La ignorancia de Franco en materia económica era absoluta. Sus delirios
nacionalistas y el bloqueo externo le condujeron a una política de autarquía, que llevó al país a la miseria mientras caminábamos “por el imperio hacia Dios”. Decía su propaganda que España, “centinela de Occidente”, se enfrentaba en solitario a los enemigos de la civilización cristiana y a una “conspiración judeomasónica”, promotora de la revolución comunista en todo el mundo. A finales de los años cincuenta, los poderes políticos y económicos internacionales le obligaron a adoptar una política económica homologable a la de los países con los que mantenía relaciones comerciales. Se hicieron los planes de Estabilización y de Desarrollo, llegaron las inversiones extranjeras, y con ayuda de los ingresos por turismo y las divisas enviadas por cientos de miles de emigrantes, salimos de pobres. Eran los tiempos de ¡Vente a Alemania, Pepe! La ignorancia de Zapatero en la materia es la comidilla de las Cancillerías de todo el mundo. Desconocedor de la definición de Economía que se enseña en el primer día de clase: ciencia de administrar recursos escasos, sus delirios le han conducido a ignorar la crisis durante más de dos años, y a despilfarrar en gastos no productivos mucho más dinero del que tenía. Durante ese tiempo, tildó de antipatriota a todo el que disintiera, y achacó la crisis a una nueva conjura extranjera, esta vez de “los mercados”, un poder tenebroso que conspiraba para impedir la implantación del paraíso socialdemócrata en España. De nuevo, los poderes políticos y económicos extranjeros, USA, China, Francia, Alemania, el FMI, etc., a los que debemos mucho dinero, han obligado al Presidente a caerse del guindo, y a asumir una racionalidad económica basada en que no se puede gastar mucho más de lo que se ingresa, y en que, antes de pedir más dinero, es imprescindible pagar las deudas anteriores. Merkel acaba de darnos un aprobado en los exámenes de febrero, y ofrece trabajo a los jóvenes españoles, a los muy cualificados, no a los del botellón, que éstos mejor que se los queden sus santas madres. La emigración a Alemania ayudó al franquismo, pero esta vez la oferta de la Canciller no nos solucionará el 43% del paro juvenil, porque sólo se llevará a unos pocos sobresalientes. La ayuda más eficaz que podría prestarnos Alemania sería la de enviarnos unas docenas de políticos de todas las tendencias, para que explicaran a los nuestros las diferencias entre un Estado federal y un taifato, la necesidad de limitar por ley el gasto público, el funcionamiento democrático de los partidos políticos, la necesidad de coaliciones en caso de graves crisis, a olvidar la demagogia, etc. También nos vendría bien la importación de unos cuantos empresarios y sindicalistas que enseñaran a los nuestros a crear riqueza, a orientarse al largo plazo en el campo de la tecnología, y a tener éxito sin subvenciones públicas. Necesitamos como el comer dos o tres Rectores que pongan orden en el trifostio educativo. Y como la crisis ha resultado letal para los países católicos, Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia, también nos vendrían bien diecisiete obispos protestantes, uno por taifa, que predicaran la ética del trabajo y del ahorro. Pongan en su móvil el himno alemán. Su música es de Haydn, y su letra ha superado varias revisiones de memoria histórica. Aunque es el himno de un Estado federal, que hace siglo y medio era un conglomerado de pequeños reinos, puede servir de ejemplo para el Estado español, un Imperio hace cinco siglos, donde operan ahora fuerzas centrífugas. Dice así su primera estrofa: “Alemania, Alemania sobre todo, sobre todo en el mundo, si siempre se queda unida fraternalmente para la protección y la defensa.” Achtung! Jesús Huete.-