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ACADEMIA PORTEÑA DEL LUNFARDO

ANIBAL OSCAR CLAISSE

LA OBSESION FRANCESA
Segunda edición

Cuando, en 1995, se me confirió el honor de cooptarme como integrante de la


Academia Porteña del Lunfardo, mi discurso de recepción se denominó “La obsesión
francesa”, y versaba sobre la influencia de ejerció Francia sobre el tango en particular
y sobre la sociedad argentina en general.

Agotada la edición primera, pensé que no sería demasiada osadía lanzarme a una
segunda, ampliada y corregida, pero cuando me puse a trabajar en ella me encontré
con una serie de cuestiones nuevas o que en el primer intento habían sido tratadas en
forma muy tangencial. Por lo tanto el presente trabajo reconoce un mismo punto de
partida con “La obsesión francesa”, recogiéndose aquí trozos de aquella, pero
tratándose en buena parte de un texto nuevo y diferente.

Olivos, diciembre 2015.

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Que Carlos Gardel sea el máximo mito porteño es obviamente fruto del azar propio de
una ciudad que acogió en su ámbito gentes venidas de los más diversos pueblos del
mundo. Es, sin embargo, un azar significativo. Para un hombre de la antigüedad
clásica, Gardel podría ser lo que llamaban un monstruo, es decir un signo de la
voluntad de los dioses. Esos dioses, por algún designio arcano, consideraron
conveniente que nuestra sociedad estuviese sometida por largo tiempo a ser sierva de
la cultura francesa.

En la Argentina se da con particular claridad un fenómeno al que podríamos llamar


“imperialismo cultural francés”. Todo lo vinculado con Francia dominó el imaginario
argentino hasta la década de 1940. Este imperialismo es curioso, porque si se tienen
en cuenta los respectivos aportes migratorios, el peso de la colonia francesa en la
Argentina era –cuantitativamente- relativo; tampoco, mal que le pese a Marx, tiene
que ver con lo económico, pues las inversiones británicas eran muy superiores. Es
este sin duda un hecho que merece alguna atención, y a su consideración están
dedicadas estas paginas, con la salvedad de que no es único de la Argentina, sino que
se dio en muchos otros lugares del mundo, aun entre países cuyo nivel cultural nada
tenía que envidiar al francés. Fueron los ingleses, sus más enconados enemigos, los
primeros que comenzaron a rodear de un aura romántica a Napoleón y en una
intrascendente película italiana de los años cincuenta, cuyo único mérito era reunir a
Aldo Fabrizi, Eduardo De Filippo, Gino Cervi y Alberto Sordi, este último
representaba a un agente de policía romano que soñaba con Paris y cuya única
ambición era aprender a hablar en francés.

Los siglos XVIII y XIX fueron dos siglos marcados a fuego por la cultura francesa.
En 1777, el marques Doménico Caraccioli publica un libro titulado “Paris, el modelo
de las naciones o la Europa francesa.”. Podríamos sentirnos inclinados a tratar este
libro como un signo de esnobismo; pero el ejemplo de Federico II de Prusia i y de la
zarina Catalina la Grande, ambos grandes escritores en lengua francesa, nos veda
seguir tal opinión. Cuando el teniente coronel D. José de San Martin, quien
precisamente no era un esnobista, se trasladó a Buenos Aires en 1812, trajo consigo
su biblioteca, que lo siguió durante toda su campaña hasta terminar en Lima, donde su
propietario la donó a la Biblioteca Pública de esa ciudad; del listado que ha llegado
hasta nosotros resulta que el 68,65% de las 268 obras que la componían estaban en
francésii.

Salvo momentos relativamente efímeros, ambos siglos no fueron demasiado


favorables a Francia en lo político, en particular en los campos de batalla, sobre todo
en los últimos años de Luis XIV; pero sin embargo su imperialismo cultural fue
incontrastable. Desde las orillas del Neva hasta las del Potomac, los arquitectos
franceses fueron los maestros del urbanismo; sus pintores y sus escultores repartían
sus creaciones en todo el orbe y la literatura francesa era –a todos los efectos
prácticos- la Literatura con mayúscula.

Pero opino que, en nuestro país, las características y la intensidad de ese influjo
fueron particulares, penetrando
hasta estratos sociales cuyos integrantes posiblemente no eran capaces de ubicar a
Francia en un mapa. Esto es singularmente evidente en el caso de Buenos Aires. En
efecto, una mirada somera sobre la ciudad y sobre ciertas expresiones de su cultura,

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revelan una singular influencia, casi diría una fascinación -usando tal palabra en su
viejo sentido de “encantamiento”.

Carente de un substrato de población indígena de nivel cultural relativamente elevado,


el área bonaerense estuvo desde sus orígenes mismos mirando hacia Europa. Nuestra
ciudad nació única y exclusivamente como puerto –los porteños no somos otra cosa
que los habitantes del puerto- destinado a asegurar la salida de los productos peruanos
hacia Europa en forma más expedita que por la vía tradicional atravesando el istmo de
Panamá. Esto la marcó en forma definitiva, pero de todas maneras eso debería haber
significado un total y absoluto predominio de todo lo español. Así pues, es menester
determinar las causas y motivos que explican esta floración de lo francés.

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I – Paréntesis sobre la inmigración.

Antes de entrar al análisis especifico del peso de la cultura francesa sobre la


Argentina, es menester considerar -aun en forma somera- el gran acontecimiento que
ha marcado a nuestro país desde 1870, a saber la inmigración. Si no tenemos una idea
medianamente clara de lo que esto significa, mal podremos pretender comprender a la
sociedad argentina, y a la porteña en particular.

Con el término “migración” se denomina un fenómeno básico, por el cual el hombre


se traslada para vivir en un ámbito geográfico distinto al de su origen; es decir es un
extraño en el lugar donde reside. Pero esto admite tres alternativas diferentes.

En un caso se trata de hombres de pueblos viejos y muy avanzados en el camino de la


civilización que llegan a tierras menos civilizadas, es decir históricamente más
jóvenes. La segunda posibilidad es la transferencia a una sociedad de igual grado de
civilización. Y la última es cuando hombres de pueblos más jóvenes se trasladan a
pueblos caducos.

Las emigraciones griegas, a partir del siglo VIII a. C. en adelante, ofrecen ejemplos de
los tres tipos. El primer caso se da cuando se instalan en Sicilia o en Provenza; el
segundo en el Asia Menor; y hay también ejemplos escasos del tercer tipo, como
Naucratis en Egipto. Conviene notar que en general los griegos, aunque se trasladaron
a regiones desconocidas y a veces entre pueblos hostiles, tuvieron la ventaja que el
clima, la flora y la fauna no diferían substancialmente de su lugar originario. El olivo
y la vid, símbolos del paisaje mediterráneo aun hoy, aguardaban al emigrante,
haciéndolo sentir cerca de su casa. Por lo demás, la colonia griega, aunque
independiente, conservaba un fuerte vínculo religioso con la polis madre.

Las emigraciones bárbaras -y englobo en este concepto no solo a la de los germanos


en el limes renano, sino también a las de los turcos, mogoles, húngaros y todas
aquellas que se surgieron del Asia Central- son representativas del tercer supuesto, es
decir de pueblos de un nivel cultural inferior que se instalan en el territorio de una
cultura superior. Pero dado que se trataba de un movimiento multitudinario, que
implicaba que todo el pueblo se desplazaba como una masa orgánica, no se perdía la
identidad tribal y sus integrantes no sentían que se habían desarraigado. No había un
trasplante del individuo a un medio sociocultural diferente, porque seguía inmerso en
su ámbito tradicional, que se había traslado al mismo tiempo que él. Por eso, el
Imperio Romano reconoció que los bárbaros no estaban sometidos a la legislación
romana, sino que poseían un fuero de carácter personal. Por último, cuando los
bárbaros atravesaron las fronteras, ya hacia largo rato que tenían relaciones
diplomáticas y comerciales con el Imperio; integraban buena parte de las tropas
legionarias; por lo tanto no eran recién llegados.

Partiendo de estas precisiones, debemos encarar el fenómeno de la emigración


europea a América. Por un lado, el inmigrante afrontó un medio geográfico totalmente
nuevo, donde animales y plantas pertenecían a especies desconocidas e inesperadas,
que fácilmente se confundían con monstruos. Basta leer a los cronistas de Indias para
medir el azoramiento que el paisaje americano despertó entre los europeos. Ese
azoramiento, esa desorientación explica los enormes esfuerzos que se hicieron para
aclimatar plantas europeas, como el trigo, en desmedro de la utilización de otros

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vegetales autóctonos mucho mejor adaptados. Aun en los mínimos detalles de los
hábitos alimentarios, el inmigrante buscaba con ansia un refugio frente a la aterradora
realidad exótica que lo envolvía.

Sin embargo, los europeos que llegaron durante el lapso llamado colonial gozaron de
una ventaja notable. Aun cuando los azares de la migración y la instalación
significasen la muerte para muchos de ellos, venían siempre como patrones, aun
cuando en su comarca de origen hubiesen pertenecido a los más bajos estratos
sociales. El solo hecho de poseer tez blanca los colocaba de inmediato en situación de
superioridad frente a la cetrina gente indoamericana. Además el conquistador desde
muy pronto intentó introducir su propia cultura en el entramado básico indígena.
Idioma, religión, vestimenta, arquitectura, fue todo trasladado en bloque, destruyendo
al mismo tiempo la estructura social autóctona. De alguna manera esto convirtió al
aborigen en emigrante en su propia tierra y tal vez fue el factor que con más fuerza
contribuyo a la catástrofe demográfica subsiguiente a la llegada del hombre blanco. El
indio se había quedado sin su mundo; el suelo nutricio se había evaporado bajo sus
piesiii. Aunque en más de un aspecto las culturas maya, azteca e inca pudieran
considerarse del mismo nivel que la europea, en conjunto se trató de una emigración
del primer tipo, por un lado debido al predominio político del emigrante y por el otro
por la incomprensión -salvo contadísimas excepciones- de la cultura del vencido. Es
este americano el ejemplo típico de lo que puede llamarse estrictamente un mundo
colonial.

Lo característico de un mundo colonial es que los problemas que plantea son simples,
porque el emigrante viene de una civilización vieja, con un repertorio de soluciones
complejas y sofisticadas. Esto le da frente a los problemas simples con que tropieza
una sensación de omnipotencia, de petulancia, de prepotencia. Si miramos con
atención la letra de los tangos, veremos que en sus primeros tiempos es justamente ese
temple vital que los informa. Es el tango villoldeano, pagado de sí mismo, sobrador:

“no hay nadie en el mundo entero


Que baile mejor que yo.
No hay ninguno que me iguale
Para enamorar mujeres...”

“En el tango soy tan taura


Que cuando hago un doble corte,
Corre la voz por el norte
Si es que me encuentro en el sur”

Evidentemente, quien es capaz de decir esto, es porque tiene una excelente, optima
imagen de sí mismo. En efecto, el argentino está muy contento consigo mismo, pues
es al mismo tiempo Narciso y la fuente de Narciso. Vive no ya preocupado por su
persona, sino por la idea que tiene de su persona; por tal razón un personaje
típicamente porteño es el guarango, quien siente un enorme apetito de ser algo
admirable, superlativo, único; pero que cree que no es menester ningún esfuerzo para
llegar a serlo. Y nadie puede negar que las dos letras que acabo de citar cumplan
plenamente esa condición. En su momento Gobello se ha preguntado por qué razón
ese tango primigenio denotaba esta sobrestima. Creo que el hecho de haber nacido en
un ámbito colonial es la respuesta; y conste que al hablar de sociedad colonial, no lo

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hago con ningún matiz peyorativo, porque la más alta de las creaciones humanas, la
filosofía, es oriunda justamente de un ambiente colonial.

Siempre me ha preguntado qué sintió mi bisabuelo, cuando en 1857 llego desde la


Lotaringia, tierra natal de Juana de Arco, región de suaves collados, bosques umbríos
y salpicada de pueblos silenciosos, que se agrupan recoletos al amparo de viejas
iglesias de piedra, como el rebaño en torno al pastor; donde desde hace más de veinte
siglos confluyen –a veces amistosamente y otras en dura entenzón- las dos culturas
fundamentales de Occidente; que sintió, digo, cuando se instaló en Dolores, en tierra
de indios, donde el horizonte se extiende por trescientos sesenta grados, sin casas, sin
árboles, sin colinas que rompan la hipnótica uniformidad de la llanura. Es probable
que su primera impresión fuese la de ensanchamiento de su libertad, de
agrandamiento de sus proyectos, de multiplicación de sus posibilidades. La
ilimitación de la pampa se trocaba en ilimitación del alma, y de allí a la petulancia
sólo hay un paso. No obstante, no puede olvidarse que al llegar de una tierra regada
por el sudor y la sangre de innúmeras generaciones de campesinos, ese desierto casi
sin hombres y sin historia, debía provocar una ominosa sensación de desolación, de
vacío, de ausencia de raíces.

Ese temple vital es, a mi juicio, el que traduce el primer tango.

Luego, a partir de Contursi, la cosa cambia y la letra de tango se llena de pena, de


abandono, de derrotas y de nostalgias. Lo que sucede es que en ese momento la
Argentina estaba comenzando a dejar de ser un mundo colonial.

Estamos en los años en que empieza a sentirse el peso de la emigración que a fines del
siglo XIX y principios del XX llegó al Río de la Plata. Se trata de una emigración
individual o de grupos pequeños; raramente venían grupos organizados, y este
aislamiento contribuyo a acrecentar el sentimiento de indefensión en el emigrante, por
más que al llegar a América buscasen asentarse cerca de sus paisanos y se
constituyesen agrupaciones mutuales entre los hijos de la misma región iv. Además
llegaban a una tierra que no podía calificarse de “res nullius”; aunque en buena parte
aun desierta, jurídicamente estaba ocupada y -lo que es fundamental- sus ocupantes
no estaban en relación de subordinación frente al recién llegado, sino que por el
contrario eran los que imponían las reglas del juego. La emigración se había trocado
pues en una del segundo tipo, donde se enfrentan dos culturas de igual nivel.

Ahora bien, en las condiciones en que se produjo esta emigración, el individuo queda
desquiciado. Ha perdido el hueco que su sociedad original había creado para
cobijarlo, pierde contacto con su cultura y se encuentra como un náufrago en una
geografía y en una civilización nueva. Ese nuevo mundo, en tanto desconocido, es
sentido como profundamente hostil. Todo es nuevo y desorientador, nada o casi nada
de lo que el emigrante aprendió en su tierra natal le sirve para afrontar los desafíos de
esta ignota circunstancia. En otros términos, ese hombre ha perdido su instalación
vital.

Piénsese en la inquietud que aun hoy, en épocas de turismo masivo, uno siente al
encontrarse en un país cuyo idioma desconoce. Hasta el simple hecho de entrar en un
restaurante se convierte en una aventura preñada de sorpresas. Puede imaginarse
entonces cuan honda debía ser la desazón del italiano o del polaco, que no venía como

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visitante en tren de vacaciones, sino que había abandonado todo su pasado y llegaba a
esta tierra con una mano atrás y otra adelante, para tratar de construirse una nueva
vida Por suerte en aquella sazón no estaba aún de moda el trauma y el estrés, y el tipo
se la bancaba piola.

Agréguese a esto que esa oleada migratoria fue fundamentalmente masculina. El


varón llegaba sin mujeres y solo las hacia venir mucho después, cuando ya se había
arraigado (nótese aquí la fundamental diferencia con las emigraciones griegas y
bárbaras). Esto ya ha sido señalado muchas veces, pero con referencia a otra cuestión.
Lo que ahora pretende subrayar es que esa ausencia de mujeres debilitaba aún más el
entorno tradicional del emigrante, porque en todas las culturas la mujer es la principal
preservadora de la tradición. Tradición, no se olvide, es “lo que tira de nosotros, lo
que ejerce fuerza”. La mujer es la guardiana del hogar, es la encargada de asegurar la
continuidad familiar; por eso Vesta era una divinidad femenina y en su templo, las
vírgenes consagradas custodiaban las reliquias sacrosantas que aseguraban la
perdurabilidad de la urbe romana.

Esa ausencia femenina acentúa el desquiciamiento cultural del emigrante. Cuando en


la migración participan mujeres, aunque el varón esté todo el día trabajando en un
mundo nuevo y desconocido, al volver a la noche a su hogar -aun cuando fuese el
sórdido conventillo- se reencuentra con los gestos, los aromas, los sonidos de la patria
lejana. Sin mujeres, está obligado a vivir las veinticuatro horas en una circunstancia
que le es profundamente ajena, exigente de un duro y pertinaz esfuerzo de adaptación.

La sociedad, amén de muchas otras cosas, es un marco de referencia que permite a


cada uno de nosotros moverse con cierta soltura y seguridad frente al otro. “El otro”
es todo aquel con quien nos topamos en el mundo y que no soy yo. Pero hay
diferentes gradaciones en “el otro”. El amigo, el pariente, tiene conmigo una relación
interindividual; en rigor de verdad respecto a ellos se trata de “nosotros”. El
radicalmente otro es el desconocido, aquel con quien solo compartimos el hecho de
pertenecer a una misma comunidad, pero sin tener mutuo conocimiento personal y
directo. “El otro” auténtico es, para decirlo simplemente, el hombre cualquiera con
que nos tropezamos en la calle. Justamente la sociedad nos fija “las pautas de
comportamiento que nos permiten prever la conducta de los individuos que no
conocemos y que, por lo tanto, no son para nosotros tales determinados individuos”.

Cuando nos movemos en una sociedad diferente a la nuestra, el encuentro con “el
otro” es embarazoso y azorante, porque al no conocer los códigos implícitos y los
usos habituales, no sabemos a priori cual va a ser su reacción frente a nuestras
palabras y a nuestros gestos. Tememos ser maleducados, ridículos u ofensivos.

Desde siempre “el otro”, básicamente el extranjero, ha sido o bien peligroso -véase las
dos significaciones de “hostis” en latín- o cómico -Marcos Figueira, el galán
portugués de “El Amor de la estanciera"- o estúpido -el arquero escita de “Las
Tesmoforas” de Aristófanes.

José Barcia, mi ilustre antecesor en el sillón que me honré en ocupar en la Academia


Porteña del Lunfardo, describe muy vívidamente el hábitat del emigrante, esa
“escenografía del infortunio” que fue el conventillo; sede de la miseria, tanto en su

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aspecto material como ético. Como esto tiene que ver muy de cerca con la letra de los
tangos, conviene que nos detengamos para mirarlo más de cerca.

En primer término, la cuestión económica. Las emigraciones han sido principalmente


motivadas por razones económicas. Raros son los casos como el de los puritanos de
Nueva Inglaterra o los hugonotes de Prusia. El emigrante normalmente abandona su
tierra porque quiere mejorar su situación y lo que hoy llamamos nivel de vida. Por
solo citar un egregio ejemplo literario, recordemos al Celoso Extremeño.

En el caso de los que llegaron al Río de la Plata, esto es muy notorio. Pero a menudo
el emigrante corre tras un espejismo, olvidando que la miseria ha sido el estado
normal de la humanidad a lo largo de la inmensa mayoría de su historia. Así, cuando
llega a América se topa con la triste realidad que las onzas de oro no crecen en los
árboles; que todo requiere un duro esfuerzo, agravado muchas veces por la ignorancia
del idioma.

Esto instala en la sociedad una anormal obsesión por los temas económicos, que ya
Ortega y Gasset advirtió en su primer viaje, en el año 1916, y sobre la que volvió a
ocuparse en 1929. Esto produce dos consecuencias. Por un lado, el emigrante “ha
reducido su personalidad a la exclusiva mira de hacer fortuna”, lo que tal vez podría
ponernos sobre la pista de los orígenes de los infortunios de la educación en la
Argentina. Por el otro lado, cuando fracasa, al no poseer el refugio de su ámbito social
propio, siente ese fracaso con mucha más brutalidad que si le hubiese acontecido en
su tierra natal.

Barcia subraya, y con razón, que mientras esas ingentes masas de extranjeros se
debatían en una pobreza a menudo más negra de aquella de la que habían huido, la
Argentina gozaba de un fenomenal auge económico, con una de las más altas tasas de
crecimiento, cimentada en su condición de “granero del mundo”. Esto no es ninguna
novedad ni es extraño, porque una de las pocas constantes históricas es que el
progreso económico se paga –en el corto plazo- con la miseria social, con la
proletarización de la sociedad.

Y también hay una miseria ética, muy directamente originada por el desarraigo. Las
normas de conducta tradicionales a las que el individuo estaba sometido en su
sociedad natal, al trasplantarse quedaban si no anuladas, por lo menos gravemente
debilitadas. El trato con gentes de raíces culturales diferentes les hacía ver, aunque no
fuese en forma consciente, la relatividad de la moral, que dejaba de ser una regla
inconmovible y universal. El emigrante descubría por su cuenta aquello de Pascal,
según el cual lo que era verdad de este lado de los Pirineos, no lo era del otro.

Justamente Ortega y Gasset observaba que los emigrantes llegan a la Argentina “sin
otro contenido que un feroz apetito individual, anormalmente exentos de toda interior
disciplina. Gente desencajada de su sociedad nativa, donde hubiesen vivido sin darse
cuenta, moralizados por un tipo de vida colectiva estabilizada e integral”. Este juicio
durísimo no se limita a la Argentina, sino que todos los “pueblos de la América
hispana arrastran en el seno profundo de sus almas colectivas un fondo de
inmoralidad”.

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Todos estos factores han de tenerse en cuenta para analizar toda cuestión argentina,
porque el gran problema que afrontaron aquellos años fue la construcción de una
sociedad, y el dilema consistía decidir si había que hacer el esfuerzo de crear una
nueva forma de sociedad, o bien adoptar otra ya hecha. Hay muchas razones para
creer que aún no nos hemos decidido.

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II – El imperialismo cultural francés.

La fascinación, y uso el termino en su sentido etimológico de encantamiento o


embrujo, que Francia en general y Paris en particular, han ejercido sobre los
argentinos es algo que salta a simple vista, aun cuando no se sea un gerifalte. Por dar
solo un ejemplo, baste citar a los personajes de Manuel Gálvez, en “Hombres en
soledad”, donde se escribe “¡París! El mejor año de mi vida... ¡Que mágica esta
palabra: París!... ¡El sol de París! Distinguido, matizado, armonioso, sin
estridencias...”v

Todo lo francés ha tenido una poderosa atracción, lindante en la admiración, sobre la


mentalidad argentina del siglo XIX y primera mitad del siglo XX. En especial para el
habitante medio de Buenos Aires, Francia es el lugar de la distinción y diversión por
excelencia; uno de las estrafalarias criaturas de Marco Denevi, en “Los asesinos de los
días de fiesta” ejemplifica claramente esa creencia cuando dice: “En la Argentina,
todos los franceses son aristócratas”.

Raúl González Tuñón, en “La calle del agujero en la media” –sin perjuicio de pasar
rápidamente por otras ciudades y otros personajes- revela sin duda alguna el
deslumbramiento que le produjo Francia en general y Paris en particular; revelando un
conocimiento de lugares, cosas y costumbres que solo se obtiene luego de largas horas
de convivencia cordial; con citas de lugares como Cahors o la rue du Pas de la Mule.
Su deslumbramiento es tal que hasta las ventanas de las casas francesas le parecen
diferentes y más hermosas que las de otros países, a las que califica alternativamente
“hipócritas”, “vulgares”, “dolorosas”, “chillonas”. Lamentablemente yo ignoro el
lenguaje analógico de las ventanas, por ende no estoy en condiciones de emitir juicio.
Otro tanto sucedió con don Hilario Ascasubi, quien era el típico argentino “al que
Paris sorprende y agarra”vi

Para la elite, o para la autodenominada elite, sin dejar de tener en cuenta esos
aspectos, Francia es también el faro de la ciencia y de la educación. En “La Gran
Aldea”, cuando el autor quiere citar a nombres eminentes en las artes y las ciencias,
nos sumerge bajo un alud de franceses: Zola, Goncourt, Carpeaux, Chapu, Cordier,
Dupre, Lauchert, Droz, Largilliere, Mignard, Maupassant, Dumas, Bizet, Rabelais y
mil más, la mayoría de los cuales hoy son desconocidos, salvo para algún especialista.
Y la lista de argentinos ilustres que eligieron morir en Paris es interminable: Conrado
Villegas, Ricardo Guiraldes, Juan Bautista Alberdi; Lucio V. Mansilla vii. Y si San
Martín no murió en Paris, fue porque los disturbios que siguieron a la revolución de
1848 lo hicieron alejarse para proteger a su familia. Justamente del General San
Martinviii tenemos el testimonio de Juan Martin de Pueyrredón, según el cual “hablaba
muy bien el español y también el francés” ix,; por eso no es raro que en algunas
ocasiones, pero con harta moderación, mezclará palabras francesas en su
correspondencia o en su conversación. Así “Y para ser insensible a ellos (a los
maledicentes) me ha aforrado con aquella sabia máxima de Epitecto: "l´on dit du mal
de toi et qu´il soit veritable, corrige-toi; si ce sont des mensonges, ris-en” x. Y poco
minutos antes de iniciarse la acción de Maipú, ante un comentario del estadounidense
Worthington, contesta:“Nous le verrons”xi

Y no digamos la pésima costumbre, incluso en grandes escritores, de mechar a troche


y moche sus textos con palabras francesas. . Así Lucio López nos dice “No era chic

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hablar español en el gran mundo; era necesario salpicar la conversación con algunas
palabras inglesas y muchas francesas” Sin embargo, pese a haberlo advertido, López
sucumbe a la moda, y cuando nos describe el baile en el Club del Progreso, en menos
de cinco páginas acumula “enfant gate”, “bon papa”, "garçon”, “petits mots”,
“gourmet”, “soirée”, "a madere”, “monocle”, “cochonas”, “malheur”, “demodée”,
“quelle chatte”...y paremos aquí porque la lista sería demasiado larga xii. Sarmiento, a
su vez, en carta a Paunero del 10 de enero de 1871, escribía “…supo que Jordán
estaba sitiando a Paraná. A esa distancia quedaba nuestro ejército a pie. Voila tout.”
Otro eminente prosista, Lucio V. Mansilla, incurre en igual hábito.

Ya en 1825 un ignoto viajero inglés escribía que en Buenos Aires “un francés está
como en su casa en todas partes”.

Creo que esa fascinación plantea un interesante problema sociológico, cuyo análisis
puede tal vez arrojar luz sobre algunos entresijos del alma porteña.

Si fijamos nuestra mirada en la forma más representativa del arte popular de nuestra
ciudad, recordemos en primer término a El Marne, que no es otra cosa que un
homenaje que Arolas rinde a la victoria francesa de la I Guerra Mundial Podrá
decirse, sin duda que Arolas, como hijo de franceses, sentía un afecto especial por la
patria de sus padres. Pero un examen más detallado de las letras de tango hace ver
que esa no es la razón y rápidamente “hincha las medidas”, como diría Cervantes. Un
muestreo hecho al azar sobre unas 4000 letras de tangos xiii, y sin considerar aquellos
con letra original en francés, tal Buenos Aires c’est epatant o aquellos con versión en
francés, tal Linda o Montparnasse, me ha permitido registrar setecientas ochenta y
nueve alusiones a Francia, a sus usos y a su cultura, con la utilización de ciento quince
vocablos diferentes. Algunos de estos términos son francamente inesperados, como el
“gravocho” que aparece en el tango Canillita de mi barrio, de Rodríguez y Leone, que
obviamente es una españolización y transformación en sustantivo común del nombre
propio de un personaje de Los Miserables. Este es un aspecto que merece subrayarse,
porque pese al aporte decisivo que los italianos –sobre todo los músicos- tuvieron en
el desarrollo del tangoxiv, no se encuentran en sus letras referencias a Italia, en cuanto
tal; a los sumo hay referencias a la nostalgia que el inmigrante siente por el paese, por
su aldea natal.

Paris y sus derivados aparecen en sesenta y cinco tangosxv; en tanto que Francia y sus
palabras derivadas son mentadas en cuarenta y cuatro composiciones.

En materia de escabio, el vino ayuda a olvidar en dieciséis ocasiones, el copetín –


término que hoy ha casi dejado de utilizarse- se bebe seis veces; la ginebra –bebida
tradicional criolla- aparece tan solo siete veces y el whisky, relativamente recién
llegado, ocho veces.

En cambio, el rubio champán, ostenta el record absoluto de ochenta y siete


menciones, mientras que el pernod, pese a ser también francés, queda relegado con
solo siete referencias.

Por más que el champán haya adquirido el valor de un símbolo erótico, simbolismo
que sin duda hubiese causado estupefacción y escándalo entre los piadosos
benedictinos que lo inventaron, se me hace cuesta arriba creer que en los

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peringundines raheces donde nació el tango, se consumiese tan suntuosa bebida con la
abundancia que aquel hace suponer.

Sucede que en sus comienzos el tanguero no le daba al champán –la palabra la


registro por vez primera en 1914-, pero como el tanguero pertenece a una raza
nómade, cuando Roldan lo hace emigrar del lupanar al cabaret, allí descubre el
champán y también encuentra su nicho ecológico optimo, que brinda condiciones
inmejorables para el desarrollo de las minas fementidas y de los bacanes dichosos;
pese a no admitir en su seno ni a las fabriqueras honestas ni a los humildes laburantes
de buen corazón, salvo con la intención aviesa de pervertir a ambos.

Mientras que algunos pocos extraviados, en busca de la fe perdida, recalan en un


almacén, la masa de los tangueros, en un momento preciso de su evolución, concurre
al cabaret, institución que aparece mencionada nada menos que en sesenta y nueve
tangos diferentes. Al boliche solamente va en seis ocasiones; al café o cafetín acude
más a menudo, tal vez por motivos crematísticos, treinta y cuatro veces en total;
mientras que únicamente pisa cuatro veces el bar, y eso solo recién después del año
1938.

Pero, ojo, el cabaret del tango es el cabaret parisiense de la “belle epoque” y del
periodo inmediatamente posterior a la I Guerra Mundial, cabaret elitista y de ninguna
manera el original, que –si hemos de creer a Littre- era un boliche mistongo, como
aquel que regenteaba la “mère Saguet” en 1850, en el barrio de Vaugirard “una casita
con postigos verdes, entre un patio florido y un jardín umbroso”xvi, que por cierto no
hubiese estado fuera de lugar en el arrabal porteño, o bien como aquel que evocaba la
popular canción de los soldados “Il y a la bas, a deux pas de la foret, une maison aux
murs tous couverts de lierre, Aux Tourlourous c´est le nom du cabaret”.

Este ambiente bucólico y agreste no condice con lo que se supone que es un lugar de
lujo y de placer, donde las percantas acuden ataviadas con abrigos de pieles capaces
de provocar un ataque de histeria a la comisión directiva en pleno de Greenpeace. En
cambio, que yo sepa, Madelon, quien era joven y gentil y atendía a los soldados en el
cabaret forestal, siguió vistiendo ropa de percal –o mejor dicho, de grisette- no
pudiendo lucir nunca ajuar de seda con rositas rococó ni tampoco tapado de armiño,
con su correspondiente forro de “lame”. Porque la mayor audacia que se permitía
Madelon era reírse cuando algún militar atrevido la tomaba del talle –al menos, es lo
que nos cuenta la canción sobre la conducta de Madelon- y eso, claro está,
normalmente no alcanza para que algún chabón se ponga con alhajas y vestidos a la
moda. De todas maneras, también aquel cabaret rural atraía las iras de los bien
pensantes: “maldito cabaret… ruina de las aldeas, desgracia de las pobres mujeres y
de los niños”xvii .

El cabaret del tango es, en cambio, descendiente directo del Moulin Rouge que
frecuentaban Toulouse Lautrec y aquel gran bacán que luego se llamó Eduardo VIIxviii.

En 1889, dos empresarios, Zedler y Oller, tuvieron la idea de fundar un


establecimiento donde la gente de la llamada “sociedad” pudiesen ponerse en
contacto, sin la necesidad de una incómoda clandestinidad con los concurrentes a los
bailongos de baja estofa. Esto explica por qué la historia real de la Goulue tiene más
de un punto de contacto con la de tantas heroínas de tangos. A ella también le

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gustaban los ricos licores; tenía el mate lleno de infelices ilusiones; fue la papa más
milonguera; luego, fané y descangayada, laburó en un circo como domadora de
leones, para ir a morir en una blanca y fría cama de un blanco y frió hospital. Pero no
fue culpable el cabaret de que la Goulue rodase por el fango, ya lo había hecho antes,
cuando todavía se llamaba Louise Weber y estudiaba el catecismo en una escuela de
monjas.xix

¿Y cómo se llaman las mujeres de los tangos? Frente a cuarenta y seis Marías,
Esteres, Nicanoras, Malenas y similares, me encuentro con sesenta y cuatro Ivonne,
Yvette, Ninon, Germaine, Jacqueline, Claudinette, etc., apareciendo como campeona
absoluta Mimí, con dieciséis menciones.xx Y ni que decir tiene que, cuando el poeta
evoca criaturas literarias, ni una miserable vez aparece Aldonza Lorenzo, Melibea,
Camila o Luscinda. Sus grelas ideales son Manon o Margarita Gauthier, y no empece
a ello que la una terminó en cana y la otra, tuberculosa.

Viceversa, en materia masculina, sus prototipos amatorios son Des Grieux, Duval,
Rodolfo y Schaunard. Pobres Alonso Quijano y Calixto, el tango no los ha reconocido
como garabos capaces de atracarse a una paica. La cosa es comprensible, porque ni el
Campo de Montiel ni Salamanca son Paris, y por ende sus habitantes tienen una baja
cotización erótica.

Es que las mujeres francesas venían rodeadas de una prestigiosa leyenda –leyenda que
aun sobrevive en nuestra expresión popular “más cara que una francesa”- que hacía
imposible que otras nacionalidades compitiesen con ellas. Así, en los tangos aparecen
nada menos que nueve francesas, mientras que por el otro lado solo contabilizo una
galleguita, una inglesita, una rusita, una polaquita, una italianita, curiosamente dos
japonesitas y –menos mal- una argentinita; en cambio hay abundancia de criollitas y
paisanitas. Todas en diminutivo, vaya uno a saber por qué.

Pero incluso, aunque la naifa se llamase María, el barco que la transportaba hacia
escala en Tolón, y no en Nápoles o Barcelona. Y la pobre galleguita, ya aludida, fue a
disipar su virtud, no en el Centro Lucense, sino en Pigalle.

Y hablando de Pigalle. Ni en sus fantasías más estrafalarias, este eminente escultor


del siglo XVIII habrá imaginado que la musa popular de un puerto perdido en el fin
del mundo, lo rememoraría veintiuna veces como sinónimo de depravación, lujuria y
otra larga serie de vicios, necesitados todos ellos de sólido respaldo financiero.

Obviamente, a quien denomino “Royal Pigalle” al famoso cabaret no se le paso por


las mientes al famoso escultor, sino que lo hizo teniendo en cuenta la plaza, aquella de
la conocida canción de Maurice Chevallier: “Place Pigalle, c´est l´amour, la fantaisie,
un coin du paradis; c´est Paris la nuit”; la place Pigalle que se encuentra en uno de los
lugares míticos de Paris, en Montmartre, en cuyas laderas vivió y murió Arolas.

Montmartre, el viejo monte de Mercurio o Marte, que tal parece ser su etimología xxi, y
no monte de los mártires, inventada esta última en el siglo XI para avalar la historia
de San Dionisio el cefalóforo y sus compañeros. Montmartre es citado en trece tangos
diferentes, pero sin distinguir si se habla del Montmartre d´en haut o el Montmartre d
´en bas.

13
Sobre este último señorea el ya recordado Moulin Rouge xxii y centenares de otros
lugares de diversión nocturna, uno de los cuales, destinado específicamente a la
práctica del strip tease, estaba hace unos años ubicado en el mismo solar donde se
fundó la Compañía de Jesús. Lindo ejemplo para Cambalache.

En cambio, el Montmartre d´en haut conservó hasta principios del siglo XX todo su
carácter campestre y de reducto de artistas, el que se acentuó tras la I Guerra Mundial,
con epicentro en el famoso Bateau Lavoir, cuna del cubismo.

Sería interesante precisar concretamente cuál de los dos Montmartre prefiere el tango.
Según Cadícamo, el cabaret El Garrónxxiii, donde actuaba Pizarro, estaba en la calle
Fontaine; esto nos ubica en las inmediaciones – una vez más- de la Place Pigalle, y
por ende en el Montmartre d ´en bas. Asimismo la alusión, en Mañanitas de
Montmartre, a la calle de las mujeres pecadoras nos coloca nuevamente más cerca del
Montmartre d´en bas que del Montmartre d´haut; en la calle de Saint Denis, vieja vía
que ya existía cuando Paris no era Paris sino Lutecia, donde desde hace más de mil
años se dedican a brindar consuelo a los varones solitarios las mujeres “folles de leur
corps”, como decía el santo rey Luis, pero que supieron no obstante inspirar a Villón.

En cambio Madame Ivonne me da la impresión que estaba instalada –cuando aún era
Madeimoselle Ivonne- en el Montmartre d´en haut., en virtud de su asociación con el
Barrio Latino y con el baile “des Quatr´Z Arts” xxiv, todo lo cual indica claramente un
ambiente de artistas plásticos. Entre paréntesis, lindo viaje se mandaba Ivonne, de una
punta a la otra de Paris, aunque mucho más largo era el que hacia Jacques Renaudin,
inmortalizado por Toulouse Lautrec bajo el nombre de Valentín le desossé, que se
venía desde Sceaux para bailar con la Goulue en el Moulin Rouge.

El imaginario del tango también busco a sus poetas entre los franceses. Así aparecen
François Villon, Musset y Chenier, mientras que parece casi ignorarse la existencia de
poesía lírica en lengua española; pues solo encuentro dos alusiones a Rubén Darío y
cuatro a Carriego, nada menos que Carriego.

Similarmente, mientras el bulín sigue existiendo, algunos finolis lo convierten en


“garçonniere”, vocablo utilizado en doce tangos. Y el caralisa, sin duda para mejorar
su estrategia comunicacional, se hace llamar “gigoló” en quince ocasiones. En la
misma línea no se tiene carácter, personalidad o estilo, sino que se prefiere quince
veces denominarlo “cachet”.

El propio malevo, en tres ocasiones quiso abdicar de su nombre y se transformó en


“apache”, que si bien designa a una tribu de indios del sudoeste de los Estados
Unidos, aquí llego por vía de Paris, tal como en su momento lo señalo la Crónica
General del Tango. Fue el periodista Arthur Dupin, alimentado por las novelas de
Eugenio Sue, quien en 1902 utilizo el termino para denominar a los integrantes de las
bandas encabezadas por Leca y Plegneur, alias Manda, quienes se disputaban los
favores de Amelie Helie, más conocida como Casque d´Or, de quien nos legó una
admirable personificación la gran actriz Simone Signoretxxv.

Podría seguirse esta enumeración, con la referencia a otra vastísima cantidad de


alusiones a Francia y a sus cosas, como la notoria afición de cierto importante
personaje político por las carteras de Louis Vuitton y los zapatos de Louboutin. Pero

14
sería una labor estadística, labor estúpida, siempre deficiente y exorbitante, porque los
hombres no son cifras ni se dejan reducir a ellas.

III – La sociedad argentina frente a Francia.

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Creo más importante considerar otras dos cuestiones. Por un lado, el aspecto
temporal, a saber la gran masa de referencias a lo francés en el tango, se ubica entre
las dos guerras mundiales, periodo durante el cual también sus letras se tornan más
melancólicas y lacrimógenas.

Esto tiene que ver con el papel de espejo de la realidad que cumple el tango, claro
ejemplo de un proceso de incorporación, como lo ha visto Gobello. El proceso se
inicia casi contemporáneamente con la celebración del primer Centenario, como lo
hemos dicho más arriba.

Buenos Aires ha dejado de ser la Gran Aldea; la primera generación de hijos de


inmigrantes, nacida entre 1888 y 1902 xxvi, comienza a hacer sentir su presencia.
Arrastrada por la prosperidad económica, se siente europea y cree pertenecer –aunque
todavía no se denominaba así- al Primer Mundo. Como vemos, las alucinaciones
argentinas son persistentes.

Pero pese a ese auge económico, el proceso de movilidad social se hace más lento y
complejoxxvii, lo que genera una tensión interna, porque aun cuando suponía que había
alcanzado a Europa, el alma argentina –y en particular la porteña, comprendía
oscuramente que había diferencias esenciales y difícilmente superables, porque nacían
de nuestra propia e intransferible historia. Sobre esto me remito a las páginas que
escribió Ortega y Gasset en ocasión de sus visitas a Buenos Aires xxviii, durante la
primera de las cuales, dicho sea de paso, escucho cantar a Gardel.

Esta referencia los factores sociales y económicos no significa subestimar la


revolución copernicana que represento la poesía contursiana. Pero Pascual Contursi,
como todo hombre, estaba inmerso en la circunstancia y mal podía haber llevado a
cabo su aporte decisivo al tango si aquella no hubiese, de alguna manera, predispuesto
ese cambioxxix.

Por eso subraye antes, la importancia del tango como documento para estudiar la
sociología y la historia de Buenos Aires, porque en él se reflejan las preocupaciones,
dolores, afanes y alegrías de los porteños a lo largo del siglo XX. Los casos son
innumerables. Ya cite antes al El Marne; bastaran algunos pocos ejemplos más.
Lomuto publica un tango instrumental titulado Los Dardanelos. El título es
ciertamente enigmático y, de movida se pensaría en un homenaje a la entonces –no
había aun aparecido Menen en el horizonte argentino- humilde y laboriosa comunidad
turca. Nada de eso: este tango refleja la impresión que causo entre nosotros la dura
batalla de Gallipoli o –como la llaman los turcos- de Canakkale en el año 1915. El
asesinato del senador Bordabehere inspiró a Alele y Traviglia el tango Veintitrés de
Julio y –mal que les pese a quienes quisieran un mito políticamente correcto- Gardel
festejo la caída de Yrigoyen en 1930, con el tango Viva la Patria, de Aieta y García
Giménez. El piñerista, tango de Prudencio Aragón muy posiblemente se refiera a la
fracasada revuelta radical de 1905xxx.

No quiero, sin embargo, meterme ahora en una cuestión tan peliaguda como la
sociología del tango, que pese a algunos meritorios esfuerzos, no ha merecido a mi
juicio la atención que se merece.

16
El otro aspecto al que quiero aludir tiene que ver con la dilucidación del porqué de
esta obsesiva referencia lo francés en los tangos, con casi total exclusión de cualquier
otra nación; exclusividad tanto más curiosa cuanto que, en aquella sazón, la Argentina
mantenía estrechísima vinculación política y económica con Gran Bretaña.

Porque, claro está, si fuese únicamente en el tango donde se patentiza esa


predilección, podría afirmarse que dado que fue su paso por Paris, en los albores del
siglo XXxxxi, lo que abrió al tango las puertas de los salones, este continúo refiriéndose
a Paris como una forma de renovar su legitimación. Pero no es únicamente en el
tango donde se observa ese predomino de lo francés; ya lo hemos señalado en el caso
de la biblioteca particular del General San Martin.

Desde siempre, para el artista argentino, triunfar significo triunfar en Paris; para el
niño bien, el viaje a Paris era la culminación de su experiencia vital y los mismo
intelectuales solo abrevaban en obras francesas. Los filósofos estaban adscriptos al
positivismo (si es que tal doctrina puede llamarse filosofía); los abogados citaban a
Aubry-Rau y a Demolombe y el sueño del médico era hacer una práctica en el
hospital Laennec o en la Salpetrière.

A fuer de honestos, reconozcamos que en el siglo XIX el panorama que ofrecía


nuestro ámbito cultural natural, es decir, aquel donde se hablaba español, no era el
más atractivo, porque aun perduraba lo que Ortega y Gasset llamó la tibetización de
España. Hoy nos parece increíble que Miguel Cané haya calificado al idioma español
de lengua muerta; pero nosotros hemos pasado por la experiencia de la prodigiosa
generación del 98 y de las que la siguieron.

A fines del siglo XIX y principios del XX, no eran muchos los que en la Argentina
conocían a Unamuno, a Pio Baroja o a Azorín y menos aun lo que los apreciaban.
Había, por lo tanto, que acudir a otras fuentes. Italia no estaba mucho mejor que
España. Alemania y gran Bretaña gozaban de un bien merecido prestigio, pero sus
lenguas endiabladas dificultaban el arrime. Solo quedaba Francia y además “la
douceur de vivre” siempre fue mayor allí que en Alemania o en la rubia Albión.

Ya Martínez Estrada, en un libro donde agudas intuiciones se mezclan con


inexplicables cegueras, afirmaba que Buenos Aires estaba más cerca de Paris que de
Chivilcoy o de Salta. Con algunos reparos que no es del caso explicitar aquí, he de
compartir totalmente su opinión.

Sucede que, como decía Dante, “le cose tutte quante hanno ordine tra loro”, y la
persistente referencia tanguera a Francia no es sino una faceta de un curioso hado que
pesos sobre esta Ciudad de la Trinidad y Puerto de Santa María de Buenos Aires,
desde el momento mismo de su fundación.

Según el acta del Cabildo del 17 de octubre de 1580, cuando llego la hora de designar
al santo patrono de la nueva fundación, Juan de Garay decidió confiarse a la Divina
Providencia o, si se quiere, al azar, según las creencias de cada uno. Lo cierto es que
resulto desinsaculado “el señor San Martin” de Tours, apóstol de las Galias y uno de
los santos más populares de la Edad Media. Lo que no nos dice el acta, pero nos
transmite una tradición persistente, es que los pobladores hubiesen preferido un santo
español –Fernando o Isidoro, tal vez-, por lo que repitieron la suerte otras dos veces,

17
pero la Providencia se revelo más tozuda que el vascongado fundador y reitero su
elección. Así quedo consagrado nuestro santo patrono y desde eses día Buenos Aires
volvió sus ojos a Francia.

Recuerdo aun claramente el mes de agosto de 1944. Mi padre jamás me llevó a un


acto político o a una manifestación multitudinaria, pero aquel día, en el tranvía 85, me
arrastro desde Villa Devoto hasta la plaza Francia, para festejar la liberación de Paris.
Y luego, hasta entrada la noche, estuvimos en la calle Corrientes, donde resonaba sin
cesar “La Marsellesa”xxxii. Y mi padre no era un caso aislado. Basta leer a Cadícamo,
quien parece afiliado a la escuela histórica de Mommsen, en su Historia del tango en
Paris, para ver la francofilia y la germanofobia que rezuma.

Mujica Láinez, en “Invitados en el Paraíso” nos muestra el gran salón de la casa


decorado con un cuadro de Napoleón en Santa Helena, mientras Titi, la dueña de casa,
llama a su mascota “Viens ici, Rop”.

Los abogados, para referirnos al edificio de Talcahuano 550, seguimos diciendo sin
más “el Palacio” y todos entendemos de que se trata. Esto es simplemente una
transcripción de “le Palais”, como se llama en Paris a la sede de los tribunales, por la
sencilla razón que en su origen fue la residencia real, tanto que aun hoy la Cámara
Civil sesiona en lo que fue el dormitorio del rey San Luis. Dicho sea de paso, nuestro
edificio de Tribunales es obra del arquitecto Maillart, a quien también se deben el
Correo Central y el Colegio Nacional Buenos Aires.

La toponimia porteña, tan minuciosamente estudiada por el Académico Dr.Cutolo,


tiene muchas sorpresas y es sin duda un fértil campo para el estudio de las ideologías
y de los prejuicios de los sucesivos mandamás que han pasado por nuestra ciudad.

En las calles de Buenos aires encontramos numerosos homenajes a franceses ilustres,


aunque en muchos casos uno se pregunta qué tuvieron que ver con nuestra Buenos
Aires. Tales las calles Laplace, Renan, Voltaire, Zola, Perrault, Juana de Arco o
Dumas. No me opongo a honrar a legítimas glorias francesas, pero puesto que nuestra
lengua es el español no puedo menos que preguntarme porque no hay una calle Tirso
de Molina, Jorge Manrique. San Juan de la Cruz o Alcalde de Móstoles. Más aún, si
teníamos una calle dedicada a Calderón de la Barca, por qué a algún funcionario se le
ocurrió encajarle un grado militar y transformarla en Coronel Calderón de la Barca;
probo militar sin duda, pero cuya nombradía no alcanza a la del dramaturgo. Pero la
proverbial ignorancia de la administración pública es tema ajeno a este escrito.
Volvamos a nuestra cuestión.

Hay denominaciones particularmente inesperadas.

Tal el pasaje La Comuna, cuya designación debe probablemente ser fruto del espíritu
partidario socialista que quiso conmemorar el sangriento movimiento insurreccional
parisiense de 1871. Pero si tal suposición es válida, no se comprende cómo en la
misma ordenanza del 30 de diciembre de 1925 se otorga a otro pasaje la
denominación de La Frondaxxxiii, movimiento que estaba desde el punto de vista
ideológico en las antípodas de la Comuna. Pero lo importante es que ambos fueron
episodios de la historia francesa y aparentemente eso fue suficiente para nuestros
concejales, sin meterse en mayores averiguaciones.

18
También es curiosa la denominación de Crainqueville, impuesta en la misma
ordenanza ya citada. Salvo que volvamos a recurrir a la ideología socialista y con el
debido respeto al gran talento de su autor –hoy lamentablemente tan poco leído- no sé
qué méritos particulares posee ese cuento de Anatole France en relación a Buenos
Aires.

¿Y Lafayette? Me parece muy bien que lo honren los estadounidenses, pero entre
nosotros hubiese sido para apropiado conmemorar con el nombre de una calle al
francés Domingo Pertaud, nacido en Saint Gaudens, al pie de los Pirineos, único no
americano entre los granaderos muertos en el combate de San Lorenzo.

Mayor extrañeza causa la calle Juez Magnaud. ¿Quién es el cusifai ese? Estoy
convencido que en Francia misma, fuera de un grupo de especialistas, su nombre no
despierta ningún recuerdo, pese a que sus innovadores criterios han recibido acogida
favorable en las más recientes legislaciones. De hecho, en toda Francia he encontrado
solo un lugar nombrado en su honor, en el pintoresco poblado de Saint Yrieux la
Perche, donde murió. Si entre los hispanoparlantes Magnaud significa algo, ha de ser
porque Azorín lo utilizó como motivo para uno de sus deliciosos relatosxxxiv.

Volviendo a Anatole France, cuando Arturo Cancela busca a un protagonista para su


divertida “novela porteña” –así la subtitula- protagonista que debía soportar los
agasajos de la MODIVE (Monopolio oficial de ilustres visitantes extranjeros), no se le
ocurre elegir a un sabio alemán, sino a un francés, el Profesor Landormy, transparente
retrato de Anatole France, quien tuvo, como el personaje novelesco, un amorío más o
menos inocente con una actriz, en el buque que lo trajo a Buenos Aires en 1909xxxv.

Por otra parte, Cancela es profundamente consciente de la beatería de los argentinos


frente a lo europeo en general y a lo francés en particular; beatería que batanea
jocosamente, atribuyendo a don Crisóstomo de Larrechea, organizador de la
MODIVE, el siguiente escrito: “los que atiendan a estos personajes deben ser toda
gente de primera agua y han de hablar francés o inglés tan bien como ellos y, si es
posible, mejor. Si el viajero es español (parece que también hay algunas personas
importantes entre los españoles de España), si el viajero es español, repito, que hablen
como se les dé la real gana, porque este es un idioma de entrecasa, si es que se puede
llamar idioma al español… me indicó el presidente (de la Nación) que nadie que no
haya estado en París puede ser miembro de la MODIVE, porque –me dijo
textualmente-: un argentino que no ha vivido en Paris es como un mahometano que no
ha estado en la peregrinación a La Meca, es decir no es un mahometano
completo…”xxxvi.

Ya Fray Mocho se había percatado de ello, y se burlaba de los afrancesados,


escribiendo “savansandir” por “Ça va sans dire”- “ambompoan” por
xxxvii
“embonpoint”

No ha de olvidarse que hasta el inicio de la gran oleada migratoria, la colonia francesa


en Argentina era particularmente importante y está repartida por todo el territorio. Se
calcula que entre 1825 y 1856 llegó a la Argentina un promedio de 1500 a 2000
franceses anuales, registrando el censo capitalino de 1869 la misma cantidad de
franceses que de españoles. He podido constatar que en ese momento había un grupo

19
numeroso de colonos franceses –incluso el cura párroco- en Dolores, entonces
frontera con el indio. En Tandil, en 1869, el 31% de los habitantes eran españoles, el
27,3% franceses y solo un 13,1% italianos. En 1830, Arsene Isabelle se topa en
Misiones –nada menos- con un hermano del gran pintor Ingres. Y en 1899, el último
malón en el Chaco es rechazado por los colonos al mando del francés Lutringer,
quien por el apellido debía ser alsaciano.

Esa precocidad de la presencia francesa es probablemente una de las razones que


explica es persistente influencia, porque son los primeros grupos de inmigrantes, con
prescindencia de su número, los que definen el tono de una sociedad, tal como lo
demostró Ellsworth Huntington en su ya clásico Mainsprings of civilization.

Ese fenómeno se da también en el idioma, de modo tal que el idioma que hablamos
los hispanoamericanos sigue reflejando, en su fonética, el hecho que los primeros
conquistadores fueron en su mayoría oriundos de Andalucía o Extremadura

Merece la pena destacar que el caso argentino es excepcional, porque los franceses no
fueron un pueblo que hizo un gran aporte a las corrientes migratorias, salvo en el caso
de Canadá y –justamente, la Argentina. Además, el nivel cultural de los inmigrantes
franceses era normalmente más alto que el de los otros grupos, lo que sin duda
contribuyó a aumentar su peso específico dentro de la sociedad argentina.

El aporte francés a la enseñanza, tanto laica como religiosa, es bien conocido,


empezando con François Curel, quien en 1826 fundó el primer colegio para niñas,
pasando por Amadeo Jacques y Clementina Comte, nacida en Nimes y que en 1873
fue directora de la primera escuela normal de mujeres, en Concepción del Uruguay;
hasta la congregación de los lasallianos.

Sería hacer gala de una erudición barata evocar nombres como el del conde de Buenos
Aires o Paul Groussac o el misterioso Pierre Benoit, supuesto Luis XVII, hijo de Luis
XVI y María Antonieta, que dio lugar a tantos debates eruditos y que también recogió
Mujica Láinez en Misteriosa Buenos Aires, suposición que se revelo carente de toda
base cuando el examen del ADN mitocondrial probó fuera de toda duda que había
muerto en prisión en 1795. Sus escasos restos mortales por fin encontraron reposo
definitivo en 2004 en la Basílica de Saint Denisxxxviii.

En 1823 Julien Jardel se instaló en la calle de la Plata 76, anunciándose como


“coiffeur parisién” y en 1857 la botica de Labrue, en la calle Perú 40, vendía el agua
del famoso Dr. Voituret (nada que ver con el vehículo preferido de los niños bien y de
sus amiguitas), proveniente directamente de Paris, que garantizaba a los calvos el fin
de sus tribulaciones.

En 1855 se elevó en Buenos Aires el primer globo aerostático, tripulado por Monsieur
Lartet. Y fueron también franceses el introductor del telégrafo, M.Bertonnet y Víctor
Anden, quien realizo la primera conexión telefónica que, que se, se llevó a cabo entre
el presidente Roca y su ministro Bernardo de Irigoyen.

En el mismo año de 1881, dio comienzo la explotación comercial del teléfono, con la
“Societé du Pantelephon de Loch”, dirigida por Monsieur A.Dels, instalada en Florida
124. Y el primer vuelo con un aparato más pesado que el aire, tanto en la Argentina

20
como en toda Sudamérica, lo hizo en 1910, el piloto francés Henri Bregi. Y no
olvidemos que fue también un francés, Antoine de Saint-Exupery, quien eligió los
cielos argentinos para escribir la saga de la aviación civil.

Francia también hizo su aporte a la galería de excéntricos que alguna vez tuvo nuestro
país, desde Aurele Antoine Tounens, rey de la Araucanía hasta M.Lebonnard, quien
en 1903 había dado en la inocente manía de dirigir el tránsito en la esquina de Florida
y Sarmiento, bajo la mirada benévola de los transeúntes, que sin duda eran más
comprensivos y menos apresurados que los actuales. Y aunque no de nacimiento
francés, no he de olvidar al casi mítico Charles de Soussens, fino cultor de ese idioma,
amigo de Darío, descubridor de Carriego e impenitente habitante de la noche porteña.

Basta mirar en torno nuestro, en las calles y paseos de Buenos Aires, para que salte de
inmediato a la vista la impronta francesa. Cualquiera confundiría el pasaje Rivarola
con la rue du Mont Thabor y el difunto pasaje Seaver, víctima de la furia destrozista
de los urbanistas, traía de inmediato a la memoria el barrio posta del viejo Monmartre.
No hablemos ya de lo que significó el gran paisajista Thays para nuestros parques y
jardines, no solo en la ciudad sino también en la actual Residencia Presidencial y
numerosos cascos de estancias. Ya cite a Maillart y he de citar solo tres entre las
decenas de arquitectos franceses que contribuyeron a edificar Buenos Aires. Louis
Marie Sortais, responsable del hoy Círculo Militar, quien nunca piso Buenos aires,
limitándose a enviar los planos desde Paris; Dubois constructor del hoy Museo del
Tigre y Courtois, responsable este último, en complicidad con el intendente Torcuato
de Alvear de unos indescriptibles adefesios, según los definía la prensa de la época,
entre ellos un ombú de ladrillo y cemento, erigido donde hoy está el monumento a
Dorrego.

Asimismo el acervo escultórico de Buenos Aires, más allá de los nombres egregios de
Rodin y Bourdelle, exhibe una impresionante cantidad de nombres franceses, entre
ellos Carrier-Belleuse, autor del mausoleo de San Martin; sin contar con los anónimos
pero no por eso menos inspirados fundidores de la Val d´Osne, autores de las fuentes
que se alzan en Córdoba y Nueve de Julio. Pero aun en el caso que el escultor no
fuese francés, como Eberlin, responsable de los grupos que adorna la base del
monumento a San Martin, no podía evitar que sus figuras se pareciesen más
grognards napoleónicos que morochazos de tierra adentro, que fueron quienes se
enrolaron en los ejércitos sanmartinianos.

Y no olvidemos que en nuestro viejo cementerio de la Recoleta está sepultada una


nieta de Napoleon, hija del conde Waleski, nacida en Buenos Aires y muerta tras
pocos días, según nos cuenta Juan Manuel Beruti en sus memorias.xxxix

Pero el amor por Francia no quedo en la declamación retórica. Durante la I Guerra


Mundial,cuatrocientos veintitrés argentinos murieron en las filas del ejército francés,
entre ellos un tucumano, el teniente Marcos Rodrigué, nacido el 11 de noviembre de
1888 y muerto el 8 de agosto de 1918; quien sin duda merece el título de primer
tanquista argentino. Esto sin contar los que sobrevivieron, como el riojano Vicente
Almandos Almonacid, quien realizó el primer vuelo nocturno en tiempo de guerra. En
cambio sólo murieron cien chilenos, setenta y seis brasileños y treinta y ocho
mejicanos.xl Durante la fase inicial de la II Guerra Mundial cincuenta y cinco

21
argentinos ingresaron como voluntarios en la Legión Extranjera xli,y en total murieron
cuarenta. xlii

A su vez, no pocos franceses combatieron bajo la bandera argentina. En la primera


mitad del siglo XIX todos recordamos los nombres de Bouchard. Brandsen, Rauch xliii,
Foumartin, Laserre, Danelxliv y del granadero Pertaud, previamente citado. En nuestro
viejo ejército de Línea, es decir el posterior a Pavón y hasta 1902, militaron como
oficiales no menos de treinta franceses, de los cuales en la guerra del Paraguay
sirvieron no menos de once franceses; muriendo en Tuyuti el Teniente Francisco
Fourmant; en Curupaity el Ayudante Mayor Julio Rivier y probablemente como
resultado de heridas en ese combate el Alférez Eduardo Combettes Labourdelie. Otro
veterano del Paraguay, el Teniente Coronel Federico Benito Badie, murió durante la
revolución del 90xlv. Aunque no vistió uniforme el francés Ebelot tuvo activa
participación en la lucha contra el indio y construyó la famosa Zanja de Alsina.

Pero no solo los varones vertieron su sangre por amor a Francia. También las mujeres
pagaron ese tributo ante su altar. No piense el lector –si es que hay alguno- en la
heroína del tango de Blomberg y Maciel. Se trata, lamentablemente, de la historia real
y menos poética de Teresa Laborde-Line, nacida en el alfonsinesco pueblo de
Chascomús. Teresa gozaba de buena salud, pero pese a ello fue a morir en un
suburbio de Paris, víctima de la mortífera seducción de Enrique Desiderio Landru,
quien previamente la engrupió bien debute y le shacó todo el vento. Pero, suprema
ofensa, las nociones de geografía de Landru eran precarias y creía que Teresa era
brasileña. Bien merecida tenía la guillotinaxlvi.

Finis coronat opus

22
i
NOTAS

Federico en 1743 ordena la Academia de Ciencias de Berlin, que redacte sus memorias en francés, pues –
dice-“Las Academias, para ser útiles, debern informar sus descubrimientos en la lengua universal y esa
lengua es el francés”; citado por Reau, Louis, L´Europe française au siecle des Lumieres; pag. 21; Paris,
Albin Michel, 1971.
ii
Barcia, Pedro Luis; Ideario de San Martin, pag.106; Buenos Aires, instituto Nacional Sanmartiniano,
2015.
iii
Entre muchos otros libros, sobre este fenómeno se puede consultar con provecho toda la obra del peruano
José María Arguedas. Más específico, Wachel, Nathan, La visión des vaincus, Gallimard, Paris 1971.
iv
Sobre este tema, resulta fundamental la consulta del libro de José C.Moya, Primos y Extranjeros, que
arroja una nueva luz sobre el fenómeno migratorio de fines del siglo XIX, pese a que se refiere únicamente al
caso de los españoles que venían a la Argentina.
v
Personalmente no he notado diferencias apreciables entre el sol que ilumina Paris y el que ilumina Buenos
Aires. Pero yo no soy astrónomo. Lo único que he observado es que el clima Paris es más lluvioso.
vi
Manuel Mújica Láinez, Vida de Aniceto el Gallo, pag.138.
vii
Como Mansilla era un bacán de aquellos, fijó su residencia nada menos que en lo que hoy es la Avenue
Foch, donde en cambio hoy habitan los jeques árabes ahítos de petróleo.
viii
En realidad San Martin, en vida, nunca llegó a ser general del ejército argentino. Solo ostentó el grado de
coronel mayor; en cambio sí fue general del ejército chileno. Nadie es profeta en su tierra.
ix
Barcia, Pedro Luis, op.cit., pag.50.
x
Carta a Godoy Cruz, fechada en Mendoza, 24 de febrero de 1816; Barcia, op.cit. pag.181.
xi
Barcia, op.cit. pag.52.
xii
La Gran Aldea, pag.69.
xiii
Una primera aproximación la realizó el Académico Correspondiente D. Eduardo Giorlandini, en la
Comunicación Académica nro. 1111.
xiv
xiv. Ostuni, Ricardo; Tango, voz cortada de organito.
xv
Curiosamente, la única otra capital europea que he encontrado es Atenas. He encontrado también a Lyon,
Marsella, Tolon, Moscu y la isla de Capri. También encontré un Versalles, pero el contexto no me permite
decidir si es el francés o el barrio porteño. Descolgado del cielo, una vez aparece Tokyo.
xvi
Connaissance du Vieux Paris, Les Villages, pag.45.
xvii
Bujault 1864, citado por Auge Laribe, La revolution agricole, pag.175.
xviii
Lástima grande es que ningún tango haya rescatado la memoria de este prototipo de niño bien, compadrito
y prepotente, tal vez responsable del homicidio de Adolfo Steinheil, esposo de Margarita Japy, dama bella y
cariñosa, quien a su vez tenía sobre su conciencia la muerte de un presidente de Francia, mediante armas
harto agradables, pero –después de cierta edad- ciertamente mortíferas. También es lástima que no se hayan
utilizado las obras de Toulouse Lautrec para ilustrar los tangos. No conozco nada que refleje mejor Zorro
Gris, que el retrato de Jeanne Avril saliendo del Moulin Rouge (1892), o Reine de Joie, de igual fecha, para
Margot; o Au rat mort (1899), para Muñeca brava.
xix
Armand Lanoux, La Jeunesse de Marianne, La grand quadrille du Moulin Rouge, pag.345 y ss.
xx
Carriego es quien, en Misas Herejes, introduce a Mimí, junto con Museta, en el imaginario porteño.
xxi
Integrando la Academia Porteña del Lunfardo no puedo eludir esta referencia. Es una deformación
profesional.
xxii
Recordemos, de paso, que Moulin Rouge se denominó un famoso reducto tanguero de Montevideo,
donde actuaba nada menos que Pascual Contursi. Por un prurito de precisión, señalemos que el Moulin
Rouge está en la Place Blanche, a unos trescientos metros de la Place Pigalle.
xxiii
En la misma dirección lo ubica Gardel en carta a Razzano, reproducida en www.todotango.com
xxiv
Sobre el Bal des quat´z arts, ver las comunicaciones de Ricardo Ostuni y del autor, en la Academia
Porteña del Lunfardo.
xxv
Armand Lanoux, La belle epoque. La vraie Casque d´Or, pag.75.
xxvi
Es la generación a la que pertenecen Aroztegui, Canaro, Greco, Vacarezza, Pascual Contursi, Berto,
Blomberg, Tuegols, Castriota, Azucena Maizani, Corsini, Gardel, Luis Roldan, D´Arienzo, di Sarli,
Discepolo, Rosita Quiroga, Magaldi, Pracanico, Julio de Caro, Matos Rodríguez, Maffia, García Giménez,
Fresedo, Cobián, Celedonio Flores, Lomuto, Delfino, Tarila, Marambio Catan, Aieta, Bernstein, Cadícamo,
Alvaro Yunque, Arlt, por solo citar unos pocos. Sobre las generaciones argentinas, ver el libro del mismo
título de mi inolvidable amigo y maestro Jaime Perriaux, Eudeba, 1970.
xxvii
Gallo, Ezequiel, La Pampa Gringa, pag.104 y passim.
xxviii
Fundamentalmente, Intimidades, Obras Completas, T.II, pag.635 y siguientes; Madrid, Revista de
Occidente, 1950.
xxix
Me refiero obviamente a cierto tipo de letra de tango, estrictamente lírica y sentimental, que de alguna
manera es la que pervivió en la memoria colectiva, Pero las letras de tango abarcan muchos más matices y no
es difícil encontrar paginas satíricas, costumbrista y otras francamente paródicas. Baste recordar El Tarta,
Amarroto, Cipriano, Pipistrela y –por qué no- Cambalache. Hay, además, una interminable cantidad de
letras de tango que son de un kitsch insoportable. Mejor “non raggionar di lor, ma guarda e passa”.
xxx
La lista de tangos con referencias a la política criolla es muy amplia. Por solo citar algunos ejemplos más:
Don Leandro (Rafael Rossi); El Parque (Pedro Datta); Espiante que viene Palacios (Silvio de Pascal); El
socialista (Juan Mallada); Hipólito Yrigoyen (Maroni); Barullo en la barra (Juan Marini); La descamisada
(Helu-Maroni); Boina Blanca (Raimundo Chartier); Elpidio (Paz Hermoso); Don Lisandro (Solano-
Augusto); Alvear (Jove-Frontera).
xxxi
Sem, Les posedées, Buenos Aires, Academia Porteña del Lunfardo, 2002.
xxxii
Yo no lo sabía entonces, pero entre los que la cantaban estaba María Falconetti, protagonista de La
pasión de Juan de Arco, de Dreyer, una de las más bellas películas de la historia del cine.
xxxiii
Aquel que haya leído Veinte años después, recordará sin duda de que se trata.
xxxiv
El buen juez, en Trasuntos de España, Espasa Calpe, pag.47.
xxxv
Georgette Aubin, La tyrannique Madame Caillevet, pag.305.
xxxvi
Historia funambulesca del Profesor Landormy, pag.36. Aunque ajeno al tema de este trabajo, me permito
sugerir algunas identificaciones tentativas para los personajes de esta novela en clave:
AristobuloJ.Izquierdo = Alfredo L.Palacios
Senador Cadelago = Alberto Barceló
Profesor Hermann Liszt = Robert Lehmann Nitsche
xxxvii
Sinfonía a la moda francesa, Caras y Caretas, año V, nro.200, 2 agosto 1902.
xxxviii
El hijo de Pierre Benoit trazó la planta urbana de La Plata, así como su catedral y la catedral de Mar del
Plata.
xxxix
La ubicación exacta de sus restos se ignora, pero es posible que estén en la bóveda de Mariquita Sanchez
de Thompson.
xl
Bourlet, Michel, en Revue Historique des Armées, nro.255, año 2009, pag.68.-
xli
www.memoiredeshommes.sgo.defense.gouv.fr.
xlii
Ibídem.
xliii
Era alsaciano, y no prusiano, como aparece en algunos textos.
xliv
Danel cumplió la triste tarea de descarnar el cadáver de Lavalle, en el pueblo quebradeño de Huacalera ,
para evitar que fuera profanado por las tropas de Oribe.
xlv
Figueroa, Abelardo Martín; Escalafón de Oficiales del Ejército de Línea, Estado Mayor del Ejército,
Buenos Aires, 2002.
xlvi
René Masson, La mortelle romance de M.Landru, pag.86. Hasta el día de hoy no se ha podido determinar
el número de homicidios (o femicidios, para seguir el uso) cometidos por Landru, pero casi con seguridad
superó la centena. De paso, nótese la similitud de apellidos de la víctima argentina con el alférez
probablemente muerto en Curupaity. No es improbable que fuesen parientes, pues en aquellos años los
empleados públicos, frente a apellidos algo complicados, solían practicar una ortografía fantasiosa.
ANEXO 1

En este anexo se indican los diez vocablos franceses o que implican referencias a Francia más usados en los
tangos examinados.

CHAMPAGNE ( champán, champaña)

A media luz (Lenzi-Donato) 1925


Acquaforte (Marambio Catan-Pettorossi) 1931
Adiós, Chantecler (Cadícamo) 1958
La borrachera del tango (Aviles-Maroni)
La reina del tango (Iriarte-Cadícamo)
Beban, muchachos (Gutiérrez del Barrio-Tirigall)
Brumas (Cadicamo-D’Arienzo)
Buenos Aires (Romero-Joves) 1923
Cabaret (Cobián)
Calavera viejo (Gardel-Razzano) 1926
Carnavalina (Miralles-Delvaque)
Carne de cabaret (Roldan-Lambertucci) 1920
Coca y champán
Comme il faut (Clausi-Arolas)
Como se pianta la vida (Vivan) 1929
Cuando volverás (Staffolani-Maffia) 1927
Champagne tangó (Contursi-Aroztegui) 1914
Che, fulano (Villa)
De mi barrio (Goyeneche-De Grandis)
Destellos (Caruso-Canaro) 1925
Dios me libre (Bastardi-Rezzano)
El emplichao (Pelaia)
El taita del arrabal (Bayón Herrera-Romero-Padilla) 1922
El único lunar (Acuña-Cobián)
Entre tango y champagne
Esclavas blancas (Pettorossi) 1931
Fin de fiesta (Magaldo-Batistella)
Flor de fango (Contursi-Gentile) 1914
Francia (Barbero-Pesce)
Fue su destino (Del Campo-Pelle)
Gardel en Paris (de los Hoyos-Flores)
Garabita (Contursi-Teres) 1922
Gloria (Tagini-Canaro) 1927
Griseta (González Castillo-Delfino) 1924
Humos de ilusión (Airaldi-Ray Rada)
La garconniere (Caruso-Canaro) 1924
La madrugada (Aranaz-Iribarne) 1929
La provincianita (Romero-Joves) 1922
La santita (Brancatti-Maciel) 1925
La última copa (Caruso-Canaro) 1925
Lorenzo (Pardo-Bardi) 1917
Los mareados (Cadícamo-Cobián) 1942
Lunes (García Jiménez-Padula) 1939
Madame Ivonne (Cadícamo-Pereyra) 1928
Margot (Flores-Ricardo) 1919
Mariposa del tango (Staffolani-Bozzi)
Melenita de oro (Linning-Flores) 1922
Mesita de lujo (Méndez-Servidio)
Milonguita (Linning-Delfino) 1920
Moneda falsa (Brancatti-Centeno)
Muñeca brava (Cadícamo-Visca) 1928
Muñequita (Herschell-Lomuto) 1918
Muñequita de lujo (Delfino-Cordoba)
No salgas de tu barrio (Rodríguez Bustamante-Delfino) 1922
Noches de Montmartre (Lenzi-Padula) 1932
Nueve de julio (Llanes-Padula) 1919
Otra vez Esthercita (Pontier-Silva)
Pancho Almada está de fiesta (Caruso-Canaro)
Pobre francesita (Flores-Joves)
Pobre milonga (Romero-Joves) 1923
Pompas de jabón (Cadúcame-Goyeneche) 1925
Por la vuelta (Cadicamo-Tinelli) 1938
Príncipe loco (Bucino)
Quien te ha visto y quién te ve (Sureda-C.Castillo)
Reíte, mujercita (Cadícamo-Rodríguez)
Ríe, payaso (Faleo-Carmona) 1929
Rulitos (González Castillo-Brignolo) 1925
Santa milonguita (Cadícamo-Delfino) 1940
Seguí mi consejo (Tronge-Merico) 1928
Shusheta (Cadícamo-Cobián)
Siluetas (Rabanal-Uranga)
Sollozos (O.Fresedo-E.Fresedo) 1922
Son cosas del bandoneón (Cadícamo-Rodríguez) 1939
Sufriendo (Vivan)
Talan... Talan (Vacarezza-Delfino) 1924
Te acompaño el sentimiento (Bauer-García Servetto)
Timbero (Tagini-Barreiro)
Un grito en la noche (Moreno-Pugliese)
Una noche de carnaval (Rechax-Catalano)
Venga champán (Viergol)
Vieja loca (Soliño-Collazo)
Vieja recova (Cadicamo-Sciammarella) 1930
Zorro gris (García Jiménez-Tuegols) 1920

CABARET

Acquaforte (Marambio Catán-Pettorossi) 1931


Adiós, Chantecler (Cadicamo) 1957
Alma de loca (Font-Cavazza) 1927
Alma de milonga (Grupillo-Chapela)
Ándate y no vuelvas (Spatola-de Biase)
Aquel tapado de armiño (Romero-Delfino) 1928
Bailarín compadrito (Bucino) 1929
Baldosa floja (Sassone-Gilardoni) 1957
Bon soir, Monsieur (Capone-Fresedo)
Cabaret (Cobián)
Cabaret de cristal (Firpo) 1932
Cabecita loca (Roldan-Delfino) 1920
Carlos Gardel (Martins-Nasser). Original en portugués, versión española de Alvey.
Carne de cabaret (Roldan-Lambertucci) 1920
Coperito (Soliño-Mondiño)
Crueldad mental (Ratti)
Cuando volverás (Staffolani-Maffia) 1927
De mi barrio (Goyeneche-De Grandis)
Dejá el cabaret (Pibernat)
Desdichas (Contursi-Gentile) 1923
El bailarín de cabaret (Demaria)
El chupete (Timarni-Gaudenzi)
El moderno Pierrot (Roldan-Pérez Freire)
El rey del cabaret (Romero-Delfino) 1923
Esta noche me emborracho (Discepolo) 1928
Flor de París (Nasso-Canaro)
Griseta (González Castillo-Delfino) 1924
Julián (Panizza-Donato) 1924
La canción del cabaret (Firpo-Ricur)
La enfermita del cabaret.
La muchachada del centro (Pelay-Canaro) 1932
Mala jugada (Timarni-Polito)
Maldita noche (Canale-Rodriguez)
Maldito tango (Roldan-Pérez Freire) 1916
Mano cruel (Tagini-Mutarelli) 1928
Milagrosa virgencita (Pulido-Martino)
Milonguita (Linning-Delfino) 1920
Moneda de cobre (Sanguinetti-Vivan) 1942
Muñeca de carne (Guido-Capone)
No me cortes las alas (Dizeo-Cobian)
No quiero verla más (Caruso-Tesseire)
No salgas de tu barrio (Delfino-Bustamante) 1927
Orgias de amor (Salerno)
Patotero sentimental (Romero-Joves) 1922
Piba (Roldan-Eggers)
Place Pigall (Clausi-Arolas)
Pobre percanta (Arolas-Scazziota)
Pobre viejo (Gil Montero-Sassens)
Populacha (Ferradas-Romano)
Pucherito de gallina (Medina) 1951
Quien más, quien menos ((Discepolo) 1934- También lleva por título “Novia de ayer”
Risas de cabaret (Rizutto.Ruffet) 1925
Santa milonguita (Cadúcame-Delfino) 1933
Shusheta (Cadicamo-Cobián)
Siluetas (Ranabal-Uranga)
Soy una fiera (Martino) 1926
Te acompaño el sentimiento (Bauer-García Servetto)
Un tropezón (Bayón Herrera-de los Hoyos) 1927
Una noche de carnaval (Rechax-Catalano)
Vieja loca (Soliño-Collazo)
Viejo Pancho (Marino-Blois-Polero)
Zorro gris (García Jiménez-Tuegols) 1928
Midinette porteña (Tuegols-Camba) 1923
Otra vez Esthercita (Pontier-Silva)
Pasión milonguera (Exposito)
Strip tease (Selles-Pierro)
Y te cantan hasta en Francia (Scolati Almeyda-Bigeschi)

PARIS (o derivados)

A lo Megata (Rivero-Alposta) 1981


A mi déjame en mi barrio (Francisco Amor)
A mí que me importa (García Jiménez-Aietta)
Alice (Clausi-Arolas)
Anclao en Paris (Cadícamo-Barbieri) 1931
Apología tanguera (Cadícamo-Quiroga) 1933
Aquel Montmartre (Cadicamo-Canet)
Araca, Paris (Lenzi-Collazo) 1930
Atardecer en Paris (Raigal-Jubaia)
A ver si te animás (J.Carlos Cáceres)
Bajo el cono azul (Volpe-De Angelis)
Berretines (Sciammarella-Rubistein)
Bon soir, Monsieur (Capone-Fresedo)
Buhardilla (Sanguinetti-Blasi)
Calandria (Caruso-Teisseire) 1926
Canaro en Paris (Scarpino-Caldarella) 1925
Claudinette (Centeya-Delfino) 1940
Comme il faut (Clausi-Arolas)
Crease o no (Ca di fon-Canaro) 1932
El choclo( Villoldo-Discepolo-Marambio Catan) 1947
El fueye de Arolas (Marco)
El tango en Paris (Giudice)
Flor de lis (Rodríguez-Sanguinetti)
Flor de Paris (Caruso-Nasso)
Francesita (Vacarezza-Delfino) 1925
Francia (Barbero-Pesce)
Fru-Fru (versión en español de H.Manzi)
Fue su destino (Del Campo-Pelle)
Griseta (González Castillo-Delfino) 1924
Juan Porteño (Marco-Di Sarli)
La cruz de Margot (Roca-Viergol)
La que murió en Paris (Blomberg-Maciel) 1930
Los muchachos de Paris (J.C.Caceres)
Luces de Paris (Sanguinetti-Bonavena)
Madame Ivonne (Cadícamo-Pereyra) 1933
Manón (Podesta-De Bassi) 1933
Margo (Expósito-Pontier) 1945
Marion (Rubistein) 1943
Mi barrio querido (Posse-Fernández)
Mimí Pinsón (Roggero-Rótulo)
Noches de Montmartre (Lenzi-Pizarro) 1932
Papanata (Lomuto-Botta)
Papel picado (González Castillo-C.Castillo) 1934
Paris (Caruso-Canaro) 1927
Parisiense (Vernardini)
Pobre francesita (Flores-Joves)
Pregonera (Rotulo-De Angelis)
Quien te ha visto y quién te ve (Sureda-C.Castillo)
Ronda de ases (Manzi-Fresedo) 1942
Sálvame, Legui (López-Roma)
Si...que vas bien (Laguna-Lomuto)
Solo se quiere una vez (Frollo-Flores) 1929
Son cosas de museo (Delfino-Piana)
Vamos Buenos Aires (Tavera-Tarantino) 1979
Y te fuiste a Paris (Pereyra)
Pompeya para Diego era Paris (González-Szwarcman)
Atardecer en París
Porteñesa a Cachorrín (Piazzola-Ferrer)
Muñequita de París (Rainieri-Rótulo)
Adiós París (Gómez-Rótulo)
Pobre Fanfan (Bardaro-Castillo) 1943
Siempre París (Expósito)
Tango internacional (Ravera)
Tangó de París (Pintín Castellanos)
Viviane de París (Vivan-Sanguinetti)

FRANCIA (o derivados)

Arlette (Bonavena-Sanguinetti)
El taita (Manco-Gobbi) 1907
El taita del arrabal (Bayón Herrera-Romero-Padilla) 1922
Audacia (Flores-La Rocca) 1925
Francesita (Vacarezza-Delfino) 1925
Che, papusa, oí (Cadícamo-Matos Rodríguez) 1928
Araca, París (Lenzi-Collazo) 1930
Griseta (González Castillo-Delfino) 1924
Muñeca brava (Cadicamo-Visca) 1928
Madame Ivonne (Cadícamo-Pereyra) 1933
Corrientes y Esmeralda (Flores-Pracanico) 1933.
Fanfan (Pelaia-Marin)
La milonga que faltaba ((Panizza-Laina)
Balada para mi muerte (Ferrer-Piazzolla) 1968
Cinta azul (De Leoni-Escariz-Méndez)
Francia (Pesce-Barbero)
A la francesa (Le jour de glorie est arrivé) (D. Linyera)
Pobre francesita (Flores-Joves)
La viajera perdida (Blomberg-Maciel) 1930
No cantes victoria (Pesce-Canaro)
Flor de Paris (Canaro-Nasso).
La copla porteña (Canaro-Pelay)
Colibriyo (Martinez-Tronge)
Silencio (Gardel-Lepera-Pettorossi) 1932
Bailarás (Abertman-Castiglione)
Bon soir, Monsieur (Capone-Fresedo)
Pobre francesa (Marambio Catán)
Linda francesita (Rizzutti)
Quién te ha visto y quién te ve (C.Castillo-Sureda)
Pobre gringa, la francesa (Montiel-Demarzo)
Mimí (Motta-Lomuto)
Paso por mi lado (Staffolani-Pérez)
Un porteño a la violeta (Chere-Zinni)
Mojarrita (Cadícamo-Verona)
Arrimame la carita (Del Rio Sciammarella)
Fru-Fru (versión española de H.Manzi)
La señora del chalet (Pagano-Rivero)
Pantalón a la francesa (González-Vieitri)
Tortazos (Maroni-Razzano)
Piso de soltero (P.Cipolatti-Nisenson)
Traviesa (Charlo-Batistella)
Tangó de París (Pintin Castellanos)
Una noche en el Garrón (Pizarro-Garros)
Y te cantan hasta en Francia (Scolati Almeyda-Bideschi)

PIGALLE

Alma de milonga (Grupillo-Chapela)


Julián (Panizza-Donato) 1923
La maleva (Pardo-Buglione)1922
Galleguita (Navarine-Pettorossi) 1924
Milonguera (Aguilar) 1929
Bailarín compadrito (Bucino) 1929
Noches de Montmartre (Lenzi-Pizarro) 1932
Corrientes y Esmeralda (Flores-Pracanico) 1933
Pato (Collazo) 1928
La princesita (Panizza-Laina)
Carnaval de antaño (Romero-Piana) 1928
Place Pigall (Clausi-Arolas)
Royal Pigal (Maglio) 1914
Hombrecito (Zeballos-Collazo)
Cabaret (Cobián)
Dios me libre (Baastarsi-Razzano)
Pobre francesita (Flores-Joves)
Callejera (Cadícamo-Frontera) 1929
El pibe Chacarita (Magaldi-Noda)
Estampas de antaño (Baliotti-Tavarozzi)
Aquel Montmartre (Cadícamo-Canet)

CHIQUE
Chiqué (Brignolo) 1920
Che, papusa, oí (Cadícamo-Matos Rodríguez) 1928
Noches de Montmartre (Lenzi-Pizarro) 1932
Pobre milonga (Romero-Jovés) 1932
A la Megata (Rivero-Alposta) 1981
Medias de seda (Velich-Bonini)
Papanata (Botta-Lomuto)
Te acompaño el sentimiento (Bauer-García Servetto)
Crease o no (Ca di fon-Canaro) 1932
Misa rea (Lopez-Maffia-Piana)
Por qué se fue (Maizani)
Hacete amigo del juez (Casanova)
Gigoló de luxe (Rodríguez Bustamente-Tanturi)
Pal nene (Rivero)
Negra mala (Peressini)
La señora del chalet (Pagano-Rivero)

CACHET

Compadrón (Cadícamo-Visca) 1927


Che, papusa, oí (Cadícamo-Matos Rodríguez) 1928
Pepino, sos un bacán (Bohigas)
Muñequita de lujo (Delfino-Córdoba)
Que cambiada estás 1930
Corrientes y Esmeralda (Flores-Pracanico) 1933
El chupete ( Timarni-Gaudenzi)
Pobre percanta (Villoldo-Scazziota)
Pasión milonguera (R.D´Agostino-A.D´Agostino)
Miércoles (Rossi)
Perdida (González-D´Andrea)
Compadrito (Cadícamo-Visca)
Rica tipa (Bertonasco-Ortiz) 1930
Sos bueno, vos también (Caruso-Canaro)
Porteña cien por cien (Roldán-González Ortiz)
¡Sufra! (Caruso-Canaro) 1922
Flor de milonga (Bedrune-Magaldi)

MIMI

Che, bandoneón (Manzi-Toilo) 1949


Ronda de ases (Manzi-Fresedo) 1942
Pompas de jabón (Cadícamo-Goyeneche) 1925
Griseta (González Castillo-Delfino) 1924
Noches de Montmartre (Lenzi-Pizarro) 1932
La cabeza del italiano (Bastardi-Scatasso) 1924
Flor de París (Caruso-Nasso)
Mimí (Marengo)
Boheme (Staffolani-Bosi)
Buhardilla (Sanguinetti-Blasi)
Papel picado (Gonález Castillo-C.Castillo)
Todavía hay otarios (Pizarro-Behety) 1928
Se dice de mí (Pelay-Canaro)
Aquel Montmartre (Cadícamo-Canet)
Mimí (Botta-Lomuto)

GIGOLO
Aquel tapado de armiño (Romero-Delfino) 1931
Abran cancha (A.Mastra)
Viejo smoking (Flores-Barbieri) 1930
Araca, Paris (Lenzi-Collazo) 1930
Pa´lo que te va a durar (Flores-Barbieri) 1930
La milonga que faltaba (Panizza-Laina)
Cabecita loca (Romero-Delfino) 1920
¿Por qué soy reo? (Meaños-J.Velich-H.Velich)1929
Hombrecito (Zeballos-Collazo)
Carnavales de mi vida (Cadícamo-Cobián)
Gigoló (A.De Caro-E.De Caro)
El gigoló (Roldán-Delfino)
Gigoló de luxe (Rodríguez Bustamente-Tanturi)
Gigoló compadrito (Cadícamo)
Muñeca brava (Cadícamo-Visca) 1927. 2da. Versión 1928
Todavía hay otarios (Pizarro-Behety) 1928

MONTMARTRE

Acquaforte (Marambio Catán-Pettorossi) 1931


Anclao en París Cadícamo-Barbieri)
Madame Ivonne (Cadícamo-Pereyra) 1933
Araca, París (Lenzi-Collazo) 1930
Noches de Montmartre (Lenzi-Pizarro) 1932
Aquel Montmartre (Cadícamo-Canet)
Flor de París (Caruso-Nasso)
Cabaret (Cobián)
Muchachitas de Montmartre (Fresedo-Saldías)
Mañanitas de Montmartre (Irusta-Fugazot-Demare) 1928
Pobre francesita (Flores-Jovés)
Mimí (Botta-Lomuto)
A Montmartre (Romero-Delfino) 1929
Tangó de París (Pintín Castellanos)
ANEXO 2

Se enumeran, sin pretender agotar la lista, los escultores franceses y sus obras que figuran en las calles,
paseos y otros lugares públicos de la ciudad de Buenos Aires, excepto el Museo de Bellas Artes y el Museo
de Arte Decorativo.

Bourdelle, Antoine-
Monumento a Alvear (Avda. del Libertador)
Centauro herido (Plaza Justo J. de Urquiza)
Heracles arquero (Avda, Figueroa Alcorta)

Boverie, Eugene Jean


El perdón (Plaza Congreso

Cain, Auguste
León con su presa (Parque 3 de febrero)
Leona con su cría (Parque 3 de febrero)

Carlier, Emile
Mausoleo familia Dorrego Iriarte (Recoleta)

Carlus, Jean
Caperucita roja (Parque 3 de febrero

Carrier-Belleuse, Albert Ernest


Monumento a Belgrano (únicamente la figura de Belgrano, el caballo es obra de Santa Coloma-
Plaza de Mayo)
Mausoleo de San Martín (Catedral)
Mausoleo de Guillermo Rawson (Recoleta)
Mausoleo de Lucio Vicente López (Recoleta)

Cordier, Charles Henri


La duda (Plaza San Martín)
Monumento a Miguel de Azcuénaga (Plaza Primera Junta)

Coutan, Jules Félix


Monumento a Carlos Pellegrini (Plazoleta Carlos Pellegrini)
La República (Banco de la Nación Argentina)
Mausoleo de Luis María Campos (Recoleta)
Mausoleo de Nicolás Avellaneda (Recoleta)

Charpentier, Félix
La cigale (El Rosedal)

Daumas, Louis Joseph


Monumento a San Martin (únicamente la estatua ecuestre. Las bases pertenecen a Eberlín – Plaza
San Martín)

Despan, Charles
Desnudo (Parque 3 de febrero)

Drivier, León Ernest


La primavera (Parque 3 de febrero)
L´homme parlant (Plaza Justo José de Urquiza)

Dubourdieu, Joseph
La República (Pirámide de Mayo – Plaza de Mayo)
La Industria (Plazoleta San Francisco)
La Geografía (Plazoleta San Francisco)
La Navegación (Plazoleta San Francisco)
La Astronomía (Plazoleta San Francisco)

Du Parc , Gustave
Monumento a Falucho (Luis M.Campos y Santa Fe)

Dupre, Jean
La Piedad (Iglesia de la Piedad)

Falguiere, Alexandre
Dos bronces (Museo Etnográfico)
Dos estatuas de mármol en la antigua sede del Jockey Club)

Fonderie de la Val d´Osne


Dos fuentes monumentales (Avda.9 de Julio y Córdoba)

Fremin, Rene
La Flora (Jardín Botánico)

Gardet, Georges
Familia de ciervos (Parque 3 de febrero)

Gask, Jean Baptiste


Hero y Leandro (Parque 3 de febrero)

Geny, Gustave
Monumento a Olegario Andrade (Parque 3 de febrero)

Greber, Henri León


Atleta (Parque 3 de febrero)

Guillaume, Jean Baptiste


La fe (Plaza Irlanda)
La esperanza (Plaza Irlanda)
La caridad (Plaza Irlanda)

Guillot, Eugene
Cazador de águilas (Plaza Constitución)

Le Courtier, Prosper
Ciervo (Plaza Intendente Seeber)
Le Duc, Arthur J.
Ciervo (Parque 3 de febrero)

Millet, Aime
Monumento a Adolfo Alsina (Plaza Libertad)

Noel, Edmé
El progreso (Plaza Ejército de los Andes)

Pater, Paul
Monumento a los muertos por Francia(Hospital Francés)

Perrault, H.
Perro (Parque 3 de febrero)

Peynot, Emile Edmond


Francia a la Argentina (Plaza Francia)
Monumento a Aristóbulo del Valle (Figueroa Alcorta y Tagle)
Ofrenda floral a Sarmiento (Parque 3 de febrero)
Mausoleo de Juan M.Lartigau (Recoleta)
La Aurora (Parque Rivadavia)

Rezeux
Busto de Pasteur (Hospital Francés)

Richepin, C.
La victoire en chantant (Hospital Francés)

Rodin, Auguste
El pensador (Plaza de los Dos Congresos)
Monumento a Sarmiento (Avda. Sarmiento y Libertador)

Saint Aubier, Charles


Meditación sobre la muerte (Facultad de Medicina)

Virieu, François
Diana fugitiva (Plaza Alvear)

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