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Carl Henrik Langebaek Rueda
La incorporación indígena en el Purgatorio cristiano: estudio de los lienzos de ánimas de la Nueva Granada de los
siglos XVI y XVII
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de la editorial.
Anexos
Anexo 1 · 65
Anexo 2 · 66
Anexo 3 · 67
Anexo 4 · 68
Anexo 5 · 69
Anexo 6 · 71
Anexo 7 · 72
Anexo de imágenes · 76
vii
Los cuadros del Purgatorio son el escenario de estudio para los procesos de
evangelización ya que constituyen uno de los pocos espacios privilegiados donde
se le dio cabida a la figura del indígena durante la colonia, al lado del Corpus
Christi y las natividades (Langebaek, 2008: 73). Su aparición en espacios tan li-
mitados como estos obliga a preguntarse por las razones de esta elección a partir
de su relación con el contexto histórico en el que dichas representaciones tienen
lugar y del Purgatorio mismo en la doctrina cristiana como espacio–estado in-
termedio y ambiguo, atributos idóneos para pensar al indígena en el contexto
colonial. En la presente monografía se analiza la incorporación del indígena
en el espacio pictórico y en el imaginario del Purgatorio cristiano en la Nueva
Granada de los siglos xvi y xvii, como medio para comprender los procesos de
evangelización que ocurrieron en este periodo, las estrategias utilizadas por la
Iglesia y, sobre todo, la recepción indígena de los mecanismos utilizados por la
institución eclesiástica para su adoctrinamiento en la fe cristiana.
La interpretación de las imágenes que se ha hecho desde las áreas de la historia
o de la historia del arte se ha dedicado a contextualizar dichas representaciones
en términos cronológicos y a identificar los elementos estilísticos e iconográfi-
cos que las componen. El enfoque antropológico puede ayudar a desarrollar el
análisis de dichas imágenes ya que considera la presencia de diferentes sujetos
e interpretaciones que implica una imagen, reconociendo así su construcción a
partir de parámetros culturales dentro de los cuales dicha imagen es concebida
y cobra sentido (Jiménez, 1987: 78).
Teniendo en cuenta lo anterior, se pretende investigar la iconografía del Pur-
gatorio a partir del reconocimiento de indígenas que hicieron parte de la cons-
trucción de este como concepto y espacio, como realidad y práctica cotidiana.
Admitiendo dichos actores en este contexto se podrá analizar, en consonancia
con un estudio iconológico —que busca los significados intrínsecos y subyacen-
tes de las imágenes en el contexto en el que son construidas (Panofsky, 1939)—, la
dimensión práctica y política de las imágenes dentro del proceso evangelizador
de los siglos xvi y xvii, partiendo del principio que reconoce a las imágenes co-
del Purgatorio que se desarrollaría en el siglo xiii dentro del cristianismo, fue-
ron irónicamente consideradas como heréticas, ya que se referían al Purgatorio
como el mismo Infierno, afirmando la existencia de un lugar donde se pagarían
los pecados cometidos en vida, pero al final triunfaría la misericordia de Dios
y se alcanzaría el Paraíso (Le Goff, 1981: 72).
Aunque su propuesta constituyó la base de la doctrina del fuego purgador
de las penas, la definición del Purgatorio como concepto distinto del Infierno
se consolidaría con san Agustín. En su obra Confesiones (397-400, siglo iv–v),
san Agustín utilizó el término purgatorium para referirse al lugar de las penas
temporales y el fuego corrector en donde se encontraba su madre Mónica tras
su muerte reciente. En su plegaria por el alma de su madre, san Agustín invocó
la eficacia de los sufragios a favor de los difuntos, ya que, aunque la decisión
final pertenece a Dios, las oraciones de los familiares y personas cercanas pue-
den influir en su juicio argumentando el bautizo, la fe y las buenas obras del
difunto; además de haber cometido pecados que se calificaban de ligeros (Le
Goff, 1981: 84).
Fue él quien determinó ciertos aspectos claves acerca del tipo de creyente
que la Iglesia consideraría después como merecedor de este destino. Entre sus
características está el haber sido bautizado, haber hecho en la vida terrena buenas
obras, dar limosnas para mejorar la vida de otros y la vida propia, haber hecho
penitencia voluntaria y haber cumplido la penitencia canónica; todos estos, ar-
gumentos que podían ser usados por sus familiares para la plegaria por el alma
del difunto (Le Goff, 1981: 89-91). En esta visión Dios aparece entonces como
un juez que sopesa las acciones hechas en vida y decide el destino último de las
almas. Su justicia se invoca al igual que su misericordia, y se ruega así por el
Purgatorio en vez del Infierno y por las penas expiatorias que el fuego ejercerá
para que las almas puedan salvarse.
A partir de san Agustín, el Purgatorio será considerado como el fuego purga-
dor donde las almas expiarán sus pecados, pero su espacialidad quedará todavía
en vilo. Sin embargo, la doctrina ha llegado a su punto culmen. El Purgatorio
tiene atributos claros y concretos que lo definen como un estado intermedio
entre la muerte y la resurrección. La creencia en esta doctrina está ligada a la
afirmación de la resurrección y la inmortalidad que se gana a través de una sola
vida, destino que será ejecutado en el juicio de los muertos, escenario con una
doble instancia que no se limita al momento de la muerte sino que se repite en
el final de los tiempos (Le Goff, 1981: 14).
La decisión emitida por Dios estará basada en la responsabilidad del indivi-
duo por sus propios actos, autonomía otorgada por el libre albedrío. Si estos actos
se consideran como parte de los pecados llamados ligeros o veniales, el sujeto
podrá aspirar al Purgatorio para purgar sus culpas y poder ascender al Cielo. La
expiación de los pecados se hará a través de castigos a los que será s ometida el
alma del difunto (dotada para esto de cierta materialidad sui géneris de acuerdo
a santo Tomás de Aquino en su Suma Teológica [Le Goff, 1981: 15]) que le permite
sufrir las penas para su salvación.
El fuego que lo caracteriza y lo define también tiene unos atributos propios.
Su comprensión debe hacerse a partir de las dos dimensiones en las que este se
manifiesta: como lo ardiente y lo helado (Le Goff, 1981: 17). Sus dos contrapartes
se unen y componen lo que se comprenderá como un instrumento que imparte
justicia, que castiga pero que a su vez purifica, “que rejuvenece y hace inmortal
como el ave Fénix medieval” (Le Goff, 1981: 17).
Sin embargo, su propiedad dual solo se entiende si se piensa el fuego como
un algo temporal. Su principal atributo como elemento liminal es lo que en úl-
timas definirá esta doctrina. La posición intermedia que ocupa entre el Cielo y
el Infierno identifica al Purgatorio y al fuego que lo compone como transitorios,
por lo que el alma de la mayoría de los mortales tendrá que pasar a la hora de
la muerte como una especie de prueba u ordalía, para probar su fe y sus obras.
Si se analiza la doctrina desde la estructura propuesta para los ritos de paso por
Víctor Turner, la liminalidad del Purgatorio se entiende en contraposición con
la estabilidad del Cielo o el Infierno, la oposición fundamental entre estado y
transición que sirve de base a la teoría de los tres momentos del rito propuesta
por este autor (Turner, 1969: 94). Los atributos que corresponden a la liminalidad
como concepto son la ambigüedad y la indeterminación, expresados a través
de elementos simbólicos que revelan la marginalidad en la que se encuentra su
portador (Turner, 1969: 95).
De acuerdo con Turner, “las entidades liminales pueden ser pensadas como
ni de aquí ni de allá […] se puede pensar que son reducidas a una condición de
uniformidad […] Las distinciones seculares de rango o estatus desaparecen o
son homogenizadas” (Turner, 1969: 95, mi traducción). La homogenización de
aquellos que se encuentran en este espacio puede verse reflejada en la doctrina
del Purgatorio, donde todos los hombres son iguales ante Dios a la hora de la
muerte y todos deben someterse a su voluntad. Sin embargo, no se habla sola-
mente de individuos juzgados por sus obras como cualquier otro mortal, sino de
“una comunidad o sociedad sin estructura o rudimentariamente estructurada
[…] individuos que se someten juntos a una autoridad general” (Turner, 1969:
96, mi traducción) y que por su experiencia común pueden ser catalogados como
pertenecientes a un grupo definido, el de las benditas ánimas.
Durante este estado, los individuos sometidos a él, inscritos en un espacio
indeterminado y como parte de una comunidad con una estructura ausente o
por un lado se inclina hacia el Cielo al indicar la salvación de las almas después
de sortear las penas necesarias, pero al mismo tiempo, las llamas que queman
a los pecadores son las llamas del Infierno, justo debajo de él.
Esta geografía de lo sagrado —por utilizar el término usado por Borja—
perpetuaba la función medieval de dicha descripción espacial: la de demostrar
que el Purgatorio era un lugar verdadero con una ubicación real (Borja, 2009:
86), lugar a través del cual se pasa en un recorrido simbólico donde el fuego
rejuvenecedor e inmortal expía los pecados. Sin embargo, su definición como
lugar se realiza a partir de los elementos que lo caracterizan y no a partir del
espacio mismo. Es decir, es el lugar que ocupa el fuego corrector y donde las
almas expían sus pecados para poder ser admitidas en el Cielo, un estado de
transición que adquiere la connotación de rito de paso para acceder al Paraíso,
ausente en el camino directo que es el privilegio de santos pero que debe ser un
paso obligado para la mayor parte de mortales cuya “caridad imperfecta lleva
consigo un gran temor que por sí solo es capaz de atraer la pena del Purgatorio
o impedir la entrada al Cielo” (Dezinger, 1963: 216).
Pedro de Rivadeneyra,
Flos sanctorum (1863-1865: 330)
Ya había dicho san Agustín respecto a su madre que los vivos influían en el des-
tino de los muertos. Como se describió anteriormente, las plegarias presentadas
por los familiares, allegados o incluso miembros del clero, podían ayudar a la
intercesión de santos a favor de las almas de sus seres queridos, para que fueran
perdonados sus pecados ligeros y fueran así aceptados en el Cielo a partir de sus
obras en vida. La creencia en la eficacia de las plegarias se une a la creencia de
una purificación después de la muerte a partir de un cierto comportamiento en
vida. Se presenta entonces un elemento nuevo conocido como la vía purgativa.
En la lógica medieval cristiana, e incluso desde la antigua Grecia con pen-
sadores como Platón, el cuerpo constituía la fuente de pecado, un enemigo del
alma que se debía sobrellevar solo por estar habitado por esta misma (Borja,
2009: 91). El fuego purgador actuaba sobre el cuerpo y sus llamas lastimaban
el contenedor del alma para expiar sus pecados en el Purgatorio. La conscien-
cia de la fuente del pecado daba lugar a las prácticas en vida conocidas, como
la mortificación, métodos propagados por la misma Iglesia y sobre todo por
miembros del clero regular como monjes y misioneros, quienes las adoptaban
para “llegar a la perfección […] la unión con Dios y el cumplimiento de sus de-
signios” (Borja, 2009: 91).
El sufrimiento se había consolidado como virtud desde el siglo V cuando
san Benito reformó las normas monásticas y consolidó la figura del monje, pro-
ducto de la crisis de la Iglesia en ese momento a partir de las denuncias sobre
su riqueza y el abandono del pueblo y de su tarea evangelizadora en pos de las
riquezas materiales, asemejándose a los señores feudales (Kominsky, 1960: 113).
El monje se aísla y dedica su vida a Dios de manera constante, da su dinero y
posesiones a los pobres y leprosos, y lleva solo una túnica de lana y pies desnudos,
a la manera de cátaros y valdenses en el siglo xi y más tarde los franciscanos en
el siglo xii; sufriendo cada minuto como lo hizo Cristo en la cruz, tratando de
comunicarse con el Espíritu Santo a través de ayunos y de alcanzar la verdadera
gracia divina (Duby, 1996: 27).
Bajo esta tradición, la vía purgativa, de acuerdo con la mística católica del
siglo xvii, constituía una de las tres vías para alcanzar la unión divina junto
con la vía iluminativa (donde se cultivan virtudes) y la vía unitiva (unión con
Dios). La purgativa era una vía que servía para abandonar el pecado a partir de
la mortificación, la penitencia y la lucha contra la concupiscencia (Borja, 2009:
91). Se practicaban entonces laceraciones, cilicios, disciplinas, ayunos, retiros
y vigilias, realizadas con prudencia sin que afecten la salud, que iban de acuer-
do al nivel de perfección al que aspiraba el cristiano (Godínez, 1628: 91). De su
práctica dependía que el individuo se salvara del Infierno o que estuviera una
temporada en el Purgatorio.
Así pues, a la hora de la muerte ocurría un juicio que antecedía al final y di-
vidía los difuntos en tres grandes grupos: los absolutamente buenos (mártires,
santos y justos que iban directo al Paraíso), los no tan buenos del todo (individuos
con pecados ligeros que estuvieran arrepentidos o hubieran pagado en la Tierra
sus culpas, que pasaban un tiempo en el Purgatorio antes de avanzar al Cielo)
y los malos (iban directo al Infierno) (Le Goff, 1981: 154). En dicho juicio influía
entonces la vida del individuo y las oraciones de sus cercanos que pedían a los
santos interceder en su juicio en calidad de testigos de sus buenas obras.
La conexión con los vivos resulta muy importante ya que asegura una
continuidad entre el más acá y más allá que se realiza a través de las obras y la
oración. El Purgatorio ejemplifica la idea de la Iglesia como un cuerpo místico
encabezado por Cristo y que reunía todos sus miembros en uno solo. Las tres
iglesias, la militante (los vivos), la purgante (salvados que todavía no se encuen-
tran frente a Dios) y la triunfante (quienes disfrutan de la vida eterna) (Borja,
2009: 90), se unen a través de las oraciones y las prácticas de la vía purgativa, que
evitan el Infierno o garantizan un tiempo en el Purgatorio, donde las oraciones
de sus seres queridos y de los miembros de la Iglesia velarán por la intercesión
de los santos ante Dios por su alma; sin mencionar que aquellas almas que no
recibieran dichas oraciones podían regresar al mundo de los vivos y vagar en
los cementerios (Le Goff, 1981: 336). Este vínculo evidencia la solidaridad entre
vivos y muertos, y cómo a partir de la creencia en la doctrina del Purgatorio se
refuerzan los lazos de la cohesión que une a la comunidad cristiana como una
sola en donde el indígena entrará a ser un nuevo miembro.
Siguiendo esta lógica holística que conecta todos los elementos del otro
mundo y de este, la comprensión del Purgatorio a la manera del Corpus Christi
que integra todo el cuerpo social cobra una importancia relevante en el caso del
2009: 74). No obstante, la aparición limitada en estos espacios invita a una re-
flexión que indague sobre su elección.
En este caso, el Purgatorio, explorado de manera exhaustiva en los capítulos
anteriores, posee el carácter ambiguo que lo convierte en el espacio ideal para
realizar la inclusión del indígena. Retomando el argumento de la liminalidad
de Turner, la ubicación del Purgatorio entre el Cielo y el Infierno ejemplifica
su carácter inestable e impreciso que resalta al mismo tiempo la salvación y el
sufrimiento de quienes llegan a él. Como se puede observar en el grabado del
sacerdote español Jerónimo Nadal del siglo xvii (véase figura 2), el Purgatorio se
sitúa un nivel antes del Infierno y después de los limbos de los padres y los hijos,
bajo el suelo de la Tierra a la que ascienden las serpientes desde el inframundo.
La dualidad que caracteriza a este espacio se traduce muy bien a la del in-
dígena en esta época. El indio que Colón describe en sus diarios es a la vez un
idólatra y un cristiano potencial, un caníbal y un inocente (Todorov, 1987: 54).
Hay entonces una contradicción palpable que se intensifica cuando se traslada
esta ambivalencia al terreno de la religión católica, en la que se promulgaba el
igualitarismo al tiempo que se justificaba la esclavitud en nombre del proyecto
misionero (Todorov, 1987: 519).
En la controversia de Valladolid en 1550 entre Fray Bartolomé de las Casas
y Juan Ginés de Sepúlveda el indígena fue reconocido como sujeto que podía
Figura 2. Grabado, siglo xvi. P. Jerónimo Nadal. Muestra la ubicación del limbo de
los padres, el limbo de los hijos, el Purgatorio y el Infierno, en este orden.
Fuente: tomado de Rodríguez, Alfonso (1975). Imágenes de la
historia evangélica: estudio introductorio. Barcelona, Albir.
acceder al Cielo y que, por lo tanto, tenía alma. Aunque el conflicto acerca de
la guerra justa contra los indios no fue resuelto al final de la controversia, la
discusión llevada a cabo por estos dos eruditos resume las posturas acerca de
la desigualdad y la igualdad entre los españoles y los indios que tenía lugar en
el siglo xvi (Todorov, 1987: 163). Aunque la distinción natural planteada por
Aristóteles entre los hombres nacidos libres y esclavos servía de argumento a
Sepúlveda para hablar de un estado natural jerárquico en la sociedad humana,
De las Casas postulaba el universalismo de la religión cristiana y la definición
del cristiano como “[aquel] que decide cuál es el sentido de la palabra salvación”
(Todorov, 1987: 175). Bajo esta premisa, De las Casas defiende la igualdad de los
indios a partir de la religión católica. La identidad religiosa con la que de ahora
en adelante se le reconocerá es la que permite su ascenso del “salvaje” al “cris-
tiano potencial”.
Un claro ejemplo de esta ambivalencia en la percepción del indígena durante
el siglo xvi se puede ver en la historia del indígena del armiño, registrada por
Pedro de Mercado en su Historia de La Provincia del Nuevo Reino y Quito de la
Compañía de Jesús, en la que se narra la muerte de un indio por su castidad. En
un corto capítulo, De Mercado describe cómo un niño indígena muere a manos
de un indio salvaje y nefando. Su cuerpo fue enterrado bajo el piso de la iglesia
de la compañía y se pintó un retrato usando los atributos de la castidad —una
flor de lirio y un armiño— que fue colgado en la sacristía (Mercado, 1957: 67-68)
(véase figura 3). En este corto pasaje se perfilan entonces las dos dimensiones que
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dentro del espacio eclesiástico, que hacen de la celebración católica una expe-
riencia multimedia donde los cuadros juegan un papel protagónico junto con
la luz que atraviesa los vitrales y el incienso que se quema mientras se bendice
a los fieles (Camille, 1996: 10).
Es en esta época donde la representación del Purgatorio hace su aparición.
La primera imagen del Purgatorio aparece en el siglo xiii. Antes de este siglo
las representaciones pictóricas y escultóricas se limitaban a ilustrar escenas
del Apocalipsis o del Juicio Final, inspiradas en las visiones de san Juan y en el
evangelio de san Mateo. Su popularidad en esta época puede explicarse a partir
de las doctrinas propias del milenarismo que caracterizaban estos años (Duby,
1996: 27; Le Goff, 1981: 267; Mâle, 2000: 355). Las escenas escultóricas se ubicaban
generalmente en los porches o entradas de las iglesias, imágenes que les daban la
bienvenida a los fieles y les recordaban la inminencia de la llegada del momento
del Juicio (Sebastián, 1981: 94; Mâle, 2000: 356).
Las imágenes del Juicio Final que ocupaban la entrada de las iglesias se ca-
racterizaban por presentar una iconografía estandarizada dividida en cinco
actos o partes sucesivas que son mostradas de manera simultánea (Mâle, 2000:
367) (véase figura 4 y figura 5). En el centro de la imagen se aprecia a Cristo en
majestad, sentado en su trono y con las manos levantadas, mostrando sus he-
ridas y llamando al Juicio a los vivos y a los muertos, con ángeles a cada lado
sosteniendo los símbolos de la Pasión. A su derecha, la Virgen se arrodilla en
posición de súplica y lo mismo hace san Juan a su izquierda, ambos intercesores
en el día último.
Cristo entonces desciende del Cielo y las trompetas suenan. Los muertos se
levantan de las tumbas con sus cuerpos, a veces desnudos o con túnicas clásicas
los santos, junto con san Miguel serán recurrentes. La representación del Cielo
y el Infierno quedará así codificada con una serie de convenciones reconocibles
donde las nubes y el fuego serán los elementos antagónicos que se ubican en
partes opuestas de la obra en sentido vertical (con el Cielo siempre en la parte
superior), simétricamente dispuestos según el orden divino que se reflejaba en
la disposición de los elementos en la obra de arte (Mâle, 2000: 28).
La división del espacio en tres niveles se conserva en la representación del
Purgatorio con algunos cambios importantes. En el caso del Juicio Final, las
almas son divididas entre salvados y condenados que se dirigen al Cielo y al
Infierno, que se pueden distinguir por la ubicación dentro de la composición
(los salvados siempre a la diestra de Dios y los condenados a la izquierda) y por
la gestualidad propia de cada grupo que contrasta las virtudes y los vicios, las
caras de gozo y de arrepentimiento.
Cabe resaltar que las torturas que se presentan en el Infierno serán represen-
tadas en un momento posterior en el espacio del Purgatorio pero como penas
pasajeras. Es así como aparecen las llamas que queman a los pecadores, los de-
monios que devoran a sus víctimas o las torturan colgándolas o punzándolas
en distintos lugares.
de las cuevas como lo prueba la doctrina del siglo xi y xii (Le Goff, 1981: 423).
No obstante, las primeras imágenes que se encuentran del Purgatorio como tal
son miniaturas ilustradas en el Breviario de París —también conocido como
Breviario de Felipe el Hermoso— que data de 1253-1296, en donde se observan
las almas en medio del fuego (Le Goff, 1981: 442) (véase figura 9) y otra miniatura
que data del 1347-1380 y se encuentra en el Breviario de Carlos v en el capítulo de
la “Conmemoración a los difuntos” (Le Goff, 1981: 422) (véase figura 10) donde
aparecen dos ángeles que sacan del fuego a dos hombres mientras obispos, car-
denales, reyes y personas comunes se queman en las llamas, a la mejor manera
del Juicio Final de los arcos ojivales góticos. En estas tres primeras representa-
ciones se observa el rasgo que distinguirá el imaginario del Purgatorio de sus
antecesores en el Juicio Final y el Apocalipsis: el fuego que consume las almas
será, como lo es en la doctrina cristiana, el atributo fundamental que caracteriza
a este espacio, en donde las penas son temporales y las almas ascienden al Cielo
después de purgar sus culpas.
Por otro lado, las pinturas no son el único medio en el que el Purgatorio hace
su aparición. A través del grabado, el Purgatorio aparece como telón de fondo
para las misas de san Gregorio hacia finales del Medioevo —santo asociado con
los difuntos— y luego como almas penantes que suplican la intercesión divina de
la Virgen —intercesora de los pecadores— mientras ella derrama leche sobre sus
cabezas para expiar sus pecados (Mâle, 2001: 66). Sin embargo, su reproducción
no será considerable hasta entrado el siglo xvi en el contexto de la Contrarre-
forma, cuando los cuadros donde aparecen las almas suplicantes en medio del
fuego se multiplican al igual que las cofradías en su honor (Mâle, 2001: 68). Su
donde eran reproducidas, por lo que se afirma que sus producciones serían más
“representaciones de modelos” (Toquica, 2004: 116).
Teniendo en cuenta esta dimensión del inventio en la construcción de una
obra, resulta aún más interesante la inclusión del indígena en el espacio pictórico
del Purgatorio ya que implicaría la adaptación de modelos preexistentes en los
que no figuraba como parte de la iconografía acostumbrada. Sin embargo, su
incorporación no resulta incoherente en el contexto evangelizador que ya fue
descrito, en el que surgieron estas normativas alrededor de los temas religiosos,
más aún si quienes encargan los cuadros son los miembros de la Iglesia para
apoyar el proyecto misionero. Cabe indagar entonces sobre la forma en la que
incluyen al indígena en este espacio a partir del sentido del arte en el que tiene
lugar esta figura, un medio visual que comunica a los fieles comportamientos
ideales que hacen referencia a un mundo que trasciende la realidad terrena.
1. Nicolás de Tolentino y las ánimas. Gaspar de Figueroa. Óleo sobre lienzo de 1656, Iglesia de
Cómbita, Boyacá. Detalle del niño, hijo del cacique Pedro Tabaco, también retratado en el
cuadro de ánimas. Tomado de Museo nacional de Colombia. Historia e imágenes. Los agus-
tinos en Colombia, 400 años. Bogotá, 2002.
2. Santa obra de las ánimas del Purgatorio. Guamán Poma de Ayala, Ilustración de la Nueva
Corónica y Buen Gobierno, 1615. Dibujo 313.
Figura 11. Representación del indígena con sus rasgos físicos típicos que
incluyen la coloración de la piel, el pelo corto y lacio, ojos pequeños,
entre otros. En este caso se cuenta además con una manta muisca.
Una vez identificamos a los indígenas dentro del Purgatorio se pueden ana-
lizar varios elementos. En primer lugar, es importante resaltar la poca cantidad
de indígenas que se encuentran en los cuadros en relación con la cantidad total
de purgantes, donde casi siempre encontramos un indígena por cada seis o siete
purgantes, relación que vemos expresada en la tabla 1 (véase anexo 1) y que resulta
interesante si analizamos la composición de la población de aquel entonces en
los lugares en donde se encuentran estas pinturas, es decir, áreas rurales y con
población predominantemente indígena que son mostradas aquí como una
minoría (véanse anexos 4 y 6).
Como se puede apreciar en el cuadro de un Juicio Final con Purgatorio de la
Iglesia de Siachoque (véase figura 18) o en el lienzo de ánimas ubicado en Cuiti-
va (véase figura 12), individuos de color más oscuro se asoman tímidamente en
medio de la multitud de rostros y cuerpos que se agrupan entre las llamas. Los
tres o cuatro indígenas contrastan con la palidez y la blancura de las almas que
los rodean, figuras alargadas y expresivas que no solo son más grandes y nume-
rosas que la de los indígenas, sino que además ocupan casi siempre los primeros
planos, dejando a estos últimos en las esquinas y los bordes del cuadro, es decir
los espacios liminales, lugar que por excelencia se asigna al otro.
A pesar de la aparición limitada del indígena en este espacio, la inclusión de
su figura busca corresponder con el sentido simbólico del Purgatorio, sentido que
se evidencia en los gestos con los que son representados, entendidos estos como
“movimientos o actitudes que conciernen al cuerpo entero” (Schmitt, 1990: 27,
mi traducción). Así pues se observa cómo se usan el rostro —en particular los
ojos— y las manos para expresar sensaciones y sentimientos, que en este caso se
refieren al sufrimiento y la actitud de súplica que caracterizan al Purgatorio (Le
Goff, 1985: 46). El gesto de la plegaria distinguirá entonces las almas purgantes
del gesto de la tortura que identifica a los condenados, aunque el espacio en don-
de tienen lugar las penas que sufren tanto purgantes como condenados, sigue
siendo el mismo paisaje inhóspito e indeterminado que solo se reconoce por la
presencia de las llamas. Es decir, que no hay una diferenciación a nivel espacial
entre Infierno y Purgatorio, sino que la diferencia reside en la gestualidad. Estas
actitudes se pueden identificar en las pinturas concernientes a esta investigación
(véase tabla 2, anexo 2) donde se reconocen cuatro gestos concretos, que pueden
aparecer de forma individual o combinados: mirada hacia arriba, mirada hacia
abajo, palmas de las manos juntas y brazos estirados hacia arriba.
En la descripción de los gestos se destaca la cardinalidad de las manos y los
ojos que corresponde directamente con la composición vertical del cuadro, que
como ya se había mencionado, se divide en tres espacios, ubicando siempre el
Cielo en la parte superior y el Purgatorio, con las llamas del Infierno, en la parte
inferior. La pareja alto-bajo o superior-inferior privilegiada en el cristianismo
medieval por su alto contenido simbólico prevalece en la representación del
Purgatorio, al señalar la ubicación espacial del Cielo y el Infierno y, por lo mismo,
de la virtud y el pecado (Le Goff, 1985: 50) (véanse figuras 13 y 14).
Los gestos como códigos de representación deben ser entendidos como signos
socialmente construidos que responden a universos simbólicos particulares y
que reflejan relaciones sociales propias de un tiempo y un espacio determina-
dos, por lo que refieren necesariamente a los “lectores de imágenes” a quienes
estaban dirigidas las imágenes (Schmitt, 1990: 20). En el caso de los gestos del
Purgatorio aquí identificados se refieren específicamente a expresiones de culpa,
arrepentimiento, oración y súplica, “ruegos […] para que den aviso a sus deu-
dos que, en virtud de los sufragios, pueden abreviar su tiempo de Purgatorio y
oraciones a Dios, pues tiene la esperanza de ir al Paraíso, al que teóricamente,
están prometidos” (Le Goff, 1985: 46).
Los purgantes entonces se dirigen al público en búsqueda de los ruegos in-
tercesores que les permitirán ascender al Cielo (véase figura 15). Inscritas en la
tradición del Barroco español, que se caracteriza por el dramatismo y la veraci-
dad de sus formas y representaciones, los gestos buscan suscitar en el espectador
sentimientos de adoración a Dios y por lo tanto, a la práctica de la piedad (Borja,
2009: 83). Es este último elemento el que llama más la atención ya que no implica
una contemplación pasiva de la obra sino que más bien pretende exhortar a los
fieles a que realicen ciertos comportamientos deseables a los ojos de la Iglesia,
con el fin de evitar el destino penoso del Purgatorio que se refleja en estos lienzos.
Buscando inspirar la práctica de la palabra divina, el artista debía imitar la
realidad al punto de que la cosa representada pareciera viva (Pacheco, 1659: 40).
La mímesis exacta garantizaba el ánima al objeto representado y, por lo tanto,
transportaba al espectador a la escena manifiesta, de tal manera que provoca-
ba una reacción frente a esta. Siguiendo el método sistemático de meditación
propuesto por Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, en sus
Ejercicios espirituales escritos en 1548, las imágenes debían ser vistas con el ojo
interior (Borja, 2009: 86). Vistas con este método, las escenas representadas se
guardaban en la memoria e incitaban a la acción. Como dice Borja en su texto
Purgatorios y Juicios Finales:
Figura 15. Purgatorio. Anónimo. Óleo del siglo xvii? Museo de Guane, Santander.
Fuente: foto cortesía de Carl Langebaek.
obra restaurada. En un principio, las torturas y los rostros que expresan dolor y
sufrimiento gobiernan la composición. En él se exaltan las penas que sufren los
purgantes sometidos por demonios monstruosos. Se enfatizan los castigos, y en
una excepción sorpresiva entre todos los cuadros que componen la selección de
este estudio, se destaca el número mayoritario de indígenas en relación con el
total de individuos representados.
En la versión final los indígenas representados hacen gestos de súplica y
oración elevando sus rostros al Cielo y juntando las palmas de sus manos como
lo hacían algunos de los purgantes del cuadro inicial; sin embargo, el gesto es
más austero y menos enfático. La angustia de las almas por su situación no es
tan palpable como aquella que tiene lugar en el cuadro original (véase figura 17).
Del mismo modo, el cuadro de la iglesia de Siachoque (véase figura 18), en el
departamento de Boyacá, sirve como un ejemplo de transición entre la tradición
apocalíptica del Juicio Final y el dogma esperanzador del Purgatorio que tiene
lugar en el arte colonial neogranadino, producto de la Contrarreforma. En este
cuadro, el Purgatorio apenas ocupa una pequeña porción del cuadro en la parte
intermedia entre el Cielo y el Infierno, siendo este último el que ocupa la mayor
parte de la composición en la parte inferior del lienzo. Cabe resaltar que por
las dimensiones del cuadro (aprox. 4 por 2 m), las figuras que se encuentran en
la parte inferior son las que dan de cara directamente al espectador y las que
pueden observarse más claramente en comparación con las figuras del Cielo
que se pierden en la distancia. Es en el Infierno donde aparecen dos indígenas,
específicamente en el borde inferior, siguiendo la tendencia de inclusión en las
márgenes o espacios vacíos dentro de la composición. El/la indígena que apa-
rece en el Purgatorio se asoma en el borde del cuadro y muestra solo la mitad
exclusiva de los Purgatorios con indígenas —más bien representa una tendencia
dentro de los Purgatorios neogranadinos (Borja, 2009: 89)—, su uso señala la
predominancia de un mensaje esperanzador y piadoso que concuerda con el
espíritu ecuménico que la Iglesia buscaba en la Contrarreforma, en vez de la te-
sis tradicional que ubicaba al miedo como el motor que impulsaba las acciones
pretendidas por la moral católica y al Purgatorio y al Infierno como un medio
de control que servía para ilustrar a los fieles las penas que sucedían después de
la muerte (Leal del Castillo, 2005).
Además de la integración a través de las indulgencias y las oraciones que
implica el Purgatorio y su mensaje esperanzador, la Iglesia usa las imágenes
como una estrategia para la exhortación a un comportamiento deseable. Sin
embargo, el discurso muta y no se concentra en la inspiración del miedo y los
castigos, sino que se transforma en una retórica del cuerpo más piadosa, en la
que se busca resaltar el espíritu integrador de la Iglesia católica, incorporando
al indígena dentro del corpus católico sin dejar a un lado las ambigüedades que
su figura suscitaba.
La marginalidad con la que se le representa en las composiciones pictóricas y
la gestualidad piadosa que se le adjudica nos hablan de un indígena que, a pesar
de ser incluido dentro del dogma católico, conservaba su carácter ambivalente.
Aunque el Purgatorio es un tema poco representado en el arte neogranadino1 en
comparación con santos o Vírgenes, la presencia de este en casi todas las iglesias
ubicadas en pueblos de indios a partir de la Cofradía de las Ánimas —una de las
Figura 21. Virgen del Pilar y Purgatorio. Anónimo. Óleo del siglo xvii?
Museo de los Dominicos. Bogotá.
Fuente: tomada de Gómez Hurtado, Álvaro y Gil-Tovar, Francisco
(1987). Arte virreinal en Bogotá. Bogotá, Villegas editores.
cofradías obligatorias para estos templos junto con la Cofradía del Santísimo
Sacramento y de la Sagrada Concepción (Leal del Castillo, 2009: 92)— soporta la
importancia que se le daba a este tipo de representaciones en el programa evan-
gelizador. Sumado a esto, las dimensiones de los cuadros, usualmente grandes
composiciones que ocupan todo la pared de techo a piso, y los marcos llama-
tivos con calaveras y volutas propias del Barroco, confirman la relevancia que
tienen estas composiciones dentro del programa eclesiástico y para los mismos
fieles. La forma en que incluye al indígena dentro de estas obras apelando a la
práctica de la palabra divina a partir de un discurso integrador, propone ahora
una discusión en torno a la recepción de estos cuadros que será explorada en el
siguiente capítulo.
Pero antes de continuar con la exploración de la recepción de las obras es
necesario hacer una reflexión en torno a la información que proporcionan estas
fuentes respecto al proceso de evangelización vivido en la Nueva Granada de los
siglos xvi y xvii. Como se discutía en la introducción de esta monografía, las
imágenes son valiosas en la medida en que nos permiten indagar acerca del pasa-
do de una manera más vívida que los textos, mostrando los discursos propios de
un lugar y un tiempo específico que son reinterpretados en las representaciones
artísticas; por lo que las imágenes deben ser analizadas teniendo en cuenta los
matices propios de una producción de este tipo, es decir, sin tomarla como una
representación fiel de la “realidad” que la inspiraba.
Ahora bien, de acuerdo con el análisis realizado en este capítulo, los cuadros
del Purgatorio que encontramos en el Nuevo Reino de Granada de los siglos que
comprende este estudio hacen parte del proyecto evangelizador que desarrolló la
Iglesia en el contexto de la Contrarreforma para integrar a sus fieles y enseñarles
la palabra de Dios. La inclusión del indígena dentro del corpus católico se evi-
dencia en los lienzos de ánimas que se analizaron en este estudio. Sin embargo,
la incorporación que tuvo lugar no dejó de lado las ambivalencias propias de la
figura del indio, que en la cotidianidad siguió siendo excluido y cuya incorpo-
ración permaneció retórica en muchos ámbitos. Aun así, los cuadros inspirados
en el dogma del Purgatorio pueden adquirir un sentido distinto si exploramos
aspectos que trascienden la función dogmática del arte religioso. Aspectos sim-
bólicos que acompañan la producción de arte en esta época, convertirían a los
cuadros en herramientas de poder que los mismos indígenas podrían utilizar a
su favor. Sobre la recepción y uso de estos tratará el siguiente capítulo.
41
Cabe aclarar que los indígenas que implementaron esta forma legal consti-
tuyen un grupo reducido y diverso, en el que tienen cabida tanto caciques como
tejedoras o chicheras, personajes que se integraron tempranamente a las nuevas
urbes y costumbres europeas en el territorio neogranadino (Rodríguez, 2002:
17). Aun así, representan una muestra significativa de la población indígena de
ese entonces y, más aún, del proceso de integración social que vivieron, en el que
la Iglesia está fuertemente involucrada, como fue demostrado con los cuadros
de ánimas que se analizaron en el capítulo anterior.
En este estudio se contemplan cien testamentos de indígenas que correspon-
den en su mayoría al área andina, en la que también se ubica la mayor parte de los
cuadros examinados dentro de este trabajo. La forma de estudio fue comparativa,
buscando enfatizar las diferencias y similitudes de los distintos documentos,
pero sobre todo, su relación con el tema del Purgatorio y si es posible, con los
elementos asociados a esta creencia como los cuadros o imágenes de bulto que se
realizaban en la época. De esta forma, no solo se registró si mencionaban algún
elemento referente a las almas del Purgatorio, sino además, si tenían cuadros o
esculturas que registraran en su patrimonio, para más adelante poder indagar
sobre algún tipo de apropiación del dogma en forma de objetos por parte de la
población indígena.
En primera medida, cabe resaltar que entre los cien testamentos de indí-
genas revisados para este trabajo, solo veinte (véase tabla 6, anexo 7) contaban
con menciones directas o indirectas acerca del Purgatorio, lo que indicaría, en
cierta medida, una importancia moderada entre el público indígena. No obs-
tante, las referencias a la salvación del alma y la intercesión de los santos en el
momento de la muerte son una forma estandarizada para iniciar la escritura de
un testamento, reafirmando en estas peticiones la adhesión a la religión católica
y el carácter definitorio del momento de la muerte que a todos llegaba por igual
(Eire, 1995: 15).
Ahora bien, la mención de la salvación del alma no se refiere al Purgatorio
mismo, ya que tan solo implica la evasión del Infierno, por lo que bien podría
estar hablando del Cielo. Así pues, los criterios que se tomaron en cuenta para
hacer la selección de los testamentos fueron, si no la mención directa del Pur-
gatorio o de las almas que en él habitan, la alusión a aspectos que son propios
de este espacio del más allá y de las prácticas alrededor del dogma, como los
sufragios, las indulgencias o la Cofradías de la Ánimas, congregación que se
dedica a velar por las almas del Purgatorio e interceder por su salvación a través
de oraciones, misas y cantos. Eran estos también los encargados de comisionar
cuadros para las iglesias con este tema, que se pagaban con las limosnas de los
donantes, como fue el caso del cuadro de San Nicolás de Tolentino y las benditas
ánimas del Purgatorio en Cómbita (López, 2002: 29).
Entre los veinte testamentos en los que se registraron este tipo de referen-
cias, solo siete lo hacen de manera directa, mientras los trece restantes hablan
de “sufragios”, “altares de las indulgencias” o de la “Cofradía de las Ánimas”. A
pesar de la mención directa o indirecta, la relación con el Purgatorio se puede
resumir en dos grandes grupos: (1) los que solicitan que se paguen misas para la
salvación de su alma y de las almas del Purgatorio, o (2) aquellos que declaran
hacer parte de la Cofradía de Ánimas.
Aun así, ambos grupos hacen referencia a la intercesión por la salvación de
las ánimas, bien sea por medio de familiares, albaceas o miembros de órdenes
religiosas que así comisionarán para ello a través de este medio legal. Como
podemos ver en el siguiente apartado del testamento de la india Isabel de Gua-
chetá, escrito en 1633,2 no solo se apelaba por la salvación de la propia alma sino
la de todos los otros purgantes que compartían el mismo destino, convirtiendo
a la práctica de la oración por las almas del Purgatorio en una experiencia tanto
individual como colectiva:
Pido que el día de mi entierro […] se diga por mi ánima una misa cantada
de cuerpo presente [y] […] que se digan diez misas rezadas de réquiem,
la una por el ánima que es más sola, que está en las penas del Purgatorio,
y no tiene quien por ella haga, y la otra por el ánima que más penas pa-
dece en las penas del Purgatorio, las cuales dichas misas se digan en los
Altares de Indulgencia, donde se saca ánima de las penas del Purgatorio,
las cuales digan los frailes del dicho Convento de San Francisco de esta
ciudad y por la limosna de cada una dellas se pague a razón de cuatro
reales sencillos de mis bienes (Rodríguez, 2002: 268).
2 A.G.N. Not.3, vol. 42, Tomo 1, Fls. 102r-105r, 1633 (Rodríguez, 2002: 267).
Dante Alighieri,
La divina comedia (2002: 67)
mencionado en el libro de Las fundaciones de santa Teresa, quien dice tener una
revelación en donde él es sacado del Purgatorio por haber donado una casa para
la fundación de la santa en Valladolid (Wilson, 2007: 431).
Esta obra es importante en la medida en que revela el uso de este tipo de
composiciones como un lugar utilizado para realizar retratos de donantes, al
menos en la tradición europea, específicamente flamenca, con la que los artistas
españoles estaban en contacto (Fajardo de Rueda, 1999: 34). Cabe destacar que,
a nivel pictórico, aporta varios elementos para la identificación de un retrato, de
acuerdo con la definición dada al principio del capítulo. Así pues, en el detalle
del rostro de Bernardino, se observan ciertos rasgos faciales que parecen ser
individuales como la forma de la nariz o sus labios. Por otro lado, la ausencia
de atributos de clase u oficio que asocien esta figura con algún grupo social nos
indica que se trata de una figura individualizada.
También es importante aquí detenerse en sus gestos. Como se mencionó en
el capítulo anterior, la gestualidad es un código trascendental en la representa-
ción del Purgatorio en tanto que evidencia los vicios o las virtudes, y permite
diferenciar las almas de los purgantes y los condenados. El rostro del personaje
identificado contrasta con los de las almas que lo acompañan, ya que en vez de
la tradicional súplica o arrepentimiento muestra una mirada contemplativa
y de gratitud (Wilson, 2007: 432). Además, ocupa una posición privilegiada
dentro de la composición al estar en el borde inferior y dibujado en un escorzo
pronunciado, en comparación con las otras figuras, que hace que se destaque
frente al espectador.
Ahora bien, no es suficiente probar la existencia de retratos entre las almas
del Purgatorio en la pintura flamenca para indagar sobre la reproducción de
esta práctica en las colonias españolas, específicamente en la Nueva Granada, y
muchos menos como una costumbre practicada por indígenas. Para ello, resulta
necesario explorar cómo funcionaba la práctica del retrato en las colonias, y par-
ticularmente, la experiencia indígena en este género pictórico durante los siglos
xvi y xvii, a partir del reconocimiento de una apropiación individual del dogma
evidenciada en los testamentos que fueron analizados en el acápite anterior.
El género del retrato, aunque reducido, tuvo una presencia importante en el
Nuevo Reino de Granada. Su uso estuvo limitado a autoridades, preferiblemente
religiosas del antiguo reino neogranadino (Fajardo de Rueda, 1999: 77). Personas
fuera de este orden, como notables o miembros de élites políticas, que hayan sido
retratadas son escasas y las únicas imágenes que se poseen de ellos durante el
siglo xvi y xvii son sus retratos en calidad de donantes en los cuadros religiosos
y pinturas murales en las iglesias. En el caso indígena, los personajes más cono-
cidos son los del cacique de Turmequé acompañado de su esposa en una imagen
de la Virgen del Rosario en un Juicio Final con atuendos indígenas (Langebaek,
2009: 77) o la pintura mural en el templo de Sutatausa de una donante cubierta
Figura 23. Virgen del Rosario con donante indígena. Gregorio Vásquez.
Siglo xvii. Óleo sobre tela. Colección particular.
Fuente: fotografía tomada de la base de datos de Jaime Humberto Borja.
con una manta muisca (Fajardo de Rueda, 1999: 80). También es conocido el caso
de Luis Jiménez, indio de la ciudad de Santafé, que en su testamento señala sus
bienes y entre ellos varios cuadros, uno de estos en honor a la Virgen del Rosario,
donde aparece retratado con su esposa (Rodríguez, 2002: 230).4
Como un caso particular que merece especial atención, el cuadro del lienzo
de ánimas de san Nicolás de Tolentino (véase figura 11) presenta un ejemplo de
un retrato realizado en Nueva Granada que está directamente relacionado con
el espacio del Purgatorio. Esta obra, comisionada por el cacique del pueblo de
Cómbita, Boyacá, Pedro Tabaco, muestra entre los santos los rostros del caci-
que, su esposa y un niño indígena, su hijo. De acuerdo con Mercedes López,
el cuadro se pagó con las limosnas recogidas por la Cofradía de Ánimas, a la
que pertenecía Don Pedro Tabaco (López, 2002: 29). El lienzo fue pintado por
Gaspar de Figueroa, un artista de renombre en la Nueva Granada del siglo xvii.
De acuerdo a la investigación realizada por Mercedes López, la elaboración
de este lienzo está ligada a un cambio decisivo en la organización espacial de las
comunidades indígenas de la provincia de Tunja en los primeros años del siglo
xvii, cuando el pueblo de Cómbita fue trasladado y congregado con los pueblos
de Motavita y Suta (López, 2002: 30). Esta reorganización obligó al cacique Ta-
baco a modificar el sistema de tributos para responder ante la administración
Figura 24. Virgen de Chiquinquirá y Purgatorio. Jerónimo Acero, óleo del siglo xvii.
Iglesia de la Renovación, Chiquinquirá-Boyacá.
Fuente: tomada de Alvarez White, María Cecilia. Chiquinquirá, Arte y Milagro.
Presidencia de la República, Museo de Arte Moderno. Bogotá, 1986.
grupo durante la colonia. Así mismo, el gesto es idéntico en los tres, con los ojos
apuntando hacia el Cielo y la mirada suplicante, que aunque corresponde con el
sentido simbólico del Purgatorio; también podría pensarse como una expresión
de las cualidades de una persona y un reflejo del alma (Perkinson, 2009: 68), va-
lores identitarios que en este caso son obviados para favorecer la representación
de un indígena genérico.
En el caso del cuadro de Tobasía (véase figura 25), el rostro que aparece en el
Purgatorio es el de una mujer indígena mayor. Su piel es oscura. Las arrugas se
dibujan en su rostro, los pómulos sobresalen y la piel parece recogerse a medida
que se acerca a su boca. Su pelo es negro y ondulado, y su peinado es simétrico.
Su expresión parece reunir a la vez el dolor y la resignación en un mismo gesto.
A diferencia del anterior cuadro se pueden apreciar cambios sustanciales
en la representación de esta mujer. En primer lugar, los rasgos fisionómicos que
se utilizan sobrepasan la asignación a un grupo social, como serían el color de
la piel o la forma de su peinado, y señalan otros aspectos que corresponderían
más al ámbito individual como la edad. Por otro lado, el lugar que ocupa dentro
de la composición es significativo dado que se ubica en un primer plano (véase
figura 26) (a diferencia de las márgenes o los rincones en los que se acostumbraba
ver a los indígenas) lugar asociado con los donantes (véase figura 23). Además,
aunque podemos decir que le mujer está en el Purgatorio, su cuerpo guarda una
distancia considerable con el resto de almas purgantes.
Otro ejemplo en el que podemos distinguir los “tipos” de los “retratos” es el
cuadro del Purgatorio de Antonio Acero de la Cruz que se encuentra en la iglesia
de Fúquene en Cundinamarca (véase figura 27). En él encontramos indígenas
genéricos e individualizados que se diferencian por el lugar que ocupan dentro
Figura 27. Purgatorio. Antonio Acero de la Cruz. Óleo del siglo xvii.
Iglesia de Santo Domingo, Fúquene, Cundinamarca.
Fuente: foto cortesía de Carl Langebaek.
55
él, incorporándolos al corpus cristiano. Une entonces a los dos mundos a través
de la oración e incluye a los vivos en la tarea evangelizadora, integrando así a
las tres iglesias alrededor de las almas purgantes: la iglesia militante, que reza
por ellas; la iglesia triunfante, que intercede a su nombre ante Dios; y la iglesia
purgante, que es objeto de las intervenciones.
Esta incorporación se puede apreciar en los cuadros que hicieron parte de este
estudio. De esta inclusión cabe resaltar varios aspectos importantes. En primer
lugar, la cantidad de indígenas que se incluyen entre las almas del Purgatorio
es reducida en comparación con el número total de purgantes, lo que resulta
interesante si se analiza la forma como estaban compuestas las poblaciones ru-
rales de ese entonces, en donde la población era mayoritariamente indígena. En
segundo lugar, su ubicación dentro de la composición es casi siempre marginal,
por lo que es común observar solo rostros en las márgenes o esquinas de los
cuadros. Sin embargo, los gestos con los que son representados no se diferencian
de los de los otros purgantes, y buscan continuar el sentido simbólico de este
espacio al reproducir el sufrimiento, dolor y arrepentimiento que acompaña a
las almas. Los gestos también cambian a través del tiempo, pasando de aquellos
que enfatizan las torturas y el dolor a aquellos que muestran la contemplación
y la oración. Este cambio se explica a partir de la Contrarreforma y su efecto en
el discurso de la Iglesia, que a partir de este momento se tornará más piadoso
y misericordioso.
Por otro lado, la recepción de los cuadros amerita una reflexión que indaga
acerca de la apropiación del dogma del Purgatorio por parte de la población
indígena. Aunque los lienzos de ánimas existían en casi todas las iglesias a par-
tir de la existencia de la Cofradía de Ánimas como una de las congregaciones
obligatorias, lo que no se menciona a menudo es que parte de los miembros de
estas congregaciones eran indígenas. Como lo revelan los testamentos analiza-
dos, muchos de ellos contribuían a las misas y los sufragios a favor de las almas
y comisionaban cuadros para la iglesia, lo que prueba una relación más activa
por parte de la población indígena.
La apropiación del dogma por parte de los indígenas también puede evi-
denciarse en los mismos cuadros a partir del análisis de las representaciones
pictóricas que demuestran la existencia de representaciones individuales entre
las almas del Purgatorio. A partir de distintos casos de los que se tiene documen-
tación sobre retratos de indígenas en el Nuevo Reino de Granada, se propone el
Purgatorio como un espacio en el que la élite indígena pudo haberse retratado
a partir del análisis de los rasgos fisionómicos de algunos de los cuadros que
componen este estudio. Los retratos no buscaban una representación fidedigna
de los individuos sino más bien servían para afianzar simbólicamente jerarquías
sociales para insertarse en el nuevo orden social que implantaba la colonia.
Valdría la pena explorar más a fondo esta relación si se contara con docu-
mentos suficientes para respaldar la elaboración de los cuadros y de quienes los
comisionaron, teniendo en cuenta las limitaciones que significan el número
reducido de indígenas en los lienzos y el anonimato de la mayoría de las figuras
en él representadas, incluidos blancos y mestizos. Sin embargo, los argumentos
que se utilizan aquí desde el análisis formal de los cuadros son un buen comienzo
para dilucidar relaciones más complejas en el proceso de evangelización, que
demuestran un papel más activo por parte de los indígenas y una apropiación
del dogma del Purgatorio más allá de su dimensión dogmática.
El Purgatorio y su representación plástica cumplen entonces una función
múltiple: enseñan a purgar el cuerpo a través de prácticas de mortificaciones
consideradas propias de los virtuosos; señalan el carácter dogmático del Purga-
torio como una etapa real propia de la muerte que se conecta necesariamente con
las obras realizadas en vida y el dolor sufrido que purifica el alma; y conectan
las tres iglesias a través de las indulgencias, conformando así el corpus social de
la Iglesia católica. No obstante, la élite indígena se apropió de este espacio y lo
usó para reafirmar su posición en el nuevo orden colonial. El Purgatorio como
instrumento de control de la Iglesia pero a la vez como dogma que permite la
promoción social para aquellos indígenas que gozaban de la posición política y
financiera que les permitió hacer uso del símbolo del fuego purgador.
59
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Convenciones Descripción
Excelente No fragmentos oscuros o perdidos. Pigmentación conservada
Bien Pérdida mínima de la pigmentación
Regular Porciones oscurecidas o pequeños fragmentos rotos
Malo Roto, tayado, quemado
* Frente al Purgatorio
65
12/4/12 4:10 AM
66
Anexo 2
Tabla 2
Lugar que ocupa el indígena
Núm. Nombre o tema Año Artista Ubicación Gesta
en la obra
13 Purgatorio Ánimas s xvii Anónimo Parroquia de Tenjo, Cundinamarca Suplicante Alza brazos hacia arriba
12/4/12 4:10 AM
Anexo 3
Tabla 3
Lugar que ocupa el indígena
Núm. Nombre o tema Año Artista Ubicación Tema central del Purgatorio
en la obra
1 Sin Título 1696 Anónimo (gv?) Iglesia de Tobasía, Boyacá Salvación Cristo resucitado
12/4/12 4:10 AM
68 la incorporación del indígena en el purgatorio cristiano
Anexo 4
Tabla 4. Cantidad de pinturas del Purgatorio con indígenas
por departamento, ciudad y municipio
Departamento Ciudad o municipio Cantidad Total
Chiquinquirá 1
Cómbita 1
Oicatá 1
Boyacá Siachoque 1 7
Tobasía 1
Villa de Leyva 1
Cuitiva 1
Cauca Popayán 1 1
Bogotá 1
Fúquene 1
Cundinamarca 4
Sopó 1
Tenjo 1
Santander Guane 1 1
Total 13
3
2
1
1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1
0
Cuitiva
Chiquinquirá
Cómbita
Oicatá
Siachoque
Tobasia
Fúquene
Sopó
Tenjo
Billa de Leyva
Popayán
Bogotá
Guane
Anexo 5
Tabla 4. Purgatorios en Nueva Granada entre los siglos xvii-xviii5
Núm. Nombre o tema Año Artista Ubicación Condición
Basílica Chiquinquirá,
12 Purgatorio ¿? Anónimo Regular
Cundinamarca
5. Tabla hecha a partir de la base de datos elaborada por el historiador Jaime Humberto Borja
que contiene 2200 obras de arte colonial neogranadino.
Arcángel Miguel,
Monasterio de carmelitas
sagrada familia, Vargas de
23 1662 descalzas, Rionegro, Bien
santas ánimas del Figueroa
Antioquia
Purgatorio
Anexo 6
Tabla 5. Cantidad de pinturas del Purgatorio en Nueva Granada
entre los siglos xvii-xviii por departamentos y municipios
Departamento Ciudad o municipio Cantidad Total
Medellín 1
Antioquia 3
Rionegro 2
Bolívar Cartagena 1 1
Cuitiva 1
Duitama 3
Monguí 1
Boyacá 10
Samacá 1
Tunja 2
Villa de Leyva 2
Cauca Popayán 3 3
Bogotá 6
Bojacá 1
Chiquinquirá 2
Cucunubá 1
Cundinamarca Funza 1 15
Fúquene 1
Sopó 1
Sutatausa 1
Tenjo 1
Total 32
7
6
5
4
3 6
2
3 3
1 2 2 2 2
1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1
0
Medellín
Rionegro
Cartagena
Cuitiva
Duitama
Monguí
Fúquene
Samacá
Tunja
Villa de Leyva
Popayán
Bogotá
Bojacá
Chiquinquirá
Cucunubá
Funza
Sopó
Sutatausa
Tenjo
Anexo 7
Tabla 6. Testamentos indígenas escritos entre los siglos
xvi-xvii en Nueva Granada que mencionan el Purgatorio
Nombre del Radicación Relación
N°. testamentario del docu- Fuente Observaciones con el Pur-
indígena mento gatorio
A.G.N.
Santa Fe, Not.2, Tomo Manda que la asienten como cofrada Hace parte
originaria 17, Fls. 181v- de las ánimas y se dé para la entrada de de la Co-
6 Beatriz
de Turme- 183r, 1617 limosna dos pesos de plata corriente de fradía de
qué (Rodríguez, sus bienes (Rodríguez, 2002: 105). las Ánimas
2002: 104)
A.G.N.
Not.1, Tomo Manda que “se digan tres misas rezadas
Catalina 35, Fls. 128r- en los tres altares de la indulgencia de Paga misas
7 Santa Fe
Poncela 130v, 1617 Santo Domingo, San Francisco y San para almas
(Rodríguez, Agustín, y se pague la limosna de mis
2002: 112) bienes” (Rodríguez, 2002: 112).
A.G.N.
Not.2, Tomo Manda a sus albaceas que “compraren
Santa Fe,
32, Fls. 186v- y gasten la cera y hagan los demás su- Paga misas
10 Clara originaria
188r, 1623 fragios que quisieren por mi ánima” para almas
de Zipacón
(Rodríguez, (Rodríguez, 2002: 151).
2002: 151)
A.G.N.
Not.2, vol. Declara que “es cofrade de la Limpia
Santa Fe, Hace parte
45, Tomo Concepción, de San Francisco, de la
originario de la Co-
11 Pablo 1, Fls. 170v- Compañía del Niño Jesús, de Santa
de Lengua- fradía de
171v, 1627 María la Mayor, de Santa Lucía y de
zaque las Ánimas
(Rodríguez, las Ánimas en las Nieves, San Juan y
2002: 166) Nuestra Señora” (Rodríguez, 2002: 167).
A.G.N.
Not.3, vol. 37, Declara que es hermana de las Cofra- Hace parte
Santa Fe,
Fls. 24r-25v, días de las Ánimas, de Santa Lucía, en de la Co-
17 Clara originaria
1633 (Rodrí- la dicha Iglesia catedral [Catedral de fradía de
de Zipacón
guez, 2002: Santa Fe] (Rodríguez, 2002: 214). las Ánimas
214)
A.G.N.
Not.3, vol. Hace parte
38, Fls. 74r- Declara que es hermana de la Cofradía de la Co-
18 Francisca Santa Fe
74v, 1633 de San Pedro, de las Ánimas de Santa fradía de
(Rodríguez, María la Mayor, del Carmen, Santa Bár- las Ánimas
2002: 233) bara y San José (Rodríguez, 2002: 233).
A.G.N.
Santa Fe, Not.3, vol. Declara que es hermana de la Cofradía Hace parte
originaria 38, Fls. 95r- de Santa María la Mayor, del Niño Jesús de la Co-
19 Francisca
de Chipa- 96r, 1633 de San Victorino, Santa Lucía y de las fradía de
que (Rodríguez, Ánimas (Rodríguez, 2002: 252). las Ánimas
2002: 252)
Anexo de imágenes
Nicolás de Tolentino y las ánimas. Gaspar de Figueroa. Óleo sobre lienzo. 1656,
Iglesia de Cómbita, Boyacá. Fuente: tomada de Museo nacional de Colombia.
Historia e imágenes. Los agustinos en Colombia, 400 años. Bogotá, 2002.