La noción de que el comercio entre países es beneficioso para las sociedades data
desde tiempo atrás, sin embargo, esta idea ha cambiado considerablemente. Se
comenzará el análisis desde la época del mercantilismo, conformación del pensamiento
económico de Europa de 1500 hasta 1750 cuyas inconsistencias fueron desnudadas
por los economistas llamados clásicos como Adam Smith y David Ricardo. Y a
continuación se señalan tanto las aportaciones al modelo ricardiano por parte de la
escuela neo-clásica como así también las contribuciones heterodoxas.
Hacia el siglo XVIII surgieron nuevas ideas que atacaban el pensamiento mercantilista,
entre las cuales podemos destacar a David Hume que sostenía que la acumulación de
metal contribuiría a aumentar la oferta monetaria, lo cual estimularía el nivel de los
precios y los salarios y, por consiguiente, debilitaría la competitividad del país con
superávit comercial; ocurriendo lo contrario en el país con déficit. Pues el comercio entre
países sirve como mecanismo de ajuste automático para equilibrar la balanza
comercial.
Luego Adam Smith escribió que la riqueza de una nación residía en la capacidad
productiva de la misma y no en la posesión de metales preciosos; la mejora de dicha
capacidad era propicia en un entorno donde los agentes privados pueden libremente
perseguir su interés, el cual los llevaría a especializarse intercambiando bienes y
servicios con base en sus propias habilidades. Por ello el papel apropiado del gobierno
es velar por el libre funcionamiento del mercado en base al respeto por los derechos de
propiedad (“la mano invisible”) y los países deberían especializarse y exportar aquellos
bienes en los cuales tuvieran una ventaja absoluta, pues el comercio es un juego de
suma positiva que repercute en mutuo beneficio.
Más tarde, David Ricardo retoca la teoría de Smith afirmando que las ganancias del
comercio también pueden ser fruto de las ventajas comparativas. Parte, al igual que
todos los clásicos, utilizando la teoría del valor-trabajo que considera que el valor de un
bien está directamente relacionado con el nivel de trabajo que se ocupa en su proceso
productivo. Con lo cual las mercancías que se exportan no necesariamente deben ser
las de menor costo internacional de producción, sino aquellas que poseen un menor
costo relativo en relación al de otros países. Para entender mejor la idea se propone el
ejemplo llevado a cabo por Ricardo, donde se describe la producción de dos bienes
(vino y tela) en Inglaterra y Portugal; los requerimientos de trabajo por unidad de
producción se detallan en la tabla 1 y describen la tecnología utilizada en cada país. En
este caso Portugal tiene la ventaja absoluta en la producción de ambos bienes, por lo
que desde la base de Smith no habría lugar para el comercio, pero al ser Portugal
relativamente más eficiente en la producción de vino que en la de tela, pues si
observamos los precios de autarquía (sin comercio internacional) en Inglaterra una
unidad de vino podría cambiarse por 1,2 unidades de tela mientras que en Portugal una
unidad de vino se intercambiaría por solo 0,889 unidades de tela, Portugal resultará
ganando si se especializa en la producción de vino y adquiere la tela comprando a
Inglaterra a una razón de una unidad de vino por 1,2 de tela. Mientras tanto Inglaterra
obtiene una ganancia si se especializa en la producción de tela vendiéndola a Portugal
y obteniendo por cada unidad de tela 1,125 de vino, en lugar de obtener 0,833
domésticamente.
Tomando la distinción hecha por Marx, Raúl Prebisch y Hans Wolfgang Singer criticaron
la determinación clásica de los términos de intercambio y postularon que los precios de
productos primarios caerían respecto a los industriales. Remarcaban que los países
desarrollados, es decir el “centro”, mantienen el fruto de su progreso tecnológico y la
“periferia”, o sea los países subdesarrollados, transfieren su mayor productividad por
precios bajos; pues los primeros se especializan en bienes manufacturados y los
segundos lo hacen en bienes primarios. La desigual evolución de los precios
internacionales limita aún más las posibilidades de desarrollo de los países periféricos.
El resultado es debido a la baja elasticidad de la demanda de productos primarios
respecto de la renta. El progreso tecnológico de los países desarrollados ha permitido,
además de crear bienes sustitutos de los insumos primarios, reducir el uso de los
mismos en dichos procesos productivos.
Fuente.