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LA OBSESION FRANCESA
Segunda edición
Agotada la edición primera, pensé que no sería demasiada osadía lanzarme a una
segunda, ampliada y corregida, pero cuando me puse a trabajar en ella me encontré
con una serie de cuestiones nuevas o que en el primer intento habían sido tratadas en
forma muy tangencial. Por lo tanto el presente trabajo reconoce un mismo punto de
partida con “La obsesión francesa”, recogiéndose aquí trozos de aquella, pero
tratándose en buena parte de un texto nuevo y diferente.
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Que Carlos Gardel sea el máximo mito porteño es obviamente fruto del azar propio de
una ciudad que acogió en su ámbito gentes venidas de los más diversos pueblos del
mundo. Es, sin embargo, un azar significativo. Para un hombre de la antigüedad
clásica, Gardel podría ser lo que llamaban un monstruo, es decir un signo de la
voluntad de los dioses. Esos dioses, por algún designio arcano, consideraron
conveniente que nuestra sociedad estuviese sometida por largo tiempo a ser sierva de
la cultura francesa.
Los siglos XVIII y XIX fueron dos siglos marcados a fuego por la cultura francesa.
En 1777, el marques Doménico Caraccioli publica un libro titulado “Paris, el modelo
de las naciones o la Europa francesa.”. Podríamos sentirnos inclinados a tratar este
libro como un signo de esnobismo; pero el ejemplo de Federico II de Prusia i y de la
zarina Catalina la Grande, ambos grandes escritores en lengua francesa, nos veda
seguir tal opinión. Cuando el teniente coronel D. José de San Martin, quien
precisamente no era un esnobista, se trasladó a Buenos Aires en 1812, trajo consigo
su biblioteca, que lo siguió durante toda su campaña hasta terminar en Lima, donde su
propietario la donó a la Biblioteca Pública de esa ciudad; del listado que ha llegado
hasta nosotros resulta que el 68,65% de las 268 obras que la componían estaban en
francésii.
Pero opino que, en nuestro país, las características y la intensidad de ese influjo
fueron particulares, penetrando
hasta estratos sociales cuyos integrantes posiblemente no eran capaces de ubicar a
Francia en un mapa. Esto es singularmente evidente en el caso de Buenos Aires. En
efecto, una mirada somera sobre la ciudad y sobre ciertas expresiones de su cultura,
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revelan una singular influencia, casi diría una fascinación -usando tal palabra en su
viejo sentido de “encantamiento”.
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I – Paréntesis sobre la inmigración.
Las emigraciones griegas, a partir del siglo VIII a. C. en adelante, ofrecen ejemplos de
los tres tipos. El primer caso se da cuando se instalan en Sicilia o en Provenza; el
segundo en el Asia Menor; y hay también ejemplos escasos del tercer tipo, como
Naucratis en Egipto. Conviene notar que en general los griegos, aunque se trasladaron
a regiones desconocidas y a veces entre pueblos hostiles, tuvieron la ventaja que el
clima, la flora y la fauna no diferían substancialmente de su lugar originario. El olivo
y la vid, símbolos del paisaje mediterráneo aun hoy, aguardaban al emigrante,
haciéndolo sentir cerca de su casa. Por lo demás, la colonia griega, aunque
independiente, conservaba un fuerte vínculo religioso con la polis madre.
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vegetales autóctonos mucho mejor adaptados. Aun en los mínimos detalles de los
hábitos alimentarios, el inmigrante buscaba con ansia un refugio frente a la aterradora
realidad exótica que lo envolvía.
Sin embargo, los europeos que llegaron durante el lapso llamado colonial gozaron de
una ventaja notable. Aun cuando los azares de la migración y la instalación
significasen la muerte para muchos de ellos, venían siempre como patrones, aun
cuando en su comarca de origen hubiesen pertenecido a los más bajos estratos
sociales. El solo hecho de poseer tez blanca los colocaba de inmediato en situación de
superioridad frente a la cetrina gente indoamericana. Además el conquistador desde
muy pronto intentó introducir su propia cultura en el entramado básico indígena.
Idioma, religión, vestimenta, arquitectura, fue todo trasladado en bloque, destruyendo
al mismo tiempo la estructura social autóctona. De alguna manera esto convirtió al
aborigen en emigrante en su propia tierra y tal vez fue el factor que con más fuerza
contribuyo a la catástrofe demográfica subsiguiente a la llegada del hombre blanco. El
indio se había quedado sin su mundo; el suelo nutricio se había evaporado bajo sus
piesiii. Aunque en más de un aspecto las culturas maya, azteca e inca pudieran
considerarse del mismo nivel que la europea, en conjunto se trató de una emigración
del primer tipo, por un lado debido al predominio político del emigrante y por el otro
por la incomprensión -salvo contadísimas excepciones- de la cultura del vencido. Es
este americano el ejemplo típico de lo que puede llamarse estrictamente un mundo
colonial.
Lo característico de un mundo colonial es que los problemas que plantea son simples,
porque el emigrante viene de una civilización vieja, con un repertorio de soluciones
complejas y sofisticadas. Esto le da frente a los problemas simples con que tropieza
una sensación de omnipotencia, de petulancia, de prepotencia. Si miramos con
atención la letra de los tangos, veremos que en sus primeros tiempos es justamente ese
temple vital que los informa. Es el tango villoldeano, pagado de sí mismo, sobrador:
Evidentemente, quien es capaz de decir esto, es porque tiene una excelente, optima
imagen de sí mismo. En efecto, el argentino está muy contento consigo mismo, pues
es al mismo tiempo Narciso y la fuente de Narciso. Vive no ya preocupado por su
persona, sino por la idea que tiene de su persona; por tal razón un personaje
típicamente porteño es el guarango, quien siente un enorme apetito de ser algo
admirable, superlativo, único; pero que cree que no es menester ningún esfuerzo para
llegar a serlo. Y nadie puede negar que las dos letras que acabo de citar cumplan
plenamente esa condición. En su momento Gobello se ha preguntado por qué razón
ese tango primigenio denotaba esta sobrestima. Creo que el hecho de haber nacido en
un ámbito colonial es la respuesta; y conste que al hablar de sociedad colonial, no lo
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hago con ningún matiz peyorativo, porque la más alta de las creaciones humanas, la
filosofía, es oriunda justamente de un ambiente colonial.
Estamos en los años en que empieza a sentirse el peso de la emigración que a fines del
siglo XIX y principios del XX llegó al Río de la Plata. Se trata de una emigración
individual o de grupos pequeños; raramente venían grupos organizados, y este
aislamiento contribuyo a acrecentar el sentimiento de indefensión en el emigrante, por
más que al llegar a América buscasen asentarse cerca de sus paisanos y se
constituyesen agrupaciones mutuales entre los hijos de la misma región iv. Además
llegaban a una tierra que no podía calificarse de “res nullius”; aunque en buena parte
aun desierta, jurídicamente estaba ocupada y -lo que es fundamental- sus ocupantes
no estaban en relación de subordinación frente al recién llegado, sino que por el
contrario eran los que imponían las reglas del juego. La emigración se había trocado
pues en una del segundo tipo, donde se enfrentan dos culturas de igual nivel.
Ahora bien, en las condiciones en que se produjo esta emigración, el individuo queda
desquiciado. Ha perdido el hueco que su sociedad original había creado para
cobijarlo, pierde contacto con su cultura y se encuentra como un náufrago en una
geografía y en una civilización nueva. Ese nuevo mundo, en tanto desconocido, es
sentido como profundamente hostil. Todo es nuevo y desorientador, nada o casi nada
de lo que el emigrante aprendió en su tierra natal le sirve para afrontar los desafíos de
esta ignota circunstancia. En otros términos, ese hombre ha perdido su instalación
vital.
Piénsese en la inquietud que aun hoy, en épocas de turismo masivo, uno siente al
encontrarse en un país cuyo idioma desconoce. Hasta el simple hecho de entrar en un
restaurante se convierte en una aventura preñada de sorpresas. Puede imaginarse
entonces cuan honda debía ser la desazón del italiano o del polaco, que no venía como
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visitante en tren de vacaciones, sino que había abandonado todo su pasado y llegaba a
esta tierra con una mano atrás y otra adelante, para tratar de construirse una nueva
vida Por suerte en aquella sazón no estaba aún de moda el trauma y el estrés, y el tipo
se la bancaba piola.
Cuando nos movemos en una sociedad diferente a la nuestra, el encuentro con “el
otro” es embarazoso y azorante, porque al no conocer los códigos implícitos y los
usos habituales, no sabemos a priori cual va a ser su reacción frente a nuestras
palabras y a nuestros gestos. Tememos ser maleducados, ridículos u ofensivos.
Desde siempre “el otro”, básicamente el extranjero, ha sido o bien peligroso -véase las
dos significaciones de “hostis” en latín- o cómico -Marcos Figueira, el galán
portugués de “El Amor de la estanciera"- o estúpido -el arquero escita de “Las
Tesmoforas” de Aristófanes.
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aspecto material como ético. Como esto tiene que ver muy de cerca con la letra de los
tangos, conviene que nos detengamos para mirarlo más de cerca.
En el caso de los que llegaron al Río de la Plata, esto es muy notorio. Pero a menudo
el emigrante corre tras un espejismo, olvidando que la miseria ha sido el estado
normal de la humanidad a lo largo de la inmensa mayoría de su historia. Así, cuando
llega a América se topa con la triste realidad que las onzas de oro no crecen en los
árboles; que todo requiere un duro esfuerzo, agravado muchas veces por la ignorancia
del idioma.
Esto instala en la sociedad una anormal obsesión por los temas económicos, que ya
Ortega y Gasset advirtió en su primer viaje, en el año 1916, y sobre la que volvió a
ocuparse en 1929. Esto produce dos consecuencias. Por un lado, el emigrante “ha
reducido su personalidad a la exclusiva mira de hacer fortuna”, lo que tal vez podría
ponernos sobre la pista de los orígenes de los infortunios de la educación en la
Argentina. Por el otro lado, cuando fracasa, al no poseer el refugio de su ámbito social
propio, siente ese fracaso con mucha más brutalidad que si le hubiese acontecido en
su tierra natal.
Barcia subraya, y con razón, que mientras esas ingentes masas de extranjeros se
debatían en una pobreza a menudo más negra de aquella de la que habían huido, la
Argentina gozaba de un fenomenal auge económico, con una de las más altas tasas de
crecimiento, cimentada en su condición de “granero del mundo”. Esto no es ninguna
novedad ni es extraño, porque una de las pocas constantes históricas es que el
progreso económico se paga –en el corto plazo- con la miseria social, con la
proletarización de la sociedad.
Y también hay una miseria ética, muy directamente originada por el desarraigo. Las
normas de conducta tradicionales a las que el individuo estaba sometido en su
sociedad natal, al trasplantarse quedaban si no anuladas, por lo menos gravemente
debilitadas. El trato con gentes de raíces culturales diferentes les hacía ver, aunque no
fuese en forma consciente, la relatividad de la moral, que dejaba de ser una regla
inconmovible y universal. El emigrante descubría por su cuenta aquello de Pascal,
según el cual lo que era verdad de este lado de los Pirineos, no lo era del otro.
Justamente Ortega y Gasset observaba que los emigrantes llegan a la Argentina “sin
otro contenido que un feroz apetito individual, anormalmente exentos de toda interior
disciplina. Gente desencajada de su sociedad nativa, donde hubiesen vivido sin darse
cuenta, moralizados por un tipo de vida colectiva estabilizada e integral”. Este juicio
durísimo no se limita a la Argentina, sino que todos los “pueblos de la América
hispana arrastran en el seno profundo de sus almas colectivas un fondo de
inmoralidad”.
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Todos estos factores han de tenerse en cuenta para analizar toda cuestión argentina,
porque el gran problema que afrontaron aquellos años fue la construcción de una
sociedad, y el dilema consistía decidir si había que hacer el esfuerzo de crear una
nueva forma de sociedad, o bien adoptar otra ya hecha. Hay muchas razones para
creer que aún no nos hemos decidido.
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II – El imperialismo cultural francés.
Raúl González Tuñón, en “La calle del agujero en la media” –sin perjuicio de pasar
rápidamente por otras ciudades y otros personajes- revela sin duda alguna el
deslumbramiento que le produjo Francia en general y Paris en particular; revelando un
conocimiento de lugares, cosas y costumbres que solo se obtiene luego de largas horas
de convivencia cordial; con citas de lugares como Cahors o la rue du Pas de la Mule.
Su deslumbramiento es tal que hasta las ventanas de las casas francesas le parecen
diferentes y más hermosas que las de otros países, a las que califica alternativamente
“hipócritas”, “vulgares”, “dolorosas”, “chillonas”. Lamentablemente yo ignoro el
lenguaje analógico de las ventanas, por ende no estoy en condiciones de emitir juicio.
Otro tanto sucedió con don Hilario Ascasubi, quien era el típico argentino “al que
Paris sorprende y agarra”vi
Para la elite, o para la autodenominada elite, sin dejar de tener en cuenta esos
aspectos, Francia es también el faro de la ciencia y de la educación. En “La Gran
Aldea”, cuando el autor quiere citar a nombres eminentes en las artes y las ciencias,
nos sumerge bajo un alud de franceses: Zola, Goncourt, Carpeaux, Chapu, Cordier,
Dupre, Lauchert, Droz, Largilliere, Mignard, Maupassant, Dumas, Bizet, Rabelais y
mil más, la mayoría de los cuales hoy son desconocidos, salvo para algún especialista.
Y la lista de argentinos ilustres que eligieron morir en Paris es interminable: Conrado
Villegas, Ricardo Guiraldes, Juan Bautista Alberdi; Lucio V. Mansilla vii. Y si San
Martín no murió en Paris, fue porque los disturbios que siguieron a la revolución de
1848 lo hicieron alejarse para proteger a su familia. Justamente del General San
Martinviii tenemos el testimonio de Juan Martin de Pueyrredón, según el cual “hablaba
muy bien el español y también el francés” ix,; por eso no es raro que en algunas
ocasiones, pero con harta moderación, mezclará palabras francesas en su
correspondencia o en su conversación. Así “Y para ser insensible a ellos (a los
maledicentes) me ha aforrado con aquella sabia máxima de Epitecto: "l´on dit du mal
de toi et qu´il soit veritable, corrige-toi; si ce sont des mensonges, ris-en” x. Y poco
minutos antes de iniciarse la acción de Maipú, ante un comentario del estadounidense
Worthington, contesta:“Nous le verrons”xi
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hablar español en el gran mundo; era necesario salpicar la conversación con algunas
palabras inglesas y muchas francesas” Sin embargo, pese a haberlo advertido, López
sucumbe a la moda, y cuando nos describe el baile en el Club del Progreso, en menos
de cinco páginas acumula “enfant gate”, “bon papa”, "garçon”, “petits mots”,
“gourmet”, “soirée”, "a madere”, “monocle”, “cochonas”, “malheur”, “demodée”,
“quelle chatte”...y paremos aquí porque la lista sería demasiado larga xii. Sarmiento, a
su vez, en carta a Paunero del 10 de enero de 1871, escribía “…supo que Jordán
estaba sitiando a Paraná. A esa distancia quedaba nuestro ejército a pie. Voila tout.”
Otro eminente prosista, Lucio V. Mansilla, incurre en igual hábito.
Ya en 1825 un ignoto viajero inglés escribía que en Buenos Aires “un francés está
como en su casa en todas partes”.
Creo que esa fascinación plantea un interesante problema sociológico, cuyo análisis
puede tal vez arrojar luz sobre algunos entresijos del alma porteña.
Si fijamos nuestra mirada en la forma más representativa del arte popular de nuestra
ciudad, recordemos en primer término a El Marne, que no es otra cosa que un
homenaje que Arolas rinde a la victoria francesa de la I Guerra Mundial Podrá
decirse, sin duda que Arolas, como hijo de franceses, sentía un afecto especial por la
patria de sus padres. Pero un examen más detallado de las letras de tango hace ver
que esa no es la razón y rápidamente “hincha las medidas”, como diría Cervantes. Un
muestreo hecho al azar sobre unas 4000 letras de tangos xiii, y sin considerar aquellos
con letra original en francés, tal Buenos Aires c’est epatant o aquellos con versión en
francés, tal Linda o Montparnasse, me ha permitido registrar setecientas ochenta y
nueve alusiones a Francia, a sus usos y a su cultura, con la utilización de ciento quince
vocablos diferentes. Algunos de estos términos son francamente inesperados, como el
“gravocho” que aparece en el tango Canillita de mi barrio, de Rodríguez y Leone, que
obviamente es una españolización y transformación en sustantivo común del nombre
propio de un personaje de Los Miserables. Este es un aspecto que merece subrayarse,
porque pese al aporte decisivo que los italianos –sobre todo los músicos- tuvieron en
el desarrollo del tangoxiv, no se encuentran en sus letras referencias a Italia, en cuanto
tal; a los sumo hay referencias a la nostalgia que el inmigrante siente por el paese, por
su aldea natal.
Paris y sus derivados aparecen en sesenta y cinco tangosxv; en tanto que Francia y sus
palabras derivadas son mentadas en cuarenta y cuatro composiciones.
Por más que el champán haya adquirido el valor de un símbolo erótico, simbolismo
que sin duda hubiese causado estupefacción y escándalo entre los piadosos
benedictinos que lo inventaron, se me hace cuesta arriba creer que en los
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peringundines raheces donde nació el tango, se consumiese tan suntuosa bebida con la
abundancia que aquel hace suponer.
Pero, ojo, el cabaret del tango es el cabaret parisiense de la “belle epoque” y del
periodo inmediatamente posterior a la I Guerra Mundial, cabaret elitista y de ninguna
manera el original, que –si hemos de creer a Littre- era un boliche mistongo, como
aquel que regenteaba la “mère Saguet” en 1850, en el barrio de Vaugirard “una casita
con postigos verdes, entre un patio florido y un jardín umbroso”xvi, que por cierto no
hubiese estado fuera de lugar en el arrabal porteño, o bien como aquel que evocaba la
popular canción de los soldados “Il y a la bas, a deux pas de la foret, une maison aux
murs tous couverts de lierre, Aux Tourlourous c´est le nom du cabaret”.
Este ambiente bucólico y agreste no condice con lo que se supone que es un lugar de
lujo y de placer, donde las percantas acuden ataviadas con abrigos de pieles capaces
de provocar un ataque de histeria a la comisión directiva en pleno de Greenpeace. En
cambio, que yo sepa, Madelon, quien era joven y gentil y atendía a los soldados en el
cabaret forestal, siguió vistiendo ropa de percal –o mejor dicho, de grisette- no
pudiendo lucir nunca ajuar de seda con rositas rococó ni tampoco tapado de armiño,
con su correspondiente forro de “lame”. Porque la mayor audacia que se permitía
Madelon era reírse cuando algún militar atrevido la tomaba del talle –al menos, es lo
que nos cuenta la canción sobre la conducta de Madelon- y eso, claro está,
normalmente no alcanza para que algún chabón se ponga con alhajas y vestidos a la
moda. De todas maneras, también aquel cabaret rural atraía las iras de los bien
pensantes: “maldito cabaret… ruina de las aldeas, desgracia de las pobres mujeres y
de los niños”xvii .
El cabaret del tango es, en cambio, descendiente directo del Moulin Rouge que
frecuentaban Toulouse Lautrec y aquel gran bacán que luego se llamó Eduardo VIIxviii.
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gustaban los ricos licores; tenía el mate lleno de infelices ilusiones; fue la papa más
milonguera; luego, fané y descangayada, laburó en un circo como domadora de
leones, para ir a morir en una blanca y fría cama de un blanco y frió hospital. Pero no
fue culpable el cabaret de que la Goulue rodase por el fango, ya lo había hecho antes,
cuando todavía se llamaba Louise Weber y estudiaba el catecismo en una escuela de
monjas.xix
¿Y cómo se llaman las mujeres de los tangos? Frente a cuarenta y seis Marías,
Esteres, Nicanoras, Malenas y similares, me encuentro con sesenta y cuatro Ivonne,
Yvette, Ninon, Germaine, Jacqueline, Claudinette, etc., apareciendo como campeona
absoluta Mimí, con dieciséis menciones.xx Y ni que decir tiene que, cuando el poeta
evoca criaturas literarias, ni una miserable vez aparece Aldonza Lorenzo, Melibea,
Camila o Luscinda. Sus grelas ideales son Manon o Margarita Gauthier, y no empece
a ello que la una terminó en cana y la otra, tuberculosa.
Viceversa, en materia masculina, sus prototipos amatorios son Des Grieux, Duval,
Rodolfo y Schaunard. Pobres Alonso Quijano y Calixto, el tango no los ha reconocido
como garabos capaces de atracarse a una paica. La cosa es comprensible, porque ni el
Campo de Montiel ni Salamanca son Paris, y por ende sus habitantes tienen una baja
cotización erótica.
Es que las mujeres francesas venían rodeadas de una prestigiosa leyenda –leyenda que
aun sobrevive en nuestra expresión popular “más cara que una francesa”- que hacía
imposible que otras nacionalidades compitiesen con ellas. Así, en los tangos aparecen
nada menos que nueve francesas, mientras que por el otro lado solo contabilizo una
galleguita, una inglesita, una rusita, una polaquita, una italianita, curiosamente dos
japonesitas y –menos mal- una argentinita; en cambio hay abundancia de criollitas y
paisanitas. Todas en diminutivo, vaya uno a saber por qué.
Pero incluso, aunque la naifa se llamase María, el barco que la transportaba hacia
escala en Tolón, y no en Nápoles o Barcelona. Y la pobre galleguita, ya aludida, fue a
disipar su virtud, no en el Centro Lucense, sino en Pigalle.
Montmartre, el viejo monte de Mercurio o Marte, que tal parece ser su etimología xxi, y
no monte de los mártires, inventada esta última en el siglo XI para avalar la historia
de San Dionisio el cefalóforo y sus compañeros. Montmartre es citado en trece tangos
diferentes, pero sin distinguir si se habla del Montmartre d´en haut o el Montmartre d
´en bas.
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Sobre este último señorea el ya recordado Moulin Rouge xxii y centenares de otros
lugares de diversión nocturna, uno de los cuales, destinado específicamente a la
práctica del strip tease, estaba hace unos años ubicado en el mismo solar donde se
fundó la Compañía de Jesús. Lindo ejemplo para Cambalache.
En cambio, el Montmartre d´en haut conservó hasta principios del siglo XX todo su
carácter campestre y de reducto de artistas, el que se acentuó tras la I Guerra Mundial,
con epicentro en el famoso Bateau Lavoir, cuna del cubismo.
Sería interesante precisar concretamente cuál de los dos Montmartre prefiere el tango.
Según Cadícamo, el cabaret El Garrónxxiii, donde actuaba Pizarro, estaba en la calle
Fontaine; esto nos ubica en las inmediaciones – una vez más- de la Place Pigalle, y
por ende en el Montmartre d ´en bas. Asimismo la alusión, en Mañanitas de
Montmartre, a la calle de las mujeres pecadoras nos coloca nuevamente más cerca del
Montmartre d´en bas que del Montmartre d´haut; en la calle de Saint Denis, vieja vía
que ya existía cuando Paris no era Paris sino Lutecia, donde desde hace más de mil
años se dedican a brindar consuelo a los varones solitarios las mujeres “folles de leur
corps”, como decía el santo rey Luis, pero que supieron no obstante inspirar a Villón.
En cambio Madame Ivonne me da la impresión que estaba instalada –cuando aún era
Madeimoselle Ivonne- en el Montmartre d´en haut., en virtud de su asociación con el
Barrio Latino y con el baile “des Quatr´Z Arts” xxiv, todo lo cual indica claramente un
ambiente de artistas plásticos. Entre paréntesis, lindo viaje se mandaba Ivonne, de una
punta a la otra de Paris, aunque mucho más largo era el que hacia Jacques Renaudin,
inmortalizado por Toulouse Lautrec bajo el nombre de Valentín le desossé, que se
venía desde Sceaux para bailar con la Goulue en el Moulin Rouge.
El imaginario del tango también busco a sus poetas entre los franceses. Así aparecen
François Villon, Musset y Chenier, mientras que parece casi ignorarse la existencia de
poesía lírica en lengua española; pues solo encuentro dos alusiones a Rubén Darío y
cuatro a Carriego, nada menos que Carriego.
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sería una labor estadística, labor estúpida, siempre deficiente y exorbitante, porque los
hombres no son cifras ni se dejan reducir a ellas.
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Creo más importante considerar otras dos cuestiones. Por un lado, el aspecto
temporal, a saber la gran masa de referencias a lo francés en el tango, se ubica entre
las dos guerras mundiales, periodo durante el cual también sus letras se tornan más
melancólicas y lacrimógenas.
Esto tiene que ver con el papel de espejo de la realidad que cumple el tango, claro
ejemplo de un proceso de incorporación, como lo ha visto Gobello. El proceso se
inicia casi contemporáneamente con la celebración del primer Centenario, como lo
hemos dicho más arriba.
Pero pese a ese auge económico, el proceso de movilidad social se hace más lento y
complejoxxvii, lo que genera una tensión interna, porque aun cuando suponía que había
alcanzado a Europa, el alma argentina –y en particular la porteña, comprendía
oscuramente que había diferencias esenciales y difícilmente superables, porque nacían
de nuestra propia e intransferible historia. Sobre esto me remito a las páginas que
escribió Ortega y Gasset en ocasión de sus visitas a Buenos Aires xxviii, durante la
primera de las cuales, dicho sea de paso, escucho cantar a Gardel.
Por eso subraye antes, la importancia del tango como documento para estudiar la
sociología y la historia de Buenos Aires, porque en él se reflejan las preocupaciones,
dolores, afanes y alegrías de los porteños a lo largo del siglo XX. Los casos son
innumerables. Ya cite antes al El Marne; bastaran algunos pocos ejemplos más.
Lomuto publica un tango instrumental titulado Los Dardanelos. El título es
ciertamente enigmático y, de movida se pensaría en un homenaje a la entonces –no
había aun aparecido Menen en el horizonte argentino- humilde y laboriosa comunidad
turca. Nada de eso: este tango refleja la impresión que causo entre nosotros la dura
batalla de Gallipoli o –como la llaman los turcos- de Canakkale en el año 1915. El
asesinato del senador Bordabehere inspiró a Alele y Traviglia el tango Veintitrés de
Julio y –mal que les pese a quienes quisieran un mito políticamente correcto- Gardel
festejo la caída de Yrigoyen en 1930, con el tango Viva la Patria, de Aieta y García
Giménez. El piñerista, tango de Prudencio Aragón muy posiblemente se refiera a la
fracasada revuelta radical de 1905xxx.
No quiero, sin embargo, meterme ahora en una cuestión tan peliaguda como la
sociología del tango, que pese a algunos meritorios esfuerzos, no ha merecido a mi
juicio la atención que se merece.
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El otro aspecto al que quiero aludir tiene que ver con la dilucidación del porqué de
esta obsesiva referencia lo francés en los tangos, con casi total exclusión de cualquier
otra nación; exclusividad tanto más curiosa cuanto que, en aquella sazón, la Argentina
mantenía estrechísima vinculación política y económica con Gran Bretaña.
Desde siempre, para el artista argentino, triunfar significo triunfar en Paris; para el
niño bien, el viaje a Paris era la culminación de su experiencia vital y los mismo
intelectuales solo abrevaban en obras francesas. Los filósofos estaban adscriptos al
positivismo (si es que tal doctrina puede llamarse filosofía); los abogados citaban a
Aubry-Rau y a Demolombe y el sueño del médico era hacer una práctica en el
hospital Laennec o en la Salpetrière.
A fines del siglo XIX y principios del XX, no eran muchos los que en la Argentina
conocían a Unamuno, a Pio Baroja o a Azorín y menos aun lo que los apreciaban.
Había, por lo tanto, que acudir a otras fuentes. Italia no estaba mucho mejor que
España. Alemania y gran Bretaña gozaban de un bien merecido prestigio, pero sus
lenguas endiabladas dificultaban el arrime. Solo quedaba Francia y además “la
douceur de vivre” siempre fue mayor allí que en Alemania o en la rubia Albión.
Sucede que, como decía Dante, “le cose tutte quante hanno ordine tra loro”, y la
persistente referencia tanguera a Francia no es sino una faceta de un curioso hado que
pesos sobre esta Ciudad de la Trinidad y Puerto de Santa María de Buenos Aires,
desde el momento mismo de su fundación.
Según el acta del Cabildo del 17 de octubre de 1580, cuando llego la hora de designar
al santo patrono de la nueva fundación, Juan de Garay decidió confiarse a la Divina
Providencia o, si se quiere, al azar, según las creencias de cada uno. Lo cierto es que
resulto desinsaculado “el señor San Martin” de Tours, apóstol de las Galias y uno de
los santos más populares de la Edad Media. Lo que no nos dice el acta, pero nos
transmite una tradición persistente, es que los pobladores hubiesen preferido un santo
español –Fernando o Isidoro, tal vez-, por lo que repitieron la suerte otras dos veces,
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pero la Providencia se revelo más tozuda que el vascongado fundador y reitero su
elección. Así quedo consagrado nuestro santo patrono y desde eses día Buenos Aires
volvió sus ojos a Francia.
Los abogados, para referirnos al edificio de Talcahuano 550, seguimos diciendo sin
más “el Palacio” y todos entendemos de que se trata. Esto es simplemente una
transcripción de “le Palais”, como se llama en Paris a la sede de los tribunales, por la
sencilla razón que en su origen fue la residencia real, tanto que aun hoy la Cámara
Civil sesiona en lo que fue el dormitorio del rey San Luis. Dicho sea de paso, nuestro
edificio de Tribunales es obra del arquitecto Maillart, a quien también se deben el
Correo Central y el Colegio Nacional Buenos Aires.
Tal el pasaje La Comuna, cuya designación debe probablemente ser fruto del espíritu
partidario socialista que quiso conmemorar el sangriento movimiento insurreccional
parisiense de 1871. Pero si tal suposición es válida, no se comprende cómo en la
misma ordenanza del 30 de diciembre de 1925 se otorga a otro pasaje la
denominación de La Frondaxxxiii, movimiento que estaba desde el punto de vista
ideológico en las antípodas de la Comuna. Pero lo importante es que ambos fueron
episodios de la historia francesa y aparentemente eso fue suficiente para nuestros
concejales, sin meterse en mayores averiguaciones.
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También es curiosa la denominación de Crainqueville, impuesta en la misma
ordenanza ya citada. Salvo que volvamos a recurrir a la ideología socialista y con el
debido respeto al gran talento de su autor –hoy lamentablemente tan poco leído- no sé
qué méritos particulares posee ese cuento de Anatole France en relación a Buenos
Aires.
¿Y Lafayette? Me parece muy bien que lo honren los estadounidenses, pero entre
nosotros hubiese sido para apropiado conmemorar con el nombre de una calle al
francés Domingo Pertaud, nacido en Saint Gaudens, al pie de los Pirineos, único no
americano entre los granaderos muertos en el combate de San Lorenzo.
Mayor extrañeza causa la calle Juez Magnaud. ¿Quién es el cusifai ese? Estoy
convencido que en Francia misma, fuera de un grupo de especialistas, su nombre no
despierta ningún recuerdo, pese a que sus innovadores criterios han recibido acogida
favorable en las más recientes legislaciones. De hecho, en toda Francia he encontrado
solo un lugar nombrado en su honor, en el pintoresco poblado de Saint Yrieux la
Perche, donde murió. Si entre los hispanoparlantes Magnaud significa algo, ha de ser
porque Azorín lo utilizó como motivo para uno de sus deliciosos relatosxxxiv.
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numeroso de colonos franceses –incluso el cura párroco- en Dolores, entonces
frontera con el indio. En Tandil, en 1869, el 31% de los habitantes eran españoles, el
27,3% franceses y solo un 13,1% italianos. En 1830, Arsene Isabelle se topa en
Misiones –nada menos- con un hermano del gran pintor Ingres. Y en 1899, el último
malón en el Chaco es rechazado por los colonos al mando del francés Lutringer,
quien por el apellido debía ser alsaciano.
Ese fenómeno se da también en el idioma, de modo tal que el idioma que hablamos
los hispanoamericanos sigue reflejando, en su fonética, el hecho que los primeros
conquistadores fueron en su mayoría oriundos de Andalucía o Extremadura
Merece la pena destacar que el caso argentino es excepcional, porque los franceses no
fueron un pueblo que hizo un gran aporte a las corrientes migratorias, salvo en el caso
de Canadá y –justamente, la Argentina. Además, el nivel cultural de los inmigrantes
franceses era normalmente más alto que el de los otros grupos, lo que sin duda
contribuyó a aumentar su peso específico dentro de la sociedad argentina.
Sería hacer gala de una erudición barata evocar nombres como el del conde de Buenos
Aires o Paul Groussac o el misterioso Pierre Benoit, supuesto Luis XVII, hijo de Luis
XVI y María Antonieta, que dio lugar a tantos debates eruditos y que también recogió
Mujica Láinez en Misteriosa Buenos Aires, suposición que se revelo carente de toda
base cuando el examen del ADN mitocondrial probó fuera de toda duda que había
muerto en prisión en 1795. Sus escasos restos mortales por fin encontraron reposo
definitivo en 2004 en la Basílica de Saint Denisxxxviii.
En 1855 se elevó en Buenos Aires el primer globo aerostático, tripulado por Monsieur
Lartet. Y fueron también franceses el introductor del telégrafo, M.Bertonnet y Víctor
Anden, quien realizo la primera conexión telefónica que, que se, se llevó a cabo entre
el presidente Roca y su ministro Bernardo de Irigoyen.
En el mismo año de 1881, dio comienzo la explotación comercial del teléfono, con la
“Societé du Pantelephon de Loch”, dirigida por Monsieur A.Dels, instalada en Florida
124. Y el primer vuelo con un aparato más pesado que el aire, tanto en la Argentina
20
como en toda Sudamérica, lo hizo en 1910, el piloto francés Henri Bregi. Y no
olvidemos que fue también un francés, Antoine de Saint-Exupery, quien eligió los
cielos argentinos para escribir la saga de la aviación civil.
Francia también hizo su aporte a la galería de excéntricos que alguna vez tuvo nuestro
país, desde Aurele Antoine Tounens, rey de la Araucanía hasta M.Lebonnard, quien
en 1903 había dado en la inocente manía de dirigir el tránsito en la esquina de Florida
y Sarmiento, bajo la mirada benévola de los transeúntes, que sin duda eran más
comprensivos y menos apresurados que los actuales. Y aunque no de nacimiento
francés, no he de olvidar al casi mítico Charles de Soussens, fino cultor de ese idioma,
amigo de Darío, descubridor de Carriego e impenitente habitante de la noche porteña.
Basta mirar en torno nuestro, en las calles y paseos de Buenos Aires, para que salte de
inmediato a la vista la impronta francesa. Cualquiera confundiría el pasaje Rivarola
con la rue du Mont Thabor y el difunto pasaje Seaver, víctima de la furia destrozista
de los urbanistas, traía de inmediato a la memoria el barrio posta del viejo Monmartre.
No hablemos ya de lo que significó el gran paisajista Thays para nuestros parques y
jardines, no solo en la ciudad sino también en la actual Residencia Presidencial y
numerosos cascos de estancias. Ya cite a Maillart y he de citar solo tres entre las
decenas de arquitectos franceses que contribuyeron a edificar Buenos Aires. Louis
Marie Sortais, responsable del hoy Círculo Militar, quien nunca piso Buenos aires,
limitándose a enviar los planos desde Paris; Dubois constructor del hoy Museo del
Tigre y Courtois, responsable este último, en complicidad con el intendente Torcuato
de Alvear de unos indescriptibles adefesios, según los definía la prensa de la época,
entre ellos un ombú de ladrillo y cemento, erigido donde hoy está el monumento a
Dorrego.
Asimismo el acervo escultórico de Buenos Aires, más allá de los nombres egregios de
Rodin y Bourdelle, exhibe una impresionante cantidad de nombres franceses, entre
ellos Carrier-Belleuse, autor del mausoleo de San Martin; sin contar con los anónimos
pero no por eso menos inspirados fundidores de la Val d´Osne, autores de las fuentes
que se alzan en Córdoba y Nueve de Julio. Pero aun en el caso que el escultor no
fuese francés, como Eberlin, responsable de los grupos que adorna la base del
monumento a San Martin, no podía evitar que sus figuras se pareciesen más
grognards napoleónicos que morochazos de tierra adentro, que fueron quienes se
enrolaron en los ejércitos sanmartinianos.
21
argentinos ingresaron como voluntarios en la Legión Extranjera xli,y en total murieron
cuarenta. xlii
Pero no solo los varones vertieron su sangre por amor a Francia. También las mujeres
pagaron ese tributo ante su altar. No piense el lector –si es que hay alguno- en la
heroína del tango de Blomberg y Maciel. Se trata, lamentablemente, de la historia real
y menos poética de Teresa Laborde-Line, nacida en el alfonsinesco pueblo de
Chascomús. Teresa gozaba de buena salud, pero pese a ello fue a morir en un
suburbio de Paris, víctima de la mortífera seducción de Enrique Desiderio Landru,
quien previamente la engrupió bien debute y le shacó todo el vento. Pero, suprema
ofensa, las nociones de geografía de Landru eran precarias y creía que Teresa era
brasileña. Bien merecida tenía la guillotinaxlvi.
22
i
NOTAS
Federico en 1743 ordena la Academia de Ciencias de Berlin, que redacte sus memorias en francés, pues –
dice-“Las Academias, para ser útiles, debern informar sus descubrimientos en la lengua universal y esa
lengua es el francés”; citado por Reau, Louis, L´Europe française au siecle des Lumieres; pag. 21; Paris,
Albin Michel, 1971.
ii
Barcia, Pedro Luis; Ideario de San Martin, pag.106; Buenos Aires, instituto Nacional Sanmartiniano,
2015.
iii
Entre muchos otros libros, sobre este fenómeno se puede consultar con provecho toda la obra del peruano
José María Arguedas. Más específico, Wachel, Nathan, La visión des vaincus, Gallimard, Paris 1971.
iv
Sobre este tema, resulta fundamental la consulta del libro de José C.Moya, Primos y Extranjeros, que
arroja una nueva luz sobre el fenómeno migratorio de fines del siglo XIX, pese a que se refiere únicamente al
caso de los españoles que venían a la Argentina.
v
Personalmente no he notado diferencias apreciables entre el sol que ilumina Paris y el que ilumina Buenos
Aires. Pero yo no soy astrónomo. Lo único que he observado es que el clima Paris es más lluvioso.
vi
Manuel Mújica Láinez, Vida de Aniceto el Gallo, pag.138.
vii
Como Mansilla era un bacán de aquellos, fijó su residencia nada menos que en lo que hoy es la Avenue
Foch, donde en cambio hoy habitan los jeques árabes ahítos de petróleo.
viii
En realidad San Martin, en vida, nunca llegó a ser general del ejército argentino. Solo ostentó el grado de
coronel mayor; en cambio sí fue general del ejército chileno. Nadie es profeta en su tierra.
ix
Barcia, Pedro Luis, op.cit., pag.50.
x
Carta a Godoy Cruz, fechada en Mendoza, 24 de febrero de 1816; Barcia, op.cit. pag.181.
xi
Barcia, op.cit. pag.52.
xii
La Gran Aldea, pag.69.
xiii
Una primera aproximación la realizó el Académico Correspondiente D. Eduardo Giorlandini, en la
Comunicación Académica nro. 1111.
xiv
xiv. Ostuni, Ricardo; Tango, voz cortada de organito.
xv
Curiosamente, la única otra capital europea que he encontrado es Atenas. He encontrado también a Lyon,
Marsella, Tolon, Moscu y la isla de Capri. También encontré un Versalles, pero el contexto no me permite
decidir si es el francés o el barrio porteño. Descolgado del cielo, una vez aparece Tokyo.
xvi
Connaissance du Vieux Paris, Les Villages, pag.45.
xvii
Bujault 1864, citado por Auge Laribe, La revolution agricole, pag.175.
xviii
Lástima grande es que ningún tango haya rescatado la memoria de este prototipo de niño bien, compadrito
y prepotente, tal vez responsable del homicidio de Adolfo Steinheil, esposo de Margarita Japy, dama bella y
cariñosa, quien a su vez tenía sobre su conciencia la muerte de un presidente de Francia, mediante armas
harto agradables, pero –después de cierta edad- ciertamente mortíferas. También es lástima que no se hayan
utilizado las obras de Toulouse Lautrec para ilustrar los tangos. No conozco nada que refleje mejor Zorro
Gris, que el retrato de Jeanne Avril saliendo del Moulin Rouge (1892), o Reine de Joie, de igual fecha, para
Margot; o Au rat mort (1899), para Muñeca brava.
xix
Armand Lanoux, La Jeunesse de Marianne, La grand quadrille du Moulin Rouge, pag.345 y ss.
xx
Carriego es quien, en Misas Herejes, introduce a Mimí, junto con Museta, en el imaginario porteño.
xxi
Integrando la Academia Porteña del Lunfardo no puedo eludir esta referencia. Es una deformación
profesional.
xxii
Recordemos, de paso, que Moulin Rouge se denominó un famoso reducto tanguero de Montevideo,
donde actuaba nada menos que Pascual Contursi. Por un prurito de precisión, señalemos que el Moulin
Rouge está en la Place Blanche, a unos trescientos metros de la Place Pigalle.
xxiii
En la misma dirección lo ubica Gardel en carta a Razzano, reproducida en www.todotango.com
xxiv
Sobre el Bal des quat´z arts, ver las comunicaciones de Ricardo Ostuni y del autor, en la Academia
Porteña del Lunfardo.
xxv
Armand Lanoux, La belle epoque. La vraie Casque d´Or, pag.75.
xxvi
Es la generación a la que pertenecen Aroztegui, Canaro, Greco, Vacarezza, Pascual Contursi, Berto,
Blomberg, Tuegols, Castriota, Azucena Maizani, Corsini, Gardel, Luis Roldan, D´Arienzo, di Sarli,
Discepolo, Rosita Quiroga, Magaldi, Pracanico, Julio de Caro, Matos Rodríguez, Maffia, García Giménez,
Fresedo, Cobián, Celedonio Flores, Lomuto, Delfino, Tarila, Marambio Catan, Aieta, Bernstein, Cadícamo,
Alvaro Yunque, Arlt, por solo citar unos pocos. Sobre las generaciones argentinas, ver el libro del mismo
título de mi inolvidable amigo y maestro Jaime Perriaux, Eudeba, 1970.
xxvii
Gallo, Ezequiel, La Pampa Gringa, pag.104 y passim.
xxviii
Fundamentalmente, Intimidades, Obras Completas, T.II, pag.635 y siguientes; Madrid, Revista de
Occidente, 1950.
xxix
Me refiero obviamente a cierto tipo de letra de tango, estrictamente lírica y sentimental, que de alguna
manera es la que pervivió en la memoria colectiva, Pero las letras de tango abarcan muchos más matices y no
es difícil encontrar paginas satíricas, costumbrista y otras francamente paródicas. Baste recordar El Tarta,
Amarroto, Cipriano, Pipistrela y –por qué no- Cambalache. Hay, además, una interminable cantidad de
letras de tango que son de un kitsch insoportable. Mejor “non raggionar di lor, ma guarda e passa”.
xxx
La lista de tangos con referencias a la política criolla es muy amplia. Por solo citar algunos ejemplos más:
Don Leandro (Rafael Rossi); El Parque (Pedro Datta); Espiante que viene Palacios (Silvio de Pascal); El
socialista (Juan Mallada); Hipólito Yrigoyen (Maroni); Barullo en la barra (Juan Marini); La descamisada
(Helu-Maroni); Boina Blanca (Raimundo Chartier); Elpidio (Paz Hermoso); Don Lisandro (Solano-
Augusto); Alvear (Jove-Frontera).
xxxi
Sem, Les posedées, Buenos Aires, Academia Porteña del Lunfardo, 2002.
xxxii
Yo no lo sabía entonces, pero entre los que la cantaban estaba María Falconetti, protagonista de La
pasión de Juan de Arco, de Dreyer, una de las más bellas películas de la historia del cine.
xxxiii
Aquel que haya leído Veinte años después, recordará sin duda de que se trata.
xxxiv
El buen juez, en Trasuntos de España, Espasa Calpe, pag.47.
xxxv
Georgette Aubin, La tyrannique Madame Caillevet, pag.305.
xxxvi
Historia funambulesca del Profesor Landormy, pag.36. Aunque ajeno al tema de este trabajo, me permito
sugerir algunas identificaciones tentativas para los personajes de esta novela en clave:
AristobuloJ.Izquierdo = Alfredo L.Palacios
Senador Cadelago = Alberto Barceló
Profesor Hermann Liszt = Robert Lehmann Nitsche
xxxvii
Sinfonía a la moda francesa, Caras y Caretas, año V, nro.200, 2 agosto 1902.
xxxviii
El hijo de Pierre Benoit trazó la planta urbana de La Plata, así como su catedral y la catedral de Mar del
Plata.
xxxix
La ubicación exacta de sus restos se ignora, pero es posible que estén en la bóveda de Mariquita Sanchez
de Thompson.
xl
Bourlet, Michel, en Revue Historique des Armées, nro.255, año 2009, pag.68.-
xli
www.memoiredeshommes.sgo.defense.gouv.fr.
xlii
Ibídem.
xliii
Era alsaciano, y no prusiano, como aparece en algunos textos.
xliv
Danel cumplió la triste tarea de descarnar el cadáver de Lavalle, en el pueblo quebradeño de Huacalera ,
para evitar que fuera profanado por las tropas de Oribe.
xlv
Figueroa, Abelardo Martín; Escalafón de Oficiales del Ejército de Línea, Estado Mayor del Ejército,
Buenos Aires, 2002.
xlvi
René Masson, La mortelle romance de M.Landru, pag.86. Hasta el día de hoy no se ha podido determinar
el número de homicidios (o femicidios, para seguir el uso) cometidos por Landru, pero casi con seguridad
superó la centena. De paso, nótese la similitud de apellidos de la víctima argentina con el alférez
probablemente muerto en Curupaity. No es improbable que fuesen parientes, pues en aquellos años los
empleados públicos, frente a apellidos algo complicados, solían practicar una ortografía fantasiosa.
ANEXO 1
En este anexo se indican los diez vocablos franceses o que implican referencias a Francia más usados en los
tangos examinados.
CABARET
PARIS (o derivados)
FRANCIA (o derivados)
Arlette (Bonavena-Sanguinetti)
El taita (Manco-Gobbi) 1907
El taita del arrabal (Bayón Herrera-Romero-Padilla) 1922
Audacia (Flores-La Rocca) 1925
Francesita (Vacarezza-Delfino) 1925
Che, papusa, oí (Cadícamo-Matos Rodríguez) 1928
Araca, París (Lenzi-Collazo) 1930
Griseta (González Castillo-Delfino) 1924
Muñeca brava (Cadicamo-Visca) 1928
Madame Ivonne (Cadícamo-Pereyra) 1933
Corrientes y Esmeralda (Flores-Pracanico) 1933.
Fanfan (Pelaia-Marin)
La milonga que faltaba ((Panizza-Laina)
Balada para mi muerte (Ferrer-Piazzolla) 1968
Cinta azul (De Leoni-Escariz-Méndez)
Francia (Pesce-Barbero)
A la francesa (Le jour de glorie est arrivé) (D. Linyera)
Pobre francesita (Flores-Joves)
La viajera perdida (Blomberg-Maciel) 1930
No cantes victoria (Pesce-Canaro)
Flor de Paris (Canaro-Nasso).
La copla porteña (Canaro-Pelay)
Colibriyo (Martinez-Tronge)
Silencio (Gardel-Lepera-Pettorossi) 1932
Bailarás (Abertman-Castiglione)
Bon soir, Monsieur (Capone-Fresedo)
Pobre francesa (Marambio Catán)
Linda francesita (Rizzutti)
Quién te ha visto y quién te ve (C.Castillo-Sureda)
Pobre gringa, la francesa (Montiel-Demarzo)
Mimí (Motta-Lomuto)
Paso por mi lado (Staffolani-Pérez)
Un porteño a la violeta (Chere-Zinni)
Mojarrita (Cadícamo-Verona)
Arrimame la carita (Del Rio Sciammarella)
Fru-Fru (versión española de H.Manzi)
La señora del chalet (Pagano-Rivero)
Pantalón a la francesa (González-Vieitri)
Tortazos (Maroni-Razzano)
Piso de soltero (P.Cipolatti-Nisenson)
Traviesa (Charlo-Batistella)
Tangó de París (Pintin Castellanos)
Una noche en el Garrón (Pizarro-Garros)
Y te cantan hasta en Francia (Scolati Almeyda-Bideschi)
PIGALLE
CHIQUE
Chiqué (Brignolo) 1920
Che, papusa, oí (Cadícamo-Matos Rodríguez) 1928
Noches de Montmartre (Lenzi-Pizarro) 1932
Pobre milonga (Romero-Jovés) 1932
A la Megata (Rivero-Alposta) 1981
Medias de seda (Velich-Bonini)
Papanata (Botta-Lomuto)
Te acompaño el sentimiento (Bauer-García Servetto)
Crease o no (Ca di fon-Canaro) 1932
Misa rea (Lopez-Maffia-Piana)
Por qué se fue (Maizani)
Hacete amigo del juez (Casanova)
Gigoló de luxe (Rodríguez Bustamente-Tanturi)
Pal nene (Rivero)
Negra mala (Peressini)
La señora del chalet (Pagano-Rivero)
CACHET
MIMI
GIGOLO
Aquel tapado de armiño (Romero-Delfino) 1931
Abran cancha (A.Mastra)
Viejo smoking (Flores-Barbieri) 1930
Araca, Paris (Lenzi-Collazo) 1930
Pa´lo que te va a durar (Flores-Barbieri) 1930
La milonga que faltaba (Panizza-Laina)
Cabecita loca (Romero-Delfino) 1920
¿Por qué soy reo? (Meaños-J.Velich-H.Velich)1929
Hombrecito (Zeballos-Collazo)
Carnavales de mi vida (Cadícamo-Cobián)
Gigoló (A.De Caro-E.De Caro)
El gigoló (Roldán-Delfino)
Gigoló de luxe (Rodríguez Bustamente-Tanturi)
Gigoló compadrito (Cadícamo)
Muñeca brava (Cadícamo-Visca) 1927. 2da. Versión 1928
Todavía hay otarios (Pizarro-Behety) 1928
MONTMARTRE
Se enumeran, sin pretender agotar la lista, los escultores franceses y sus obras que figuran en las calles,
paseos y otros lugares públicos de la ciudad de Buenos Aires, excepto el Museo de Bellas Artes y el Museo
de Arte Decorativo.
Bourdelle, Antoine-
Monumento a Alvear (Avda. del Libertador)
Centauro herido (Plaza Justo J. de Urquiza)
Heracles arquero (Avda, Figueroa Alcorta)
Cain, Auguste
León con su presa (Parque 3 de febrero)
Leona con su cría (Parque 3 de febrero)
Carlier, Emile
Mausoleo familia Dorrego Iriarte (Recoleta)
Carlus, Jean
Caperucita roja (Parque 3 de febrero
Charpentier, Félix
La cigale (El Rosedal)
Despan, Charles
Desnudo (Parque 3 de febrero)
Dubourdieu, Joseph
La República (Pirámide de Mayo – Plaza de Mayo)
La Industria (Plazoleta San Francisco)
La Geografía (Plazoleta San Francisco)
La Navegación (Plazoleta San Francisco)
La Astronomía (Plazoleta San Francisco)
Du Parc , Gustave
Monumento a Falucho (Luis M.Campos y Santa Fe)
Dupre, Jean
La Piedad (Iglesia de la Piedad)
Falguiere, Alexandre
Dos bronces (Museo Etnográfico)
Dos estatuas de mármol en la antigua sede del Jockey Club)
Fremin, Rene
La Flora (Jardín Botánico)
Gardet, Georges
Familia de ciervos (Parque 3 de febrero)
Geny, Gustave
Monumento a Olegario Andrade (Parque 3 de febrero)
Guillot, Eugene
Cazador de águilas (Plaza Constitución)
Le Courtier, Prosper
Ciervo (Plaza Intendente Seeber)
Le Duc, Arthur J.
Ciervo (Parque 3 de febrero)
Millet, Aime
Monumento a Adolfo Alsina (Plaza Libertad)
Noel, Edmé
El progreso (Plaza Ejército de los Andes)
Pater, Paul
Monumento a los muertos por Francia(Hospital Francés)
Perrault, H.
Perro (Parque 3 de febrero)
Rezeux
Busto de Pasteur (Hospital Francés)
Richepin, C.
La victoire en chantant (Hospital Francés)
Rodin, Auguste
El pensador (Plaza de los Dos Congresos)
Monumento a Sarmiento (Avda. Sarmiento y Libertador)
Virieu, François
Diana fugitiva (Plaza Alvear)