-Mejor esperemos a que el gigante regrese y le
ofrecemos a cambio de sus quesos, nuestro vino y la miel.
Al caer la tarde, el gigante volvió a su refugio. Era un Cíclope gigante llamado Polifemo,
hijo de Poseidón.
Al ver acercarse al monstruo, Ulises y sus hombres corrieron a esconderse en los
rincones más oscuros de la cueva.
Polifemo penetró en la cueva seguido por su rebaño con paso tambaleante, cargando un
enorme fardo de leña, que al arrojarlo hizo retumbar cada rincón de la caverna.
Luego se dirigió hacia el único acceso de la cueva y sin el menor esfuerzo, tomó una
roca inmensa y con ella cerró la entrada por completo.
Polifemo, sin advertir la presencia de los intrusos, comenzó a ordeñar su rebaño, luego
prendió una hoguera, que iluminó cada rincón de su morada. En ese momento, Polifemo
advirtiendo la presencia de Ulises y sus hombres lanzó un grito estrepitoso que por
poco los deja sordos.
-¿Quiénes son ustedes? -¿De dónde salieron? -¿Quién les dio permiso para entrar en
mi casa? Preguntó enojado, el gigante.
Los hombres quedaron petrificados del susto, pero el valiente Ulises, se adelantó
diciendo: -Somos guerreros del rey Agamenón de Grecia. Hemos luchado por nuestro
rey en Troya y ahora volvemos a nuestra patria, pero un fuerte viento nos desvió hacia
esta isla. Te pedimos que nos concedas la hospitalidad que nuestro dios, Zeus, ordena
que se le otorgue a los extranjeros.
-Los Cíclopes no tenemos dioses y tampoco aceptamos órdenes de nadie. Respondió
enérgico para preguntar curioso:-¿De qué lado de la isla están ancladas tus naves?
-Nuestras naves se hundieron luego de una terrible tempestad. Somos los únicos
sobrevivientes del naufragio. Respondió Ulises con astucia.
Polifemo se sonrió con picardía. Luego avanzó hacia los hombres y tomando a dos de
ellos entre sus manos, les golpeó la cabeza hasta quebrarla, luego los abrió por la mitad
ayudado por un cuchillo y los asó al fuego.
Cuando estuvieron a punto, los devoró lentamente mientras sorbía un enorme vaso de
leche. Ulises y los diez acompañantes que quedaban no podían creer lo que habían
presenciado ya que la ferocidad del gigante no conocía límites.
Apenas el gigante cayó rendido por el sueño, Ulises se reunió con sus hombres para
urdir un plan que les permitiera escapar de ese monstruo. Sabían que la solución no era
matarlo, pues quedarían atrapados para siempre, imposibilitados de mover la inmensa
roca que cubría la entrada. Por otro lado, también sabían que si no lograban hacer algo
pronto sus días estaban contados.
Por la mañana, Polifemo ordeño a sus ovejas y luego volvió a matar a otros dos hombres
que asó y engulló rápidamente. Más tarde hizo salir al rebaño, y una vez afuera, volvió a
cubrir la entrada con la piedra.
Ulises y sus hombres, desesperados, lamentaban su mala suerte. De pronto, Ulises vio
un tronco enorme y ordenó a sus hombres afilar la punta y la endureció al fuego de la
hoguera con la finalidad de hundirlo en el ojo del cruel Cíclope.
Al caer la tarde, el gigante regresó y luego de ordeñar a su rebaño, volvió a repetir su
sanguinaria rutina de cenar dos hombres.
Entonces, Ulises, se adelantó para ofrecerle su vino. -Polifemo, para que tu festín sea
perfecto debes acompañarlo de este delicioso vino. Polifemo, lo probó y vio que era
delicioso.
-Nunca he probado un licor tan delicioso como este. Dijo el gigante, mientras paladeaba
el rico licor.-Quiero recompensarte por tu generosidad.
-Muy bien, respondió Ulises. Si quieres recompensarme te diré mi nombre. Mi nombre
es Nadie.
Polifemo lanzó una carcajada. - ! Claro que te recompensaré! Me comeré a tus hombres
y te dejaré para el final. Y siguió riendo a carcajadas.
Muy pronto, el gigante cayó rendido ante el efecto del vino en un sueño profundo.
Entonces, Ulises, con la ayuda de sus hombres, tomó el tronco afilado y luego de
colocar su punta al fuego hasta que se puso de color rojo incandescente, lo alzaron
entre todos y lo hundieron en el único ojo del gigante.
Polifemo, despertó gimiendo y maldiciendo con gritos estruendosos mientras la estaca
continuaba clavada en su único ojo. Cuando logró arrancarla, deambuló ciego por la
cueva tropezándose sin aliviar su dolor.
Al oír sus gritos, los otros cíclopes se acercaron a la puerta de su cueva para
preguntarle: ¿Qué ocurre Polifemo? ¿Alguien te ha herido?
Polifemo respondió:-¡Nadie me ha herido a traición!
-¡Pues si nadie te ha herido, para que gritas tanto! Replicaron sus hermanos, los
cíclopes, mientras se marcharon pensando que se había vuelto loco.
En vano trató el gigante ciego de encontrar a Ulises y a sus hombres, ya que estos
podían fácilmente escurrirse cuando el gigante se acercaba a tientas.
Entonces Polifemo, corrió la pesada piedra de la entrada y se instaló a custodiar la
entrada esperando que desearan escapar de sus garras.
Pero el ingenioso Ulises, urdió un nuevo plan. Entre el rebaño de Polifemo, había varios
carneros de gran tamaño. Los sujetó con tientos de a tres y debajo del vientre de los
mismos sujetó a sus hombres y luego se ató a si mismo bajo el vientre de otros tres
carneros.
Cuando Polifemo dejó salir a su rebaño, les acariciaba los lomos, Sin percatarse que al
salir los carneros, también escapaban los hombres.
Así escaparon, Ulises y sus hombres de su prisión. Cuando estuvieron en un lugar
seguro, cortaron las ataduras con un cuchillo y se dirigieron rápidamente a las naves,
donde la tripulación preocupada los esperaba angustiada.
Después de cargar el rebaño en las naves y cuando ya se alejaban de la costa, Ulises
gritó:-¡Polifemo, cuando alguien te pregunte que le pasó a tu ojo, dile que Ulises, el rey
de Ítaca te lo vació!
Polifemo lanzó un aullido: -Un oráculo me predijo que Ulises, rey de Ítaca, me dejaría
ciego. Pensé que sería un héroe majestuoso no un enano insignificante que me
emborracharía a traición. Como has sido tan astuto te ruego que vuelvas y te trataré
como mereces o mi padre, Poseidón, me vengará enviándote una maldición. Gritó
envenenado de rabia.
-¡Jamás volverás a ver el sol y tu padre jamás te devolverá tu ojo! Respondió Ulises.
-Polifemo lanzó toda clase de gritos, pidiendo a Poseidón que lo vengara de Ulises,
mientras arrojaba enormes piedras contra las naves.
Las piedras no le causaron ningún daño a las naves, sino que las impulsaron mar adentro,
escapando de esa isla y sus crueles habitantes.
Ulises y Eolo
Ulises y sus hombres, después de tan desdichada aventura, continuaron navegando con
la esperanza de regresar a su reino, Ítaca.
Después de varios días de navegación, vieron una extraña isla, rodeada de escarpadas
rocas y protegida por una muralla de bronce.
Ulises, curioso, no pudo resistir la tentación de incursionar en lo que parecía ser una
fortaleza impenetrable.
Ulises, ancló las naves, y apenas pisaron
tierra firme, fueron recibidos por Eolo, El
rey de los vientos, que gobernaba la isla.
Eolo, sabía muy bien quien era Ulises y le
otorgó el rango de huésped. Lo agasajó con
toda clase de banquetes y ceremonias en su
honor.
Ulises estaba encantado, pero lo que
realmente deseaba era regresar a su ansiada
patria, donde lo esperaba Penélope, su esposa
y su hijo Telémaco.
Eolo comprendió el deseo de Ulises y quiso hacerle un gran regalo. Entonces, encerró a
todos los vientos, menos al viento del oeste, en un gran cuero de buey. Luego cerró
fuertemente la boca del cuero, atándola con hilos de plata y se lo entregó a Ulises que
lo depositó en el puente de la nave.
Eolo, colocó al viento del oeste detrás de las naves y luego le ordenó que soplara
suavemente acompañando a las naves hasta el deseado puerto de Ítaca.
Durante nueve días, navegaron acompañados por una suave brisa, sobre un mar calmo,
hasta que lograron divisar la deseada isla. Pronto pudieron distinguir los bosques y las
colinas. Lo que los llenó de tranquilidad.
Después de tantos días de navegación sin poder pegar un ojo, y viendo que su objetivo
estaba tan cerca, Ulises se retiró a descansar, y vencido por el cansancio quedó
profundamente dormido.
Los hombres que estaban en el puente, aprovechando la ausencia de su capitán,
comenzaron a intrigar contra Ulises, diciendo: -¡Ulises no es justo con nosotros! Eolo le
dio este enorme cuero de regalo que seguramente esconde un gran tesoro y no ha
querido compartirlo con nosotros.
Y otro replicaba:- ¿Acaso no hemos luchado a la par de él? ¡Corresponde que comparta
el botín!
Y así, movidos por la codicia y aprovechando que Ulises roncaba ruidosamente,
decidieron abrir el cuero del buey cuando faltaba muy poco para arribar a Ítaca.
Inmediatamente escaparon los vientos del pellejo provocando un huracán que empujó
las naves hacia el lado contrario, alejándolas de su derrotero hasta convertir a la tan
ansiada isla de Ítaca en un punto insignificante sobre el horizonte.
Al ver lo ocurrido, Ulises deseó terminar con su vida arrojándose al mar, pero como era
sumamente sensato, ordenó a sus hombres a dirigirse nuevamente a la isla del rey Eolo.
Eolo, al verlo le preguntó:-¿Por qué has vuelto, Ulises? Yo te di todo para que llegaras a
salvo a tu isla.
Ulises le explicó lo ocurrido y rogó que le prestara nuevamente su ayuda.
Pero Eolo, le contestó enfurecido:- ¡Vete de aquí y no vuelvas más! Si los dioses han
permitido que te ocurriera esta calamidad, no debes ser tan bueno.
Ulises, triste y avergonzado, regresó a las naves y ordenó a los hombres navegar mar
adentro.
Los vientos arremolinados hacían dificultaban el avance de los remos y apenas podían
dominar las embarcaciones ante la furia del mar encrespado.
Todo parecía estar en su contra. Seis días y seis noches lucharon contra las
inclemencias del tiempo y la violencia del mar.
Ulises y los Gigantes
Después de luchar frenéticamente contra las
inclemencias del tiempo durante seis largos días, los
navegantes fueron bendecidos por un sol radiante y un
mar en calma. A lo lejos divisaron tierra y Ulises,
ordenó remar con vigor hasta alcanzar la orilla de lo que
parecía una hermosa isla. Había allí un puerto natural,
de aguas tranquilas y fondearon las naves, menos la de
Ulises, que como precaución la dejó fuera del puerto,
amarrada a una roca.
Ulises, movido por la curiosidad, trepó hasta la roca más
alta para tratar de ver qué clase de lugar era ese. Solo
divisaron algunas columnas de humo. Entonces decidió
enviar a tres hombres a explorar el lugar.
Siguiendo las huellas de los carros, atravesaron montes
hasta toparse con las puertas del reino. Allí, encontraron a una bella joven que peinaba
sus largos cabellos junto a una fuente. Por sus palabras, reconocieron que se
encontraban frente a la hija del rey de la isla. Ella amablemente, ofreció conducirlos
junto a su madre, la reina.
Enorme fue su sorpresa cuando vieron que esa isla estaba habitada por enormes
gigantes que se alimentaban con carne humana. La reina, era una mujer horrible, de
mirada siniestra e imponente tamaño. Al ver a los tres hombres, le brillaron los ojos e
inmediatamente llamó a su esposo, el rey.
El monarca, ni lerdo ni perezoso, se abalanzó sobre los hombres lanzando fuertes
gritos y tomando a uno de ellos por la cintura, le dio un golpe y luego lo engulló de un
bocado. Los otros dos hombres, huyeron espantados corriendo tan rápido como sus pies
se lo permitían para advertir al resto de los navegantes de la situación.
Pero, tras ellos corrieron un grupo de monstruosos caníbales, dispuestos a darse un
banquete. Al llegar al puerto, los gigantes arrojaron rocas contra las naves,
hundiéndolas rápidamente y a los hombres heridos o moribundos, los arrastraron hasta
sus casas para darse un festín.
Ulises, presenció la tragedia horrorizado por la mala suerte de sus hombres y viendo
que nada podía hacer contra esos enemigos de fuerza colosal, se dirigió a su nave, la
única que se salvó del desastre, cortó la amarra y dio la orden de remar con fuerza a
sus hombres para alejarse lo más rápido posible de esa isla siniestra
Ulises y Circe, la Hechicera
Con solo un navío, abatidos y tristes por
la experiencia sufrida, Ulises y sus
hombres navegaron varios días hasta
llegar a la isla Ea. Una vez allí, se
recostaron en la playa llorando y
lamentándose apesadumbrados por no
poder volver a su patria, Ítaca.
Ulises trató de darles ánimo pero no
lograba reanimarlos. Entonces, se dirigió
hasta lo alto una colina y desde allí pudo
divisar a lo lejos una columna de humo
que ascendía hasta perderse en el cielo azul. Era un signo de que alguien habitaba la
isla.
Al descender se le cruzó un ciervo que logró matar con su lanza. Lo cargó hasta la playa
y se los entregó a sus compañeros diciendo: -¡Miren lo que he conseguido! Vamos a
cocinarlo y cuando hayan comido, verán el futuro con otros ojos.
Los hombres, que estaban hambrientos, olvidaron por un instante sus penas y luego de
comer y beber abundantemente durmieron plácidamente.
Al día siguiente, Ulises insistió en la necesidad de explorar la isla. Los hombres
temerosos por la experiencia vivida, se negaron, pero la insistencia de Ulises terminó
por ganar su voluntad.
Decidieron dividirse en dos grupos. Uno a cargo de Ulises y otro grupo a cargo de
Euríloco, su cuñado. Echaron en suerte para decidir qué grupo haría la tarea de
exploración y el destino quiso que el grupo de Euríloco se internara en la isla. Ulises
debía aguardar en la playa su regreso.
Euríloco y sus hombres se internó en la isla. Luego de atravesar un bosque, se
encontraron frente a un gran palacio de piedra pulida. Frente a la puerta, se paseaban
gran cantidad de leones y lobos mansos como perritos, que al ver los, los rodearon
festejando la llegada de los visitantes.
Los hombres no sabían que ese era el palacio de Circe, la hechicera y que esos animales
formaban parte de la fauna encantada de la maga.
Al llegar a la puerta del palacio, escucharon a una mujer cantando con una voz tan
melodiosa que los dejó paralizados.
Los hombres golpearon la puerta y la bella maga Circe les abrió, invitándolos a pasar.
Todos quedaron admirados de su hermosura, pero Euríloco, que recordaba lo ocurrido
con la hija del gigante se negó a entrar y decidió esperarlos escondido detrás de unos
arbustos.
Circe, condujo a sus invitados a un lujoso salón donde los agasajó con sabrosos
manjares a los que añadió una pócima para hacerlos perder la memoria. Luego los tocó
con su varita mágica convirtiéndolos en cerdos para arrojarlos luego a una sucia y
oscura pocilga. Una vez en la pocilga, Circe les arrojó bellotas y desperdicios como
único alimento.
Para mayor desdicha de esos hombres, si bien quedaron convertidos en cerdos
físicamente, su inteligencia continuaba siendo humana duplicando el sufrimiento.
Euríloco esperó durante horas a sus compañeros. Al ver que no regresaban, se angustió
y desesperado, regresó corriendo hacia la nave, para dar aviso de la desaparición de
sus hombres.
Ulises al ver la desesperación de su cuñado. Buscó su espada y su arco y le pidió a
Euríloco que le indicara el camino hacia el palacio de Circe, pero este se negó diciendo:-
Ulises, no puedes ir allá. No podemos correr el riesgo de perderte. Mejor huyamos
antes que vuelva a ocurrir otra desgracia.
Pero el héroe, se burló: -Si tú quieres, puedes quedarte aquí, comiendo y bebiendo pero
yo voy a hacer lo que me plazca. Y sin compañía alguna se dirigió hacia el bosque en
busca del palacio de piedra.
Cuando faltaba muy poco para llegar a su destino, le salió al encuentro un joven
hermoso blandiendo una varita dorada. Ulises reconoció al dios Hermes en persona. -
¿Dónde vas Ulises? Tus compañeros están encerrados en una pocilga convertidos en
cerdos. Y agregó: ¿Acaso crees que tú solo podrás salvarlos? Ulises lo miró atónito.
Entonces Hermes continuó diciendo:- Yo te ayudaré. Le entregó una planta de flores
blancas y raíces negras. Luego le dijo:-Esta planta apartará de ti cualquier hechicería.
Pero cuando Circe se acerque para tocarte con su varita mágica, debes sacar tu sable y
arrojarte sobre ella como si fueras a matarla. Ella se asustará y te ofrecerá su
hospitalidad. No debes aceptar nada de ella .Primero debes exigirle que haga el
juramento de los dioses de que no intentará hacer nada en tu contra. Así estarás a
salvo.
Ulises aceptó las indicaciones del dios y prometió seguir sus indicaciones.
El héroe de Ítaca llegó finalmente al palacio y golpeó la puerta. La bella Circe le abrió y
lo invitó a pasar al salón ofreciéndole toda clase de manjares mezclados con su pócima
para perder la memoria. Pero no lo afectó en lo más mínimo, pues llevaba consigo la
planta de flores blancas.
Cuando Circe se acercó con su varita mágica, Ulises se abalanzó sobre ella con su
espada como si fuera a matarla.
Circe, entonces se arrojó a sus pies diciendo: - Dime quién eres extranjero. Solo hay un
hombre sobre la tierra capaz de resistir mis conjuros, y ese es Ulises, el héroe de
Troya.
Y continuó: -Si tu eres Ulises, envaina tu espada y acepta la hospitalidad que te
ofrezco.
Pero Ulises, recordando los consejos de Hermes le dijo: -Solo puedo confiar en ti, si
juras por los dioses que no harás nada en mi contra.
Circe realizó el juramento y luego lo agasajó con toda clase de manjares. Pero Ulises se
negaba a comer y a beber, pues estaba muy triste por la suerte corrida por sus
compañeros transformados en cerdos.
-¿Qué sucede Ulises? Hice el juramento que me pediste y no has probado ni un bocado.
¿Todavía no confías en mi?-Preguntó Circe asombrada.
A lo que Ulises respondió:-Solo cuando vuelva a ver a mis hombres libres y con su figura
humana, volveré a creer en tus promesas.
Circe entonces, tratando de ganar la confianza del héroe de Troya, liberó a los
hombres y mientras salían los iba tocando con su varita mágica para que recobraran su
figura humana.
Los hombres reconocieron a Ulises al instante y se abrazaron llorando de felicidad.
Circe se conmovió hasta las lágrimas al presenciar tan cálido reencuentro y ordenó
buscar al resto de los hombres que se encontraban en la playa para darles un
espléndido banquete. Euríloco se resistió en principio, pero luego también se sumo al
grupo de invitados.
Así, entre festines y banquetes pasaron casi un año disfrutando de la hospitalidad de la
bella hechicera. Pero pronto volvieron a recordar a su patria y añoraron regresar junto
a sus familias.
Ulises, al escuchar los ruegos de sus navegantes, melancólicos por volver, se acercó a
Circe y le dijo: -Te doy las gracias por tu generosidad, pero tú sabes bien que
deseamos volver a Ítaca. ¡Por favor, ayúdanos!
Circe le respondió:-¡No los retendré contra su voluntad!- Luego le trazó la ruta que
debía seguir la nave y le advirtió de cada uno de los peligros que iban a correr y lo que
debían hacer en cada caso para sortearlos con éxito.
Antes de despedirlos les advirtió:- Si tú o tus hombres no siguen mis indicaciones al pie
de la letra, o hacen algo contra lo que acabo de prohibirles, la ruina caerá sobre sus
cabezas, perderás a tus hombres y Tú no volverás a Ítaca sino después de mucho
tiempo y en un estado miserable.
Al día siguiente y después de agradecer a Circe nuevamente se lanzaron al mar en su
nave, con la esperanza de llegar a su ansiado destino, ayudados por los vientos
favorables que envió la maga como despedida.
Ulises y las Sirenas
Uno de los muchos peligros sobre los que la
hechicera advirtió a Ulises, era el que correrían
al pasar frente a la isla de las Sirenas.
Esta isla estaba habitada por mujeres muy
raras. De la cintura para abajo, tenían la forma
y las escamas de un gran pez y de la cintura para
arriba tenían todo el aspecto de una mujer. Las
sirenas eran muy crueles a pesar de tener un
aspecto inofensivo. Estaban dotadas de una voz
extraordinaria. Pasaban los días y las noches sentadas sobre el césped, frente al mar,
cantando dulces y atrayentes canciones. Pero esa voz melodiosa y cautivante era una
trampa mortal para los hombres que la escuchaban, ya que no podían resistir la
tentación de acercarse a ellas. Una vez en tierra, las sirenas mataban a los hombres y
los descuartizaban. Luego amontonaban las calaveras como si fueran trofeos.
Circe le advirtió a Ulises:-El hombre que escuche la canción de las sirenas, jamás
volverá a ver a su esposa y a sus hijos.- Luego le aconsejó la manera de evitar el
peligro.
La nave se acercaba rápidamente impulsada por una suave brisa, pero un conjuro de las
sirenas detuvo el viento y los hombres tuvieron que avanzar lentamente utilizando los
remos.
Como un eco a la distancia, comenzaron a escuchar lo que parecía ser una canción.
Ulises rápidamente taponó los oídos de sus hombres con cera y luego les pidió que lo
ataran fuertemente al mástil de la nave y que por más que rogara y suplicara no lo
desataran por nada del mundo. Luego les ordenó remar con todas sus fuerzas para
escapar velozmente de esa terrible atracción.
La nave comenzó a deslizarse junto a la isla y las sirenas redoblaron sus esfuerzos por
atraerlos cantando las más cautivantes canciones.
-¡Ven, Ulises! Detén tu nave para escuchar nuestras voces. Cantaremos para ti las
Glorias de las Victorias Griegas. ¡Ven, valiente Ulises!
Ulises, al escuchar esas voces, sintió una poderosa atracción. Podía ver a las hermosas
sirenas, tendidas entre las flores al borde del mar. Ulises, lloró y pataleó, implorando a
sus hombres que lo dejaran libre para reunirse con ellas.
Como los hombres tenían sus oídos tapados no sufrieron el efecto del encantamiento y
en lugar de soltar a Ulises, lo amarraron con más fuerza contra el mástil mientras él
luchaba con todas sus fuerzas para liberarse.
Los marineros remaron con tanta fuerza, que pronto se encontraron lejos de esa
peligrosa isla. Una vez en alta mar, los hombres desataron a Ulises y se quitaron los
tapones de los oídos.
El peligro ya había pasado.
Ulises y las Rocas Erráticas
Ulises y sus hombres continuaron navegando hasta
que se encontraron frente a unas rocas
formidables, donde las olas del mar chocaban
contra ellas hasta cubrirlas por completo. Se
podía escuchar el rugido del mar al estrellarse y
un enorme remolino arrojaba a la superficie
restos de naufragios.
Comprendió Ulises que se hallaba frente a otro de
los numerosos peligros que Circe le había
advertido: Las Rocas Erráticas.
Los tripulantes estaban aterrorizados ante el peligro que los esperaba, pero el valiente
Ulises los animó a seguir diciendo:- No se desanimen compañeros. Hemos atravesado
muchos peligros. Recuerden a Polifemo. Pensamos que moriríamos y aquí estamos. Solo
cumplan mis órdenes y verán que todo saldrá bien.
Circe, la hechicera le había aconsejado: Cuando deban atravesar las rocas erráticas,
deben hundir los remos en el agua a gran velocidad y al mismo tiempo controlar el timón
para que la nave se mantenga en línea recta para no chocar contra las rocas.
Esto fue lo que indicó Ulises y lograron sortear el peligro sin perder ni un solo hombre.
Escila y Caribdis
Ulises, que era muy prudente, luego
de atravesar las rocas erráticas,
guardó silencio sobre los nuevos
peligros que los acecharían: Escila y
Caribdis.
Temía que si les contaba acerca de
esos terribles monstruos, se
aterrorizaran, dejaran sus remos y
se arrojaran al mar. Así fue que
mantuvo en secreto las advertencias
de Circe.
Luego de atravesar las rocas erráticas, la nave debía pasar por un lugar muy angosto. A
cada lado del mismo se levantaban dos rocas altísimas. A la izquierda se elevaba una de
ellas, de color negro, brillante y resbaladizo como mármol pulido. Demás está decir que
nadie podía treparla. Aún en los días más hermosos estaba cubierta por una nube negra.
En esta roca y dentro de una cueva oculta, vivía Escila. Un monstruo fantástico con
doce patas y seis cabezas de cuyas bocas asomaban afilados colmillos. Ladraba día y
noche sin parar como un perro rabioso. Devoraba a cuanto animal pudiera acercarse y
cada vez que un navío atravesaba el lugar se hacía un banquete, ya que cada una de sus
cabezas podía engullir un marinero.
Frente a la roca que servía de morada a Escila, se encontraba otra roca altísima a cuyo
pié crecía un árbol frondoso. Entre sus raíces, había una cueva y allí vivía Caribdis, otro
terrible monstruo. Caribdis absorbía el agua del mar tres veces por día, haciéndola
penetrar en su cueva. Luego lo devolvía otra vez al mar, pero todo lo que penetraba en
la cueva, Caribdis lo despedazaba.
Circe le había advertido: -Presta atención, Ulises. Escila no es mortal. Es inútil luchar
contra ella. Lo único que puedes hacer es huir a todo remo, lo más rápido posible.
Pero Ulises, al oír los ladridos de Escila, se calzó la armadura y se ubicó en la proa de la
nave, esperando que asomara sus cabezas, con la intención de enfrentarla. Escila no se
asomó y con esa distracción pronto se vio sorprendido por el remolino de Caribdis, que
había comenzado a tragar el agua del mar.
Los marineros, muertos de miedo, remaban con todas sus fuerzas para alejarse de
Caribdis, y así, se acercaron sin percatarse a la roca de Escila.
Escila, lanzó sus seis cabezas y con un solo movimiento arrebató a seis marineros del
puente. Los hombres gritaban y lloraban extendiendo sus brazos, suplicando ayuda sin
que sus compañeros pudieran hacer cosa alguna para liberarlos de tan fatídica muerte.
Este triste espectáculo dejó a los marineros sumidos en la tristeza y la desolación, ya
que tenían perfecta conciencia de que cualquiera de ellos podría haber sufrido esa
desgracia.
Ulises y los Ganados del Sol
Se alejó finalmente la nave de aquél espantoso lugar. Los
navegantes no podían olvidar las miradas de sus compañeros al
ser atrapados por el monstruo Escila.
Después de varios días de navegación, vieron una isla
hermosísima, cubierta de verdes prados donde pastaban con
tranquilidad rebaños de vacas y ovejas.
Ulises reconoció que se hallaba ante la isla que guardaba los
rebaños del Sol, de la cual la bella hechicera Circe le había
vahadlo de esta manera:- Ulises, si logras atravesar sano y salvo el peligro de los
monstruos Escila y Caribdis, pronto encontrarás la isla del Sol. Pero, presta atención,
porque si tú o tus hombres matan una sola de las vacas del sol, una maldición caerá
sobre la nave y su tripulación y aunque logres salvar tu vida, tus compañeros morirán y
si logras volver a Ítaca, lo harás en un estado lamentable.
Ulises, recordando estas palabras y la advertencia sobre la maldición, quiso seguir de
largo, pero su cuñado Euríloco comenzó a protestar:- ¿Cómo pretendes que sigamos
adelante? ¿No ves que estamos agotados? Ya se acerca la noche y estamos muertos de
cansancio. ¿Qué pasará si se desata una tormenta? ¿Cómo podremos hacerle frente en
este estado?
El resto de los hombres se unió a la protesta y Ulises no tuvo más remedio que aceptar
sus reclamos. Pero antes de desembarcar les hizo prometer que no tocarían ni una
oveja ni una vaca del Sol.
Los hombres le aseguraron que no tocarían los rebaños, ya que la hechicera Circe les
había regalado abundantes provisiones para abastecerse durante mucho tiempo.
Esa misma noche se desató una terrible tormenta que duró más de un mes. Con el
correr del tiempo las provisiones comenzaron a escasear y comenzaron a padecer
hambre. La isla si bien era hermosa, ni la caza ni la pesca era suficiente como para
satisfacerlos.
Un día en que Ulises se internó en el bosque, Euríloco comenzó a instigar a los hombres
diciendo:- hemos sufrido toda clase de desgracias, pero no comprendo por qué tenemos
que padecer hambre mientras pastan a nuestro alrededor todas estas magnificas vacas.
Me pregunto si no podríamos sacrificar algunas terneras con la promesa de construirle
un templo al Sol ni bien lleguemos a Ítaca.
Los hombres, que ya venían arrastrando la escasez de alimento durante varios días se
plegaron a la propuesta de Euríloco sin pestañear. Rápidamente prepararon el fuego
algunos y otros sacrificaron unas terneras a las que asaron y luego se dieron un festín
acompañado por el vino que les quedaba.
Ulises, que se había quedado profundamente dormido, en medio del bosque, despertó
sintiendo un fuerte olor a carne asada y corrió hasta donde acampaban sus hombres.
Allí, horrorizado comprobó que el daño ya estaba hecho y no había nada que pudiera
hacer para remediar el mal.
Todos fueron testigos del más horripilante acontecimiento. De la carne de las vacas
asadas, surgían mugidos de dolor y los cueros que habían quedado, se contorneaban y
retorcían, mientras por todas partes se escuchaban tristes lamentos de vacas.
Al cabo de seis días, el tiempo mejoró y Ulises decidió que era el momento de zarpar y
alejarse de la isla.
Cuando se encontraron en alta mar, una nube negra se posó sobre la nave y parecía que
la tempestad estaba dirigida exclusivamente a ella. Un rayo partió el mástil en dos y al
caer arrastró al timonel hacia las aguas embravecidas del mar, al mismo tiempo
comenzó a prenderse fuego, la nave giró hacía un costado y todos los hombres, excepto
Ulises, cayeron al mar.
El héroe de Troya se aferró con todas sus fuerzas a lo que quedaba de la nave, sin
poder luchar, solo dejándose llevar por las enfurecidas aguas.
Los vientos huracanados, hicieron retroceder la nave nuevamente, hasta donde se
encontraban los peligrosos monstruos de Escila y Caribdis. Cuando Caribdis con su
remolino, comenzó a tragar las aguas y a la destruida nave, Ulises, de un salto, se
aferró a una rama del árbol que se hallaba a la entrada de la cueva de Caribdis, y,
cuando el monstruo, devolvió la nave al mar, de un salto. Se aferró a lo que quedaba del
mástil, logrando sortear esa contingencia con éxito. Escila, por suerte, no salió de su
cueva y pronto, Ulises se vio liberado de esos dos peligros.
Pronto se encontró Ulises, solo en alta mar a merced de los vientos, viendo más lejana
la posibilidad de volver a su patria con vida.
Ulises y Calipso
Ulises aferrado a los restos de la nave, muy cansado, se
dejó llevar por el oleaje.
Una brisa suave, empujó la nave hacia una hermosa isla
cubierta de árboles frondosos.
Después de descansar varias horas tendido en la arena de
la playa, decidió explorarla. Después de caminar un largo
trecho, llegó hasta la entrada de una gruta cavada en la
roca, de donde se desprendían dulces aromas de cedro y
sándalo. A su entrada se podían ver dos hermosas parras de
las que colgaban jugosos racimos de uvas negras.
El lugar era un paraíso. Se escuchaba el rumor de del agua proveniente de varias
fuentes de agua cristalina.
En la gruta, una bellísima mujer con trenza dorada y ricamente vestida, tejía
afanosamente. Era la diosa Calipso.
A pesar de su mala fama con los hombres, Calipso recibió a Ulises con cariño,
prodigándole toda clase de cuidados que lo ayudaron a recobrar la salud, bastante
deteriorada por las desdichadas aventuras que padeció.
Después de haber perdido a su nave y a sus hombres, Ulises no podía hacer otra cosa
que permanecer al cuidado de la diosa. Pero a pesar de que la isla era un paraíso y que
la diosa lo cuidaba con esmero, Ulises no podía ocultar su tristeza y pasaba largas
horas del día con la vista perdida en el horizonte, añorando su patria.
Calipso al verlo tan apenado le preguntaba una y otra vez:-¿Qué te ocurre, Ulises? Bien
sabes que si te quedas conmigo no deberás temer ni a las enfermedades ni a la muerte.
Pero Ulises, sin querer ser grosero con la diosa le respondía:-No le tengo miedo ni a las
enfermedades ni a la muerte. Lo que yo deseo, es volver a ver aunque sea una sola vez
más la isla de Ítaca.
Así permanecieron ocho largos años. Este era el castigo que envió el dios Poseidón a
Ulises, por haber cegado a su hijo el cíclope Polifemo.
Para suerte de Ulises, Atenea, la diosa de la sabiduría, que veía por un lado la tristeza
de Ulises y por el otro, los pesares de su esposa Penélope y de su hijo Telémaco, deseó
ayudarlo. Entonces, Atenea se dirigió al monte Olimpo y en una asamblea relató al resto
de los dioses las desventuras del héroe de Troya y la tristeza que lo embargaba.
Los dioses se apiadaron de Ulises y su familia y enviaron a Hermes a la isla de Calipso
para solucionar el problema.
Hermes se encontró con Calipso, la diosa de las trenzas doradas, que lo agasajó con
toda clase de manjares exquisitos. Después de disfrutar de un regio festín, Hermes le
transmitió a Calipso el deseo de los dioses: Que le permitiera a Ulises regresar a su
patria.
Calipso pensó que el pedido era injusto y le respondió: -¿Ahora se acuerdan los dioses
de Ulises? ¿Acaso ellos no permitieron que sufriera toda clase de penurias?, Además yo
no poseo nave alguna. ¿Cómo puedo mandarlo de regreso?
Pero Hermes, respondió con firmeza:-Si no envías a Ulises de regreso a Ítaca, los
dioses te castigaran duramente.-y voló nuevamente sobre los campos de regreso al
Olimpo.
Calipso, rápidamente, buscó a Ulises, que como todos los días se hallaba llorando en la
playa con los ojos puestos en el horizonte y le dijo:- No llores más, Ulises. Voy a
permitirte regresar a tu patria.
Ulises, desconfiaba de las palabras de la diosa, pero ella lo condujo a un bosque donde
crecían árboles fuertes y alcanzándole un hacha de dos filos y otras herramientas lo
animó a construir una nave para llegar a su ansiado destino.
Mientras tanto, Calipso se puso a tejer una tela grande y fuerte para que usara de
velas.
Ulises recobró la alegría perdida y prontamente se puso a trabajar con ahínco para
construir una balsa lo suficientemente resistente como para alcanzar a su patria.
Después de varios días de trabajar sin descanso, la balsa estaba concluida y la botó a la
mar cargada de ricas provisiones que la diosa Calipso, temerosa de la venganza de los
dioses, le regaló para despedirse.
Después de dieciocho días de navegación en calma, divisó una isla dorada en el
horizonte que flotaba como un escudo de bronce y se dirigió a ella.
Pero lo que Ulises no sabía es que Poseidón, al regresar de un largo viaje, pasó por la
isla de Calipso, y al ver que el héroe de Troya se había liberado de su destino, montó en
cólera. y enfurecido, bramó:- ¡Ulises! ¿Pensaste que todos tus problemas habían
terminado?, pues, ¡Ya verás!- Y en pocos minutos, convocó a las nubes para que
desencadenaran un huracán sobre la precaria balsa, que presa de las fuerzas
indomables del mar, la hacían tambalear como si fuera un barquito de papel.
Ulises no podía creer lo que ocurría. Una vez más la angustia se apoderó de él.
Llorando gritó:- Hubiera sido mucho mejor morir en la ciudad de Troya antes que pasar
por todos estos sufrimientos.
Ni bien terminó de decir estas palabras, una ola gigantesca hizo girar la balsa
destruyendo el mástil, lanzando al pobre
Ulises al mar.
Ulises y la diosa Atenea
Ulises, arrastrado al fondo del mar por una
ola gigantesca, tuvo que luchar con todas
sus fuerzas para llegar a la superficie. Una
vez allí, pudo ver los restos que quedaban de
la nave. Nadó hasta aferrarse a esos
troncos que eran su única salvación.
Poseidón, el dios del mar, no perdonaba a Ulises y se había propuesto maltratarlo con
todos los elementos a su disposición.
En ese momento, una Ninfa que vagaba por los mares, sintió pena al ver sufrir de esa
manera al héroe de Troya y posándose como una mariposa sobre la balsa le dijo:-
Poseidón te ha hecho blanco de su venganza pero debes saber que su poder o alcanza
para llevarte a la muerte. Debes hacer exactamente lo que te digo y te salvarás:
Desnúdate, ajusta a tu cintura este velo que te entrego y arrójate al mar. Deja que la
balsa sea arrastrada a la deriva, y tú, nada hacia tierra y cuando llegues a ella, vuelve a
arrojar mi velo al mar. El solo irá directamente a mi encuentro.-Luego de alcanzarle el
velo, la Ninfa se hundió en el mar sin dejar rastro.
Ulises, temiendo que esta sea una nueva trampa de los dioses, no obedeció los consejos
de la Ninfa y continuó agarrado a los troncos de la balsa.
La saña de Poseidón no le daba respiro y otra ola enorme terminó por dispersar los
troncos de la precaria balsa. Otra vez en al agua, Ulises volvió a encaramarse a caballo
de uno de los troncos y en la desesperación, decidió seguir los consejos de la Ninfa del
mar. Se despojó de sus ropas, ajustó el velo a su cintura y se arrojó al mar nadando con
todas las fuerzas disponibles.
Poseidón sonreía feliz al ver consumada su venganza y se retiró a su palacio en el fondo
del mar.
Ulises continuó nadando enérgicamente durante dos días y dos noches.
La diosa Atenea, que veía las penurias de Ulises, le ordenó al viento del norte:- Sopla
con fuerza para allanar el camino de Ulises hasta depositarlo en el país de los feacios.
El viento norte siguió las órdenes de la diosa, mientras Ulises nadaba sin descanso. Así
pasaron tres días y tres noches, hasta que el mar se calmó y a lo lejos pudo divisar
tierra.
El entusiasmo lo llevó a doblegar sus fuerzas para llegar a la isla. Triste fue su
decepción al ver que la isla estaba rodeada de arrecifes. El mar golpeaba sobre las
rocas con un estruendo inusitado y era prácticamente imposible vencer esa barrera.
Una ola lo empujó sobre una roca y estuvo a punto de perder la vida si no se hubiera
aferrado a ella con sus manos lastimadas por el roce contra el filo de la roca.
Atenea, lo inspiró a seguir nadando rodeando la isla en busca de un lugar adecuado para
tocar tierra. Pero encontró un río que desembocaba en el mar. Ulises, agotado pidió
ayuda al río, y éste ordenó a sus aguas que corrieran mansas hasta depositarlo en
tierra.
Ulises, muy débil, después de tantos días de nadar sin descanso, se acercó a la playa y
se desprendió del velo para luego arrojarlo al mar. El velo flotó suavemente sobre la
corriente, y pronto las aguas se abrieron para dejar paso a la ninfa del mar, Ella
recogió el velo y volvió a desaparecer bajo las aguas.
Ulises, lloró de alegría. Luego se dirigió a un monte cubierto de árboles, armó con hojas
una cama mullida y se recostó.
Atenea, su protectora le ordenó al Sueño que lo ayudara a dormir para reponer sus
fuerzas luego de tantas penurias.
Y Ulises se durmió plácidamente.
Nausica
En el país de los feacios gobernaba un rey que tenía
una sola hija llamada Nausica. Nausica era muy buena
y hermosa. Todos la querían porque era dulce y
compasiva con el resto de los súbditos.
Una noche en que la princesa dormía, la diosa Atenea
se le presentó en sus sueños y le habló así:-Nausica,
mañana, bien temprano pídele a tu padre que te
prepare un carro con sus mulas para lavar la ropa en
el río. Porque has crecido mucho y es tiempo que te
cases. Ni bien se despertó, Nausica recordó su sueño y corrió al encuentro de su padre
para pedirle el carro y las mulas para lavar la ropa en el río sin confesar su sueño.
Al rey le llamó la atención, pero como la quería tanto le dio lo que le pedía con mucho
gusto. Prepararon un carro muy fuerte al que ataron varias mulas. Su madre la reina le
dispuso una canasta con provisiones. Otras doncellas amigas y varias esclavas también
partieron junto a Nausica para pasar el día junto al río.
Al llegar, soltaron las mulas para que pastaran en el prado y ellas se divertían mientras
lavaban cantando y jugando a salpicarse. Era un hermoso día y parecía una excursión
perfecta.
Luego de tender la ropa al sol para que se secara, comieron la sabrosa vianda que la
reina madre había preparado con tanto esmero.
Era un día pleno de sol y decidieron jugar a la pelota. Se dispusieron en rueda y con
habilidad se pasaban la pelota de mano en mano mientras reían a carcajadas. De
repente, una de las doncellas se descuidó y la pelota cayó en el río. Todas gritaron
alarmadas ya que la corriente del río dirigía rápidamente la pelota hacia el mar.
Los gritos de las jóvenes despertaron a Ulises que dormía muy cerca en su cama de
hojas y ramas secas.. Ulises, se cubrió con algunas ramas para presentarse ante las
jóvenes ya que debido al consejo de la ninfa del mar, no tenía ropa para cubrirse.
Su aspecto era entre andrajoso y temible, por esa razón las muchachas corrieron
espantadas al verlo.
Nausica, siempre amable y compasiva se mantuvo de pié ante la presencia del naufrago.
Ulises se acercó y dijo: -Soy Ulises. He combatido en Troya y al querer regresar a mi
patria he atravesado muchas penurias. Mis hombres están muertos y mis naves
destruidas. Jamás he visto una doncella tan hermosa. Si te apiadas de mí los dioses te
recompensarán.
Nausica lo escuchó con atención y luego de alcanzarle algo de ropa para cubrirse le
respondió: estás en el país de los feacios. Yo soy la princesa Nausica y mi padre es el
rey.- Luego ordenó a las esclavas que buscaran un regio traje para vestir al extranjero.
Bien vestido, Ulises lucía toda su nobleza y gallardía.
Nausica no pudiendo disimular su asombro le confesó a sus amigas:-¡Miren ahora al
extranjero! ¡Parece un dios! Si algún día me caso, espero que mi esposo sea como Ulises.
Después de alimentarlo generosamente, Nausica se acercó para decirle:-Puedes subirte
al carro con nosotras, pero antes de llegar a los límites de la ciudad debes bajarte y
esperar un tiempo para evitar comentarios malintencionados sobre mi o sobre ti. Los
feacios son buenas personas y cualquiera te indicará el camino para llegar al palacio.
Una vez en el palacio, dirígete a mi madre, dobla la rodilla al presentarte y
seguramente te acogerá amablemente y te procurará los medios necesarios para que
puedas regresar a tu país.
Cuando Nausica terminó de darle consejos, todos subieron al carro y se alejaron
rápidamente dejando atrás el río.
Ulises ante los feacios
Al llegar ante las puertas de la ciudad de los feacios, Ulises descendió del carro y se
quedó sentado un tiempo a las puertas de la ciudad. Desde allí, pudo contemplar el
puerto. En el mismo había gran movimiento de naves que llegaban y partían y otras
tantas ancladas cargando y descargando mercancías.
Luego de atravesar la muralla que rodeaba la ciudad, Ulises se dirigió al palacio. No
podía disimular su asombro ante la riqueza del edificio. Sus muros de bronce brillaban
bajo los efectos del sol y sus enormes puertas eran de oro macizo.
Ulises traspasó las distintas habitaciones hasta llegar a la estancia de la reina. Al
verla, dobló la rodilla y se presentó:-Reina de los feacios, mi nombre es Ulises. He
peleado en Troya y para regresar a mi patria, Ítaca, he debido atravesar grandes
peligros. Te ruego tengas piedad de mí y me proporciones los medios para regresar a mi
país.
El rey, al ver la humildad del extranjero, lo invitó a sentarse junto a ellos y lo agasajó
con un banquete digno de un príncipe.
Durante el banquete Ulises, narró sus peripecias, y todos los presentes lo escucharon
entretenidos.
Al terminar la fiesta, la reina le preguntó acerca de su traje, ya que ella lo había
confeccionado con sus propias manos. Ulises, se vio forzado a narrar su encuentro con
la princesa Nausica.
El rey se sorprendió. No esperaba ese comportamiento de parte de su hija, pero Ulises,
le explicó las razones de la joven princesa y el rey comprendió que había actuado con
prudencia.
Día tras día se sucedían fiestas y juegos de destreza para honrar al ilustre visitante.
Los mejores coros se presentaron entonando canciones donde se relataba el sitio de
Troya y las proezas de Ulises.
El rey reconoció que se hallaba ante un verdadero héroe y le rindió toda clase de
distinciones y regalos para honrarlo, ya que era la primera vez que los visitaba un
hombre tan valiente.
Por la noche, sabiendo que el héroe de Troya partiría a la madrugada hacía Itaca,
Nausica se presentó para despedirse.
-Vengo a despedirme, valiente Ulises. Pienso que no volveré a verte, pero seré feliz si
pienso que alguna vez te acordarás de mí.
Ulises se emocionado ante tanta sinceridad, respondió: -Princesa Nausica. Te
recordaré todos los días de mi vida, pues tú me has devuelto la vida.
Al día siguiente, el rey fletó una de sus mejores naves para llevar a Ulises de regreso a
Ítaca. Los feacios extendieron una alfombra sobre la cubierta, allí se recostó Ulises y
pronto se quedó dormido.
El buque con ayuda de una suave brisa se deslizó sobre el mar. Al amanecer del otro
día, llegaron a Ítaca. Como Ulises continuaba dormido, los feacios tomaron la alfombra
con sumo cuidado y la depositaron en tierra sin despertarlo.
Junto a él depositaron todos los regalos de oro y plata que el rey había obsequiado al
héroe de Troya.
Mientras Ulises continuaba dormido, su protectora, la diosa Atenea lo envolvió en una
espesa niebla y, cuando luego de varias horas despertó, se afligió enormemente, pues
no reconoció el lugar y gritó desconsolado: -¿Dónde estoy? ¡Esto no es Ítaca! ¡Los
feacios me han tendido una trampa! ¡Pobre de mí!
Cuando estaba a punto de descargar su llanto, la diosa Atenea se hizo visible y con su
dulce voz le fue narrando todo lo que había
ocurrido en Ítaca durante su larga ausencia.
Penélope y su tela
Muchos años pasó Ulises lejos de su patria. Su
hijo. Telémaco crecía año tras año hasta
convertirse en un hombre. Su mujer, la reina
Penélope era bellísima y el reino de Ítaca muy
rico.
La prolongada ausencia de Ulises, despertó la
codicia de los caballeros de la corte que
pretendían tomar posesión de la corona,
pensando que Ulises estaba muerto. Estos
nobles se instalaron se instalaron en el palacio de Ulises, comiendo, bebiendo y
disfrutando de una vida regalada sin que Penélope pudiera hacer nada al respecto.
Cada tanto le ofrecían matrimonio a la reina, pero ella confiaba que su marido
regresaría algún día y no sabiendo cómo deshacerse de esos sujetos infames tramó un
plan: Instaló un telar y comenzó a tejer una intrincada tela y les dijo:- Hasta que no
termine esta tela no puedo dar una respuesta. -Penélope se sentaba todo el día a
trabajar con ahínco ante el telar, pero por las noches cuando todos dormían deshacía lo
tejido durante el día. Así la tela no avanzaba prácticamente nada.
Las presiones de los nobles hacían sufrir mucho a Penélope y a Telémaco y juntos
lloraban de tristeza.
Un día en que Telémaco deambulaba angustiado, vio llegar a un extranjero muy guapo
vestido con un riquísimo traje de guerrero adornado en oro y plata.
Telémaco lo recibió en un lugar apartado del palacio, a salvo de curiosos y lo agasajó
con un espléndido banquete. Desde allí se escuchaban las risotadas de los
pretendientes que instalados en el palacio se entretenían jugando y bebiendo a costa
de la corona.
Telémaco, apesadumbrado le confió al extranjero:- esas risas son de los pretendientes
de mi madre. Creen que mi padre ha muerto y por esa razón usurparon el palacio
disfrutando de los bienes de mi padre. y le preguntó:- Dime extranjero: ¿Sabes acaso
si mi padre aún vive?
El extranjero no era otro que la diosa Atenea, que se había transfigurado como
caballero para acercarse a Telémaco.
Tratando de captar su confianza le dijo:-He visto a tu padre. Está vivo, pero en una isla
lejana y muy pronto regresará a Ítaca.
Luego agregó:- Debes seguir mi consejo y no te arrepentirás: Mañana debes
presentarte ante los nobles y decirles con firmeza que deben abandonar el palacio.
Actúa con valentía y seguridad y te prometo que las futuras generaciones recordarán
tu nombre.
Luego de darle sus recomendaciones la diosa Atenea le infundió coraje y valor. El que
parecía un muchacho tímido y apocado se convirtió en un hombre recio y valeroso.
Telémaco quiso agasajar a la diosa con regalos pero ella se esfumó rápidamente.
Telémaco, con una nueva fuerza en su corazón se dirigió a la sala donde estaban
reunidos los nobles y a viva voz les dijo:-¡Ya es suficiente por hoy! Mañana convocaré al
Consejo y allí sabremos si van a seguir viviendo a costa de la corona o si yo puedo ser el
rey de Ítaca y dueño de mi patrimonio.
Los pretendientes no podían creer lo que veían. Ellos pensaban que Telémaco era un
niño y ahora veían que se enfrentaban a un hombre de verdad.
Por la mañana, Telémaco convocó al Consejo y se dirigió al lugar seguido por sus dos
fieles perros.
Cuando los nobles llegaron, Telémaco les dijo:- En primer lugar quiero expresar mi dolor
ante la larga ausencia de mi padre, pero también quiero expresar mi desconsuelo ante
el bochornoso comportamiento de estos sujetos que se dicen nobles, y aprovechan su
ausencia para derrochar su patrimonio en juergas como dueños y señores de una corona
que no les pertenece.
Los nobles se enfurecieron al ver la fuerza de Telémaco y le recriminaron:-No es
nuestra culpa que nos hayamos instalado tanto tiempo en el palacio, sino de tu madre
que nos ha engañado prometiendo que elegiría un nuevo esposo cuando concluyera su
tela y ahora bien sabemos que desteje por la noche lo que teje durante el día. Una vez
que tu madre elija esposo nos iremos.
Telémaco volvió a arremeter con fuerza:- Si no se van ya mismo del palacio, los dioses
los castigarán sin piedad.
En ese preciso momento dos águilas sobrevolaron el lugar trenzándose en una feroz
lucha hiriéndose a picotazos.
Un anciano al verlas dijo:- Este es un signo de que algo grave ocurrirá a los que
pretenden la mano de Penélope.
Los pretendientes se rieron a carcajadas de las palabras del anciano y replicaron:-Si
Ulises no ha regresado es porque debe estar muerto y no nos moveremos de aquí hasta
que Penélope no elija un esposo.
Telémaco respondió: Entonces, me embarcaré e iré a buscar a mi padre.
Los nobles se burlaron una vez más. Solo Mentor apoyó a Telémaco y el Consejo se
disolvió.
Telémaco, el hijo de Ulises
El hijo de Ulises, Telémaco, decidió ir en busca
de su padre ya que no encontraba la manera de
deshacerse de los nobles que se habían instalado
en el palacio de su padre.
Desesperado, mirando al cielo, pidió la
colaboración del caballero extranjero que lo
había ayudado días antes.
La diosa Atenea volvió a aparecerse y lo animó
diciendo:- Regresa al palacio y prepara
provisiones para un largo viaje. Yo te proveeré de la mejor nave y de los hombres más
valientes para que te acompañen en esta difícil empresa.
Telémaco partió hacia el palacio haciendo oídos sordos a las burlas de los
pretendientes y buscó a su nodriza. Esta dulce anciana estaba encargada de cuidar las
puertas del lugar donde se almacenaban los tesoros del reino bajo llave y le confesó sus
planes.
La anciana se entristeció. Ya sufrían bastante con la ausencia de Ulises y pensaba que
el joven era la única alegría de la reina Penélope. Temía que si zarpaba no regresaría
jamás, dejando a su madre en manos de los nobles forajidos.
Telémaco la tranquilizó cuando le dijo que la diosa Atenea en persona le había dado ese
consejo y le pidió que no dijera ni una palabra a su madre hasta que él se hubiera
alejado.
La nodriza se convenció que si era el designio de los dioses, Telémaco debía cumplirlos
y lo ayudó a conseguir las provisiones. La diosa Atenea hizo caer en un sueño profundo a
los nobles y luego buscó a Telémaco en medio de la noche y lo llevó a la nave. Mientras
navegaban, ella se sentó a su lado para animarlo.
Luego de navegar durante toda la noche, divisaron una isla. Allí preguntaron por Ulises,
pero nadie sabía nada del Héroe de Troya.
Atenea dejó a Telémaco al cuidado de los gobernantes, y, transfigurada en águila,
remontó vuelo alejándose de la isla.
Mientras tanto, en Ítaca, Penélope no podía parar de llorar ya que extrañaba a su hijo,
pero no sabía ni una palabra del viaje secreto y los pretendientes, que tampoco sabían
dónde estaba Telémaco, pensaban que se había internado en algún bosque a cazar.
Luego de varios días el dueño del navío se presentó en el palacio reclamando su nave ya
que necesita emprender un viaje con urgencia.
Se armó un terrible revuelo. Los pretendientes decidieron, embarcarse para buscar a
Telémaco y matarlo.
Penélope, sufría y lloraba sin interrupción. Un mal tras otro era demasiado para ella.
La nodriza al verla tan afligida, la tranquilizó diciéndole que la misma diosa Atenea lo
acompañaba en su itinerario y que volvería sano y salvo de su viaje.
Mientras tanto, los pretendientes zarparon en la primera nave que encontraron y luego
de navegar sin rumbo, decidieron desembarcar en una isla cercana para esperar el
regreso de Telémaco y poder darle muerte.
Ulises en su Patria, Ítaca
Ulises ya estaba en una playa apartada de
Ítaca sin saberlo, pues la diosa Atenea lo
había cubierto de una espesa niebla.
Poco a poco, la diosa evaporó la niebla
mientras le explicaba lo ocurrido en su isla
durante su larga ausencia.
Ulises, le rogó a la diosa que no lo abandonara
a su suerte y la diosa le habló con ternura:-
Jamás te abandonaré, Ulises. Debes seguir mis consejos al pié de la letra: Primero
debes esconder todos los tesoros que el padre de Nausica te obsequió- Hecho esto, lo
transformó en un pobre y harapiento anciano y le dijo:- Ahora debes dirigirte a la
cabaña del porquerizo que cuida los cerdos de tu palacio, pues ese hombre siempre te
ha sido fiel y sigue sus indicaciones.
Después de darle esos consejos, la diosa Atenea volvió a convertirse en águila para
alejarse volando sobre el mar.
Ulises hizo exactamente lo que la diosa le indicó.
Al acercarse al porquerizo, los perros que estaban a su lado se abalanzaron gruñendo y
ladrando. El porquerizo los contuvo para que no lo ataquen y luego le dijo mientras lo
invitaba a sentarse en su cabaña:- No temas. No creo poder soportar otra desgracia si
mis perros te lastiman.- y continuó- Hace muchos años que nuestro rey emprendió un
largo viaje y nadie supo nada de él. La reina Penélope y su hijo Telémaco, además de
sufrir esta larga ausencia, tienen que soportar los acosos de unos nobles que se
instalaron en el palacio, forzándola a que elija un esposo entre ellos.
Mientras relataba esta historia, le ofreció una copiosa comida y Ulises se sintió a salvo
junto a ese fiel servidor.
Al mismo tiempo, en una isla lejos de allí, la diosa Atenea pasó a buscar a Telémaco y le
ordenó que se embarcara cuanto antes hacia Ítaca. Para que los pretendientes no lo
descubrieran lo envolvió en niebla y así pudo llegar a Ítaca sin contratiempos.
Telémaco desembarcó muy cerca de la cabaña del porquerizo y pasó a saludarlo ya que
era una de las pocas personas que merecían su confianza.
El porquerizo no podía disimular la emoción al ver a Telémaco sano y salvo y lo invitó a
comer junto a Ulises transformado todavía en un pobre mendigo.
Ulises, al ver nuevamente a su hijo hecho hombre y contemplando su buena educación y
su trato amable se sintió orgulloso.
Telémaco le ordenó al porquerizo que corriera hasta el palacio para avisarle a su madre
que había regresado y que se encontraba bien.
Cuando el porquerizo se fue, la diosa Atenea transformó a Ulises nuevamente a su
aspecto verdadero, vestido con el lujoso traje que el rey de los feacios le había
regalado para presentarlo ante su hijo. Telémaco al verlo, pensó que estaba ante uno de
los dioses del Olimpo, pero Ulises le dijo:- Telémaco, soy Ulises, tu padre, que he
regresado luego de diez años de ausencia.-Se abrazaron apretadamente sin poder
creer que este ansiado momento llegaría algún día, y luego trazaron un plan para
deshacerse de los pretendientes.
Antes que regresara el porquerizo, la diosa Atenea volvió a transformar a Ulises en el
andrajoso anciano para que nadie sospechara nada.
El porquerizo regresó con muy malas noticias. Los nobles estaban furiosos porque
Telémaco había escapado de sus manos y ahora juraron matarlo no bien lo vieran.
Por la mañana muy temprano, Telémaco regresó al palacio donde lo recibieron su
nodriza y su madre. No pensaban que lo volverían a ver y por
lo tanto no dejaban de besarlo y abrazarlo.
Más tarde, el porquerizo acompañó a Ulises, todavía en
forma de pobre mendigo hasta la ciudad. De repente, Ulises
se topó de frente con su fiel pero Argos, que ya estaba muy
viejo. El perro lo reconoció no bien lo vio y se acercó
rengueando y meneando la cola, pero tan grande fue el júbilo
de Argos que su corazón no resistió el impacto y cayó
muerto al instante.
Ulises lloró la muerte de su devoto amigo y luego se acomodó
a las puertas del palacio, donde Telémaco le mandó servir un
copioso almuerzo.
Cuando terminó e comer, Ulises entró al palacio, donde estaban los nobles que lo
trataron con desprecio mientras le arrojaban restos de comida como si fuera un animal.
Uno de los nobles, asestó a darle un golpe con un banco mientras lo arrojaba de la sala.
Ulises volvió a acomodarse en las puertas del palacio y, aprovechando que los nobles
regresaban a sus casas por la noche, junto a Telémaco agruparon todas las armas que
los pretendientes habían dejado tiradas por el lugar y las escondieron.
Bien entrada la noche, Ulises volvió a entrar al palacio, confundido entre los sirvientes
se sentó en un rincón. De repente entró a la sala la reina con un grupo de damas y se
sentaron junto al fuego.
Cuando Penélope advirtió la presencia del pobre mendigo le dijo a la nodriza:-Mira el
aspecto de ese pobre hombre. Parece que ha viajado mucho. Ve a buscar un cántaro y
lávale los pies.
La nodriza salió rápidamente a cumplir las órdenes de la reina.
Esta anciana había estado muchos años bajo las órdenes de Ulises y conocía muchos
detalles. Por ejemplo, que Ulises cuando era joven había sufrido la mordedura de un
jabalí durante una cacería. Eso le produjo una cicatriz imborrable en el tobillo y la
nodriza la conocía de memoria. Cuando comenzó a lavarle los pies y vio ese signo
inconfundible, la nodriza pegó un salto, arrojando el cántaro y dando un grito:-! Tu eres
Ulises! Esa cicatriz solo puede ser tuya.
Ulises hizo callar a la nodriza para no ser descubierto y la diosa Atenea, para que
Penélope no presenciara esta escena, nubló la mente de la reina y ella ni vio ni escuchó
nada.
Penélope, se levantó de su sillón junto al fuego porque ya era hora de ir a descansar. Al
pasar junto al mendigo le dijo:-¿Ves esas doce hachas colgadas una junto a la otra en la
pared? Mi marido acostumbraba disparar doce flechas entre ellas con gran exactitud.
Ahora que mis pretendientes han descubierto mi truco de la tela que nunca se termina,
les dije que me casaría con el que lograra hacer lo mismo que hacía mi esposo.
El mendigo tomándole la mano le dijo dulcemente:-No te preocupes, Reina Penélope.
Cuando se realice la competencia, Ulises en persona disparará las flechas como en los
buenos tiempos.
La reina le respondió con una sonrisa mientras pensaba cuanto le cambiaría la vida si
esas palabras se hicieran realidad.
Al día siguiente comenzó la competencia. Los nobles estaban ansiosos por obtener el
premio mayor: la reina Penélope y el reino de Itaca. Reían y se restregaban las manos
entusiasmados mientras esperaban en fila su turno.
De repente, la reina hizo su aparición en la sala con el famoso arco de Ulises. Se lo
entregó a Telémaco para que comenzara la competencia y se retiró para no tener que
soportar semejante tormento.
Telémaco colocó las doce flechas de bronce y
alcanzó el arco al primer noble de la fila. Este ni
siquiera tuvo fuerza para flexionar el arco.
Uno tras otro fueron pasando para probar sus
fuerzas y uno tras otro fracasaron en el intento,
perdiendo así su oportunidad de conseguir el
premio.
De pronto, el viejo mendigo se levantó y tomando el
arco entre sus manos, disparó las doce flechas con
gran precisión quedando justo entre las hachas.
Luego, con voz semejante a un trueno gritó:- La
competencia ha terminado. Yo soy el dueño de mi
esposa y de mis bienes por derecho propio.-Y a
continuación, agregó:-Ahora elegiré otro blanco.-
Paso seguido, comenzó a disparar sus flechas contra los pretendientes dándoles muerte
de a uno por vez mientras suplicaban clemencia de rodillas.
-¡Ah! ¿Creían que no regresaría? Mientras no estaba malgastaron mi fortuna y acosaron
a mi esposa. Pues aquí estoy yo y a ustedes les ha llegado su fin.
Algunos nobles trataron de defenderse, pero Ulises luchó valientemente y con todas
sus fuerzas intactas dejando un tendal de cadáveres a su alrededor.
Cuando la nodriza vio ese espectáculo fantasmal se horrorizó. Pero su espanto duró
poco, ya que reconoció a Ulises y salió corriendo a buscar a la reina para contarle lo
ocurrido.
Cuando Penélope entró a la sala no podía creer lo que sus ojos veían. La emoción no le
permitía reaccionar.
Telémaco al verla tan desconcertada le dijo:- ¿Qué te ocurre madre? ¿No reconoces a
mi padre?
Penélope reaccionó ante las palabras de su hijo y corrió al encuentro de Ulises para
fundirse en un abrazo interminable.
Este es el fin de las aventuras de Ulises.
El Mito de Alcmena
Alcmena es la esposa de Anfitrión y la madre de Heracles. Se destacaba por su gran
belleza.
Anfitrión y Alcmena vivían en el destierro provocado por el asesinato accidental del
suegro que Anfitrión había cometido. De ahí, él parte a la guerra contra los telebeos.
En su ausencia, Zeus (dios de dioses) se hace pasar por él y convence a Alcmena de que
tenga amores con él. Ella creyendo que era su marido y que la venganza ya había sido
realizada, acepta y se une al dios en una noche alargada por él, para gozar de Alcmena
durante mucho tiempo.
Al día siguiente, regresa su marido y también cohabita con su esposa. Alcmena concibe
así a dos hijos, uno por intervención del dios y otro de su marido. Los niños son gemelos
con un día de diferencia. El mayor se llama Heracles (Hércules) y es hijo de Zeus,
mientras que de Anfitrión nace Ificles.
Cuando Alcmena escucha todos los detalles de las batallas que le cuenta Anfitrión, ella
le replica que ya lo sabe todo y además no demuestra gran efusión cuando su marido
regresa. Anfitrión, intrigado, le pregunta al anciano adivino Tiresias sobre el asunto, y
éste le revela la verdad sobre la relación entre Alcmena y Zeus.
Anfitrión deseó castigar a su esposa, a pesar de saber que ella no había tenido culpa en
el asunto, y la iba a quemar en la hoguera. Zeus intervino y envió una fuerte lluvia ante
lo cual, Anfitrión perdonó todo y decidió incluso hacerse cargo del hijo del dios.
Apolo Y Daphne
Apolo, gran cazador, quiso matar a la temible
serpiente Pitón que se escondía en el monte Párnaso.
Habiéndola herido con sus flechas, la siguió,
moribunda, en su huída hacía el templo de Delfos. Allí
acabó con ella mediante varios disparos de sus
flechas.
Delfos era un lugar sagrado donde se pronunciaban
los oráculos de la Madre Tierra. Hasta los dioses
consultaban el oráculo y se sintieron ofendidos de
que allí se hubiera cometido un asesinato. Querían
que Apolo reparase de algún modo lo que había hecho,
pero Apolo reclamó Delfos para sí. Se apoderó del
oráculo y fundo unos juegos anuales que debían
celebrarse en un gran anfiteatro, en la colina que
había junto al templo.
Orgulloso Apolo de la victoria conseguida sobre la serpiente Pitón, se atrevió a burlarse
del dios Eros por llevar arco y flechas siendo tan niño:
- ¿Qué haces, joven afeminado -le dijo-, con esas armas? Sólo mis hombros son dignos
de llevarlas. Acabo de matar a la serpiente Pitón, cuyo enorme cuerpo cubría muchas
yugadas de tierra. Confórmate con que tus flechas hieran a gente enamoradiza y no
quieras competir conmigo.
Irritado, Eros se vengó disparándole una flecha, que le hizo enamorarse locamente de
la ninfa Daphne, hija de la Tierra y del río Ladón o del río tesalio Peneo, mientras a
ésta le disparó otra flecha que le hizo odiar el amor y especialmente el de Apolo.
Apolo la persiguió y cuando iba a darle alcance, Daphne pidió ayuda a su padre, el río, el
cual la transformó en laurel. En otras versiones, Daphne pide ayuda a su madre Gea. La
metamorfosis de Daphne ha sido magistralmente descrita por Ovidio:
"Apenas había concluido la súplica, cuando todos los miembros se le entorpecen: sus
entrañas se cubren de una tierna corteza, los cabellos se convierten en hojas, los
brazos en ramas, los pies, que eran antes tan ligeros, se transforman en retorcidas
raíces, ocupa finalmente el rostro la altura y sólo queda en ella la belleza".
Este nuevo árbol es, no obstante, el objeto del amor de Apolo, y puesta su mano
derecha en el tronco, advierte que aún palpita el corazón de su amada dentro de la
nueva corteza, y abrazando las ramas como miembros de su cariño, besa aquél árbol que
parece rechazar sus besos. Por último le dice:
- Pues veo que ya no puedes ser mi esposa, al menos serás un árbol consagrado a mi
deidad. Mis cabellos, mi lira y aljaba se adornarán de laureles. Tú ceñirás las sienes de
los alegres capitanes cuando el alborozo publique su triunfo y suban al capitolio con los
despojos que hayan ganado a sus enemigos. Serás fidelísima guardia de las puertas de
los emperadores, cubriendo con tus ramas la encina que está en medio, y así como mis
cabellos se conservan en su estado juvenil, tus hojas permanecerán siempre verdes.
Existe otra versión del mito en la que Daphne es hija de Amiclas. Gran amante de la
caza y de las montañas lejanas a las ciudades, es la preferida de Artemisa. Leucipo,
hijo del rey de Élide, Enomao, estaba enamorada de ella, por lo que se vistió de mujer
para poder acercársele. Así disfrazado se convirtió en su compañero inseparable, hasta
que Apolo, celoso, inspiró a Daphne y sus compañeras el deseo de bañarse en una
fuente.
Leucipo se negó pero sus ellas le obligaron a desnudarse, descubriendo así su engaño.
Furiosas, se lanzaron sobre él, pero los dioses lo volvieron invisible. Entonces, Apolo se
precipitó para atrapar a Daphne pero ella consiguió escapar y le rogó a Zeus que la
convirtiera en laurel, que es el significado de Daphne en griego.
El mito de Artemisa
Esta diosa equivale en Roma a Diana, la Cazadora. Según
algunas tradiciones, es hija de Deméter (diosa de la
fertilidad); sin embargo es más común que se considere
hermana gemela de Apolo (dios del arte y de la
adivinación), y por lo tanto hija de Leto y Zeus (dios de
los dioses).
Ella es la primogénita, e inmediatamente ayudó a Apolo a
venir al mundo. Luego, recién nacidos, Apolo y Artemisa
que tenían grandes habilidades de cazadores, mataron a
un dragón que se disponía a atacarlos. Pero, una de sus
más renombradas hazañas es la de asesinar, entre los
dos, a los hijos de Niobe, quien había insultado a Leto.
Apolo se enfrentó y acabó a los seis muchachos,
mientras que Artemisa se encargó de la seis doncellas.
Famoso es también el hecho de que para salvar a su
madre mataron al gigante Ticio que trataba de forzarla.
Artemisa se mantuvo eternamente virgen y joven, por lo que siempre fue un emblema
de las doncellas jóvenes. Nunca conoció la dependencia a hombre. Su único placer era la
caza, y debido a esto andaba siempre armada con un arco, con el que cazaba y
perseguía a sus víctimas que iban desde veloces ciervos hasta humanos caídos en
desgracia. Uno de sus castigos clásicos, es enviar la muerte a las mujeres que van a dar
a luz. Las muertes repentinas e indoloras son también de su cosecha. Es muy propicia a
la cólera y es en extremo vengativa.
Dentro de sus luchas y triunfos más destacados se pueden contar el combate contra
los Gigantes, donde se enfrentó a Gratión. De igual forma, venció en combate a los
monstruos Alóadas; en Arcadia, a Búfago (el devorador de bueyes); a Orión, el cazador
gigante, quien habría incurrido en la cólera de la diosa, por retarla a lanzar el disco,
según algunas tradiciones. En otras versiones, Orión intenta robar a una de sus
compañeras, e incluso hay quienes dicen que el cazador intentó seducir a la propia
Artemisa. Otra de sus víctimas importantes fue Calisto, a la que mató por orden de
Hera (esposa de Zeus), quien quería castigarla por haberse dejado seducir por Zeus.
Interviene en la historia de la familia de los Átridas (Agamenón y Menelao), pues
Agamenón al matar un ciervo, comparó su habilidad con la de la propia diosa. Ésta en
respuesta, inmoviliza su flota y exige el sacrificio de Ifigenia, a quien salva en el último
momento trasladándola a Táuride.
Se ha identificado a la diosa con la luna errante por las montañas, paralelamente a su
hermano que era la personificación del sol. Sin embargo, no todos los cultos o mitos
referentes a Artemisa son celenes (lunares), pues en el panteón helénico era
clasificada como la diosa de las bestias, e incluso ha sido objeto de cultos que incluían
el sacrificio humano, como el de Táuride.
Artemisa era la protectora de las amazonas, quienes eran cazadoras y guerreras como
ella y estaban libres del yugo masculino igual que ella. (ver Las Amazonas).
Su culto se expandió por todas las regiones montañosas de Grecia como Arcadia, el
territorio espartano, el monte Taigeto, Élide y Laconia entre otras. Su mayor templo se
encontraba en Éfeso, donde la cazadora había asimilado a la diosa de la fecundidad
asiática.
El mito de Alcestes
Alcestes es la hija menor de Pelias,
rey de Yolco, y de Anaxibia. De
todas las hijas de esa pareja,
Alcestes es la más hermosa y
piadosa.
La joven fue la única que pudo
resistir a las malas artes de Medea,
de forma que no participó en el
asesinato de su padre, inmolado por
el resto de sus hermanas
engañadas.
Admeto, rey de Feras, se enamoró
de la hermosa joven, pero el padre de ésta había decidido casar a su amada hija sólo
con el hombre cuyo carro fuera tirado por un león y un jabalí bajo un mismo yugo.
Admeto había sido servido por Apolo -en calidad de boyero-, cuando éste había sido
castigado por haber matado a flechazos a los cíclopes en venganza de la muerte de su
hijo, que Zeus había matado como castigo por su habilidad de resucitar muertos.
Debido a que durante su servicio, Apolo había recibido un buen trato de parte de
Admeto, decidió ayudarlo y le proporcionó a éste el carro requerido como condición
para obtener la mano de Alcestes. Así, la boda se lleva a cabo.
Sin embargo, durante la celebración los novios olvidaron realizar un sacrificio a
Artemisa, quien se molestó y llenó la habitación nupcial de serpientes. De nuevo Apolo
agradecido (aunque dicen otras versiones que el dios estaba enamorado de Admeto),
decide interceder ante su hermana por Admeto, al tiempo que obtiene la gracia de los
Hados, para que Admeto no muriese el día designado si alguien se ofrecía en su lugar.
Cuando el día de la muerte de Admeto llega, nadie es capaz de tal sacrificio, excepto la
joven Alcestes inflamada por el amor a su esposo. Debido a esto, el trágico Eurípides
habla de la pareja como ejemplo de amor conyugal.
Como se había designado, Alcestes muere en lugar de su marido, pero Heracles
-compañero de Admeto en la expedición de los Argonautas- llega de visita y pregunta el
motivo del duelo que hay en palacio. Se le explica que la reina Alcestes ha muerto en
lugar de su rey y amado esposo.
Heracles se sorprende y decide descender al Hades, en busca de la joven Alcestes.
Luego, la rescata y la devuelve a la tierra entre los vivos, más hermosa y joven que
nunca, para que viviera al lado del hombre por el que había sido capaz de morir.
Según otra versión, la propia Perséfone, impresionada por el amor de Alcestes, la había
enviado por su decisión de vuelta a la vida.