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Marx y los sindicatos (I): Los sindicatos y la lucha de clases del 

proletariado

Posted on 1 febrero, 2018 by El Salariado in Historia and tagged AIT, Losovsky, Marx, sindicalismo, sindicatos.

Esta obra sobre la relación de Marx con los sindicatos, que publicaremos en 9 partes, fue escrita por A.
Losovsky.

1. LOS SINDICATOS Y LA LUCHA DE CLASES DEL PROLETARIADO

Marx comenzó a pensar como político en una época en que los sindicatos acababan de
nacer. Se hizo comunista, cuando en algunos países los sindicatos se hallaban en el
comienzo de su cristalización, surgiendo del seno de formas diversas de mutualidades
(Francia) y en otros (Inglaterra) dirigían huelgas económicas y la lucha por el derecho de
sufragio. Tenía ante sus ojos formas embrionarias de organizaciones, sumamente
primitivas, de ideología y composición abigarradas, con todos los signos reveladores de
su origen. Y la grandeza de Marx consiste, precisamente, en haberse dado cuenta de que
no eran más que balbuceos de infancia de la clase obrera, y que por lo tanto no se podía
juzgar por estas formas primitivas del movimiento, del papel histórico de estas
organizaciones ni de los cauces de su desarrollo.
Marx veía en los sindicatos, ante todo, centros organizadores, focos de agrupamiento de
las fuerzas de los obreros, organizaciones destinadas a darles su primera educación de
clase. ¿Qué es lo que le importaba fundamentalmente a Marx? El hecho de que los obreros
dispersos y en competencia mutua, comenzaran a actuar conjuntamente. En esto vio Marx
la garantía de la transformación de la clase obrera en una fuerza independiente. Marx y
Engels insisten frecuentemente en la idea de que los sindicatos son escuelas de
solidaridad, escuelas de socialismo. Su correspondencia nos proporciona a este respecto
material abundante; en sus cartas planteaban más abierta y brutalmente una serie de
cuestiones que no podían plantear, teniendo en cuenta el nivel del movimiento, en la
prensa socialista internacional.
Los sindicatos son escuelas del socialismo. Pero Marx no se limita a enunciar formulas.
Desarrolla su pensamiento y aborda la cuestión de los sindicatos en sus distintos
aspectos. Es el autor de la resolución, adoptada en el Congreso de la Iª Internacional,
celebrado en Ginebra, en 1866 sobre “El pasado, el presente y futuro de los sindicatos”.
¿Cuál ha sido, pues, el pasado de los sindicatos?

“El capital es poder social concentrado, mientras que el obrero sólo dispone de su fuerza
de trabajo. El contrato entre capital y trabajo no puede, pues, descansar nunca en justas
condiciones, ni aun en el sentido de la justicia de una sociedad que pone la posesión de
los medios materiales de vida y de producción de un lado, y la fuerza productiva viviente
en el opuesto.

“Del lado del obrero, su única fuerza social es su masa. Pero la fuerza de la masa se
rompe por la desunión. La división de los obreros es el producto y el resultado de la
inevitable competencia entre ellos mismos. Los sindicatos nacen precisamente del
espontáneo impulso de los obreros a eliminar, o por lo menos a reducir, esta
competencia, a fin de conseguir en los contratos condiciones que les coloquen al menos
en situación superior a la de los simples esclavos.

“El fin inmediato de los sindicatos se concreta, pues, en las exigencias del día, en los
medios de resistencia contra los incesantes ataques del capital: en una palabra, en la
cuestión del salario y de la jomada. Esta actividad no sólo está justificada, sino que es
necesaria. No se les puede privar de ella en tanto que perdure el modo actual de
producción. Al contrario, es necesario generalizarla, fundando y organizando sindicatos
en todos los países.
“Por otra parte, los sindicatos, sin que sean conscientes de ello, han llegado a ser el eje de
la organización de la clase obrera, como las municipalidades y las parroquias medievales
lo fueron para la burguesía. Si los sindicatos son indispensables para la guerra de
guerrillas cotidiana entre el capital y el trabajo, son todavía importantes como medio
organizado para la abolición del sistema mismo del trabajo asalariado.”

Marx declara que los sindicatos tienen aún mayor importancia como factores de
organización para la supresión del sistema de trabajo asalariado mismo. Eso prueba que
Marx atribuyó una gran importancia política a los sindicatos, que no veía en ellos de
ningún modo organizaciones apolíticas y neutrales. Cada vez que los sindicatos se
encerraban en los estrechos marcos corporativos. Marx intervenía fustigándolos
apasionadamente.

En la segunda parte de la misma resolución, bajo el título “Su presente”, leemos:

“Hasta ahora; los sindicatos han atendido demasiado exclusivamente las luchas locales e
inmediatas contra el capital. Todavía no han comprendido del todo su fuerza para atacar
el sistema de esclavitud del asalariado y el modo de producción actual. Se han mantenido
por lo mismo demasiado alejados de los movimientos generales sociales y políticos. Sin
embargo, en los últimos tiempos, parecen haber despertado en cierta medida a la
conciencia de su gran tarea histórica, como se puede deducir, por ejemplo, de su
participación en los movimientos políticos recientes de Inglaterra, de una más alta
concepción de su función en los Estados Unidos, y de la resolución adoptada por la última
gran conferencia de delegados de los trade-unionistas en Sheffield. La resolución dice así:

“Esta Conferencia estima en todo su valor los esfuerzos de la Asociación Internacional


para unir a los obreros de todos los países en una unión fraternal común, y recomienda
con todo interés a las diferentes organizaciones representadas en la Conferencia que se
hagan miembros de la Asociación, en la convicción de que ésta es necesaria para el
progreso y bienestar de todo el proletariado.”

En esta parte de la resolución hallamos ya una crítica aguda de los sindicatos que se
apartan de la política y ese mismo texto subraya y destaca claramente la importancia de
los sindicatos que comienzan a comprender su gran misión histórica.

Si se tiene en cuenta el nivel del movimiento sindical de la séptima década del siglo
pasado, hemos de comprender la altura en que se sitúan las apreciaciones de Marx sobre
el movimiento sindical de su tiempo. Marx, teniendo en cuenta que los sindicatos se
encontraban aún en su infancia, no consideraba, sin embargo, posible hacerles ninguna
concesión política. Marx planteaba ante ellos tareas no solamente económicas, sino
también problemas generales de clase.
Pero Marx no se limita a definir el pasado y el presente de los sindicatos. He aquí lo que
se dice en esta resolución con respecto a su porvenir:

“Aparte de sus fines primitivos, los sindicatos deben aprender a actuar ahora de modo
más consciente como ejes de la organización de la clase obrera, por el interés superior de
su emancipación total. Deberán apoyar todo movimiento político o social que se encamine
directamente a este fin. En tanto que se consideran a sí mismos como vanguardia y
representación de toda la clase obrera, y puesto que obran de acuerdo con esta
significación, deben conseguir atraerse a los que están fuera de los sindicatos. Deben
ocuparse cuidadosamente de los intereses de las capas trabajadoras peor pagadas, por
ejemplo, de los obreros agrícolas, a quienes circunstancias especialmente desfavorables
han privado de su fuerza de resistencia. Deben llevar a todo el mundo a la convicción de
que sus esfuerzos, lejos de ser egoístas y ambiciosos, han de tener más bien por fin la
emancipación de las masas oprimidas.”

Esta resolución fue escrita hace sesenta y ocho años. Pero ¿se puede decir que ha
envejecido, que estas tareas no convienen a los sindicatos de los países capitalistas de
nuestro tiempo? De ninguna manera. Hallamos ahí expuestas con la fuerza de
concentración y la claridad tan propia de Marx las tareas fundamentales de los sindicatos
de los países capitalistas. Pero Marx no se limita a esto.

El problema de las relaciones mutuas entre la economía y la política, surgía siempre ante
Marx y la Iª Internacional, por él dirigida. Y se vio en la necesidad de defender su punto de
vista sobre estas relaciones, contra los bakuninistas, los lassalleanos, los trade-
unionistas, etc. Por eso vuelve frecuentemente sobre esta cuestión. Muy característica e
instructiva a este respecto es la resolución, escrita por él “Sobre las tareas políticas de la
clase obrera” adoptada por la Conferencia de Londres de la Asociación Internacional de
Trabajadores (17-25 de septiembre de 1871). En esa resolución leemos lo siguiente:

“Teniendo en cuenta que la Internacional se encuentra frente a una reacción desenfrenada


que aplasta cínicamente todo esfuerzo emancipador de los trabajadores y pretende
mantener por medio de la fuerza bruta la división en clases y el dominio político de las
clases poseedoras que resulta de ello;

“que en contra del poder colectivo de las clases poseedoras el proletariado puede actuar,
como clase, solamente constituyéndose en partido político distinto, opuesto a todos los
añejos partidos creados por las clases dominantes;

“que esta constitución del proletariado en un partido político es indispensable para


asegurar la victoria de la revolución social y de su objetivo final, la supresión de las clases;
“que la unificación de las fuerzas obreras, ya alcanzada por las luchas económicas, debe
servir también como palanca en su lucha contra el poder político de los explotadores;

“la Conferencia recuerda a todos los miembros de la Internacional, que en la clase obrera
militante, el movimiento económico y la actividad política están ligados entre si
indisolublemente.”

En esta resolución hallamos otra vez la idea de que los sindicatos deben servir de palanca
potente de la clase obrera, para la lucha contra el sistema de explotación. Contra todos
los intentos de los bakuninistas de dividir la lucha general de clases y de separar la
economía de la política, de ponerlas en pugna, la Iª Internacional recuerda que en el plan
de combate de la clase obrera, el movimiento económico y la actividad política están
ligados entre si indisolublemente.

Dos meses después, en la carta a Bolte, fechada el 23 de febrero de 1871, Marx plantea
de nuevo la cuestión de las relaciones entre la política y la economía, determinando en
ella el lugar que corresponde a la lucha económica, en la lucha general de clase del
proletariado. Marx escribe:

“El movimiento político de la clase obrera tiene por finalidad, naturalmente, la conquista
del poder político para sí misma, y para eso es necesario, como es lógico, que vaya
adelante una organización de la clase obrera relativamente desarrollada que se ha
formado de sus propias luchas económicas.

“Por otra parte, todo movimiento en que la clase obrera se oponga como clase a las clases
dominantes, procurando vencerlas por una presión exterior, es un movimiento político.
Por ejemplo, el intento de conseguir por la huelga en una fábrica o en un gremio
determinado o de determinados capitalistas una limitación de la jornada, es un
movimiento puramente económico. En cambio, un movimiento encaminado a conseguir
una ley de ocho horas, etc., es un movimiento político. Y de este modo, de los
movimientos económicos aislados de los obreros, surge en cualquier momento un
movimiento político, es decir, un movimiento de la clase para ver satisfechas sus
reivindicaciones en forma general, de modo que posean fuerza social obligatoria. Si estos
movimientos se realizan poniendo por delante a una determinada organización, son
también, un medio para que éstas se desarrollen.”

Había necesidad no solamente de resolver el problema de la importancia de la lucha


económica, sino también la cuestión de las relaciones entre la organización económica y
política de la clase obrera. A este respecto es muy característica la decisión del Congreso
Internacional de La Haya de la Asociación Internacional de Trabajadores (2-7 septiembre
de 1872). El Congreso de La Haya adoptó, a propuesta de Marx, una resolución “sobre la
actividad política del proletariado”. En esta resolución leemos que:

“Contra la fuerza social de las clases poseedoras, no puede actuar el proletariado como
clase más que constituyéndose en partido político especial, opuesto a todos los viejos
partidos creados por las clases poseedoras; que esta organización del proletariado en un
partido político es indispensable para asegurar el triunfo de la revolución social y su
objetivo final la abolición de las clases; que la unión de las fuerzas del proletariado que ya
se ha conseguido por las luchas económicas, debe servir también como palanca para la
lucha contra el poder político de sus explotadores. En vista de que los propietarios de la
tierra y del capital aprovechan siempre sus privilegios políticos para salvaguardar y
eternizar sus monopolios económicos y para la esclavización del trabajo, la conquista del
poder político se plantea como la gran tarea del proletariado.”

Al terminar el Congreso. Marx intervino en el mitin con un discurso donde subrayó el


sentido esencial de las decisiones adoptadas. Ahora bien: ¿qué es, según Marx, lo
principal en las decisiones del Congreso de La Haya que fue, como es sabido, el punto
culminante del desarrollo de la Ia Internacional?
“El Congreso de La Haya ha realizado un trabajo importante. Ha proclamado la necesidad
de la lucha de la clase obrera, tanto en el terreno político como económico, contra la vieja
sociedad en descomposición.

“Debemos reconocer que en la mayoría de los países continentales, la fuerza debe servir
como palanca para nuestra revolución; habrá necesidad, en un momento dado, de apelar a
la fuerza para implantar definitivamente el reino del trabajo.”

Una vez más tenemos ante nosotros una precisa y clara definición del lugar de la lucha
económica en la lucha general de clase del proletariado. Los sindicatos deben ser en
manos de la clase obrera “la palanca de la lucha contra el poder político de sus
explotadores”.

La cuestión de las relaciones entre la lucha económica y política, constituye el eje de la


doctrina de Marx. Tanto menos admisible es entonces la actitud ligera y negligente frente
a esta cuestión de algunos historiadores soviéticos. Esta negligencia la ha demostrado J.
Steklov en su voluminoso libro consagrado a la Iª Internacional. El compañero Steklov
escribe que Marx empleó la fórmula siguiente en la exposición de motivos del reglamento
de la Asociación Internacional de Trabajadores: “La lucha política está subordinada como
un medio a la lucha económica del proletariado” (pág. 122). Luego el compañero Steklov
se esfuerza “por disculpar” al autor de esta fórmula, pero se embrolla, porque hubiera
sido difícil “disculpar” a Marx, si hubiera escrito algo semejante. Tomemos el tercer
capítulo del mismo libro del compañero Steklov y allí, en la “exposición de motivos”,
citada íntegramente en la página 61 leemos lo siguiente:

“La emancipación económica de la clase obrera es el gran objetivo al cual debe ser
supeditado como medio, todo movimiento político.”

Esto es lo que escribió Marx. ¿Pero es que pueden confundirse la lucha económica y la
emancipación económica de la clase obrera? Si Marx hubiese escrito lo que le atribuye el
compañero Steklov, hubiera sido un vulgar proudhoniano y nosotros le hubiéramos
combatido porque eso significaría colocar la lucha económica por encima de la lucha
política. Pero Marx, como vemos, no escribió nunca nada semejante.

Carlos Marx sentía la pulsación de las masas y sabía el lenguaje que era preciso emplear
con ellas en cada momento. Desde este punto de vista es muy útil comparar el Manifiesto
Comunista (1847) con la Proclama Inaugural de la Iª Internacional, escrita diecisiete años
más tarde. La proclama inaugural de la Iª Internacional es un documento de frente único,
tendente a atraer las capas y organizaciones de obreros aún no maduras para el
comunismo. En toda ella no se cita una sola vez la palabra comunismo y, a pesar de eso,
es de principio a fin un documento comunista. John Commons escribe: “La Proclama
inaugural, es un documento sindical y no un manifiesto comunista.”
Es esta una apreciación absolutamente falsa, porque no es la forma, sino el contenido, lo
que determina el carácter de la Proclama Inaugural. Es muy cierto que la situación
económica de los obreros, la legislación obrera, etc., ocupan el centro de su atención,
pero en el mismo documento señala Marx que la conquista del poder político se ha
transformado en el gran deber de la clase obrera, y a continuación aborda la cuestión del
Partido, pero de una manera especial. He aquí lo que dice Marx:

“Los obreros cuentan con uno de los elementos del éxito: la cantidad. Pero la cantidad
tiene peso únicamente cuando está unida por la organización y guiada por el saber. La
experiencia del pasado ha demostrado que el menosprecio a la unión fraternal que existe
entre los obreros de los distintos países y que debería impulsarlos al mutuo apoyo en la
lucha por su emancipación, encuentra su castigo en la derrota común de sus esfuerzos
dispersos.”

He aquí una fórmula poco habitual en la pluma de Marx. Primero, la “masa obrera
agrupada por la unión” es considerada por Marx en un triple punto de vista: la masa
agrupada en el sindicato, la masa unificada en el partido político y la masa unificada en la
Internacional. Tampoco es habitual la expresión: “El papel dirigente del saber.” ¿A qué se
refiere? ¿Al papel diligente de la ciencia universitaria, de los profesores académicos? Nada
de esto. Aquí la palabra saber es el pseudónimo del comunismo. Marx utilizó
intencionalmente expresiones y fórmulas que permitiesen penetrar profundamente en las
masas.

“La Asociación Internacional de Trabajadores, escribió F. Engels, tenía por objeto reunir en
un inmenso ejército a toda la clase obrera de Europa y América. No podía, pues, partir de
los principios expuestos en el Manifiesto. Debía darse un programa que no cerrara las
puertas a las Trade Unions inglesas, a los proudhonianos franceses, belgas, italianos y
españoles, y a los lassalleanos alemanes.”
“Era muy difícil exponer esta cuestión de manera, escribía Marx, que nuestras
concepciones adquiriesen una forma aceptable para el estado actual del movimiento
obrero… Se necesita tiempo para que la presión renovada autorice el viejo lenguaje
audaz.”

Marx habla aquí de la forma de exponer las ideas, no de su esencia. Cuando se trataba del
principio, de la esencia de las ideas comunistas, Marx fue duro e intransigente; pero
manifestaba una extraordinaria flexibilidad y capacidad para presentar la esencia de sus
ideas en las más diversas formas. Así se explica “el lenguaje sindical” de la Proclama
Inaugural, el documento más notable después del Manifiesto Comunista. Así fue como Marx,
persiguiendo el único fin de impregnar al movimiento obrero de conciencia comunista,
cambiaba las formas y métodos de relación con las masas, de acuerdo con el nivel del
movimiento y el carácter de las organizaciones obreras de su época.
Determinar con acierto la relación entre la lucha económica y política, significa definir
acertadamente la relación entre los sindicatos y el partido. Aun atribuyendo un enorme
significado a la lucha económica del proletariado y a los sindicatos. Marx subraya siempre
la supremacía de la política sobre la economía, es decir, subraya la cuestión que fue
puesta como base de todo el trabajo del Partido Bolchevique y de la Internacional
Comunista.

Cuando hablamos de la supremacía de la política sobre la economía, no significa que los


sindicatos deban transformarse en un partido político o que deben adoptar un programa
puramente de partido; no quiere decir que haya que borrar la diferencia entre los
sindicatos y el Partido. No. No es esto lo que quería decir Marx. Marx subrayaba la
importancia de los sindicatos como centros organizadores de las amplias masas obreras, y
combatió la tendencia a meter en el mismo saco los partidos y los sindicatos. Consideraba
que la organización política y económica del proletariado tiene un solo objetivo, pero cada
una con sus propios métodos específicos.

Marx y los sindicatos (II): Marx contra el proudhonismo y el bakuninismo


Posted on 3 febrero, 2018 by El Salariado in Historia and tagged Bakunin, Losovsky, Marx, Proudhon, sindicalismo, sindicatos.

2. Marx contra el proudhonismo y el bakuninismo

Marx forjó su concepción del mundo y su táctica, a través de una encarnizada lucha
ideológica y política. Tuvo en primer lugar, que chocar con las teorías considerablemente
difundidas de Proudhon. Proudhon es el tipo de socialista pequeñoburgués en cuyos
trabajos las palabras audaces se compaginan con teorías revolucionarias. Publicista de
talento, representante de un vago socialismo sentimental, “de pies a cabeza filósofo y
economista de la pequeña burguesía” (Marx), que ha arrojado a la caía de la burguesía la
violenta fórmula acusadora ”la propiedad es un robo”, Proudhon se creyó el teórico “de las
clases obreras” y se lanzó audazmente a disertaciones teóricas sobre la “filosofía de la
miseria”. Pero la teoría fue precisamente el talón de Aquiles de Proudhon, porque no pasó
de los límites de la ciencia liberal burguesa de su tiempo, y de aquí el violento ataque de
Marx contra Proudhon y el proudhonismo. Proudhon publicó un libro pretencioso, La
Filosofía de la miseria, en el que intentó determinar las leyes de desarrollo de la sociedad. En
este libro, Proudhon reveló a todo el mundo las siguientes tesis que nos interesan aquí:
“Todo movimiento de alza en los salarios no puede tener otro efecto que el de un alza en
el trigo, en el vino, etc.; es decir, el efecto de una carestía. Pues, ¿qué es el salario? Es el
precio del costo del trigo, etc., es el precio integral de todas las cosas. Profundicemos más
la cuestión: el salario es la proporcionalidad de los elementos que componen la riqueza y
que son consumidos reproductivamente todos los días por la masa de los trabajadores.
Ahora bien, doblar los salarios… es conceder a cada uno de los productores una parte
mayor que su producto, lo cual es contradictorio; y si el alza sólo se verifica en un número
reducido de industrias, es provocar una perturbación general en los cambios, en una
palabra, una carestía. Yo declaro que es imposible que las huelgas seguidas de un
aumento de salarios no tengan por resultado un encarecimiento general, esto es tan cierto
como dos y dos son cuatro.”
A estos ampulosos e ignorantes razonamientos de Proudhon Marx añade: “De todas estas
afirmaciones, nosotros solamente aceptamos una: esto es, que dos y dos son cuatro.”

¿Cuál es la significación política de esta intervención de Proudhon? Detener a los obreros


en la lucha por el aumento de los salarios. Si el aumento de salarios nada rinde a los
obreros, si en la medida en que aumentan los salarios aumentan los precios
proporcionalmente, la lucha de los obreros pierde en realidad todo sentido.

Marx descubrió inmediatamente la esencia reaccionaria de esta filosofía, y con la pasión


que le era peculiar arremetió contra los razonamientos puramente patronales del apóstol
anarquista. Pero Proudhon siguió más adelante por la misma línea, expresándose
resueltamente contra el movimiento huelguístico. He aquí lo que leemos en la
misma Filosofía de la miseria:
“La huelga de los obreros es ilegal, y no es sólo el Código penal quien lo dice: es el
sistema económico, es la necesidad del orden establecido… Que cada obrero,
individualmente, goce de la libre disposición de su persona y de sus brazos, es cosa que
se puede tolerar, pero que los obreros traten, por medio de coaliciones, de violentar el
monopolio, es lo que la sociedad no puede permitir.”

A sus ojos es inadmisible la unificación de los obreros para la lucha en común contra los
patronos. Es decir, se sitúa en el punto de vista de los legisladores reaccionarios de los
países capitalistas de su época, que castigaban siempre el menor conato de coalición de
los obreros. Marx sabía con quién tenía que vérselas. Sabía por qué esas ideas
reaccionarias corrían en Francia, y su respuesta la da, por consiguiente, en un análisis de
la esterilidad teórica de Proudhon y de sus conclusiones políticas anti-obreras. He aquí lo
que escribió Marx en la Miseria de la filosofía con respecto a esta verborrea reaccionaria de
Proudhon:
“La gran industria aglomera en un solo punto una multitud de gente, desconocidos unos
de otros. La competencia divide sus intereses. Pero el sostenimiento del salario, este
interés común que tienen contra su patrono, los reúne en un mismo pensamiento de
resistencia: coalición. Así, la coalición tiene siempre un doble objeto: el de hacer que cese
entre ellos la competencia para poder hacer una competencia general al capitalista. Si el
primer objeto de resistencia ha sido sólo el sostenimiento de los salarios, a medida que
los capitalistas, a su vez, se reúnen en un pensamiento de represión, las coaliciones,
aisladas al principio, se forman en grupos, y enfrente del capital, siempre reunido, el
sostenimiento de la asociación viene a ser para ellos más importante que la del salario.
Esto es tan cierto, que los economistas ingleses se muestran sorprendidos de ver a los
obreros sacrificar una buena parte del salario en favor de las asociaciones, que a los ojos
de estos economistas, sólo fueron establecidas en favor del salario. En esta lucha
-verdadera guerra civil- se reúnen y se desarrollan los elementos necesarios para una
batalla venidera. Una vez llegada a este punto, la asociación adquiere un carácter político.”

Respondiendo a la actitud puramente patronal de Proudhon frente al movimiento


huelguístico, Marx escribe:

“Se han hecho numerosas investigaciones para trazar las diferentes fases históricas que ha
recorrido la burguesía, desde la Comuna o Municipio hasta su constitución como clase.

“Pero cuando se trata de darse cuenta exacta de las huelgas y demás formas en que los
proletarios efectúan a nuestra vista su organización como clase, unos se sienten presas de
verdadero tenor, y otros afectan un desdén trascendental.

“Una clase oprimida es la condición vital de toda sociedad fundada en el antagonismo de


clases. La emancipación de la clase oprimida implica, pues, necesariamente, la creación de
una nueva sociedad. Para que la clase oprimida pueda emanciparse, es preciso qué las
fuerzas productivas adquiridas ya y las relaciones sociales existentes no puedan coexistir.
De todos los instrumentos de producción, la mayor fuerza productiva es la misma clase
revolucionaria. La organización de los elementos revolucionarios como clase, supone la
existencia de todas las fuerzas productivas que podían engendrarse en el seno de la
sociedad antigua.”

Marx se percató inmediatamente de que los sabios burgueses “imparciales” tratan de


escamotear la lucha económica, o de no verla. Critica ásperamente la posición negativa de
los ideólogos de la burguesía, frente al movimiento económico del proletariado. Observó
muy bien cómo los ruidosos “revolucionarios” de la especie de Proudhon muestran un
menosprecio “trascendental” por la lucha de la clase obrera por sus intereses vitales. ¿No
tenemos hoy también de estos “revolucionarios” que expresan un menosprecio
“trascendental” por la lucha económica del proletariado? Y, aunque no muy numerosos,
existen también hasta en nuestras filas comunistas.
¿Cuál fue la clave de todas las desventuras de Proudhon? Engels lo dijo en la carta a Marx
del 21 de agosto de 1851, de la siguiente manera:

“He leído a Proudhon hasta la mitad y me adhiero íntegramente a tu punto de vista. Su


llamamiento a la burguesía, su vuelta a Saint Simón y otros muchos pasajes semejantes,
incluso en la parte crítica, prueban que para él la clase industrial, la burguesía y el
proletariado, son en realidad idénticos, y que considera que se hallan en oposición sólo
debido a que la revolución no ha terminado.”

En su carta a Kugelmann, del 9 de noviembre de 1866, Marx escribe a propósito de


Proudhon:

“Proudhon ha causado un daño enorme. Al comienzo, su aparente crítica y su simulada


oposición a los utópicos (él mismo no es más que un utopista pequeñoburgués, mientras
que en las utopías de un Fourier, de un Owen, etc., se halla el presentimiento y la
expresión fantástica de un nuevo mundo), han seducido y corrompido a la “juventud
dorada”, los estudiantes, después a los obreros, especialmente a los de París, que,
ocupados en la producción de artículos de lujo, continúan atados, sin saberlo, a todas las
antiguallas.”

En la carta a Engels del 20 de junio de 1866, Marx habla del “Stirnerismo Proudhonizado”,
y dice que:

“Proudhon tiende a individualizar la humanidad”, y que desde el punto de vista de


Proudhon:

“la historia debe cesar en todos los países y que todo el mundo esperará a que los
franceses estén maduros para hacer la revolución social”.

Como es sabido, Proudhon es el fundador del anarco-sindicalismo. Por lo menos esto es


lo que dicen y escriben los anarcosindicalistas, colocándole por encima de Marx -“el
venerador del Estado”-. Pero los anarco-sindicalistas se cuidan muy bien de decir que
Proudhon fue un enemigo acérrimo del derecho de coalición y del movimiento
huelguístico. Su odio a las huelgas fue tan profundo que hasta justificaba la matanza de
los huelguistas. He aquí lo que escribió Proudhon en 1846, en su obra Filosofía de la miseria:
“Que cada obrero individualmente goce de la libre disposición de su persona y de sus
brazos, es cosa que se puede tolerar; pero que los obreros traten, por medio de
coaliciones, sin considerar los grandes intereses sociales ni las prescripciones de la ley, de
violentar la libertad y el derecho de los patronos, la sociedad no lo puede tolerar. Aplicar
la fuerza contra los patronos y terratenientes, desorganizar los talleres, paralizar el
trabajo, poner bajo amenaza el capital, significa conspirar una ruina general. Las
autoridades que hicieron asesinar a los mineros de River-de-Giex se sintieron
profundamente infelices, pero actuaron como el antiguo Brutus, que se vio en la
necesidad de escoger entre el amor de padre y su deber de cónsul. Se imponía sacrificar a
sus propios hijos, para salvar la República. Brutus no vaciló y las generaciones que le
siguieron no se atrevieron a condenarlo.”

Proudhon tampoco comprendió que si la burguesía se manifiesta en favor de la coalición,


no es por puro gusto, sino porque se ve obligada a ello debido a la lucha incesante de los
obreros. Proudhon se lanza contra los partidarios del derecho de coalición y escribe:

“La ley que autoriza las coaliciones es fundamentalmente antijurídica, antieconómica,


contraria a todo régimen social y a todo orden. Cada concesión adquirida por medio de
esta ley es un abuso y es nula de por sí, y puede dar motivo a la formación de un proceso
y persecución penal…

“Yo repudio especialmente la nueva ley, porque la coalición con el propósito de aumentar
o disminuir los salarios, es absolutamente igual que la coalición con el propósito de
aumentar o disminuir los precios de los víveres y de las mercancías.”

¿Qué se puede decir de estos razonamientos? Así no puede razonar más que un pequeño
burgués rabioso, que por una parte grita “la propiedad es un robo” y por la otra “disparad
contra los huelguistas”.

¿Cómo entienden esta contradicción los discípulos de Proudhon? Uno de ellos, Máximo
Leroy, que escribió una introducción al libro La capacidad política de las clases obreras, deseoso
de mostrar la grandeza de Proudhon, cita una serie de extractos suyos sobre la lucha de
clases, sobre la guerra entre el trabajo y el capital y sintetiza de la siguiente forma la
esencia del proudhonismo:
“Lucha de clases, y sin embargo, ninguna incitación a la subversión social. Lucha de clases
y, sin embargo, exhortación a los obreros a colaborar con la clase media. Lucha de clases
y, sin embargo, proscripción de las huelgas. Lucha de clases y, sin embargo, colaboración
de clases.”

¿Cómo soluciona el mismo Leroy estas flagrantes contradicciones de Proudhon? No las


soluciona ni las explica, nos informa solamente que la clave de las doctrinas de Proudhon
está en el mutualismo que:

“Proudhon no proponía ni el misticismo de la catástrofe emancipada, ni un programa de


estrategia militar, porque nunca juzgó a la clase obrera como una secta, como un ejército.
La concebía como una clase laboriosa, sin dogma y sin amo, inquieta por una verdad en
perpetuo devenir, en resumen, como viviendo una vasta experiencia saintsimoniana.”
¿Podían acaso Marx y Engels aceptar en lo más mínimo, esa increíble confusión que
introducía Proudhon en el movimiento obrero? Evidentemente, no. Emprendieron una
lucha encarnizada contra Proudhon y el proudhonismo.

Pero los proudhonianos, que se manifestaban contra los sindicatos, el derecho de huelga,
etc., se vieron obligados, bajo los golpes de la experiencia misma, a modificar sus
concepciones. En la carta de Marx a Engels del 12 de septiembre de 1868 leemos:

“Es un gran progreso que los buenos proudhonianos belgas y franceses, que reclamaban
dogmáticamente en Ginebra (1866) y en Lausana (1867) contra los trade-unions, etc.,
sean actualmente sus partidarios más fanáticos.”

Esta carta evidencia que los proudhonianos dieron media vuelta a la teoría de su maestro,
que no por eso se hizo mejor. Y precisamente por eso, Marx y Engels emprendieron una
lucha encarnizada contra la teoría y la práctica bakuninista. El continuador de la causa de
Proudhon fue su discípulo más grande, Miguel Bakunin, el cual se dio cuenta de las
debilidades y lagunas de las concepciones de Proudhon.

Bakunin, que apreciaba altamente a Proudhon, emitió sin embargo, el juicio siguiente
sobre él:

“Proudhon, a pesar de todos sus esfuerzos por colocarse en el plano de la realidad, siguió
siendo idealista y metafísico. Proudhon, no obstante todos sus esfuerzos por sacudir las
tradiciones del idealismo clásico, siguió siendo, sin embargo, un idealista incorregible,
que se inspiraba, como le dije dos meses antes de su muerte, tan pronto en la Biblia como
en el derecho romano, y siguió siendo un metafísico hasta sus últimos días.”

Claro es que al lado de Proudhon, Bakunin era un águila. Bakunin es una gran figura
revolucionaria, un rebelde, que estuvo siempre, como dijo Herzen, “en el último extremo”.
Un hombre dotado de formidable energía y de un inmenso talento de organizador. Pero
era un gran señor en revuelta. Su concepto del mundo es una mezcla de Hegel, Stirner y
del insurreccionalismo ruso a lo Pugachov. No veía las clases, hablaba siempre del pueblo.
Bakunin nunca hablaba de la clase obrera, sino de los peones, de los obreros no
cualificados, de la gente pobre, de la parte más depauperada de la población, del
populacho sin profesión y oponía la mentalidad revolucionaria del lumpenproletariado a la
mentalidad reaccionaria de la aristocracia obrera, en la que incluía a la mayor parte de los
trabajadores. A Bakunin no le agradaba mucho que Marx creara círculos en los que leía
conferencias a los obreros. En su carta a Annenkov del 28 de diciembre de 1847, Bakunin
escribe que “Marx se ocupa del mismo trabajo inútil que en el pasado, echa a perder a los
productores transformándolos en razonadores”.
¿Qué era, pues, el bakuninismo como sistema? El mismo Bakunin decía que es el sistema
anárquico de Proudhon ampliado, desarrollado y emancipado por nosotros de todos los
floripondios metafísicos, idealistas y doctrinarios.

Así tenemos ante nosotros un proudhonismo perfeccionado, tan lejos del marxismo desde
el punto de vista teórico y político como el proudhonismo puro.

Bakunin negaba todo Estado, la lucha política y la organización política del proletariado.
La lucha entre Marx y Bakunin fue la lucha entre dos concepciones distintas del mundo,
dos sistemas y teorías distintos, fue una lucha entre dos líneas políticas y tácticas
distintas, lo que no podía dejar de reflejarse en el problema de organización. El problema
de organización no fue, por consiguiente, la causa, sino solamente el motivo de la
escisión.

“¿Qué política debe seguir la Internacional en el transcurso de este período más o menos
largo que nos separa de la terrible revolución social que todos presentimos?”

Marx y los sindicatos (III): Contra el lassallismo, el oportunismo alemán

Posted on 8 febrero, 2018 by El Salariado in Historia and tagged Lassalle, Losovsky, Marx, sindicatos.


3. Contra el lassallismo, el oportunismo alemán

Marx seguía con la mayor atención el desarrollo del movimiento obrero en Alemania. La
revolución de 1848 fue el punto culminante de la actividad del movimiento obrero de la
Alemania de entonces. Después de 1848 comienza el reflujo, el movimiento obrero se
dispersa. Una parte considerable de los elementos revolucionarios se ve obligada a
emigrar a Francia, Inglaterra y Estados Unidos. En Alemania misma comienzan a surgir
toda suerte de hermandades, sociedades de ayuda mutua y otros embriones de sindicatos,
etc.

Marx y Engels mantenían estrechas relaciones con la emigración obrera revolucionaria y


con los elementos revolucionarios que permanecieron en el país. Después del año 1848
comienza en Alemania el período de la reacción política e ideológica y una serie de
compañeros de armas de Marx ve alejan del movimiento revolucionario. Marx trabajaba
persistentemente en el desenvolvimiento de su concepción filosófica del mundo, en la
elaboración de su sistema económico, llevando a cabo simultáneamente una intensa
actividad político-literaria. A fines del año 1850 la depresión empieza a desaparecer. En
Alemania comienza el ascenso del movimiento obrero. Lassalle organiza en 1863 “La
Asociación General de Obreros” y plantea abiertamente la cuestión de los objetivos y de
los derechos políticos de la clase obrera. Lassalle, que aparece en la arena política en el
momento en que comienza la animación, comprendió el cambio producido en la
mentalidad de las masas obreras y debido a esto su “Asociación General de Obreros” se
hizo muy popular. Marx y Engels apreciaban mucho a Lassalle. “Lassalle, a pesar de todos
sus ‘peros’, es firme y enérgico”, escribía Marx a Engels el 10 de marzo de 1853. “Lassalle
es el único que tiene todavía la audacia de seguir en correspondencia con Londres, y es
necesario conseguir que este intercambio no se le torne fastidioso”, escribía Marx a Engels
el 18 de julio de 1853. En una carta a Schweitzer fechada el 13 de octubre de 1868,
escribe: “Después de quince años de letargo, Lassalle ha despertado de nuevo, en
Alemania, al movimiento obrero. Este es su mérito inmortal.”
Pero desde el comienzo, Marx y Engels observaron una serie de graves defectos en la
teoría y en la actividad de Lassalle. Los desacuerdos iban aumentando a medida que
Lassalle manifestaba su errónea orientación. Lassalle desconfiaba de la lucha de los
obreros por el derecho de coalición y no veía la utilidad de las huelgas. “El derecho de
coalición no puede dar ninguna ventaja al obrero. No puede determinar un mejoramiento
real de su situación.” Tales eran las máximas de Lassalle. Lassalle hablaba de la “triste
experiencia” de las huelgas inglesas.

Consideraba estéril la lucha por el aumento de los salarios, puesto que la clase obrera es
incapaz de cambiar la ley de bronce de los salarios, que según él es la piedra angular de
toda ciencia ”económica”. Como panacea a todos los males, Lassalle plantea las dos
reivindicaciones siguientes: Sufragio universal y subsidio del Estado a las Asociaciones de
Producción. En consecuencia, negaba la lucha económica de la clase obrera y la utilidad de
los sindicatos. Esta concepción de Lassalle fue ajena a Marx:

“Lassalle fue contrario al movimiento de coalición -escribe Marx a Engels el 13 de febrero


de 1865-; Liebknecht lo ha improvisado entre los tipógrafos de Berlín con sus propios
medios, contra la voluntad de Lassalle.”

La lucha entre Marx y Lassalle comenzó con motivo de la llamada “ley de bronce” del
salario. Esta ley de bronce del salario no era en el fondo más que una reedición de las
teorías proudhonianas y de la ley de Malthus sobre la población. ¿Qué es, en esencia esta
teoría? Todos los esfuerzos que el obrero realice, todas sus luchas, no le harán obtener
nada en el sentido del mejoramiento de su situación. Esta teoría, que condena las luchas
económicas organizadas, que las considera estériles, no podía contar con la simpatía de
Marx. Este criticó duramente la “ley de bronce de los salarios”, demostrando que los
salarios están compuestos de dos partes: contienen el mínimo físico y el mínimo social,
que cambia de acuerdo con las condiciones histórico-sociales. Lassalle no solamente
insistió en su “ley de bronce de los salarios”, sino que se orientaba cada vez más hacia el
Estado bismarkiano, esperándolo todo de las subvenciones del Estado.
“He señalado muchas veces que quiero la asociación individual y voluntaria… pero para
poder formarse, debe obtener del Estado – mediante un empréstito- el capital necesario.

“Para elevar vuestra clase, para emancipar no solamente a algunos obreros, sino al trabajo
mismo se necesitan millones de pesos y sólo el Estado y la legislación los pueden dar.”

Esta era la solución simplista que Lassalle, hombre de gran capacidad, daba al problema
obrero. Es necesario comenzar por obtener el derecho al sufragio universal, y después, el
gobierno dará “millones y millones de pesos”.

¿Podía acaso Marx dejar de luchar contra esta funesta utopía manifiestamente
pequeñoburguesa?

El 9 de abril de 1863, Marx escribía a Engels: “Lassalle me ha enviado hace dos días la
carta abierta “Al Comité Obrero Central” del “Congreso Obrero de Leipzig”. Se comporta
como un futuro dictador de los obreros, lanzando con aire pomposo frases que tomó de
nosotros. Las diferencias entre el salario y el capital las resuelve con “la mayor facilidad”.
A saber: los obreros deben hacer agitación por el sufragio universal y luego enviar a la
cámara de diputados a personas como él, “dotadas de la brillante arma de la ciencia”.
Luego, ellos construirán fábricas obreras, para lo cual el Estado facilitará capital y estas
empresas cubrirán poco a poco todo el país. Todo eso es admirablemente nuevo.”

Después de la muerte de Lassalle, la “Asociación de Obreros” fue presidida por Schweitzer,


que comenzó a manifestarse partidario del derecho de coalición e incluso de la lucha por
los salarios. Pero Schweitzer, a pesar de haberse alejado de su maestro, llega, sin
embargo, en una serie de artículos a las siguientes conclusiones:

“1. La huelga es necesariamente estéril desde el punto de vista económico.

“2. No obstante, la huelga es un magnífico medio de encender el movimiento obrero y


elevarlo hasta el nivel de la formación en la clase obrera, de una conciencia de clase
propia.

“3. Donde el movimiento obrero pueda actuar abiertamente para su objetivo final, las
huelgas, en general, no deben ser aprobadas, porque la clase obrera necesita de toda su
fuerza para la conquista de su objetivo final, el cambio de las bases sociales. Ahora bien,
las huelgas distraen muchas fuerzas del objetivo final, y no conducen más que a un
resultado ilusorio: el aumento de los salarios.”
Marx seguía atentamente la evolución de la “Asociación General Obrera de Alemania”,
pues sabía que en lo concerniente al derecho de coalición, había entre los lassalleanos la
mayor confusión. Marx escribe el 13 de febrero de 1865 a Schweitzer:

“Las coaliciones y los sindicatos que surgen de las mismas, no solamente son de gran
importancia como medios de organización de la clase obrera para la lucha contra la
burguesía: su importancia se refleja en el hecho de que hasta los obreros de Estados
Unidos del Norte, a pesar del derecho al voto y de la República, no pueden prescindir de
él. Pero además, en Prusia y, en general, en Alemania, el derecho de coalición es una
brecha abierta en el régimen de dominación policíaca y burocrática, rompe la ley de
domesticidad y la economía feudal en el campo: en una palabra, es una medida de
transformación de los “’súbditos” en ciudadanos mayores de edad, que el partido
progresista, es decir, todos los partidos burgueses de oposición podrían aceptar, si no
fuesen idiotas, cien veces mejor que el gobierno de Prusia, y con mayor razón, que el
gobierno de un Bismarck.”

En la misma carta, Marx se detiene en la famosa idea lassalleana de los subsidios del
Estado. He aquí lo que escribe Marx, con motivo de este socialismo gubernamental
monárquico-prusiano:

“La nefasta ilusión de Lassalle de una intervención socialista del gobierno prusiano, no
cabe duda que irá seguida de una inevitable decepción. La lógica de las cosas hablará por
sí misma. Pero el honor del Partido Obrero exige que descarte semejantes quimeras antes
que su inanidad estalle al contacto con la experiencia. La clase obrera es revolucionaria o
no es nada.”

Esta notable carta nos muestra las causas de la hostilidad de Marx contra el lassallismo.
La clase obrera es revolucionaria o no es nada, esto era lo que determinaba la línea de
conducta de Carlos Marx.

Marx conceptuaba a la “Asociación General Obrera” como una organización sectaria y


volvió a ocuparse muchas veces de esta cuestión en sus cartas a Schweitzer. Marx
expresaba continuamente este concepto suyo sobre el carácter sectario de la “Asociación
General Obrera”. En ellas da una definición clásica de lo que es el sectarismo. He aquí, por
ejemplo, lo que Marx escribe el 13 de octubre de 1868:

“’Como todos los fundadores de sectas, Lassalle negaba toda ligazón natural con el
movimiento obrero anterior en Alemania y en el extranjero. Cayó en el mismo error de
Proudhon de no buscar la base real de su agitación en los verdaderos elementos del
movimiento de clase, sino que quería orientar la marcha del mismo mediante una fórmula
doctrinaria determinada.
“Usted mismo ha experimentado en su propia persona la oposición entre el movimiento
de secta y el movimiento de clase. La secta busca su razón de ser en su ‘point d’honneur’,
no en lo que tiene de común con el movimiento de clases, sino en el talismán especial que
la distingue de este movimiento. Cuando usted propuso convocar el Congreso de
Hamburgo para la constitución de los sindicatos, no pudo romper la resistencia sectaria
más que amenazando con renunciar a la presidencia. Además, usted se vio obligado a
doblar su propia persona, declarando que una vez actuaba como jefe de secta y otra vez
en representación del movimiento de clase.

“La disolución de la ‘Asociación General Obrera Alemana’, le brindó la ocasión de dar un


importante paso hacia adelante y de declarar, o de probar, que actualmente hemos
entrado en una nueva fase del desarrollo y que el movimiento de secta está ya maduro
para disolverse en el movimiento de clase y liquidar definitivamente todas esas
supervivencias…

“En lo que concierne a los elementos justos que contenía la secta, debían ser introducidos
en el movimiento general, para enriquecerle. En lugar de esto, habéis exigido del
movimiento de clase que se subordine a un movimiento sectario particular. Los que no
entraban en el círculo de vuestros amigos, deducían que usted desea conservar, a toda
costa, su movimiento obrero particular.”

Cuando Schweitzer envió a Marx, antes del Congreso de Hamburgo, el proyecto de


estatutos de su nueva “’Asociación General Obrera”, Marx aprovechó la ocasión para
hacerle la más severa crítica. Marx consideraba que un agrupamiento político-sindical no
era viable y que la centralización burocrática era sumamente peligrosa, especialmente
para Alemania.

En su carta a Schweitzer, de fecha 13 de septiembre de 1868, Marx escribe:

“En lo que concierne al proyecto de estatutos, lo considero erróneo desde el punto de


vista de los principios, y creo tener tanta experiencia en las cuestiones del movimiento
sindical como cualquiera de mis contemporáneos. Sin entrar aquí en detalles, diré
solamente que ese tipo de organización, con todo lo cómodo que es para las sociedades
secretas y para la unión de sectarios,

contradice la esencia misma de las trade-unions. Pero aun suponiendo que semejante
organización sea posible, y debo decir que ‘tout bonnement’ la considero francamente
imposible, no sería deseable y menos para Alemania. Aquí, donde el obrero sufre desde la
infancia un adiestramiento burocrático y tiene fe en los superiores, lo más importante es
que aprenda a caminar sin la ayuda de nadie.
“Vuestro plan no es práctico tampoco en otros aspectos. En la organización existen tres
poderes independientes de diferente origen: 1) comité elegido por oficios; 2) presidente,
una persona completamente inútil, elegida por sufragio general; 3) un congreso elegido
por localidades. En fin, fuentes de conflictos por doquier. ¡Y es ésta la organización que
debe servir para acciones rápidas!

“Lassalle ha cometido un gran error al querer imitar ‘al elegido del sufragio universal’ (de
la constitución francesa de 1852). ¡Y eso para las trade-unions! Estas se ven obligadas a
ocuparse principalmente de cuestiones de dinero, y usted no tardará en ver que aquí
termina todo poder dictatorial.”

Lo que es notable en esta carta, no es solamente la crítica concreta, aniquiladora del


supercentralismo de Lassalle-Schweitzer, sino también la posición de principio en esta
cuestión: es preciso enseñar al obrero alemán “a marchar sin la ayuda de nadie”. Marx y
Engels plantearon varias veces esta cuestión en sus cartas. Sabían lo que significa el
adiestramiento burocrático y temían que si la organización del partido y de los sindicatos
llegasen a tener una estructura burocrática, podría causarse un daño inmenso a la clase
obrera de Alemania. En ésta como en todas las demás cuestiones, las palabras de Marx
resultaron proteicamente justas. El centralismo burocrático de la socialdemocracia
alemana, que corresponde a las tradiciones “nacionales” de la domesticación cuartelera
prusiana, ahoga todavía el movimiento obrero de Alemania.

Marx y Engels manifestaron muchas veces su parecer respecto a las ínfulas dictatoriales
del heredero de Lassalle, Schweitzer. Demostraban que su orientación no podía menos de
provocar la ruina de su organización y que era necesario elegir entre la organización
sindical de masas y el aislamiento sectario.

Después del Congreso de Hamburgo, Marx escribe a Engels el 26 de septiembre de 1868:

“Lo que hay sobre todo de ridículo en Schweitzer -y claro que le es impuesto por los
prejuicios de su ejército y su título de presidente de la ‘Asociación General Obrera
Alemana’- es que invoque sin cesar las palabras del maestro y que a cada nueva
concesión a las necesidades del verdadero movimiento obrero pretenda tímidamente que
no contradice los santísimos dogmas de Lassalle. El Congreso de Hamburgo ha sentido
instintivamente, con justa razón, que el verdadero movimiento obrero (las trade- uniones,
etc.), amenazan a la ‘Asociación General Obrera de Alemania’ como organización
especifica de la secta lassalleana.”

Marx subraya que es imposible hacer entrar a las amplias masas en una organización
sectaria.
Marx habla de esto en su caita a P. Bolte, el 23 de noviembre de 1871:

“…La organización de Lassalle es simplemente una organización sectaria, y como tal,


hostil a la organización del verdadero movimiento obrero que quiere crear la
Internacional.”

Marx y Engels plantearon de nuevo la cuestión de la actitud frente al lassallismo con


motivo del Congreso de fusión de los lassalleanos y los partidarios de Eisenach, en 1875,
en Gotha.

En una carta a Bebel fechada el 18-28 de marzo de 1875, Engels escribe a propósito del
programa de Gotha, entre otras cosas, lo siguiente:

“Ni una palabra se dice de la organización de la clase obrera, como tal clase, por medio de
los sindicatos. Y éste es un punto de suma importancia; porque los sindicatos son la
verdadera organización de clase del proletariado con los cuales realiza su lucha diaria
contra el capital, en los que se educa y a los que ya hoy día es imposible aplastar, ni
siquiera mediante la más severa reacción (como la que impera actualmente en París). Dada
la importancia que esta organización adquiere en Alemania, nos parece absolutamente
necesario hacer mención de ella en el programa, y en la medida de lo posible, darle un
lugar determinado en la organización del Partido.”

Tal es la crítica del programa de Gotha desde el punto de vista de las dos cuestiones.
Pero, en realidad, “las glosas marginales sobre el programa del Partido obrero alemán”
exceden ampliamente los límites de estas dos cuestiones.

Liebknecht y Bebel estaban muy descontentos de la severa crítica hecha por Marx y Engels
al programa de Gotha. Bebel, al citar en sus memorias estas cartas de Engels, añade
melancólicamente:

“No era fácil ponerse de acuerdo con los dos viejos de Londres. Lo que a nosotros nos
parecía un cálculo inteligente y una táctica hábil, ellos lo juzgaban como una debilidad y
un espíritu de conciliación irresponsable.”

Esta objeción es muy característica de Bebel. En la socialdemocracia alemana, ya en los


primeros días de su función, se había establecido el hábito de explicar las desviaciones de
los principios del marxismo con razones de táctica, como si la táctica fuera algo desligado
e independiente de las concepciones de principio.
Marx y Engels se opusieron a la fusión de los lassalleanos con los partidarios de Eisenach,
puesto que la plataforma de fusión era no solamente equivoca, sino también errónea.
Marx lo manifestó en su carta a Bracke, el 5 de mayo de 1875:

“Todo paso hacia adelante, todo movimiento real, es más importante que una docena de
programas. Si, pues, era imposible exceder el programa de Eisenach -y las circunstancias
no lo permitían- era necesario concluir simplemente un acuerdo para la acción contra el
enemigo común. Se fabrica, por el contrario, un programa de principio (en lugar de
aplazarlo hasta el momento en que una cuestión de esta índole estuviese preparada por
una larga actividad común), lo que equivale a plantar públicamente jalones que permitirán
al mundo entero juzgar el nivel del movimiento del Partido.”

En el movimiento obrero de la Alemania de entonces, no solamente existía la tendencia de


los Lassalle-Schweitzer de destruir los sindicatos transformándolos en un partido, sino
también las tendencias opuestas, es decir, el considerar a los sindicatos como la única
forma del movimiento obrero. En este sentido pecó J. F. Becker, dirigente de la sección
alemana de la “Asociación Internacional de Trabajadores”.

En el periodo en que se comenzó a formar en Alemania el partido político del proletariado,


el problema más difícil y complicado fue el de las relaciones entre toda la variedad de
sociedades educativas, los sindicatos y el Partido.

Hemos visto la solución que daban a esta cuestión Lassalle y Schweitzer y las objeciones
de Marx y Engels a este tipo de organización. J. F. Becker redactó un proyecto de
proposición, en 1869, con motivo de la formación de un partido político obrero (los
partidarios de Eisenach) defendiendo la idea de que la única forma verdadera del
movimiento obrero son los sindicatos. He aquí cómo J. F. Becker formula su afirmación:

“Considerando que solamente los sindicatos representan la forma justa de las


organizaciones obreras, también para la sociedad futura, y en vista de los conocimientos
especiales que prevalecen en su medio y contribuyen a la formación de una conciencia
social exacta; y que en la medida que se perfecciona la organización de los sindicatos, las
sociedades mixtas (como por ejemplo la ‘Asociación General Obrera Alemana’ y las
uniones de educación obrera) pierden su razón de ser y después de cumplir su misión de
iniciadores pierden también su derecho a la existencia, etcétera.”

Esta manera de plantear la cuestión no podía surgir más que porque no se tenía una idea
clara de lo que es un partido y de cómo debe estar construido. Bebel estaba muy
preocupado por este proyecto y preguntó a Marx su posición frente a él. Marx contestó
que no tenía nada de común con ese documento.
También Engels reaccionó inmediatamente con violencia, expresando a propósito de esta
cuestión, no sólo su opinión personal, sino también la de Marx:

“El viejo Becker debe haberse vuelto completamente loco. ¿Cómo es posible que proclame
a los sindicatos como auténtica forma de agrupación de los obreros y base de toda
organización, y que todas las demás asociaciones deben tener solamente un carácter
provisional? ¡Y todo eso en un país donde los verdaderos sindicatos no existen todavía! ¡Y
qué ‘organización’ embrollada! Por un lado, los sindicatos de cada oficio se centralizan en
el comité nacional, y por otro, diversos sindicatos de cada localidad organizan su comité
central. Sí lo que se desea es que haya discordias permanentes, ésa es la organización que
se debe adoptar. Pero en realidad, detrás de todo esto se oculta simplemente el viejo
artesano alemán, que quiere salvar su tienda como base de la unidad de la organización
obrera.”

A Marx no se le podía cazar en el cepo de una frase revolucionaria. Cuando algún


socialista contemporáneo comenzaba a emplear fiases demasiado infladas, Marx le
atacaba resueltamente. A este respecto, es muy característica la diferencia de actitud de
Marx frente a Bernstein y a Most. Bernstein acusaba a Most de “izquierdismo”, insinuando
veladamente sus opiniones pequeñoburguesas de derecha. Marx reaccionó contra el
intento de Bernstein de introducir su contrabando.

En carta del 19 de septiembre de 1879. Marx escribe a Sorge:

“Nuestras divergencias con Most no tienen nada en común con los desacuerdos con esos
señores de Zúrich (el trio compuesto por el doctor Hochbert, Bernstein su secretario y
Schramm). Nosotros no reprochamos a Most que su ‘libertad’ sea demasiado
revolucionaria, sino que no tiene contenido revolucionario y se limita a hacer fraseología
revolucionaria.”

Marx y Engels mantuvieron una lucha despiadada contra todos los matices del
oportunismo, contra toda ausencia de principios y contra el método “familiar” en la
política. No permitían que se disimularan las divergencias teóricas y políticas y estaban
siempre -como dice el escritor Gleb Uspenski- “listos para la pelea”.

Lenin señalaba especialmente en 1907 esta característica, en su introducción a las cartas


de Marx y Engels a Sorge. Como estaban tan cerca del movimiento obrero alemán, es aquí
donde se patentiza con más evidencia el papel dirigente de Marx y Engels y su lucha por la
claridad teórica, la firmeza política y la audacia de táctica.

Marx y Engels fueron los primeros en dar la voz de alarma con motivo de la penetración
en la socialdemocracia alemana de elementos manifiestamente ajenos y exigían un control
riguroso sobre “la banda de doctores, estudiantes y la crápula socialistas de cátedra”, que
ya entonces desempeñaban un papel desproporcionado. Marx protestaba contra “estos
señores” teóricamente nulos e inservibles en la práctica, que pretenden arrancar los
dientes al socialismo, que ellos han confeccionado según sus recetas universitarias, y
sobre todo al partido socialdemócrata, e instruir a los obreros, o, como ellos dicen, darles
los “elementos de instrucción”. “No son ni más ni menos que lamentables charlatanes
contrarrevolucionarios.”

Marx y los sindicatos (IV): Marx y el movimiento sindical en Inglaterra

Posted on 12 febrero, 2018 by El Salariado in Historia and tagged AIT, Engels, Inglaterra, Losovsky, Marx, sindicalismo, trade


union.
4. Marx y el movimiento sindical en Inglaterra

La primera mitad del siglo XIX se caracterizó por un impetuoso crecimiento y desarrollo
del movimiento sindical en Inglaterra. Inmediatamente después de la supresión del
decreto prohibitivo de las coaliciones, en 1824, las trade-uniones salen de la
clandestinidad y comienzan a extenderse por toda Inglaterra. Las trade-uniones inglesas
eran organizaciones estrechamente gremialistas, que se proponían únicamente finalidades
prácticas (disminución de la jornada de trabajo, aumento de los salarios, etc.). Marx y
Engels observaron durante decenas de años el desarrollo del movimiento obrero de
Inglaterra. La primera gran obra de Engels dedicada a la situación de la clase obrera de
Inglaterra y El Capital, genial obra de Marx, están basadas en el estudio de la economía
inglesa y del movimiento obrero de Inglaterra.
Marx y Engels veían el carácter estrechamente gremial de las trade-uniones y su horizonte
restringido, pero las consideraban sin embargo un serio paso hacia adelante en el
desarrollo del movimiento obrero inglés, y no solamente inglés.
“Con el fin de quebrar el poder de la burguesía, escribía Engels, se necesita algo más que
sindicatos obreros y huelgas. Pero esos sindicatos y las huelgas originadas por ellos,
tienen importancia principalmente por representar el primer intento de los obreros por
suprimir la competencia. Su existencia supone la comprensión de que la dominación de la
burguesía se basa solamente en la competencia de los obreros entre sí, es decir, en la
ausencia de solidaridad obrera, en la oposición de los intereses de una parte de los
obreros a los intereses de otros. Y precisamente porque todos sus esfuerzos están
orientados, aunque sea unilateral y estrechamente, contra la competencia, contra el nervio
vital del régimen social contemporáneo, son un peligro para ese régimen. Difícilmente el
obrero podía encontrar un punto más vulnerable en el régimen de la burguesía y en todo
el régimen social contemporáneo.”

El mal fundamental del movimiento sindical inglés, ya en aquel periodo, consistía en las
concepciones socialistas todavía vagas y confusas que tenían los jefes más avanzados. El
socialismo inglés de aquella época era extraordinariamente magro y anémico. He aquí
cómo caracteriza Engels a los socialistas de esa época:

“El padre del socialismo inglés fue el fabricante Owen y por esto su socialismo, aun
excediendo en el fondo los límites de las contradicciones entre la burguesía y el
proletariado, guarda, no obstante, por su forma, una actitud muy tolerante con la
burguesía, y muy injusta con el proletariado. Los socialistas son completamente
domesticados y pacíficos, reconocen como justificadas las condiciones existentes, por
malas que sean, ya que niegan para su modificación cualquier camino que no sea el de la
predica pública… Los socialistas se quejan continuamente de la desmoralización de las
clases inferiores. Comprenden, sin duda, la causa del odio de los obreros contra la
burguesía, pero consideran que este odio, que es el único medio de llevar a los obreros
hacia adelante, es estéril y predican una filantropía y un amor universal, que es mucho
más estéril para la realidad de la Inglaterra moderna. No reconocen más que el desarrollo
psicológico, el desarrollo del hombre abstracto completamente aislado del pasado,
mientras que todo el mundo, y con él cada individuo, brotan sobre el terreno de este
pasado. Por eso son demasiado científicos, demasiado metafísicos, y no hacen gran cosa.”

Engels acompaña esta brillante característica del socialismo inglés, con un análisis del
cartismo y de la diferenciación que se verificó en él después de los impetuosos y
sangrientos sucesos de los años 1839-42. Engels consideraba que el verdadero
socialismo surgiría del cartismo.

“Sin duda, los ‘cartistas’ son muy atrasados, poco instruidos, pero al menos son, en
cuerpo y alma, verdaderos proletarios, representantes del proletariado.”

Las trade-uniones son un arma de lucha contra los capitalistas, y, por consiguiente, la
creación de los sindicatos constituye para los obreros un serio progreso. Esta idea
atraviesa todo El Capital de Marx. Así, por ejemplo, al esbozar un amplio cuadro de la
lucha de los obreros por la disminución de la jornada de trabajo. Marx escribe:
“La constitución, a fines de 1865, de una trade-union de los obreros agrícolas, primero en
Escocia, es un acontecimiento histórico.”

Una prueba de la gran importancia que Marx atribuía a las trade-uniones, es que fue él el
iniciador de la incorporación de las trade-uniones a la Iª Internacional, y que hizo cuanto
le fue posible por ponerse en contacto directo con las secciones locales de las trade-
uniones inglesas.

El 1 de abril de 1865, el sindicato de carpinteros de Chelsey invita a una delegación, para


que se les expliquen los principios de la Asociación Internacional. Weston hace un informe
sobre la delegación al sindicato de mineros. El 3 de abril de 1866, el Comité Ejecutivo del
sindicato inglés de sastres manifiesta sus sentimientos cordiales hacia la Asociación
Internacional de Trabajadores y promete ingresar en ella. En esta misma fecha, el Consejo
General se da por informado del deseo de los hilanderos de Coventry de ingresar en la
Internacional. El 1 de abril de 1866, se lee una comunicación anunciando que la sociedad
de zapateros del barrio de West-End ha hecho un donativo de una libra esterlina para el
Consejo General, y se propone enviar a Odger como delegado al Congreso. El 10 de abril
de 1866 este sindicato es aceptado como parte de la Asociación Internacional de
Trabajadores. En la misma fecha se comunica que Weston y Young fueron como delegados
a la Asamblea del Comité de yeseros. El 19 de mayo de 1866, Young hace un informe
sobre la asistencia de él y de Lafargue a la sección local de la sociedad de ladrilleros.
Fueron recibidos con gran entusiasmo y se les prometió apoyarles. El 15 de mayo de
1866, la sección del sindicato unificado de obreros sastres de Darlington es aceptada en
la Internacional. El 17 de junio de 1866 se da lectura a una información de la sociedad de
toneleros ”La mano de hierro”, que decidió adherirse a la Internacional, imponiendo a
todos sus miembros la cuota de un chelín por persona para el financiamiento del
Congreso de Ginebra. En esta misma reunión se anuncia que una asamblea de obreros
carpinteros que recibió a la delegación de la Internacional, resolvió contribuir con una
libra esterlina para sufragar los gastos del Congreso.

Estas actas son muy significativas, porque reflejan el interés que existía entre una parte de
las trade-unions por la Ia Internacional. En el órgano de Johann Philipe Becker, Vorbote, del
mes de mayo de 1866, se habla de cinco grandes sindicatos que ingresaron
colectivamente en la Internacional (hasta entonces sólo se afiliaban a la Internacional
sindicatos individuales). Los sindicatos adheridos fueron: el sindicato de tejedores de
cintas de seda, con mil miembros; el sindicato de sastres (8.000 miembros); el de
zapateros (9.000 miembros); luego el sindicato de mecánicos y los obreros de la
fabricación de rejas.
También se habían adherido a la Internacional los sindicatos de picapedreros de Londres y
Stradford, muchas pequeñas sociedades y por último la Unión Unificada de Mecánicos
Ingleses, que tema 33.000 miembros. El número de noviembre de Vorbote comunica la
adhesión a la Internacional del sindicato de canasteros (300 miembros) y de la Unión de
Peones (28.000 miembros).
El informe del Congreso de Basilea, escrito por Marx, anuncia que en el Congreso general
de las trade-unions inglesas que acababa de reunirse en Birmingham fue adoptada la
siguiente resolución:

“Considerando que la Asociación Internacional de Trabajadores se propone unificar a las


masas trabajadoras y defender sus intereses que son en todas partes idénticos, el
Congreso recomienda a los obreros del Reino Unido, y especialmente a las corporaciones
obreras organizadas, que apoyen esta Asociación y les sugiere insistentemente que se
adhieran a ella. A la vez el Congreso tiene la convicción de que la realización de los
principios de la Internacional conducirá a la instauración de una paz sólida entre todos los
pueblos del mundo.”

No obstante, es necesario tener en cuenta que una gran parte de las trade-unions se
negaron a adherirse a la Internacional. Así, por ejemplo, cuando el Consejo General de la
Asociación Internacional de Trabajadores se dirigió, en 1866, al Consejo de la trade-
unions de Londres instándole a adherirse a la Internacional, y en caso de negativa, a
admitir en una asamblea a un representante de ésta para exponer las concepciones de la
Asociación Internacional de Trabajadores, el Consejo de trade-unions de Londres contestó
negativamente. Sin embargo, había en el Consejo General de la Asociación Internacional
de Trabajadores un crecido grupo de ingleses: Odger, Applegarth, Weston, Lookfort. etc.,
ocupando Odger la presidencia del Consejo General.
Es interesante señalar que Sidney y Beatrice Webb, historiadores del trade-unionismo
inglés, en los dos tomos de su Teoria y práctica del trade-unionismo inglés, no dedicaron ni una
sola página a la posición de las trade-unions inglesas frente a la I a Internacional, y en su
historia del trade-unionismo dedican a este problema solamente una nota a pie de página.
Sin embargo, esta cuestión no es de menor importancia que los estatutos de cualquier
sindicato o que la opinión de los economistas y de los curas ingleses sobre el mal que
causa el trade-unionismo y el carácter antirreligioso del movimiento huelguístico.

Los historiadores fabianos del trade-unionismo creían, evidentemente, que esa actitud
desdeñosa frente a Marx y a la Asociación Internacional de Trabajadores, disminuiría los
méritos de ambos. Pero se equivocaron y su manera de obrar prueba una vez más que
Marx y la Iª Internacional siguen inspirando horror a los intelectuales socializantes.

Engels, que venía observando durante el curso de largos años el desarrollo de las ideas
socialistas y semisocialistas en Inglaterra, definió brillantemente el socialismo fabiano. En
una carta a Sorge, fechada el 18 de enero de 1893, leemos lo siguiente:

“Aquí, en Londres, los fabianos son una banda de ‘carreristas’, que tienen, sin embargo,
bastante buen sentido para comprender que la revolución social es inevitable; pero al no
querer confiar este gigantesco trabajo al ‘grosero’ proletariado solamente, han expresado
su ‘benévolo’ deseo de colocarse a su cabeza. El temor a la revolución es su principio
fundamental. Son ‘intelectuales’ por excelencia; su socialismo es un socialismo municipal;
es el municipio y no toda la nación, quien debe ser por lo menos al comienzo, el
propietario de todos los medios de producción. Presentan su socialismo como la
consecuencia extrema, pero inevitable, del liberalismo burgués. Y de ahí su táctica. No
combatir con decisión, como a enemigos, a los liberales, sino empujarlos hacia
conclusiones socialistas, es decir, burlarlos para impregnar de socialismo el liberalismo;
no oponer candidatos socialistas a los liberales, sino hacérselos aceptar con miles de
maniobras… Pero no comprenden que librándose a este juego serán ellos los engañados o
engañarán al socialismo.

“Los fabianos han editado junto a sus antiguallas algunas buenas obras de propaganda
que son lo mejor que en este terreno han hecho los ingleses. Pero apenas tornan a su
táctica específica: disimular las luchas de clases, la cosa huele mal. De ahí su odio fanático
contra Marx y contra todos nosotros.”

El Consejo General de la Iª Internacional tenía una composición extraordinariamente


heterogénea y por eso se desarrollaba constantemente en su seno una lucha sobre los
problemas fundamentales económicos y políticos del movimiento obrero. A este respecto,
es muy característica la discusión que tuvo lugar en el Consejo General de la Asociación
Internacional de Trabajadores entre Marx y Weston, sobre la cuestión del salario, los
precios y las ganancias.

A principios de noviembre de 1864. Marx escribe a Engels:

“Además un viejo ‘owenista’, Weston, hombre amable y simpático, actualmente fabricante,


ha presentado un programa extraordinariamente extenso y terriblemente confuso.”

Este hombre “amable y simpático” era un gran confusionista y el Consejo General resolvió
organizar una discusión sobre la cuestión en litigio. El 20 de mayo de 1865. Marx escribe
a Engels:

“Hoy por la tarde, asamblea extraordinaria de la Internacional. Un viejo compañero,


antiguo owenista, Weston (carpintero), ha presentado dos tesis que defiende
incansablemente:

“1. Que un alza general de la norma de los salarios, no puede favorecer en nada a los
obreros.

“2. Que, en consecuencia, las trade-unions son perjudiciales.

“Si estas dos tesis, en las cuales es el único en creer, fuesen aceptadas, provocaríamos un
enorme escándalo, tanto frente a las trade-unions locales, como también en relación con
la epidemia de huelgas que reina actualmente en el continente. En esta ocasión (ya que a
esta asamblea serán admitidas también personas no pertenecientes al Consejo), tendrá el
apoyo de un inglés que escribió un folleto en el mismo sentido. El público espera
naturalmente una refutación de mi parte. Yo, naturalmente, conozco de antemano los dos
puntos fundamentales:

“1. Que el salario determina el valor de las mercancías.

“2. Que si los capitalistas pagan hoy 5 chelines en lugar de cuatro, tendrán que vender
mañana sus mercancías (debido a la demanda creciente) por 5 chelines en lugar de
cuatro.”

La discusión entre Marx y Weston se reflejó así en las actas del Consejo General:

“El 30 de mayo de 1865 Weston pronunció su discurso sobre los salarios. Interviene Marx,
formulando conceptos contrarios a los de Weston. El 24 de junio de 1865 Marx dio lectura
a una parte de su disertación sobre los salarios, en respuesta a la disertación de Weston.
El 27 de junio de 1865 Marx lee el final de su disertación sobre los salarios. El 4 de julio
de 1865 siguieron las discusiones con respecto a las posiciones de Weston y Marx.”

Desgraciadamente los debates no han llegado hasta nosotros. No obstante, sabemos lo


que Marx dijo en esas asambleas. Su disertación en el Consejo General “Salario, precio y
ganancia”, es una exposición de la parte correspondiente al tomo I de El Capital. Marx
expone aquí en los dos puntos siguientes, la opinión de Weston:
“1. La masa de la producción nacional es algo fijo, una cantidad o magnitud constante,
como dirían los matemáticos.

“2. El importe de los salarios reales, es decir, los salarios medios por la cantidad de
objetos de consumo que con ellos se pueden adquirir, es una suma fija, una magnitud
también constante.”

“Las ideas expresadas aquí por el ciudadano Weston podrían haberse encerrado en una
cáscara de nuez”, dijo Marx al comienzo de su discurso. Y en efecto, a medida que Marx
analiza la teoría de Weston, se esclarece que la cáscara de nuez está completamente vacía.
Al analizar los sofismas de la economía política burguesa que defendía “el bueno y
amable” Weston, Marx llega a las siguientes conclusiones teóricas y prácticas:

“1. Una elevación general de la tasa de salarios producirá una reducción del beneficio
general, pero no afectará en su conjunto a los precios de las mercancías.

“2. La tendencia general de la producción capitalista no es elevar, sino reducir el salario


normal medio.

“3. Los sindicatos trabajan bien como centros de resistencia contra los ataques del capital;
pero demuestran ser en parte ineficientes a consecuencia del uso mal comprendido de su
fuerza. En general yerran su camino porque se limitan a una guerra de guerrillas contra
los efectos del sistema existente, en vez de laborar al mismo tiempo para su
transformación, usando de su fuerza organizada como palanca para la liberación definitiva
de la clase obrera, es decir, para la abolición definitiva del sistema del salario.”

Esta respuesta de Marx no necesita hoy, cincuenta años después de su muerte,


comentarios especiales, porque las ideas de Marx se han hecho patrimonio de millones de
hombres. Pero es necesario tener en cuenta el estado de ánimo en que debió encontrarse
Marx cuando se vio en la necesidad, en la dirección de la Internacional, de sostener una
discusión sobre un problema que debía haber estado claro para los dirigentes del
movimiento obrero. Si Marx dio a Weston una respuesta tan científica y tan seriamente
fundamentada, fue precisamente porque alrededor de este problema había vacilaciones,
confusiones y teorías manifiestamente erróneas en todos los países.
Una gran parte de las trade-unions inglesas se desinteresaban de semejantes cuestiones y
juzgaban a la Iª Internacional como una organización que no obligaba a nadie ni a nada.
Marx y Engels comprobaban cómo los líderes de los sindicatos y el movimiento cartista se
decoloraban desde el punto de vista político, y cómo la burguesía logró domesticar a los
sindicatos, convirtiéndolos en apéndices de los partidos burgueses. De aquí proviene su
apreciación tan dura sobre la dirección del movimiento obrero inglés. Como uno de los
dirigentes del movimiento cartista comenzó a predicar la colaboración de los obreros con
la burguesía, Marx escribe a Engels el 24 de noviembre de 1857 lo siguiente:

“Jones juega aquí un papel muy torpe. Tú sabes que mucho antes de la crisis y sin otra
intención que la de tener un pretexto para la agitación en aquel período de calma, había
convocado a una conferencia cartista, a la cual debían haber sido invitados también los
radicales burgueses. Pero actualmente, en lugar de aprovechar la crisis, mantiene con
perseverancia su invento absurdo e indigna a los obreros predicándoles la colaboración
con la burguesía.” La “evolución” de Jones preocupaba a Marx y Engels. El 7 de octubre de
1858, Engels escribía a Marx:

“La historia de Jones es repugnante… Después de esto, estaría uno casi tentado de creer
que el movimiento proletario inglés, en su tradicional forma cartista, debe desaparecer
completamente antes de desarrollarse en una nueva forma viable. Me parece que el nuevo
paso de Jones, ligado con los anteriores en el mismo sentido, se relaciona en realidad con
el hecho de que el proletariado inglés se aburguesa cada vez más, de manera que esta
nación, la más burguesa de todas, parece querer llegar a tener al lado de la burguesía una
aristocracia aburguesada y un proletariado aburguesado. Para una nación que explota a
todo el mundo, esto se justifica hasta cierto punto.”

El 11 de febrero de 1878, Marx escribe a Guillermo Liebknecht:

“Debido al periodo de corrupción que comenzó a partir de 1848, la clase obrera de


Inglaterra fue desmoralizándose cada vez más y llegó por fin al estado de un simple
apéndice del gran partido liberal, es decir, del partido de sus propios opresores
capitalistas. Su dirección pasó enteramente a manos de los jefes venales de las trade-
unions y de los agitadores de profesión.”

Una serie de trade-unions adoptaron una actitud de simpatía hacia la creación de la Iª


Internacional, pero otras la consideraron como una posibilidad de obtener de ella una
ayuda determinada en caso de huelga. El 25 de febrero de 1865 Marx escribe a Engels:

“En lo que respecta a las uniones de Londres, cada día viene una nueva adhesión. Así es
que poco a poco, nos convertimos en una fuerza. Pero de aquí surge la dificultad.”
La dificultad consiste en que estas adhesiones no significan de ninguna manera que esas
trade-unions acepten íntegramente el punto de vista de la Iª Internacional. Marx se daba
cuenta y, sin embargo, atribuía una gran importancia a la adhesión de las trade-unions a
la Asociación Internacional de Trabajadores. El 15 de enero de 1866, escribe a
Kugelmann:

“Hemos logrado atraer al movimiento a la única verdadera gran organización obrera: las
trade-unions inglesas que antes se ocupaban exclusivamente de cuestiones de salarios.”

Pero Marx comprendía que las trade-unions estaban lejos de haber dicho su última
palabra y que los choques con los jefes de las trade-unions eran inevitables. Como entre
las trade-unions inglesas se difundió la especie de que la Asociación Internacional de
Trabajadores podía ayudar durante las huelgas, algunos de los jefes que no tenían nada
de común con el socialismo, comenzaron a correr hacia la Internacional. El 11 de
septiembre de 1867, Marx escribe a Engels:

“Los pájaros ingleses de las trade-unions para los que íbamos ‘demasiado lejos’, llegan
corriendo hacia nosotros.”

La idea que Marx tenia de los jefes de las trade-unions inglesas, puede verse en la
siguiente carta a Kugelmann:

“En Inglaterra solamente progresa en el momento actual, el movimiento de los obreros


agrícolas. Los obreros industriales tienen que librarse ante todo de sus dirigentes
actuales. Cuando yo atacaba en el congreso de La Haya a estos individuos, sabía que me
atraía con esto la impopularidad, las calumnias, etc. Pero esto me ha dejado siempre
indiferente, comienzan ya a convencerse de que al denunciarlos cumplía con un deber.”

En las obras de Engels encontramos páginas brillantes consagradas a definir el


movimiento obrero de Inglaterra. El 1 de junio de 1879, Engels escribe lo siguiente a
Bernstein:

“Desde los últimos años el movimiento obrero inglés gira en el círculo vicioso de las
huelgas por el aumento de los salarios y la disminución de la jornada de trabajo, y no
como un medio provisional, no como un medio de propaganda y organización, sino como
un objetivo final. Las trade-unions excluyen incluso por principio, estatutariamente, toda
acción política, y por consiguiente la participación en toda la actividad general de la clase
obrera como clase. Desde el punto de vista político, la clase obrera se divide en
conservadores y liberal-radicales, en partidarios del ministerio de Disraeli (Beaconsfield) y
del ministerio Gladstone. Por consiguiente, sólo se puede hablar de un movimiento obrero
en Inglaterra en la medida en que se producen huelgas, las cuales, victoriosas o no, no
hacen avanzar el movimiento un solo paso. Estas huelgas, provocadas conscientemente en
los últimos años de estancamiento de los negocios, por los capitalistas, que buscaban un
pretexto para cenar sus fábricas, huelgas durante las cuales la clase obrera no se mueve,
cuando se inflan hasta adquirir dimensiones de una lucha histórica mundial… a mi modo
de ver, no pueden más que perjudicar a nuestra clase. No debe disimularse la
circunstancia de que no existe aquí, por el momento, un verdadero movimiento obrero, en
el sentido continental de la palabra.”

Marx y los sindicatos (V): Marx y el movimiento obrero francés

Posted on 27 febrero, 2018 by El Salariado in Historia and tagged Blanqui, Francia, Guesde, La


Comuna, Losovsky, Marx, sindicatos.
5. Marx y el movimiento obrero francés

Una de las fuentes del marxismo es, como es sabido, el socialismo francés. ¿Qué es lo que
Marx ha tomado del socialismo francés, y qué es lo que le dio?
Al estudiar las revoluciones burguesas de Francia, Marx demostró en sus obras, con la
fuerza que le caracteriza, cómo la burguesía hace de los obreros su carne de cañón y
cómo después de la revolución toma contra la clase obrera todas las fuerzas, tanto del
viejo como del nuevo Poder del Estado. Marx se dio cuenta del carácter utópico del
programa de Babeuf, Saint Simón, Charles Fourier y Cabet, pero los apreciaba altamente
como precursores del socialismo científico. Marx sabía distinguir entre el sincero
socialismo utópico y la politiquería socialista pequeñoburguesa de Louis Blanc y
compañía. Marx creó el socialismo científico mediante la negación dialéctica del
socialismo utópico y la viva elaboración de la impetuosa historia de la obra revolucionaria
de las masas trabajadoras de Francia. La experiencia revolucionaria de las masas es
precisamente la principal y fundamental fuente francesa del marxismo.

La conspiración de los Iguales, fue la respuesta de las masas, desilusionadas ante la Gran
Revolución, al triunfo de la reacción termidoriana. Los “babeufistas”, como se sabe,
expusieron sus concepciones en cuatro documentos: 1) Manifiesto de los Iguales; 2)
Análisis de la doctrina; 3) El acto de insurrección; 4) Los decretos.

Los “babeufistas” se propusieron organizar la insurrección de los pobres contra los ricos; y
dándose cuenta exacta de que la raíz de todo el mal consistía en la propiedad, luchaban
por el establecimiento de la igualdad económica. El Manifiesto de los Iguales proclama
que: “La Revolución Francesa es solamente la precursora de otra revolución más grande,
más imponente, que será la última.”
El aplastamiento de la conspiración de los Iguales y la victoria de Napoleón sobre el
enemigo interior y exterior, provocó una cierta depresión en las masas. Las ideas
socialistas comienzan a aparecer en forma de teorías semi-religiosas y semi-socialistas. El
aristócrata Saint Simón y el desclasado Charles Fourier, aparecen con sus planes de
transformación de la sociedad. La parte positiva de su ideología consiste, no en los planes
de un futuro feliz, sino en la crítica del presente y en el cuidado que ponen en señalar el
antagonismo entre los poseedores y los no poseedores. Pero, por diferentes que sean en
sus orígenes y en sus planes, ambos, Saint Simón y Fourier, se dirigían “a la gente de
corazón”, teniendo la esperanza de atraer a los capitalistas progresistas y transformar
pacíficamente a la humanidad, desviada del camino de la razón. Los dos utopistas no
pensaban siquiera en una revolución.

Como ni Saint Simón ni Fourier advertían qué fuerza social podía realizar sus sueños, se
dirigían a las fuerzas del más allá, a la religión.

Después de señalar que la obra de Babeuf “expresa las reivindicaciones del proletariado”,
Marx y Engels escriben sobre los utopistas:
“Los inventores de estos sistemas se dieron cuenta del antagonismo de las clases, así
como de la acción de los elementos disolventes en la misma sociedad dominante. Pero no
advierten del lado del proletariado ninguna independencia histórica, ningún movimiento
histórico que le sea propio.

“Como el desarrollo del antagonismo de las clases va a la par con el desarrollo de la


industria, no advienen de antemano las condiciones materiales de la emancipación del
proletariado, y se aventuran en busca de una ciencia social, de leyes sociales, con el fin de
crear esas condiciones.

“Pero la forma rudimentaria de la lucha de las clases, así como su propia posición social,
les lleva a considerarse muy por encima de todo antagonismo de clases. Desean mejorar
las condiciones materiales de la vida para todos los miembros de la sociedad, hasta para
los más privilegiados. Por consecuencia no cesan de llamar a la sociedad entera sin
distinción y asimismo se dirigen con preferencia a la clase dominante.

“Repudian, pues, toda acción política y, sobre todo, toda acción revolucionaria, y se
proponen alcanzar su objetivo por medios pacíficos y tratando de abrir camino al nuevo
evangelio social por la fuerza del ejemplo, por las experiencias en pequeño, que siempre
fracasan, naturalmente.”

Muy interesante es la apreciación que da Engels de los utopistas franceses en su famoso


libro Anti-Dühring. Después de subrayar el retraso de las relaciones económicas de Francia,
a comienzos del siglo XIX, Engels escribe:
“Lo que Saint Simón subraya es lo siguiente: siempre y en todas partes le interesa ante
todo ‘el destino de la clase más numerosa y más pobre…’

“Ya en las cartas de Ginebra, de Saint Simón, encontramos el principio de que ‘todos los
hombres deben trabajar’; en esa misma obra afirma que el reino del terror, en Francia, fue
el reino de las clases desposeídas.

“Ahora bien, en 1802, era un descubrimiento absolutamente genial concebir la Revolución


francesa como una lucha de clases entre la nobleza, la burguesía y las masas desposeídas.

“En Fourier hallamos una crítica del régimen social existente que, sobre ser de espíritu
verdaderamente francés, no es menos penetrante y profunda.”

Esto muestra las razones por las que Marx y Engels sentían estima por los utopistas. Lo
que les importaba era que los utopistas habían lanzado al mundo palabras nuevas, para
aquellos tiempos, sobre los intereses de los desposeídos, que veían las contradicciones de
clase, etc. Otra actitud muy distinta tomaron Marx y Engels frente a sus discípulos, que
arrastraron el movimiento hacia atrás deseando estancarse en la etapa ya franqueada.

En el Manifiesto Comunista leemos respecto a ellos lo siguiente:


“Si en muchos aspectos los autores de esos sistemas eran revolucionarios, las sectas
formadas por sus discípulos son siempre reaccionarias, pues sus secuaces se obstinan en
oponer las viejas concepciones de su maestro a la evolución histórica del proletariado.
Buscan, pues, y en esto son lógicos, entorpecer la lucha de las clases y conciliar los
antagonismos…

“Poco a poco caen en la categoría de los socialistas reaccionarios o conservadores


descritos más arriba y sólo se distinguen por una pedantería más sistemática y una fe
supersticiosa y fanática en la eficacia maravillosa de su ciencia social.

“Opónense, pues, con encarnizamiento a toda acción política de la clase obrera, pues
semejante acción no puede provenir, a su juicio, sino de una ciega falta de fe en el nuevo
evangelio.”

El comunista-utopista Etienne Cabet también se parecía bien poco a su antecesor Babeuf.


Si éste preparaba la insurrección y quería levantar a las masas contra los que explotaban
la revolución para enriquecerse, Etienne Cabet soñaba con la instauración pacifica de la
sociedad comunista. Su Viaje a Icaria termina con las siguientes palabras:
“Si yo tuviera la revolución en mi mano, guardaría la mano cerrada aunque tuviera que
morir en el destierro.”

Aquí el miedo a la revolución proviene de la decepción causada por las revoluciones


pasadas, que terminaron todas desfavorablemente para la clase obrera.

¿Qué relación tienen, pues, todos estos pensadores de la primera mitad del siglo XIX, con
Marx y el marxismo? Algunos escritores piensan que el marxismo es la suma de ideas de
Saint Simón, Fourier y sus discípulos. A esta idea llega el socialista francés Paúl Luis, que
escribió lo siguiente: “Louis Blanc y Vidal han indicado la necesidad de recurrir al poder
del Estado y han patrocinado el principio de la conquista del poder público como
condición previa indispensable de toda revolución. Pecqueur y Cabet fueron los primeros
en darnos una exposición detallada del colectivismo y del comunismo. Finalmente,
Proudhon expresó con relieve las contradicciones de los intereses de clase, mostró los
defectos de la propiedad privada, la constante explotación del obrero asalariado por los
capitalistas, descubrió las contradicciones internas del régimen económico que engendra
tantos más infelices, cuantas más riquezas produce. Si reunimos todo esto en un solo haz,
obtendremos la expresión casi completa del marxismo.”
¿Se puede decir que la suma de concepciones de los socialistas utópicos, comunistas
utópicos y socialistas pequeño-burgueses como Proudhon y Louis Blanc forma “casi el
marxismo”? De ninguna manera. Esto sería no ver lo que distingue el marxismo de todas
las teorías socialistas francesas de aquellos tiempos. Es cierto que Marx había elaborado
críticamente todo lo que había sido creado en Francia en el dominio de las ideas
socialistas, pero ¿qué es lo que el aportó de nuevo?

 Marx señaló al proletariado como la única fuerza capaz de luchar victoriosamente


por el socialismo.
 Marx trazó un límite político netamente marcado, entre el proletariado y las demás
clases.
 Marx consideró la revolución violenta y la instauración de la dictadura del
proletariado, como el único camino posible hacia el socialismo.
Solo un socialista, de todos los que comenzaron su acción en la primera mitad del siglo
XIX, fue considerado por Marx como un revolucionario proletario: Augusto Blanqui.
Blanqui sentía un profundo odio contra los opresores. Estaba lejos sin duda de
comprender el socialismo científico; construía sus planes basándose, no en las acciones
de masas, sino en las de un pequeño grupo conspirativo. Pero Marx consideraba a Blanqui
como el mayor revolucionario comunista después de Babeuf y le llamaba “jefe del partido
proletario”.

Marx veía la dinámica interior de las relaciones de clase en las revoluciones francesas.

“En las jornadas de julio de 1830 -escribe Marx- los obreros conquistaron la monarquía
burguesa; en las jornadas de febrero de 1848, conquistaron la república burguesa. Así
como la monarquía de julio se vio obligada a proclamarse monarquía rodeada de
instituciones republicanas, la república de febrero se vio forzada a proclamarse república
rodeada de instituciones sociales. El proletariado de París arrancó igualmente esta
concesión.”

Pero los obreros habían recibido una satisfacción puramente formal.

“El 23 de febrero, cerca de medio día -relata Daniel Stern- un gran número de
corporaciones, comprendiendo unas 12 mil personas, salieron a la plaza de Greve y se
alinearon guardando un profundo silencio. Sus banderas llevaban estas inscripciones:
‘Organización del trabajo’; ‘Ministerio del Trabajo’; ‘Abolición de la explotación del
hombre por el hombre’.”

Las dos primeras reivindicaciones de los obreros, formuladas por socialistas del tipo de
Louis Blanc, provocaron la siguiente irónica observación de Marx: “¡La organización del
trabajo! Pero el trabajo asalariado no es otra cosa que la organización burguesa del
trabajo. Sin él no hay capital, ni burguesía, ni sociedad burguesa. ¿Ministerio del trabajo
especial? ¿Acaso el ministerio de Finanzas, de Comercio, de Obras Públicas, no son el
ministerio burgués del trabajo?”

El gobierno provisional maniobró hábilmente. Respondió a todas las reclamaciones de los


obreros con el nombramiento de la Comisión de Luxemburgo, en la que Louis Blanc y
Albert se prodigaron en largos discursos sobre el futuro, distrayendo a los obreros del
presente. Marx ve las reivindicaciones elementales de los obreros, y en la misma comisión
de Luxemburgo, el reflejo de la lucha de clases.

“El derecho al trabajo es la fórmula todavía primitiva de las reivindicaciones


revolucionarias del proletariado.

“A la Comisión de Luxemburgo, esta criatura de los obreros parisienses, le cabe el mérito


de haber proclamado, desde lo alto de una tribuna europea, el secreto de la revolución del
siglo XIX, la emancipación del proletariado.”

El proletariado de París fue derrotado en las jornadas de junio por no estar todavía, desde
el punto de vista político y de organización, a la altura de sus tareas históricas. Después
de haber analizado brillantemente la disposición de las fuerzas de clase en la revolución
de 1848, Marx escribe:

“Cuando se subleva una clase en la que se concentran los intereses revolucionarios de la


sociedad, esa clase encuentra directamente en su propia situación el contenido y el
material para su actividad revolucionaria: aniquila al enemigo, toma las medidas dictadas
por las necesidades de la lucha, y las consecuencias de sus propias acciones la empujan
hacia adelante. Una clase tal, no se ocupa de investigaciones teóricas sobre sus propias
tareas. La clase obrera de Francia no se encontraba en tal situación, no era capaz todavía
de realizar su revolución.”

“Los obreros franceses, escribe Marx, no podían avanzar un solo paso, no podían tocar ni
siquiera un cabello del régimen burgués, mientras la marcha de la revolución no levantó
contra él, contra el dominio del capital, la masa de la nación que estaba entre el
proletariado y la burguesía, los campesinos y pequeño burgueses, obligándoles a
adherirse al proletariado, a reconocer en él a su luchador de vanguardia. Solamente al
precio de la terrible derrota de junio, los obreros lograron obtener esta victoria.”

Es esta disposición particular de las fuerzas de clase, la que ha determinado el carácter de


los sistemas socialistas. De aquí el socialismo burgués y pequeñoburgués; de aquí el
“socialismo doctrinario que fue la expresión teórica del proletariado hasta que éste llegó a
madurar para tener su propio movimiento histórico independiente” (Marx). En el momento
en que este socialismo pasa del proletariado a la pequeña burguesía.

“…El proletariado se agrupa cada vez más alrededor del socialismo revolucionario,
alrededor del comunismo que la misma burguesía bautizó con el nombre de Blanquismo.
Este socialismo no es otra cosa que la revolución permanente, la dictadura de clase del
proletariado, etapa indispensable para la abolición de todas las diferencias de clase, para
la abolición de las relaciones de producción sobre las que descansan esas diferencias, de
todas las relaciones sociales correspondientes a estas relaciones de producción y la
subversión de todas las ideas que surgen de ellas.”

Es así como Marx planteó, ya en 1848, la cuestión de las corrientes socialistas y de su


sitio en la lucha del proletariado francés, así como la de las causas de la denota de junio.
Mucho más tarde, en el año 1890, Engels indicó en la introducción al Manifiesto Comunista,
que ya antes de la revolución de febrero de 1848 se había acusado una profunda división
entre los socialistas y los comunistas:
“En cambio, la parte de los obreros que, convencida de la insuficiencia de los simples
trastornos políticos, quería una transformación fundamental de la sociedad, se llamaba
entonces comunista. Era un comunismo apenas elaborado, muy instintivo, a veces un
poco grosero; pero fue asaz pujante para producir dos sistemas de comunismo: en
Francia, la Icaria de Cabet, y en Alemania el de Weitling. El socialismo representaba en
1847 un movimiento burgués; el comunismo, un movimiento obrero.”

El aplastamiento del proletariado de Paris en junio de 1848, es el punto de partida de un


largo periodo de reacción, no solamente en Francia, sino en todo el continente europeo.
La derrota política hizo surgir una reacción ideológica, y de aquí parte el éxito de la idea
de la renuncia a la lucha política y del viraje hacia el mutualismo. ¿En qué consiste el
sentido político del mutualismo de Proudhon? En la sustitución de la lucha de clases por
“servicios mutuos”, es decir, precisamente lo que la burguesía quería obtener de la clase
obrera en Francia, “desmoralizada” por varias revoluciones.

El gobierno estimula la participación de los representantes obreros en las exposiciones


internacionales, y se esfuerza por educar a la gran variedad de tipos de organizaciones
obreras (sindicatos, sociedades de ayuda mutua, sociedades obreras de resistencia) que a
pesar de todo su programa político primitivo y de la debilidad de organización,
constituían centros de reunión de las fuerzas de la clase obrera.

En 1862, participan dos candidatos obreros en las elecciones; en 1864 aparece el


manifiesto-plataforma electoral, firmado por sesenta obreros representantes de las
diversas organizaciones obreras. El gobierno sigue sus maniobras, aceptando sufragar los
gastos de viaje de doscientos obreros a la exposición internacional de Londres. El Estado
comienza a facilitar subsidios a las sociedades de ayuda mutua, y, finalmente, la ley del
25 de mayo de 1864 da a los obreros el derecho de coalición. Esto no era más que una
concesión de forma, pues continuaron las persecuciones a los huelguistas. Hasta el año
1864 hubo unos setenta procesos de huelguistas por año; y después de la promulgación
de la ley “sobre la libertad de huelga”, otros cincuenta y un procesos anuales por
“infracción a la libertad de trabajo”.

El viaje a Inglaterra, en 1862, produjo una fuerte impresión sobre los delegados y sus
informes jugaron un gran papel político y de organización. Lo que sobre todo tuvo una
gran importancia fue el intercambio de saludos entre los obreros franceses e ingleses con
motivo de este viaje. Fue el comienzo real del establecimiento de las relaciones
internacionales. Si en 1862 tuvo lugar el primer contacto, el viaje de la delegación de
obreros franceses en 1864 fue el punto de partida para la fundación de la Asociación
Internacional de Trabajadores, que desempeñó un enorme papel en la difusión de las
ideas de Marx y Engels, en la creación de la organización que sirvió de guía durante nueve
años (1864-1872) a las masas trabajadoras de Europa y América y de espanto a la
burguesía internacional. Como ya dije, Marx fue el alma de la Iª Internacional. Apreciaba
mejor que nadie el nivel teórico y político de las secciones nacionales, especialmente de la
sección francesa. Pero la Internacional fue creada precisamente con el fin de elevar el nivel
de sus elementos integrantes. Los obreros franceses aportaron a la Iª Internacional sus
riquísimas tradiciones revolucionarias, pero al mismo tiempo hicieron penetrar en ella las
ideas pequeñoburguesas, socialistas, semi-socialistas y proudhonianas de las que se
apoderó Bakunin y que provocaron, al fin de cuentas, la destrucción de la Asociación
Internacional de Trabajadores.

Ante todo, vamos a ver el eco que encontró el movimiento obrero de Francia en las actas
de la Asociación Internacional de Trabajadores. He aquí lo que leemos en las actas del
Consejo General:

“20 de junio de 1865. Se da lectura a una comunicación anunciando que la Sociedad de


Tejedores de Lille ingresará con toda probabilidad en la Asociación Internacional de
Trabajadores.

“4 de julio de 1865. Lectura de una carta de Lyon que acusa recibo de 400 carnets y pide
información concerniente a la industria de tul. Se indica que la huelga terminó
desfavorablemente para los obreros, que se vieron obligados a retroceder por falta de
medios de subsistencia. El 28 de septiembre de 1869, una carta de Marsella informa del
lockout de los canasteros y reclama ayuda. Se encarga al secretario que conteste que no
hay ninguna posibilidad de ayuda financiera. El secretario se encarga de escribir,
asimismo, a los canasteros de Londres.
“12 de octubre de 1869. Carta de Aubary (Rouen), anunciando la huelga de los hilanderos
de lana de Elbeuf y pidiendo ayuda. Los hilanderos insisten en que se establezcan tarifas.
Otras ciudades se solidarizaron con esta demanda y si no fuera satisfactoria, comenzará la
huelga a los 15 días.

“El 26 de octubre de 1869, un informe sobre el proceso de los delegados de 27 sindicatos


de París, que habían protestado contra los acontecimientos sangrientos en Aubagne (34
muertos y 36 heridos).

“Con la misma fecha, un informe sobre la lucha de los mineros en Francia.

“El 2 de noviembre de 1869, los carpinteros de un taller de Ginebra hicieron huelga contra
las horas extraordinarias.

“El gobierno francés envió a las internadas en los asilos de la asistencia pública, para
reemplazar a los vendedores de los almacenes de ropa blanca, que estaban en huelga
contra el trabajo dominical.

“El 9 de noviembre de 1869, Young comunica que 2.000 obreros doradores, de Paris,
tomaron la resolución de no trabajar en ningún caso más de 10 horas diarias. La sociedad
de litógrafos parisienses, que cuenta con 300 miembros y los hojalateros de París, con
200 afiliados, son aceptados en calidad de miembros.

“El 11 de enero de 1870, una carta de Neuville sur Somme, pidiendo socorros para los
estampadores de cretona, en huelga. Se encarga al secretario escribir a Manchester sobre
esta huelga. Los obreros de elaboración de instrumentos quirúrgicos de Paris están en
huelga y demandan ayuda. El Consejo resuelve prestar ayuda, dirigiéndose a los obreros
de las ramas de industria similares de Sheffield.

“El 6 de abril de 1870, Marx expresa el deseo de que se aplace la impresión del manifiesto
relacionado con el proceso judicial de Creusot. De todas partes se envía dinero, y hubiera
producido una mala impresión si Londres se limitase solamente a palabras.

“El 10 de abril de 1870, una carta de Varlin, de París, anuncia que estuvo en Lille para
constituir una sección sindical bajo el control de la Asociación Internacional de
Trabajadores. El Consejo Federal puede encabezar las distintas sociedades sindicales.

“Dupont llama la atención del Consejo sobre las monstruosas condenas de que han sido
objeto los mineros arrojados a la cárcel con motivo de la huelga de Creusot, proponiendo
que el Consejo intervenga con un manifiesto. La redacción de este manifiesto se
encomienda a Dupont y Marx.

“El 31 de mayo de 1870, la reunión escucha el informe de un delegado de los fundidores


parisienses en huelga. Se propone que el Consejo facilite a los delegados el contacto con
las sociedades sindicales mediante la elección de una comisión que debe acompañarlos.
Young y Hells son electos con este fin. etc.”

Pero lo que acabamos de exponer dista mucho de reflejar ampliamente los vínculos de los
obreros de Francia con la Iª Internacional. En sus cartas a Engels, Kugelmann y otros, Marx
habla con mucha frecuencia del estado de cosas en Francia, sin titubear en el empleo de
temimos enérgicos. El trabajo y las intervenciones de los proudhonianos le inquietaba
mucho, ya que veía en esto la influencia de la burguesía sobre el proletariado. El 9 de
noviembre de 1866, Marx escribe a Kugelmann:

“Los señores parisienses tenían la cabeza llena de las más huecas frases proudhonianas.
Hacen alarde de ciencia sin saber nada de ella. Menosprecian toda acción revolucionaria…
es decir, toda acción que surge de la misma lucha de clases, todo movimiento social
concentrado, es decir, realizable también por medios políticos (como por ejemplo, la
disminución legal de la jornada de trabajo).

“Con el pretexto de la libertad y del antigubernamentalismo, o del individualismo,


enemigo de toda autoridad, estos señores, que soportaron y siguen soportando tan
pacíficamente, durante 16 años, el despotismo más vergonzoso, predican en realidad la
más vulgar comedia burguesa, idealizándola a lo Proudhon.”

Marx odiaba a los revolucionarios fatuos y a los héroes de melodrama. Sus cartas fustigan
sobre todo la sección de Londres compuesta de emigrados franceses. En la carta a
Kugelmann del 5 de diciembre de 1868, Marx afirma que esta sección está integrada por
perezosos y toda clase de canallas, agregando “que a los ojos de estos rompe-huelgas,
nosotros somos, naturalmente, reaccionarios.”. Y acto seguido Marx esboza un brillante
retrato de Félix Pyat:

“Es un desgraciado melodramaturgo de cuarta fila, que participó en la revolución de 1848


en calidad de ‘toast master’ (así llaman los ingleses a la gente encargada de anunciar los
brindis en los banquetes públicos y velar por el orden de los mismos). Es presa de la
monomanía de chillar fingiendo que cuchichea y de jugar al conspirador peligroso. Gracias
a esa banda, Pyat quería convertir a la Asociación Internacional de Trabajadores en
camarilla de su devoción. Tenía especial interés en comprometernos. Una vez, en un mitin
público que fue anunciado por la sección francesa con carteles de pared como ‘Mitin de la
Asociación Internacional de Trabajadores’, Louis Napoleón, alias Badinguet, fue
formalmente condenado a muerte… pero dejando manualmente la ejecución a cargo de
los desconocidos Brutos de París…

“Nos causó mucha satisfacción que Blanqui, por medio de uno de sus amigos, ridiculizase
a Pyat en la Cigale y no le dejase otra alternativa que confesarse maniático a agente de
policía.”

Pero lo que especialmente interesaba a Marx era el desarrollo del movimiento en el país.
Seguía atentamente el movimiento de masas y cambiaba sistemáticamente impresiones e
ideas con sus compañeros. El 13 de enero de 1869, Marx escribe a Engels:

“Las huelgas de Rouen, Vienne. etc., surgieron hace seis o siete semanas. Lo interesante
es que, poco tiempo antes, se efectuó en Amiens una asamblea general de propietarios de
fábricas de tejidos y de hilanderos, bajo la presidencia del alcalde de Amiens. En esta
asamblea se tomó la resolución de hacer la competencia a Inglaterra. Y eso, por medio de
una nueva reducción de los salarios, pues ya se había reconocido que solamente salarios
bajos (en comparación con los ingleses) permitirían resistir la competencia inglesa en
Francia misma. Y, efectivamente, después de esta asamblea de Amiens, comenzó la
reducción de salarios en Rouen, Vienne. etc. Este es el origen de las huelgas. Nosotros,
naturalmente, hicimos conocer a estos hombres por medio de Dupont el mal estado de
cosas que reina aquí (particularmente, en la industria del algodón), y las dificultades con
que se tropieza debido a esto en la recaudación de fondos. No obstante, como verás por
sus cartas que adjunto (de Vienne), la huelga allí ha terminado. A los camaradas de Rouen,
donde el conflicto sigue todavía en pie, les hemos enviado un giro de veinte libras
esterlinas, por el canal de los obreros bronceros de París, que nos deben este dinero
desde su lock-out. En general, los obreros franceses proceden más razonablemente que los
suizos y, al mismo tiempo, son mucho más modestos en sus exigencias.”
En Francia la situación se agrava de día en día. La revolución está próxima. Y se sabe qué,
presintiéndola, los charlatanes liberales y democráticos gritan y se agitan más que de
costumbre. El 29 de noviembre de 1869, Marx escribe a Kugelmann:

“En Francia las cosas andan, por ahora, bien. Por un lado, los viejos gritones demagógicos
de todas las tendencias no cesan de comprometerse, y por otro, Bonaparte se ve obligado
a ir por el camino de las concesiones, en el cual, inevitablemente, se romperá el cuello.”

El 3 de marzo de 1869, Marx escribe a Kugelmann una extensa carta en la que hace un
análisis de la situación en Francia. En una serie de síntomas, Marx ve la tormenta que se
avecina:

“En Francia se está produciendo -escribe Marx- un movimiento muy interesante. Los
parisienses se han puesto de lleno a estudiar su pasado revolucionario más próximo, con
el fin de prepararse para una nueva lucha revolucionaria… Así hierve la caldera mágica de
la historia. ¿Cuándo ocurrirá lo mismo en nuestro país?”

Como señalé antes, Marx se preocupaba sobre todo de si las secciones de la Internacional
se encontrarían a la altura de las circunstancias. Cada vez que los obreros de Francia
rompían con las tradiciones proudhonianas, Marx registraba este hecho como una
conquista importante. El 18 de mayo de 1870, Marx escribe con regocijo a Engels:

“Nuestros miembros franceses hacen ver de una manera patente al gobierno francés, la
diferencia entre una sociedad política secreta y una verdadera asociación obrera. Apenas
logró encerrar en la cárcel a todos los miembros de los comités de Paris, Lyon, Rouen,
Marsella y otros (algunos de ellos huyeron a Suiza y a Belgica), cuando comités dos veces
más numerosos anuncian en los periódicos que ocupan el lugar de sus camaradas, con las
más rudas y abiertas declaraciones, acompañadas además de sus direcciones personales.
El gobierno francés ha hecho por fin lo que nosotros esperábamos desde hace tiempo:
transformar la cuestión politica, Imperio o República, en cuestión de vida o muerte para la
clase obrera.”

Los acontecimientos que se avecinaban se desencadenaron el 19 de junio de 1870.


Comenzó la guerra franco-prusiana. En los primeros días de la guerra, el movimiento
obrero que se desarrollaba en línea ascendente fue reprimido, pero no aplastado.

Una serie de organizaciones obreras francesas y alemanas se manifestaron contra la


guerra. La Reveil publicó un manifiesto contra la guerra dirigido a los obreros de todos los
países. Tres días después de haber empezado la guerra, el 22 de julio, la sección de la
Internacional en Neuilly sur Seine publicó un fuerte manifiesto contra la guerra.
“¿Es justa la guerra? ¡No! ¿Es nacional acaso esta guerra? ¡No! Es una guerra
exclusivamente dinástica. En nombre de la justicia, en nombre de la democracia, en
nombre de los verdaderos intereses de Francia, nos solidarizamos íntegramente y con
toda energía con las protestas de la Internacional contra la guerra.”

El 23 de julio el Consejo General de la Ia Internacional lanzó un manifiesto contra la guerra.


Este manifiesto, escrito por Marx, ataca a Napoleón y a Bismarck, desenmascarando a
estos organizadores de la guerra franco-prusiana. Este manifiesto contiene una frase
profètica: “Cualquiera que sea el curso de la Guerra de Luis Bonaparte contra Prusia, en
París ha sonado ya la campana funebre para el segundo imperio.”
Esa profecía se cumplió muy pronto. El 2 de septiembre de 1870, Napoleón se rindió con
su ejército en Sedán, y el 4 de septiembre estalló la revolución. Este dia apareció ante “el
gobierno de la defensa nacional”, que estaba compuesto -según Marx- por una “pandilla
de abogados ambiciosos”, una delegación de las secciones parisienses de la Internacional
y de la Federación de Sindicatos Obreros, una delegación que representaba, pues, la clase
obrera de París. Esa delegación sometió al gobierno de “defensa nacional” un programa,
de cuya adopción dependía la confianza del proletariado de París en el nuevo gobierno y
su apoyo posible. Las demandas fundamentales de este programa fueron: la entrega de la
administración de la ciudad de Paris a manos de la población que debería organizar de su
seno una guardia nacional, elegibilidad de los jueces, completa libertad de prensa, la
amnistía y la separación de la Iglesia del Estado.

La pandilla que se adueñó del poder (Thiers, Jules Favre, etc.), respondieron a esas
exigencias con frases vagas. Los obreros contestaron inmediatamente con la organización
de un Comité encargado de vigilar las actividades del Gobierno. Desde el primer
momento, el gobierno de la defensa nacional y el proletariado de París expresaron su
mutua desconfianza. El instinto de clase de los obreros les hizo presentir que tenían que
vérselas con el gobierno de la traición nacional, que temía mil veces más a los obreros que
a los prusianos. El 9 de septiembre la Asociación Internacional de Trabajadores lanza un
nuevo manifiesto en el que denuncia las pretensiones imperialistas de Prusia, encubiertas
con la palabra de la “seguridad”, y da una brillante característica de la república de Thiers,
Favre y otros corredores de negocios de la burguesía francesa.

“Esta república -escribe Marx- no derrumbo el trono. Ocupó el lugar vacío dejado por él.
Heredó del imperio no solamente un montón de ruinas, sino también su miedo a la clase
obrera.”

Esta brillante característica de la república de Thiers fue confirmada al poco tiempo. Pero
entonces, algunos días después del derrocamiento de Napoleón, Marx consideraba que
los obreros se debían abstener de derrocar el gobierno del 4 de septiembre. “Cada intento
de derribar al nuevo gobierno -escribe Marx- en este momento en que el enemigo está ya
casi tocando las puertas de París, sería una locura desesperada.”

Los blanquistas hicieron, sin embargo, algunos intentos de derribar al gobierno el 8 y 31


de octubre de 1870, y el 29 de enero de 1871, pero fracasaron, pues la masa de la
población parisiense no los apoyó. Solamente cuando la traición del gobierno se hizo
patente, cuando el gobierno intentaba desarmar a la guardia nacional, las masas
trabajadoras se levantaron y “la gloriosa revolución obrera fue la dueña absoluta de Paris”
(Marx).

La Comuna de París, esta precursora del país de los Soviets, no duró más que dos meses,
a pesar de los milagros de bravura y de abnegación, la Comuna cayó bajo los golpes de la
reacción unificada, del frente único de los “enemigos hereditarios'” que ayer todavía se
combatían entre sí. Cayó por el hecho de que los blanquistas y proudhonianos, que
encabezaban la Comuna, marchaban a tientas y no manifestaron la firmeza y decisión que
se necesita en circunstancias semejantes. En vano la Comuna propuso varias veces a
Thiers cambiar al cardenal Darboy por Blanqui. Thiers se negó, manifestando que eso
equivalía a entregar a París sublevado todo un cuerpo de ejército. “Thiers rechazó esta
proposición -escribe Marx- sabía que en la persona de Blanqui iba a dar un jefe a la
Comuna.”

La Comuna fue aplastada y el orden triunfó sobre los cadáveres de decenas de miles de
proletarios. Con motivo de la guerra civil en Francia, la Iª Internacional lanzó un
manifiesto. Marx puso en este documento todo su odio infinito hacia los explotadores y
su gran pasión y devoción revolucionaria. No fue un simple manifiesto, fue y es un
documento político que proyecta una viva luz sobre el camino de lucha de la clase obrera
por su dictadura. Marx considera la Comuna como un nuevo tipo de Estado, cuyo
nacimiento está ligado con la destrucción del viejo Estado.

La Comuna debía haber sido, no una “corporación parlamentaria, sino un cuerpo de


acción”.

Como es sabido, esta manera de plantear la cuestión de la destrucción del viejo Estado y
de la creación de un nuevo tipo de Estado, fue la base, no solamente del trabajo teórico de
Lenin (El Estado y la revolución), sino también de su actividad práctica en la construcción del
Estado Soviético.
Marx comprendía que no se podía exigir mucho a un poder que se había mantenido dos
meses solamente, y por eso polemizaba vivamente con todos los que intentaban disminuir
la importancia de la Comuna o charlaban (después de los hechos) de su inevitable derrota.

“El gran acto socialista de la Comuna -escribe Marx- fue su existencia misma, su
actividad. Sus medidas diversas sólo podían señalar la dirección en que se desarrolla el
gobierno del pueblo por el pueblo mismo.”

En respuesta a una carta de Kugelmann en la que éste escribía que la Comuna no tenía
posibilidad de éxito, y que en esas condiciones no se debía haber comenzado
(recordemos a Plejánov a propósito de la insurrección de diciembre de 1905 en Moscú:
“no se debían haber empuñado las armas”), Marx escribe el 17 de abril de 1871:

“Sería muy cómodo hacer la historia mundial si se empezase la lucha sólo en condiciones
infaliblemente favorables. Cualquiera que sea el resultado inmediato, hemos conquistado
un nuevo punto de partida de importancia histórica universal.”

Caro le costó al proletariado de Paris su intento de construir un Estado proletario. El


aplastamiento de la Comuna dejó exangüe a la clase obrera, lo que apartó temporalmente
a los obreros de la política. Las secciones francesas de la Internacional fueron
destrozadas, y después, en 1872, disueltas por un decreto especial. En esta época fue
cuando los elementos moderados de todas las especies y matices, que se habían apartado
de Iª Internacional por temor a la revolución y habían permanecido a la expectativa
durante la Comuna, empezaron a mostrarse activos. Barberet formó “El circulo de la unión
sindical”. Este círculo tenía como objetivo “realizar la concordia y la justicia por medio del
estudio y convencer a la opinión pública de la moderación que los obreros emplean en la
reivindicación de sus derechos”.

A pesar de que estos inofensivos círculos y sociedades eran perseguidos, crecían y se


multiplicaban. Los obreros volvían a participar en las exposiciones internacionales, y en
1875 había ya en Francia 135 sindicatos que empezaron a plantear la idea de un Congreso
obrero. En 1876 se efectuó en París el I Congreso obrero, con un programa muy limitado.
A título de contraveneno a las ideas y consignas revolucionarias de la Comuna, se
plantearon en él las cuestiones de la ayuda mutua, de las asociaciones de producción, etc.
Los delegados no soñaban siquiera en la abolición del régimen burgués; querían mejorarle
y corregirle un poco. Querían “equilibrar las relaciones entre el capital y el trabajo, tanto
en la producción como en el consumo”. Tanto como a la guerra civil condenaron “las
huelgas que perjudican al fuerte, aniquilando al débil.”

El siguiente congreso obrero se efectuó en 1877, en Lyon. En él se manifestó ya un nuevo


estado de espíritu, se pronunciaron discursos anarquistas y colectivistas, pero la mayoría
de los delegados ocuparon una posición moderada. Pero un estado de espíritu ya
completamente distinto reinó en el congreso de Marsella en 1879. Era evidente que la
clase obrera comenzaba a restablecerse de la derrota de la Comuna de París. Se dejó
sentir la influencia del órgano marxista Egalité, fundado por Julio Guesde en 1877. El
secretario de la Comisión de organización para la convocatoria del Congreso de Marsella
-Lombard- propuso que el Congreso tomase el nombre de “Congreso Obrero Socialista
Francés”, lo que fue aceptado por unanimidad. Los oradores se manifestaron abiertamente
contra Luis Blanc y sus teorías. Si en el Congreso obrero de París no se quiso ni oír
mencionar siquiera a los comunalistas, el Congreso de Marsella contestó en la siguiente
forma al saludo de los emigrados de Londres:
“El Congreso obrero socialista de Marsella aplaude el saludo de aliento que le habéis
enviado. Los delegados aquí reunidos se declaran de acuerdo una vez más con los
principios por los cuales habéis luchado y sufrido.”

Este Congreso marca el comienzo del resurgimiento del movimiento, ya que en él se


fundó el Partido Obrero, que absorbió elementos heterogéneos. Marx desempeñó un
papel muy activo en la elaboración del programa del Partido Obrero. Engels escribe
detalladamente, en una carta a Bernstein, el 25 de octubre de 1881, cómo Marx había
dictado a Guesde, en presencia de Lafargue y de él mismo, los puntos fundamentales del
programa. ¿Qué es, pues, lo fundamental en este programa aprobado por Marx? ¿Y qué es
lo que Benoit Malón y sus partidarios han combatido tan enérgicamente? He aquí la parte
fundamental del programa:

“Considerando, que la emancipación de los obreros es posible solamente a condición de


que posean los medios de producción y las materias primas;

“Considerando, que esta posesión de los medios de producción no puede ser individual,
por dos razones:

“1o Porque es incompatible con el progreso y con el mismo nivel actual de la técnica


industrial y agrícola (división del trabajo, la introducción de maquinaría, el vapor, etc.);
“2o Porque aun en el caso de que no fuese antieconómico, no tardaría en engendrar todas
las desigualdades sociales actuales, a menos de una nueva distribución a cada
movimiento de la población, cosa imposible;
“Considerando que esta posesión tampoco puede ser corporativa o comunal, sin
engendrar todos los inconvenientes de la propiedad capitalista actual, es decir, la
desigualdad de las posibilidades de acción entre los trabajadores, la anarquía de la
producción, la competencia homicida entre los tipos de productores, etc.;

“Considerando, finalmente, que sólo la posesión colectiva o social de los medios de


producción responde simultáneamente a las necesidades económicas y a las condiciones
de justicia y de igualdad que debe llenar la nueva sociedad;

“el Congreso declara:

“Que todos los instrumentos de producción y toda la materia prima deben ser restituidos
a la sociedad, y deben quedar en su poder como una propiedad inalienable e indivisible.

“Para obtener esta restricción, hay que luchar por todos los medios.”

El programa del Partido obrero contiene un capítulo especial dedicado al papel de la


campaña electoral en la lucha general de clase del proletariado. He aquí lo que leemos en
este programa:

“Considerando que carecer de las libertades políticas es un obstáculo para la educación


social del pueblo y para la emancipación económica del proletariado;

“Considerando, que el proletariado está resuelto a aprovechar todos los medios para
lograr su emancipación y que debe aprovechar las libertades conquistadas ya por la
sangre de las tres últimas revoluciones;
“Considerando, además, que la acción política es útil como medio de agitación y que la
arena electoral es un campo de lucha que no debe ser abandonado;

“declara:

”1) la emancipación social de los obreros es inseparable de su emancipación política;

“2) la abstención política seria funesta por sus consecuencias;

”3) la intervención política debe expresarse en la presentación de candidaturas de clase


para todas las funciones electivas, sin ninguna alianza con las fracciones de los viejos
partidos políticos existentes.”

Es necesario señalar que este programa estaba a un nivel superior al programa de Gotha
de la socialdemocracia alemana de 1875, pero también tenía puntos dudosos. En su carta
a Bernstein del 25 de octubre de 1861, Engels escribe que:

“Guesde insistió en incorporar sus tonterías sobre el salario mínimo, y como la


responsabilidad incumbía a los franceses y no a nosotros, finalmente cedimos, aunque
Marx se daba cuenta de toda la ineptitud que había en esta teoría.”

El Partido Obrero creado con el concurso directo, político y organizativo de Marx y Engels,
se transformaba en campo de una lucha encarnizada entre los marxistas y los posibilistas,
cuyo jefe era Benoit Malón. La lucha se libraba alrededor de cuestiones de principio muy
importantes: socialismo parlamentario o socialismo revolucionario, lucha de clases o
colaboración de clases.

La situación de las organizaciones socialistas y sindicales de Francia no cesaba de


preocupar a Marx.

“En lo que concierne a los sindicatos de París, escribe Marx a Engels el 27 de noviembre
de 1882, me convencí en París preguntando a personas imparciales, que estos sindicatos
son todavía peores que las trade-unions de Londres.”

En el Partido Obrero, la lucha entre marxistas y antimarxistas se hizo cada vez más aguda.
Malón y Brousse encabezaban a todos los elementos oportunistas y en el Congreso del
Partido Obrero de 1882, expulsaron a todo el ala marxista. Esta escisión no fue
inesperada para Marx y Engels. El 28 de octubre de 1882, Engels escribe a Bebel:
“En Francia se ha producido la escisión desde hace tiempo esperada. La colaboración de
Guesde y Lafargue con Malón y Brousse era inevitable en el momento de la organización
del Partido, pero Marx y yo nunca hemos alentado ilusiones respecto a la duración de esta
alianza. La divergencia es puramente de principio: se debe librar la lucha como lucha de
clases del proletariado contra la burguesía, o está permitido renunciar de una forma
oportunista (lo que quiere decir, en lenguaje socialista: posibilista) al carácter de clase del
movimiento y del programa, en todos los casos en que esta renuncia pueda contribuir a
reunir más votos y mayor cantidad de partidarios. En este sentido se pronunciaron Malón
y Brousse. Así, sacrificaron el carácter proletario de clase del movimiento e hicieron
inevitable la ruptura. Tanto mejor. El desarrollo del proletariado va acompañado en todas
partes de una lucha interna, y Francia, donde por primera vez se forma un partido obrero,
no es una excepción.”

Benoit Malón insinuaba a los sindicatos la idea de la formación de un bloque contra los
marxistas. El 23 de noviembre de 1882, Engels escribía a Marx:

“Es evidente que, precisamente por complacer a las cámaras de trabajo, Malón y compañía
sacrificaron también el pasado del movimiento desde los tiempos del Congreso de
Marsella, de manera que su fuerza aparente es verdaderamente su debilidad. Rebajando
su programa hasta el nivel de las más vulgares trade-unions es siempre fácil tener ‘un
gran público’.”

Así fue como hizo su aparición, en el año 1882, un partido marxista en Francia.

Marx y los sindicatos (VI): Marx al otro lado del Atlántico

Posted on 5 marzo, 2018 by El Salariado in Historia and tagged Engels, Estados Unidos, Losovsky, Marx, sindicatos.


6. Marx al otro lado del Atlántico

“Si quisiéramos construir, partiendo de las necesidades del sistema económico capitalista,
el ideal de un país para el desenvolvimiento capitalista, no se diferenciaría en nada de los
Estados Unidos, por sus particularidades y su extensión.”

Así define Werner Sombart esta tierra prometida del capital monopolista.

En la época en que apareció Marx en la arena política, los Estados Unidos del Norte
absorbían enormes masas de emigrantes de Europa. Este amplio torrente de inmigración
se dispersaba rápidamente por el inmenso país, pero no cesaba, crecía continuamente con
nuevas capas nacionales y sociales: artesanos arruinados por la introducción de la
maquinaria, desocupados de la joven industria, campesinos empobrecidos y
proletarizados y numerosos elementos de la pequeña burguesía urbana. La corriente de la
emigración alcanzó enormes proporciones después de la derrota de la revolución en
Alemania, Francia y Austria, en el año 1848. De 1770 a 1845, entraron en los Estados
Unidos un millón de personas, mientras que durante los años 1845 a 1855 entraron tres
millones, la inmensa mayoría de los cuales llegó en los años que siguieron a 1848.
Este torrente continuo de emigración, junto con la particular estructura de la economía
americana (un capitalismo basado en el “libre” trabajo en el norte y la esclavitud en el sur),
imprimió su sello especial al movimiento obrero de los Estados Unidos del Norte.

En su 18 Brumario, Marx caracteriza de la siguiente manera la situación particular de los


Estados Unidos y las relaciones de clase poco desarrolladas en la primera mitad del siglo
XIX:

“País donde las clases, ya constituidas pero no estables, modifican y reemplazan


constantemente sus elementos constitutivos, donde los modernos medios de producción
en lugar de corresponder a una superpoblación estancada, más bien compensan la falta
relativa de cerebros y de brazos, y donde en fin, el joven y febril desarrollo de la
producción material, que tiene un nuevo mundo por conquistar, no ha tenido tiempo ni
oportunidad de destruir el viejo mundo espiritual.”

Las inmensas extensiones, los campos vírgenes, atraían la atención de todos los utopistas
europeos que intentaban construir sus comunas en la “tierra prometida”. En 1824 Roberto
Owen fue personalmente a los Estados Unidos, compró una extensión considerable de
tierra y comenzó la organización de sociedades ideales, donde los obreros, y los
capitalistas que se purificaron de sus pecados y su sed de ganancia, debían vivir
pacíficamente, ayudándose los unos a los otros. Con la ayuda de filántropos, organizo la
Comunidad “Yellow Spring” en 1825; después, la Nueva Armonía y las comunidades
Naschebo, Kandal, etc.

En la primera mitad del siglo XIX surgen las sociedades fourieristas en los Estados de
Massachusetts, New York, New Jersey, Pensilvania, Ohio, Illinois, Indiana, Wisconsin y
Minnesota. Los organizadores de estas comunidades, Alberto Brisbane, Horacio Grilley y
otros, construyeron conforme a los planes de Fourier los falansterios norteamericanos,
pero como ocurrió a los partidarios de Roben Owen, el resultado fue nulo. Sus mejores
comunidades, como por ejemplo, la falange norteamericana Brook Fram, falange de
Wisconsin, grupo de Pensilvania, grupo de Nueva York, etc., vegetaron para después
disgregarse. La misma suerte corrieron también las sociedades icarianas creadas por los
discípulos del utopista comunista Esteban Cabet.

Los Estados Unidos fueron la tierra prometida del capitalismo, pero las generosas
experiencias sociales del socialismo utópico, hallaron allí un suelo ingrato.

¿Quiénes fueron los iniciadores de la construcción de comunidades socialistas en el libre


suelo americano virgen del feudalismo? Los discípulos europeos de los socialistas
utópicos que se habían desilusionado de las revoluciones y buscaban medios y caminos
para la solución de la cuestión social fuera de la lucha de clases. Marx apreciaba mucho a
los socialistas utópicos, pero no por su utopismo, sino por su socialismo. Los consideraba
como precursores del socialismo materialista crítico, pero era implacable con los
comunistas utópicos de la especie de Weitling, que intentaban resucitar el socialismo
utópico con un retraso de varias decenas de años.

En una carta a Sorge fechada el 19 de octubre de 1877, Marx caracterizó de la siguiente


manera el socialismo utópico de Weitling:

“Durante decenas de años, venciendo grandes dificultades, hemos tratado de


desembarazar las cabezas de los obreros alemanes del socialismo utópico y de la visión
fantástica del régimen de la sociedad futura, lo que les ha dado una superioridad teórica,
y en consecuencia práctica, sobre los franceses e ingleses. Pero he aquí que el socialismo
utópico hace de nuevo estragos, pero tan sólo en una forma de mucho menos valor y que
no se puede comparar con la doctrina de los grandes utopistas franceses e ingleses, sino
con Weitling. Es natural que el utopismo predecesor del socialismo materialista crítico,
contuviera a este último in nuce; pero cuando surge en la superficie post festum, no puede
ser más absurdo, insípido y completamente reaccionario.”
Aquí vemos cómo establece Marx el parentesco entre el socialismo científico y el
socialismo utópico y cómo califica severamente a los que hasta ya entrados en años se
pasean con el traje infantil del socialismo utópico, a los que trataban de hacer retroceder
el movimiento obrero de los Estados Unidos.

Como la corriente principal de la emigración procedía de Alemania, es también de allí de


donde se importa un socialismo que en sus primeros tiempos no da brotes vigorosos en el
suelo americano. Es que el socialismo alemán pre-marxista era ya impotente en suelo
alemán, y con su trasplante al suelo americano se tornó todavía más débil. Los emigrados
aportaron de Europa no sólo ideas utópicas, sino también las formas europeas de
organización de aquel tiempo. La estructura de la clase obrera era entonces, y lo sigue
siendo en los Estados Unidos, muy específica y variada; de ahí que resultasen dificultades
especiales que obstruían la penetración de las ideas socialistas en las masas. Dos factores
desempeñaron un papel decisivo en la formación de la ideología de la clase obrera de
aquella época: la esclavitud y la emigración. En el primer volumen de El Capital, Marx
escribe:
“En los Estados Unidos, todo movimiento obrero independiente se veía paralizado
mientras la esclavitud manchase una parte de la República. El trabajo blanco no puede
emanciparse donde el trabajo negro tenga el estigma deshonroso.”

La inmigración imprimió un sello especial a la clase obrera norteamericana, creando en su


seno una serie de capas y sectores intermedios según la nacionalidad, el grado de
conocimiento del inglés, etc. En 1893. Engels escribe a Sorge:
“Una importancia enorme tiene la emigración que divide a obreros en dos grupos, nativos
y extranjeros, y a éstos en: 1) irlandeses; 2) alemanes; 3) toda una serie de pequeños
grupos que se comprenden solamente entre sí: checos, polacos, italianos, escandinavos,
etc. A esto se añade, además, los negros. Son necesarias condiciones especialmente
favorables para formar con estos elementos un partido único. A veces se produce
inesperadamente un fuerte impulso, pero es suficiente que la burguesía se limite a una
resistencia pasiva para que los elementos obreros heterogéneos se disgreguen de nuevo.”

En 1895 Engels vuelve de nuevo sobre las particularidades del movimiento obrero en los
Estados Unidos, donde, en el transcurso del siglo XIX se verificaron luchas económicas de
gran intensidad, mientras que el movimiento político del proletariado marchaba en zigzag
sin alcanzar una agudeza e intensidad considerables. De ahí el retraso ideológico del
obrero de los EE.UU. ¿Cómo explica Engels este retraso? En una carta a Sorge del 16 de
enero de 1895, escribe:

“América es el país más joven, pero también el más viejo. Se ven allí, junto a los viejos
muebles franceses, un mobiliario de invención local, en Boston carretelas y en la
montaña stages coaches… el siglo XVIII al lado de los coches pullman. Así también recibís
todo el ropaje espiritual fuera de uso en Europa. Todo lo que aquí está ya en desuso, vive
aún en América durante dos generaciones. Así, en ese país, siguen todavía subsistiendo
los viejos lassalleanos y gente como Sanial, que hoy en Francia se considerarían
anticuados, pueden todavía desempeñar entre vosotros cierto papel. Esto se produce
porque los EE.UU. sólo ahora, después de las preocupaciones por la producción material y
el enriquecimiento, empiezan a tener tiempo para el trabajo espiritual libre y para su
preparación necesaria; pero también por la duplicidad del desarrollo americano, absorbido
por la solución de su problema primordial, la roturación de inmensas extensiones de
tierras vírgenes, y obligado a luchar por la supremacía en la producción industrial. De ahí
esos ups and downs (flujos y reflujos) en el movimiento, según prevalezcan la razón del
obrero industrial o la del campesino que rotura la tierra virgen.”
Esta carta de Engels nos explica el carácter original del movimiento obrero de los Estados
Unidos, especialmente en la época de Marx.

La ligazón entre los obreros americanos y el comunismo y su representante más


eminente, Marx, proviene de la emigración obrera alemana.

“El primer precursor alemán del marxismo -escribe el historiador del movimiento obrero
norteamericano, John R. Commons- fue el Club Comunista de New York, fundado el 25 de
octubre de 1857. Era una organización marxista sobre la base del Manifiesto Comunista. A su
cabeza estaban F. A. Sorge, Conrado Kerl, Sigfrido Mayer, que mantenían relaciones
directas con Marx, Juan Felipe Becker y otros.
Simultáneamente con la organización de clubes marxistas en los Estados Unidos, se
creaban organizaciones lassalleanas, entre las cuales la más fuerte fue la “Union General
de Obreros Alemanes” fundada en Nueva York en octubre de 1865, por catorce
lassalleanos. Los lassalleanos trasladaron sus ideas confusas al otro lado del océano,
como se ve por el siguiente punto de estatutos:

“Mientras en Europa sólo la revolución general puede dar los medios para elevar a los
obreros a un nivel superior, en América la educación de las masas les da la confianza
necesaria en sus propias fuerzas, indispensable para utilizar con éxito y habilidad la
papeleta electoral, que puede llevarles a la liberación del yugo del capital.”

Los clubes obreros, los sindicatos y sociedades de todas clases, surgen en las ciudades
más importantes de los Estados Unidos, tratando de ligarse con el centro espiritual
político de esta época -Londres- donde vivían Marx y Engels. Las organizaciones de
emigrados estudian cuidadosamente la literatura marxista, y, en primer término, las obras
de Marx. Sorge describe elocuentemente cómo los obreros alemanes seguían y estudiaban
la literatura marxista: “Los proletarios -escribe Sorge- rivalizan en celo por dominar los
conocimientos económicos y solucionar los problemas económicos y filosóficos más
difíciles. Entre los centenares de miembros afiliados a la Unión, de 1869 a 1871, no
existía casi ni uno que no hubiera leído a Marx (El Capital), y había, naturalmente, más de
una docena que asimilaron y estudiaron a fondo los pasajes y definiciones más difíciles,
armándose así contra los ataques de los grandes y pequeños burgueses, radicales y
reformadores. Era un verdadero placer asistir a las reuniones de la Unión.”
El 26 de marzo ele 1866, los militantes de toda una serie de sindicatos y ciudades se
reunieron en Nueva York y lanzaron un llamamiento convocando para el 20 de agosto de
1868 al Congreso Nacional Obrero, en Baltimore. Los iniciadores determinaban la finalidad
del Congreso de la manera siguiente:

“La agitación por la jornada de 8 horas ha adquirido tal importancia, que se hace necesaria
una táctica unánime y concorde en todas las cuestiones referentes a la realización de las
reformas en el dominio del trabajo.”

Las decisiones del Congreso obrero de Baltimore produjeron un sentimiento de júbilo en


Marx. En su carta del 9 de octubre de 1866 a Kugelmann, Marx escribe:

“Gran alegría me ha causado el Congreso Obrero americano de Baltimore, que se celebró


simultáneamente (al Congreso de Ginebra de la A.I.T.). La organización de la lucha contra
el capital ha servido allí de consigna y cosa sorprendente: la mayoría de las
reivindicaciones elaboradas por mí para Ginebra, fueron también planteadas allá, debido
al certero instinto de los obreros.”
No tiene nada de extraño que las reivindicaciones elaboradas por Marx para el Congreso
de Ginebra (véase a este respecto el capítulo de las reivindicaciones inmediatas),
coincidieran con las de los obreros avanzados de los Estados Unidos. Marx conocía como
nadie el movimiento obrero internacional, y el programa de reivindicaciones elaborado por
él fue una generalización de las reivindicaciones de los obreros de todos los países
capitalistas y surgía de la experiencia de la lucha de clases y de una actitud comunista
hacia el “certero instinto de los obreros”.

Dos años más tarde, Marx vuelve a referirse de paso a este congreso:

“El gran progreso -escribe a Kugelmann el 12 de diciembre de 1868- en el último


congreso de la Unión Obrera americana se nota también, entre otras cosas, en el hecho de
haber tratado a la mujer obrera con completa igualdad, mientras que los ingleses, y en un
grado todavía mayor los galantes franceses, pecan en esto de estrechez de espíritu. El que
conozca algo de historia, no ignora que las grandes conmociones sociales son imposibles
sin el fermento femenino. El progreso social puede ser exactamente medido por la
situación social del bello sexo (incluyendo también a las feas).”

Esta carta prueba una vez más que Marx sabía lo que quería en todas las cuestiones del
movimiento social, comprendiendo admirablemente que la limitación de los derechos de
la obrera en la organización, significa que la clase obrera se impone a si misma
restricciones políticas.

Esta “Unión Nacional Obrera”, cuyo organizador e inspirador fue G. Sylvis, celebró una
serie de Congresos más (1867, 1868, 1869, 1870, 1871), se ligó con la Asociación
Internacional de Trabajadores, y aunque los mejores dirigentes de aquel tiempo, como
Sylvis, por ejemplo, no demostraron firmeza especial en las cuestiones programáticas y de
táctica socialistas, Marx siguió con la mayor atención este movimiento y apreció altamente
sus acciones vigorosas por la restricción de la jornada de trabajo, por el aumento de los
salarios, etc.

En 1879, con motivo de la tirantez de relaciones entre Inglaterra y los Estados Unidos, el
Consejo General dirigió un llamamiento a la “Unión Nacional Obrera”, exhortando a la
clase obrera de los Estados Unidos a manifestarse expresamente contra la guerra, que no
puede aportar a la clase obrera de Europa y América más que calamidades. Este mensaje
escrito por Marx es tan característico de toda la posición de la Iª Internacional, y del
propio Marx, que damos a continuación importantes extractos:

“En la proclama inaugural de nuestra asociación, declarábamos: ‘no es la sagacidad de las


clases dominantes, sino la resistencia heroica de la clase obrera inglesa, la que salvó a
Europa Occidental de la aventura de una bochornosa cruzada destinada a perpetuar y
extender la esclavitud al otro lado del océano’. Os corresponde ahora oponer una
resistencia a la guerra, cuyo resultado inevitable seria hacer retroceder por un periodo
indeterminado el movimiento ascendente de la clase obrera en ambos lados del océano.
Independientemente de los intereses especiales de tal o cual gobierno ¿no es conforme,
acaso, con los intereses fundamentales de nuestros opresores comunes la transformación
de nuestra colaboración internacional, rápidamente creciente, en una guerra fratricida?…
En el mensaje de salutación al señor Lincoln con motivo de su reelección para la
presidencia, expresábamos nuestra convicción de que la guerra civil aportaría inmensos
progresos a la clase obrera, como la guerra de la independencia lo demostró en relación
con la burguesía. Y efectivamente, el fin victorioso de la guerra contra la esclavitud, abrió
una nueva época en la historia de la clase obrera. Precisamente a partir de esta fecha data
el movimiento obrero independiente de los Estados Unidos, movimiento que contemplan
con envidia nuestros viejos partidos y politicastros de profesión. Pero, para que este
movimiento aporte frutos, se necesitan años de paz. Para ahogados es necesaria la guerra
entre los Estados Unidos e Inglaterra. El resultado inmediato y tangible de la guerra civil,
ha sido el empeoramiento indudable de la situación del obrero americano. En los Estados
Unidos, como en Europa, el peso enorme de la deuda nacional es pasado de mano en
mano para, al fin, descargarlo sobre las espaldas de la clase obrera. Además, los
sufrimientos de la clase obrera ponen en mayor relieve el lujo insolente de la aristocracia
financiera, la aristocracia de los nuevos ricos surgidos de la guerra como parásitos. Sin
embargo, la guerra civil es compensada con la emancipación de los esclavos y con el
impulso que ha dado a todo vuestro movimiento de clase. Una segunda guerra, no
iluminada por fines elevados y por una gran necesidad social, una guerra al ejemplo del
viejo mundo, forjaría solamente las cadenas para el obrero libre, en lugar de romper las
de la esclavitud. La agravación de la miseria que traería como consecuencia, daría a
vuestros capitalistas los motivos y los medios para alejar a la clase obrera de sus
necesarias y justas aspiraciones, por medio de las bayonetas implacables del ejército
permanente. Por consiguiente, una misión gloriosa os incumbe: hacer que la clase obrera
aparezca por fin, en la arena de la historia, no ya como un humilde esclavo, sino como
fuerza independiente consciente de su propia responsabilidad y capaz de dictar la paz allá
donde los que quieren ser sus amos reclaman a gritos la guerra.”

Este mensaje plantea una serie de cuestiones muy importantes, y, ante todo, la de la
posición de las organizaciones obreras en general, y de los sindicatos, en particular,
frente a la guerra. Marx no grita contra la guerra en general. Sitúa la cuestión en un
terreno concreto. Señala los lados positivos de la guerra civil para los obreros, y afirma
con fuerza que la guerra anglo-americana que se prepara no tiene más que lados
negativos. Este mensaje del Consejo General no quedó sin respuesta del presidente de la
“Unión Nacional Obrera”, Sylvis. En su informe al Congreso de Basilea, Marx escribe:

“La muerte repentina de Sylvis, glorioso luchador de nuestra causa, exige que honremos
su memoria terminando nuestro informe con su respuesta a nuestra carta:
“Ayer he recibido vuestra amable carta del 12 de mayo. Estoy muy satisfecho de recibir del
otro lado del océano un mensaje tan cordial de nuestros compañeros obreros.

“Nos une una causa común. Se está librando una guerra entre la miseria y la riqueza. En
todas partes del mundo el trabajo ocupa el mismo lugar sometido, mientras el capital
ejerce su tiranía. Por eso digo que nuestra causa es común. En nombre de los obreros de
los Estados Unidos, tiendo la mano fraternal, en vuestra persona, a todos los que
representáis, así como a todos los desheredados y oprimidos hijos e hijas del trabajo de
Europa. Dirigid la noble causa que habéis comenzado, hasta que vuestros esfuerzos sean
coronados por un brillante éxito. Nosotros tenemos la misma decisión. Nuestra última
guerra tuvo como consecuencia la formación de la más vil aristocracia adinerada del
mundo. El poder del dinero devora con voracidad el alma del pueblo. Le hemos declarado
la guerra y nos sentimos seguros de la victoria. Si es posible, venceremos por medio del
sufragio: en caso contrario, apelaremos a medios más fuertes. Una pequeña sangría se
hace a veces indispensable en casos extremos.”

Las actas del Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores demuestran


que los problemas del movimiento obrero americano fueron planteados varias veces en el
orden del día. En el acta del Consejo General del 8 de abril de 1879, leemos:

“Carta enviada al Consejo por los obreros de las imprentas de diarios de Nueva York, con
la demanda de que se impida la importación de mano de obra destinada a derrotar a los
obreros en huelga. Se encarga al secretario que escriba a todos los periódicos del
extranjero de la Asociación Internacional de Trabajadores.”

En la misma sesión del Consejo General se escucha un informe del Comité sobre la
cuestión del Bureau de emigración, tomándose la siguiente resolución:

“1) El Bureau de emigración se crea de acuerdo con la ‘Unión Nacional Obrera’.

“2) En caso de huelga, el Consejo debe empeñar todos sus esfuerzos por impedir el
reclutamiento de obreros en Europa para los patronos americanos.”

Una vez más el Consejo General, bajo la dirección de Marx, destaca, como en sus
relaciones con las Trade Unions inglesas, las cuestiones de la lucha económica (la lucha
contra el esquirolaje, etc.), con el fin de establecer relaciones lo más amplias posibles con
los sindicatos de los Estados Unidos. Testigo de ello es también el acta del 19 de abril de
1870, en la cual leemos:
“Carta del corresponsal neoyorkino, Hume, haciendo notar que el movimiento sindical de
los Estados Unidos revela una tendencia a revestir la forma de sociedades secretas. Esto es
confirmado por la carta de un corresponsal alemán en Nueva York, que se dirige al
Consejo pidiendo su intervención para intentar disuadir a Hume y Hessup de que
participen en esas sociedades.

“El Consejo resuelve que, en estas circunstancias, no está en condiciones de pronunciarse


sobre esta cuestión. Al secretario se le encomienda averiguar las causas que motivan la
necesidad de la existencia de sociedades secretas en América.”

En su carta del 19 de septiembre de 1870, Marx comunica a Sorge la distribución de las


funciones del Consejo General, y que el secretario para los Estados Unidos es Eccarius. El
12 de septiembre de 1871 Marx aconseja a Sorge denominar al órgano dirigente elegido
“Comité Central” y no “Consejo Central”, y le informa de la literatura que fue enviada a los
Estados Unidos. El 21 de septiembre de 1871, Marx escribe a Sorge respecto a las
circulares y el reglamento de la Asociación Internacional de Trabajadores, que le han sido
enviados. El 6 de noviembre de 1871, Marx vuelve a escribir sobre los folletos, literatura y
sobre la famosa duodécima sección de Nueva York integrada por periodistas e
intelectuales que aspiraban a la dirección del movimiento. El 9 de noviembre. Marx
aconseja a Sorge convocar un Congreso después de un trabajo político y de organización y
crear un Comité Federal, pidiéndole que no se retire del Comité. El 10 de noviembre de
1872, Marx escribe al alemán Speyer, miembro del Comité Central:

“1) Según el reglamento, el Consejo General debe pensar ante todo en los yanquis, en el
país de los yanquis.

“2) Ustedes deben, a todo precio, tratar de conquistar las trade-unions.”

En esta carta, Marx contesta detalladamente a toda una serie de reproches y sospechas
con respecto al Consejo General, demostrando a su corresponsal que el Consejo General
no puede prohibir a sus miembros que mantengan correspondencia privada. El 23 de
noviembre, Marx explica en su carta a Bolte la causa de que la Asociación Internacional de
Trabajadores estuviese obligada, en los primeros tiempos, en los Estados Unidos del
Norte, a confiar poderes a particulares, designándolos sus corresponsales.

Marx en la misma carta a Bolte escribe:

“Al fundarse la Internacional, se propuso situar el centro de la lucha en una verdadera


organización de la clase obrera llamada a despojar de ese papel a las sectas socialistas o
semi-socialistas. Sus primeros estatutos y su mensaje inaugural, lo demuestran al primer
golpe de vista. Por otra parte, la Internacional no hubiera conservado sus posiciones, si
con el concurso de la historia no hubiera aplastado ya a las sectas. El desarrollo de las
sectas socialistas y el del verdadero movimiento obrero, se encuentran en una relación
inversa. Mientras la clase obrera no esté madura para el molimiento histórico
independiente, las sectas se justifican (desde el punto de vista histórico). Pero tan pronto
como la clase obrera esté madura todas las sectas se vuelven reaccionarias. Y en la
historia de la Internacional se repitió lo que la historia nos muestra en todas partes. Todo
lo anticuado trata de rehacerse y de afirmarse dentro de las nuevas formas surgidas. La
historia de la Internacional fue una lucha ininterrumpida del Consejo General contra las
sectas y contra los experimentos de diletantes que trataron de afirmarse dentro de la
Internacional contra el verdadero movimiento de la clase obrera. Esta lucha, se llevó a
cabo en los Congresos, y en mayor grado aún en las conferencias particulares del Consejo
General con las diferentes secciones.”

Entre tanto, la lucha entre los partidarios de la Asociación Internacional de Trabajadores


en los Estados Unidos, se había agravado. Esta lucha encontró su expresión en el mensaje
del Consejo Federal, que agrupaba algunas decenas de secciones y la sección 12 de Nueva
York, al Consejo General de Londres, pidiendo que solucionase su litigio. El Consejo
General, bajo la dirección de Marx, se manifestó contra la sección 12, donde operaban
politicastros pequeñoburgueses, y en pro del Consejo Federal, alrededor del cual se
habían agrupado los obreros. El 8 de marzo de 1872, Marx escribe a Sorge:

“En vista de que el Consejo General me encargó que informase sobre la escisión en
Estados Unidos (debido a dificultades de la Internacional en Europa habíamos aplazado la
discusión de ese problema de reunión en reunión), he pasado revista minuciosamente a
toda la correspondencia de Nueva York y a todo aquello que se ha escrito a este respecto
en los periódicos, y he descubierto que, de una manera general, estábamos informados
tardía y poco exactamente sobre los elementos que produjeron la escisión. Una parte de la
resolución propuesta por mí ya está aprobada, la otra se tratará el martes próximo,
después de lo cual la resolución definitiva será enviada a Nueva York.”

El 15 de marzo de 1872, Marx envía a Sorge la resolución escrita por él y adoptada por el
Consejo General. Como esta resolución es característica de Marx y de la Asociación
Internacional de Trabajadores, la reproducimos íntegra:

“1) Los dos Consejos deben unirse dentro de un solo Consejo Federal provisional.

“2) Las nuevas y pequeñas secciones se unen para el envío de un delegado común.

“3) Un Congreso General de los miembros americanos de la Internacional debe ser


convocado para el 19 de julio.
“4) Este Congreso elegirá un consejo federal con derecho de cooptación de nuevos
miembros, y elaborará el reglamento y los estatutos del consejo federal.

“5) La sección 12, debido a sus pretensiones y a sus sucios procedimientos políticos, se
disuelve hasta el próximo Congreso General.

“6) Cada sección debe estar compuesta, como mínimo de dos terceras partes de obreros
asalariados.”

El Congreso de la Haya de la Iª Internacional, resolvió trasladar la sede de la Asociación


Internacional de Trabajadores a los Estados Unidos del Norte. El ataque de los
bakuninistas era así rechazado, pero significaba el comienzo del fin de la I a Internacional
como organización obrera internacional. Pero si para Europa esto era un paso hacia atrás,
para Estados Unidos fue un impulso para la unión de todos los elementos marxistas
alrededor del Consejo General. De otra parte, se organizaron también los enemigos del
marxismo. Marx y Engels sabían que el Consejo General de Nueva York, la Asociación
Internacional de Trabajadores y el Consejo General de Londres, distaban mucho de ser
una misma cosa. Hicieron todo lo posible por apoyar política y organizativamente al
Consejo General, pero se agudizó la lucha alrededor de él, comenzaron las escisiones y
disidencias, aunque gracias a Sorge y otros, el Consejo General trataba de actuar en el
espíritu de Marx y Engels. Así una de las cuestiones más delicadas fue la actitud de las
secciones de la Internacional frente a los sindicatos. El Consejo General se dirigió con la
siguiente carta a la 3ª Sección de Chicago el 9 de julio de 1874:
“Es extraño que nos veamos obligados a indicar a una de las secciones de la Internacional
la utilidad y la gran importancia del movimiento sindical. Pero no obstante, tenemos que
indicar a la 3ª sección, que todos los Congresos de la Asociación Internacional de
Trabajadores, desde el primero hasta el último, se han ocupado detenidamente del
movimiento sindical, buscando medios y caminos para su desarrollo. El sindicato es la
cuna del movimiento obrero, porque los obreros, como es natural, se interesan por lo que
les afecta en su vida cotidiana y se unifican, por consiguiente, ante todo, con sus
compañeros de oficio. Por eso, el deber de los miembros de la Internacional no es
simplemente ayudar a los sindicatos existentes, sino ante todo guiarlos por un camino
justo, es decir, internacionalizarlos y al mismo tiempo crear en todas partes donde sea
posible, nuevos sindicatos. Las condiciones económicas obligan a los sindicatos con
fuerza irresistible a pasar de la lucha económica contra las clases poseedoras a la lucha
política. Esta es una verdad notoria para todo el que siga el movimiento obrero.”

Pero este planteamiento, justo en principio y dentro del espíritu de Marx, se mezclaba con
toda una serie de influencias, y el Consejo General americano se apartaba cada vez más
de las posiciones marxistas. En el año 1876 “los últimos mohicanos” que apoyaban al
Consejo General, se vieron obligados a disolver la Asociación Internacional de
Trabajadores. Así, la Asociación Internacional de Trabajadores, creación política y
organizativa de Marx, dejó de existir. El movimiento obrero internacional hizo un nuevo y
brusco zigzag.

Carlos Marx siguió como nadie las peripecias del movimiento obrero de los Estados
Unidos. Vio sus particularidades, sus rasgos originales y sus dificultades. ¿Cuáles son,
pues, las indicaciones que daba Marx a sus partidarios de los Estados Unidos? Marx
exhortaba a prestar atención a las Trade-Unions, a fundirse con la clase obrera y a
“extirpar de la organización el espíritu estrechamente sectario”. Marx exigía la fusión con
el movimiento de masa, porque éste era el mejor medio de acción contra el sectarismo y
el oportunismo. Pero esas indicaciones no fueron seguidas. El movimiento obrero y
sindical de los Estados Unidos, tomó un derrotero especial: el ofrecimiento del capitalismo
americano significaba el aburguesamiento del trade-unionismo americano. Samuel
Gompers, enemigo del socialismo, politiquero y mercantilista práctico, llegó a ser por
largos años el ideólogo y guía de ese movimiento.

Marx y los sindicatos (VII): Marx y las reivindicaciones de la clase obrera

Posted on 15 marzo, 2018 by El Salariado in Historia and tagged Engels, Losovsky, Marx, sindicalismo.


7. Marx y las reivindicaciones de la clase obrera
¿Es útil luchar por la disminución de la jornada de trabajo, por el aumento de salarios,
etc.? Esta es la cuestión teórica y política puesta en el centro de la lucha científica y
política librada por Marx en el curso de largas décadas. Esta forma de plantear la cuestión,
nos parece hoy extraña y hasta indigna de merecer nuestra atención. Pero es porque Marx
realizó un enorme trabajo científico y político en este sentido. Hemos visto a Marx en
lucha con Proudhon, Lassalle y Weston, es decir, con todos los representantes del
socialismo pequeñoburgués, inglés y alemán, a propósito de la utilidad de los sindicatos
en las huelgas, de la definición de los salarios, del problema del precio, ganancia, etc.
Tanto Proudhon como Lassalle y Weston se habían inspirado en los economistas
burgueses ingleses, que trataban de demostrar, invocando a Dios y a la ciencia, que la
lucha de los sindicatos por el mejoramiento de la situación de los obreros es estéril, en el
mejor de los casos, y altera todas las leyes divinas y humanas. En el primer tomo de El
Capital, Marx reunió un rico manojo de razonamientos “científicos” anti-obreros de Adam
Smith, John Stuart Mill, Mac Culloch, Ure, Bastiat, Say, James Sterling, Cairus, Walker, etc.
En resumen, el sentido de todas esas “doctas” rebuscadas tesis se reduce a lo siguiente:

“Los sindicatos y las huelgas no pueden traer provecho a la clase de los trabajadores
asalariados.” (Walker).

“La ciencia no conoce beneficios patronales de ninguna especie.” (Schulze Delitsch).

Toda la significación política de estas teorías, fue formulada por Marx brevemente en su
intervención contra Weston:

“Por consiguiente, si los obreros se esfuerzan por lograr una elevación pasajera de los
salarios, obrarán tan neciamente como los capitalistas que procuren una pasajera
disminución.”

Marx veía todo lo que había de peligroso en tales teorías para el movimiento obrero, por
eso abrió fuego cerrado contra los economistas burgueses y sus discípulos socialistas,
poniendo en ello toda la fuerza de su inteligencia y de su pasión. El primer tomo de El
Capital constituye un golpe mortal contra las autoridades burguesas de la ciencia
económica. Marx demostró todo lo falso de la teoría “del fondo de los salarios”, descubrió
los “misterios” de la plusvalía y de la acumulación primitiva; demostró, sobre la base de
una enorme documentación irrefutable, cómo se determina el salario, cómo se crea el
valor y la plusvalía, cuál es la diferencia entre el trabajo y la fuerza del trabajo, etc. La
disputa teórica se desarrolló alrededor de la cuestión. ¿Qué es lo que vende el obrero? ¿Su
trabajo o su fuerza de trabajo? Y, ¿qué diferencia existe entre trabajo y fuerza de trabajo?
“El trabajo es la sustancia y la medida inmanente de los valores, pero él mismo carece de
valor”, dice Marx.

Partiendo de esta definición. Marx descubre los místerios del salario y de la plusvalía,
“piedra angular de todo el sistema económico de Carlos Marx” (Lenin).

“La historia -escribe Marx- ha necesitado tiempo para descifrar el secreto del salario.”

Agreguemos que incluso después de haberse descifrado el secreto, la lucha alrededor de


esta cuestión no cesó ni un instante, porque la tesis de Marx, “la plusvalía es el objetivo
inmediato y el motivo determinante de la producción capitalista”, afecta a intereses de
clase. Y es conocida la vieja máxima “si los axiomas geométricos afectaran los intereses
de los hombres, seguramente se habría tratado de refutarlos” (Lenin).
Una prueba de las pasiones que desencadena la cuestión de la plusvalía la tenemos en el
hecho de que no hay un solo profesor, por mediocre que sea, que no intente refutar a
Marx, provocando, unos consciente y otros inconscientemente, una completa confusión. A
los confusionistas inconscientes pertenecen gentes de ciencia como Sydney y Beatrice
Webb, que afirman que Marx y Lassalle reivindicaban el derecho al producto íntegro del
trabajo. Esta desfiguración del punto de vista de Marx indignó al traductor ruso, que hizo
la siguiente objeción: “Los autores comprenden falsamente a Marx, el cual se opuso
resueltamente a la doctrina del derecho del obrero al producto integro de su trabajo.
Véase la Critica al programa de Gotha.”

Esta observación pertenece a Lenin, que hallándose confinado en Siberia, en la aldea


Chucheraskoe, tradujo en colaboración con N. S. Krupskaya los dos volúmenes de la obra
de los Webb.

Al enarbolar Marx la bandera de la insurrección contra la ciencia económica burguesa,


sabía que se trataba de grandes y serias cuestiones. ¿Es que la clase obrera seguirá,
teórica, y por lo tanto, también políticamente, sobre el terreno de la economía política y
de la política burguesa, o forjará su propia arma teórica para la lucha contra la ideología y
la política de la clase capitalista?

La cuestión de la teoría abstracta, se transformaba como vemos, en una cuestión


esencialmente práctica: ¿Hay que crear sindicatos? ¿Vale la pena luchar por la disminución
de la jornada de trabajo? ¿Cuál es el valor de la legislación fabril para la clase obrera? En
una palabra, se trataba de la significación de las reivindicaciones parciales en la lucha
general de clase del proletariado. En esta materia, además de la teoría, ha sido decisiva la
experiencia de la lucha de las masas. Por eso Marx en El Capital invoca constantemente la
viva experiencia de la lucha. Y escribe:
“Los obreros fabriles ingleses fueron los campeones, no solamente de la clase obrera
inglesa, sino de toda la clase obrera contemporánea, así como también sus teóricos
fueron los primeros en lanzar el guante a la teoría de El Capital.”
La política sindical de clase debe tener su punto de partida en la lucha por una reducida
jornada de trabajo, por altos salarios, por la defensa del trabajo femenino e infantil, por
una amplia legislación fabril, etcétera; pero para desplegar la lucha por estas
reivindicaciones parciales, se impone comprender su papel y significado en la lucha
general de clase del proletariado, se necesita estudiar las causas de la formación de la
legislación social. La actividad de Marx, en este sentido, fue admirable. Fue él quien
analizó una enorme cantidad de informes de inspectores de fábricas inglesas, y toda la
legislación fabril, etc. Basta tomar la obra fundamental de Marx, el primer tomo de El
Capital, y se verá en ella que la cuestión de la compra y venta de la fuerza del trabajo, del
valor de la fuerza del trabajo, de las formas y el grado de explotación de la misma, ocupa
el lugar central. Pero Marx no se limitó a consagrar una gran parte del primer tomo de El
Capital a la lucha teórica contra los economistas burgueses. En el mismo tomo da una
respuesta política al problema de la actitud que deben adoptar los obreros en la lucha por
las reivindicaciones inmediatas.
“Contra su voluntad, por la presión de las masas, el parlamento inglés renunció a la ley
contra las huelgas y las trade-unions, después de que durante cinco siglos este mismo
parlamento ocupó con su egoísmo desvergonzado la posición de una organización
permanente de los capitalistas contra los obreros.”

Marx no solamente comprobó las aspiraciones de los capitalistas en lo que concierne a la


explotación de los obreros, la prohibición de las coaliciones y de las huelgas, etc., sino
que desde los primeros días de su aparición en la arena política, emprendió la lucha por la
libertad de los sindicatos y de las huelgas, por la legislación sobre la jornada de trabajo.
Toda su actividad literaria y política, todos sus folletos, discursos y libros, aun antes de la
organización de la Asociación Internacional de Trabajadores, antes de la publicación del
primer tomo de El Capital, lo testimonian. La proclama inaugural de la Asociación
Internacional de Trabajadores, escrita por Marx, comienza de la siguiente manera:
“Un hecho muy significativo es que desde 1848 hasta 1864, la miseria de la clase obrera
no ha disminuido…”

A continuación. Marx escribe lo siguiente sobre las condiciones de la conquista y la


importancia de la legislación obrera:

“Después de una lucha de treinta años, sostenida con la mayor perseverancia, la clase
obrera inglesa, aprovechándose de una disidencia momentánea entre los señores de la
tierra y los señores del capital, consiguió arrancar el bill de las diez horas.

“Las inmensas ventajas físicas, morales e intelectuales que resultaron para los obreros de
las manufacturas han sido anotadas en las Memorias bianuales de los inspectores de las
fábricas, y en todas partes se complacen ahora en reconocerlas. La mayor parte de los
Gobiernos continentales fueron obligados a aceptar la ley inglesa sobre las manufacturas,
bajo una forma más o menos modificada, y el mismo Parlamento inglés se ve obligado
cada año a extender el círculo de su acción.

“El bill de las diez horas no fue tan sólo un triunfo práctico, fue también el triunfo de un
principio: por primera vez la economía política de la burguesía había sido derrotada por la
economía política de la clase obrera.”

Vemos la importancia que Marx atribuía a la lucha tenaz de los obreros por la disminución
de la jornada de trabajo y las demás conquistas en este sentido. No es que sobrestimase
la legislación obrera, sino que juzgaba indispensable combatir la subestimación de la
lucha de las masas obreras por sus reivindicaciones inmediatas.
Así, el Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores, formuló, a
propuesta de Marx, el 21 de julio de 1865, el siguiente orden del día para el Congreso de
Ginebra:

1) Unificación, con el concurso de la AIT, de las acciones que se realizan en las luchas
entre el capital y el trabajo en los diversos países.
2) Los sindicatos, su pasado, su presente y su porvenir.
3) Trabajo cooperativo.
4) Impuestos directos e indirectos.
5) Reducción de las horas de trabajo.
6) Trabajo femenino e infantil.
7) La invasión moscovita en Europa y el restablecimiento de una Polonia independiente e
integral.
8) Los ejércitos permanentes, su influencia sobre los intereses de la clase obrera.

Vemos que la mayor parte de los puntos del orden del día están dedicados a las
cuestiones de la situación política y económica de la clase obrera. ¿Cuál es la causa de
esta actitud? La siguiente:

“La situación de la clase obrera -escribió Engels- es la verdadera base y el punto de


partida de todos los movimientos sociales de la historia contemporánea.”

En la Asamblea siguiente del Consejo General. Marx recomienda en nombre de una


comisión especial, proponer al Congreso de Ginebra que organice el estudio de la
situación de la clase obrera, según el siguiente esquema:

1) Oficio. 2) Edad y sexo de los obreros. 3) Número de los ocupados. 4) Las condiciones
de contratación y salarios: a) aprendices; b) salarios por tiempo, a destajo o si el pago se
realiza según el rendimiento del obrero medio; c) promedio semanal y anual del salario. 5)
Las horas de trabajo: a) en la fábrica; b) en los pequeños talleres y en el trabajo a
domicilio; trabajo diurno y trabajo nocturno. 6) Intervalo para la comida. Actitud del
patrono con los obreros. 7) Estado de los locales de trabajo, aglomeración, ventiladores,
insuficiencia de luz natural, alumbrado de gas, higiene, etcétera. 8) Carácter de las
ocupaciones. 9) Influencia del trabajo en el estado físico. 10) Condiciones morales.
Instrucción, situación de la industria en la rama dada. Sí el trabajo es estacional o se
distribuye de una forma más o menos regular durante todo el año. Si se observan
fluctuaciones sensibles. Si la producción está destinada al consumo interior o a la
exportación.

Es también muy interesante el programa de reivindicaciones parciales elaborado por Marx


para el Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores de Ginebra. Este
programa termina con el capítulo “El pasado, el presente y el porvenir de los sindicatos”
(consultar el capítulo Los sindicatos y la lucha de clases del proletariado) y abarca, además de la
cuestión de la estructura orgánica de la Asociación Internacional de Trabajadores, los
siguientes problemas: Formación de sociedades mutualistas, encuesta estadística sobre la
situación de la clase obrera en todos los países efectuada por los obreros mismos,
repertorio detallado de las cuestiones para la recopilación del material estadístico; el
problema de la jornada de trabajo reducida y la implantación de la jornada de trabajo de
ocho horas, la prohibición del trabajo nocturno para las mujeres, el trabajo infantil
limitado a dos, cuatro y seis horas, de acuerdo con la edad de los niños. La educación
escolar de los niños, comprendiendo la educación intelectual, física y tecnológica y la
combinación del trabajo productivo y de la educación intelectual para los niños, etc.
Este mismo informe dedica un capítulo especial a la formación de cooperativas. Señala
que el objetivo de la Asociación Internacional de Trabajadores es combatir las maniobras
de los capitalistas siempre dispuestos, en caso de huelgas o lock-out, a aprovechar a los
obreros extranjeros como instrumento destinado a sofocar las justas reivindicaciones de
los obreros locales; combinar, generalizar y dar mayor uniformidad a los esfuerzos
todavía dispersos que se hacen en los diversos países para la emancipación de la clase
obrera, desarrollar entre los obreros de los diferentes países, no solamente los
sentimientos de fraternidad, sino también su manifestación efectiva, y unificarlos para la
formación del ejército emancipador.

Además, el informe contiene un capítulo especial sobre los impuestos directos e


indirectos, sobre la necesidad de suprimir la influencia rusa en Europa para realizar el
derecho de los pueblos a disponer libremente de sí mismos, sobre el restablecimiento de
Polonia sobre una base democrática y social, sobre la influencia funesta de los ejércitos
permanentes.

Contiene, en fin, la famosa consigna “el que no trabaja no come”. Esto nos da una idea del
carácter de este documento, que sirvió de punto de partida para la elaboración de
programas de reivindicaciones concretas en todos los países capitalistas.

¿Por qué juzgó necesario Marx elaborar para el Congreso de Ginebra un plan detallado?
¿Por qué colocó en el vértice del ángulo las reivindicaciones económicas del proletariado?
El mismo lo explica en la carta a Kugelmann del 9 de octubre de 1866:

“Lo he limitado (el programa) intencionadamente a los puntos que permiten a los obreros
un acuerdo inmediato y una acción de conjunto, que responden a las necesidades de la
lucha de clases y a la organización de los obreros como clase y las estimulan.”

Vemos aquí de nuevo a Marx como político y como táctico. Trata de obtener la
colaboración de los obreros para acciones conjuntas, viendo en esto justamente la
premisa “de la organización de los obreros como clase”. Aquí aparece con especial relieve
como táctico que sabe a qué eslabón hay que prenderse en el momento dado y en la
situación concreta, para vivificar las masas y conducirlas a la batalla. Nuestros Partidos
Comunistas y sindicales revolucionarios deben aprender de Marx este brillante arte
táctico.

El Congreso de Ginebra de la Asociación Internacional de Trabajadores resolvió lo


siguiente: “Declaramos que la limitación de la jornada de trabajo es la condición previa sin
la cual todas las demás aspiraciones de emancipación sufrirán inevitablemente un
fracaso… Proponemos que la jornada de ocho horas sea reconocida como límite legal de
la jornada de trabajo.”

Queremos mencionar que en los Congresos de la Internacional Comunista y de la


Internacional Sindical Roja, hubo comunistas que se manifestaron contra la jornada de
siete horas, basándose en que la jornada de trabajo en algunos países, en algunas
industrias, alcanzaba en realidad a 9 y 10 horas.

Marx atribuía una gran importancia a la disminución legal de la jornada de trabajo y a la


legislación obrera, luchando contra los bakuninistas que intentaban demostrar lo
contrario.

¡Qué lejos está este punto de vista de Marx sobre la legislación obrera, de la declamación
altisonante (Marx diría “trascendental”) de los bakuninistas sobre la inutilidad de la
legislación obrera!

“La fijación de una jornada de trabajo normal – escribe Marx- es el resultado de una
guerra civil prolongada y más o menos encubierta, entre la clase capitalista y la clase
obrera.

“Para defenderse de la serpiente de sus sufrimientos (Heine) los obreros deben unificarse
como clase y atrancar una ley que, potente barrera social, les impida venderse libremente
al capital y condenarse, ellos y sus descendientes, a la esclavitud y a la muerte.”

La lucha de los comunistas por las reivindicaciones parciales, así como su programa
después de la toma del poder, sirvió a los anarquistas de pretexto para acusar a Marx ya
los marxistas de “estrechez burguesa” y de renuncia a la revolución. Confundían
deliberadamente a los críticos de Marx con Marx mismo, haciendo pasar el revisionismo
por marxismo. Los anarquistas ponían como punto central del debate la cuestión del
Estado, y desde ese punto de vista juzgaban y condenaban a Marx y al marxismo. A este
respecto, es muy característica la “crítica” hecha por el anarquista Cherkesov a los diez
puntos del Manifiesto Comunista, que el proletariado deberá aplicar (según Marx y Engels)
después de la revolución obrera, en cuanto se transforme en clase dominante.
Marx y Engels

1) Expropiación de la propiedad de la tierra y utilización de la renta del suelo a los gastos


públicos.
3) Confiscación de los bienes de los emigrados y de los rebeldes.
8) Trabajo obligatorio para todos.

Cherkesov

1) ¡Toda la tierra al Estado! En Turquía la tierra es propiedad del Estado, del Sultán, que
cede una parte de ella a sus fieles.
3) Vieja infamia, que practican todos los déspotas y opresores.
8) Cosa indignante, tomada de los jesuitas paraguayos.

Me abstengo de citar las demás profundas observaciones “críticas” de Cherkesov, que


trata de demostrar que el Manifiesto Comunista no es más que un plagio literario. Esto basta
para comprender el grado de “revolucionarismo” de las lumbreras del anarquismo ruso,
que consideran la confiscación de la propiedad de los emigrados y contrarrevolucionarios
como una “infamia”. Para completar el cuadro, es necesario señalar, además, que este
mismo Cherkesov lanza rayos y truenos contra las reivindicaciones parciales, tratando de
demostrar que reivindicaciones como la de la jornada de ocho horas, la prohibición del
pago de salarios en mercaderías, el establecimiento de la responsabilidad del patrono por
la pérdida completa o parcial de la capacidad de trabajo del obrero, etc., no es más que
legislación obrera del Estado burgués, sin ninguna relación con el verdadero socialismo.
Esta diferente actitud frente a la lucha por las reivindicaciones inmediatas, imprimió su
sello en el trabajo científico-práctico de Marx y de sus adversarios proudhonianos y
bakuninistas. Marx recopilaba con una enorme perseverancia los materiales y construía
todas sus conclusiones sobre la base sólida de los hechos. Marx estudiaba ante todo las
circunstancias y los hechos, y solamente después sacaba las conclusiones, cosa que los
teóricos anarcosindicalistas ignoran completamente.

La gran importancia que Marx atribuía a la dilucidación de la situación de la clase obrera,


se demuestra en el cuestionario que preparó en 1880 para los obreros, publicado con su
introducción en la revista socialista del 2 de abril de 1880. Marx fundamenta esta
encuesta de la siguiente manera:

“Ningún gobierno (monárquico o republicano burgués) se ha atrevido a emprender una


seria encuesta sobre la situación de la clase obrera francesa. Pero, en cambio, ¡qué de
encuestas sobre las crisis agrícolas, financieras, industriales, comerciales, políticas!
“Las infamias de la explotación capitalista reveladas por la encuesta oficial del gobierno
inglés; las consecuencias legislativas que dichas revelaciones han conllevado (reducción
por ley de la jornada a diez horas, leyes sobre el trabajo de las mujeres y de los niños,
etc.), han obligado a la burguesía francesa a temer aún los peligros que podría reportar
una encuesta imparcial y sistemática.

“En la esperanza de poder impulsar al gobierno republicano a imitar al gobierno


monárquico de Inglaterra y abrir una vasta encuesta sobre los hechos y los defectos
graves y nefastos de la explotación capitalista, intentaremos con los débiles medios de
que disponemos emprender una encuesta semejante. Esperamos obtener el apoyo para
nuestra obra de todos los obreros de las ciudades y del campo que comprendan que sólo
ellos mismos pueden describir con todo conocimiento de causa los males que les aquejan;
que sólo ellos mismos y no sus salvadores redentores providenciales, pueden aplicar
enérgicamente los remedios a los males sociales que padecen; contamos también con que
los socialistas de todas las escuelas que desean una reforma social, deben también desear
un conocimiento preciso y positivo de las condiciones en que trabaja y se mueve la clase
obrera, la clase a la que pertenece el porvenir.

“Estos cuadernos de trabajo son la obra primordial que debe imponerse la democracia
socialista para preparar la renovación social.”

La encuesta misma es en sí un documento minucioso, ampliamente elaborado, que


merece la más cuidadosa atención. Su base reposa en las cuestiones que Marx planteó ya
en los años 1865-66. Pero como se proponía hacer comprender, a los obreros y a los
mismos socialistas franceses, la ligazón orgánica que existe entre la política y la economía
-lo que fue y sigue siendo el punto más débil del movimiento revolucionario en Francia-,
amplió considerablemente la encuesta, introduciendo también una serie de preguntas
para precisar todavía más el tema. Las cien preguntas de la encuesta abarcan las formas
de salario, la duración de la jornada de trabajo, la protección del trabajo, el coste de la
vida, las formas de solución de los conflictos, las formas cómo el patrón ejerce influencia
sobre los obreros, la cuestión de la ayuda mutua, las formas de intervención de los
órganos del Estado en las luchas entre el capital y el trabajo, las variedades y formas de
las sociedades de ayuda mutua, voluntarias y forzosas, el número y carácter de las
sociedades de resistencia, el carácter y la duración de las huelgas, etcétera.

Marx y los sindicatos (VIII): Marx y el movimiento huelguístico

Posted on 26 marzo, 2018 by El Salariado in Historia and tagged Engels, Huelga, Losovsky, Marx, sindicalismo.


8. Marx y el movimiento huelguístico

Luchando contra la subestimación y la sobreestimación de la lucha económica y de los


sindicatos, Marx y Engels atribuyeron mucha importancia a las huelgas y a la lucha
económica del proletariado. Tanto Marx como Engels juzgaban las huelgas como un arma
potente en la lucha por los objetivos inmediatos y finales de la clase obrera. La
transformación de los obreros dispersos en una clase, que se realiza en el curso de una
áspera lucha, está expuesta de una manera clásica en el Manifiesto Comunista, vivo e
inalterable documento del comunismo mundial. El Manifiesto Comunista pinta con vivos
colores el nacimiento de la burguesía y de su sepulturero, la clase de los obreros
modernos que no viven más que a condición de encontrar trabajo y que no lo encuentran
más que sí su trabajo aumenta el capital.
He aquí lo que encontramos en el Manifiesto Comunista respecto a las vías “de la
organización del proletariado en clase”:
“El proletariado pasa por diferentes etapas de evolución, pero su lucha contra la burguesía
comenzó así que nació.
“Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados; en seguida, por los obreros de
una misma fábrica, y al fin, por los obreros del mismo oficio de la localidad contra la
burguesía que los explota directamente. No se contentan con dirigir sus ataques contra el
modo burgués de producción, y los dirigen contra los mismos instrumentos de
producción; destruyen las mercancías extranjeras que les hacen competencia, rompen las
máquinas, queman las fábricas y se esfuerzan en reconquistar la posición perdida del
artesano de la Edad Media.

“En este momento el proletariado forma una masa diseminada por todo el país y
desmenuzada por la competencia. Sí alguna vez los obreros forman en masas compactas,
esta acción no es todavía la consecuencia de su propia unidad, sino la de la burguesía,
que por atender a sus fines políticos debe poner en movimiento al proletariado, sobre el
que tiene todavía el poder de hacerlo. Durante esta fase los proletarios no combaten aún a
sus propios enemigos, sino a los adversarios de sus enemigos: es decir, los residuos de la
monarquía absoluta, propietarios territoriales, burgueses no industriales, pequeños
burgueses. Todo el movimiento histórico es de esta suerte concentrado en las manos de la
burguesía; toda victoria alcanzada en estas condiciones es una victoria burguesa.

“Ahora bien: la industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios,


sino que los concentra en masas más considerables; los proletarios aumentan en fuerza y
adquieren conciencia de ella. Los intereses, las condiciones de existencia de los
proletarios, se igualan cada vez más a medida que la máquina borra toda diferencia en el
trabajo y reduce casi por todas partes el salario a un nivel igualmente inferior. Como
resultado de la creciente competencia de los burgueses entre sí y de las crisis comerciales
que ocasionan, los salarios son cada vez más fluctuantes; el constante perfeccionamiento
de la máquina coloca al obrero en más precaria situación; los choques individuales entre
el obrero y el burgués adquieren cada vez más el carácter de colisiones entre dos clases.
Los obreros empiezan por coaligarse contra los burgueses para el mantenimiento de sus
salarios. Llegan hasta formar asociaciones permanentes, en previsión de estas luchas
circunstanciales. Aquí y allá la resistencia estalla en sublevación.

“A veces los obreros triunfan, pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus
luchas es menos el éxito inmediato que la solidaridad aumentada de los trabajadores. Esta
solidaridad es favorecida por el acrecentamiento de los medios de comunicación, que
permiten relacionarse a los obreros de localidades diferentes. Después, basta este
contacto, que por todas partes reviste el mismo carácter, para transformar las numerosas
luchas locales en lucha nacional, con dirección centralizada, en lucha de clase. Mas toda
lucha de clases es una lucha política. Y la unión que los burgueses de la Edad Media, con
sus caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios modernos la
conciertan en algunos años gracias a los ferrocarriles.

“Esta organización del proletariado en clase, y por tanto, en partido político, es sin cesar
destruida por la competencia que se hacen los obreros entre sí. Pero renace siempre, y
siempre más fuerte, más firme, más formidable.”

En su libro La situación de la clase obrera en Inglaterra, Engels atribuye una gran importancia a
la lucha incesante de los obreros ingleses por el mejoramiento de su suerte. Considera las
huelgas como escuela de guerra social, como instrumento indispensable y obligatorio en
la lucha por la emancipación de la clase obrera. Engels estudió la situación y las luchas del
proletariado inglés en las primeras décadas del siglo XIX, en que la lucha de la clase
obrera tenía todavía en grado considerable un carácter espontáneo. Se necesitaba tener un
gran olfato revolucionario para orientarse en los acontecimientos que se desarrollaban y
apreciar el verdadero carácter del movimiento huelguístico en una forma justa, cuando “la
imperial ‘ciencia burguesa’ perseguía furiosamente a los obreros”. He aquí, por ejemplo,
lo que leemos en Engels:
“En la guerra, el daño causado a un beligerante es de por sí una ventaja para el otro, y
como los obreros se hallan en estado de guerra con los fabricantes, hacen, en este caso,
lo mismo que los grandes potentados cuando se enredan unos con otros.

“La cantidad increíble de huelgas, muestran claramente que la guerra social es muy
violenta en Inglaterra. Estas huelgas no son todavía más que escaramuzas, es cierto, pero
a veces son también batallas serias. No deciden nada, pero demuestran con indudable
claridad, que el combate decisivo entre el proletariado y la burguesía se aproxima. Las
huelgas son para los obreros una escuela de guerra que los prepara para la gran lucha,
que se ha hecho inevitable. Las huelgas, en fin, son pronunciamientos de diversos ramos
de trabajo que anuncian su adhesión al gran movimiento obrero… Y como escuela de
guerra, dan resultados considerables. En estas huelgas se desarrolla el valor particular del
inglés.

“Si el obrero que sabe por experiencia lo que es la miseria, se decide a afrontarla
audazmente, con su mujer e hijos, si pasa durante meses hambre y miseria y permanece
firme e indomable, es que no se trata de una insignificancia. ¿Qué son la muerte y las
cárceles que amenazan al revolucionario francés, en comparación con la lenta agonía
provocada por el hambre, en comparación con la vista diaria de la familia hambrienta, en
comparación con la seguridad de que la burguesía se vengará algún día, en fin, en
comparación con lo que el obrero inglés está dispuesto a sufrir antes que inclinarse ante
el yugo de la clase poseedora?… Los hombres que soportan tanto para vencer a un solo
burgués, serán capaces también de romper el poder de toda la burguesía.”
La gran importancia que Marx atribuye al movimiento huelguístico, a la organización de la
solidaridad entre los huelguistas, a la lucha contra la importación de rompehuelgas de
otros países, se patentiza en las actas del Consejo General de la Asociación Internacional
de Trabajadores. Estas actas, con todo su laconismo y concisión, proyectan una luz viva
sobre la enorme atención que Marx y la Iª Internacional fundada por él prestaban a las
huelgas y al socorro a los huelguistas. He aquí algunos extractos de estas actas:

“El 25 de abril de 1865 se da lectura a una carta de los obreros cajistas de Leipzig, en la
que anuncian su huelga, expresando su esperanza de obtener la ayuda de los cajistas de
Londres. El Consejo General envía una delegación compuesta por Fox, Marx y Kremer para
asistir a la Asamblea de la Sociedad de Cajistas de Londres y dar a conocer la carta de
Leipzig.

“El 9 de mayo de 1865 Fox comunica que la delegación asistió a la asamblea en cuestión,
pero que los cajistas declararon que no podían dar el dinero en un plazo de tres meses, de
modo que los esfuerzos de la delegación fueron infructuosos.

“El 23 de mayo de 1865 se da lectura a una carta de Lyon de los obreros de las fábricas de
tul, sobre la ofensiva contra sus salarios. El 20 de junio de 1865 se escucha un
comunicado diciendo que la Sociedad de Tejedores de Lille quiere adherirse a la
Asociación Internacional de Trabajadores. A continuación se da lectura de una carta de
Lyon comunicando que los obreros se vieron obligados a ceder por falta de medios de
subsistencia. El 30 de enero de 1866 se trata del problema de las Cámaras de arbitraje
que se discute en la Unión de Londres. El 27 de marzo de 1866 se anuncia la huelga de
sastres de Londres y el proyecto de traer rompehuelgas del continente. El Consejo General
resuelve avisar a los países vecinos con el fin de evitar que vengan obreros continentales
durante la lucha. El 4 de abril de 1866, un delegado de los obreros del alambre agradece
al Consejo su intento de impedir a los patronos que obtuvieran obreros del continente
para reemplazar a los huelguistas. El 22 de mayo se da lectura a una carta de Ginebra
anunciando el comienzo de una huelga de zapateros, y pidiendo que se informe a los
obreros de todos los países. Se elige una comisión encargada de ponerse en relación con
el Departamento local de los ladrilleros y ebanistas de Strandford, que prometieron
adherirse a la Asociación ‘no sólo de palabra sino prácticamente’. El 28 de septiembre se
da lectura a una carta de los tipógrafos de una imprenta de diarios de Nueva York, que
pide que se impida la importación de mano de obra. En la misma fecha se lee una carta de
los tipógrafos y xilógrafos de Hildon pidiendo ayuda para su huelga y también una carta
que comunica el lock-out de los canasteros. Se encarga al secretario contestar que no hay
ninguna posibilidad de ayuda financiera. El 12 de octubre de 1869 se da lectura a una
carta sobre la huelga de obreros de lana e hilanderos en Elbeuf pidiendo ayuda. Los
hilanderos insisten en que se fijen tarifas. El 27 de enero de 1869 Marx da cuenta de una
carta recibida en Hannover, dónde los mecánicos están en huelga desde hace seis
semanas, contra la prolongación de la jornada de trabajo y la reducción de los salarios. El
4 de enero de 1870, contestando a la petición hecha por la directiva del Partido
socialdemócrata de un préstamo a los mineros en huelga de Waldenburg, se encarga al
secretario que responda que ‘no hay ninguna perspectiva de ayuda de Londres’. El 11 de
enero de 1870, se da lectura a una carta de Neuville-sur-Seine, pidiendo ayuda para los
huelguistas de la impresión en tela. Se encomienda al secretario comunicarse con
Manchester respecto a esta huelga. El 18 de abril de 1870, Varlin comunica que había
estado en Lille para la fundación de una organización sindical bajo el control de la
Asociación Internacional de Trabajadores. En la misma fecha, Dupont informa de las
severas condenas contra los mineros por haber estado en huelga. Se encarga a Marx
redactar un llamamiento a todas las organizaciones obreras y secciones de la organización
del continente europeo y de los Estados Unidos, pidiéndoles ayuda para los huelguistas. El
20 de junio de 1870, se escucha una comunicación del sindicato de la construcción
mecánica que resolvió enviar dinero a los fundidores de Paris. El consejo resuelve que el
secretario de la Unión de obreros de construcción de maquinaria lleve el dinero a París, no
solamente para asegurar su recepción por los interesados, sino también para producir ‘un
buen efecto moral’.”

El Consejo General de la Iª Internacional se ocupó también de grandes cuestiones


políticas. Pero la particularidad de la Iª Internacional consistía precisamente -y esto es
indudablemente un mérito de Marx- en que en las reuniones del Consejo General
ocupaban mucho lugar las cuestiones de la lucha huelguística, que no hacia una división
artificial entre la política y la economía; tanto una como otra eran motivo de discusión. Se
tomaban decisiones inmediatas, y, frecuentemente, “al doctor Marx” se le encomendaban
misiones muy modestas, como la de asistir a la asamblea de tal o cual sindicato, redactar
un manifiesto sobre tal o cual huelga, o escribir a tal o cual país para comenzar la
campaña contra el envío de rompehuelgas, etc. Con razón Marx veía en esto una parte de
su actividad política general.

Un ejemplo de la importancia que Marx atribuía a estas cuestiones, puede verse en el caso
siguiente: El 23 de abril de 1856 Marx escribía a Engels:

“El estado de la Internacional es el siguiente: Desde mi regreso, la disciplina está


completamente restablecida. Además, la intervención afortunada de la Internacional en la
huelga de sastres, por medio de las cartas de los secretarios de las secciones de Francia,
Bélgica, etc., produjo sensación entre los trade-unionistas locales.”

Esta intervención de la Internacional en la huelga le dio gran popularidad. Los obreros de


todos los países comenzaron a dirigirse a la Internacional cada vez que tropezaban con
alguna dificultad. El 27 de enero de 1867, Marx escribe con alegría a Engels:
“Nuestra Internacional ha obtenido un gran éxito. Hemos conseguido el apoyo financiero
de los trade-unionistas ingleses para los obreros huelguistas de la industria del bronce de
París. Ante todo, los patronos se batieron en retirada. Esta historia ha alborotado mucho a
los periódicos franceses y actualmente somos una fuerza reconocida en Francia.”

Marx atribuía una gran importancia a la ayuda material a los obreros en lucha contra el
capital. En el Congreso de la Internacional realizado en Ginebra en 1866, Marx propuso la
siguiente resolución:

“Una de las funciones especiales de la Asociación, que ya ha sido realizada en diversos


casos con gran éxito, consiste en oponerse a las intrigas de los capitalistas, siempre
prontos a apelar a la mano de obra de otros países, en caso de huelga de sus obreros,
para impedir el triunfo de sus reivindicaciones. Uno de los objetivos principales de la
Asociación, es que los obreros de los diversos países no solamente se sientan humanos,
sino que se consideren como partes unificadas de un solo ejército emancipador.”
(Resolución sobre la ayuda mutua internacional en la lucha del trabajo contra el capital).

La gran importancia que Marx atribuía a las huelgas y a los actos de solidaridad
relacionados con ellas, se ve, por ejemplo, en su carta a Engels del 18 de agosto de 1869.
En esta carta. Marx expresa su júbilo porque los obreros del bronce de París devolvieron
las 45 libras esterlinas recibidas en calidad de préstamo y a continuación escribe lo
siguiente:

“En Posnania, según comunica Zabitzky, los obreros polacos (carpinteros, etc.), han
terminado victoriosamente la huelga, debido principalmente a la ayuda de los obreros de
Berlín. Esta lucha contra el señor capital, aun en la forma modesta de una huelga, pondrá
fin a los prejuicios nacionalistas de una forma muy distinta a las declamaciones pacifistas
de los señores burgueses.”

Obran en nuestro poder algunos manifiestos escritos por Marx por encargo del Consejo
General en relación con las grandes huelgas de aquel periodo. A la pluma de Marx se
debe, por ejemplo, el llamamiento a los obreros de Europa y de Estados Unidos, con
motivo de los asesinatos en masa de los huelguistas perforadores y mineros de Searing y
Frameries (Bélgica), en el año 1869. Marx estigmatiza el “impulso irresistible de la
caballería belga en Searing y la inflexible pujanza de la infantería en Frameries”. Marx
escribe que “los increíbles atropellos son explicados por algunos políticos con razones de
alto patriotismo”, que “el capitalismo belga es célebre por su amor original a lo que él
llama libertad de trabajo”; Marx llena de sarcasmos a los que acusan a los miembros de la
Internacional en Bélgica, “de pertenecer a una Asociación fundada con el fin de atentar
contra la vida y la propiedad de las personas privadas, etc.”. Marx define a los
constitucionalistas belgas como sigue:
“Hay un pequeño país en el mundo civilizado donde cada huelga es ávida y alegremente
tomada como pretexto para una matanza oficial de la clase obrera. Esta región, bendita
entre todas, es Bélgica, el Estado modelo del constitucionalismo continental, este pequeño
país, bien abrigado, este pequeño y agradable paraíso del propietario, del capitalista y del
cura. La tierra no realiza tan seguramente su vuelta alrededor del sol como el gobierno
belga su matanza obrera anual. La de este año no difiere de la del año pasado, si no es
por el número de sus víctimas, más horrible todavía, por la ferocidad más odiosa de un
ejército ridículo, por las alegrías más ruidosas de la prensa clerical y capitalista y por la
gran frivolidad de pretextos puestos en juego por los carniceros del gobierno.”

Este magnífico manifiesto termina con un llamamiento para recoger dinero en favor de las
familias de los huelguistas, y “para sufragar los gastos de la defensa de los obreros
detenidos y la investigación emprendida por el Comité de Bruselas”.

Un interés extraordinario desde el punto de vista de la apreciación de las opiniones de


Marx sobre el movimiento huelguístico, presenta el informe que escribió para el cuarto
Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores, celebrado en Basilea en 1869.

“El informe del Consejo General -escribe Marx- hablará principalmente de la lucha de
guerrillas entre el capital y el trabajo. Nos referimos a las huelgas que en el transcurso del
último año han agitado el continente europeo y que se dice que no fueron provocadas por
la miseria de los obreros ni por el despotismo de los capitalistas, sino por las intrigas
secretas de nuestra Asociación.”

Luego Marx habla de las “revueltas económicas de los obreros de Basilea”, de los
“tejedores de Normandía, que se han sublevado por primera vez contra la ofensiva del
capital”, a pesar de no tener ninguna organización. Con el concurso de la Asociación
Internacional de Trabajadores, los obreros de Londres prestaron su ayuda a esta huelga.
“El fracaso de esa lucha económica, escribe Marx, fue ampliamente compensado por sus
grandes resultados morales. Enroló a los obreros algodoneros de Normandía en el ejército
revolucionario del trabajo e impulsó la creación de sindicatos en Rouen, Elbeuf, etc. La
alianza fraternal de las clases obreras inglesa y francesa ha sido consolidada.” Y Marx
agrega:

“Los devanadores de seda de Lyon, mujeres en su mayoría, han entrado en la arena de la


lucha económica. La necesidad los ha obligado a dirigirse a la Internacional. En Lyon,
como sucedía antes en Rouen, las mujeres obreras desempeñaron un generoso y
destacado papel. Así, reclutaron en algunas semanas cerca de 10.000 nuevos miembros
de esta heroica población que escribió hace 30 años en su bandera la consigna del
proletariado moderno: ‘Vivir trabajando o morir luchando’.”
Marx traza luego un cuadro de la lucha y las persecuciones de los obreros de Prusia,
Hungría, Austria y cita un ejemplo elocuente de cómo el Ministro del Interior de Hungría,
Wenkheim, “saboreando un cigarro”, declaró a una delegación obrera de Presbourg que
fue a solicitar el levantamiento de la prohibición de una fiesta realizada en favor de una
caja de enfermos:

“¿Son ustedes obreros? ¿Trabajan con celo? Lo demás no es cosa suya. No necesitan
asociaciones, y si se meten en política, sabremos tomar las medidas necesarias. No haré
nada por ustedes. Que los obreros murmuren cuanto les venga en gana.”

Refiriéndose a Inglaterra, Marx escribe que: “Inglaterra puede vanagloriarse de la matanza


de los mineros de Gales”, agregando que “el tribunal, compuesto de burgueses, que
investigó esta cuestión y las condiciones en las cuales los soldados abrieron fuego contra
los obreros, reconocieron esta matanza como un asesinato legal”.

Este informe al congreso de Basilea reviste un enorme interés, porque en él reunió Marx
una enorme cantidad de hechos, no solamente sobre las huelgas de aquel tiempo, sino
también sobre las persecuciones contra los miembros de la Asociación Internacional ele
Trabajadores.

La intervención de la Iª Internacional en el movimiento huelguístico provocó la alarma de


la burguesía de todos los países. Los patronos de Ginebra clamaban que “los miembros
locales de la Internacional hundían al Cantón de Ginebra, obedeciendo decretos enviados
de Londres”. En Basilea los capitalistas “transformaron inmediatamente su hostilidad
contra los obreros, en una cruzada contra la Asociación Internacional de Trabajadores”.
Enviaron un emisario especial a Londres con la fantástica misión de averiguar la cifra del
“Tesoro” de la Internacional. “El juez de instrucción de Bruselas creía que el tesoro se
guardaba en un cofre oculto en un lugar secreto. Se precipitó sobre el cofre: abrió y
encontró… algunos trozos de carbón”. “Seguramente -escribe irónicamente Marx-,
cuando la mano del policía tocaba el oro puro de la Internacional, se transformó
instantáneamente en carbón.”

En el informe del Congreso de La Haya de 1872, Marx cita decenas de ejemplos de la


rabiosa actitud contra la Asociación Internacional de Trabajadores. Julio Favre se dirigió,
inmediatamente después del aplastamiento de la Comuna, a todos los gobiernos
proponiendo que se tomasen medidas comunes contra la Internacional. Bismarck y el Papa
de Roma se apresuraron a dar una respuesta afirmativa, se efectuó una entrevista entre
los emperadores de Austria y Alemania en Salzburg para fijar las medidas contra la
Asociación Internacional de Trabajadores.
“Pero -escribe Marx en su informe al congreso de La Haya- todas las medidas represivas
que era capaz de inventar la inteligencia gubernamental coaligada de Europa, palidecen
frente a la campaña de calumnias que el mundo civilizado conduce contra la Internacional.

“Las historias apócrifas y los misterios de la Internacional, las desvergonzadas


falsificaciones de documentos oficiales y de cartas privadas, los telegramas sensacionales,
etc., se sucedían rápidamente. Todas las compuertas de las calumnias de que dispone la
prensa mercenaria de la burguesía, fueron abiertas inmediatamente, arrojando un torrente
de vilezas destinadas a ahogar al odiado enemigo. Esta guerra de calumnias no tiene
paralelo en la historia, hasta tal punto es internacional el campo en que se desarrolla, tan
completa es la unanimidad con la cual la conducen los diferentes órganos de partido de
las clases dominantes. Después del gran incendio de Chicago, el telégrafo echó a rodar
por todo el globo terrestre la especie de que se trataba de un trabajo diabólico de la
Internacional. Es extraño que no atribuyeran a su demoníaca intervención el ciclón que
devastó las Antillas.”

A los clamores del capital internacional, de sus literatos pagados por la policía política y
de los confidentes de la literatura. Marx contesta:

“No es la Internacional la que empujó a los obreros a las huelgas; al contrario, las huelgas
han empujado a los obreros a la Internacional.”

Los proudhonianos y bakuninistas eran contrarios, como se sabe, a los sindicatos y a las
huelgas, pero luego efectuaron un viraje completo, convirtiéndose en fervientes
partidarios de los sindicatos como única forma de lucha. Bakunin parte de la idea de que
“las reivindicaciones económicas son la esencia y el objetivo de la Internacional” y “las
cajas de resistencia, las trade-uniones, son el sólo medio de lucha verdaderamente eficaz
de que pueden disponer actualmente los obreros contra la burguesía”.

Después de haberse instalado sobre esta base absoluta (Bakunin pensaba siempre en
absoluto, no comprendía la dialéctica), formula a su manera la importancia y el desarrollo
del movimiento huelguístico. He aquí lo que dice Bakunin:

“La huelga es el comienzo de la guerra social del proletariado contra la burguesía, aun
dentro de los límites de la legalidad. Las huelgas son un valioso método de lucha en dos
sentidos: en primer lugar, electrizan a las masas, templan su energía moral y levantan en
su corazón la conciencia del profundo antagonismo entre sus intereses y los de la
burguesía, descubriéndoles de una forma cada vez más evidente, de una manera
irrevocable, el abismo que los separa; y en segundo lugar, contribuyen enormemente a
provocar y formar entre los trabajadores de todos los oficios y de todos los países, la
conciencia y el hecho mismo de la solidaridad. Doble acción, por un lado negativa, por
otro positiva, que tiende a constituir directamente el nuevo mundo proletario,
oponiéndole de una forma casi absoluta al mundo burgués.

“No hay nadie que ignore los sacrificios y sufrimientos que cada huelga cuesta a los
trabajadores. Pero son necesarias, tanto, que sin ellas sería imposible despertar a las
masas populares para la lucha social, ni organizarías. La huelga es una guerra y las masas
populares no se organizan más que en el curso y por medio de la guerra que arranca a
cada trabajador del aislamiento ordinario, absurdo y desesperante. La guerra le une de
súbito a otros trabajadores, en nombre de una misma pasión, de un solo objetivo, y
convence a todos de la misma manera, palpable y evidente, de la necesidad de una rígida
organización para lograr la victoria. Las masas populares excitadas, son como el metal en
fusión, que se templa en una sola masa compacta y se moldea con mucha mayor facilidad
que el metal frío, a condición de que se encuentren buenos maestros para moldearlo de
acuerdo con las propiedades y leyes interiores del metal en cuestión y conforme a las
necesidades e instintos populares…

“Las huelgas despiertan en las masas populares todos los instintos sociales
revolucionarios que duermen en el fondo de cada trabajador, constituyendo, digámoslo
así, esa sustancia histórica social-filosófica, pero que en tiempos ordinarios, bajo el yugo
de las costumbres de esclavos y de la mansedumbre general, no son reconocidas más que
por unos pocos. Por el contrario, cuando estos instintos suscitados por la lucha
económica se despiertan en las multitudes obreras, la propaganda del pensamiento social
revolucionario entre ellos se hace extraordinariamente fácil. Porque esta idea no es otra
cosa que la más pura, la más fiel expresión de los instintos populares.

“Toda huelga es también valiosa porque extiende y profundiza cada vez más el abismo
que separa en todas partes a la clase burguesa de la masa popular, porque demuestra a
los productores de la manera más palpable, la absoluta incompatibilidad de sus intereses
con los de los capitalistas y propietarios… Sí, no hay mejor medio para arrancar a los
trabajadores de la influencia política de la burguesía, que la huelga.

“Sí, las huelgas son una gran cosa. Crean, multiplican, organizan y forman los ejércitos del
trabajo, el ejército que debe quebrar y vencer la fuerza del Estado burgués y preparar un
amplio y libre camino para un mundo nuevo.”

Si se compara este lirismo, en el que hay algo de verdadero, con lo que Marx escribe
sobre las huelgas en el primer tomo de El Capital, veremos inmediatamente la diferencia
entre el dialéctico y el metafísico. Marx escribe sobre huelgas concretas, cita decenas de
ejemplos de luchas de obreros, describe la influencia que ejercen sobre la jornada de
trabajo, sobre los salarios, sobre la legislación del trabajo, etc. En cambio a Bakunin no le
interesa la legislación del trabajo, porque no ve la relación entre las reivindicaciones
parciales y el objetivo final, cree que de cada huelga puede surgir la revolución. A Marx le
interesan los límites de acción de los sindicatos. A Bakunin esa cuestión no le preocupa.
Su actitud frente a las huelgas es igual a la de los anarquistas en la cuestión del Estado,
como dijo Lenin en El Estado y la Revolución. Lo que hay de justo en la concepción de los
anarquistas sobre el Estado -el objetivo final, la sociedad sin clases y sin autoridad- lo
diluyeron en una cantidad tal de jarabe metafísico, que llegaron a ahogar la posibilidad
misma de alcanzar esa fase del desarrollo de la humanidad. Otro tanto sucede con la
huelga, a la que atribuyen tantas propiedades milagrosas. Dicen tan expresamente “la
huelga salvadora”, que es difícil establecer su carácter y sus límites, sus consecuencias y
sus relaciones con las demás formas de la lucha.
¿Cuáles son, entonces, los límites de acción de los sindicatos, y de las huelgas? Carlos
Marx dio sobre esta cuestión una respuesta completa en su discusión con Weston:

“En efecto, los obreros, hecha abstracción de la servidumbre que supone todo el sistema
del salariado, no deben exagerar las consecuencias de estas luchas cotidianas, no deben
olvidar que luchan contra los efectos, pero no contra sus causas; que no hacen más que
retrasar el movimiento descendente, pero no varían su dirección; que no hacen más que
aplicar paliativos, pero no curar la enfermedad. Por tanto, no deben gastar su energía
exclusivamente en esta lucha inevitable de guerrillas; lucha que provoca siempre los
continuos ataques del capital o las variaciones del mercado.

“Deben comprender que el sistema actual, con todas las miserias que lleva aparejadas
para ellos, produce al mismo tiempo las condiciones materiales necesarias para la nueva
edificación económica. En vez de la solución conservadora: ‘Un salario justo por una
jornada de trabajo justa’, deben inscribir en su bandera las palabras revolucionarias:
‘Abolición del sistema del trabajo asalariado’.”

Hemos llegado aquí a uno de los puntos clave de la doctrina de Marx sobre las huelgas.
Hemos visto ya que Marx y Engels llaman a las huelgas “guerra civil”, “sublevaciones
económicas”, “verdadera guerra civil”, “guerra de guerrillas”, “escuela de guerra”,
“escaramuzas de vanguardia”, hablaron de las huelgas que ponen en peligro el régimen
existente. Pero he aquí que Marx dice ahora que la lucha económica es una lucha contra
los efectos, y no contra las causas, que es un paliativo y no el remedio de la enfermedad.
¿No hay aquí una contradicción o una renuncia a sus ideas originales? No, ni una ni otra
cosa. Es que Marx tenía necesidad de luchar, en el problema de las huelgas, contra la
derecha y contra la izquierda. Entre los trade-unionistas ingleses se difundía entonces la
idea de que las huelgas son ineficaces para los obreros.

“Nosotros consideramos -dijo uno de los dirigentes de las trade-uniones ante la comisión
real en 1876- que las huelgas son un torpe derroche de dinero, no solamente para los
obreros, sino también para los patronos.”
Marx combatió vigorosamente las teorías burguesas según las cuales las huelgas son un
derroche estéril de dinero y de fuerzas, demostrando la enorme importancia de las
huelgas para la transformación del proletariado en clase. Pero, por otro lado, en el seno
de la Iª Internacional comenzaron a difundirse ideas anarco-sindicalistas, conforme a las
cuales las huelgas económicas son el único medio de lucha. Por eso Marx planteó de
forma terminante la cuestión de encaminar la energía de las masas a la lucha contra las
causas de la explotación, por importante que fuese la lucha contra sus efectos.

En la carta a Bolte que hemos citado anteriormente, Marx indica cómo de las aisladas
reivindicaciones económicas de los obreros, surge un movimiento político, es decir, un
movimiento de clase. Aquí, más que en cualquier otra parte, la cantidad se transforma
rápidamente en calidad. De toda la doctrina de Marx y Engels, resalta que la huelga
económica tiene una gran importancia política, pero se trata precisamente de calcular el
grado y el alcance de esa importancia. Si la huelga económica reviste un carácter de
estallido espontáneo, no por eso pierde su importancia política. “La espontaneidad es la
forma original de la conciencia” (Lenin). La importancia política de la huelga depende de
las dimensiones y del alcance del movimiento. Si una huelga, a pesar de tener amplias
dimensiones, está encabezada por jefes que desde su comienzo la encierran en un
estrecho marco corporativo, embotan su filo político, vacían su contenido fundamental y
no podrá dar los resultados políticos que podía haber dado. Por el contrario, si una huelga
que tiene por punto de partida reivindicaciones puramente económicas, es llevada desde
su comienzo por el cauce de su combinación con la lucha política, rinde el máximo de
efecto. Marx comprendía que la huelga económica es un arma seria en manos del
proletariado contra la burguesía, porque todo lo que ataca a los capitalistas ataca al
sistema capitalista, pero consideraba necesario señalar que la lucha económica
estrictamente limitada, “no puede cambiar la dirección del desarrollo capitalista”.

De esta idea de Marx: una lucha puramente económica es una lucha contra el efecto y no
contra la causa, se intentó crear la teoría de que antes de la guerra, todas las luchas
económicas tenían un carácter defensivo y sólo con el comienzo de la actual crisis general
del capitalismo las huelgas tienen un carácter ofensivo. Esta idea se encuentra en el
documentado e interesante libro de Fritz David, La bancarrota del reformismo, que contiene,
sin embargo, algunas formulaciones erróneas. Esta clasificación de huelgas económicas en
defensivas y ofensivas es falsa y políticamente dañina, porque no tiene en cuenta la vida
real, y la realidad nos demuestra que también antes de la guerra había huelgas ofensivas
(lucha por el aumento de los salarios, por la disminución de la jornada de trabajo), y que
actualmente tenemos también huelgas defensivas. Es erróneo clasificar la ofensiva y la
defensiva según el tiempo y no sobre la base de un análisis de cada huelga concreta y de
la actitud del sindicato y de los obreros en la huelga de que se trate. Contra los efectos
del capitalismo se puede luchar tanto mediante la ofensiva como mediante la defensiva.
La opinión de Marx debe ser puesta en relación con lo que dice en la Miseria de la filosofía:
”En esta lucha -verdadera guerra de guerrillas- se unifican y desarrollan todos los
elementos para una batalla futura. Alcanzado este nivel, la coalición adquiere un carácter
político.” Después de citar este pasaje de la Miseria de la filosofía, Lenin escribe:
“Tenemos aquí ante nosotros el programa y la táctica de la lucha económica y del
movimiento sindical para varias décadas, para todo el largo período de preparación de las
fuerzas del proletariado para los combates futuros.”

Partiendo de la subordinación de la lucha económica a la lucha política de la clase obrera,


Marx sacaba la conclusión de que la huelga es una de las formas más importantes y
agudas de la lucha. Bakunin, partiendo de la negación de la política, saca la conclusión de
que la huelga es la única forma de lucha. Lo que Bakunin esbozó, sus discípulos lo
desarrollaron en una teoría y táctica concisas, cuyas funestas consecuencias se han
reflejado y se siguen reflejando en una forma especialmente patente en el movimiento
obrero de los países latinos.

Marx y los sindicatos (y IX): Los pseudomarxistas y los críticos de Marx

Posted on 16 abril, 2018 by El Salariado in Historia and tagged Losovsky, Marx, sindicalismo.


9. Los pseudomarxistas y los críticos de Marx
“¿Qué es lo que distingue esencialmente al marxismo de todas las demás teorías pre-
marxistas y pseudo-marxistas? ¿Cuál es la línea divisoria principal entre el marxismo y el
pseudo-marxismo? Esta línea de demarcación, esta diferencia, fue definida por Lenin en
su célebre trabajo El Estado y la Revolución, donde declara:
“Es marxista únicamente el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al
de la dictadura del proletariado. En esto consiste la profunda diferencia entre el marxista y
el pequeño burgués (y el grande) adocenado. Esta es la piedra de toque para comprobar si
la concepción y el reconocimiento del marxismo son realmente efectivos”.
Si se considera desde este punto de vista a los críticos de Marx en el campo sindical,
comprobamos que ha sido precisamente la dictadura del proletariado la piedra de toque
de todos los enemigos francos y enmascarados del marxismo revolucionario. Esto no
significa que hayan intentado refutar seriamente, con hechos en las manos, esta piedra
angular de la doctrina de Marx. ¡No! Los críticos sindicales de Marx empezaron por evitar
esta cuestión, dejándosela a los “políticos puros”. Eduardo Bernstein, verdadero padre
espiritual del reformismo, precisó y formuló lo que se agitaba en las cabezas de muchos
elementos sindicales. Ya en 1899 Bernstein publicó su obra Premisas del socialismo, que con
toda justicia debe ser denominada la “Biblia” de la socialdemocracia contemporánea. En
este trabajo de Bernstein encontramos la democracia económica, el paso al socialismo
mediante reformas sociales, la democratización de la industria por medio de los
sindicatos, etc. Al publicar su libro, Bernstein se sentía apoyado por los sindicatos. En
cuanto a los dirigentes sindicales, que se separaban de Marx cada vez más, se sintieron
alentados y reconocieron abiertamente a Bernstein como su jefe y su ideólogo. Antes de
esa obra de Bernstein, los pseudo-marxistas sindicales ocultaban su desacuerdo con
Marx; pero después de la aparición de su libro, la “crítica” de Marx vino a ser un signo de
buen tono entre los líderes de los sindicatos alemanes. Los dirigentes sindicales no se
ocupaban, en general, de la teoría; revisaban a Marx en su trabajo cotidiano, le
desfiguraban en la práctica e invertían los conceptos fundamentales de Marx sobre el
papel de los sindicatos en el Estado capitalista. Si consideramos desde el punto de vista
histórico los conceptos antimarxistas de los dirigentes sindicales, veremos que se guían
por la siguiente línea y las siguientes cuestiones:
1)  La teoría de la lucha de clases es, “en general”, justa, pero pierde su significación a
medida que crecen los sindicatos y se instaura la democracia.

2)  La revolución es un concepto caduco correspondiente a los grados inferiores del


desarrollo social; el Estado democrático excluye la revolución y la lucha revolucionaria.

3)  La democracia asegura a la clase obrera el paso pacifico del capitalismo al socialismo
y, por consiguiente, la dictadura del proletariado no está ni puede estar en el orden del
día.

4)  La teoría de la pauperización fue justa en su tiempo, pero actualmente está vencida.

5) En la época de Marx fue posiblemente justo el papel dirigente del Partido en los
sindicatos. Pero actualmente, sólo la neutralidad frente a los partidos y la política pueden
asegurar el desarrollo normal del movimiento sindical.

6) En la época de Marx quizás había necesidad de estimar las huelgas como una de las
armas más importantes de lucha, pero actualmente los sindicatos han crecido, etcétera,
etc.

De manera que todo se reduce a decir que el marxismo ha envejecido y que es necesario
revisarle, corregirle y completarle. Esta corrección era hecha por la socialdemocracia y los
sindicatos, estableciendo entre ellos una división del trabajo. Antes de la guerra todo esto
se hacía con la consigna de “enriquecer y desarrollar a Marx basándose en la misma teoría
marxista”.

El movimiento sindical alemán y austríaco era considerado como el de orientación más


marxista. Explotó durante largos años el nombre de Marx, e hizo de Marx lo que la
socialdemocracia alemana había hecho con él. Lenin lo dice elocuentemente:

“Las doctrinas de Marx corren hoy la misma suerte que ha cabido en la historia a las de
otros pensadores revolucionarios y caudillos del movimiento liberador de las clases
oprimidas. Los grandes revolucionarios son objeto, durante su vida, de constantes
persecuciones por parte de las clases opresoras; sus enseñanzas provocan una rabia y un
odio furiosos y ataques ininterrumpidos en los cuales desempeñan un papel principal la
falsedad y la calumnia. Después de su muerte, se hacen tentativas para convertirlos en
mansos corderos, para, por decirlo así, canonizarlos, para rodear de gloria sus nombres
con objeto de ‘consolar’ a los oprimidos y engañarlos. En efecto, el fin que con ello se
persigue no es otro que el de desnaturalizar la esencia real de las teorías y el de mellar el
filo de las armas revolucionarias.

“Eso es justamente lo que hoy vemos con respecto al marxismo a cuya adulteración se
consagran los burgueses y los oportunistas del movimiento obrero. Se omite, se altera, se
deforma el aspecto revolucionario de la doctrina -su alma revolucionaria- para poner
únicamente de relieve y ensalzar lo que parece aceptable para la burguesía.

“En nuestros días, todos los social-patriotas son ‘marxistas’, ¡no lo toméis a broma! No
hay sino ver y oír a esos profesores de la burguesía alemana que tanto se distinguieron
por sus esfuerzos para pulverizar al marxismo. ¡Cómo hablan del Marx ‘nacional’ y
germánico, del Marx que, según ellos, educó a los sindicatos obreros tan magníficamente
organizados para una guerra de rapiña!”

Los dirigentes sindicales de Alemania no escatiman palabras para glorificar a Marx, al


mismo tiempo que toda la teoría y la práctica del movimiento sindical alemán estaban en
completa contradicción con la teoría y la práctica de Marx. A medida que el capitalismo
alemán se hacía más potente, aumentaba la rapidez con que extendía su influencia sobre
nuevos mercados y con que se verificaba el acercamiento ideológico entre los capitalistas
alemanes y la alta dirección del movimiento sindical alemán. Basta mencionar la actuación
de los sindicatos alemanes en 1905 contra la huelga del 19 de mayo, contra las huelgas
políticas, por la neutralidad de los sindicatos, y, en general, las manifestaciones de los
sindicatos alemanes en el transcurso de muchos años contra todos los intentos de
plantear concretamente la lucha contra la guerra; basta recordar las tendencias
imperialistas que ya antes de la guerra aparecían abiertamente, tanto en el partido
socialdemócrata como en los sindicatos, para llegar a la conclusión de que el marxismo
sirvió solamente de etiqueta a los sindicatos reformistas de Alemania. La guerra reveló lo
que escondían los pseudo-marxistas. Mientras Marx escribía en 1848 “que los obreros no
tienen patria, que no se les puede quitar lo que no tienen”, los “marxistas” alemanes
encontraron en la Alemania imperialista su patria y, por la victoria de esa patria
imperialista, se transformaron en los suministradores de carne de cañón para el frente.

“Los sindicatos -escribe el apologista del movimiento sindical reformista alemán,


Nestripke- deben exigir la participación de los obreros y empleados ocupados en la
empresa respectiva, en el contrato y el despido de obreros; pero, al mismo tiempo, deben
cuidar, mediante normas adecuadas de educación y de influencia moral sobre cada obrero
en particular y sobre todos los obreros de las empresas, para que el estado económico de
la empresa no descienda como consecuencia del abuso de los obreros de este derecho y
para no causar perjuicios a sus intereses vitales.”

De esta manera, los sindicatos se transforman en guardianes de la plusvalía capitalista


con el pretexto de “participar en la dirección económica y técnica de las empresas”.

Toda la doctrina de Marx sobre la lucha de clases y los sindicatos, órganos de lucha
contra el capital, fue sustituida por la teoría de la democracia económica y la igualdad
entre el trabajo y el capital, con la conservación de la propiedad privada sobre los medios
de producción en manos de los capitalistas. Si la clase obrera “participa” en la
organización de la economía nacional, está interesada en conservarla y defenderla de las
fuerzas destructoras. Así es como los sindicatos reformistas se transformaron en
cómplices de la burguesía en el aplastamiento del movimiento obrero revolucionario, en el
aplastamiento de todos los que se levantan contra la dominación del capital.

Mientras que Marx planteó la cuestión de la dictadura del proletariado, los “marxistas”
alemanes demostraron y demuestran en el transcurso de largos años, que la dictadura del
proletariado es una invención de Moscú, que la única forma de Estado aceptable para los
sindicatos es la democracia burguesa. Mientras que Marx demostró que el Estado es un
aparato de opresión de una clase por otra, los “marxistas” austro-alemanes que
encabezaban los sindicatos de esos países, demostraban y siguen demostrando que el
Estado democrático está por encima de las clases, que el Estado es y debe seguir siendo el
árbitro de los conflictos entre el trabajo y el capital.

Marx ha demostrado que el proletariado, para obtener algo de la burguesía, debe librar
una batalla encarnizada, desarrollar todas las formas de lucha, y sobre todo las huelgas.
Los “marxistas” alemanes pretenden que esta teoría ha envejecido, que “las huelgas
presentes son siempre arriesgadas”, que “las huelgas se hacen tanto más peligrosas en un
país donde está desarrollada la industria moderna, con grandes empresas y
organizaciones patronales”, que “los sindicatos profesionales (es decir, los burócratas
sindicales) que viven en las condiciones de la economía moderna, tienen muchos menos
deseos de lucha”, que “la lucha económica, en las condiciones de una economía
desarrollada, se basa en negociaciones, en el arte de sondear y de esperar”, y en fin, esta
última perla tomada del arsenal táctico de Legiens: “Cuanto más prudente es la
organización en la presentación de reivindicaciones, cuanta más perseverancia muestra en
su realización, menos aplica el último medio, la huelga, y con mayor facilidad obtendrá,
en el transcurso del tiempo, éxitos sin lucha.”

Tomemos algunos ejemplos más para mostrar todo lo bajo que han caído estos
“marxistas”. En el congreso de los sindicatos alemanes de Hamburgo (1928), el informante
oficial, Naphtali, declaró solemnemente que “el movimiento sindical logró oponerse a una
de las tendencias decisivas del capitalismo y vencerla, la tendencia a la pauperización”, y
que “la elevación de la clase obrera es un hecho”. El teórico de la Central Sindical de
Alemania, Tarnov, ha dicho:

“Somos políticos realistas… En eso nos diferenciamos de la vieja concepción que


predominaba en el movimiento obrero y que no podía prevalecer más que porque la
opinión en otro tiempo justa sobre las tendencias del capitalismo, se ha transformado en
una ideología petrificada (!). En el fondo las antiguas concepciones (se refiere a las de
Marx) tendían a renunciar a la lucha. Nosotros damos a la masa obrera un punto de vista
más optimista.”

En verdad, Tarnov es “mejor” todavía que Nestripke. La antigua concepción de Marx decía:
“Lucha y obtendrás lo tuyo.” La nueva concepción dice: “No luches, aguarda y alcanzarás
mucho más”. Y por último, para “coronar el edificio”, una cita más de Tarnov tomada de su
libro ¿Para qué ser pobres?:
“La pobreza no es una necesidad económica. Es una enfermedad social cuya posibilidad
de curación es indudable, aun dentro de los marcos de la economía capitalista.”

Efectivamente, ¿para qué ser pobres cuando se puede pasar al campo de la burguesía y
acomodarse en el banquete? El libro de Tarnov y su contenido hacen recordar las
propagandas americanas. “¿Para qué tener callos?”, donde se informa a los honorables
lectores que se trata de una enfermedad que es posible curar por cincuenta céntimos
“dentro de los marcos del régimen capitalista”. Teóricos “callicidas” como Tamov los tiene
en gran cantidad la central sindical alemana reformista, y han solucionado
satisfactoriamente, para ellos, la cuestión de la pobreza.

En los círculos de los burócratas sindicales reformistas de Alemania, circula una anécdota
que fue relatada por el profesor Eric Nelting en medio de la risa unánime de los asistentes
al Congreso de los obreros de la madera de Alemania.
“El economista sueco Swen Hollander, vino cierta vez a Alemania con el fin de visitar, en
Tréveris, la casa donde nació Carlos Marx. Con gran asombro suyo nadie le supo decir
dónde se encontraba esta casa. Vagando por las calles encontró una casa que ostentaba
una bandera roja, y pensó que debía ser seguramente la casa donde nació Marx, con tanta
mayor razón, cuanto pudo leer una inscripción que decía: ‘Casa de los sindicatos de
Tréveris’. Cuando entró en la casa, uno de los empleados le explicó que allí no había
nacido Marx, que aquella era la casa de los sindicatos. La casa donde nació Marx es
demasiado pequeña para los sindicatos, pero está aquí cerca, en la vecindad.”

Después de contar esta “interesante” anécdota el profesor Nelting la comentó de la


siguiente manera: “Esta anécdota caracteriza magistralmente la estrecha vecindad en que
se encuentran hoy todavía los sindicatos respecto a la doctrina de Marx. Por otra parte, la
anécdota demuestra que los sindicatos se vieron en la necesidad de superar a Marx. Entre
el capitalismo y el socialismo, hay una etapa transitoria, que a mi juicio se caracteriza por
tres hechos: desde el punto de vista político, gobiernos de coalición; desde el punto de
vista jurídico, derecho obrero; desde el punto de vista económico, democracia fabril y
económica… Los sindicatos suponen lógicamente, en todos sus actos, que bajo el
capitalismo se oculta la posibilidad de un mejoramiento y un ascenso substanciales.”

Ahora el cuadro está completo. Han “superado” a Marx. La casa de Marx es ya demasiado
reducida para los burócratas sindicales alemanes. ¡Ya lo creo! La casa de Stinnes, este
gran ventajista de la guerra y de la especulación, es mucho más amplia. No en vano
Stinnes ha dado a uno de sus barcos el nombre de Carlos Legien, dirigente durante largos
años del movimiento sindical reformista de Alemania. La casa de Hindenburg, de Bruning
y de Hitler es todavía más vasta, y el presidente de la C.G.T. alemana, Leipart, quisiera
introducirse entre los lacayos de esta suntuosa mansión. La casa del presidente de la
Unión de Fabricantes alemanes, Borsig, es mucho más amplia y no es una casualidad que
el señor Leipart haya enviado un telegrama de pésame a la Unión Industrial con motivo de
la muerte de este “generoso” señor. Si todo esto es “marxismo”, ¿qué será entonces la
desfachatez y la cínica traición? ¿Cómo explicar esta completa renuncia a los principios
elementales del movimiento obrero? Por el temor a las masas, por el temor a la revolución.

Esta ”masofobia”, este temor a las masas de los burócratas sindicales alemanes, se
destacó con especial relieve después del ascenso de Hitler al poder. La masa de sindicados
se inquieta y exige el frente único con los comunistas. ¿Y qué hace la Central Sindical
alemana que agrupa todavía millones de obreros? El 20 de febrero de 1933 la C.G.T.
alemana se dirige a Hindenburg, con una carta en la cual estos “líderes obreros” suplican
al mariscal que intervenga en defensa de los obreros:

“Nos dirigimos a usted, presidente del Estado alemán, consagrado a salvaguardar la


Constitución. Se dirige a usted una organización alemana que cuenta en sus filas con
millones de antiguos combatientes del frente. Si estos millones de hombres, entre los
cuales hay partidarios de diferentes partidos políticos, derramaron su sangre durante la
guerra mundial, no fue con el fin de tolerar que quince años después los órganos
responsables del Estado alemán declaren que ellos no son fuerzas positivas del Estado.
Nadie en Alemania está hoy colocado tan alto como para tener derecho a decir que los
combatientes de la guerra y sus organizaciones son alemanes sin el pleno disfrute de sus
derechos, ni para tratarlos en consecuencia. Esperamos de usted, señor presidente, jefe
militar durante la guerra mundial, que contestará enérgicamente esta injuria infligida a
millones de combatientes.”

Esta súplica lacrimosa constituye el documento más bochornoso que haya jamás sido
publicado incluso por los sindicatos reformistas alemanes. Ante todo, quejarse de Hitler
ante Hindenburg es como quejarse del diablo ante Lucifer. Además esta invocación a los
méritos militares y patrióticos como argumentos de defensa contra los ataques fascistas,
produce una impresión lamentable. ¡Así es como los “jefes marxistas” de los sindicatos de
Alemania han caído de capitulación en capitulación hasta arrodillarse a los pies del
mariscal Hindenburg!

Mientras los “marxistas” austro-alemanes saboteaban las doctrinas de Marx, pasando del
método del trabajo de zapa al ataque descarado, luciendo todavía por tradición el ropaje
marxista, el anarquismo y el anarcosindicalismo mantenían una guerra abierta contra
Marx y su doctrina. Los anarquistas y los anarcosindicalistas pretenden que los
procedimientos oportunistas de los socialistas alemanes, franceses, etc., son
consecuencia de sus concepciones marxistas. El oportunismo y el revisionismo se
presentaban a las masas como marxismo. Esta crítica “de izquierda” y la amarga
experiencia de la política oportunista de los partidos socialistas de los países latinos
(Francia, España), despertaron la desconfianza entre una parte de los obreros hacia el
marxismo en general. Entre los críticos del marxismo había un grupo francés que intentó
“depurar” a Marx para hacer de él el teórico del movimiento sindical anarcosindicalista.
Intentos de combinar a Marx con el anarcosindicalismo, se hicieron por Lagardelle, Sorel,
Barth, Arturo Labriola, de Leone, etc. El de más talento de ellos, George Sorel, declara en
su libro La descomposición del marxismo, que acepta “el marxismo de Marx”, pero no a sus
comentaristas del tipo Bernstein, etc. Es esta una actitud que podría ser aprobada, si junto
a la crítica justa, aunque insuficiente, de Bernstein, Sorel no hubiese convertido a Marx en
un Proudhon estilizado. He aquí lo que escribe Sorel:
“Del marxismo se debería decir que es la ‘filosofía de los brazos’, y no una filosofía del
cerebro. Porque Marx tiene en cuenta una cosa solamente: convencer a la clase obrera de
que todo su porvenir depende de la lucha de clases, atraerla al camino donde halle,
organizándose para la lucha, los medios de vivir sin patronos. Por otra parte, el marxismo
no debe confundirse con los partidos políticos, por revolucionarios que sean, porque se
ven obligados a funcionar como partidos burgueses, cambiando su fisonomía de acuerdo
con las circunstancias relacionadas con las campañas electorales, y realizando en caso de
necesidad, compromisos con otros grupos que tienen una clientela electoral semejante,
mientras que el marxismo permanece invariablemente ligado a la concepción de una
revolución absoluta.

“Hace algunos años se podía pensar que el tiempo del marxismo había pasado, y que
debía ocupar un puesto con muchas otras doctrinas filosóficas, en la necrópolis de los
dioses muertos. Solamente un accidente histórico podía volver a la vida: se necesitaba
para esto que el proletariado se organizara con intenciones puramente revolucionarias, es
decir, separándose completamente de la burguesía… Y resulta que los doctores del
marxismo se desorientaron frente a una organización construida sobre la base del
principio de la lucha de clases, comprendida en el sentido más estricto de esa palabra.

“Para salir de las dificultades, se lanzaron con indignación contra la nueva ofensiva del
anarquismo, porque muchos anarquistas, atendiendo el consejo de Pelloutier, ingresaron
en los sindicatos y en las Bolsas del Trabajo.

“… La nueva escuela no pretendía formar un nuevo partido, que viniese a disputar a los
demás partidos su clientela obrera. Su ambición era otra, era comprender la naturaleza del
movimiento que parecía ininteligible para todo el mundo. Procedió muy de otro modo que
lo hacia Bernstein. Rechazó poco a poco todas las fórmulas que provenían, bien del
utopismo o del blanquismo, depuró de esa manera el marxismo tradicional de todo lo que
no era específicamente marxista y trató de guardar solamente lo que era, en su opinión, la
esencia fundamental de su doctrina, lo que asegura la gloria de Marx.

“La catástrofe que era la piedra del escándalo para los socialistas deseosos de combinar el
marxismo con la práctica de los hombres políticos de la democracia, se encuentra en
concordancia perfecta con la huelga general que, para los sindicalistas revolucionarios,
representa el advenimiento del mundo futuro.”

Marx habla de la lucha por el poder, de la implantación de la dictadura del proletariado,


mientras que los anarquistas y anarcosindicalistas han confundido hasta hoy esta teoría
revolucionaria de Marx, sea consciente, sea inconscientemente, con la de los falsificadores
de Marx. Lo que para Sorel significa la descomposición del marxismo, es la
descomposición de los críticos de Marx. Las tentativas de Sorel de inyectar en el marxismo
la sangre anarcosindicalista, no condujeron a nada. El neo-marxismo resultó un potaje
ecléctico. Es que Sorel y sus alumnos no comprendieron lo esencial de la enseñanza de
Marx, el problema de la dictadura del proletariado. ¿Cuál era el lazo de unión entre el
sindicalismo revolucionario y el marxismo revolucionario? La protesta contra el cretinismo
parlamentario, contra la colaboración con la burguesía. ¿Qué conclusiones sacaba de este
hecho el sindicalismo revolucionario? Veía todo el mal en el Estado y en las elecciones
parlamentarias. Que se renuncie a la participación en las elecciones parlamentarias, que
se rechace toda dictadura, y el problema se habrá resuelto. ¿Qué conclusiones sacaba el
marxismo revolucionario? El marxismo consideraba que es indispensable aprovechar el
parlamento y las elecciones parlamentarias, destruir a la manera revolucionaria,
bolchevique, el Estado burgués e implantar para todo el periodo transitorio la dictadura
del proletariado.

Al repudiar la política, Sorel repudiaba la necesidad del partido político del proletariado y
llegaba a la tesis fundamental del anarcosindicalismo: “el sindicato basta para todo”. Al
repudiar el Estado y la necesidad de la dictadura del proletariado, Sorel repudia la
insurrección armada y sustituye la insurrección por la huelga de “brazos caídos”. Como no
comprende la marcha y las tendencias del desenvolvimiento del capitalismo, Sorel crea
una teoría del “mito social”, llega a la necesidad de la violencia colmando así la laguna que
había en su concepción.

Sus compañeros de armas y discípulos predicaban vulgares ideas reformistas,


encubriéndose con frases de izquierda. “La revolución -escribe Arturo Labriola- surge del
seno del proceso económico, de transformaciones consecutivas.” Lagardelle trata de
sustituir “el derecho capitalista” por un nuevo derecho dentro de los marcos del sistema
capitalista, y Eduardo Berth ve tanto en Proudhon como en Marx a los “precursores
teóricos” del      sindicalismo revolucionario.

Esto es precisamente lo que vemos en el anarcosindicalismo francés de preguerra. El


anarcosindicalismo, que se revistió de un brillante ropaje de “terrible izquierdismo”
durante la guerra imperialista, ajustó su paso a las internacionales socialista y sindical,
siguió el carro del imperialismo. Así se vio demostrada la comunidad ideológica y política
de los revisionistas derechistas e izquierdistas de Marx. No fue el anarcosindicalismo, tan
orgulloso de su espíritu revolucionario, fue el bolchevismo “surgido de la base granítica
del marxismo” (Lenin), el que salvó  el honor     del movimiento revolucionario.

Nos resta examinar el ataque unificado de los reformistas y anarcosindicalistas de todos


los matices contra el papel dirigente del partido en el movimiento sindical y sus esfuerzos
por aprovechar con este fin el nombre de Marx. Ya hace sesenta años que los
anarcosindicalistas y reformistas siguen afirmando que Marx fue partidario de la
neutralidad de los sindicatos. Como pretexto para aseverarlo se utiliza la pretendida
entrevista de Marx con el obrero metalúrgico de Hannover, Hammann, publicada en 1869:

“Si los sindicatos quieren cumplir sus objetivos, nunca deben ponerse en conexión con
una asociación política o hacerse dependientes de ella. Hacerlo así equivale a darles el
golpe mortal. Los sindicatos son la escuela de socialismo. En los sindicatos se educarán
como socialistas los obreros, porque ven todos los días, de un modo palpable, la lucha
contra el capital. Los partidos políticos, sin excepción, sean como sean, entusiasman a la
masa trabajadora pasajeramente, por una temporada. En cambio, los sindicatos, ligan a la
masa de los trabajadores de una manera permanente. Sólo ellos están en condiciones de
representar un verdadero partido de clase y oponer un verdadero baluarte al poder del
capital. La gran masa de los obreros ha llegado a convencerse de que su situación material
debe ser mejorada, pertenezcan al partido que quieran. Sólo cuando se mejore la
situación del obrero podrá dedicarse a la educación de sus hijos; entonces mujeres y
niños no necesitarán ir a parar a las fábricas; el propio obrero podrá educar mejor su
espíritu, cuidará más su cuerpo; llegará a ser socialista sin sospecharlo…”

Esta entrevista ha sido manifiestamente “retocada” por Hammann porque contiene una
serie de formulaciones que están en pugna con lo que Marx escribió y dijo durante toda
su vida. Marx no fue de esos hombres que escriben una cosa y dicen otra. Marx no pudo
haber dicho que todos los partidos políticos, sin excepción, atraen a los obreros
pasajeramente. ¿Qué es, pues, lo que pasó? Evidentemente, Hammann, interesado en la
“independencia” de los sindicatos, “retocó” el texto, suprimiendo las palabras que indican
expresamente que esta fórmula se refiere a los partidos burgueses, dándole así una
significación política completamente diferente. Así Marx se convierte en “partidario de la
independencia”. Para ver que las cosas ocurrieron así, basta considerar la forma en que
formuló la pregunta: “Mi primera pregunta al doctor Marx -declara- fue la siguiente:
¿Deben los sindicatos depender preferentemente de una organización política, sí quieren
tener viabilidad?”

Este planteamiento de la cuestión, demuestra cuál era la respuesta que Hammann quería
obtener. Esto es lo que nos permite afirmar que el propio Hammann “retocó” la entrevista,
que así adquirió la forma y el contenido que el interrogador deseaba.

Lo que permite ver hasta qué punto esta cita adulterada fue tomada en serio, es el hecho
de que un hombre tan eminente como Daniel de León, invocando a Marx, desarrolló su
teoría de la supremacía de la organización económica sobre la organización política. De
esas palabras de Marx, dice De León, resulta que:

“1) El verdadero partido político del proletariado debe introducir en el campo político los
sanos principios de la organización económica revolucionaria, de la cual él es una
emanación.

“2) El acto revolucionario del derrocamiento final del capitalismo y la implantación del
socialismo, es una función destinada a la organización económica.

“3) La fuerza física necesaria para el acto revolucionario es propia de la organización


económica.
“4) El elemento de fuerza no es la organización militar ni ninguna otra que suponga la
violencia, sino la estructura de la organización económica.

“5) La organización económica, no es ‘provisional’, sino que representa el embrión del


gobierno provisional de la república del trabajo…”

Daniel de León afirma que todas estas conclusiones surgen de la entrevista de Marx con
Hammann. Incluso en el caso de que Marx hubiera dicho y escrito verdaderamente lo que
le atribuye Hammann, tampoco se podría deducir de esto lo que deduce De León. El jefe
más revolucionario y más eminente del socialismo americano de preguerra, Daniel de
León, no pudo, a pesar de todas sus capacidades oratorias, literarias y políticas, formar un
partido y encabezar el movimiento de masas. ¿Por qué? Porque en la cuestión fundamental
-partido, sindicato y clase- ocupó una posición no marxista, a pesar de creerse verdadero
marxista. Daniel de León vio claramente toda la corrupción y la podredumbre de la
Federación Americana del Trabajo. Es el autor de la expresión “lugartenientes obreros de
la clase capitalista”. Fue el quien declaró, ya en 1896, que ”la Federación Americana del
Trabajo es un barco que jamás sirvió para la navegación en el mar y que actualmente se
encuentra encallado en un banco de arena en manos de una banda de piratas”. Fue el
quien declaró a fines del siglo XIX que los líderes de la Federación Americana del Trabajo
no son el ala derecha del movimiento obrero, sino el ala izquierda de la burguesía. Pero
junto a todas estas cualidades de revolucionario, De León, no dejó de ser el jefe de una
secta, a causa de su desfiguración del marxismo, a pesar de que subjetivamente le quiso
aplicar. Así se venga la falsa orientación adoptada en la cuestión fundamental de las
relaciones entre el partido, los sindicatos y la clase.

Durante la vida de Marx, decenas y centenares de hombres trataron de refutarle, de


aniquilarle, pero esos ejercicios universitarios no duraban más que el espacio de un día.
Después de cada “refutación”, Marx y el marxismo se elevaban a mayor altura. Han pasado
más de cincuenta años desde la muerte de Marx, y ni uno solo ha transcurrido sin que se
le “refutara”. Pero Marx se yergue como una roca inconmovible y todos sus refutadores
son aplastados.

La cuestión de saber quién es el verdadero continuador y heredero de la gran causa de


Marx no se resuelve con palabras, sino con hechos. Si hubiéramos creído en las palabras,
tendríamos que reconocer como marxistas a todos los que sustituyeron la lucha de clases
-fundamento de las enseñanzas de Marx- por la colaboración de clases. Deberíamos
reconocer como marxistas a los señores Kautsky, Stein, Renner, Spier, Dan, Crespien,
Kampfmeyer y consortes, porque han publicado una Antología con el título de Marx,
pensador y luchador, con motivo del cincuentenario de su muerte. Esta antología que tiene de
marxista solamente el título, es un magnífico ejemplo de transformación del marxismo
vivo, combativo, y siempre actual, en una escolástica muerta.
El marxismo no es un dogma, es un guía para la acción. Con acciones revolucionarias
contra el capital, se determinan las tareas y tácticas de los sindicatos. Y si la lucha de
clases se sustituye por la colaboración de clases, si la democracia burguesa se contrapone
a la dictadura del proletariado, si el fascismo “es un mal menor” que el comunismo, los
sindicatos tendrán las tareas correspondientes. Pero si en el vértice del ángulo se coloca la
lucha de clases y la implantación de la dictadura del proletariado, las tareas de los
sindicatos son otras. ¿Dónde está el marxismo? ¿En la Internacional de Ámsterdam, cuyos
jefes conferencian en la Liga de las Naciones, o en la Internacional Sindical Roja, miles y
miles de cuyos miembros gimen en las cárceles capitalistas? ¿Quién es, en fin, el
continuador de la causa de Marx? ¿El reformismo internacional convertido en curandero
del capitalismo, que busca los medios para la salvación del régimen capitalista
moribundo, o el comunismo perseguido, acosado y que lo vencerá todo? Por eso tenemos
el derecho de decir a todos los limpiabotas de la burguesía, a todos los lacayos del capital
monopolista: “¡Apartad de Marx y del marxismo vuestras sucias manos!”.

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