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Sergio Mendoza Mendoza.

No despiertes.

Sergio Mendoza Mendoza.

Título original: No despiertes


Todos los derechos reservados.
© Del texto: 2010, Sergio Mendoza Mendoza.
© De esta edición: 2010, Sergio Mendoza Mendoza.
Encinos 501 31, Col. Valle de San Isidro.
Zapopan, Jalisco. 45130. México.
La reproducción total o parcial de este libro, no autorizada por el
autor, viola derechos reservados. Cualquier utilización
debe ser previamente solicitada.
Antes de comenzar a leer, preguntante: ¿Qué tan cansado puedes estar de

vivir?
Prefacio:
––Esto no es para nada un premio ––me corrigió––. Sí tú estás

cansado del mundo, el mundo está más cansado de ti. De tu ineptitud y

desagrado. Por eso es que ha decidido que tu existencia termine aquí.

––¿Cansado de mi? ¿Cómo puede el mundo estar cansado de mí? ––

le pregunté. Su explicación me parecía poco razonable. Un ser humano se

cansa del mundo, de su hostilidad, de su frialdad, de su aburrimiento; pero el

mundo no tiene motivo de cansancio.

––¿Cómo puede el mundo estar cansado de ti? ¿A caso no te

escuchas diariamente, pequeño mequetrefe? ––Gordon comenzó a hurgar

en su percudida maleta. Sacó un libro y lo puso sobre mi mesa de noche.

En el lomo del libro se podía leer el titulo “Daniel Boom”. Ese era mi

nombre.

Gordon comenzó a hojear el libro. Frente a mí, como en aquellos

cuentos de ilustraciones con movimiento, comencé a ver fragmentos de mi

vida.

Pero no era correctamente mi vida, las escenas estaban manipuladas.

Solo podía verme gritándole a mamá ––¡Odio esta maldita ciudad!

––¡Odio el cereal que compraste!

––¡Odio este estúpido uniforme!

––¡Odio que sea mi cumpleaños!


Definitivamente ese no podía ser yo. ¿O sí?
1.
Me rehusaba a creer que el mundo me viera de esa manera. Es decir,

si soy una persona que constantemente se queja, pero tengo mis razones.

Para evitar malentendidos tendré que explicarles desde tiempo atrás,

antes de que Gordon apareciera aquella noche en mi habitación.

Como ya lo dije antes, mi nombre es Daniel Boom. Vivo en la pequeña

ciudad de Colvan. No siempre viví ahí. Mamá y yo nos mudamos tres años

atrás, cuando papá decidió divorciarse de mi madre y volverse a casar.

Tengo catorce años de edad, pero mamá dice que estoy tan

amargado como un hombre de ochenta.

Mi vida en Colvan me ha vuelto así. No hay un cinema en toda la

ciudad, mis compañeros siempre se burlan de mi ropa grisácea y me llaman

“Emo”. Pero no soy nada de eso.

En esta ciudad hasta el agua tiene un sabor extraño, los días

transcurren lentos y jamás sucede nada relevante.

En estos tres años no he tenido ni un solo amigo. No es porque no sea

capaz de hacer nuevos amigos, es que en este lugar todos parecen un

elemento de decoración sin personalidad alguna. Es imposible sentir el

deseo de interactuar con gente tan sosa.


Al principio mi madre pensó que mi actitud era natural. Papá nos había

cambiado como se cambia un par de calcetines.

Después, ella comenzó a preocuparse. Inventaba actividades con las

que esperaba que yo dejara de pasar tantas horas encerrado en mi

habitación. Incluso le pidió ayuda a mi profesor, motivándolo a realizar más

proyectos grupales.

Aquello solo empeoró mi situación. En un par de ocasiones me tocó

trabajar en conjunto con Belén Rodaja, la niña más insignificante de aquel

lugar. Sus mejillas rosadas, rizos castaños y ojos color miel, parecían un

comercial de “Bienvenidos a Colvan”.

––¿Es que acaso existe algo que te haga feliz? ––me preguntó mi

madre, estaba bastante irritada. Aquella tarde compró unos tickets para el

circo, el cual había resultado ser una carpa con dos payasos y un travesti

cantarín.

Yo por supuesto no paré de quejarme en el camino a casa. Mamá me

escuchó durante quince minutos, después preguntó:

––¿Es que acaso existe algo que te haga feliz?

Una reacción normal hubiera sido sentirme mal por mi

comportamiento, pero no fue así. En realidad la pregunta de mamá solo me

hizo explotar.

––¡Si, hay un momento de mi día en el cual soy muy feliz! ––respondí

con cinismo.
––¿Cuál? ––los ojos de mamá se llenaron de curiosidad y asombro.

––Cuando duermo, porque en mis sueños soy feliz. En ellos tengo

todo lo que puedo desear; solo en mis sueños soy la persona que quiero ser,

vivo en el lugar que quiero vivir y con quien quiero vivir. ¡Solo en mis sueños

soy feliz y si pudiera dormiría por siempre!

Una extraña aflicción se zurció en rostro de mi madre.

Aun así, yo no me detuve. Continué con mi pataleta, pero ahora lo

hacía entre gritos y reproches:

––¡Odio esta maldita ciudad! ¡Odio tener que levantarme cada día

para ir a esa estúpida escuela! ¡Odio a cada una de las personas que tengo

que ver!

Mi rostro se puso colorado. Las pecas de mis mejillas brillaban como

lucecillas de navidad. Mis ojos verdes se perdieron en la infinidad del blanco

que los rodeaba. Mi cabello pelirrojo se alborotó como lo hace el cabello de

un gato furioso.

Fulminé a mi madre con la mirada y completé ––¡Te odio por aburrir a

papá!

Todo se quedó en silencio. Mamá agachó la mirada para evitar hacer

notorias sus lágrimas.

Me quedé ahí. No me moví ni un paso adelante, ni un paso atrás.

Parado justo debajo del letrero de una ferreteria. “Bienvenidos a Colvan

Ferreteros” decía.
No pude advertir que el letrero se soltaría del poste que lo sostenía.

“Bienvenidos a Colvan Ferreteros” cayó sobre mí, golpeando mi cabeza con

la misma intensidad de un rayo. Se borró todo sonido, toda imagen.

Solo podía ver un infinito fondo blanco.


2.
Cuando desperté ya era de noche. Estaba recostado en la cama de mi

habitación. No sentía ningún tipo de dolor en mi cabeza, todo era oscuridad.

––Por fin despertaste ––dijo una desanimada voz.

Brinqué de mi cama en busca de quien había hablado. El tono áspero

no me resultaba para nada familiar.

––¿Quién anda ahí? ––pregunté con temor. Limpié mis ojos para

intentar obtener mejor visibilidad.

La luz de mi lámpara se encendió. Parado junto a la ventana estaba

un hombre bastante alto, cabeza pequeña y hombros frondosos.

El hecho de encontrarlo en mi habitación ya me había provocado un

gran susto, pero nada comparado al momento en el que me di cuenta que

no tenia nariz, sus ojos eran tan pequeños como un par de botones y su piel

parecía tela bordada. Para ser más explícitos, su apariencia era la de un

mono de trapo pretendiendo parecer humano.

––¡No tengas miedo! ––me pidió mientras se sentaba en el borde de la

cama––. Mi nombre es Gordon Editor, y esto es un sueño.

Grité, grité como nunca antes lo había hecho. Similar a una niña

asustada o una damisela en desgracia.

Gordon me miró con fastidio.


––¿Es necesario todo esto? ––preguntó––. ¿Los muchachitos como tú

siempre tienen que actuar de esta manera? Estas soñando Daniel, nadie

escuchará tus gritos.

––¡Pues si estoy soñando, entonces me obligaré a despertar! ––lo

reté.

––No puedes, de este sueño nadie despierta ––Gordon acomodó su

corbatín, sacudió los hombros de su camisa y buscó en sus bolsillos

delanteros.

Mientras él realizaba toda aquella coreografía, yo lo miré con

detenimiento. Cada dobles de su piel en las respectivas articulaciones de su

cuerpo, estaba marcado con costuras. Era desagradable para la vista.

Gordon sacó una hoja de papel y la sostuvo con la mano derecha,

mientras que con la izquierda se colocaba unos lentes. Después se aclaró la

voz y comenzó a leer:

––Estimado Daniel Boom, por medio de la presente le notificamos que

usted a caído en el sueño eterno. Lo anterior significa que tendrá que

trabajar para la redacción por el resto de sus días.

––-¿Sueño Eterno? ¿La redacción? ––no entendía nada de lo que

Gordon decía.

––Sueño eterno, significa que nunca despertarás de este sueño. Tu

cuerpo yace en un hospital de Ciudad Colvan y físicamente te encuentras en

estado de coma.

––Pero estoy aquí, no estoy en coma ––argumenté haciéndome notar

frente al gigantesco muñeco de trapo.


––Tu subconsciente está aquí, tu alma está aquí; pero tu cuerpo físico

nunca abandonará ese hospital ––Gordon guardó el papel en su bolsillo y se

quitó las gafas––. ¡Deseaste vivir por siempre en los sueños y ahora es

realidad!

Mi cara se pintó con una brillante y magnífica expresión de felicidad.

Gordon no podía creer que reaccionara de aquella manera. Comencé a

brincar en la cama y a dar gritos de alegría.

––¡Lo conseguí, no tendré que volver a mi patética vida!

––¡Esto no es para nada un premio! ––me corrigió––. Si tú estás

cansado del mundo, el mundo está más cansado de ti. De tu ineptitud y

desagrado. Por eso es que ha decidido que tu existencia termine aquí.

––¿Cansado de mi? ¿Cómo puede el mundo estar cansado de mí?

––¿Cómo puede el mundo estar cansado de ti? ¿Acaso no te

escuchas diariamente, pequeño mequetrefe? ––Gordon comenzó a hurgar

en su percudida maleta. Sacó un libro y lo puso sobre mi mesa de noche.

Gordon comenzó a hojear el libro. Frente a mí, como en aquellos

cuentos de ilustraciones con movimiento, comencé a ver fragmentos de mi

vida. ––¡Odio esta maldita ciudad! ¡Odio el cereal que compraste! ¡Odio este

estúpido uniforme! ¡Odio que sea mi cumpleaños!

––¡Ese no puedo ser yo! ––le aseguré a Gordon, resistiéndome a

creer lo que veía.


––¡Lo eres! ––Gordon cerró el libro y lo guardó. ––¡El mundo está

cansado de tus reclamos, así que te ha enviado al subconsciente colectivo!

Aquí no podrás molestar más.

––Pues entonces tendré que agradecerle esto al mundo. Por única

ocasión ha hecho algo bueno por mí ––A Gordon le irritaba mi cinismo y mi

falta de arrepentimiento.

––¡Ni siquiera tienes idea de lo que es la redacción!

––¡Cualquier cosa es mejor que Colvan!

––¡¿Y tu madre, a ella tampoco la vas a extrañar?!

No quise admitirlo en aquel momento, pero Gordon había tocado un

punto sensible en mí. Pude haber llorado al recordar a mi madre y la forma

en que la traté antes del accidente; preferí disimular ––¡No voy a extrañar

nada de lo que he tenido!

Gordon parecía decepcionado de cada una de mis respuestas.

Caminó hasta la ventana y se paró en el marco. Miró a la luna con nostalgia.

––¡Bueno, tenemos que darnos prisa! Aún tengo que explicarte tus

funciones en la redacción y la hora de trabajo ya está muy próxima.

––¡Aún no me has dicho qué es la redacción! ––reproché.

Gordon sonrió.

––¿Qué tan bueno eres para escribir?

––En verdad poco, no soy muy atento en las clases de ortografía.

––No te preocupes, la ortografía es lo de menos ––Gordon me dio la

mano para ayudarme a subir al marco de la ventana.


––No vamos a suicidarnos, ¿verdad? ––estaba comenzando a sentir

nuevamente desconfianza.

––En los sueños no se puede morir, mequetrefe ––Gordon soltó mi

mano y luego gritó: ––¡Salta! –– lo vi caer de la ventana. Parecía que se

impactaría contra el patio trasero de mi casa, pero no fue así. La tierra se

abrió como si fuese la boca de un gigantesco animal. Se lo comió.

En mi oídos siguieron resonando sus palabras ––¡Salta! ––pero el

temor no me permitía dar paso adelante.

<<Espero que esto sea un sueño, de verdad que si lo sea>>repetí en

mi mente mientras cerraba los ojos y me colocaba al borde de la ventana.

––¡Salta! ––escuché nuevamente la voz de Gordon.

Sentí un calambre en ambas piernas. Me dejé caer sin abrir los ojos.

El viento se impactaba en mi rostro. Justo cuando más pensé en no abrir los

ojos, lo hice. Estaba a sólo unos centímetros de impactarme contra el suelo.

Grité desesperado. Mi nariz estaba a punto de rosar el césped, pero

finalmente la tierra se abrió y me tragó.

Al pasar al interior de la tierra me sentí extraño. Me dio la sensación

de que en lugar de caer, subía. Mi cuerpo se comenzó a elevar como si fuera

de regreso, pero detrás de mí no había tierra ni nada por el estilo. Sólo se

veía un cielo extremadamente nublado.

Traspasé una gruesa capa de nubes y entonces me detuve.

Estaba parado en ellas, en las nubes. Debajo de mí, solo se veían

nubes; en el horizonte nubes, a mi alrededor nubes. Una gran pradera de

nubes.
El cielo era oscuro y estrellado. A mis espaldas una gigantesca esfera

plateada. Jamás había visto algo tan enorme.

––Creí que nunca saltarías ––dijo Gordon, parándose a mi lado.

––¿Qué es eso? ––le pregunté señalando la esfera plateada.

––Es la luna. ¿Acaso no fuiste nunca a clases?

––¿La luna? ––no podía dejar de mirarla y sonreír. Aquel era uno de

los espectáculos más hermosos de mi vida.


3.
Comenzamos a caminar por la pradera de nubes, en dirección al

norte. A nuestro paso se formaban árboles y animales de algodón. Las nubes

simulaban un mundo bastante parecido al que yo había conocido en Colvan.

––De verdad que estás contento ––dijo Gordon, sin detenerse en el

camino. Nuestro entorno se teñía de un luminoso color amarillo.

––¿Cómo lo sabes? ––le pregunté. No paraba en mi asombro, las

nubes parecían cobrar vida.

––Por lo que veo. En este mundo todo lo que te rodea se ajusta a tus

emociones. Los colores, las formas y todo lo demás, depende de tu ánimo.

––¿Cómo es que los pilotos o astronautas nunca han descubierto este

lugar? ¿Por qué después de caer comenzamos a subir?

––Nosotros no caímos ni subimos. No estamos arriba ni abajo. No

estamos en ningún lugar y al mismo tiempo estamos en todos. Este no es tu

mundo y el lugar en el que te despertaste no era tu habitación.

––¿No? No logro comprender. ¿Dónde estamos entonces?

––¡Estamos en el subconsciente colectivo! El lugar donde todas las

mentes del universo se unen. Aquí viven los sueños, los deseos; lo posible y

lo imposible son lo mismo.

Gordon se detuvo frente a un acantilado.

Al mirar abajo descubrí cientos de escritorios (todos similares a los

que había en la oficina de papá), estaban acomodados en filas ordenadas y


largas. En cada escritorio había un muñeco de tela trabajando. Eran

parecidos a Gordon, pero al mismo tiempo eran diferentes. Había gordos,

delgados; bajitos, altos; morenos, claros; femeninos y masculinos. Todos

concentrados en su propia máquina de escribir. Con montones de hojas por

doquier y grandes archiveros para carpetas.

––¡Esto es La Redacción! ––dijo Gordon señalando el lugar de los

escritorios.

––Cuando decías “la redacción”, realmente te referías a una simple

oficina de redacción ––Estaba un poco decepcionado, en un mágico mundo

no hubiera esperado una oficina de redacción––. ¿Qué es lo que redactan?

¿Por qué se les ve a todos tan apurados?

––¡Redactan sueños! ––Gordon estaba orgulloso––. Cada uno de

ellos se encarga de redactar los sueños de una persona en la tierra. Cada

día tienen que escribir la trama de dos o cuatro sueños, dependiendo del

perezoso que tengan a su cuidado.

––¿Todo lo que soñamos es escrito por ellos? ––jamás hubiera

imaginado algo así. Gordon comenzó a descender en dirección a los

escritorios, yo lo seguí de cerca para no perder detalle de la explicación.

––Ellos son redactores, el único sentido de su existencia es redactar

sueños. Yo soy un Editor, por lo tanto, soy su jefe ––Gordon avanzó entre las

filas saludando a todos los que se cruzaban en su camino. Entre más

próximo estaba a estas criaturas, más notoria era su similitud con los

muñecos de trapo. De lejos se les podía confundir con personas como yo.

Ninguno de ellos me miraba asombrado.


––¿No les parece extraña mi presencia? ––pregunté.

––Para nada, aquí estamos acostumbrados a los mequetrefes ––

Gordon se aproximó a un escritorio que estaba desocupado––. Bien, este es

tu lugar. De ahora en delante te llamarás Daniel Boom Redactor y tienes la

misma función que todos en esta oficina.

Gordon abrió una cajonera y sacó de ella una máquina de escribir ––

Con esto redactas los sueños, luego los colocas en el archivero ––señaló un

archivero que estaba a espaldas del escritorio––, el archivero los manda al

subconsciente de tu humano y, listo.

––¿Cuál es tu trabajo?

––Yo superviso a todos los redactores y me encargo de mantener el

orden aquí ––presumió Gordon.

Me senté frente a la máquina de escribir. Junto a mi silla había un

pizarrón en el que se leía el nombre “Damián Solórzano”, y debajo de ese

nombre aparecían diferentes palabras. Algunas de las palabras estaban

escritas con tiza roja y otras con tiza blanca. Eran palabras como “pelota”,

“perro”, “señora Thompson” y “Escuela”.

––¿Qué hay que hacer con eso?

––El nombre sobre el pizarrón es el nombre de la persona para la que

escribes. Las palabras son recuerdos que el muchacho tiene frescos en su

mente; debes utilizarlas para construir la historias de sus sueños. Esas

palabras cambian en todo momento.

––¿Cuál es la diferencia entre roja y blanca?

––¿Todo el tiempo haces preguntas?


––Soy nuevo. ¿Qué esperabas?

––Las palabras rojas representan malos recuerdos, se usan para

formar pesadillas. Las palabras blancas son sueños normales.

––Parece sencillo ––concluí.

Gordon señaló el escritorio que estaba frente al mío. Ahí se

encontraba sentada una muñeca de trapo, de complexión robusta, cabello

grisáceo y ojos saltones enmarcados en unas gruesas gafas.

––Ella es Beatriz La Deuh Redactora, pregúntale cualquier duda que

tengas.

Beatriz levantó la mirada sobre sus gafas y me saludó con cordialidad.

––No estoy seguro de poder dominarlo a la perfección, te dije que

tenía mala ortografía.

––Tu dijiste que preferías vivir en tus sueños, maldijiste al mundo que

te abrigaba. ¡Ahora tu sueño es realidad! –– Gordon se retiró, desapareció en

el fondo de la hilera de escritorios.

<<¿Damián Solórzano?>> recordé que se trataba del chico más

popular de mi salón de clases. Todo parecía indicar que mi nueva vida sería

divertida.
4.
Tocar la máquina de escribir por primera vez, fue toda una

experiencia. Mientras yo escribía, otras teclas se presionaban solas.

Agregaban comas, acentos y puntuaciones.

En realidad, Damián Solórzano era bastante soso. Ni siquiera por ser

el popular del salón su vida se volvía interesante. Sus sueños más

recurrentes oscilaban entre el temor que le tenía al perro de la profesora de

matemáticas y su amor platónico por la chica que vivía en la casa de

enfrente.

Lo divertido era formular sueños en los cuales el perro le impedía

declararle su amor a la joven. Pero con el paso de los días comenzó a

aburrirme. Era igual que vivir en Colvan. Aunque tengo que admitir que lo

más fantástico de escribir sueños, era vivirlos al mismo tiempo. Siempre

podía sentir la adrenalina que Damián respiraba mientras cruzaba la calle

para declararle su amor a la vecina.

Algunas veces llegué a envidiarlo, yo nunca sentí esa adrenalina por

nadie.

De cualquier forma, después de escribir el sueño número quince,

terminé por enfadarme. Ya no podía con aquello, el chico no avanzaba en su

vida. De nada servían los pequeños empujones e indirectas que yo le hacía

llegar por medio de su subconsciente. Cada día volvíamos a repetir los


mismos sueños. Oficialmente, las fantasías de Damián eran más aburridas

que mi vida real.

––¡Quiero volver a casa! ––le dije a Gordon. Después de comprobar

que el sueño número dieciséis de Damián trataba sobre lo mismo, fui a ver al

Editor a su oficina.

Gordon se encontraba revisando unos textos, usaba sus lentes y no

perdía atención del papel.

––¡Quiero volver a mi casa! ––insistí.

Gordon levantó la mirada y me dirigió una malévola sonrisa.

––No puedes.

––¿Por qué no? Esto es aún más aburrido que el mundo real.

––Pero tú no pensabas eso, ¿recuerdas? ––Gordon aclaró su

garganta. Su tono de voz cambió, se volvió una réplica del mío––. ¡Solo en

mis sueños soy feliz y si pudiera dormiría por siempre!

Yo le había dicho a mi madre eso antes del accidente.

––¡Pues he cambiado de opinión, deseo volver! ––exigí con tono

altanero. Gordon comenzó a reír a carcajadas.

––¡Eres tan iluso, pequeño mequetrefe! No puedes volver, es

imposible. Te dije que esto era “el sueño eterno”. ¿Sabes lo que significa

eterno? ––Gordon comenzó a hablar con furia. El entorno se tiñó de luces

oscuras y centellas atormentadoras––. ¡Eso significa “por siempre”! ¡”Por

siempre” no tiene final!

Sentí miedo de Gordon. Hasta aquel momento no había visto esa

faceta suya. Sin embargo, me esforcé por ocultar mi temor.


––¡He dicho que quiero volver!

––¡Y yo he dicho que debes volver a tu trabajo! ––Gordon dijo aquello

entre gritos. Fueron tan fuertes sus alaridos que me envió volando de

regreso a mi escritorio.

Beatriz se levantó asustada. Fue directo en mi auxilio.

––¿Estás bien muchacho?

––Estoy bien, no se preocupe ––me limpié los salpicones de saliva

que habían quedado sobre mi ropa. Beatriz sacó un pañuelo de su bolso y

me secó el rostro.

––No debes de retarlo de esa forma. Un día, otro muchacho lo retó y

Gordon lo fulminó con una centella.

––¿Muchacho? ––caí en cuenta de algo que había olvidado––.

Gordon dijo que habían llegado más humanos antes, nos llama mequetrefes.

¿Dónde están ellos?

––Aquí ––respondió Beatriz. Su expresión fue la de alguien que

responde a algo totalmente obvio.

––¿Dónde?

––Aquí, frente a ti. A tu alrededor, por doquier ––Beatriz puso su mano

en mi frente ––¿Acaso te has quedado ciego con el golpe?

––Pero ellos no son humanos, son muñecos. Como Gordon, como tú

––le respondí seguro de que la mujer estaba perdiendo la brújula de lo que

decía.
––Y como tú ––completó Beatriz. Señaló la palma de mi mano

derecha.

Dirigí mi vista a mi mano y miré con horror. Las líneas de mis dedos

habían sido sustituidas por costuras.

––¡Esto no puede ser! ––le dije a Beatriz, sujetándola de su percudida

blusa––. ¡¿Qué es lo que me está pasando?!

––Lo que nos sucede a todos, poco a poco.

Comencé a llorar. Estaba asustado, confundido. Parecía que poco a

poco perdía mi humanidad. Poco a poco me convertía en uno de ellos.

Beatriz me abrazó con fuerza. Su calor era muy similar al de mamá.

––¿Por qué me sucede esto? ––le pregunté entre sollozos.

––Tú lo pediste así ––respondió ella. Secó mis lagrimas con su

pañuelo y no dejó de abrazarme––. Tranquilo pequeño, ya no llores más.


5.
Conforme los días siguieron pasando, las costuras de mis dedos se

extendieron hasta la muñeca de mi brazo.

Los sueños de Damián no tuvieron ninguna variación. A excepción de

que, el día de San Valentín se aproximaba y el popular muchacho estaba

decidido a dar el paso fundamental con su vecina. Yo trataba de impulsarlo

presentándole panoramas favorables en su subconsciente.

Una tarde, mientras caminaba por el pasillo número veinticuatro, me

encontré con un pizarrón en el que se podía leer “Daniel Boom” como parte

de las palabras que se utilizaban para construcción de las fantasías.

––Alguien está soñando conmigo ––murmuré. Caminé hasta el

escritorio del redactor encargado. Se trataba de un muñeco de trapo bajito y

robusto (por así decirlo, más bien era redondo).

––¿Puedo ayudarte en algo? ––me preguntó el redactor. Tenía un

tono de voz bastante peculiar, chillona e infantil.

Yo no respondí a su pregunta, continué mirando mi nombre en el

pizarrón. Busqué en lo alto el nombre del titular para descubrir a quién

pertenecía ese subconsciente. Me quedé atónito al encontrarme con el

nombre de “Belén Rodaja”; la niña de mejillas rosadas, rizos castaños y ojos

color miel.

––¿Belén sueña conmigo?


––¿Cómo? ––el redactor no entendía ni mi sorpresa ni mi pregunta.

Miró el pizarrón y luego a mi––. ¿Acaso eres Daniel Boom?

––Lo soy ––le respondí. El redactor se soltó a reír. Incluso se tiró al

suelo para poder hacerlo más libremente.

––¿Qué es tan gracioso?

––¡Tú eres Daniel Boom! ––el redactor no paraba de reír. Sacó un

montón de hojas de su escritorio y me las aventó a la cara––. He tenido que

escribir centenares de sueños románticos donde tú eres un príncipe azul.

¡Ella sueña contigo cada día!

La risa del redactor se transformó en llanto ––¡Estoy harto de escribir

sueños románticos para esta niña!

Mis mejillas se pusieron coloradas. Estaba totalmente apenado ––

¿Belén está enamorada de mí? ––, le pregunté con angustia.

––¿Enamorada? ¡Ella te idolatra! ––el redactor volvió a su asiento

frente a la máquina de escribir––. ¿Me permites continuar con mi trabajo?

Irritado, me aparté del lugar. Qué situación más vergonzosa.

Jamás me había sentido de aquella manera; era una mezcla entre

enojo y pena. Intenté tranquilizarme. Volví a mi escritorio para vislumbrar las

palabras que darían pie al argumento del sueño de Damián, pero fueron las

mismas de cada día. Definitivamente no lograba concentrarme.

Alcé la mirada y encontré algo que llamó mi atención lo suficiente

como para olvidar el percance con el redactor. Todas las palabras en el

pizarrón de Beatriz estaban escritas en rojo. Una pesadilla total.


––¿Son solo malos recuerdos? ––pregunté a Beatriz mientras leía las

palabras. Entre las más resaltantes se leía: Muerte, persecución, pérdida,

oscuridad, demanda y reclamo.

––Hace días que esta mujer sólo mantiene malos recuerdos en su

subconsciente ––respondió Beatriz sin dejar de teclear en su máquina de

escribir––. ¡Por si eso fuera poco, duerme más de 14 horas al día y siempre

son pesadillas!

––Que tormento ––dije de manera casi mecánica. En todo el tiempo

que tenía en La Redacción nunca había prestado atención del pizarrón de

Beatriz. Quizás era porque ella siempre me consolaba en mi propio

escritorio.

––¿Quién es ella? ––continué con mis preguntas. En lugar de esperar

una respuesta, puse mis ojos sobre el titular del pizarrón. Era increíble, mi

egocentrismo no me había permitido leer anteriormente el nombre de la

persona que tenia a mi lado. “Sofía Bollen”, mi madre.

Me alerté.

––¿Por qué mi madre está teniendo estas pesadillas?

––¡No tenía idea de que ella fuera tu madre!

––¡Lo es!

––¡Esta mujer está sufriendo demasiado! ––dijo Beatriz con pesar––.

Cada día tiene una nueva pesadilla, siempre son más oscuras. La presencia

de la muerte es demasiado recurrente. Incluso he llegado a temer que…

Beatriz se detuvo antes de terminar la oración. Se llevó las manos a la

boca y luego volvió a sentarse. Pretendió no haber dicho nada.


––¡¿Qué es lo que temes?! ––le exigí que continuara con lo que

estaba diciendo.

––¡Esta mujer es la madre de tu vida pasada, ya no es asunto tuyo!

––¡Es mi madre! ¡Las madres son para siempre! ––puse mis manos

sobre la máquina de escribir de Beatriz, impidiéndole que pudiera seguir con

su trabajo––. ¿Qué es lo que puede sucederle?

––La muerte ––respondió Beatriz intentando no llamar la atención del

resto de redactores––; si la muerte es recurrente en sus sueños, puede

hacérsele presente para llevarla consigo.

––¡Eso es una tontería! ––no di crédito a la absurda explicación de

Beatriz.

––¡He estado más tiempo aquí que tú, sé lo que es tonto y lo que no! –

–Beatriz alzó la voz––. ¡Si la muerte se manifiesta frecuentemente en el

sueño de una persona, es porqué ronda su vida! ¡La gente puede morir de

tristeza, ¿sabes?!

Dejé de tapar la máquina de escribir. Me llevé las manos a mi cabeza,

frotando mi frente.

––Esto es mi culpa ––susurré.

––No puede ser tu culpa, tú ni siquiera vives en el mundo real ––

Beatriz volvió a su posición consoladora y maternal.

––¡Mi ausencia la ha puesto así!

De golpe recayeron en mí, todos aquellos chantajes y reproches que

le había dado a mi madre. Me sentí el más estúpido del mundo.


––¡Gordon! ––brinqué emocionado. Creí que había encontrado una

esperanza––. ¡Si le explico esto a Gordon, seguro que me deja volver con mi

madre! ––corrí en dirección a la oficina del Editor. Beatriz me detuvo antes

de llegar.

––¡No hagas esto! Vas a meterte en un grave problema ––dijo ella.

––¿Por qué? Estoy seguro que Gordon entenderá ––argumenté en

vano. Beatriz no me quitó la mano de encima.

––¡Nadie regresa al mundo consiente! ––Beatriz perdió la cordura que

la caracterizaba. Mi actitud la había hecho perder los estribos––. ¡Deja de ser

tan egocéntrico niño! ¡Este mundo y sus reglas fueron creadas antes de que

tú nacieras, no van a cambiar a tu gusto!

––Pero mi madre está sufriendo por mi culpa ––dije mientras una

pequeña lagrima se derramaba por mi mejilla.

––No hay nada que puedas hacer. Gordon no te permitirá volver al

mundo real, lo único que vas a ganar es que te reprendan.

––Tiene que haber alguna manera ––desanimado, regresé a mi

escritorio.

––Existe una forma de volver al mundo consiente, pero es casi

imposible ––dijo Beatriz. Estaba temerosa de seguir hablando, sin embargo

le conmovía la situación de mi madre––. Se puede volver si un humano

reclama nuestra presencia, pero ellos tienen que especificar el lugar en

donde nos encontramos.

––¿Cómo es eso?
––El humano debe de solicitar el regreso de su ser amado del mundo

del subconsciente colectivo.

––Pero nadie en el mundo conoce la existencia de este lugar, es

imposible que puedan reclamar nuestra presencia de esa manera.

––Esa es la regla, y nunca ha sucedido que nadie vuelva.

Volví a brincar de mi asiento. Beatriz se estremecía cuando yo hacía

eso. En mi rostro se dibujaba una expresión inconfundible, se me había

ocurrido una solución.

Miré a Beatriz a los ojos.

––¡Puedo decírselo a mi madre en tus sueños! ––me expresé con

emoción.

––No entiendo ––Beatriz pretendió no comprender mi idea.

––Es sencillo. Tú me prestas tu máquina de escribir y yo relato un

sueño en el que le cuento todo a mi madre. Le diré que reclame mi

presencia.

––Primero que nada, está prohibido que nosotros le revelemos a los

humanos la existencia de este mundo. Segundo, no puedes aparecer en un

sueño si la persona no lo manifiesta en su pizarrón. Tercero y último, ¡no

pienso prestarte mi máquina de escribir para semejante tontería!

––¡Pero mi madre me necesita, seguro que aparezco recurrentemente

en sus sueños!

––¡Ella sueña con soledad, muerte, oscuridad y sufrimientos; pero no

ha soñado contigo!

––¿Cómo puede ser eso? ––pregunté confundido.


––Así son los sueños, incomprensibles ––Beatriz se sentó a mi lado–

–. Olvídate de esto, olvida tu vida pasada. Tú renunciaste a todo, nadie te

obligó.

La redactora volvió a su trabajo en los sueños de mi madre. Yo no

pensaba quedarme con los brazos cruzados. Existía una esperanza y tenía

que intentarlo. Miré al fondo del pasillo, ahí se encontraba el escritorio del

redactor encargado de Belén Rodaja. Él había dicho que ella siempre soñaba

conmigo.
6.
Mi primer intento fue ir directamente con el redactor y ver que

posibilidad había de tener su cooperación voluntaria.

––¡Hola! ––lo saludé con una gran sonrisa.

El redactor me miró con desconfianza.

––¿Qué se le ofrece? ––me preguntó intentado zafarse rápidamente

de mi presencia.

––Creo que la última vez fui algo descortés ––intenté usar mi tono de

voz más agradable––. He vuelto con la intención de presentarme de manera

correcta, mi nombre es Daniel Boom Redactor. Tal vez podamos ser amigos

––estiré mi mano ofreciéndosela en saludo.

––Mi nombre es Lolo Costilla Redactor ––el redactor extendió su

mano y estrechó la mía––. Le devuelvo el saludo por cordialidad, mas quiero

aclararle que no soy ni seré su amigo–– Lolo regresó a su escritorio y no

volvió a levantar la mirada.

Estaba claro que mi intento de fraternizar con él no había funcionado.

Por lo tanto tuve que urdir un segundo plan. En realidad desde el principio

había pensado en usar una segunda opción, aunque eso representaba un

camino más turbio y largo.

––¿Qué razones existen para que un redactor falte a su trabajo? ––

investigué con Beatriz.


––No hay ninguna razón. Aquí no existe el cansancio, la enfermedad,

ni nada por el estilo ––Beatriz sospechaba que yo tramaba algo.

––Pero tiene que existir una razón para dejar de trabajar. El lugar que

yo ocupo antes debió de ser ocupado por alguien más. ¿Quién escribía los

sueños de Damián antes de mi llegada?

Beatriz dibujo una melancólica mueca en su rostro.

––Elvio Lomas Redactor. Un hombrecillo bueno, pero testarudo.

––¿Qué sucedió con él?

––Lo fulminaron.

––¿Fulminaron?

––Si cometes un error en este mundo, si violas una ley, existe el

castigo de ser fulminado. Eso significa que desapareces de este mundo para

siempre.

––¿Es como morir? ––pregunté

––Exactamente ––aseguró Beatriz––. Elvio no aceptaba las órdenes

de Gordon; siempre le llevaba la contraria. Entonces, lo fulminaron.

Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. La solución que se me

presentaba era un tanto tortuosa. Yo no hubiera querido llegar a ese punto,

pero me preocupaba más el destino de mi madre. Día a día revisaba el

pizarrón de Beatriz, siempre lo encontraba repleto de palabras escritas en

rojo.

Unos días después, me dirigí al escritorio de Lolo. Llevaba una hoja en

la mano, pero la ocultaba con discreción tras mi espalda.


––Parece que usted se ha empeñado en distraerme todo el tiempo en

el trabajo ––replicó Lolo al verme parado frente a él––. ¡Espero que no

vengas con el cuento ese de ofrecer tu amistad! ¡No me interesa tener

amigos en este lugar!

Entre más hablaba, menos remordimiento me daba lo que estaba a

punto de hacer.

––¡No es posible que siempre estés molestando gente! ¿Acaso no

tienes trabajo con tu humano?

Lolo se dio la vuelta para mirar el pizarrón. Entonces, yo aproveché

para poner mi hoja en su archivero, enviándola al subconsciente.

––¿No piensas decir nada? ––insistió Lolo.

––Sólo he venido a preguntarle si necesita más papel, disculpe ––le

respondí fingiendo que me sentía apenado por su reprenda. Sin esperar

ninguna respuesta, me alejé del escritorio. Estaba asustado, no tenía

seguridad de haber obrado de manera correcta. Sin embargo, no me

quedaba más remedio.

Al cabo de unas horas, una extraña luz comenzó a brillar en el cielo de

la redacción. Yo no había presenciado algo así, era similar a las luces de

colores que tienen los automóviles policiacos.

Gordon salió enseguida de su oficina. Estaba furioso.


Al resto de redactores se les veía asustados. Todos se miraba entre

si, nerviosos. Beatriz clavó su mirada en mí, parecía saber que todo aquel

alboroto estaba relacionado con mi persona. Yo disimulé.

––¡Lolo! ––gritó Gordon. Inmediatamente todos voltearon a ver al

regordete redactor. Gordon comenzó a avanzar escritorio por escritorio,

hasta llegar al lugar de Lolo.

––Dígame, Señor ––respondió Lolo, atemorizado.

––¡Has violado una de nuestras más importantes leyes! ––Gordon le

lanzó una hoja a Lolo. El cielo se pintó de negro, las centellas comenzaron a

aparecer. Parecía que una terrible tormenta fuera a arrasar con la redacción.

Lolo revisó la hoja.

––¡Yo no he escrito esto! ––argumentó en su defensa.

––¡No lo niegues, este sueño ha salido del archivero de tu

subconsciente!

––¡Yo jamás me atrevería a semejante osadía, Señor!

––¡Te auto describiste en el sueño de tu humano, les mostraste tu

rostro! ––Gordon daba vueltas alrededor del escritorio de Lolo. Parecía que

las costuras de su rostro fueran a botarse ––. ¿Cómo pudiste describirte en

el sueño? ¿En que estabas pensando?

––¡Juro que yo no he escrito este sueño! ––Lolo estaba confundido.

Su mente comenzó a dar vueltas y buscar una explicación para lo que estaba

sucediendo. En ese momento, Lolo me miró de manera acusadora. Estaba

seguro que yo tenía algo que ver con aquello, Beatriz también compartía ese

sentimiento.
––Ya conoces las consecuencias de lo que has hecho ––concluyó

Gordon.

Todos se quedaron en silencio. Fue un largo silencio.

––¡Pido clemencia! ––Lolo trató de evitar el castigo.

––En este mundo no existe la clemencia ––respondió Gordon. Levantó

su mano derecha apuntándola al cielo. Una gigantesca nube negra se posó

sobre él. La nube comenzó a girar formando un remolino. Lolo cerró los ojos,

resignado. Los redactores voltearon su vista en otra dirección.

Del remolino descendió un gigantesco rayo de electricidad. El rayo se

impactó contra Lolo y lo hizo volar en mil pedazos. No quedó más que polvo

en su lugar, sólo polvo.

Mi corazón palpitaba con fuerza. Parecía que fuera a botarse como si

fuera un resorte en mi pecho. Estaba aterrado por lo que había hecho. Era

tan culpable como un hombre asesino.

Gordon miró a su alrededor y preguntó: ––¿Quién puede suplir el lugar

de Lolo mientras encontramos a un nuevo redactor?

Nadie respondió. Yo había olvidado las razones por las cuales había

montado todo aquel teatro, estaba demasiado impresionado. Casi dejo pasar

mi oportunidad, en el último momento reaccioné.

––¡Yo! ––me ofrecí. Gordon me miró con un gesto de sorpresa, no

esperaba mi contribución––. ¡Los sueños que escribo son bastante ligeros,

creo que puedo hacerme cargo de ambos!

Gordon lo dudó por unos segundos, pero terminó accediendo.


––¡Está bien, encárgate de esto! ––Gordon regresó a su oficina.

Beatriz no me quitaba la mirada de encima. Ella sabía que yo había

tenido que ver con el problema sucedido. Incluso parecía saber lo que yo

tramaba. Era tan parecida a una madre, siempre previendo los problemas

que su hijo podía ocasionar.

Intenté esquivar su mirada y su presencia el resto del día. Esperaba

que de esa forma ella dejara de sospechar de mí. Rogaba para que no

quisiera delatarme.
7.
Me encontraba ordenando las cosas del antiguo escritorio de Lolo,

cuando vi mi nombre aparecer en el pizarrón de Belén Rodaja. Esa era mi

señal, la oportunidad estaba esperándome.

Beatriz se paró frente a mí; yo no había advertido su presencia, así

que me asuste al verla.

––¿Todo bien? ––le pregunté. Su rostro tenía una expresión difícil de

descifrar. Parecía molesta, triste, contenta y asustada; todo al mismo tiempo.

Beatriz se inclinó acercándose a mi oído.

––Si algo te sale mal, ésta platica nunca existió. ¿De acuerdo?

––De acuerdo ––le confirmé. Estaba ansioso por saber que era lo que

ella tenía que decirme.

––Tienes que escribir el sueño cuando ella esté durmiendo. No lo

hagas durante el día y no lo archives. Si escribes el sueño cuando ella esté

durmiendo será como una conexión directa en tiempo real. ¿Entiendes? ––

Beatriz miraba a su alrededor para asegurarse de que nadie la estuviera

viendo––. Cuando estés en el sueño tienes que explicarle todo, ella debe de

levantarse y reclamar tu presencia en el mundo real. De nada cuenta que lo

haga mientras duerme. Por eso debes de explicarle que está en un sueño,

pero cuando hagas eso, ella corre el peligro de despertar automáticamente.

Por nada del mundo debes de permitir que ella despierte.

––Eso va a ser muy difícil ––expresé.


––Ya has comenzado con esto, más vale que hagas que valga la pena

––me reprendió Beatriz ––Cuando ella asimile lo que le digas, Gordon será

notificado que hay un problema con uno de los sueños. Él intentará

desconectarte, pero es imposible desconectar a un redactor que escribe el

sueño en directo. Por eso es tan importante que esperes al momento en el

que ella duerma.

––Ya entiendo ––le sonreí a Beatriz. Yo sabía que ayudarme de esa

forma iba totalmente en contra de todas sus creencias. Aún así, me apoyaba.

––Si fallas, Gordon te fulminará igual que lo hizo con Lolo. Entonces,

ni tú ni nadie detendrá el destino que le espera a tu madre.

Beatriz caminó de regreso a su escritorio. No volvió a mirarme ni a

dirigirme la palabra en todo el día.

Escribí los sueños de Damián y después de ponerlos en el archivero,

me dirigí al escritorio de Lolo para esperar la hora en la que Belén estuviera

dormida.

Un pequeño reloj incrustado en la superficie del escritorio, era el que

nos avisaba el momento en el que nuestro humano se encontraba

durmiendo. De esa forma, nosotros sabíamos cuantas páginas más teníamos

que añadir.

Aquel día, Belén se durmió a las once de la noche. Ni un minuto antes,

ni un minuto después.
Respiré hondo como si me fuera a zambullir en una alberca. Puse mis

manos sobre la maquina de escribir y comencé con el sueño.

Los escritorios y redactores se borraron de mi entorno. Apareció frente

a mí un gigantesco jardín. Había flores por doquier, pájaros en el aire y

mariposas a mí alrededor. En el centro del jardín resplandecía un grueso y

frondoso árbol, parecía ser un roble.

De una de las ramas del árbol colgaba un columpio. Sentada en el

columpio estaba Belén Rodaja.

Ella miró atrás y se dio cuenta de mi presencia. Se levantó del

columpio y corrió a mí. Me abrazó con fuerza.

––¡Daniel! ––decía ella mientras me estrechaba.

Mis mejillas se pusieron coloradas. No supe como reaccionar ante

aquella efusiva muestra de aprecio.

––No soy el Daniel con el que sueñas cada día ––le dije entre

susurros. Belén me miró con asombro y confusión. Mi primera reacción fue

tomarle la mano y mirarla fijamente a los ojos––. Escucha Belén, tengo algo

muy importante que decirte, pero antes de eso debes prometerme que no

vas despertar.

––¿Despertar? ––cada vez entendía menos.

––Pase lo que pase y diga lo que diga, no sueltes mi mano y no

despiertes–– traté de hablar con toda la sinceridad que pude.

Belén estaba confundida, sujetó mi mano con fuerza. Yo creí que en

aquel momento ella despertaría y mi oportunidad se iría para siempre.


––¿Esto es un sueño?

––Si ––le reiteré.

Belén sonrió, se lanzo contra mí y me dio un beso en los labios. Yo me

quedé atónito. No esperaba aquella respuesta. Belén dejó de besarme y

comenzó a dar brincos de alegría a mí alrededor.

––¡Si esto es un sueño, yo puedo hacer lo que quiera! ––gritó.

––¡Espera, tienes que entender lo que estoy tratando de decirte! ––

quería calmarla, pero ella volvió a besarme en los labios. En ese momento

me costó trabajo aceptar que ambos besos me habían gustado. Nunca antes

me habían besado. Yo practicaba con una almohada, pero ni siquiera tenía la

expectativa de besar a alguien en un futuro próximo.

Mientras eso sucedía en el sueño, en la redacción la alarma se había

activado. El cielo brillaba de colores anunciando que alguien había cometido

una falta. Gordon salió furioso de su oficina

Beatriz esquivó la mirada del Editor.

––¡Daniel Boom! ––gritó Gordon, buscándome.

Todos voltearon a ver el escritorio en el que me encontraba. Mi

expresión era similar a la de un muerto viviente. Tenía los ojos en blanco y

mis dedos no dejaban de teclear. No separé mi mirada del papel ni un

instante.

Gordon se sintió aún más ofendido; él esperaba una reacción

temerosa de mi parte, pero yo ni siquiera había volteado a verlo.


De manera furiosa, el editor se lanzó contra mí para impedir que

continuara con mi redacción. Sin embargo, no consiguió gran cosa. Para

sorpresa de Gordon, una especie de campo magnético me protegía de sus

embestidas.

––¡Ha realizado una conexión directa! ––explicó Beatriz ante la

incredulidad de Gordon ––. Es imposible desconectar a un redactor que

relata un sueño en tiempo real.

––¡¿Quién le ha explicado como hacer eso?! ––preguntó Gordon de

manera acusadora. Beatriz encogió los hombros y se cruzó de brazos.

––¡No me mires a mí, Editor, tú fuiste quien trajo al muchacho! ––

argumentó Beatriz.

––¡Pero yo no le he enseñado a hacer esas cosas! ––Gordon

comenzó a golpear mi cuerpo como si fuera un saco de boxeo. Nada

conseguía moverme de mi asiento, los golpes terminaban rebotándole al

Editor ––. ¡Se le ha manifestado a la humana en su sueño y la ha hecho

consiente de vivir una fantasía!

Gordon miraba a su alrededor esperando que alguno de todos los

redactores tuvieran alguna respuesta a la problemática que se les estaba

presentando. La alarma en el cielo no paraba, tensando los nervios de todos

los presentes.

––¿Acaso nadie piensa ayudarme con esto? ––Gordon repasó a todos

con la mirada. Los redactores en realidad no tenían la más remota idea de

cómo hacer algo al respecto.


Gordon caminó al escritorio que estaba más próximo, arrancó la

maquina de escribir y la puso junto a la mía.

––Los dos podemos jugar el mismo juego ––dijo mientras me miraba

con rencor. Sacó de su bolsillo un extraño cable color morado y lo conectó a

un orificio que ambas maquinas tenían en su respaldo.

Yo seguía en estado de conexión. Gordon esperó un par de segundos

y luego comenzó a escribir.

––¡Tienes que ponerme atención, es importante lo que tengo que

explicarte! ––le dije a Belén en el sueño. Ella no dejaba de correr a mí

alrededor, mirándome como si yo fuera un gran premio.

––¿Explicarme cosas? Esto es un sueño, nada tiene que tener

explicación ––Belén se detuvo frente al árbol donde antes se columpiaba.

Cerró los ojos. El árbol comenzó a trasformarse en una rosa gigante. Sus

hojas verdes se volvieron largos pétalos rojos. Su grueso tronco adelgazó,

convirtiéndose en un fino tallo. La rosa gigante encogió hasta caber en la

palma de la mano de Belén. Ella sonrió ––. ¿Lo ves? Puedo hacer lo que yo

quiera.

Belén lanzó la rosa al aire, trasformándola en una parvada de

petirrojos que sobrevolaban el jardín.

––¡Pon atención a lo que tengo que decirte! ––le exigí entre gritos.

Belén me miró asustada, tal pareciera que nunca antes le habían gritado. El

cielo comenzó a oscurecerse, la tierra se estremeció y el césped se secó.


––¿Tú has hecho esto? ––le pregunté, estaba nervioso por el crujir de

la tierra. Parecía que en cualquier momento se desmoronaría aquel lugar.

––¡No, yo no hice nada! ––Belén estaba aterrada. Me abrazó en busca

de protección ––. ¡Juro que no es mi culpa!

Se formaron grandes grietas en el suelo, creando desniveles por

doquier. El susto me hizo corresponder el abrazo de Belén.

––¡No despiertes! ––le pedí encarecidamente.

El viento comenzó a soplar con fuerza, levantando el polvo y

agrediéndonos los ojos. Un torbellino de arena parecía disponerse a

arrollarnos, pero frente a nuestra incrédula actitud, el torbellino se convirtió

en Gordon.

––¡Mequetrefe! ––gritó Gordon, con la misma fuerza que poseía el

viento.

Tomé de la mano a Belén y le dije:

––Tienes que confiar en mi, recuerda que no debes despertar.

––Pero yo quiero despertar. Esta es una horrible pesadilla.

––No lo hagas. ¡Quédate conmigo! ––le supliqué. Belén correspondió

con fuerza a mi mano, dando así su consentimiento.

Ambos comenzamos a correr, lo único que importaba era alejarnos de

Gordon. Mientras nosotros huíamos, el Editor nos miraba con la misma

expresión que se le mira a una piedra en el zapato.

––Este no es tu mundo muchacho, voy a hacer que lo entiendas ––

Gordon comenzó a deshilarse. Todas las costuras de su cuerpo empezaron


a soltarse como si una aguja las estuviera aflojando. Su piel se convirtió en

hebras, y poco a poco su figura se desvaneció.

Las hebras a su vez, hilaron la figura de tres perros doberman. Eran

perros de trapo, pero con fiera expresión.

Los caninos se dieron a la tarea de seguirnos. Miré atrás y me percaté

de su rabiosa presencia. Parecían endemoniados. Eran ágiles y estaban muy

cerca de alcanzarnos.

––¡No mires atrás! ––le advertí a Belén mientras la guiaba por un

bosque que apareció en medio de la nada.

––¡Mejor no hubieras dicho nada! ––respondió ella después de mirar

atrás.

Unos metros adelante, cuando sentí que le habíamos cobrado ventaja

a nuestros persecutores, lancé a Belén fuera de la vereda y me oculté con

ella entre los arbustos. Los perros pasaron sin advertir nuestro escondite.
8.
Belén suspiró. Estaba agitada y asustada.

––Es necesario que pueda explicarte todo lo que está sucediendo ––le

dije. Respiré profundo para poder hablar con mayor facilidad. Esto puede

resultarte increíble. Soy real, no soy un sueño; me encuentro atrapado en el

mundo del subconsciente colectivo y para despertar necesito que tú

reclames mi presencia.

––No entiendo. ¿El mundo colectivo?

––El mundo del subconsciente colectivo ––había ensayado todo un

discurso para mi explicación, pero el incidente con Gordon me había sacado

de contexto ––. Los sueños se escriben en ese mundo y se envían a las

personas del mundo consiente. Necesito que me ayudes a volver al mundo

conciente, y para eso es necesario que reclames mi presencia.

––Estoy soñando, esto no es real. Tú no eres real ––Belén se veía

claramente aturdida por la información.

––Estás soñando, pero esto es real; yo soy real ––clavé mi mirada en

el rostro de Belén. Fue extraño, en ese momento pude apreciar lo bella que

ella era. Mágicamente, mis labios buscaron los suyos. Ninguno de los dos

pusimos resistencia.

La besé, esta vez por iniciativa mía. Sentí la calidez de su ser. Belén

tenía la capacidad de entregar toda su esencia en un solo beso.

Puse mis manos sobre sus mejillas y la acaricié con ternura.


––Necesito vivir esto, ayúdame a volver ––susurré. Por segundos

olvidé la situación de mi madre y mi ansiedad, necesitaba regresar para

poder vivir este sentimiento. Me apasionaba la idea de volver a besar a

Belén––. Esto es real.

––Yo, Belén Rodaja, reclamo la presencia de Daniel Boom en el

mundo real ––dijo Belén con entusiasmo.

––No sirve de nada que lo hagas durante el sueño, es necesario que

lo hagas despierta ––tuve que corregirla––. Belén cerró los ojos en espera de

otro beso. No me costó nada de trabajo corresponder a esa acción. Perfilé

mis labios para besarla, pero antes de poder sentir la unión, algo me golpeó

con fuerza. Se sintió similar a un latigazo.

Al mirar a nuestro alrededor, nos encontramos con cientos de ramas

que parecían haber cobrado vida y pretendían aprisionarnos. A Belén la

cogieron por la cintura y a mí por el cuello.

En lugar de ramas parecían brazos fuertes y decididos.

––¡Daniel! ––me gritaba Belén, pidiéndome ayuda. Yo no podía

atender a su llamado. Intentaba liberarme de las ramas, pero era imposible.

Sentía como presionaban con fuerza mi cuello. El aire comenzaba a faltarme.

En el tronco del cual provenían esas ramas, se formó el rostro de

Gordon. Parecía estar labrado en la corteza, su expresión de satisfacción era

inconfundible.

––¡No puedes ocultarte de mí, mequetrefe! ––aseguró el Editor.

––¡Déjalo en paz! ––le suplicó Belén al mirar que mi rostro comenzaba

a ponerse morado.
––¿Quieres que libere a tu noviecito? ––Gordon acercó a Belén al

tronco del árbol––. Es muy sencillo princesa, lo único que tienes que hacer

es despertar.

Belén me miró con desesperación. A cada momento me encontraba

más débil, me resultaba imposible respirar.

––¿Vas a despertar? ––insistió Gordon.

Belén dudaba de lo que tenía que hacer. Yo le había dicho que no

debía despertar sin importar lo que sucediera.

––¡Reclamo la presencia de Daniel Boom en el mundo real! ––gritó

Belén.

Gordon comenzó a reírse.

––Eso no cuenta mientras lo hagas en un sueño ––le advirtió.

––¡Reclamo la presencia de Daniel Boom en el mundo real! ––Belén

no dejó de repetirlo.

––Estás perdiendo tu tiempo, niña.

––¡Reclamo la presencia de Daniel Boom en el mundo real!

––Nosotros podemos hacer esto todo el tiempo que quieras, pero no

estoy seguro de que Daniel aguante.

––¡Reclamo la presencia de Daniel Boom en el mundo real! ––cuando

Belén lo repitió por cuarta vez, me desmayé. Belén se asustó al verme

inconsciente––. ¡Quiero despertar!

––Concedido ––concluyó Gordón. Todo se desvaneció. Poco a poco

me di cuenta que estaba rodeado de escritorios, todos los redactores me

miraban con curiosidad. Me tiré al suelo de la redacción y comencé a toser.


Tocaba mi cuello para comprobar que ya no estuviera atrapado. Respiré tan

fuerte como pude, necesitaba recuperarme de la sensación de asfixia.

Beatriz me miraba atemorizada. Se aproximó a mí y me preguntó:

––¿Te encuentras bien?

Apenas y pude responderle positivamente con un movimiento de

cabeza. Gordón se levantó de la silla y se paró junto a mí. Me sostuvo por el

cuello de mi playera y me elevó sobre el nivel del suelo.

––¿Creíste que podías burlarte de mis reglas?

––Sólo quiero volver a casa ––le respondí. Mi voz aún se encontraba

débil.

––Odiabas al mundo, odiabas tú vida. ¿No era este tu sueño?

––Estaba equivocado, la gente se equivoca. Tengo derecho a una

segunda oportunidad.

––¿Quieres una segunda oportunidad? Yo voy a darte una segunda

oportunidad ––Gordon me lanzó al suelo. El cielo se oscureció y un torbellino

de nubes comenzó a formarse sobre mí. Era un hecho que recibiría el

castigo de la fulminación.

––¡No lo hagas! ––suplicó Beatriz. Gordon la miró con reproche.

––¡Ya conoces las reglas!

––Solo es un niño ––argumentó Beatriz.

––Las reglas se hicieron para todos ––Gordon estaba decidido a llevar

acabo la ejecución.
Las centellas comenzaron a aparecer. Cerré los ojos, era cuestión de

segundos. En aquel momento pensé en Belén, de verdad fui un tonto en no

mirarla cuando estaba en el mundo consiente.

––¡Detente Gordon! ––ordenó una voz que nunca había escuchado.

Abrí los ojos y me encontré con un hombre de pinta fina. Era alto, más alto

que cualquier otro en la redacción. Sus rasgos no eran humanos, pero

tampoco parecía un muñeco de trapo; era como plástico, irreal. Piernas

largas, brazos cortos, frente amplia y bigote de Dalí.

Todos se quedaron en silencio. Desaparecieron las centellas y nubes

negras.

––El muchacho no puede ser ejecutado, no existe razón para ello ––

aseguró el hombre alto.

––Ha revelado nuestra existencia a un ser humano ––explicó Gordon–

–, eso es suficiente para ser fulminado. Las leyes son claras, jefe.

––¿Jefe? ––pregunté ––. ¿Él es el jefe?

––La humana cree que sólo se trató de un sueño ––aclaró el Jefe––.

Por lo tanto, el muchacho no ha roto la regla.

––Pero yo he visto como le ha contado todo a la niña Belén Rodaja.

––Eso no importa, Belén se ha despertado hoy pensando que todo fue

un mal sueño–– el Jefe me tendió la mano y me ayudó a levantarme del

suelo.
––¿Entonces debo permitirle volver a su trabajo sin ningún castigo? ––

Gordon estaba desquiciado con la idea de que yo saliera victorioso de aquel

lío.

––No, Daniel no puede volver a su trabajo ––respondió el Jefe.

––¿Entonces?

––Daniel tiene que regresar a su vida real, ha sido reclamado por

alguien consiente.

––Pero usted acaba de decir que la humana no cree que su sueño sea

algo real.

––Ella no ha creído que lo sucedido en el sueño sea real. Sin

embargo, hoy por la mañana, la chica se paró frente a su espejo y dijo:

“Reclamo la presencia de Daniel Boom en el mundo conciente”. Después se

echó a reír y pensó en lo estúpida que era por haber permitido que un sueño

la impactara tanto.

––¿Lo vas a dejar volver? ––Gordon no daba crédito a lo que estaba

sucediendo.

––La chica está convencida de que todo fue un sueño, por lo tanto no

peligra nuestra confidencialidad. Ella pidió el regreso de Daniel y las leyes

son claras al respecto. ¿No lo crees?

––Pero Daniel puede hablarles de nosotros ––inquirió Gordon. Estaba

decidido a resaltar los puntos negativos de mi regreso.

––Daniel es un muchacho inteligente, si habla de nosotros será

castigado con regresar aquí ––El jefe me miró a los ojos––. No quieres eso,

¿verdad Daniel?
––No señor, esto quedará en mi memoria como un sueño ––aseguré.

Estaba entusiasmado, por fin regresaría a casa. Volvería a ver a Belén.

––¡Entonces está decidido, Daniel regresa a casa! ––el Jefe me

extendió la mano––. Despídete Daniel, es hora de partir.

Inmediatamente abracé a Beatriz. Le di un beso en la mejilla y le

susurré al oído:

––Nunca te voy a olvidar. Gracias.

Beatriz correspondió a mi abrazo. Una pequeña lágrima se derramó

por su abultada mejilla.

––Yo tampoco te voy a olvidar Daniel.

Quise despedirme de Gordon, pero él me dio la espalda y regresó a su

oficina.

––Nunca ha tenido que despedirse de nadie, no lo tomes personal ––

me dijo el jefe con un guiño.


9.
El Jefe y yo caminamos por la pradera de nubes y cruzamos el llano

en el cual se podía ver la gigantesca luna.

––¿Puedo preguntarle algo?

––Lo que gustes, Daniel.

––¿Qué sucede con los redactores que son fulminados? ¿Ellos

simplemente mueren?

––La muerte no existe en este mundo Daniel, la energía sólo se

transforma ––respondió el Jefe, parecía conmovido con mi pregunta––.

Aquellos que son fulminados, regresan al mundo para iniciar de cero.

––Entonces ¿vuelven?

––Exacto. Tienen una segunda oportunidad. En realidad tú eres el

único que consigue volver al mundo de esta manera ––el Jefe se detuvo

frente a un precipicio de nubes––. Tan sólo tienes que saltar.

––¿Usted sabe lo que hice con Lolo? ––el remordimiento no me

dejaba marcharme en paz.

––Creo tener una idea de lo que hiciste y también creo saber porqué

lo hiciste ––aseguró el Jefe.

––Lo siento mucho.

––Al final le hiciste un favor a Lolo. Si quieres comprobarlo, al

despertar camina por el pasillo hasta la tercera puerta, de derecha a

izquierda.
––De derecha a izquierda, tercera puerta ––intenté memorizarlo. Me

preparé para saltar, pero antes de hacerlo, pregunté: ––¿Qué pasará con

Belén? Quisiera decirle que lo que sentimos en el sueño fue real.

––No puedes hacerlo, ella debe creer que todo fue un sueño. Sin

embargo, siempre se puede iniciar nuevamente ––el Jefe me dio una

palmada en la espalda, impulsándome para saltar al fondo del precipicio.

Sentí que mi cuerpo se volvió tan ligero como una pluma. Las nubes

fueron desapareciendo poco a poco. En su lugar se formaron paredes

blancas, las paredes blancas de un cuarto de hospital.

––¡Despertó! ––escuché la voz de mi madre. Ella se levantó

rápidamente de su silla y se paró junto a la puerta de la habitación.

¡Enfermera, mi hijo ha despertado!

Mamá regresó a mi lado. Me tomó de la mano y me sonrió.

––Lo siento ––le dije.

Ella no me prestó atención, estaba demasiado emocionada con mi

regreso.

Un sequito de enfermeras entró a la habitación acompañada por un

doctor. Todos estaban fascinados con mi despertar. Los doctores pasaron

días haciéndome pruebas para poder asegurarse de que mi recuperación no

fuera un espejismo.
Cuando me dejaron levantarme de la cama para dar un breve paseo

por el pasillo, recordé las palabras del Jefe. De derecha a izquierda, tercera

puerta. Me asomé a la habitación correspondiente, la puerta estaba abierta.

––¿Quién anda ahí? ––me preguntó una mujer que estaba sentada al

borde de la cama. La recamara estaba decorada con flores azules y globos

blancos

––Disculpe, estaba buscando a mi madre ––inventé aquello para

justificar mi presencia en la habitación.

––¿Estás perdido? ––La mujer me miró con dulzura y detenimiento.

¿Eres el muchacho de la habitación doscientos catorce?

––Si, lo soy.

––Tu madre debe estar muy contenta con tu recuperación. Ella y yo

nos hicimos compañía.

––¿Por qué está usted aquí? ––le cuestioné sentándome a su lado.

––¿No te has dado cuenta? ––la mujer se levantó de la cama y

caminó al frente. En la habitación había una cuna que yo no había visto. La

mujer se inclinó sobre la cuna y tomó entre sus brazos a un bebé que dormía

placidamente––. Este es mi hijo, Louis London.

––¿Louis London? ––susurré. Después de unos segundos, mi mente

ató cabos––. Lolo.

––Así lo llaman las enfermeras, Lolo ––afirmó la mujer. Se sentó

nuevamente a mi lado y me mostró a su bebé––. ¿Verdad que es lindo?


––Lo es ––me levanté y me despedí. Ya podía sentirme tranquilo, Lolo

estaba en buenas manos. Él también había recibido una segunda

oportunidad.

Pasó un mes para que yo pudiera volver a casa y mi vida recuperara

su ritmo común. El primer día al llegar a mi habitación, la miré con

detenimiento. En aquel lugar había conocido a Gordon. Ahí estaba la

ventana por la que había saltado. Todo parecía haberse congelado en el

tiempo.

––La he mantenido limpia y ordenada, ojala tú también puedas hacerlo

––dijo mi madre. Entró en la habitación y se sentó a mi lado en la cama.

––Lo siento ––tenía la necesidad de hacerle sentir a mi madre que ya

no era la misma persona.

––¿Por qué me dices eso? ––preguntó desconcertada por mi disculpa.

––Por las cosas que dije antes del accidente ––mamá me abrazó con

fuerza. No dijo una palabra más, no fue necesario. Nos quedamos un largo

rato mirando la puesta de sol por la ventana, el mismo sol que yo no veía

desde hacía mucho tiempo; incluso antes del accidente.

En adelante, conservamos esa tradición. Todos los fines de semana

antes de la puesta de sol, mamá y yo nos sentábamos frente a la ventana a

mirar el atardecer.
Epilogo.
Estaba ansioso por volver a clases. Ciudad Colvan parecía un mundo

nuevo para mí, ahora la miraba con otros ojos.

Estaba ansioso por vivir todo aquello que había dejado pasar sin

atención, estaba deseoso de encontrarme con Belén.

Al llegar a mi salón, lo primero que hice fue dirigirme a Damián

Solórzano. Él estaba sentado en su pupitre, mirando al jardín por la ventana.

––Hola ––lo saludé. Él se quedó bastante sorprendido.

––¿Qué quieres? ––me respondió. Usó un tono altanero. Al ser el

chico más popular del salón, le extrañaba que un don nadie lo saludara.

––Sólo quería darte un consejo.

––¿Crees que por haber regresado de entre los muertos ya puedes

aconsejar a los demás? ––Damián era rudo, pero yo conocía con certeza lo

que ocultaba ese escudo de popularidad.

––Hoy estrenan la nueva película de Sandra Bullock en el cine, es una

comedia romántica.

––¿Piensas invitarme al cine? ––Damián se burló de mí.

––No, pero tengo dos pases de sobra. A las chicas les encantan las

comedias románticas, es perfecto para una primera cita ––puse los boletos

sobre el escritorio y me retiré. Damián no dijo nada. Tomó los boletos y se

los guardó. Aunque no volví a hablar con él, supe que ese día consiguió
declararle su amor a su vecina. Obviamente la película no tuvo nada que ver,

ni mi comentario de la cita perfecta; Damián consideró que todo aquello

había sido una señal divina.

Ese mismo día, volví a ver a Belén. Ella me resultaba más linda de lo

que podía recordar en el sueño.

Para sorpresa de todos (en especial de Belén), me senté a su lado en

clase. Ella estaba nerviosa. Yo me moría por besarla de nuevo.

Repetidamente, Belén recordó aquel sueño que tuvo conmigo. Puedo

suponer que estuvo tentada a decirme algo al respecto; pero cada que se

imaginaba haciéndolo, le parecía una cuestión boba.

Intenté sacarle plática o aproximarme más a ella, pero mis nervios me

traicionaban. No estaba seguro de que era lo que debía hacer o decir.

––Hay un parque al sur de la ciudad ––le comenté antes de salir al

receso ––. En el centro tiene un lindo y gigantesco árbol con…

––Un columpio ––completó Belén––. Es el parque del petirrojo. Mi

lugar favorito.

––También es mi lugar favorito ––le afirmé. A ambos nos temblaban

los pies––. ¿Te gustaría ir por un helado en la tarde y después caminar por el

parque?

––Me encantaría ––Belén me sonrió.


Me puse nervioso al pensar en nuestro encuentro. No quería estropear

nada. Deseaba que al conocerme, Belén no se desilusionara. Anhelaba ser

el hombre con el que ella soñaba.

Aquella tarde nos encontramos después de clases para ir a caminar al

parque. Pude ver en persona aquel maravilloso lugar en el que nos

habíamos encontrado antes. Los petirrojos formaban nubes y sobrevolaban

los jardines.

Belén tomó mi mano y me enseñó a alimentar a las aves.

Reímos, jugamos y nos dejamos caer sobre el césped. Le conté como

mi accidente había cambiado mi manera de ver la vida, omitiendo mi paso

por el mundo de los redactores.

Al despedirnos, ella sintió que su sueño se había vuelto realidad en

aquella cita. Sólo faltaba un detalle. Algo que yo no podía dejar pasar, cerré

mis ojos y acerqué mis labios a los suyos. Belén me correspondió. Aquel fue

nuestro primer beso en el mundo real, el segundo en la larga historia de

amor que apenas comenzaba.

En adelante, cuando las personas nos preguntaron ––¿Cómo fue su

primera cita? ––Belén respondía sin dudar:

––Fue similar a un sueño.


El autor:

Sergio Mendoza Mendoza.

Escritor y guionista mexicano, creador del fenómeno literario-


electrónico: “Érase una vez, Adán”. Cuya popularidad ha
conseguido más de 70,000 descargas en menos de dos
meses.

Su narrativa ha sido calificada como “Atrevida y directa”.

En la actualidad, su primera novela: “El Malestar: el oscuro


sueño de Eliot”, se encuentra disponible en librerías de Murcia, España.
También participa en la dirección general de Gaceta Editorial, diario de
literatura.

Puedes leer más sobre Sergio Mendoza, en:

http://www.sergio-mendoza.net

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