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Fotografías:
Marvin Olivares
Julio Calvo Drago
Corrección de estilo:
Julio Calvo Drago
Megadroide Morfo-99 contra el Samuray Maldito se aprecia mejor en Adobe® Reader® 8. No se garantiza una adecuada visualización de este
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ALGUNOS DERECHOS RESERVADOS. Este libro y todos sus contenidos textuales, gráficos y fotográficos pueden ser distribuidos, copiados
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obras derivadas.
PRODUCTO GLOBALIZABLE
HECHO EN GUATEMALA, CENTROAMÉRICA.
¿QUIÉN FUE PRIMERO?
¿EL MEGADROIDE O EL SAMURAY?
uién sabe cuándo, cómo, dónde y por qué dio inicio la pelea a muerte entre
el Megadroide y el Samuray. Desconocidas son también las causas que defienden
estos personajes de anime japonés. Lo único que se sabe con certeza es que el
Megadroide Morfo-99 (supuestamente el bueno) y el Samuray Maldito (supuestamente
el malo) viven en pugna, reiteran su propia existencia a través de la desexistencia del
otro, de la aniquilación del otro. Todo ello en un clima de violencia extrema y
tecnología cibernética para morboso deleite de las masas adictas a los medios de
comunicación.
El Megadroide Morfo-99 es una especie de robot transformer con un total de
99 transformaciones, de 99 identidades diferentes (de ahí su nombre). En este relato
se vale de tres o cuatro de ellas para enfrentar a su odiado contrincante. Pero cada
uno de esos cambios de identidad remite a una anécdota violenta de la cotidianidad
guatemalteca, de modo que se muestra cómo la realidad y la ciberfantasía retroalimentan
mutuamente su violencia y destructividad.
Ultrarredundante, ultraviolento, ultratecnológico. Megadroide Morfo-99 contra el Samuray
Maldito es una parodia que aparentemente celebra (pero realmente denuncia) la violencia
porque sí, la injustificada pasión por el puñetazo nacida del qué fregados, si ya con la adrenalina
arriba se olvidan causas y razones y todo lo que importa es romperle la cara al otro. Se puede
pensar en este relato como en una especie de naranja mecánica elevada a toronja digital.
<ON
OFF>
JUSTIFICACIÓN DEL JURADO CALIFICADOR
DE SU FALLO A FAVOR DE MEGADROIDE MORFO-99
CONTRA EL SAMURAY MALDITO
(Extracto de la noticia titulada Julio Roberto Calvo Drago es el ganador del concurso
de cuento Bancafé-elPeriódico, publicada en elPeriódico, 14 de enero de 1999,
página 2)
Arturo Monterroso
Roger Caillois
n la solapa del libro de Jaime Alazraki En busca del unicornio: Los cuentos
de Julio Cortázar, encuentro que lo fantástico no es ya una evasión o digresión
imaginativa, sino una forma de penetrar en el mundo más allá del orden que lo
sustenta; y rompiendo cualquier atadura, proclama con tanta maravilla como temor
la rebelión de lo irracional contra la hegemonía esterilizadora de lo racional.
6
Artículo publicado en elAcordeón, Inicio este comentario sobre Megadroide Morfo-99 contra el Samuray Maldito,
elPeriódico, el 18 de abril de 1999, págs.
6b-7b. el trabajo ganador del segundo certamen de cuento Bancafé-elPeriódico, con estas
frases de Alazraki, porque la historia que nos cuenta Julio Calvo, su autor, parte de
una dicotomía que crea una atmósfera binaria, donde la narración oscila constantemente
entre la realidad cotidiana y el mundo fantástico de los personajes de ficción que ha-
bitan el incierto universo de los videojuegos y las caricaturas.
Uno tiene la impresión de que enciende el televisor y se abstrae de la realidad
para participar de la batalla entre dos personajes: el Megadroide Morfo-99 y el Samuray
Maldito, dos guerreros cibernéticos. El clima de violencia en el que hábilmente nos
precipita Julio Calvo podría ser catártico si no fuera porque su correspondencia en
la vida real nos golpea cotidianamente y la ficción solo es reflejo de un mundo que
ya conocemos. Te clavaría la rodilla en la boca del estómago escribe Calvo apenas
al iniciar la narración y luego te ensartaría los dedos de una mano en el cuello,
mientras que con la otra te martillo la nariz, los dientes y la cara a puros puñetazos,
¡PAM! ¡PAM! ¡PAM!, hasta deformarte el rostro. Reconstruírtelo. O más bien desconstruír-
telo. Porque yo soy tu muerte. Tu cibermuerte
Un poco más abajo continúa:
¡PAW!, un proyectil le traspasa el pecho y ¡BUUUUUUMMMMMM!, miles de es-
quirlas y pedazos de carne caen desparramados por todo el paraje.
Con todo lo repugnante que puedan parecer las palabras de la anterior descripción,
¿no nos suenan familiares esas frases: miles de esquilas y pedazos de carne desparra-
mados? No solo nos parecen familiares debido a que las escuchamos a diario en la
televisión y en el cine, sino porque pertenecen, incontestablemente, a nuestra historia
inmediata, a nuestra propia guerra reciente.
Y uno empieza a preguntarse: ¿es ésta una historia de ficción o la disfrazada ré-
plica de nuestra realidad? Y tiene que continuar leyendo para presenciar la transforma-
ción del Megadroide, como un transformer que se puede comprar en cualquier ju-
guetería, y caer en la cuenta de que no solo se transforma el personaje, sino la ficción
deviene realidad, a partir de un mecanismo de desvanecimiento y empalme, como
dos melodías distintas que se sobreponen en sus extremos opuestos, para encontrarnos
de pronto a bordo de un bus extraurbano que llega a Palín. De aquí en adelante, la
narración y el diálogo refieren una historia cotidiana donde el humor se transforma
en violencia. Se produce un asalto a mano armada. Y, mientras los pasajeros son des-
pojados de sus pertenencias, la narración se dispersa en frases aisladas que empiezan
a transformarse paulatinamente, como el mismo Megadroide, que recupera el protago-
nismo de la escena y vuelve a nuestra pantalla, pasando, por una sutil transición, del
hombre que pone un cuchillo en la garganta a un pasajero en la camioneta que llega
a Palín, al Megadroide que de un sablazo le abre el abdomen al Samuray Maldito.
Hay una insistencia en la batalla entre los dos guerreros cibernéticos, que mul-
tiplica y alarga, quizá innecesariamente, las escenas de los golpes, solo diferenciadas
por matices. No obstante, un análisis más detenido podría ofrecernos la explicación
de que esa intención exhaustiva persigue reflejar las tediosas secuencias de esos
programas de dibujos animados y de algunos juegos interactivos. Pero hay, en este
retorno de los guerreros, una situación inesperada: la introducción de un personaje
femenino, Miyuki, una geisha asesina no podría ser diferente, dado el carácter
violento de la secuencia, ocasión que aprovecha el autor para establecer una re-
lación conflictiva entre las representaciones de hombre y mujer, sin que la introduc-
ción del tema adquiera un carácter relevante y solo sirva para reafirmar a la violencia
como motivo central.
Otro aspecto que debe notarse es la inclusión, bastante insistente, del uso de
vocablos propios de la informática, de la internet y del Nintendo, no ausentes de iro-
nía. Así leemos: "¡InfraGothik®! ¡Ayúdame! (InfraGothik con el signo de marca regis-
trada), y frases como:
el_dolor_es_una_punzante_ilusion.neurodata.com/neu
roprojector.doc/searching/searching/searching/waiting_for_reply/waiti
ng_for_reply/waiting_for_reply/neurodata_file_is_open/connecting_with_[_meg
adroideMorfo99,_microCPU]/creating_hologram
, como una invasión extraña a
lo que sucede en pantalla, siguiendo un proceso cuyo origen podría ser el deus ex
máchina del teatro antiguo, utilizado como recurso para salvar a un personaje. Más
aún, la inclusión de una sintaxis abrumadora, donde se mezclan números y letras
para emular códigos un buen ejemplo de ello es el código binario de los lenguajes
de la informática quizá busque, en última instancia, remitirnos a la forma como
participa el espectador o la persona que interactúa en un juego de Nintendo o de
computadora.
La secuencia de la transformación de los guerreros se repite de la misma manera
como se repite el mecanismo de desvanecimiento y empalme entre una dimensión
y otra. Es como si hubiéramos subido a un péndulo que oscila entre lo fantástico y
la realidad, cuya esencia es, no obstante, la misma. Y de esta forma, el autor nos re-
gresa al mundo real para vivir un nuevo capítulo violento. Esta dicotomía, este pasar
continuo de una dimensión a otra, crea una dinámica que busca explicar la particular
visión de la existencia que puede traducirse como un estado de guerra incesante,
pensado quizá bajo la inevitable influencia de nuestros años de guerra, persecución
y miedo que hemos vivido en Guatemala.
La introducción de personajes y situaciones que nos reflejan y que reproducen
nuestras actitudes como el asalto en la camioneta o los personajes de la colonia
de clase media es acertada, excepto en las secuencias en que el autor recurre a las
fórmulas, creando personajes estereotipados, como en el caso de Rambo López, el
justiciero de la muerte. Igualmente me parece que no siempre es afortunada la utiliza-
ción del lenguaje escatológico y del habla popular. Objetivamente, estos son tropiezos
del oficio. El mérito del trabajo de Julio Calvo, sin embargo, se centra sobre todo en
su habilidad para introducirnos al juego, buscando una forma creativa de confrontarnos
con nuestra realidad por medio de lo fantástico contemporáneo, como evidencia de
que así como los tiempos cambian, nuestra simbología tiene ahora nuevas referencias.
Si bien el lector podría quedarse varado más de alguna vez al leer este inusitado
texto, debido sobre todo a la grafía utilizada muy creativamente, hay que decirlo,
la secuencia narrativa tiene el mérito de ser del todo inesperada como inesperado
es el epílogo: al final de la historia caemos en la cuenta de que es un niño el personaje
que ve la televisión y de que, en el momento en que se lee off, precedido por la frase
¡No hay nada en la tele!, el autor nos precipita en un instante de la vida de este es-
pectador que somos todos nosotros, cerrando el relato con una fotografía de la
violencia doméstica.
El niño regresa a su realidad, que es tan absurda como la batalla del Megadroide
y el Samuray, y transita en un vacío que solo llenan los personajes de ficción, cuya
expresión se limita al incesante combate, ya sea en La guerra de las galaxias, en
Mortal Kombat o en Godzilla. Y que tiene correspondencia en el ataque del niño al
gato de la vecindad, a la flor de Pascua en el jardín, destrozada con su espada láser
de caballero Jedi, y a su propio perro, a quien dirige su ira, cargada de proyectiles,
disparados con un rifle de balines. Nos queda un sentimiento de vacuidad donde
queda flotando la última escena de la batalla entre el Megadroide Morfo-99 y el Samu-
ray Maldito, batalla que de ninguna manera termina sino hasta que en el televisor
se oprime el botón donde se lee OFF.
Arturo Monterroso
Guatemala, 15 de abril de 1999