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QUINTO CONGRESO DE LA CIENCIA CARTOGRÁFICA Sante Fe, 28 de junio – 2 de julio de 2010

APORTES DE LA CARTOGRAFÍA SOCIAL A LA CONSTRUCCION DE UNA


CARTOGRAFIA SISTEMICA

Ramiro Alberdi

RESUMEN

En el presente trabajo desarrollamos un análisis bibliográfico comparativo entre la Cartografía


Tradicional y la Cartografía Social indagando en la pertinencia de esta última como complemento una
visión cartográfica sistémica de la realidad. Nuestro interés por esta rama de la disciplina se relaciona
con la escasez de análisis críticos sobre los productos cartográficos producidos por los egresados de
las carreras afines a la cartografía. Asimismo, porque encontramos en la Cartografía Social una
manera de enriquecer nuestra formación académica y, por ende, la representación del territorio. La
temática es abordada desde un análisis comparativo, centrado en aquellos puntos que son
considerados centrales en la construcción del conocimiento cartográfico. Estas cuestiones nos
permiten inferir qué información aparece y cuál no en los mapas que los cartógrafos producen. Por
último, este trabajo identifica aquellos elementos teóricos, metodológicos y técnicos propios de la
Cartografía Social que enriquecen la construcción del conocimiento cartográfico.

ABSTRACT

This paper develops a bibliographic comparison between Traditional Mapping and Social
Mapping literature, inquiring the relevance of the latter as a contribution to a systemic cartographic
vision of reality. Our interest in this branch of the discipline is related to the lack of critical analysis to
which cartographic material is subjected, which graduates of careers related to cartography produce.
Also, because we find in Social Mapping a way to enrich our academic training and thus, the
representation of territory. The subject is approached from a comparative analysis, focused on points
that are considered central in the construction of cartographic knowledge. These elements allow us to
infer what information appears and which does not on the maps that cartographers produce. Finally,
this paper identifies those theoretical, methodological and technical elements of Social Mapping that
enrich the construction of cartographic knowledge.

“Si en verdad nos preocupan las consecuencias sociales de lo que pasa cuando hacemos un mapa,
también podemos decidir que la cartografía es demasiado importante como para quedar totalmente
en manos de los cartógrafos”
J. B. Harley

INTRODUCCIÓN

En el presente trabajo desarrollaremos un análisis comparativo entre la Cartografía


Tradicional, producida y controlada por el Estado, y la Cartografía Social, una incipiente práctica
cartográfica basada en la planificación participativa, con el objeto de indagar en la pertinencia de esta
última como conocimiento complementario en la construcción de una cartografía que proponga una
visión sistémica de la realidad y no una meramente topográfica.

El interés por esta rama de la disciplina se relaciona con la escasez de análisis críticos del
tipo de productos cartográficos que producimos los egresados de las carreras afines a la cartografía.
Asimismo, porque encontramos en la cartografía social una manera de enriquecer nuestra formación
académica y, por ende, la representación del territorio.

La temática es abordada desde un análisis bibliográfico comparativo de las dos corrientes,


centrado en aquellos puntos que consideramos fundamentales en la construcción del conocimiento
cartográfico. En primer lugar, necesitamos distinguir el o los actores sociales y/o institucionales que
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producen la interpretación del territorio y su consecuente representación. Es decir, el agente


promotor, quien encarga la cartografía de tal o cual manera. El segundo aspecto lo conforman los
motivos por los cuales este agente impulsa la gestación de un tipo particular –y no otro- de
interpretación y representación del espacio. Luego, analizamos las herramientas técnicas y
metodológicas utilizadas en uno y otro caso. Estas tres cuestiones nos permiten inferir qué
información se muestra y cuál no aparece en los mapas que los cartógrafos producen.

Por último, establecida la comparación, se señalan aquellos elementos teóricos,


metodológicos y técnicos propios de la cartografía social que enriquecen la construcción del
conocimiento cartográfico.

Brevemente, la cartografía tradicional argentina se origina inscripta en el proceso de


conformación del Estado-nación, en la segunda mitad del siglo XIX, institucionalizada a través de la
Oficina Topográfica Militar y, desde 1904, del Instituto Geográfico Militar. Como parte de la
efectivización del control estatal del territorio, se produjeron mapas con características
cuidadosamente seleccionadas a fin de cumplir los objetivos propuestos: construir la identidad
nacional sobre la cual el Estado pudiera legislar. Según Lois, “la consolidación estatal nacional
requirió de instrumentos de gestión y de símbolos que permitieran crear sentimientos de identificación
y pertenencia, y la cartografía canalizó varias de estas necesidades” (Lois, 2004). En estos mapas
sólo se consideran las características topográficas del territorio y las divisiones político-administrativas
(aun aquellas que se encontraban en disputa) integradas en un todo que se denominó territorio
nacional.

Así como puede reconocerse una relación entre la génesis, propósitos y metodología
desarrollada por la cartografía tradicional, la cartografía social presenta características ancladas en su
contexto de surgimiento. Esta corriente, que se inicia en la década de 1980 en Colombia, responde a
la necesidad de apropiación del espacio de diversas comunidades minoritarias, dada la particular
configuración político-territorial del Estado colombiano. Surge, entonces, como una forma de
construcción colectiva del territorio. La diferencia esencial que presenta con respecto a la cartografía
estatal es la ponderación que hace del componente vivencial colectivo en la construcción de mapas,
basada en el conocimiento socialmente construido. Este se funda en procesos de relación,
convivencia e intercambio. Por esto, considera fundamental la participación de todos los actores
sociales entendidos como sujetos críticos de la realidad (Andrade, 2000). Por lo antedicho, la
Cartografía Social permite a las comunidades construir un conocimiento de su territorio para que
puedan elegir la mejor manera de utilizarlo.

Mediante el contrapunto entre estas corrientes, nos proponemos contribuir al conocimiento


crítico de la disciplina, siguiendo a Harley cuando afirma que “lejos de fungir como una simple imagen
de la naturaleza que puede ser verdadera o falsa, los mapas redescriben el mundo, al igual que
cualquier otro documento, en términos de relaciones y prácticas de poder, preferencias y prioridades
culturales”. Y concluye que “lo que leemos en un mapa está tan relacionado con un mundo social
invisible y con la ideología como con los fenómenos vistos y medidos en el paisaje” (Harley, 2005). En
otras palabras, los mapas se elaboran con fines que exceden la mera representación topográfica. La
Cartografía con sus mapas se constituye como una herramienta constructora de imaginarios sociales,
de realidades construidas, de ninguna manera naturales. Esto nos conduce a aceptar que la
Cartografía, como otras disciplinas que “muestran” la realidad, no es una ciencia objetiva ni
exclusivamente técnica.

Resulta interesante señalar la escasez de bibliografía referida a teorías críticas en los planes
de estudio de las carreras universitarias afines a la producción cartográfica, ausencia que alimenta lo
que Harley enuncia como el riesgo que corre el cartógrafo de convertirse en el “brazo robótico” de
aquellos que encargan las interpretaciones (Harley, 2005). Se concibe, entonces, la presente
comparación crítica como un ejercicio que permita, a futuro, explorar otras formas de entender y
construir el conocimiento cartográfico.

LA CARTOGRAFÍA COMO CONSTRUCCIÓN Y CONSTRUCTORA SOCIAL.

La bibliografía que se encarga de poner en cuestión el tipo de cartografía que producimos en


nuestro país es escasa, entre la que podemos citar los trabajos de Carla Lois, centrados en el
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estudio de la conformación del Instituto Geográfico Militar y sus fines, cuya consulta ha sido de gran
utilidad para este trabajo. Por esto, resulta apropiado destacar que quienes efectúan la mayoría de
las críticas no provienen específicamente de la cartografía sino del campo más general de la
geografía. De hecho, el objetivo trazado en los planes de estudio de las carreras universitarias, al
menos en nuestro país, no promueve la crítica cartográfica, puesto que se inscribe en corrientes que
la suponen como una ciencia objetiva y técnica, en la que no tiene lugar la subjetividad1. En
contrapartida, en otros países2 se registran experiencias críticas con comprobado valor académico
que conciben el territorio sistémicamente; que han demostrado que al hábitat no sólo lo conforman las
vertientes, los valles, las mesetas, las calles, los edificios, sino también el significado que le dan a
éstos sus ocupantes. Desde esta perspectiva la realidad es un sistema compuesto por el espacio y
por las relaciones que en él se establecen. De aquí se desprende que las representaciones de dicho
territorio deben ser también sistémicas, integrando tanto lo espacial, lo topográfico, como lo vivencial
fundado en la propia experiencia y concepción de aquellos mismos que construyen y ocupan ese
territorio.

Debemos comenzar reconociendo a la cartografía como una herramienta fundamental en la


construcción social del territorio. Ésta contribuye a sostener las relaciones de poder establecidas al
interior de una determinada sociedad. Por lo cual, la cartografía es un medio de manifestación y
sostenimiento de territorialidad, entendiendo a ésta como la delimitación y el establecimiento de un
control sobre un área geográfica por parte de un individuo o grupo en el intento de afectar, influenciar
o controlar personas, fenómenos y relaciones (Sack, 1986). A través de los mapas pueden
construirse territorios, relaciones espaciales de poder, dado que éstos son capaces, a través de los
silencios y exaltaciones de su carácter iconográfico, de influir en la construcción social y
sostenimiento de un territorio. Los productos cartográficos establecen relaciones de poder,
determinan gráficamente quién o qué está dentro o fuera de tal o cual territorio. Montoya Arango
sostiene que “el recurso a la dominación ideológica es prerrequisito fundacional del Estado y para ello
la elaboración de mapas revierte un escenario privilegiado en el que disponer las ordenaciones
trazadas por el dominio político y geométrico del espacio. (…)El mapa (…) se pretende indiscutible y
el saber estratégico que contiene desaparece del debate, al tiempo que los sentimientos de
pertenencia y fidelidad al Estado-nación que promueve movilizan fuertes identificaciones, más fuertes
aún que las de la clase social. Esta ideologización del mapa opera mediante la reconversión de los
fenómenos espaciales en una representación acrítica y atemporal en la que se da la impresión de que
el orden cultural siempre existió” (Montoya Arango, 2007).

Una mirada sistémica de la representación territorial cartográfica pretende incluir la crítica en


una concepción que naturaliza las relaciones territoriales de poder. En lo que sigue se revisa cómo y
qué tipo de territorio se naturalizó a través de la invención de la tradición cartográfica argentina (Lois,
2004).

LA CARTOGRAFÍA TRADICIONAL Y LA TRADICIÓN CARTOGRÁFICA.

Como se expuso anteriormente, entendemos por cartografía tradicional aquella que nace de
la mano del Estado-nación argentino, vehiculizada por agencias estatales destinadas al relevamiento
y control del territorio nacional en conformación. Definimos lo tradicional según la categoría de
tradición inventada que Lois retoma de Hobsbawn, a saber “un conjunto de prácticas normalmente
regidas por reglas aceptadas abierta o implícitamente y de naturaleza simbólica o ritual que buscan
inculcar ciertos valores y normas de comportamiento por repetición, lo cual automáticamente implica
una continuidad con el pasado”.

1
En la descripción del perfil profesional del egresado, se enumeran los conocimientos que éste adquiere: a) sobre factores,
elementos y procesos que intervienen en la construcción y/o forman parte del territorio; b) de las diferentes formas y métodos
de representación de la superficie terrestre, de sus componentes territoriales y ambientales; c) las diferentes metodologías de
recolección de datos del terreno; d) la modelación de los diversos datos en una única estructura de información; y d) las
diferentes formas y metodologías de representación del espacio usando las herramientas tecnológicas disponibles.
(http://fich.unl.edu.ar/pagina.php?ID=69&IDCar=10).
2
En Brasil, el proyecto Nova Cartografia Social da Amazônia es una prolífica experiencia avalada por instituciones como el
Instituto Amazônico de Planejamento e Gestão Urbana e Ambiental – IAGUA, la Asociação de Pesquisadores da Amazônia –
ASPA, la Associação de Universidades Amazônicas – UNAMAZ, entre otras (http://www.novacartografiasocial.com)
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El inicio de la institucionalización de la actividad cartográfica argentina se remonta a las


campañas militares del general Roca, según las propias notas publicadas por el Instituto Geográfico
Militar. Allí se planteó por primera vez la elaboración de mapas como una “necesidad”, fundada en los
requerimientos militares de conocer la topografía por un lado y de decir cuál era el territorio que le
correspondía al Estado argentino por otro. Esta correspondencia debió naturalizarse, construirse: a
los ejércitos patrióticos acompañaban mapas de igual patriotismo; debía instalarse la idea de que el
territorio correspondía a la nación argentina y que como tal debía reclamarse en su nombre. El
Estado se valió de distintas estrategias para esta legitimación.

Primero, desde el punto de vista del conocimiento geográfico, la progresión del saber
cartográfico era inseparable de las acciones comprendidas por el Estado para administrar el territorio
nacional: la información geográfica era útil no sólo para la planificación militar sino también para el
catastro, para desarrollar redes de infraestructura y comunicaciones, organizar formas de gobierno y
para inventariar, sistematizar y clasificar información geográfica territorial.

Segundo, se dispararon críticas a la cartografía preexistente señalando su imprecisión.

Tercero, a lo largo del siglo XX se dictaron leyes y decretos que fueron determinando la
imagen gráfica del territorio estatal, siendo los mapas con fines didácticos los primeros afectados por
las normas jurídicas, en 1935. Dos años más tarde, el PEN a través de su decreto número 114.428
ordenaba quitar de circulación todos los mapas en los que el territorio nacional apareciera en parte
para reemplazarlo por aquellos en los que éste aparecía en toda su extensión. Ya en 1940, se
promulgó el decreto Nº 75.014 el cual establecía que todas las producciones que pretendieran
inscribirse en el Registro Nacional de la Propiedad Intelectual debían ser evaluadas y aprobadas por
el IGM (medida que puede considerarse un hito en la construcción del discurso territorial legítimo) y
subsiguientes decretos y leyes fortalecieron este discurso territorial. Como afirma Lois, “con estas
disposiciones legales se construía una imagen del territorio estatal, de formas predeterminadas,
reguladas y controladas, aparentemente determinadas sólo por cuestiones técnicas.” Así se
contribuyó, por ejemplo, a lograr la soberanía sobre territorios que aún estaban en litigio. El desenlace
de este proceso, según Lois, “determinó la estandarización de la imagen del territorio y ello contribuyó
a que esa imagen se transformara en un símbolo y funcionara como un mapa logotipo […] que tiene
la potencia intelectual para ordenar nuestra experiencia del territorio estatal y nos permite imaginar
nuestra posición y la de los otros en un sistema de relaciones”. Claro que esta estandarización debe
sostenerse en el tiempo y por eso Lois continúa: “la eficacia simbólica y mítica de la figura
cartográfica fue sostenida por la lectura aprendida e internalizada en el aprendizaje escolar que ha
garantizado la sedimentación de nuestras concepciones del territorio” (Lois, 2004).

Las consecuencias de este proceso fueron dos: por un lado, se limitó el conocimiento
cartográfico, y consecuentemente su enseñanza, a las cuestiones exclusivamente técnicas como ser
las mediciones, proyecciones, métodos y herramientas de dibujo, etc3. El cartógrafo, hasta hoy en día
es quien mide y dibuja el territorio únicamente en función de parámetros topográficos. Por otra parte,
esta cartografía topográfica es considerada a menudo como “de base”, es decir, sobre la cual se
efectuarían los trabajos de cartografía temática. Esta concepción de la cartografía le otorga el
carácter de incuestionable, imbuye en los mapas “la idea de un territorio homogéneo, científico,
ahistórico y no problemático, resultado de indiscutibles procedimientos matemáticos y técnicos, y
pasible de ser llenado” (Lois, 2004).

En definitiva, la conformación de una tradición cartográfica, tuvo por desenlace la adaptación


de la disciplina a una perspectiva exclusivamente técnica para configurar un tipo de cartografía estatal
que legitimó el territorio del Estado-nación. Actualmente, la reproducción de este saber en la
educación superior se plasma, como mencionamos, en los planes de estudio de las carreras afines a
la ciencia cartográfica.

3
Al respecto, en nuestro país, sólo en dos instituciones estatales existen carreras de grado que otorgan el título de Licenciado
en Cartografía (Instituto Universitario Naval y Universidad Nacional del Litoral) y dos carreras de pregrado o tecnicaturas
(Universidad Nacional del Litoral y Universidad Nacional de Cuyo). En el ámbito privado, en la Facultad de Ingeniería de la
Universidad Juan Agustín Mazza existe la tecnicatura en Cartografía y Teledetección.
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ORIGENES DE LA CARTOGRAFÍA SOCIAL

No resulta casual que la aparición de esta metodología haya sido en Colombia. En este país
las comunidades indígenas y negras “cuentan con territorios colectivos inenajenables,
imprescriptibles e inembargables, bajo la autoridad de un órgano elegido al interior de la comunidad,
de acuerdo a sus usos y costumbres, o la ley vigente. El territorio y la autoridad sobre éste
(incluyendo sus habitantes) es entonces una condición especial, que ha permitido promover procesos
de construcción de autonomías locales para el caso tanto de los pueblos indígenas como de las
comunidades negras” (Andrade, 2000).

En este contexto, la cartografía social surge a través del acercamiento a los mapas por parte
de los movimientos sociales oriundos de estas comunidades, como una herramienta para la
construcción del territorio, su planificación y desarrollo. La primera organización fue La Minga4
alrededor del año 1986, dentro de lo que se llamó “Plan Solidario Para Recuperar la Vida”. Los
mapas, en esta primera experiencia, fueron utilizados para dar una mirada de “expertos” sobre el
territorio, con el objetivo de enriquecer la organización comunitaria.

De esta manera, en el marco de la planeación participativa, estos actores creyeron


indispensable conocer y construir el territorio que habitaban. Para ello la elaboración de mapas
resultó la herramienta más eficaz al momento de reconocer colectivamente dónde estaban parados.
La idea que sostuvo esta práctica fue la de construir el territorio basándose en la premisa de que
quien habita el territorio es quien mejor lo conoce. “A partir de este momento la elaboración de mapas
fue colectiva y se utilizó para la planeación del desarrollo. Actualmente la Cartografía Social, además
de apoyar procesos de organización comunitaria a través de procesos de planeación participativa, ha
sido utilizada para llevar a cabo evaluaciones institucionales y proyectos sobre temas concretos para
algunas instituciones” (Andrade, 2000).

CARTOGRAFÍA TRADICIONAL VERSUS CARTOGRAFÍA SOCIAL

El primer aspecto considerado para el análisis comparativo es quién encarga los productos
cartográficos. En el caso de la cartografía estatal, y en el marco de la creación del Estado argentino,
se crearon las oficinas encargadas de confeccionar de determinada manera los mapas necesarios
para la legitimación del territorio del Estado nacional. Este territorio, bajo esta perspectiva
cartográfica, se supone atemporal. Sus medidas, elementos, accidentes, ubicaciones, se muestran
como si siempre hubieran estado allí, por fuerzas naturales. También se lo concibe como eterno,
porque la cartografía estatal no supone la evolución del territorio sino que permanece estático.

Por el contrario, en la cartografía social, quien interpreta el territorio es la propia comunidad –


minoritaria con respecto al total de la población del país- que lo habita, que le da contenido y lo
transforma a diario. El territorio se entiende dinámico en el tiempo, multitemporal y, para analizar esta
dimensión, se elaboran mapas del pasado, del presente y del futuro deseado. Para lo primero se
apela a los relevamientos de documentos históricos, como así también al relato de los participantes
más longevos que contribuyen a determinar cómo era éste anteriormente para ver qué se ha
deteriorado, qué mejorado y qué ha permanecido. El mapa del presente intenta reflejar el estado de
las cosas, se mapea el espacio tal cual lo vemos hoy. Finalmente, en el mapa del futuro deseado se
trata de pensar y plasmar qué deberíamos cambiar de este espacio que las comunidades entienden
suyo, ya sea para reconocerlo, aprovecharlo, planificar sobre él, etc.

El segundo punto a cotejar entre una y otra cartografía es el motivo por el cual tanto el Estado
como las comunidades generan su propia manera de representar el territorio. Por parte del Estado,
éste necesita de un territorio en el cual ejercer su soberanía. Para llevar adelante un ejercicio de
territorialidad precisa que dicho territorio sea internalizado por sus ocupantes tal cual lo necesita el
Estado: el territorio estatal homogéneo, científico, ahistórico y no problemático permite. Esto facilita
que los ocupantes, al estar dentro del territorio estatal, se identifiquen y sientan parte de ese Estado.

4
Es sumamente ilustrativo el concepto de “minga” ya que se trata de una palabra quechua que describe la manera en que los
habitantes de las comunidades andinas colaboraban aportando lo que cada quien pudiera, a favor del que más lo necesitaba,
en tareas específicas como la cosecha, la siembra o la construcción de una vivienda.
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El motivo principal del Estado por realizar una Cartografía lo más “objetiva” posible es evitar el
cuestionamiento a dicho territorio y, por ende, su soberanía. Las comunidades minoritarias, en
cambio, elaboran una cartografía que primero diagnostica la situación territorial para luego realizar
una planificación. El motivo que impulsa esta forma de representar el territorio es el de la construcción
colectiva del hábitat de la comunidad, el reconocimiento de los límites territoriales como así también
las relaciones que éste tiene con los demás. Para la confección de mapas se parte de que todos los
integrantes de la comunidad tienen un saber para aportar sobre el espacio que se habita, y que la
suma de esos aportes construye una visión integral de la realidad, uniendo lo espacial con lo
experiencial.

El último punto se centra en cotejar las formas y herramientas de que cada metodología se
vale para la construcción de la imagen territorial particular a cada una. Por el lado del Estado, se
contemplan exclusivamente las herramientas técnicas en base a un tipo estándar de mapa. En este
marco, el cartógrafo es quien se torna una herramienta más en la construcción de mapas, al
contemplar sólo métodos cuantitativos para la representación del territorio. A su vez, el Estado debe
asegurarse que los cartógrafos sean reconocidos como profesionales especializados en la cuestión, y
que nadie más que ellos puede realizar este trabajo, para lo cual su formación se limita a la
incorporación de los avances tecnológicos y metodológicos en la medición topográfica del espacio.
Los cartógrafos no obtienen herramientas teóricas que permitan una visión crítica de los tipos de
mapas que producen, ni de sus efectos en las concepciones e internalización que hacemos del
territorio Estatal. En definitiva, ellos plasman en el producto cartográfico aquellos aspectos físicos
naturales y los naturalizados (límites políticos) valiéndose de la topografía, la geometría, el dibujo
técnico, las herramientas informáticas como los sistemas CAD y GIS para la edición, creación y
administración de datos espaciales cuantitativos y, según Habbeger y Mancila, “este tipo de mapas
son ejemplos del lenguaje oficial que están al uso del poder político para conservar y propagar sus
ideas”. Asimismo, estos autores afirman que las producciones cartográficas “son aceptadas como
representaciones de la realidad, sin que los mecanismos del pensamiento crítico del lector sean
activados” (Habegger, y otros, 2006).

Por su parte, en la construcción sistémica del territorio, la cartografía social utiliza la


investigación-acción participativa, entendida en cuatro pasos: a) la investigación (aporte de saberes y
experiencias al tiempo en que se recibe de los demás); b) la acción (se trata de conocer la realidad no
solo por conocerla sino para transformarla); c) la participación (entendiendo que una construcción no
es sistémica si no se hace entre todos); y d) la sistematización (apunta al ordenamiento, a encontrar
las relaciones entre los datos y a descubrir la coherencia interna de los procesos instaurados en la
práctica, es aquí donde se produce el conocimiento). Para la realización de estas etapas se
conforman talleres orales y gráficos bajo tres criterios: el intergeneracional, el de relaciones de género
y el basado en perfiles o procesos organizativos (García Barón, 2005). Esta noción se funda en que
“en la medida en que los saberes subjetivos se socializan y complementan entre sí, se legitiman. El
conocimiento del territorio en este caso, reconoce la vivencia como punto de partida para develar el
territorio; es a partir de quienes lo habitan, que se construye su significación” (García , 2007). Esos
procesos de socialización y complementación por talleres se realizan sobre cartografías técnicas, con
el sentido de integrar la precisión topográfica con el componente empírico de quienes habitan el
territorio. De esta manera se elaboran diferentes productos cartográficos:

a) Los mapas de conflicto, en los que se expongan situaciones problematizadas como por
ejemplo la relación entre frontera e inmigración.
b) Los mapas de redes, en los que se representan las relaciones entre actores
(instituciones, personas, organizaciones, etc) con el fin de determinar qué vínculo
establecen las partes de la comunidad de cara a los diferentes conflictos.
c) Los mapas de recursos, que representan los medios materiales o humanos que se
consideran como potenciales a través de los cuales empezar a afrontar los conflictos y
plantear la intervención.

Estos mapas, además, deben considerar la multitemporalidad del territorio, por lo que a través
de los talleres también se elaboran mapas de pasado histórico (cómo era el territorio), de presente
(situación actual) y de futuro deseado (cómo queremos que sea y qué debemos hacer al respecto).

Las herramientas técnicas de las que se vale la Cartografía Social son los Sistemas de
Información Geográficos Participativos. Estos programas permiten relacionar tanto la información
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cuantitativa como cualitativa, pero esta relación se establece en un marco de participación en la


elaboración del SIGP, en el que por participación se entiende a “la capacidad que tiene la comunidad
o un grupo social de inferir en la toma de decisiones sobre aspectos de su entorno físico, económico
y social, e implica una redistribución del poder, pues ésta gira en torno al equilibrio de poderes”
(Barrera Lobatón, 2009) entre los diferentes actores sociales (Estado, comunidad, instituciones,
organizaciones, etc.).

CONCLUSIONES

Al considerar el territorio como socialmente construido aceptamos que es posible cuestionarlo


y reformularlo. Para ello, los cartógrafos debemos contar con herramientas de análisis críticos en
torno a nuestro trabajo y la Cartografía Social aparece como la herramienta que permite vincular los
diferentes elementos que conformar la visión sistémica de la realidad, a diferencia de la cartografía
canónica, la cual se centra en las relaciones espaciales de los objetos. La Cartografía Social, a través
del componente vivencial, enriquece el contenido de las representaciones al añadir factores que la
cartografía actual no contempla: el significado del territorio. Asimismo rompe con el imaginario de que
determinado tipo de profesionales son los únicos que pueden decirnos dónde estamos y qué es
nuestro. La Cartografía Social promueve la construcción colectiva del conocimiento partiendo que
todos tenemos algo para decir y aportar de acuerdo a la experiencia, la formación y la participación
de cada integrante en una comunidad. Se supone así una realidad construida y representada en torno
a la participación colectiva, en donde el contenido del mapa se discute y consensua entre todos los
actores, en oposición a la cartografía canónica en la cual el producto cartográfico se presenta como
una elaboración técnica y estandarizada, producto de medidas y cálculos indiscutibles.

Por lo antedicho creemos indispensable la revisión de nuestra educación como cartógrafos,


principalmente en varios puntos. Por un lado, la formación de los cartógrafos debería ampliar el
campo de investigación indagando en análisis críticos que cuestionen y enriquezcan nuestras
percepciones sobre la realidad. También, si aceptamos que la Cartografía Social es un aporte
elemental en la construcción de una representación sistémica del territorio, su historia, metodología y
resultados deben constar en la currícula de toda carrera afín a la ciencia cartográfica. Finalmente, en
paralelo, los cartógrafos debemos preocuparnos por adaptar y mejorar las nuevas tecnologías y
herramientas al desarrollo de la interpretación sistémica del territorio. En esta apartado aparecen los
Sistemas de Información Geográfica Participativos como campo en el cual indagar para la interacción
de los diferentes componentes técnicos y vivenciales, puesto que los elementos topográficos, además
de dimensiones, poseen significados para las comunidades que lo habitan, y estas connotaciones son
parte del territorio socialmente construido, lo que implica que esta relación espacio-significado
también debe ser representada en los productos cartográficos. A través del análisis comparativo
pudimos observar que existen tantas interpretaciones como personas habitando el territorio pero que
en el proceso de construcción del conocimiento el Estado brinda una única visión del espacio. De la
misma manera, mientras que con la Cartografía Social lo que se busca es la representación del
territorio tal cual lo vemos, en la Cartografía tradicional se pretende hacer del territorio un objeto
carente de sentido y, por ende, para su representación resulta suficiente con ser medido y dibujado el
espacio topográfico. Finalmente, la construcción de mapas en torno a talleres conformados por los
integrantes de la comunidad, favorecen la construcción colectiva del conocimiento, a diferencia de la
cartografía tradicional en donde los mapas y su contenido son elaborados y seleccionados por
técnicos especializados.

Como el sentido de este trabajo es comenzar con la labor crítica de la cartografía que
producimos, resulta interesante impulsar el debate con una serie de preguntas que pongan en
cuestión nuestra forma de representar el mundo, de construirlo socialmente y del impacto que esto
puede tener en la sociedad, preguntándonos qué otras maneras existen y de qué modo poder
vincularlas para alcanzar los resultados que más se ajusten a las necesidades de la sociedad. En
este sentido cabe preguntarnos, ¿por qué nuestra educación como profesionales no incluye un
análisis crítico de nuestra práctica? ¿A qué objetivos responde este tipo de formación exclusivamente
técnica? ¿Cuándo es “verdadero” un mapa y cuándo no? Y, en este sentido, “¿Puede existir una ética
cartográfica?”5 (Harley, 2005).

Aquí tomamos como pregunta el título de uno de los capítulos de la obra de Harley.
5
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BIBLIOGRAFÍA

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cartografía. Bogotá : Universitas Humanística. Revista de Antropología y Sociología, 2007.
0120-4807.
Sack, R. D. 1986. Human Territoriality: Its Theory and History. Cambridge : Cambridge University
Press, 1986.

Ramiro Alberdi ramiroalb76@gmail.com


Estudiante de Ingeniería en Agrimensura y Perito Topo-Cartógrafo, Facultad de
Ingeniería y Ciencias Hídricas (FICH-UNL)
Colaborador en proyecto de investigación: “Dinámica y depósitos de bancos en
los ríos entrelazados más grandes del mundo: procesos, morfología y
sedimentología subsuperficial”, dirigido por el Prof. Phil Ashworth de la
Universidad de Brighton del Reino Unido.
Tareas realizadas: digitalización de planos batimétricos del Río Paraná.
Georreferenciación de los mismos. Tareas administrativas.
Duración: desde noviembre de 2009 hasta agosto de 2010 (10 meses de
duración, en curso).

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