Está en la página 1de 8

Charles Maurice de Talleyrand

(Charles Maurice de Talleyrand-Périgord; París, 1754-1838) Político y


diplomático francés. Procedía de una familia aristocrática, que le destinó a
la carrera eclesiástica sin que tuviera vocación para ello (vivió siempre
como un sibarita, libertino y carente de escrúpulos). Ascendió en la
jerarquía impulsado por su origen nobiliario: en 1780 era agente general
del clero y en 1789 obispo de Autun.

Charles Maurice de Talleyrand

En los Estados Generales que convocó Luis XVI en 1789 representó al


estado eclesiástico y fue uno de sus escasos miembros que aceptaron los
principios de la Revolución que se produjo en aquel mismo año. Se vinculó
políticamente al conde de Mirabeau, representante de la nobleza
revolucionaria y partidario, como él, de una monarquía constitucional y de
un liberalismo moderado. Talleyrand fue elegido presidente de la Asamblea
Constituyente, apoyó la nacionalización de los bienes de la Iglesia y su
sometimiento al nuevo Estado surgido de la Revolución (Constitución Civil
del Clero de 1790, admitida sólo por cuatro obispos). El papa Pío VI le
excomulgó por aquella actitud (1791), momento en que Talleyrand
abandonó el obispado (completó el proceso con su completa secularización
en 1802).
Desde entonces se dedicó a la diplomacia, en la que demostró una gran
habilidad y capacidad de supervivencia bajo diferentes regímenes políticos.
Abandonó Francia cuando la Revolución Francesa tomó un rumbo radical bajo la
dictadura de Robespierre (1792-94); refugiado en Inglaterra y en Estados
Unidos, Talleyrand consolidó por entonces su visión de la política exterior
francesa, dominada por la idea de establecer relaciones amistosas con Gran
Bretaña.
Cuando el régimen radical fue derrocado por un golpe de Estado,
Talleyrand regresó a Francia y sirvió como ministro de Asuntos Exteriores
bajo el régimen del Directorio (1797-99). El acceso al poder de Napoleón no
le apartó del cargo, en el cual permanecería como uno de los grandes
dignatarios del Consulado y del Imperio. Desempeñó un papel destacado en
la pacificación que marcó los primeros años del periodo napoleónico: tanto
la pacificación exterior -pues negoció el Tratado de Luneville con los
austriacos (1801) y el de Amiens con los británicos (1802)- como la
pacificación interior -pues trató de suavizar la persecución de los
contrarrevolucionarios, católicos y monárquicos, y colaboró en la redacción
del Concordato con el papa-.

Sin embargo, se fue distanciando gradualmente del emperador por la


insistencia de éste en su actitud expansionista y agresiva hacia Austria y
Gran Bretaña. Dimitió en 1807, pero mantuvo los múltiples cargos y títulos
honoríficos que le había conferido Napoleón, e incluso colaboró con éste en
tareas diplomáticas, como la Conferencia de Erfurt en la que los monarcas
europeos acordaron un nuevo orden europeo reconociendo la hegemonía
francesa (1808).

Por entonces, Talleyrand conspiraba ya en secreto contra el emperador


con Fouché e incluso hizo doble juego al aconsejar al zar Alejandro I de
Rusia sobre las negociaciones de Erfurt. Cuando los ejércitos aliados
derrotaron a Napoleón en 1814, Talleyrand contribuyó a restaurar a los
Borbones en el Trono de Francia; y, en consecuencia, formó parte de su
gobierno provisional, primero como primer ministro (hasta el regreso de
Luis XVIII) y luego como ministro de Exteriores.

Como tal representó a Francia en el Congreso de Viena (1815), que diseñó


un equilibrio europeo destinado a perdurar durante medio siglo;
aprovechando las disensiones entre los antiguos aliados consiguió que la
derrota militar de Francia no se tradujera en un castigo diplomático
demasiado gravoso. Sin embargo, la animadversión de los ultrarrealistas,
que no le perdonaban su compromiso con la Revolución, le apartó
enseguida de la política.
Siguió siendo miembro de la Cámara de los Pares y participó en la
oposición liberal contra el absolutismo de Carlos X. Apoyó la Revolución de
1830 que llevó al Trono a Luis Felipe de Orleans; y colaboró con el nuevo
régimen constitucional como embajador en Londres y delegado en la
conferencia que debía resolver la situación de Bélgica (1830-31). Tras
fracasar en su intento de extender las fronteras de Francia a costa del
nuevo reino belga, se retiró de la política en 1834.

Duque de Wellington
(Arthur Wellesley, duque de Wellington; Dublín, Irlanda, 1769 - Walmer
Castle, Kent, Inglaterra, 1852) Militar y político británico. Ingresó en el
ejército en 1787 y años más tarde sirvió en la India, donde su hermano
Carlos -el marqués de Wellesley- era gobernador (1796-1805). Y, siguiendo
también a su hermano, entró en política como diputado conservador en la
Cámara de los Comunes en 1805, y ejerció como secretario para Irlanda en
1807.

El duque de Wellington (detalle de un retrato de Goya)

En 1808 fue puesto al mando del ejército que Gran Bretaña envió a
Portugal para combatir contra la ocupación francesa de la península Ibérica.
En aquel mismo año hubo de regresar a Inglaterra para responder ante un
tribunal por haber permitido la retirada del general francés Jean Junot tras
derrotarle en los alrededores de Lisboa. Fue declarado inocente y
autorizado a continuar la dirección de la Guerra de la Independencia
española (1808-1814), que los ingleses denominaban Guerra Peninsular.

La suerte de la guerra le fue desfavorable hasta 1810. Pero, después de


contener el avance francés hacia Lisboa en Torres Vedras (1811), comenzó
una ofensiva victoriosa hacia el centro de la Península, contando con el
apoyo de la guerrilla autóctona, que debilitaba la posición militar de los
franceses: tomó Ciudad Rodrigo y Badajoz, derrotó a Auguste Marmont en
la batalla de los Arapiles, ocupó Madrid (1812), persiguió a José I
Bonaparte hacia el norte hasta infligirle dos nuevas derrotas en Vitoria y San
Marcial (1813), traspasó los Pirineos y, ya en territorio francés, venció
definitivamente a Jean de Dieu Soult en Toulouse (1814).
Su avance fue simultáneo al de las tropas alemanas y rusas que culminó en
la batalla de Leipzig; y ambos éxitos aliados determinaron la caída
de Napoleón y la restauración de los Borbones, tanto en España (Fernando VII)
como en Francia (Luis XVIII). En 1815, el inesperado regreso de Napoleón al
poder durante el Imperio de los Cien Días obligó a sus enemigos a formar
una nueva coalición y a enviar un ejército bajo el mando del duque de
Wellington, que derrotó definitivamente a Napoleón en la batalla de
Waterloo (1815).
Sus servicios militares a la Corona durante las Guerras Napoleónicas le valieron
sucesivamente los títulos de conde, marqués (1812) y duque (1814) de
Wellington. Posteriormente desempeñó misiones diplomáticas; participó en
el Congreso de Viena (1815) y, como miembro del gabinete presidido por
Liverpool, en los de Aix-la-Chapelle (1818) y Verona (1822). Fue primer
ministro en 1828-30 y luego ministro en los gobiernos de Robert Peel (1834-
35 y 1841-46).

Desde esos cargos y el de comandante en jefe del ejército, tuvo una


influencia incontestable, tanto más cuanto que la joven reina Victoria le
adoraba. Su postura política fue ultraconservadora, pues consideraba que
la Constitución inglesa era perfecta y no necesitaba ninguna reforma (por
eso se opuso, por ejemplo, a la reforma electoral de 1832). Fue el último
general que gozó de verdadero poder político en el Reino Unido.

Thomas Jefferson
Tercer presidente de los Estados Unidos de América (Shadwell, Virginia,
1743 - Monticello, Virginia, 1826). Thomas Jefferson pertenecía a la
aristocracia de grandes hacendados del Sur, posición que había completado
haciéndose abogado. Sus inquietudes intelectuales le acercaron a la
filosofía de las Luces y a las ideas liberales, haciéndole abandonar la
religión.

Thomas Jefferson

Empezó a participar en la política de Virginia desde 1769, defendiendo la


tolerancia religiosa y una enseñanza pública igualitaria. Cuando se agravó
el conflicto entre Gran Bretaña y sus trece colonias norteamericanas,
Jefferson defendió los derechos de éstas, publicando un ensayo de corte
radical (Breve análisis de los derechos de la América británica, 1774).
Durante la siguiente Guerra de Independencia, Thomas Jefferson fue
elegido delegado de Virginia en la Convención continental de Filadelfia
(1775), donde se distinguió como orador y como autor de declaraciones
políticas. Redactó el borrador de la Declaración de Independencia (1776), donde
plasmó las ideas de John Locke; justificó la rebelión por las transgresiones
del rey Jorge III contra los derechos reconocidos a los ciudadanos por la
constitución no escrita de Gran Bretaña; su defensa de la democracia, de la
igualdad, del derecho de los pueblos a disponer de ellos mismos y del
derecho natural de los hombres «a la vida, la libertad y la búsqueda de la
felicidad» han marcado la historia posterior de los Estados Unidos.
Otro documento fundamental del que fue inspirador fue la Ordenanza del
Noroeste (1787): en ella se regulaba la forma de expansión de las trece
colonias originarias hacia los amplios territorios por colonizar en el Oeste,
estableciendo en ellos gobernadores nombrados por el Congreso hasta que
alcanzaran entidad demográfica suficiente para ser admitidos como Estados
de la Unión.
Thomas Jefferson fue gobernador de Virginia entre 1779 y 1781. Luego fue
miembro del Congreso, defendiendo sin éxito la abolición de la esclavitud.
Como embajador de Estados Unidos en París (1785-89), aprovechó su
experiencia para asesorar al primer gobierno surgido de la Revolución
francesa (1789). Más tarde fue nombrado por George Washington primer
secretario de Estado (ministro de Asuntos Exteriores) de Estados Unidos
(1790-93).
Desde esa época se enfrentó al secretario del Tesoro, Alexander Hamilton,
perfilando el primer sistema bipartidista americano: Hamilton, líder de los
«federalistas centralistas» o simplemente «federalistas» (antecedente
ideológico del Partido Republicano), proponía reforzar el poder del gobierno
federal al servicio de la expansión de la Unión y de la hegemonía de los
capitalistas del Norte; Jefferson, dirigente de los «federalistas
republicanos» o simplemente «republicanos» (precursores del Partido
Demócrata), defendía la autonomía de los Estados, especialmente para
proteger los intereses del Sur, y un modelo democrático de pequeños
propietarios independientes.
En 1796 Thomas Jefferson perdió las elecciones presidenciales frente al
federalista John Adams, por lo que, en virtud de una disposición
constitucional luego derogada, se convirtió en vicepresidente como segundo
candidato más votado (1797-1801). Finalmente, ganó las elecciones en
1800 y 1804, por lo que fue presidente entre 1801 y 1809.

Lo más relevante de sus dos mandatos fue la consolidación de un reparto


de funciones entre los poderes constitucionales, según el cual el gobierno
federal se encargaría de la defensa y la política exterior, dejando a los
Estados una amplia autonomía política interior; con ello llevó a la práctica
sus convicciones filosóficas sobre la necesidad de limitar al poder para
salvaguardar la libertad.

Jefferson también favoreció la futura expansión de los Estados Unidos, al


adquirir a Francia el extenso territorio de Luisiana (1803) y potenciar las
exploraciones hacia el oeste de Lewis y Clark (1804-06). Siguiendo el
ejemplo de Washington, no se presentó a una tercera reelección (en 1808
se impuso el también republicano James Madison), se retiró a cultivar sus
múltiples aficiones intelectuales (1809) y fundó la Universidad de Virginia
(1819).
El reconocimiento de gobiernos es un acto unilateral que produce
efectos jurídicos y así se desprende de la practica internacional,
especialmente, después de la primera guerra mundial cuando se
constituyen gobiernos en el exilio, distintos al que se plantea hoy en
Venezuela, evidentemente, que intentan y logran en algunos casos el
reconocimiento de otros gobiernos. También más adelante se plantea
este tema, ante conflictos diferentes, entidades políticas que se
adjudican la condición de gobiernos con capacidad de representar al
Estado, dentro del país y en sus relaciones internacionales.
Según la doctrina clásica, el reconocimiento de un gobierno exige la
efectividad y el control que esa entidad debe tener sobre el territorio y
su población. Además, se requiere que esa entidad sea independiente
de otra entidad política y que esté sometida exclusivamente al Derecho
Internacional, es decir, que sea soberana en sus relaciones
internacionales.  Un enfoque más contemporáneo agrega, además, que
es necesario que la entidad que solicita el reconocimiento ajuste sus
actuaciones a las normas democráticas y a las relativas a los derechos
humanos; y, que ese gobierno surja de la voluntad popular derivada de
elecciones ajustadas a los estándares internacionales antes referidos
También conocida como la Doctrina Mexicana, dicha doctrina ha sido el
eje de la política exterior de México desde que fue redactada en 1930 por
su autor, Genaro Estrada, Secretario de Relaciones Exteriores durante la
Presidencia de Pascual Ortiz Rubio.

En su esencia, la doctrina responde a la política de no intervención y el


derecho a la autodeterminación de los pueblos, nociones consagradas en
el Artículo 89 de la Constitución. En las palabras del secretario Estrada,
el estado mexicano “no califica el derecho de las naciones para aceptar,
mantener o sustituir a sus gobiernos”. El documento dicta porqué:

El gobierno de México no otorga reconocimiento porque considera


que esta práctica es denigrante, ya que además de herir la
soberanía de las otras naciones, coloca a éstas en el caso de que
sus asuntos interiores pueden ser calificados en cualquier sentido
por otros gobiernos, quienes, de hecho, asumen una actitud de
crítica al decidir favorable o desfavorablemente sobre la
capacidad legal de regímenes extranjeros.

También podría gustarte